La Traducción de Simeón

Manel Martin's


Novela



Agradecimiento

Mi agradecimiento al honorable gremio de libreros, que con sus estanterías llenas de libros antiguos de ocasión o segunda mano, nos facilitan el acceso a lecturas o conocimientos interesantes y ocasionalmente olvidados. En muchas ocasiones he pasado horas rebuscando entre sus tesoros, no siempre reconocidos ni valorados.

Gracias por existir.

Prólogo

Aunque me hubiera facilitado mi labor pensar en una librería en concreto, he querido salvaguardar el nombre de las que me han inspirado y centrarme en el lugar donde antaño, las había en mi ciudad Valencia y que por lo tanto conocí en mi niñez.

No intenten buscarla en la ubicación del libro, sin embargo si pueden encontrar varias librerías cercanas.

Como he dicho, en Valencia hay muchas cercanas al lugar de los hechos y todas ellas contienen auténticos tesoros (según para quien y si se saben buscar) todas las capitales tienen este tipo de librerías y yo aconsejaría perderse por alguna de ella. En el caso del relato que nos atañe el lugar y los nombres son imaginarios “aunque no tanto”.

Referente al relato, hay mucha realidad en las sectas o asociaciones que en ella aparecen aunque el conductor del hilo no sea real, pero si podría serlo.

Quiero pedir perdón a quienes se sientan ofendidos con mi relato, pero piensen que solo es una novela más, sobre temas muy discutidos dentro y fuera de su entorno, tómenlo como una fantasía como tantas otras que se han escrito sobre el tema. Algunas personas encontrarán nombres o sitios que desconocen, pero no por eso es falso, “hoy todo está en Internet y se puede preguntar.

En fin espero que sigan el hilo y disfruten con “La traducción de Simeón”.


El autor.

La traducción de Simeón

Miguel se dirigió a su librería, como hacía cada mañana desde su cercano piso, cruzó junto al mercado central y siguió la calle, al llegar a su librería, se encontró el candado que cerraba la persiana metálica, cortado y tirado en el bordillo de la acera de enfrente. Miró por la gran ventana protegida por una tupida reja, tras ella varios libros, se mostraban como escaparate, pero no se veía nada del fondo y el resto del escaparate tapaba la mayoría del local, no sabía que podía encontrar en su interior y optó por llamar a la policía.

Debieron avisar a un guardia municipal que se encontraba en la cercana plaza de la Reina y acudió corriendo por la estrecha calle de la Sombra; con la respiración entrecortada por la carrera, preguntó.

—¿Qué ocurre?

—Mírelo usted mismo — contestó Miguel señalando el candado y la puerta.

El guardia hizo una llamada y en diez minutos se presentaba una brigada de la policía nacional, observaron lo ocurrido y provistos de guantes procedieron a abrir la persiana enrollable. Miguel se mantenía inmóvil frente a la librería y pudo ver que la puerta acristalada de madera estaba intacta, gracias a que confiaba en la persiana enrollable y no la cerraba nunca con llave; el gran escaparate estaba intacto y seguía protegido por la fuerte reja, solo al fondo habían algunos libros en el suelo; un guardia se le acercó.

—¿Es usted el propietario?

—Si yo soy, Miguel Torres Fernández.

—Soy el oficial Abel, dejemos que el equipo hagan su labor y cuénteme que ha sucedido.

—No lo sé en realidad, he venido a abrir como todas las mañanas y me he encontrado el candado roto iba a recogerlo cuando me he dado cuenta que estaba cortado por una cizalla. No he querido tocar nada.

—Yo le aconsejaría que compre otro candado mientras investigamos y se lo de al policía municipal de la puerta, él la cerrará, mientras tanto usted me acompaña a comisaría y realizamos el atestado.

—Sii... si — Miguel tardó unos segundos en reaccionar, después se fue a una ferretería cercana y siguió las instrucciones del oficial comprando un candado mucho más grueso. De vuelta lo entregó al policía y se marchó con el oficial.

No tardaron mucho en rellenar el atestado.

—¿Cuándo sabré algo?

—Mañana por la mañana entro a las siete ¿si quiere venir antes de abrir la librería? Le estaré esperando y posiblemente sepamos ... algo.

—Gracias agente, vendré. — Miguel hizo la mención de irse cuando el oficial le dijo.

—¡AH! Don Miguel piense en quien ha podido hacerlo, tal vez el mínimo detalle nos ayude a solucionar el caso.

—Si, ya lo estoy haciendo. Pero no encuentro…a nadie ni... en fin volveré mañana.

Salió de la comisaría y se dirigió con paso firme nuevamente a su librería. Los policías estaban recogiendo ya habían terminado, se acercó al que le había entregado el candado y preguntó si ya podía recoger los libros. No le pusieron ningún impedimento y en cinco minutos la policía desapareció de la calle. Miguel se quedó en la puerta confuso, no sabía qué hacer ni por dónde empezar, por fin se decidió a entrar, mirando a todas partes, como si fuera la primera vez que entraba en la librería, entró hasta el fondo y se quedó mirando, le dio la sensación de que los ladrones buscaban algo en concreto, no habían tocado las revistas ni los tebeos, habían ido directamente a la parte trasera donde se encontraban los libros más antiguos. Solo habían tirado un estante, como si quisieran demostrar su presencia. Miguel no lo entendía; lentamente se puso a recoger los libros al momento se dio cuenta que alguien le ayudaba. Era Vicentín un joven vecino del barrio.

Vicentín debía de pasar los veinte años, tenía un tic nervioso que le hacía mover la cabeza tirando del cuello; observarlo mucho tiempo molestaba. Le costaba hablar, sobre todo cuando estaba nervioso, su madre era viuda y se dedicaba a la limpieza de casas; pues la paga de viudez y la pequeña paga de invalidez de Vicentín no daban para mucho y más teniendo en cuenta los precios de los alquileres en la capital levantina.

Miguel le preguntó.

—¿Sabes leer? ¿lees los tebeos que te doy o solo miras los dibujos?

—Se... se leer y los números también, terminé EGB.

—En ese caso ¿Puedes ayudarme a colocar los libros?

Vicentín movió la cabeza mientras soltaba un tímido ¡Sí! La mañana terminó con los libros recogidos. Vicentín se fue pero antes Miguel le dijo que cogiera unos tebeos. Fue entonces cuando se dio cuenta que la puerta del cuarto posterior donde solía reparar los libros rotos o en mal estado, tenía la cerradura rota. Entró en la habitación, que solo disponía de una ventana al patio interior y encendió la luz. Allí no habían tocado nada, probablemente habrían mirado los dos libros que estaba reparando y no debían de ser, los que estaban buscando. Al salir hacia la calle se acordó de la caja registradora, entró en el pequeño mostrador y comprobó que no habían tocado la calderilla que solía dejar como cambio, no se habían llevado las monedas ni los billetes, Miguel pensó que posiblemente ni la habrían abierto. Cerró la puerta y puso el candado nuevo. Dejó la Valenciana calle de Martín Mengot saliendo a la plaza Lope de Vega junto a la famosa Plaza Redonda de Valencia; su apartamento estaba en la no menos conocida como “Carrer Sistellers” típica por las cestas de mimbre y caña confeccionadas por hábiles artesanas. En las tiendas se mezclaban con muebles y juguetes de madera completamente artesanos. Otras tiendas de bisutería, Zapatos o ropa de trabajo completaban una estrecha calle comercial.

Tras comer y descansar pasó nuevamente por la ferretería y compró una nueva cerradura para la puerta del cuarto de reparaciones.

Mientras reparaba la puerta y atendía a los clientes pensó en las veces que había dormido en el mismo cuarto, antes de comprar el pequeño apartamento en el que vivía. El pensaba que había tenido mucha suerte al encontrar un apartamento a buen precio en el centro de Valencia pero en realidad se vendido económico porque, nadie lo compraba por su pequeñez. No obstante Miguel disponía de una casa mucho mayor en la población de Sagunto (también llamado Murviedro) pero solo la había visitado una vez y tanto el polvo como los veinticinco kilómetros a que se encontraba le hacían desistir de limpiarla para habitarla.

Al día siguiente se presentó en comisaría preguntando por el Oficial Abel, el policía de puerta lo reconoció y le hizo pasar.

—Pase ya sabe dónde está el despacho.

Miguel dio unos golpes en la puerta, mientras escuchaba como el oficial levantando las posaderas de la silla le invitaba a entrar.

—Siéntese por favor— Miguel obedeció y el oficial levantándose y cerrando la puerta, regresó a su asiento tras la mesa y empezó a hablar.

—Bien don Miguel ¿o debo llamarlo Crispulo?

—No por favor, no me gusta ese nombre.

—Se lo cambió usted hace dos años.

—Si así fue cuando vine de Madrid y me instalé en Valencia no me ha gustado nunca mi nombre y como aquí nadie me conocía creí que era el momento, como verá los apellidos no los cambié.

—Exacto sigue llamándose usted Torres Fernández. Como su librería.

—La librería ya se llamaba así anteriormente pertenecía a mi tío Francisco, hermano de mi padre.

—Vamos a ver; usted vivía en Madrid hasta hace algo más de dos años.

¿Puede contarme algo?

—¿Me están acusando?

—No solo investigamos por si algún conocido... por favor cuénteme. Le diré que no lo acusamos de nada y que tampoco hemos encontrado nada quien o quienes lo hicieron llevaban guantes y no dejaron huellas ni pruebas. Eran muy profesionales ¿que se llevaron?

—Nada ayer coloqué los libros en su sitio y no he echado ninguno en falta.

Solo un poco de trabajo.

—Pues no cabe duda que buscaban algo en concreto; por favor cuénteme algo de usted, tal vez así...

—De acuerdo, aunque no creo que le sirva de nada. Yo nací aquí en la población de Sagunto. Mi padre era impresor tenía poco trabajo, pero mi abuela le encontró trabajo en Madrid, por medio de su hermana casada con un madrileño de la capital, cartero por más señas, mi padre marchó a la capital, las cosas le fueron bien y a los dos meses volvía a por mi madre y a por mí.

— Antes de venirme yo a Valencia, seguía viviendo en el primer piso que alquiló mi padre en Madrid. Mi madre falleció hace doce años y quedamos mi padre y yo. Estudié filología castellana mientras por las tardes a ratos, solía ir a la imprenta donde reparábamos libros antiguos y algún incunable “estos solo los tocaba el dueño don Gaspar”. Entre la imprenta y la reparación de libros viejos, el trabajo no faltaba y al terminar mis estudios don Gaspar me ofreció trabajo. No me lo pensé era lo que me gustaba, y me puse a trabajar con él, dos años después a mi padre le detectaron Parkinson y dejó de trabajar. El trabajo debido posiblemente a las impresoras electrónicas menguó y don Gaspar se jubiló con lo cual me vi en la calle sin cobrar despido y con mi padre enfermo, pero sí con dos años de paro. No encontraba trabajo para mi carrera y leí un anuncio, donde pedían camareros para un restaurante en la plaza Real de Madrid, me presenté y me cogieron, con dos prorrogas estuve un año sirviendo mesas. Al final del mismo volví al paro, pero a los pocos meses falleció mi padre de un ictus. Me encontraba solo y el dueño del piso donde vivía quería por todos los medios que me fuera. Me puse a pensar en que mi vida debería cambiar, cogí la libreta del banco de mi padre y la observé (nunca lo había hecho con anterioridad) yo tenía poderes en ella. Al observar los gastos me di cuenta que cobraban recibos desde Valencia. Mi padre no me había dicho nada al respecto; miré en una caja metálica de galletas que tenía sobre el armario ropero, allí solía guardar las cartas y las fotos más queridas, olía a tabaco, por los tres puros que contenía, los tiré y empecé a mirar las cartas. así me informé de que mi tío Francisco, el propietario de la librería, había fallecido hacía cinco años nombrándome su heredero, yo no sabía que disponía de un bajo comercial, repleto de libros viejos, mi padre había dado poderes a una gestoría de aquí y ella es la que se encargaba de todo. Mi cabeza empezó a pensar que podría ser una salida.

A mi padre le quedaban dieciséis mil euros en la cartilla, fui al banco y unifique la suya y la mía.

Miguel se levantó mientras seguía hablando; Abel escuchaba recreado en su silla de despacho.

Miguel tomó aire y siguió.— Nunca tuve coche ni me hizo falta en Madrid, aunque en ocasiones utilizaba la Renault — 4 de la empresa, pese a disponer del carnet de conducir sigo sin vehículo. Llené dos maletas y dejé algunas cajas en una agencia.

Cogí el tren y me vine a Valencia. Dos semanas después, di la dirección a la agencia, donde debían mandarlas, busque alojamiento cerca de la estación y también la gestoría donde cobraban a mi padre. El gestor resultó ser el hijo de la librería que estaba junto a la de mi tío, con sorpresa me enteré que pese a estar puerta con puerta eran más amigos que competencia. Don Tomás a punto de Jubilarse me ofreció unir los dos bajos comerciales y hacer la librería mucho más grande y atrayente. “Como era antes de que mi tío y el, comprasen la mitad cada uno”. El vive arriba y yo le pago un minúsculo alquiler por tener todo el local.

—Debo advertirle que es un poco sordo y es fácil que no haya escuchado nada esta noche. En fin poco mas puedo contarle, desde hace dos años regento la librería Torres sin más. Nunca he tenido enemigos niii… nada que se le parezca.

—Parece que el caso sea simple anécdota, si no fuera porque han roto el candado y han entrado, da la sensación de haber sido curiosos aunque muy profesionales — contestó Abel — en fin don Miguel espero que no le molesten mas.

—Gracias eso espero.


Durante un tiempo la vida de Miguel había vuelto a la tranquilidad, Vicentín lo visitaba diariamente e incluso atendía a algún cliente, cuando Miguel estaba ocupado con otros, terminó conociendo la tienda mejor que el propietario. Poco a poco Miguel le dejó cobrar y se cercionó de que a Vicentín no le ocurría nada que no fuera una enfermedad nerviosa, cuando estaba tranquilo se podía hablar perfectamente con él y apenas movía la cabeza. Miguel decidió hacerle un contrato de minusválido y probarlo como ayudante. Para lo cual habló con su madre y esta aceptó. Vicentín no tuvo que adaptarse pues ya conocía la tienda perfectamente, pero Miguel disfrutó de tener compañía o alguien con quien hablar y descargar algo de trabajo.


Sobre las siete de la tarde entró una mujer de una edad cercana a los treinta y pocos años, delgada y con gafas, con el pelo negro recogido en una cola de caballo, su figura no pasó desapercibida para el librero. Miguel la vio entrar e ir buscando sin rumbo por la tienda, mientras valoraba los libros que había comprado a un señor y que había dejado sobre el mostrador. Acordaron el precio y le pagó. Vicentín llamó la atención de Miguel sobre la señora. Se acercó a ella.

—Puedo atenderla.

—Sí, creo que sí.

—¿Dígame que busca?

—Un diccionario de latín.

Miguel quedó un poco perplejo antes de contestar — ¿para qué necesita tal diccionario?

—Necesito saber la traducción de unas palabras.

—¿Me puede decir cuáles son?

—La mujer se quedó mirándolo y preguntó ¿sabe usted latín?

—No mucho, por mi trabajo lo conozco un poco; pero no necesita comprar diccionario alguno ¿ha pensado en consultar el diccionario de Googel?

—La mujer enrojeció, creyó que la habría tomado por tonta; ella utilizaba casi a diario el ordenador sin embargo no había reparado en que la solución la tenía a mano. La voz del librero la sacó de sus pensamientos.

—¿Puede decirme que palabras son?

La señora sacó un papel del bolso diciendo.— Creo saber lo que dice, estudié latín, pero quería salir de dudas, verá yo estudié Bellas Artes y me encuentro muchas veces con palabras latinas, griegas o… pero no es lo mismo copiarlas, que saber su contenido concreto, también a la fuerza he aprendido muchas, pero no soy una experta. Tome estas son las palabras.

El Librero tomó el papel y leyó


Tutela Fraternitate Fiera.


—Mire señora dijo apoyando el papel sobre el mostrador.

—Carmen por favor — dijo con una leve sonrisa, mirando por encima de las gafas.

—Miguel para servirla — contestó devolviendo la sonrisa — Carmen la traducción textual sería “protección, amigos o compañía, fiera, significa fuerte. Tengo aquí el portátil vamos a comprobarlo.

Miguel comprobó en el traductor de Googel y el resultado fue “Hermandad protectora”

—Está claro que más o menos es lo mismo — contestó Carmen — pero por que ponerlo tras un cuadro con una cruz invertida.

Las palabras de Carmen despertaron la curiosidad en Miguel.

—¿Quiere decir que alguien escribió esas palabras y puso la cruz tras un cuadro?

—Si alguien se tomó la molestia.

—Me gustaría ver el cuadro. Si usted me lo permite.

—Es un cuadro del siglo dieciséis pintado por Sánchez Coello. Lo estoy restaurando, es de un coleccionista privado. Yo tenía a Coello como un retratista y además muy bueno. Pero nunca había visto un cuadro como este. Si quiere verlo llámeme antes.

Carmen cogió un papel que había sobre el mostrador y anotó su número de teléfono y la dirección. A continuación se despidió estrechándole la mano. Hacía tiempo que Miguel no tenía contacto con una mujer y al sentir el contacto de la mano de Carmen, algo le hizo recordarlo.

Vicentín propuso un plan a Miguel; quitar los libros que había sobre unas mesas y acondicionarlas para leer, colocar un cartel en los cristales donde se dijera que por dos o tres euros al mes se podían leer todos los libros que quisieran dentro de la tienda.

Miguel no creía que la idea pudiera tener alguna ventaja, pero no quería desilusionar a Vicentín y accedió, en realidad vendía más libros por correo electrónico que en la propia librería.

Ese viernes llamó a Carmen y concertó una cita con ella en su estudio, mandó a Vicentín a comprar un ramo de flores y a las siete cerró, cargado con el ramo se dirigió al barrio del Carmen, buscó la calle consultando el móvil y se introdujo en una calle estrecha, sabía que se encontraba en la entrada del conocido como “Barrio Chino” el número de la puerta pertenecía a un bar cerrado y por el abandono de la Puerta, debía estar mucho tiempo sin uso. Se percató de una puerta abierta a su lado, se separó y miró el edificio, tenía dos plantas y muchos años. En el papel de Carmen junto al número ponía, puerta uno. Entró en el estrecho portal y encendió la lúgubre luz de solo una antigua bombilla. A su izquierda una puerta que debía dar al bar era el número uno, no tenía timbre y llamó con los nudillos. No tardó en abrir Carmen; llevaba el pelo suelto y una bata blanca. Miguel la vio mucho más bella que cuando fue a la tienda sonriendo le entregó el ramo. Ella se hizo la sorprendida.

—No hacía falta...

—Si vas a compartir tu secreto conmigo es lo menos que puedo hacer.

Un señor salía del estudio. Tras darle dos besos en las mejillas se marcho saludando a Miguel. Este estaba mirando que tras la persiana y la puerta acristalada que debió dar a la calle, no quedaba nada de bar. Todo estaba diáfano con muchas alcayatas en las paredes donde habían colgados cuadros. Al fondo había más luz, tres caballetes y una gran mesa junto a otra más pequeña plegable; el olor a pintura lo impregnaba todo pero no molestaba.

—Puedo invitarte... solo tengo cola, limón y agua.

—No gracias ¿era tu marido el señor que ha salido?

—No, no estoy casada, era mi representante Juan Carlos, corredor de arte o el que me consigue trabajos claros y oscuros.

—¿Oscuros? ¿quiere decir ilegales?

—En cierto modo sí, me explicaré, algunas reparaciones se facturan como venta de cuadros, cuando en realidad no lo son; son reparaciones. ¿Por qué?

—Esa misma pregunta me hacía yo, pero dejemos el tema venías a ver el cuadro.

Carmen se acercó a un caballete y le quitó la sábana que lo cubría. Ante él se encontraba una pintura representando a un obispo empuñando una espada, con rostro violento, mientras sujetaba del brazo a una mujer desnuda. El librero se quedó sorprendido y Carmen lo intuyó.

—¿Qué ocurre?

Miguel había buscado por Internet al pintor y se había informado, de su lugar de nacimiento y de su vida, así como de la pintura que realizaba y las que se conocían. Lo había catalogado como “un gran retratista” digno de estar en el Museo del Prado, donde se exhibían algunas pinturas suyas. Por eso respondió a Carmen.

—No me cuadra que esta pintura sea de Coello, no es su estilo y si no fuera por la perfección que les imprimía a sus cuadros y que este también la tiene, diría que no es suyo.

—Pues si lo es, puedo asegurarlo.

—Fíjate en el gorro del obispo parecen cuernos.

—Si, parece ser lo que quería trasmitir el pintor, ahora miremos la parte trasera.

Giraron el cuadro y Miguel pudo leer perfectamente el mensaje.

—¿Tienes idea a que se refiere?

—Creo que debe referirse, como dice su nombre a una hermandad de protección, posiblemente de cuadros. Podría pertenecer a algunas personas dedicadas a conservar o guardar cuadros... no lo sé.

—De todas formas has hecho un gran trabajo y por lo que veo pintas muy bien.

—Es mi trabajo, últimamente trabajé en la restauración de la iglesia de San Nicolás ¿la conoces?

—No, no la he visitado, veras no soy una persona muy religiosa. Carmen yo quería preguntarte si habías terminado de trabajar.

—Si ya tengo suficiente por hoy.

Pues si has terminado de trabajar y no tienes compromiso alguno, me gustaría invitarte a cenar.

—No, no tengo compromisos, pero no suelo salir con extraños y no voy arreglada para salir.

—No importa, conozco un lugar junto a la plaza redonda donde se come de miedo “El clot” y yo no soy un extraño soy tu traductor oficial. La simpatía de Miguel ganó a Carmen.

—Si tu lo dices... está bien un momento y nos vamos.

El bar conocido por Miguel era donde solía ir a comer todos los días ubicado en un callejón de la plaza Redonda, sacó el teléfono y llamó reservando la mesa que había bajo la escalera.

Mientras paseaban junto al mercado Central en dirección a la plaza Redonda, Carmen preguntó.

—¿Toda la vida has sido librero?

—No soy filólogo, pero nunca he trabajado como tal he sido impresor, camarero, restaurador de libros antiguos y solo llevo dos años de librero. La librería pertenecía al hermano de mi padre, al fallecer los dos yo la heredé.

—¿Estás solo?

—Sí ¿y tú?

—Yo por mi trabajo estoy mejor sola en ocasiones tengo que desplazarme y pasar un tiempo fuera, tengo alquilado un apartamento y mis padres viven en Benifairó de les Valls de donde es mi familia.

—Sabes en ese pueblo nació Sánchez Coello.

—Eso es lo que dicen pero no es así, nació en Benicalaf, un pueblo hoy desaparecido a causa de la Peste, del cual solo queda la pequeña iglesia, está a unos tres kilómetros junto a Benavites.

—Estás mas informada que la Wiquipedia. Perdona que insista pero ¿por qué no estás con tus padres?

—Digamos que me cansé de ir en coche todos los días, además no sabes lo que son los pueblos, cuando una pasa de los veinte ya la consideran mayor y empieza a ser “Machucha”... Mis padres son agricultores y no entienden otra educación, que las costumbres del pueblo. ¿Me dijiste que restaurabas libros?

—Si los sigo restaurando.

—Pues ya tenemos algo en común.


Cenaron y seguían hablando el tiempo pasó sin darse cuenta, al terminar Miguel acompañó a Carmen a su apartamento en la calle La Linterna, vivían cerca pero nunca se habían cruzado. No fue la primera vez que se vieron a partir de ese día los fines de semana los pasaban juntos y su atracción fue creciendo.

Desde que pusieron el cartel en los cristales de la librería dando el servicio de lectura, solo algunos estudiantes y un señor obeso, vestido muy pulcramente, solían utilizar los servicios de la librería. El señor obeso entraba, mostraba el recibo y se dirigía a los libros más antiguos en ocasiones tan solo los ojeaba. Esa tarde se quedó mirando al librero y le preguntó.

—¿No tiene usted una biblia antigua?

—Tengo varias biblias están...

—Ya sé donde están pero son del siglo veinte, no me interesan quiero algo más antiguo — el hombre se fue a mirar por las estanterías.

—Espere un momento tengo una recién restaurada. No la tengo en venta creo que pertenece al siglo dieciocho. Se la mostraré.

Miguel entró en la habitación de reparaciones y sacó la Biblia, las tapas eran del tamaño de un folio y su grosor de seis centímetros, las tapas eran rojas y poco adornadas solo unas letras en oro daban fe de lo que era y anunciaban su procedencia.

El señor la abrió y dijo — ¡esta me sirve! — la estuvo leyendo y tomando notas en un bloc que compró allí mismo. Al salir la entregó en mano a Miguel, este le preguntó.

—¿Es usted religioso?

—No señor soy profesor de historia antigua. No la pierda es una buena Biblia del siglo diecisiete y no está muy intervenida. El profesor se dirigió a la puerta.

“Intervenida” pensó ¿a que podría referirse?

El señor salió mientras Miguel se quedaba intrigado. Dos días más tarde mientras el profesor ojeaba de nuevo la Biblia, entro una despampanante señora, tan alta como Miguel, vestida con chándal de deporte, media melena, rubia y ojos azules. Pese a que hablaba perfectamente el español, Miguel decidió que debía ser de un país nórdico, se acercó al mostrador y preguntó.

—¿Tiene usted una Biblia antigua? ¿muy antigua?

Era la misma pregunta que había hecho el profesor, dirigió la mirada hacia donde él estaba sentado y vio como el profesor movía la cabeza de forma negativa

¡Que no! Entendió Miguel, respondiendo, no lo creo, las que tengo son muy actuales y se encuentran en aquella estantería (indicó con el dedo). La rubia dio otro paseo por el local y se marchó. Cuando el señor devolvió la Biblia; Miguel le preguntó.

—¿La conoce usted?

—No pero… es mejor que usted no tenga nada con ella.

Sin más palabras se marchó, mientras Miguel miraba el nombre del profesor en el archivo.

“Isaac Admet” era el nombre que había anotado Vicentín. No le costó mucho deducir que el nombre no era español, aunque si el número del carnet de identidad y la nacionalidad.

Al día siguiente cuando iba a abrir había una pintada con espray en la acera “Sicarii” Miguel no le dio más importancia de la que se da a un grafiti y solo pensó en lo que costaría limpiarlo, pero esa tarde cuando llegó Isaac se quedó parado esperó a que el librero dejase de atender a unos clientes y cuando iba a sacar el libro de debajo el mostrador le dijo.

—No, no la saque, ¿sabe usted que significa la palabra que tiene en la puerta?

—No se — se quedó pensando unos segundos y dijo — tal vez signifique “sicario” en Griego.

—No en Griego no, en Hebreo. La palabra es originaria de Palestina. ¿Qué sabe usted de Esenios, Saduceos o Zelotes?

—Nada, nunca he escuchado esos nombres.

—Y está seguro que no tiene otros libros más antiguos de los que ocupan la estantería donde pone “antiguos”.

—Si profesor aquí están los libros de dos librerías de ocasión. Aquí estaban dos librerías separadas por una pared, yo tiré el tabique, ensanché el local y me quedé con todos los libros. Si quiere puede pasar a mi pequeño taller donde reparo algunos libros antiguos, es el cuarto de donde saqué la Biblia.

—Si me gustaría verlo.

—Sígame.

Miguel abrió la puerta y mostró varios libros con valor para él, pero con poco para Isaac. El profesor miraba por la habitación como si buscase algo secreto. Salieron y preguntó.

—En verdad son esos (dirigiéndose a la estantería de los libros más viejos) los libros más antiguos que tiene.

— Profesor ¿Que busca? ¿porque tanto misterio?

—Usted puede estar en peligro y no por mí.

Con estas palabras el profesor abandonó la tienda y Miguel volvió a guardar la Biblia bajo el mostrador. Esa noche apenas llegó al apartamento encendió el portátil y estuvo buscando las palabras que había dicho el profesor; algunas no las recordaba pero como suelen decir “del hilo se saca el ovillo” supo que eran sectas o asociaciones de Palestina, en tiempos de la dominación romana. “Según la wikipedia” y hoy seguramente desaparecidas.

Empezó a interesarse por las sectas y leyó todo cuanto pudo, pero no era suficiente y decidió tener una entrevista con el profesor Isaac. Pero durante la semana el profesor no volvió.


El oficial Abel se personó en la librería y llamó la atención de Miguel; este en cuanto pudo lo atendió.

—Buenos días oficial ¿como usted por aquí ya sabe algo?

—Buenos días, no estamos como al principio ¿conocía usted a un tal Isaac Admet?

—Si suele venir por aquí a leer. Pero ¿cómo sabe...?

—¿No ha notado nada raro en él?

Miguel se quedó pensando – NO hasta que apareció un Grafiti en la puerta, prácticamente no habíamos hablado — Miguel recordó la rubia “nórdica” — excepto el día que entro una mujer de apariencia nórdica, vestida con chándal de deporte ese día me dijo que no fiara de ella. Días después apareció un grafiti en la acera. Cuando yo le hice preguntas sobre el grafiti, me dijo que estaba en peligro y si conocía algo sobre algunos nombres de sectas antiguas, le dije que no aunque ya me he informado. Pero ¿como lo han relacionado conmigo?

—Ha fallecido, mejor dicho lo han asesinado; tenía el carnet de la librería en el bolsillo interior de la chaqueta. ¿Puedes acompañarme?

Miguel quedó perplejo — ¿estoy detenido?

—No, no hay nada contra ti, pero necesitamos a alguien que lo identifique y también me gustaría pasar por su casa y que eches una mirada; tal vez tú puedas encontrar algo que lo relacione o... en fin necesitamos algo por dónde empezar.

Miguel llamó al señor Tomás el viejo librero que vivía sobre la librería y le pidió que acompañara a Vicentín. El hombre no tenía otro trabajo y accedió.

Abel lo condujo al hospital donde le habían hecho la autopsia y por el camino le informó que el profesor llevaba cuatro días muerto cuando lo encontró la señora de la limpieza, que iba los martes. Llegaron al depósito y un doctor les sacó el cadáver del frigorífico. Descubriéndole el rostro y parte del cuerpo.

Si es el — contestó Miguel. — ¿Estás seguro? ¿Sabes si buscaba algo?

—Me pidió una biblia antigua, lo mismo que la rubia, pero todo lo que tengo está en las estanterías, no les interesaba.

—¿Seguro que no tienes libros raros?

—¡Sí! no le miento, solo tengo dos años la librería y allí está todo lo que encontré. A no ser que durante el tiempo que permaneció cerrada, alguien...

—Está bien te creo.

No hicieron falta más palabras, salieron del depósito y se dirigieron a casa de Isaac. Abel sacó un rollo de precinto del coche y subieron al piso, quitó el precinto y entraron. El guardia que conducía el vehículo entró con ellos.

—En este caso, como en el suyo, no hay huellas y creemos que hay una relación, póngase estos guantes y observe cuanto quiera si necesita tocar algo a continuación vuelva a dejarlo en su sitio como estaba. Todo está como lo encontramos.

—Entiendo — contestó Miguel. En realidad se sentía como el protagonista de una novela de misterio o el ayudante Watson. Vio donde había estado sentado el profesor y donde había caído el cuerpo de la silla; la bata ensangrentada, daba un cierto tufillo a sangre seca que se esparcía por el piso. Se fijó y dijo — debieron matarlo al salir de la ducha — la puerta permanecía abierta y recapacitó. Solo había visto el rostro del difunto, pero no sus heridas. — Tal vez se disponía a vestirse para ir a la librería cuando lo mataron, pues la ropa limpia esta sobre la cama.

—Abel no me has dicho como lo mataron.

—Presentaba una herida bajo el omóplato y otra ascendente bajo el esternón buscando el corazón con arma blanca.

—Si y posiblemente un arma curva.

—¿Cómo lo sabes? Esa es la opinión del médico forense.

—Es obra de una secta antigua llamada “Sicarii” Sica es el nombre de la daga que empleaban para sus asesinatos; tenían su base en palestina.

—¿Ese no es el nombre del grafiti que había en tu puerta?

—Si, así es, e hizo que me interesara en buscarlo en la Wikipedia. ¿Te importa si miramos los libros del difunto?

—No puedes mirar donde quieras.

Durante un buen rato el librero fue observando concienzudamente los libros que había en una estantería, algunos los sacaba y miraba en su interior. Por fin los dejó miró un buró y preguntó.

—¿Alguien ha visto el Buró?

—Si no hay ningún papel escrito. Puede que se los llevaran.

—¿Miramos su armario?

—Como quieras.

Volvieron a la habitación y registraron el armario ropero y los bolsillos de la ropa, nada en el interior y nada por encima, no sabían que buscaban y el asesino tampoco había buscado, o al menos es lo que parecía, iban a salir de la habitación cuando Miguel se percató de que las mesillas de noche tenían piedras de mármol en

la superficie, volvió sobre sus pasos y entrego la lamparilla a Abel, al levantar la piedra no encontraron nada, pero hicieron lo misma con la otra e iba a dejarla cuando Abel se percató que algo se desprendía del mármol. Había un folio medio pegado a la piedra lo cogió mientras Miguel dejaba la piedra en su sitio. Miró el papel era un recibo un contrato o más bien una factura; en ella Françoise de Gol vendía una traducción a Francisco Torres por la cantidad de tres millones de pesetas, con fecha dieciocho de febrero de mil novecientos noventa y ocho.

—Eureka — exclamó Miguel al leer el documento. Mientras Abel depositaba la lamparilla sobre la mesita.

—¿Qué ocurre? Todo se resuelve con un papel.

—Toma mira, aunque este no es el original es una fotocopia mal hecha o fotografiada

—Solo es un recibo.

—Si pero la firma es de mi tío el antiguo propietario de la librería y seguramente este es el libro o traducción que van buscando.

—¿Lo tienes tú? Debe de valer mucho dinero ¿que contiene?

—No sé nada de ese libro te aseguro que nunca lo he visto, posiblemente mi tío lo vendiera antes de fallecer.

—Si puede que lo hiciera, pero eso lo deben saber los asesinos, el papel te complica a ti y te pone en peligro.

Por un momento Miguel se vio perseguido y muerto por una sica, su rostro cambió del moreno al blanco, poco a poco volvió en si mientras Abel lo observaba.

—No creo que quieran matarme — dijo firmemente pero lleno de dudas.

—¿Por qué?

—Si tienen conocimiento de este papel y creo que sí; su único interlocutor soy yo. Y si como pienso, creen que lo tengo ¿cómo lo conseguirán si me matan? En cuanto al profesor, posiblemente lo mataron por no querer colaborar.

—Mejor será que sea así yo también lo creo. Según las pocas pistas de que disponemos debió salir del baño y ser atacado por la espalda, seguramente después lo sentaron en la silla y lo interrogaron, tras no querer colaborar o desconocer donde estaba lo que buscaban, lo mataron de frente.

—Si creo que es lógico lo que piensas; a quienes lo han matado, solo les interesa la traducción que compró mi tío y serán los mismos que registraron mi tienda.

—Si Miguel estoy convencido que así es. Vamos te llevaré a tu casa.

Salieron del piso y tras poner nuevamente los precintos en la puerta, volvieron a la librería. Al entrar Miguel se quedó mirando la fotografía que colgaba tras el mostrador, eran las antiguas librerías que ocupaban la actual plaza Lope de Vega, todas pintadas de verde y parte de ellas construidas en madera. Habían sido demolidas para ensanchar la plaza y algunas se habían trasladado a lo largo y ancho de Valencia. Miguel solo había venido en dos ocasiones a Valencia pero las recordaba cómo eran, con sus pilas de libros amontonados y donde se podían cambiar todo tipo de Tebeos o cromos. Parecía que al recordarlas su típico olor volvía a su olfato. En una foto posterior vio la casa que construía redes de pesca y capazos, en su puerta siempre estaba colgado el típico “Rall” (red que se lanzaba desde la orilla del mar para pescar). Recordó que sus pensamientos eran de hacía más de veinte años y sintió nostalgia; Vicentín y el señor Tomás le hicieron saber que era hora de comer.

—Llámame cuando me necesites — dijo Tomás — hoy me he sentido como antaño, entre libros.

—Señor Tomás me ha hecho un gran favor, puede usted bajar cuando lo desee y sentirse como en su casa.

—Gracias hijo, pero ahora hay que comer y mi estomago parece un reloj, en fin si me necesitas ya sabes...


Miguel seguía saliendo con Carmen los fines de semana, los sábados habría la librería, pues era el día que más se vendía, pero ese sábado Miguel tenía otros planes y no pensaba abrir, por tal motivo ese viernes llamó a Carmen para ir a cenar. A las nueve Miguel salía hecho un pincel de su apartamento, sin saber que el vecino del tercero lo esperaba en la puerta.

—Señor Miguel por favor.

—Si, dígame señor Lorenzo.

—No sé si seré oportuno, pero quería decirle que si necesita un ayudante, yo... verá llevo seis meses en el paro... mi hijo está estudiando y como sabe mi Matilde falleció y…

—Señor Lorenzo si no le molesta o es preciso hablaremos el lunes, por favor hoy tengo prisa, disculpeme, buenas noches.

Miguel Simplemente andaba unos metros y torcía por la calle, La Linterna en busca de Carmen, pero en tan corto trayecto pensó en las palabras de Lorenzo, seguramente quería pedirle ayuda; verdaderamente sí que la necesitaba, Miguel recapacitó, estaba dispuesto a coger un empleado cuando se presentó Vicentín, pero el chico era limitado, el negocio no iba mal y si lo contrataba tendría más tiempo para sí mismo, enfrascado en sus pensamientos llegó a la puerta del edificio donde vivía Carmen, solo tuvo que pulsar el timbre para escuchar en el interior del portal la voz de Carmen diciendo — ya voy. A los pocos segundos se escucharon los tacones bajando las escaleras.

—Buenas noches Miguel.

—Estás preciosa Carmen ¿te apetece cenar caracoles entre otras cosas?

—Gracias, digamos que sí.

—En ese caso vámonos por la plaza de San Agustín y cruzaremos a la calle Pelayo, conozco un bar donde los hacen con una salsa riquísima. Están para chuparse los dedos.

—Pues vamos a por ellos.

Carmen tomó el brazo de Miguel, se sentían felices el uno junto al otro, durante la cena la conversación giró en torno al trabajo, pero a medida que pedían los postres el tono de la conversación parecía cambiar. Por fin él se decidió a dar un paso que llevaba pensando unos días.

—Carmen — dijo mirándola a los ojos y cogiéndole las manos, mientras ella esperaba sus palabras con una sonrisa — he pensado en comprarme un coche.

No eran precisamente, las palabras que esperaba escuchar Carmen, pero no borró su sonrisa, contestando.

—No te hace falta coche, no entiendo por qué quieres comprar uno, vives cerca del trabajo

—Verás, tengo una vivienda en Sagunto, en la que no he vivido nunca, había pensado limpiarla y pintarla, con el fin de vivir en ella con la mujer que amo. Claro si tú estás de acuerdo en compartir tu vida con la de un simple librero.

—¿Me estas pidiendo relaciones?

—No, te estoy pidiendo que unamos nuestras vidas para siempre.

—Miguel creo que esta es la declaración mas atípica que…

—Carmen verás la casa es grande pero solo he estado una vez en ella por curiosidad y había mucho polvo y en fin para vivir en ella, necesito a la mujer que quiero y que todo esté a su gusto.

Carmen lo miraba sonriendo y al fin le dijo.

—Cállate, es la forma más rara que he conocido de pedir relaciones a una mujer; pero en este momento, solo desearía darte un beso con todas mis fuerzas y mi cariño.

Pagaron la cuenta y al salir unieron sus labios sin importarles los transeúntes, unidos más que cogidos regresaban por la calle Barón de Carcer, mientras decidían que al día siguiente partirían hacia Sagunto en el tren de las nueve y diez.

Y como lo decidieron lo hicieron una nueva ilusión había nacido en sus corazones que les alentaba a seguir sus planes. Mientras viajaban veían por la ventana los fértiles campos Valencianos, sonreían cada vez que sus miradas se cruzaban, todo denotaba su felicidad, Carmen parecía más parlanchina que nunca, ella que siempre se mostraba muy modosita parecía haber despertado de súbito. Llegaron a Sagunto y enfilaron la calle Mayor, apenas cruzar la antigua carretera de Barcelona. Pese a llamarse la calle Mayor, era una de las más estrechas de la población, solo superada por algunos callejones de la “Judería”. Apenas podía pasar un coche y aunque algunas casas disponían de garaje, este solía estar retranqueado en la vivienda con la puerta de bies. Caminaron un buen tramo, mientras Miguel daba algunas explicaciones; pocas pues no conocía mucho la ciudad, solo aquello que había leído por Internet. Mirando a su izquierda dijo. Mira este es el palacio del Delme, unos pasos más y estamos en mi casa.

Apenas llegaron, Carmen observó una puerta metálica para garaje y a su lado otra puerta de más de un metro. Miguel abrió la puerta mientras explicaba.

El garaje es parte de la casa, no hay coches en su interior.

Entraron y Carmen se encontró con una amplia estancia, hacia su derecha la estancia crecía tres metros más, formando un amplio recibidor con tres sillones, mientras que a su izquierda debía estar el Garaje. Dos puertas de cincuenta centímetros a la izquierda, parecían un armario o ¿serían las puertas interiores del Garaje? A cuatro metros y medio frente a ella unas amplias puertas con lujosas cristaleras cerraban el recibidor, las puertas abrían en ambos lados. Otra gran sala seguía a continuación era el salón comedor con una hermosa chimenea, en frente a la izquierda, dos puertas pertenecientes a la cocina y el aseo. A su derecha la escalera que subía a las habitaciones superiores y frente a ella la puerta del antiguo corral. La abrieron y el sol entró con todo su esplendor.

A Carmen le gustaba todo cuanto veía, la casa tenía un encanto clásico, los techos estaban formados por las típicas vigas de madera formando arco entre ellas, (como a ella le gustaban). Subieron a la planta superior con amplias habitaciones, dos de ellas completamente vacías. Descubrieron algunos muebles clásicos que resultaron ser del agrado de Carmen, se volvió hacia Miguel cogiéndole las manos.

—Me gusta todo, los muebles, la casa como está pintada o distribuida. Incluso hay espacio para mis cuadros, las antiguas cuadras al fondo del patio podrían convertirse en mi estudio o lugar de trabajo, Miguel no me importaría vivir aquí.

—¿Quieres decir que puedo comprarme el coche?

—Sí, pero que quepan mis cuadros.

Inmediatamente Miguel buscó por Internet en la población, una empresa dedicada a la restauración de casas y llamó a la primera.

—¿ Por favor “reformas El rayo”

—Si ¿con quién hablo?

—Verá usted me llamo Miguel y tengo una casa para pintar y limpiar si fuera usted tan amable de venir y hablariamos...

—Oiga, oiga, sabe usted que hoy es sábado y que los sábados no trabajamos, si quiere algo llame el lunes, ahora estoy ocupado y no hay nada tan urgente que no pueda esperar. El señor colgó.

—Miguel siguió insistiendo y buscando, decidió llamar a otra empresa estaba dispuesto a dejarlo zanjado ese mismo día y llamó.

—¿Pinturas y reformas Conesa? — tardaron un poco en contestar.

—Si ¿que desea?

—Tengo una casa para pintar y limpiar, me corre prisa si usted fuera tan amable de venir nos podríamos poner de acuerdo.

—Espere un momento y hablaré con el señor Antonio, en estos momentos no está en casa, pero he reservado su teléfono y le llamaré en breve.

La secretaria o quien fuese colgó y mientras esperaban la llamada bajaron de la parte superior, observando detenidamente toda la casa. Solo con verla a Carmen le había entrado una profunda emoción y no dejaba de planificar el más mínimo detalle. Entonces se percató, que en el salón había una puerta que debía acceder al Garaje la abrió y exactamente así era, inmediatamente pensó en las puertas que había visto en la entrada. Se acercó y las abrió; era un armario o guardarropa y estaba lleno de ropa colgada, abrigos, chubasqueros; bastones, en un lado algunas cajas con libros y otras con objetos de cerámica perfectamente envueltos y guardados, bajo la ropa un jarrón chino de casi un metro de altura. Carmen dijo a Miguel que aunque consiguiera que pintasen la casa, no quería que abrieran el armario para evitar que rompieran algo, mas tarde ella lo forraría de papel pintado, barnizaría las puertas y lo dejaría a su gusto.

El teléfono sonó era el propio Antonio Conesa el pintor.

—Si dígame — contestó Miguel.

—Soy Antonio Conesa, me ha dicho mi hija que quería hablar conmigo.— Si, mire señor Conesa, vivo en Valencia pero tengo una casa para pintar y limpiar en su ciudad, me es difícil por el trabajo venir otro día, si usted pudiera venir hoy hablaríamos e incluso podríamos llegar a un acuerdo.

—Si pero estamos en Onda terminando un trabajo, entre recoger y comer no creo poder estar en su casa antes de las cinco.

—No importa le esperaré, es en la calle Mayor treinta y siete.

—Está bien iré. Hasta las cinco.

—Hasta las cinco don Antonio.

Miguel colgó y le dijo a Carmen.

—Tenemos tiempo de dar una vuelta por los alrededores y buscar un restaurante para comer, ya que hasta las cinco no podrá venir.

—No importa tenemos el día libre y sin nada que nos ate...

Carmen volvió a mirar la casa y los muebles nuevamente en su mente se iba reflejando la imagen de cómo quedaría y la distribución. Todo le gustaba y era lógico, el tío de Miguel había sido un hombre “soltero” con muy buen gusto, un poco clásico y muy culto. Miguel buscó restaurantes y encontró varios cercanos por fin se decidieron por uno que estaba cerca del barrio de la Judería, en la calle que subía al castillo. Era una forma de ir conociendo la ciudad y sus partes más antiguas. El restaurante resultó ser acogedor y con buena cocina. Aún no se habían levantado de la mesa cuando sonó el teléfono de Miguel.

—Si Antonio ¿dígame?

—¿Qué Antonio? Soy Abel “el policía” — se escuchó del otro lado.

—Abel perdona esperaba una llamada. ¿Que deseas?

—He encontrado a una persona que puede aclararnos las dudas sobre las sectas en Palestina. Mañana por la mañana tengo una entrevista con él, como me dijiste que te tuviera al corriente he decidido llamarte por si quieres acompañarme. No es nada oficial, la visita es a título personal.

—Si, si quiero acompañarte, donde nos vemos.

—A las nueve en la plaza de San Agustín, vamos con mi coche. Como te he dicho la visita es extraoficial, solo es por mi interés en conocer algo más sobre los Sicarios y como pueden actuar.

—Si, si entiendo, allí estaré. Hasta mañana.

—Adiós.

—¿Qué ocurre? — preguntó Carmen.

—Era Abel el oficial de policía, recuerdas lo que te conté sobre el profesor Isaac al que mataron y las sectas que me mencionó.

—Si lo recuerdo.

—Pues por lo visto el oficial ha encontrado un experto en sectas y ha concertado una entrevista. Mañana debo estar a las nueve en la plaza de San Agustín.

—¿Puedo ir yo?

—Es una visita extraoficial, por lo tanto no creo que haya impedimento alguno.

—¿Nos vamos? Puede que venga Antonio.

—Si pide la cuenta.

Regresaron a la casa, dejando la puerta abierta para que circulara el aire. Como había dicho Antonio a las cinco estaba llamando con el picaporte de bronce en forma de mano que colgaba de la puerta. Salieron a recibirlo y Miguel no se ando con rodeos; le dijo lo que quería y en un tiempo máximo de quince días. Antonio antes de comprometerse quiso ver toda la casa. Subieron y bajaron escaleras, Antonio parecía anotar metros cuadrados en un pequeño bloc.

—Bien señor Miguel, tiene suerte de que aún faltan dos meses para las comuniones de lo contrario no podría hacérselo tan rápido. ¿los colores? Los han elegido

—Los mismos o similares que hay — Contestó Carmen.

—Yo subiría un poco los tonos de las habitaciones no mucho “son demasiado pastel” no se lleva, el resto como está; quien habitaba la casa tenía buen gusto.

—Está bien — Contestó Carmen — me gusta pero el armario de la entrada no lo toque, dentro se guardan cosas que se pueden romper y además quiero empapelarlo.

—Entiendo, si están de acuerdo con el precio el lunes empezamos.

Miguel y Carmen no tenían otro presupuesto con quien comparar, pero el precio les pareció justo, por lo tanto entregaron la llave al pintor y se fueron en busca del tren, para regresar a Valencia.

Eran las siete cuando llegaron a la capital. Carmen decidió regresar a casa, pues según ella tenía que poner la lavadora.

Miguel aprovechó para subir al piso superior y hablar con Lorenzo. Este le hizo pasar; Lorenzo era un hombre flaco y alto algo más que Miguel debería medir un metro ochenta y cinco, su señora había fallecido recientemente y el llevaba tiempo desempleado, solo tenía un hijo con veintiún años que pasaba los días estudiando y apenas se cruzaba con él, solo en contadas ocasiones hablaban por la noche, pues su hijo se encerraba en su habitación para estudiar o escuchar música. Los muebles del apartamento eran modestos, los mismos que adquirieron cuando se casaron y las letras del apartamento se habían comido todos los ahorros que hubieran podido tener, aunque era tan pequeño como el de Miguel.

—Señor Lorenzo puede decirme usted en que ha trabajado y que estudios tiene.

—Verá don Miguel, yo estudiaba tercero de Bachiller cuando en la empresa donde trabajaba mi padre hacían falta más trabajadores. Me permitió terminar el curso y hacer los exámenes, pensando que tal vez mas tarde podría seguir mis estudios, cosa que nunca ocurrió. La empresa era de albañilería y allí empecé como pinche, fui ascendiendo y al menos durante unos años la cosa fue bien. Pero la construcción es cíclica y vino el parón, vendí fruta trabajé de transportista o más bien de repartidor, ocasionalmente trabajé en una zapatería hasta que volví a la construcción. Como sabe llevamos unos años en que no hay trabajo en mi oficio, solo he conseguido trabajos esporádicamente. Llevo seis meses de paro y este se termina...

—Entiendo, debo advertirle que tengo un empleado, el chico es deficiente pero muy listo aunque su sueldo es el que marca la ley para un chico con sus deficiencias. Le digo esto porque aunque necesito ayuda, la librería no da para mucho y por lo tanto no podré pagarle... un sueldo acorde a... o como usted se merece o ganaría en la construcción. No obstante mientras esté conmigo acumularía paro y siempre podría volver a su antiguo oficio.

—No importa y tampoco necesito vacaciones eso se lo puede ahorrar.

—No hace falta si quieres trabajo yo te lo doy pero con todos tus derechos. De momento tendrías que aprender y ante la duda preguntar a Vicentín o a mí.

—No importa yo me adapto a todo “pruébeme”

Lorenzo parecía estar desesperado y Miguel viendo la cara de necesidad que ponía, le dijo que el lunes lo esperaba en la librería. Al día siguiente pasó a por Carmen y los dos juntos se dirigieron a la plaza, no estaban más de dos minutos cuando un coche paró ante ellos. Reconocieron a Abel y subieron al vehículo. Miguel hizo las presentaciones pertinentes. Cuando salieron de la capital y cogieron la autopista preguntó a Abel.

—Que sabes sobre la persona que vamos a ver.

—Solo sé que era aspirante a cura, parece ser que tuvo algún problema y no llegó a serlo se salió y escribió un libro, ya lleva tres libros editados, un buen amigo al que le gustan las ciencias ocultas y las leyendas antiguas, es quien me puso en contacto con él. Según tengo entendido es un experto en historia antigua. Por lo demás solo sé que nos recibirá en su casa.

Al llegar buscaron la calle, según llevaba anotado Abel y pronto dieron con el domicilio, buscar donde aparcar fue una empresa mucho más difícil y dejaron el vehículo algo alejado. Tras volver sobre sus pasos encontraron el edificio.

Llamaron a la puerta nueve y escucharon una voz que preguntaba.

—¿Quién es?

—Don Vicente Escrivá, soy Abel.

—Suban al tercer piso.

La puerta del portal se abrió y subieron con el ascensor, Vicente les esperaba con la puerta abierta y les hizo pasar. Se saludaron y pasaron a una salita. Sobre la mesa camilla habían varios libros. Se sentaron a su alrededor.

—Don Vicente yo soy Abel y me acompañan Carmen y Miguel.

—Mucho gusto en conocerles, señor Abel dígame sobre que quería preguntarme.

—Mejor que las preguntas las haga Miguel, pero me gustaría saber por qué no llegó a cura, que le motivó a salir del seminario.

En la cara de Vicente Escrivá se dibujó una sonrisa mientras decía.

—Mire señor Abel aunque mi nombre sea el mismo que el del fundador del Opus Dei le puedo asegurar que no tenemos nada en común. Ya no sé si me salí o si forzaron mi salida. Yo era un buen cristiano y creía firmemente lo que me decían, pero un día se me ocurrió comparar los evangelios “me refiero a los cuatro reconocidos por la iglesia” y empecé a encontrar contradicciones y pasajes que no coincidían con la realidad, más bien con lo que hace la iglesia actualmente y con lo que me habían enseñado, claro está empecé a preguntar. Las respuestas para mis preguntas fueron diversas ¡cómo! “eso es un misterio” o “si la iglesia lo manda hay que obedecer” y la más gorda “es pecado desconfiar de las enseñanzas divinas”.

Yo pensaba, ¿si Jesús predicó la pobreza? Como decimos que somos sus seguidores con tanta riqueza y parafernalia, ¿si la iglesia debe ayudar a los pobres por que almacena dinero y joyas? Y lo más gordo ¿por qué hay tantas diferencias entre los evangelios y en parte se contradicen? Llegó un momento que la cosa se puso más que difícil, me miraban como a un apestado o poseso y un día hice mi corta maleta dejando la sotana sobre la cama; nadie preguntó, tampoco yo di explicaciones a partir de ese día me dedique a investigar y anotar todo aquello que me resultaba dudoso o no creible. Creo que me estoy pasando perdonen no hablo con mucha gente.

—No, resulta reconfortante poder hablar abiertamente con una persona como usted, yo soy pintora o restauradora. Hace poco encontré detrás de un lienzo las palabras, “Tutela Fraternitate Fieri” según creemos la traducción correcta sería “Hermandad Protectora” ¿qué puede decirme al respecto?

—¡Sí! quiere decir “Hermandad Protectora” y podríamos añadir “con fuerza o fiereza” afortunadamente hoy desaparecida.

—¿Afortunadamente? — preguntó Carmen.

—Si era una secta anterior a La Inquisición, y más tarde unida a ella, creo que desaparecieron las dos al mismo tiempo.

—¿A que se dedicaba?

—En realidad hacía el trabajo sucio sin preguntar, dependía directamente de una secretaría del Vaticano. Era alto secreto y dudo que el Papa actual tenga conocimiento de la misma. ¿Dice usted que encontró el nombre tras un lienzo?

—Así es.

—Pues el lienzo en cuestión debía haber sido quemado. Si no fue así es porque, posiblemente alguien lo salvó de las llamas y se lo guardó. De haberlo sabido la Hermandad lo hubieran matado sin preguntar.

—¿Conoce algún acuerdo de la Hermandad con los Sicarii?

—No, no creo que existan ninguna entre las dos sectas. Hoy se llama sicario a cualquiera que mate por dinero. Debemos distinguir lo antiguo de lo moderno.

Era el turno de Miguel y no perdió el tiempo.

—Don Vicente, yo quería preguntarle sobre las sectas de Palestina, en tiempos de Jesús y de los romanos.

—Bien, sigamos un orden, e intentaré ser lo más breve posible; en realidad no se si se pueden llamar sectas o agrupaciones con pensamientos diferentes. Fuesen lo que fueran, estaban los Esenios, incluso hoy existe la puerta llamada de los Esenios en Jerusalén, solían vivir en pequeñas comunidades separadas y muy pocos vivían en las ciudades, su secta se remonta a dos siglos AC. tras la revuelta Macabea, (166—159) AC se retiraron al desierto bajo el mando del que era su nuevo líder “El Maestro de Justicia” tanto Juan Bautista como posteriormente Jesús bebieron de su sabiduría. Se discute y especula si fueron ellos o los Saduceos los autores de “los rollos del Mar Muerto”.

Los Saduceos eran los descendientes del sumo sacerdote Sadoq, nombrado directamente por Salomón, se cree que estaban enfrentados a los Fariseos; según se deduce de los escritos de Josefo, negaban parte de las sagradas escrituras e intentaban colocarse en los cargos más importantes, muchos de ellos formaban parte del Sanedrín y en realidad fueron quienes condenaron a Jesús por diferencias religiosas. Caifás era Saduceo, no fue Pilatos quien lo condenó y lo mandó crucificar, el se lavó las manos y lo entregó a los sacerdotes; estos fueron quienes ordenaron su ejecución. Los Saduceos solían mezclarse con la casta dominante para conseguir sus propósitos y no dudaban en ir contra su propio pueblo, para conseguir sus propósitos.

Los zelotes: Llegados a este punto cabe aclarar que los Esenios tenían vínculos con el brazo armado de los zelotes, algunos escritos los vinculan directamente y otros añaden además, en la parte más extremista a los sicarios. Si hemos dicho que Jesús y Juan el Bautista eran Esenios, cabría añadir que Simón — Pedro era Zelote por ese motivo iba siempre armado, mientras que Judas Iscariote era Sicario o descendía de ellos. Si eso como parece es cierto y hay escritos que lo atestiguan, Jesús pertenecería a la clase culta de la secta, todos ellos querían arrojar a los romanos, unos como Jesús y sus amigos con las enseñanzas recibidas del Torá o Antiguo testamento; por otra parte el sector armado de Simón llamaba a la lucha armada y los sicarios aprovechaban la noche, para matar romanos amparándose en la oscuridad con la sica. La sica era un puñal curvo típico de Palestina y otros territorios cercanos, y a eso deben su nombre los Sicarios.

—¿Puede decirnos algo sobre el bautismo? — preguntó Carmen.

—No existía tal bautismo, los Zelotes tenían por costumbre bañarse y lo hacían a menudo, practicaban el baño como si fuera parte de su religión, bañándose en muchas ocasiones en grupo, es posible que Jesús se bañase con Juan y todos los asistentes pero eso no tenía más significado que sentirse Zelote o más bien Esenio, según ellos con el baño dejaban todo lo malo de este mundo, no sabemos si se referían a la suciedad, sudor o a algo más religioso pero si practicar sus costumbres y ser uno más de la secta o grupo.

Cuando decidí investigar a fondo e intente recuperar los evangelios Apócrifos o lo que quedara de ellos, tras leer todo lo que caía en mis manos comprendí que las personas que los escribieron en aquella época añadían habladurías y mucha fantasía, la mayoría de ellos fueron escritos muchos años después de la muerte de Jesús y por escribas que no habían conocido a los protagonistas. Creo que fue Marcos el primero en escribir su evangelio, de los cuatro reconocidos por la iglesia y lo hizo sesenta años DC. Si tenemos en cuenta los años pasados hasta escribirlos; nos encontramos con otro problema ¿con que edad conoció a Jesús? ¿Tal vez con veinte? si sumamos sesenta y veinte son ochenta. ¿Con que edad falleció Marcos si en su época pocos pasaban de los cuarenta o como mucho cincuenta? De los demás evangelistas mejor no hablar y para colmo nadie estaba para escribir cuando nació Jesús, ni lo conoció en su niñez. ¿Cómo han llegado los reyes magos a nuestros días? Caso diferente tenemos con Mateo, este sí sabía escribir pues era recaudador de impuestos incluso se dice que en su casa se celebró la última cena y era donde se reunían, el problema radica en que Mateo escribió sus evangelios veinte años después de Marcos o sea ochenta DC. ¿Qué edad tenía, los pudo escribir de su puño y letra?... lo dudo. De los demás mejor ni habar, Lucas noventa años después y Santiago a los ciento veinte DC. He aprendido que hay que tomar los escritos antiguos, como solemos decir con pinzas, ya que la fabula se confunde con la realidad y no solo en los canónigos, también ocurre lo mismo con los Apócrifos.

—¿Sabe cómo se decidieron por los cuatro que nosotros conocemos?— preguntó Carmen.

—Sí, Constantino y el obispo Osio de Córdoba le encomendaron el honor a Anastasio obispo de Alejandría, eso ocurrió pasados trescientos veinticinco años DC. Por entonces los evangelios no estaban unidos, los formaban varios libros formados en su mayoría por cartas. Él fue quien los unió e hizo la lista de los veintisiete libros que formarían los evangelios del Nuevo testamento. Destruyendo los que llamó “Apócrifos” que en griego quiere decir “libro oculto”. Afortunadamente van apareciendo nuevos pergaminos y escritos guardados como los rollos de Qumrán que en sintesis es el antiguo testamento y siguen apareciendo más. Como el evangelio de Felipe, el de Judas, Zacarías, María Magdalena etc. También la arqueología demuestra errores en el antiguo testamento como por ejemplo que las trompetas que derribaron las murallas de Jericó, no fueron tales, al menos como se ha contado, las murallas ya estaban destruidas a causa de un temblor o terremoto cuando los israelitas llegaron y no hubo tal guerra, puesto que los dos pueblos se unieron pacíficamente. Por otro lado el pueblo filisteo tardó mil años más en aparecer como tal pueblo y ocupo la franja del mar. No existían como pueblo en la época que se les nombra y por lo tanto no pudieron luchar con ellos. En fin fallos como este pueden ser a causa del traductor, como digo todo lo referente a la época o anterior “hay que cogerlo con pinzas”.

Los tres atendían las explicaciones de Vicente sin querer interrumpirle.

—Deseáis saber alguna cosa más. La historia es muy larga si se dan explicaciones.

—Carmen dijo ¿los milagros y el diablo?

—Cuentos de niños, nadie estuvo en el desierto con Jesús de dónde sacaron la historia de las tentaciones y los cuarenta días de ayuno. Si Jesús como dicen era dios no necesitaba engrandecerse contando que había derrotado al diablo y como he dicho antes ¿quién lo conoció en su niñez que supiera escribir? Pero sobre todo que supiera quién sería después. Las mentiras tienen patas cortas. Muchos de los milagros tienen explicación. Pero como iba dios a consentir que un fraile hiciera más milagros que él mismo. Lean la vida de San Vicente Ferrer, se hinchó a realizar milagros en Valencia y después nos repudió sacudiendo el polvo de sus alpargatas y no queriendo volver por su patria sus huesos están en una urna en Vannes (Francia). También maldijo a Mallorca y les anunció su hundimiento, (que todavía no ha ocurrido) creo que no era tan bueno ni hizo tantos milagros. En una época aparecían imágenes por todos los pueblos y todas eran milagrosas. Hay que entender que eran cosas de la época y de la ignorancia. Aunque debo reconocer que siguen igual de ignorantes y adorando imágenes de madera barro o simplemente pinturas.

—Tiene razón — contestó Abel — nos ha dado una gran explicación pero debo decirle que un profesor de historia ha sido ajusticiado con un arma de hoja curva, creemos que con una sica. Él fue quien nombró las sectas de las que usted nos ha hablado. Y una semana más tarde estaba muerto.

Vicente se quedó mirando a Abel, no creo en la existencia de tales sectas en nuestro tiempo. Hace muchos siglos que no sabemos nada de ellas. Creo firmemente que han desaparecido. Cualquiera podría comprar una Sica, se siguen fabricando en muchos países, sobre todo musulmanes y cualquier asesino podría utilizarla.

Todos entendieron que don Vicente tenía razón.

La conversación no daba más de sí y se despidieron de Vicente Escrivá dándole las gracias. Era hora de comer y se dirigieron a la playa de Gandía, comieron, se pasearon y discutieron sobre las palabras de Vicente. Un airecillo de levante empezó a soplar y el día se hizo más fresco, subieron al coche y regresaron a Valencia.

Para Carmen y Miguel el día había sido intenso e interesante.


Lorenzo esperaba en la portería cuando Miguel bajó del apartamento y tras darse los buenos días se encaminaron juntos a la librería, Vicentín solía llegar una hora más tarde y cuando llegó y vio a Lorenzo colocando los libros en orden, fue en busca de Miguel.

—¿Qué, que pasa? ¿O. O. Ocupa mi puesto?

—No, “es mi vecino, lo he contratado para que te ayude, el es más alto y no quiero que tu subas a la escalera. Y así cuando yo tenga que irme no llamaré al señor Tomas. Además vive en la misma escalera que yo y lo tengo a mano, el no entiende nada de tebeos o revistas. Tendrás que ayudarlo.

Las explicaciones de Miguel fueron del agrado de Vicentín y respiró con tranquilidad

Un joven entró en la tienda y se dirigió al mostrador preguntando.

—Señor ¿aquí compran libros viejos?

—Si — respondió Miguel — claro está si nos interesan.

—Verá tengo una biblioteca completa, mi padre leía mucho pero yo no soy muy aficionado a la lectura, en fin me gustan más las películas y los reportajes; quiero cambiar el salón y quisiera librarme de todos, si cobro por ellos mejor que mejor ¿lo entiende?

—Sí lo entiendo, quiere que me los lleve todos y que limpie la estantería dejándole el salón libre.

—Sí así es.

—Bien, en ese caso le diré que si hay libros que me interesen, puedo pagar, pero si son pocos los que me interesan, no podre pagarle por todos. Habría que verlos.

—Si lo entiendo ¿cuándo puede venir a verlos?

—¿Le parece bien esta tarde a las siete?

—Si me parece bien.— el joven sacó una tarjeta de la cartera y escribió detrás la dirección, entregándola a Miguel, mientras decía— está junto a la finca Roja.

—Si se donde está,

—En ese caso hasta las siete.

—De acuerdo allí nos veremos.


Caía una fina llovizna cuando Miguel salió a la calle, cogió el paraguas y se dirigió a la finca Roja, Lorenzo se ocuparía de cerrar la tienda. La finca se encontraba aproximadamente a algo más de un kilómetro de la tienda, con paso firme fue cruzando calles hasta llegar a la dirección indicada. Leyó el dorso de la tarjeta, piso cuarto, puerta doce. Llamó a la puerta el dueño le estaba esperando.

—Pase es por aquí.

El joven lo llevo al final del pasillo donde se encontraba la biblioteca, ante la vista de Miguel se mostraban tres de las cuatro paredes de la estancia, llenas de estanterías repletas de Libros solo las ventanas o puertas estaban exentas. Mientras escuchó que a su espalda una voz decía — comprende ahora porque quiero deshacerme de tanto libro — Miguel no contestó solo movió la cabeza afirmativamente y se dedico a ojear los tomos; ante la atenta mirada del propietario. Tras diez minutos de concienzuda observación y tras sacar algunos para ojearlos, se dirigió al joven.

—Solo aproximadamente una quinta parte de ellos me resultan interesantes y usted quiere que me los lleve todos ¿es así?

—Si es así.

—¿Será usted quien los lleve a la tienda o tengo que pasar yo a recogerlos?

—Usted se los lleva.

Miguel movía la cabeza — en ese caso el coste es elevado para mi he de llamar a una agencia de trasporte y eso rebaja el precio.

—Un momento cuanto me daría si los llevase yo a su tienda.

—Podría llegar a los trescientos euros. Como le he dicho no todos tienen venta y además es una inversión a muy largo plazo, no sé cuando recuperaré algo.

—Si lo entiendo ¿y si no se los llevo yo?

—Por menos de cien euros no creo que ninguna agencia me realice el trabajo.

—Entiendo, yo creía que podría sacar al menos quinientos. Tendré que vender algo más, Muebles o... La mesa llévese la mesa y las estanterías, lléveselo todo.

Miguel se había estado fijando en la mesa del despacho con incrustaciones de marquetería, mientras el joven seguía diciendo.

—¿Y si usted los empaqueta y yo en tres o cuatro viajes los llevo en mi coche, tumbándole los asientos traseros caben muchas cajas?

—¿Si incluimos la mesa y la silla? Le ofrezco seiscientos por todo si usted lleva los libros.

El joven se quedó pensando, le quedaría el muerto de las estanterías y él quería vaciar la habitación. Por fin respondió.

—Setecientos y se lleva también las estanterías.

Las estanterías no me interesan tengo la librería repleta de ellas. Y tengo que llamar a un transportista.

En fin cerremos el trato le doy seiscientos cincuenta, usted lleva los libros a mi tienda y yo me llevaré los muebles, pero estos dentro de quince días.

El joven estuvo de acuerdo y mientras le estrechaba la mano dijo.

—Me llamo Andrés el sábado no trabajo, me viene de perillas para llevarlos a su tienda.

—En ese caso pase por la librería a las nueve se llevará cajas y dos personas para colocarlos en ellas.


Con el trato cerrado cogió el paraguas e inició el camino de retorno. A lo largo de la calle San Vicente, aunque era de noche y seguía cayendo llovizna, no era muy tarde y se dirigió por la avenida Barón de Carcer en busca de la calle Linterna, para hacerle una visita a Carmen. No había un alma por la calle solo algún que otro coche circulaba, haciendo saltar el agua de los charcos. Miguel caminaba pegado a los edificios cuando una rara sensación le invadió. Escuchó pasos tras él se paró y los pasos pararon, se volvió y vio a una señora mirando un escaparate; la señora siguió con su peculiar taconeo y pasó al lado del librero, este siguió su camino pero no torció a su derecha donde estaba la calle de Carmen, siguió adelante sin inmutarse seguía teniendo la sensación... Cuando llegó al mercado Central doblo la esquina y se apresuro a saltar la verja de escasamente ochenta centímetros que daba a la puerta de los antiguos urinarios (en la actualidad cerrada) bajó los cinco escalones y cerrando el paraguas se ocultó en la penumbra, no tardó en pasar la mujer nórdica. Miguel tuvo la convicción en ese momento, de que su vida corría peligro. Se preguntaba ¿quién sería aquella mujer? ¿Sería una asesina o simplemente lo vigilaba? Fuera como fuese no le gustaba nada el asunto, pese a decirle al oficial que no tenía miedo, ahora Carmen había entrado en su vida y le prometía un feliz futuro. Mientras regresaba a su casa pensaba que tal vez no había sido tan buena la idea de dejar Madrid y seguir el oficio de librero de su tío.

Se le ocurrió que tal vez el viejo Tomás podría saber, que hacía su tío con los libros valiosos por su antigüedad.

Al día siguiente Tomás se iba al horno como todos los días. Miguel barría la puerta de la librería, cosa que no hacía muy a menudo apenas salir del portal lo abordó.

—Buenos días señor Tomás, ¿podría contestarme a una pregunta?

—Buenos días Miguel, si está en mi mano como no. ¿Qué quieres saber?

—En caso de tener libros antiguos con un cierto valor ¿que solían hacer usted y mi tío? Quiero decir...

—Se lo que quiere decir. Cuando por casualidad cae un “incunable” en nuestras manos, “cosa harto difícil” o algún libro de valor; tanto tu tío como yo los mandábamos a Madrid a una casa de Subastas ¿cómo se llamaba? ¡ah! Si Ferdinan; ya casi había olvidado el nombre.

—Sabe si mi tío antes de Fallecer mandó algún libro valioso.

—No, no tengo noticia de ello, no siempre nos lo decíamos todo. Tu tío vivía en su casa de Sagunto y puede que allí encuentres facturas o papeles... en fin no puedo decirte nada más. Entiende que no solíamos preguntarnos por nuestros actos o negocios.

—No importa ha sido de gran ayuda. Gracias nuevamente señor Tomás.

El viejo sonrió y siguió su camino en dirección al horno. Mientras tanto Miguel entraba en la librería pensando que él no había encontrado, facturas viejas ni papeles en la tienda ni tampoco en su casa era como si su tío hubiera limpiado la historia de la librería.


El sábado antes de las nueve un monovolumen paraba a la puerta de la librería Lorenzo y Vicentín cargaron las cajas y subieron al vehículo. Les aguardaba un arduo trabajo, no obstante a la hora de comer habían terminado, las cajas se habían amontonado en la tienda pese a entrar algunas en el cuarto de las reparaciones. Miguel observaba las cajas apenas las descargaban y los libros que creía de más valor los iba dejando sobre la mesa de la habitación donde los encuadernaba. Lorenzo entró en el cuarto.

—Don Miguel es hora de cerrar.

—Está bien iros, yo cerraré.

Los dos empleados salieron pero Miguel se quedó ojeando algunas cajas. El teléfono sonó.

—Si Librería Torres.

—¿Es usted don Miguel?

—Si Yo soy ¿con quién hablo’

—Soy Antonio “el pintor”

—Oh perdone no había reconocido su voz.

—Le llamo para decirle que la casa está terminada, limpia y apunto para ocuparla, puede pasar cuando quiera a verla.

—En ese caso mañana le haré un traspaso.

—¡Señor Miguel mañana es domingo! y dentro de cuatro días empiezan las fallas. Estamos a diez de marzo.

—Si tiene razón Antonio lo sé, solo que estaba inmerso en un trabajo... ¿En qué estaría yo pensando? En fin podemos vernos mañana intentaré llevarle todo el dinero, utilizaré los cajeros y espero reunir suficiente, ¿A qué hora nos vemos?

—Conoce el bar Musical... no mejor a las diez y media en su casa.

—Procuraré estar pero voy en tren y no sé el horario...

—Entiendo llámeme cuando llegue a Sagunto.

Carmen hacía señas desde la entrada, Miguel se acercó a ella.

—¿Sabes qué hora es?

Miguel miró su reloj ya pasaban de las nueve quince.

—Perdona se me ha ido el santo al cielo, te importa si vamos al bar del callejón y cenamos

—No todo lo que cocinan esta sabroso y además me gustan las tapas. Pero ¿qué te ha ocurrido?

—He realizado una compra de muchos libros y estaba ojeando los que considero más valiosos o más fáciles de vender, en fin tengo trabajo para días. Por cierto con los libros e comprado un hermoso escritorio y un montón de estanterías.

—¡Pero si tienes la tienda repleta!

—Estas son buenas de madera y prácticamente son gratis, sustituiré algunas de la tienda y el resto podemos llevarlas al salón superior de la casa, donde tú puedes montar tu estudio. O a las antiguas cuadras, bueno ya decidiremos.

—¿Puedo preguntarte con quien hablabas?

—Si con Antonio el pintor, nos espera mañana para entregarnos las llaves, la casa está terminada.

Para Carmen era el principio de una nueva e ilusionante vida. Pero quería tomársela con calma.

—Creo que debemos ir sin prisas pero sin pausa ¿Ya has comprado el coche?

—No quería buscar antes un garaje para dejarlo, no hay sitio en la calle y los garajes están muy caros. Pero ya lo he encontrado en tu calle, en el edificio restaurado recientemente. La próxima semana lo compraré.

—Que tenga buen maletero, en ocasiones...

—Si te entiendo, los libros han venido en un monovolumen y creo que será lo mejor, siempre lo podremos cargar de...Cualquier cosa.

Carmen sonreía y Miguel se quedó mirándola.

—¿Qué ocurre? Estás ausente o distraído.

—Estoy agotado; cenemos…

—Vale, el lunes quería pasar por el establecimiento cercano, llamado “La huerta Valenciana” he de comprar juegos de cama, toallas...

— Puedes comprar todo lo que creas conveniente, casa nueva, sábanas nuevas y de cama de matrimonio., toallas nuevas y no estaría mal cambiar los colchones. Los dos sonrieron de cama


Al día siguiente subieron al tren y se dirigieron a Sagunto, apenas llegaron a la estación llamaron por teléfono a Antonio. Casi llegaron al unísono a la casa, el pintor abrió la puerta con una sonrisa y entregó las llaves a Carmen. Entraron en la casa “Todo estaba limpio” e incluso el piso de baldosa rustica sin un pero que ponerle. Podían quedarse a vivir ese mismo día. Carmen subió a la parte superior, las habitaciones estaban inmaculadas; sobre las camas solo estaban los colchones. (La casa tenía una habitación de matrimonio y otra con una cama de noventa).

Al bajar Carmen; Antonio ya había cobrado y le dijo.

—La ropa de cama y las cortinas de arriba las hemos dejado en una cesta bajo la uralita del corral.

Carmen asintió con la cabeza y se dirigió al corral, allí bajo unas uralitas estaba la lavadora, intentó ponerla en marcha pero no lo consiguió, estaba claro que debían comprar otra, la nevera era anticuada y olía; eso hizo que se plantearan cambiar todos los electrodomésticos de la casa, ya llevaban ocho años parados, no obstante comprobaron que la encimera y el horno apenas estaban usados, los dos funcionaban a la perfección, muestra palpable de lo poco que su tío comía en casa. Antonio se fue y la pareja quedó sola. Decidieron dejar la puerta entreabierta colocando una silla tras ella y dejando también abierta la puerta del corral para que circulara el aire y eliminase poco a poco el olor a pintura. Carmen había llevado una bolsa de plástico con ella, sacó una bata blanca de las que utilizaba para pintar y se la puso también llevaba un rollo grande de bolsas de basura.

—Miguel los armarios de arriba están llenos de ropa de tu tío, si te parece bien la ponemos en las bolsas y las tiramos al contenedor de ropa — Miguel asintió y subieron los dos a llenar bolsas, alguien desde la entrada de la casa llamaba. Miguel bajó con unas bolsas. Era una señora de más de sesenta años.

—Buenos días señora ¿que desea?

—Buenos días, verá usted, yo tengo una llave de esta casa.

—¿Que usted tiene una llave de mi casa?

—Si ¿y usted quién es?

—Soy el dueño de la casa la heredé de mi tío.

—¡Ah! Ya entiendo.

—Su tío me dejaba una llave por si perdía la suya o se la dejaba en Valencia.

Yo cubrí los muebles con sábanas para preservarlos.

—Se lo agradezco Señora…

—Remedios, me llamo Remedios y soy su vecina — Carmen bajaba con dos bolsas.

—Mire Remedios mi señora Carmen y un servidor Miguel... Carmen es nuestra vecina Remedios y tiene llave de la casa.

—Mucho gusto Carmen.

— ¿Si quiere se la devuelvo?

—No señora si mi tío confiaba en usted, no veo por qué no iba a confiar yo.


Carmen se quedó hablando con la señora mientras Miguel subía a por las dos bolsas que quedaban; a continuación abrió la puerta del garaje y se puso manos a la obra de limpiarlo, mientras Carmen seguía atendiendo a la señora.

Había pasado más de media hora cuando la señora dejó libre a Carmen y esta entró en el garaje.

—Miguel he quedado con la señora Remedios para ir mañana a la tienda de René a comprar la nevera y la lavadora, puede que también compre colchones nuevos y no tengamos que traerlos de Valencia, no me gustan los que hay aquí.

¡Pero Carmen! mañana yo tengo trabajo y precisamente esta semana tengo mucho mas, el viernes es “la plantá” de las fallas y quiero comprar el coche, mañana mismo y...

Carmen le puso el dedo en la boca, haciéndole callar, a continuación lo besó, Miguel había quedado desarmado.

—Yo me encargaré de la casa. Juan Carlos mi representante está devolviendo algunos cuadros incluido el de Coello. Tengo la semana libre, yo vendré toda la semana hasta que todo esté a mi gusto.

A Miguel no le quedaba más que el derecho a besarla; también él consideraba que las mujeres tienen más gusto que los hombres para organizar las viviendas. Además bastante trabajo tenía el, con organizar la tienda. En cuanto terminó de limpiar el garaje se fueron a comer y por la tarde se decidió a sacar las cosas del armario de la entrada. Carmen puso una vieja colcha sobre la mesa del comedor donde irían depositando las cosas que Miguel sacaría.

Primero el Jarrón con cuidado de no romperlo. El jarrón chino medía noventa centímetros de alto. Lo dejó cerca de la chimenea y Carmen empezó a limpiarlo. Varios bastones y paraguas siguieron sus pasos y a continuación empezó a descolgar ropa de abrigo e impermeables. Cuatro cajas de cartón contenían libros y unas figuras de cerámica. A los lados unas maderas hacían las veces de estantes. En ellas había de todo desde zapatos a sombreros. Lo sacó todo incluidas las maderas. Fue en ese momento cuando se percató de que el piso del armario era de madera. Buscó la luz una solitaria bombilla incandescente colgaba del techo del armario; buscó la llave pero no la encontró, pulsó otras cercanas pero la bombilla no se encendía subió a las maderas del piso del armario y comprobó que la bombilla estaba floja, volvió a dar a los interruptores que habían tras la puerta de la entrada y la bombilla se encendió, su luz era tenue. Posiblemente su tío utilizase la luz que entraba desde el exterior y no la bombilla se acercó a Carmen.

—Cuando compres los electrodomésticos, compra también un plafón para el techo del armario.

—¿Has medido el armario?

—No ahora lo aré ahora.

Miguel midió las paredes interiores y le pasó la nota a Carmen, medía dos metros de largo por ochenta centímetros de fondo y dos treinta metros de alto; las puertas eran de Sesenta por uno ochenta de alto. Como buen librero no tardó en comprobar los libros que guardaba su tío en las cajas de su casa y comprendió que debían ser procedentes de alguna compra que todavía no había llevado a la tienda.

Poco a poco iban recordando cosas.

—Miguel no hay televisión. Y la mía es vieja

—También la mía anótala y hazte una lista, que comprueben la antena y...y.— Miguel se acercó a Carmen.

—Mira Carmen tu quieres venir aquí y lo comprendo, yo quiero dejar limpia la librería y ordenar los libros, también debo hacer el listado y difundirlo en mi página de Internet. Quiero comprar el coche y para colmo el viernes es “la plantá” eso quiere decir que esta semana estarán cerradas muchas calles.

—Entiendo Miguel, yo me encargo de la casa y tú de tus cosas, esperemos que tras San José podamos venirnos aquí los dos juntos.

Miguel miraba a Carmen mientras hablaba con ojos tiernos, la tomó entre sus brazos y la besó intensamente, la mano de Miguel acariciaba con dulzura la espalda de Carmen, los besos fueron sustituidos por las caricias y antes de darse cuenta estaban tumbados en el viejo sofá, media hora después, mientras Carmen acudía al lavabo y se cambiaba de ropa Miguel colocaba unos libros en sendas bolsas de plástico para facilitar el trasporte y llevárselos.


Al día siguiente dejó a sus dos operarios ordenando libros y escribiendo una lista de todos. Mientras Miguel cogía un taxi y se dirigía al polígono Fuente del Jarro. En el taxi llamó al joven de las estanterías y este le confirmó que a las cuatro estaría en su casa, aprovecho para llamar a una agencia de mudanzas. Miró los coches nuevos y los de ocasión en varios locales y por fin compró un monovolumen con solo tres años. Acordando con la compra-Venta, que pasaría a recogerlo tras hacerle unos retoques y pasar una revisión, al día siguiente de San José. Antes había llamado a una agencia de mudanzas y faltaba que le confirmaran si podían realizar el trasporte de las estanterías ese mismo día; mientras volvía a la tienda en otro taxi, le llamaron confirmándole el trasporte.


Miguel entró en la tienda con cara de satisfacción, la mañana había sido aprovechada al máximo y se sentía satisfecho. Por la tarde sobre las seis el furgón de mudanzas descargaba un tercio de las estanterías en la tienda y a continuación se dirigía con el resto, el escritorio y las sillas a Sagunto donde les esperaba Carmen.

Todos se pusieron manos a la obra, de quitar libros para cambiar las estanterías. Entre los tres el trabajo se hizo más liviano.


—Está lloviendo, se presentan malas fallas — comentó Lorenzo.

—Y es hora de irse ya es de noche — confirmó Vicentín.

—Está bien iros yo tengo trabajo. En cuanto a las fallas quedan unos días y el tiempo cambiara estoy seguro.

Los operarios se fueron y Miguel se quedó copiando la lista de libros en su página web. Tan absorto estaba que no vio a la señora o señorita nórdica entrar en la librería hasta que la tuvo enfrente y se sobresaltó.

—Perdone no la he visto entrar, ¿que desea?

—Usted sabe lo que deseo.

—No, no puedo saberlo si usted no me lo dice, me preguntó por una biblia y le mostré las que tenía ¿qué más quiere y porque me sigue?

—Es usted “tonto” ¡quiero la traducción de Simeón!

—Nunca he escuchado nada sobre ese libro y no sé nada al respecto, mire he comprado libros nuevos puede mirar y si lo encuentra se lo regalo.

La rubia se le quedó mirando con muestras de estar irritada, sabía que allí no estaba lo que buscaba; sacó un papel de un bolsillo se lo mostró a Miguel (era una fotocopia del mismo recibo encontrado en casa del profesor). Miguel pensó que alguien se había dedicado a repartir copias del “dichoso recibo” pero se armó de valor y contestó.

—Señora, en septiembre hará tres años que vine a Valencia, no sé nada de los negocios de mi tío, solo sé que hace ocho años que falleció, no conozco más libros que los que hay en la librería y tengo que repetirle, que no sé nada de lo que usted busca. Tal vez se haya equivocado de librería.

—La muerte es el castigo de aquellos que incumplen.

—¿Pero yo que incumplo? Vuelvo a repetirle que no sé nada y que no me gusta que me sigan, doy esta conversación por zanjada. ¡váyase o llamo a la policía! Ya estoy harto.

La rubia sin decir una palabra más salió de la librería, Miguel estaba visiblemente nervioso, miró el reloj de pared que marcaba las diez, cerró el ordenador, apagó las luces y tras cerrar la puerta acristalada, bajó la persiana, dirigiéndose a su casa, apenas dobló la esquina de la Plaza Lope de Vega, una silueta se hizo visible, saliendo de la penumbra de la iglesia de Santa Catalina, era la Nórdica, no había un alma en la plaza y Miguel cansado de verla se dispuso a hacerle frente. No sabía a qué se enfrentaba, la rubia era experta en artes marciales y no le daban miedo los hombres, debido a su corpulencia y destreza, en realidad Miguel no era rival para ella. Lentamente se fue acercando mientras el permanecía inmóvil sin saber qué hacer.

Una gruesa y potente voz se escuchó “Erika”, de la plaza redonda salió un hombre de al menos dos metros de altura, sus hombros medían más de un metro de parte a parte (o al menos eso le pareció a Miguel) era un “mastodonte”. Erika se volvió y con la rapidez del rayo atacó al recién llegado. Lanzaba patadas y puñetazos con la velocidad de una serpiente, mientras que el mastodonte con tranquilidad, paraba sus golpes uno tras otro con sus manos y codos sin apenas mover los pies del suelo. Miguel estaba paralizado mirando la escena, pensó que con un golpe de aquellos se hubiera desecho de él y sin embargo el gigantón no se inmutaba.

Erika se hizo hacia atrás como retrocediendo, pero entonces Miguel se dio cuenta que sacaba una Sica de su cintura, la llevaba oculta bajo el chándal, nuevamente se lanzó sobre el hombretón y nuevamente este paraba sus golpes con gran maestría y la rapidez de sus fuertes brazos sin quitarse la chaqueta, pero en un descuido la sica se clavó en su brazo izquierdo, momento que aprovechó el grandullón para sujetar a Erika de la muñeca y girarla como si fuera de papel, se escuchó en toda la plaza un crujido seguido de un grito de dolor. Erika se echó hacia atrás cogiéndose el brazo derecho con el izquierdo, a continuación echó a correr por la calle de la sombra, mientras corría Miguel vio como el mastodonte se quitaba la sica del brazo y desaparecía, cruzando el arco de la plaza Redonda. La escena lo había dejado paralizado y empezaba nuevamente a llover, la fina lluvia lo volvió en sí, abrió el paraguas y se dirigió a su casa, era difícil digerir lo que había visto, apenas subió al apartamento llamó a Abel y le contó lo sucedido. La policía seguramente alertaría a los hospitales, pues parecía correcto pensar, que Erika era la asesina del profesor.

Miguel no quiso decirle nada a Carmen, seguramente se habían librado de Erika por una larga temporada. No obstante esa noche el librero no conseguía dormir el recuerdo de la feroz lucha no se lo permitía.


El timbre de la puerta insistía sonando, Miguel despertó y miró el reloj. Dios mío debe ser Lorenzo. Se puso el batín y cogiendo las llaves abrió la puerta. Como había supuesto era Lorenzo quien llamaba. Le entregó las llaves y le dijo que no tardaría en ir a la tienda. Se dirigió al baño, al mirarse la cara comprobó sus ojeras.

¿Qué pensaría Carmen si lo viera en esos momentos? Se consoló preguntándose

¿Qué habría visto Carmen en el, pues personalmente no se consideraba muy agraciado? Se vistió y con la tranquilidad de saber que alguien guardaba sus intereses, entró en un bar camino de la tienda y desayunó. Al llegar a la tienda, nada contó de lo sucedido la noche anterior, abrió el ordenador y siguió con su trabajo. A medio día toda la tienda estaba en orden y las biblias habían crecido. En un momento de tranquilidad sacó la biblia que guardaba bajo el mostrador y la observo no había reparado en ella desde que asesinaron al profesor. Solo conocía sus tapas rojas con letras doradas, la abrió mientras recordaba las palabras del viejo “es una buena biblia y no está muy manipulada”. Exactamente era una segunda edición de una biblia del siglo diecisiete; el profesor había dejado varias hojas de bloc en su interior.

La primera hacía referencia a Caín y preguntaba ¿si Adán y Eva fueron los primeros, como Caín encontró a la tribu de su mujer y se casó? En el interior seguían las hojas del bloc pero cuando llegaron los Mandamientos había varias hojas con preguntas, al final había escrito Mussa construyó unos buenos mandamientos para su tiempo, lástima que todos los adapten a sus intereses y no a la verdad actual. El librero leyó el primero y cerró el libro. Había entendido al viejo profesor. No era un libro con mucho valor monetario, por la gran cantidad que habían y difícil de vender; mas para según qué personas era un muy buen libro, pues estaba poco contaminado, por las opiniones o traducciones. Decidió guardarlo para sí mismo, tenía biblias de sobra en las estanterías.

Llamó a Carmen, interesándose por ella y por la casa, ella le hizo saber que todo iba bien y que esa noche no fuera a buscarla pues estaba rendida. Miguel le comunicó la compra del coche y que ya tenía la tienda en orden. También le hizo saber que ya la echaba de menos. No pudo ver la sonrisa de Carmen pero esta quedó satisfecha. Solo llevaba una hora en la tienda cuando recibió una llamada de Abel.

—Abel ¿qué ocurre?

—Alertamos a los hospitales cuando tu nos dijiste lo de la pelea, pero nadie ingresó en ellos, hemos encontrado a Erika muerta por ingestión de cianuro, llevaba una capsula escondida. El brazo estaba roto y dislocado. Tal vez no pudo aguantar el dolor.

—Abel no está bien que lo diga pero, su muerte me causa alivio.

—Lo entiendo. Pero te llamaba por que mañana temprano parto hacia París en viaje oficial y me preguntaba si querrías acompañarme.

—¿Para qué?

—No tenemos más que la copia del recibo que llevaba encima, tu eres el sobrino ¡un Torres!

—Entiendo y quieres visitar a la otra parte del contrato.

—Así es

—Está bien, donde y a qué hora.

—M he permitido comprar los billetes, salimos a las diez pero te recogeré a las ocho en la plaza de san Agustín, como la vez anterior.

—De acuerdo.

Miguel colgó de mala gana el teléfono, llevaba varios días sin ver a Carmen y sin ir a su casa en Sagunto. Ahora debería llamarla para decirle que tardarían en verse y estar juntos.

Le entregó las llaves a Lorenzo y le dijo que era cosa de uno o dos días.

A las ocho le recogía un coche de la policía en la plaza. En él iba Abel de copiloto, ambos habían pensado que con una bolsa de mano era suficiente para pasar dos días, por lo tanto no tuvieron que facturar equipaje.

A las once y quince bajaban del avión en el aeropuerto de Orly, a la salida cogieron un taxi y en perfecto francés Abel le dio una dirección.

—No sabía que hablabas francés.

Si y también Inglés por obligación de mi trabajo. El francés lo aprendí de mi madre, yo nací en Nantes y a los pocos años falleció mi abuelo paterno y mis padres se trasladaron a España. Pese a tener solo cuatro años mi madre siguió hablándome en francés y puedo considerarlo mi segundo idioma.

—Ya entiendo, lo mismo hacía mi padre con el valenciano. Puedo preguntar dónde vamos.

—Al barrio Latino, pero no creas que allí se habla español. Puede que en algunas épocas se haya hablado español en Monmatre. Allí es donde vivieron los más famosos pintores españoles o tenían sus reuniones. Me gusta visitar la zona siempre que vengo a París. ¿No has estado nunca aquí?

—No nunca he visitado Francia, ni había subido en un avión.

—¿Y qué te ha parecido?

—Si quieres que te diga la verdad he sentido miedo.

Abel soltó una tímida carcajada — puedo asegurarte que según las estadísticas es el medio de trasporte más seguro.

—Si mientras no cae. Cuando lo hace también es seguro...

El taxista les dijo que estaban llegando, cuando paró Abel le pagó y pidió el tique. Miguel miraba a los edificios y pensaba que no eran tan bonitos como había imaginado, ni las calles tan anchas. Abel se dirigió a una pensión y entró en el portal, Miguel lo seguía con aspecto serio, tal vez pensaba que en su primera visita a París, no era todo lo romántica que hubiera deseado, ¿si en vez de ir con Abel hubiera ido con Carmen?

—Vamos — dijo Abel subiendo las escaleras mientras sacaba a Miguel de sus pensamientos.

Primer piso puerta cuatro; abrió la puerta y pasaron al interior. En la habitación habían dos camas individuales y el aseo era compartido con la habitación de al lado, un cerrojo en el interior de cada puerta avisaba de que estaba ocupado. Dejaron las bolsas de mano sobre las camas y Abel dijo.

—Vámonos aún tenemos tiempo.

Antes de salir Abel preguntó a la señora por la calle de la Fam (o algo parecido) debía ser la calle donde vivía el hombre que vendió el libro al tío de Miguel. Entonces se fijó en la señora que les atendía debía estar cerca de la jubilación, pero tanto sus arrugas como los dientes que le faltaban la hacían más vieja. Miguel siempre había pensado que en los países como Francia y Alemania no había gente necesitada y mucho menos con una boca como la de la señora. De momento se llevó una decepción.

Salieron a la calle, Abel más que caminar parecía correr a Miguel le costaba seguirlo. Tres calles y giraron a la derecha. La imagen ya le gustaba más a Miguel, la calle estaba llena de bares y restaurantes. Abel le explicó que era zona de estudiantes de varias nacionalidades, incluida la española. Siguieron y por una bocacalle vio el Sena pero no pararon. Abel miró el papel y entonces se dio cuenta Miguel de que llevaba la copia del recibo.

—Aquí es — dijo satisfecho Abel — puerta uno, primer piso. Subieron y llamaron a la puerta. Una voz de mujer se escuchó y al momento abría llevando un niño colgado de la cintura, al que cogía con el brazo izquierdo, mientras que con la derecha abría la puerta. Abel se puso a hablar con la señora y por los gestos Miguel intuía que algo no iba bien. Una nueva niña apareció cogiéndose a las faldas de la desaliñada señora y esto propició que cerrase la puerta.

—¿Qué ocurre?— preguntó Miguel.

—Por lo visto la señora no conoció a Françoise, dice que solo lleva viviendo aquí cuatro años, que le preguntemos a Jan.

—¿Quién es ese Jan?

—No lo se dice que vive en el piso de arriba.

—Pues vamos,

Subieron al segundo piso y miraron si había algún nombre en la puerta. Solo había dos puertas por planta y decidieron llamar a la primera, nadie contestaba, insistieron. Un señor con el pelo canoso y muy alborotado subía la escalera cargado con paquetes de comestibles; a Miguel le dio la sensación de que el mismo se cortaba el pelo.

—No llamen ahí no vive nadie.

—¿Es usted Jan?

—Si ¿me buscan?

—Si, hemos preguntado a la vecina de abajo por Françoise y nos ha dicho que hablemos con usted.

El hombre los miró de arriba abajo, por fin abrió la puerta y les invitó a entrar. Miguel viendo al hombre creía entrar en una pocilga, pero se equivocó la casa estaba limpia y en perfecto orden. Les llevó al comedor mientras el descargaba en la cocina.

—Siéntense por favor —

Como Abel se sentó Miguel hizo lo mismo.

—¿Qué quieren saber? ¿Son ustedes familia?

—No somos españoles y no conocemos a Françoise, mi compañero no habla francés.

—En ese caso yo hablaré español.

Miguel se alegro al escucharlo.— ¿Sabe usted idiomas?— preguntó.

Podríamos decir que dómino algunos, he sido espía, contrabandista, marchante de arte “un poco raro” domino, alemán, inglés, por supuesto francés y español. Debo añadir que he visitado la cárcel en dos ocasiones. Hoy estoy limpio, pueden preguntar.

Abel sacó el contrato del bolsillo y se lo mostró. Jan empezó a mover la cabeza, mientras decía.

—Si lo recuerdo fue un trato justo y legal.

—¿Intervino usted? — preguntó Miguel.

—No pero lo vi, era pergamino con tapas de madera. Françoise lo compró al propietario de un castillo en ruinas, según decían había pertenecido a su familia y quería sacar algún dinero.

Françoise se dedicaba al trapicheo subastas… lo tenían como... como diría en español ¿Tratante? Tal vez Corredor de arte sería la palabra justa.

Hacía cinco años que tenía el libro y nadie quería quedárselo, o no daba con la persona adecuada. Entiendan que un cuadro luce en una pared y más si lleva una buena firma, una buena biblioteca da mucha categoría no dinero, pero un libro como ese solo sirve para guardarlo, las bibliotecas estatales y los museos no pagan lo que deben o su valor, eso hizo que llamase a la puerta de países extranjeros y mandase fotos. Por lo visto este señor “Torres” respondió y tras unos regateos se lo llevó. Seguramente el libro no pasaría por la aduana.

—Entiendo — contestó Abel — ¿y el señor Françoise?

—Falleció hace siete años, lo encontraron muerto en su cama y le diagnosticaron “muerte por insuficiencia respiratoria.

—¿Sabe si estaba metido en algo de religiones? — Preguntó Miguel.

—¡Religiones! — Jan sonrió — religiones, deben saber que era más ateo que yo, no respetaba imágenes sagradas cuando había que vender, solo quería su comisión. En pocas ocasiones compraba y siempre por qué pensaba en unas grandes y sustanciosas ganancias. Era más propenso a hacer de intermediario de obras de arte. Lo conocía todo París, las casa de Subastas, traficantes etc.

—Si creo que está claro.

—Voy a darles una dirección, se llama Pietro, si él no sabe nada del libro nadie lo sabe.

Se despidieron de Jan; Abel iba a coger un taxi cuando Miguel le dijo que tenía hambre. Cruzaron la calle y se dirigieron a los bares que habían visto con anterioridad donde comieron.

—Me pregunto que hubiéramos hecho si no encontramos a Jan — dijo Miguel.

—Hubiéramos ido a la Policía.

—¿La dirección que te ha dado, sabes dónde está?

—No, no conozco tan bien París.

Al terminar de comer, Abel sacó el móvil y buscó la calle.

—Tenemos suerte — dijo con una sonrisa. Está cerca del Sacre Coeur en Montmartre.

—¿Podemos ir a pie?

—Oh, no cogeremos un taxi y cruzaremos el Sena, dejaremos el Louvre a la izquierda y Notre Dame a la derecha.

Como dijo Abel cogieron el taxi y pudieron contemplar los edificios mientras pasaban; veinte minutos más tarde el taxi los dejaba al pie de los doscientos treinta y siete escalones que hay hasta la puerta del Sacré Coeur. Miguel miró la escalera y el fabuloso edificio blanco.

—¿Tenemos que subir?

—No hace falta subir los escalones, mira hay un funicular, pero ahora no vamos a subir busquemos a Pietro.

Miguel miraba por todas partes siguiendo a Abel hasta llegar a la calle paralela; este se paró.

—¿Qué ocurre?

—Es esta calle pero tenemos que subir y buscar el número de la vivienda.

No subieron la escalinata del Sacré Coeur, pero si la mitad de ella por la otra calle, hasta encontrar la casa de Pietro; era una casa antigua con un solo piso. Llamaron a la puerta. Un señor de unos cincuenta años, con ropa de cama y zapatillas les abrió.

—¿Es usted Pietro?

—Si ¿que desean?

—Nos manda Jan del barrio Latino.

—Si el viejo Jan, pasen.

El hombre paró la cafetera, mientras les ofrecía un café y les invitaba a sentarse a la mesa, sobre la que habían unos cruasanes, seguramente era su desayuno a las cuatro de la tarde.

—Bien dígame que desean saber. Si les manda Jan será por algo importante.

—Habla usted Español.

—No solo Italiano y francés, ¿qué ocurre?

—Mi compañero no sabe francés, pero no importa yo se lo explicaré.

Queremos preguntarle sobre “la traducción de Simeón”.

Pietro los miró con ojos desorbitados y tras unos segundos mordió el Cruasán que tenía en la mano. Después de un rato de silencio mientras se comía otro terminó la taza de café y se sirvió otra. Ellos lo miraban expectantes sin hablar.

—¿Están seguros de lo que me han preguntado? Si deben estarlo pues pocos la conocen... —El hombre preguntaba y se respondía a sí mismo, movió la cabeza afirmativamente y prosiguió — No se cierto si es una leyenda o real nunca lo he visto, al final uno cree que lo sabe todo y no sabe nada. Está bien, se que hablo demasiado.

La traducción de Simeón es original de entre el trescientos o trescientos cuarenta, después de Cristo. Está escrita sobre pergamino en latín. “Está claro que con el latín de la época” que se sepa solo hay una copia y nadie sabe dónde está, posiblemente ni exista. Estaba escrita en Hebreo por Judá Asmar, un escriba que tenía veinte años cuando nació Jesús y cincuenta y tres cuando fue crucificado, se dice que vivió hasta los sesenta y dos. Durante su vida escribió sobre personas notables de la época, tanto si eran sacerdotes, romanos o comerciantes. Podríamos decir que fue un cronista de la época. Por descontado escribió sobre Jesús, aunque no exclusivamente. Precisamente esa es la causa de que todos o casi todos sus escritos se perdieran o desaparecieran. Hay mucha gente a quien no interesa la verdad y si escribir según sus intereses.

—Entiendo — dijo Abel — nadie como él pudo escribir sobre Jesús con mas conocimiento de causa o la verdad.

—Si por eso la iglesia la ha buscado por todas partes a través de los siglos sin hallarla. Sin embargo se dice que encontraron el original y lo destruyeron. A mí me gustaría conocer lo que hay en la biblioteca oculta del Vaticano. Pero más me hubiera gustado conocer todo lo que destruyeron... En fin ya no hay remedio. Es todo lo que se y desearía encontrar La traducción, pero en realidad no sé si existe aunque estoy informado al respecto... es una de esas cosas de las que solo hablan pocas personas, afirman que existe y nadie lo ha visto. Los miró con caras intrigadas y se miró a si mismo vestido con el pijama. Se estarán preguntando por... verán si estoy desayunando, doy clases nocturnas. Era profesor de historia en la Sorbona, no les gustaba lo que enseñaba o como lo hacía; en fin me despidieron y tengo que ganarme la vida, como les he dicho, doy clases y escribo para informar a la gente con capacidad de reflexión, prender e inteligencia critica.

— Mi compañero es librero, ¿no tiene traducciones en español de sus libros?

—No, no las tengo.

Miguel al escuchar la palabra librero y el tono preguntó — ¿Qué ocurre?

—No ocurre nada el señor es profesor de historia y escritor le he preguntado si tenía libros en Español y dice que no.

—Yo puedo traducirlos.

—Tú no sabes francés.

—Hay traductores, yo solo tendría que corregir la traducción. Dile que por correo electrónico podríamos comunicarnos.

Miguel sacó una tarjeta de la cartera y se la entregó al señor ofreciéndose para traducir sus libros al español.


Minutos más tarde salían de su casa y Abel le decía — tenemos tiempo de ver donde pintaban Picasso o Dalí, estamos a la altura de la mitad de la escalera

¿Subimos? — como no iban a subir no teniendo más remedio.— Miguel asintió y visitaron detenidamente, la plaza de los pintores, las tiendas de suvenir donde Miguel compró un regalo en forma de dos tazas con sus respectivos platos para Carmen, dieron una vuelta por los alrededores y decidieron regresar a la pensión . Ya en el taxi de regreso, Abel le explicó todo cuanto había hablado con el profesor.

Descansaron durante una hora y a las ocho salieron para cenar, la conversación era obvia. Miguel preguntó a Abel si pensaba ir a la policía y este contestó.

—Para qué, seguramente la policía no nos hubiera informado tan bien, como las dos personas con las que hemos hablado. La policía era la segunda opción, te habrás dado cuenta que no me he presentado como policía, tal vez si lo hubiera hecho, no sabríamos lo que ahora sabemos.

—Entiendo; entiendo que la gente desconfíe de los polis, pues sus palabras se pueden volver contra ellos.

—Humm... Puede que sea sí, lo cierto es que no suelen decir la verdad a la policía, ni contar ciertas cosas, e intentan salirse por la tangente. Pocas veces colaboran y en ocasiones no puedes hacer caso a lo que te dicen. En una ocasión una señora juraba y perjuraba que había visto a unos atracadores cuando anochecía en la gasolinera, al otro lado de la calle. Resultó ser que su yerno había comprado una motocicleta y los supuestos atracadores eran el yerno y la hija, que cubiertos con el casco, habían puesto gasolina y comprado, víveres y bebida para pasar la noche de acampada. Imagínate cuando la policía se personó en la gasolinera y comprobó que no existía tal atraco. En fin solo es una pequeña anécdota.

Al día siguiente mientras desayunaban Abel dijo a Miguel.

—Tenemos tiempo de visitar la torre Eiffel y tal vez podamos subir, el avión sale a las tres de la tarde.

Miguel asintió y tras ir a la Torre dando un largo paseo, lograron subir al primer rellano, Miguel no quiso subir a la parte más alta, para él era suficiente y la vista era maravillosa, desde allí se divisaba todo París. Abel se convirtió en un improvisado guía, mostrándole donde estaban los Inválidos, la isla de Notre Dame, los diferentes arcos de triunfo formando línea etc.

Parecía que el humor de Miguel había cambiado, tal vez debido a la vistas de París o a que se acercaba la hora de regresar. El tiempo pasó como una exhalación y al bajar de la torre llamaron un taxi para que les llevase al aeropuerto. Tomaron un bocado en la zona de salida y a las tres embarcaban.

Durante el corto trayecto Abel preguntó.

—¿Qué piensas? Estás muy callado.

—Solo pienso en que todo esto, haya terminado y pueda seguir mi vida tranquilamente.

—Yo no estoy seguro de que haya terminado.

—La asesina ha muerto, no hay libro. ¿Qué más puede ocurrir?

—No creo que Erika actuase por sí misma, si como creo era una sacaría. Solo era alguien a quien pagaban para conseguir lo que querían, o sea una profesional contratada. Te olvidas del gigantón que según tú te defendió.

—Si pero al menos él me defendió.

—O defendió sus intereses ¿quién te asegura que no busca lo mismo? y solo actuó para librarse de un competidor.

Las palabras de Abel, pusieron nuevamente nervioso a Miguel. Su cara cambió radicalmente.

Al llegar a Manises un coche de la policía los esperaba. El conductor tuvo que dar algunas vueltas a causa de las calles cerradas por las fallas. Era día quince, el día de la plantá. Valencia hervía con rumbo fallero, las comisiones ayudaban a los artistas o artesanos en la “Plantá” de sus fallas. Las “Mascletaes” en la plaza del ayuntamiento, hacía una semana que habían empezado y con ellas los fuegos artificiales. Las calles que competían en iluminación, presentaban sus credenciales encendiéndolas esa misma noche. Al día siguiente pasaba el jurado para valorar los monumentos y todo debía estar listo y terminado.

A las cinco Miguel estaba en su casa dejando la bolsa que le había acompañado en su viaje a París. Parecía mentira encontrarse nuevamente en su hogar. Debía retomar su vida. Salió a la calle y se dirigió a la librería, al pasar por la Plaza de la Merced los curiosos se agolpaban para ver plantar la descomunal falla, apenas dejaban sitio para pasar. Al salir de la calle vio casi terminada la falla del Mercado, cruzó y siguió por la calle Trench. Estrecha calle que une la Plaza Redonda con el Mercado Central; pese a su estrechez es muy concurrida y llena de tiendas o bares. Por fin entró en su librería, tanto Vicentín como Lorenzo se alegraron de verle, rápidamente Lorenzo empezó a ponerlo en antecedentes. Había gente en la tienda y se puso tras el mostrador y en cuanto pudo tener un momento de asueto llamó a Carmen.

—Si Miguel ¿Estás todavía en París? ¿cuándo regresas?

—Ya estoy en la tienda, llegamos antes de las cuatro. Carmen a las nueve paso a por ti y no quiero escusas, quiero verte.

—No las tendrás, yo también tengo ganas de verte y contarte cosas.

—Entonces hasta las nueve, tengo la tienda llena, Besos.

—Besos, Miguel.


Un matrimonio cincuentón entró en la tienda y empezaron a dar vueltas, de vez en cuando la señora levantaba el brazo y con el dedo índice señalaba a la estantería.

Lorenzo los observaba y se acercó a Miguel, indicándole que observase a la pareja. Este le contestó que ya se había dado cuenta, pues un abrigo como el que llevaba la señora no pasaba desapercibido y más si no hacía tanto frío. Miguel dejó a Lorenzo en la caja y se acercó a la pareja.

—Buenas tardes ¿buscan algo en concreto?

—No señor queremos libros bonitos — dijo la señora.

—¿Como de bonitos? ¿Cuentos, historias, vidas ejemplares...?

—No, perdone yo le explicaré — interrumpió el marido — en primer lugar quiero saber si ¿aquí venden libros baratos?

—Sí señor, si los compara con los recién editados, pueden salir por una cuarta parte del precio original. Según lo que elijan.

—Ves ya te lo decía yo — dijo el marido a la señora, pero esta volvió a tomar las riendas.

—Mire usted, necesitamos llenar el aparador del comedor, verá nos hemos cambiado recientemente de piso y mañana por la tarde vienen unos amigos de Barcelona “invitados por supuesto” no quiero que el nuevo aparador esté vacío, quiero demostrar la cultura que tenemos.

—¿Y de cuántos libros estamos hablando?

Miguel entendió inmediatamente, lo que querían era aparentar ante sus amigos y para ello, miraban los lomos de los libros más que el contenido.

El marido, pulsó en el móvil y sacó una foto del aparador, en realidad era precioso y de cuatro módulos.

—Es precioso ¿qué quieren llenar los cuatro estantes de arriba? Deben ser de setenta.

—Si son de setenta ¿Como lo sabe?— preguntó el marido.

—Por los dos armarios acristalados de los lados, cada puerta debe medir treinta y cincoy tiene dos puertas a cada lado.

La señora dijo que en la parte central sobre la tele, también quería algunos bonitos. Eso significaba aproximadamente cuatro metros de libros. Miguel les dijo que tanto libro les iba a resultar caro y la señora con mucho desparpajo contestó.

—Siempre será la cuarta parte.

Miguel llamó a Vicentín y le pidió el metro que guardaba bajo el mostrador, mientras les decía.

—En ese caso vamos a empezar por una enciclopedia, no puede haber una biblioteca que se precie sin una buena enciclopedia. Miren está es la Espasa— Calpe una de las mejores, mire cuantos volúmenes y que bien decorados, podemos seguir con la enciclopedia de las plantas y los animales, la encuadernación en rojo es preciosa.

—Si, si me gustan y parecen nuevos,

—Si señora como puede ver, los más viejos están en esas estanterías del fondo.

—Bien continúe usted.

—Mire la historia de Valencia en nueve tomos conservan las sobre cubiertas, pueden quitarlas si no les gustan, — tomó un volumen y le quitó la sobrecubierta — Mire que encuadernación.

—Si me gustan, póngalos también.

—Ahora yo les aconsejaría algo con menos tomos, como por ejemplo El quijote, en dos maravillosos volúmenes, La Araña Negra en tres tomos, de Vicente Blasco Ibáñez, los tres tomos de Las mil y una noches y siete, libros que forman una colección de Pío Baroja. Estos a ser posible deberían ponerlos juntos en el mismo hueco. Perdonen no puede faltar Una biblia; acompáñenme.— Miguel los llevó a los libros más viejos con señales de su paso por varias manos.

—Miren ustedes si todos los libros parecen nuevos quiere decir que ustedes no leen, necesitamos algo que nos de prestigio, miren esta biblia en dos volúmenes bien conservada pero con muestras de haber sido usada. El marido no dijo nada pero la señora se volvió y le dijo.

—El librero tiene razón de lo contrario nos pueden tomar por dos catetos.

—En ese caso de esta estantería elegiremos los más bonitos y completaremos el espacio.

La señora indicó a Miguel los que más le gustaban y los fue depositando en la mesa hasta casi completar la capacidad del aparador. Pasaron al mostrador y les sacó la cuenta, el marido dijo.

—¡No creí que valiesen tanto! — y la señora le respondió.

—No te quejes solo pagamos la cuarta parte y piensa como van a lucir. Saca la tarjeta ¡saca!

Miguel mandó a Vicentín al cuarto que utilizaba de taller y este volvió con dos figurillas “sujeta-libros” que representaban dos elefantes (aparentemente de marfil) sobre una piedra de mármol, recogidas recientemente de la biblioteca que había comprado.

Estas figuras se las regalo, estarían bien en el espacio que hay sobre el televisor con los nueve volúmenes de la historia de Valencia.

—Tú ves como valía la pena — dijo la señora a su marido.

—Nosotros no podemos llevárnoslos, como podíamos...

—¿Donde vive usted?

—Tome esta es mi tarjeta, en la calle San Vicente, no está muy lejos.

—No se preocupe, mañana se los llevamos nosotros, estén apunto a las nueve pues tendremos que hacer varios viajes.

El matrimonio se fue dando las gracias mientras que, Miguel se cogía la cabeza “metafóricamente” por la gran venta que había hecho. Rápidamente mandó empaquetar los libros colocándolos sobre la mesa, debían colocarlos en cajas para poder trasportarlos a pie sin que les pesasen demasiado y eso significaba muchos viajes a la vivienda del matrimonio. Lorenzo cayó en la cuenta y dijo que él podía pedir una carretilla en el mercado, pues era muy conocido en el, sobre todo en algunos puestos donde compraba asiduamente y en ocasiones había hecho encargos, la idea de Lorenzo dio resultado y a medio día Miguel les dio fiesta hasta el miércoles después de fallas.

Mientras tanto esa noche Miguel acudía a casa de Carmen. El recibimiento fue efusivo como corresponde a una pareja de enamorados.

Carmen preguntó, — ¿Que has pensado para esta noche?

—Dormir en tu casa o en la mía pero antes saldremos a la calle colón, cogeremos un taxi e iremos a cenar a La Malvarrosa, después iremos a ver la iluminación de Literato Azorín.

—Me parece un plan estupendo, siempre y cuando mañana me lleves a ver fallas. Tengo mucho que contarte y muchas preguntas que hacerte.

—Miguel sonrió la alegría que mostraba Carmen era contagiosa, por otra parte estaba satisfecho de cómo había ido el día.

Con la presencia de Carmen se había olvidado por completo de los sicarios. Como había dicho salieron por la plaza del Ayuntamiento viendo la falla y después cruzaron la calle Colon para tomar un taxi entre la plaza de toros y la estación del Norte.

Mientras cenaban las preguntas de Carmen eran constantes y Miguel se vio obligado a contarle lo sucedido en París con pelos y señales.

Al terminar de cenar, dieron un paseo hasta la entrada del puerto y Miguel le preguntó por las muchas cosas que tenía que decirle — ella contestó.

—Miguel la casa está dispuesta para irnos a vivir cuando tú quieras “claro está”. La vecina, la señora Remedios es una joya me ha estado ayudando desinteresadamente y no sabes la de cosas que me ha contado. ¿Tú sabes que en Sagunto en cualquier sitio que excavan suelen salir restos romanos? También me ha dicho que hay muchas cisternas bajo las casas y túneles secretos. Yo visité una enorme cisterna romana cuando estuve en Estambul y quedé maravillada.

—Mujer en la casa no hay pozo por lo tanto no creo que exista una cisterna y mucho menos un pasadizo, los vecinos lo sabrían y de existir alguno cerca sería en el palacio.

—Me ha contado, que en el bar que hace esquina frente al Ayuntamiento, hay una de tres metros de ancha, por doce de largo, abarcando también la casa colindante y que la utilizan como bodega.

—Es fácil la población saguntina es muy antigua.

—También dice que subamos al castillo, según ella tiene un kilómetro de largo. Yo le he dicho que subiremos cuando estemos instalados. ¿Cuándo recoges el coche?

—Te dije que el miércoles o jueves, antes debían hacer unos retoques y la revisión.

—Perdona, ya no me acordaba. Cuando lo tengas iremos pasando mis cosas los fines de semana, primero la ropa “la tuya también”. Y después con paciencia los utensilios del taller. Mañana ¿Qué haces?

—Por la mañana tengo trabajo y por la tarde has dicho que quieres ver fallas.

Cerraré la tienda hasta pasar fallas.

—Me gusta así podremos estar juntos, pero hay algo que quiero mostrarte, es un sitio donde he trabajado durante más de un año.

—En ese caso iremos a verlo y ahora qué te parece si cogemos un taxi y nos vamos a ver las luces y las fallas del alrededor.

—Pues vamos.

Cogieron un taxi que les llevó junto a la pared de la estación, solo tenían que cruzar dos bocacalles para ver el fastuoso espectáculo de las calles iluminadas, aprovechando para ver las dos fallas de la sección especial terminadas.

Desde allí regresaron al piso de Carmen, los pies ya estaban cansados y el placer de quitarse los zapatos y sentarse fue común, Carmen se fue al aseo, mientras que Miguel encendía la televisión, intentando enterarse del reparto de los premios, ella al salir del aseo se sentó a su lado y él aprovecho para intercambiar los papeles he ir al aseo, no tardó mucho en sentarse junto a ella y tomando el mando de la tele la apagó, Carmen volvió la mirada hacia él y Miguel con una sonrisa la besó suavemente, siguió un beso más intenso y Carmen sintió que tenía mariposas en el estomago, aquello le gustaba y quería repetirlo, los labios de Miguel eran jugosos y llenos de sensaciones como las que corrían por su cuerpo, abrió su bata y sus manos se posaron en su pecho, sintió que por la espalda le recorría un escalofrío placentero. Miguel la tomó en brazos y sin dejar de besarla la depositó suavemente sobre la cama.


El despertador sonó, eran las ocho y Miguel quería pasar por su casa antes de abrir la librería. Con un beso se despidió de Carmen; en su casa se adecentó y cambió de ropa, no tardó mientras desayunaba, en escuchar a Lorenzo llamar a la puerta y juntos se fueron al trabajo, la mañana sería intensa pues tenían que llevar los libros que había comprado el matrimonio.

Gracias a la carretilla que prestaron a Lorenzo, a medio día habían terminado y Miguel les dijo que no volvieran hasta el miércoles, tras pasar el día de San José.

Cerró la tienda y se fue al piso de Carmen, estaba terminando de hacer la comida. Después de comer y reposar en el sofá salieron a ver los monumentos, en primer lugar visitaron la falla de Convento Jerusalén y de allí se dirigieron a la plaza del Pilar. Sin darse cuenta de que dos curas, delgados y bajitos con rasgos sudamericanos, vestidos con traje negro y cuello duro seguían la misma ruta que ellos a cierta distancia. Rodearon la falla y Carmen decidió salir por la calle Caballeros tras las Torres de Quart. Su intención era ir a la iglesia de San Nicolás. De no saber donde se encuentra la iglesia, es fácil pasar de largo, pues por dicha calle el acceso lateral es por un callejón de poco más de un metro. El trayecto estaba lleno de curiosos y mendigos pidiendo, Carmen repartió algunas monedas entre todos.

Entraron en la iglesia llena de visitantes y Carmen se convirtió en la guía de Miguel, indicándole que mirara al techo y descubriera los frescos recientemente restaurados. A continuación empezó a decirle en voz baja casi al oído.

—Esta es la Iglesia de San Nicolás de Bari y San Pedro Mártir, más conocida como San Nicolás a secas. El edificio es gótico del siglo XV. La decoración barroca pertenece al siglo XVII. Anteriormente fue el antiguo Decumano, cuando los romanos fundaron “Valéntia Edetanarum” en el ciento treinta y ocho AC. Aunque ya existía la ciudad mucho antes. En el siglo XV fue cuando reconstruyeron el templo sobre el edificio románico, dejándolo con la fisonomía que tiene actualmente. Mira el presbiterio del altar, los que hay alrededor son doctores de la iglesia y en el centro están San Pedro y San Nicolás, rodeados de ángeles. Hace unos años no se podían ver las pinturas pues estaban cubiertas por el humo que habían dejado las velas durante siglos. Las pinturas son originales de Antonio Palomino, el mismo que realizó los frescos de la basílica de la Virgen y de la iglesia de los santos Juanes, a él se debe el diseño. Pero el autor material de la pintura fue Dionís Vidal (Valenciano) 1697 — 1700. los dos pintores están retratados a la derecha del gran Rosetón, en el muro hastial. Fíjate en las bóvedas Góticas de crucería y comprenderás que es un problema añadido para los pintores, pintar bajo ellas por las proporciones, para que desde abajo se vean perfectamente.

Miguel miraba maravillado cada rincón del techo, los miraba y volvía atrás para revisarlo desde otro ángulo. No era un experto en pintura pero sabía apreciar cuando un libro o una pintura dejan de ser tal, para convertirse en una obra de arte. Carmen le ayudaba dando todo tipo de explicaciones.

—Mira estos son los lunetos del lado del evangelio y representan momentos vividos por San Pedro. Si miras los lunetos del lado de la epístola corresponden a San Nicolás.

Los dos curas que les seguían entraron en la iglesia y se arrodillaron en un banco, mientras que ellos seguían sin darse cuenta de la persecución. Miguel estaba maravillado por lo que estaba viendo y Carmen seguía dándole explicaciones. Se sentaron en un banco trasero.

—En febrero del dos mil dieciséis, inauguraron la última restauración. Fue financiada por la Fundación Hortensia Herrero, que firmó el acuerdo en diciembre del dos mil trece. La restauración duró dos años. El coste fue de casi cinco millones de euros. La restauración la llevó a cabo el equipo de Carlos Campos y la Universidad Politécnica de Valencia con la señora Pilar Roig a la cabeza.

El famoso restaurador italiano, Gianluigi Colalucci, responsable de la restauración de la Capilla sixtina. Dijo a Pilar Roig maravillado, que la iglesia de San Nicolás era “la Capilla Sixtina Valenciana” aunque las pinturas de Dionís Vidal ocupan casi el doble espacio que las del vaticano.

Miguel no salía de su asombro tener una obra de arte como aquella, cerca de su casa ¡y no conocerla! no tenía perdón. Le hizo un comentario a Carmen sobre el poder del márquetin. Tal vez los pintores valencianos no fueran tan famosos como Miguel Angel, pero la belleza de la pintura no había sido vendida o difundida como se merecía por el gobierno valenciano. Se prometió a si mismo que volvería a verla con más detenimiento. Ahora querían visitar la falla de Na Jordana. Y volviendo sobre sus pasos se dirigieron a ella comentando que Valencia regala arte, no solo en la construcción de los monumentos falleros, también en los techos de sus iglesias.

Los dos curas salieron tras ellos y los estuvieron siguiendo hasta que llegaron a su casa. Cansados y con los pies hinchados; habían acordado ir a ver la “Nit de foc” (fuegos artificiales) pero no tuvieron ganas de salir. Pusieron la televisión y miraron La ofrenda de flores a la Virgen.

Al día siguiente Carmen quería ir a su estudio y embalar unos lienzos, preparando así las cosas para trasladar el estudio a Sagunto. Miguel por su parte siempre tenía trabajo en la Tienda. Decidieron juntarse en casa de Carmen para ir a comer.

Miguel estaba sentado tras el mostrador corrigiendo las ofertas en su página de Internet. Cuando vio un cura que llamaba a la puerta; le hizo señas indicándole que estaba cerrado, pero el cura seguía insistiendo, se levantó del taburete y abrió la puerta.

—Hermano hoy está cerrado.

—Perdone usted, pero su eminencia quiere hablar con usted, le espera en un coche aparcado en la plaza de La Reina. Si fuera usted tan amable de acompañarme se lo agradecería.

Ante la educación del cura y pensando que podría tener algún interés en libros... decidió seguirlo, cerró el ordenador y posteriormente cerró la tienda siguiendo al cura, un coche grande con cristales tintados, estaba aparcado con las luces de situación en marcha y un guardia municipal custodiándolo; al llegar a su altura se abrió la puerta trasera y el cura le indicó que entrase, dentro estaba el otro cura que lo había seguido. El coche arrancó mientras Miguel preguntaba.

—¿Dónde me llevan?

—A ver a su Eminencia — contestó uno de ellos mientras el otro sacaba una capucha negra — diciendo — por favor póngasela. No debe ver por dónde vamos; como ve no es un prisionero no lleva las manos atadas, pero no queremos que nadie sepa donde vive su Eminencia. Comprenda es un asunto de seguridad.

Miguel no dudó y se la puso. Aunque tardaron más de media hora en detenerse le dio la sensación de que habían circulado en círculos y que no debían estar muy lejos del punto de partida. La luz de la calle que entraba bajo la capucha ya no se reflejaba e intuyó que debían estar en un sótano o garaje. Cogido de la mano le ayudaron a bajar del coche y subir a un ascensor.

Miguel no estaba nervioso, ni tenía miedo la amabilidad de los curas y su forma de decir las cosas le relajaba.

Al bajar del ascensor le dijeron que podía quitarse la capucha, cosa que hizo inmediatamente. Uno de los curas llamó con los nudillos a la puerta que tenía enfrente una voz grave se escuchó del interior.

—¿Quien llama?

—La santa cruz — contestó uno de los curas.

—Adelante.

Abrieron la puerta y ante Miguel se mostraba una gran sala llena de libros cuadros e imágenes religiosas, dos grandes ángeles, parecían custodiarla uno a cada lado de la sala. Se quedó mirando al fondo, un enorme escritorio labrado de nácar y marquetería presidía la sala, con un crucifico y una bandeja de galletas sobre él, tras el escritorio estaba sentada una figura oronda, llevaba sotana y un fajín morado, la cabeza estaba cubierta con una capucha como la que había llevado él hasta bajar del ascensor.

Con un ademán de la figura se acercaron, un ademan de su mano y los curas mostraron una silla donde se sentó Miguel, entonces el señor orondo se levantó y con las manos cruzadas sobre su prominente barriga empezó a hablar

—Señor Torres, iré directamente al grano. Sabemos positivamente que su tío compró un manuscrito que nos pertenece. El citado manuscrito solo debe poseerlo “La santa Madre Iglesia”.

Al escuchar estas palabras Miguel notó que algo subía por su estómago y se alojaba en su garganta, empezó a pensar que no había sido una buena idea seguir al cura. El señor orondo siguió hablando.

—Como comprenderá algo que pertenece a la iglesia, no puede caer en manos sacrílegas; pues podrían hacer un mal uso del incunable manuscrito.

¿Entiende?

—Si, entiendo perfectamente, pero hay un problema.

—¿Cuál es el problema?

—Que yo no tengo el dichoso libro. Ni sé donde puede estar.

—Señor Torres usted heredó la tienda de su tío y por lo tanto todo cuanto estaba en ella.

—Si tiene usted razón e incluso me quedé con la tienda de al lado y amplié la mía, pero vuelvo a repetirle que no sé nada del dichoso libro. Puede que mi tío lo mandase a una casa de subastas en Madrid. Le vuelvo a asegurar que no sé nada del dichoso libro y que estoy arto del tema. Si lo tuviera ya lo abría entregado a quien fuera o tal vez a la policía.

—Señor Torres vamos a comprobar su versión, pero si no es cierta tendrá noticias nuestras.

—Vuelvo a repetirle que no sé nada. ¿cómo se lo puedo decir para que se convenza? No quiero escuchar nada más sobre el dichoso libro. Créame que estoy arto del tema. Pueden registrar la tienda y mi piso.

—Espero que tenga razón y que encontremos el libro pues de lo contrario, recuerde que Dios castiga a los pecadores y que la mentira es un pecado.

—También es un pecado, tomarse la justicia por su mano y no permitir que sea dios quien juzgue.

—Nosotros somos los corderos de dios y cumplimos su mandato en la tierra, él es quien nos guía.

Miguel pensó que el señor estaba en la luna y que no se puede dialogar con una pared.

Acto seguido, el señor hizo un ademán con la mano y la capucha cayó nuevamente sobre la cabeza de Miguel, dieron media vuelta y entraron nuevamente en el ascensor, bajaron al garaje y subiendo nuevamente en el coche lo llevaron de regreso a la plaza de la Reina.


Durante la comida, se mostraba pensativo. Carmen intuyó que algo le pasaba y poco a poco le sonsacó toda lo ocurrido.

—Por lo que me cuentas parece ser que no te han amenazado y se han portado correctamente contigo.

—¡No! Pero, creo que el señor orondo debía ser un pez gordo por eso se cubría la cabeza y si creo que me ha amenazado aunque sea veladamente. ¿Qué ocurrirá si descubren que el libro no ha sido subastado?

El timbre de la puerta sonó, Carmen preguntó por el interfono y a continuación dejó la puerta abierta.

—¿Quién era? — preguntó Miguel.

—Es Juan Carlos, me viene de perillas para informarle de mi nuevo domicilio — dijo con una amplia sonrisa mientras recogía la mesa, Miguel se levantó y ayudó a dejarla limpia, mientras Carmen ponía la cafetera al fuego. Juan Carlos entró saludando.

—Buenos días ¿o debo decir buenas tardes? Bueno da lo mismo — se quedó mirando a Miguel, mostrándole la mano — usted debe ser Miguel el que... será mejor que me calle.

—Si será mejor — dijo Carmen que salía de la cocina mientras Miguel le estrechaba la mano — he puesto la cafetera ¿te apetece un café?

—Si lo estaba deseando. Tenemos trabajo.

—¿Lo has traído contigo?

—No debes realizarlo en su casa. Tenemos habitación y comida mas tres mil euros.

—¿Tenemos? ¿El trabajo no es aquí?

—No pero es una buena oferta en dos semanas terminas y nos venimos.

—Explícame de que se trata.

—El señor no se fía de que su cuadro salga de su casa y no encuentra quien le restaure su lienzo — la mirada de Carmen lo decía todo, la captó y prosiguió — No, no es porque esté muy deteriorado es porque no encuentra a nadie que quiera ir a su casa.

¿Entiendes? El trabajo en tu taller no duraría más de una semana y no cobrarías más de quinientos o como mucho mil euros.

—¿Donde está la trampa?

—No hay trampa, yo te llevo y te traigo.

—¿Dónde? Espera no contestes serviré el café, la cafetera está sonando.

Carmen se dirigió a la cocina, mientras Miguel sacaba las cucharillas y el azúcar del aparador.

—Miguel ayúdeme donde va a ganar dos mil euros en una o dos semanas. mas el caché que adquiere.

—¿No eran tres mil?

—Si pero mi veinte por cien mas la gasolina y los gastos de viaje.

—Ya entiendo. — contestó Miguel

—¿Qué entiendes? — preguntó Carmen que salía de la cocina.

—Entiendo que es un problema entre los dos y yo no debo intervenir.

—¿Te parece bien que vaya? — preguntó Carmen.

—Si digo que no, es como si tú me dijeras que no vendiera libros o que vendiera la librería y cambiara de oficio. Tengo que respetar tu carrera “tú decides”

—Si creo que tienes razón. Juan Carlos donde hay que ir.

—A Galicia.

—¡A Galicia! – contestó sorprendida.

—Si yo te llevo en el coche y me tomo unas vacaciones mientras tu pintas cuando termines cobramos y te devuelvo a tu... Hay no sé lo que iba a decir.

Carmen miró a Miguel con ojos tristes, no quería marcharse pero le debía muchos favores a Juan y lo necesitaba. Por fin dijo.

—Está bien me hace falta el dinero, ¿cuando salimos?

—Mañana mismo paso a recogerte.

—¡Mañana! Pero mañana es San José.

—Y que pasa ¿es que as de vestir al santo?

—No pensaba ir a nuestra casa de Sagunto y empapelar el armario.

—No importa Carmen — dijo Miguel — yo lo aré y cuando vengas estará todo listo para el traslado.

—Entonces todo resuelto, te recojo a las siete el camino es largo.

—¿Y por qué no vais en avión?

—Hay que llevar la maleta de las pinturas más el equipaje, mejor mi coche.

Muy bueno el café, pero me voy también yo tengo trabajo.

Juan Carlos se fue como había llegado “como un vendaval” Miguel preguntó a Carmen si necesitaba ayuda para preparar la maleta de las pinturas y ella respondió, que la había preparado por la mañana para llevarla a Sagunto. La tarde la pasaron sin salir del apartamento y a los nueve Miguel se marchó, debía dejar descansar a Carmen. Sus pasos le llevaron a la plaza del ayuntamiento dio una vuelta al monumento entre la gente que se agolpaba, pero su mente estaba ausente y no disfrutaba de la fiesta, por lo que decidió regresar a su casa, al pasar junto a un bar que tenia mesas en la calle. El mastodonte que le libro de Erika se interpuso en su camino, un hombrecillo con rasgos orientales le acompañaba y le dijo.

—Por favor puede sentarse con nosotros.

Miguel pensó que ya había tenido suficiente por la mañana, pero al comprobar que la calle estaba llena de gente y que por lo tanto nada podían hacerle aceptó, al menos sabría que querían de él, aunque se lo figuraba. No tuvieron que dar muchos pasos en una de las mesas exteriores del bar, había una señora sentada de más o menos setenta años, con un pañuelo que le cubría la cabeza, los mechones de pelo que se veían entre el pañuelo y la cara, eran canosos casi blancos, lo que le daba un color plateado. Su semblante era moreno y podía pasar perfectamente por española. Le hizo un ademan con la mano indicando la silla que tenía a su derecha, mientras inclinaba la cabeza esbozando una reverencia. Miguel se sentó dando las buenas noches a la señora, mientras los dos hombres paseaban por la calle.

—Le pido perdón por interrumpir su paseo. Sé que tal vez no sea el momento para hablar con usted; pero sé que lo han llevado de paseo, me refiero al paseo que ha dado esta mañana y el cual me ha decidido a hablar con usted. Para mí era más fácil hablar dentro de un coche o en su librería, pero he querido demostrarle que no tenemos nada contra usted, ¡no somos asesinos! Aunque en un tiempo los Sicarii fueron una parte de nuestro movimiento.

—Ustedes son...

—Si nosotros somos Esenios. Y tenemos el mismo interés o más que la iglesia de Roma en conseguir el libro. La diferencia estriba en que nosotros lo pedimos o lo compramos y damos las pruebas necesarias a quien nos las pide. Contrariamente a ellos, no queremos destruir el libro solo consultarlo y guardarlo como lo que es ¡una reliquia!

—Ustedes me están siguiendo.

—Sí, aunque más bien lo estamos protegiendo, quiere que le diga lo que habría sucedido si David no hubiera intervenido la noche en que Erika lo abordó.

—Creo que me hubiera matado.

—No, le hubiera tapado la boca y atado las manos con una brida, después con la punta de la sica abría hecho pequeñas incisiones en su piel donde habría echado ácido.

—Al viejo profesor Isaac lo mató sin torturarlo.

—Ella sabía que Isaac era Esenio y que no diría nada. “Era mi marido”.

—Lo siento.

—No, no lo sienta hacía más de diez años que no vivíamos juntos, el y yo habíamos escogido caminos diferentes y pasábamos poco tiempo juntos a la vejez no somos tan necesarios y nuestros caminos hacia tiempo que se habían separado por completo.

—Bien señora, debo confesarle que no sé nada del libro, que estoy arto del tema y de lo que me está ocurriendo. Incluso he llegado a pensar en vender la librería.

—Yo le creo.

Miguel miró a la señora extrañado — usted me cree y me vigila “no entiendo”

—Si Miguel, en usted se pierde el rastro del libro, puede que lo tenga o no, pero su tío no lo vendió. Había concertado una entrevista con nosotros, pero no llegamos a realizarla; falleció antes de cerrar el trato. Sabemos que “La hermandad Protectora” lo vigila a usted desde que abrió la tienda. Mi marido no lo creía por eso fue a la librería, hasta que vio el nombre escrito en el suelo de su puerta. Entonces pidió ayuda. Pero hicimos tarde. Por ese mismo motivo intentamos vigilar a quien lo vigilaba a usted

Miguel se sentía confuso, eran muchas cosas las que habían sucedido en un solo día; lo único positivo era que Carmen se iría al día siguiente y al menos por unos días estaría libre de peligro.

—Perdone, es difícil creer que ustedes sean descendientes de...

—Y yo entiendo que usted esté confuso, es difícil creer que hayamos perdurado durante tantos años y que lo que antes era un pueblo libre, hoy se halle convertido en una secta, pero es la única manera de preservar nuestra cultura, nuestros enemigos son numerosos, poderosos y nuestra verdad no interesa a la iglesia, a los judíos, ni a los musulmanes.

—En caso de encontrar el libro y entregárselo a ustedes como se que La Hermandad Protectora me dejaría tranquilo.

—De eso nos encargaríamos nosotros, simplemente les haríamos saber que teníamos el libro.

—¿Y no se volverían contra ustedes?

—Llevamos más de mil setecientos años de lucha y ningún bando ha vencido.

Ellos no nos conocen como nosotros a ellos…Si, si, no se...— dijo la anciana mirando a Miguel como interrogándose.

—Diga, hable, de todas las maneras no puedo darles lo que no poseo.

—Iba a darle una prueba de confianza.

—¿Una prueba de confianza Cual?

—La prueba es reciproca, le ofrezco un viaje a nuestro pueblo, allí podrá contemplar nuestra biblioteca.

—¿Está cerca?

—Relativamente, tendría que subir a nuestro avión. Sería un viaje donde pasaría solo una noche y conocería el desierto. También tiene la posibilidad de hacer un poco de turismo, si no tiene prisa en volver.

—Haber que me aclare ¿me está ofreciendo un viaje en un avión particular o privado a África? ¿Un viaje de dos días?

—Sí, así es, usted decide, claro, que… entiendo que tenga miedo.

—No es cuestión de miedo. Debo aclarar mis ideas. ¿Que gana usted con que les acompañe o con matarme?

—Nada, solo quiero ganarme un amigo o un aliado. Contéstese usted mismo

¿Qué consigo con matarle o con protegerlo?

Miguel seguía confuso y necesitaba un descanso. La vieja se levantó de improviso y le dijo

—Habrá un coche esperando tras el Mercado Central a las nueve de la mañana para mostrarle mi secreto y abrirle mi vida, solo así podre ganarme su confianza y respeto. Si usted decide creer en mi y acompañarnos lo espero. A nadie e revelado nuestra existencia, usted decide.

—No se haga ilusiones.

Miguel se fue sin volver la vista atrás, ni ser interrumpido por el gigantón, durante toda la noche estuvo dando vueltas a su cabeza la idea de conocer un mundo nuevo y la vieja destilaba confianza como una madre... no ir...

A las siete se levantó y se duchó, se fue a la cocina y se preparó el desayuno. Sin darse cuenta se encontró en la habitación preparando la bolsa de mano para pasar dos días. A continuación escribió una carta que dejó sobre la mesa. Cogió la bolsa y subió al piso superior llamando a la puerta de Lorenzo.

—¿Quién es a estas horas? — Lorenzo había ido a ver los fuegos artificiales y se había acostado tarde.

—Soy yo Miguel.

Lorenzo abrió la puerta en pijama —perdone me acosté tarde y.

—No hace falta que se disculpe, soy yo quien debería pedir disculpas. Atienda por favor me voy de viaje para un par de días, tome la llaves de la tienda y de mi casa, si no he vuelto el viernes abra mi casa y llévese todo lo que encuentre en la nevera, sobre la mesa hay una carta que debe entregar en ella está la dirección anotada, ¿Lo ha entendido “nada antes del viernes”?

—Si lo he entendido, me hago cargo de la tienda y estoy tranquilo hasta el viernes.

—Veo que me ha entendido, Adiós.

—Miguel salió de su casa y se dirigió a la calle Barón de Carcer, tras el mercado. Vio una figura inconfundible junto a un coche y mientras se acercaba pensaba en lo mal puesto que tenía el nombre, debería llamarse Goliat en vez de David. Subió en la parte trasera con la vieja mientras Goliat se sentaba delante junto al conductor que era el pequeño oriental. El coche se dirigió al aeropuerto de Manises; al llegar una persona levantó la mano agitándola y el oriental (Simón) paró frente a él, bajaron del coche y el hombre que había agitado el brazo se lo llevó. Miguel nunca había entrado a la pista por la puerta de los aerotaxis y los aviones particulares, en realidad solo había subido a un avión cuando fue a París con Abel. En la pista junto a los hangares les esperaba, lo que a Miguel le pareció un pequeño avión con solo cinco ventanillas por lado. Una pequeña escalerilla franqueada por una señorita vestida de blanco les daba la bienvenida en hebreo. Al entrar les recibió el piloto; Miguel miró el interior, los sillones estaban alrededor de una mesa sobre los costados, tapizados en cuero blanco.

—Pongámonos los cinturones — dijo la señora — el piloto entró en la cabina y el avión empezó a moverse después estuvo unos diez minutos esperando a que le dieran pista y por fin empezó a moverse y despegó. La señora se quitó el cinturón y se dirigió a Miguel.

—Señor Miguel tenemos mucho tiempo para conversar, ahora es el momento de las preguntas y de las respuestas. Pero antes por favor entregue el DNI. A la señorita.

Miguel la miró intrigado, ella se dio cuenta y le dijo.

—Necesitará papeles por si nos paran.

No contestó, sacó la cartera y de ella el carnet de identidad entregándolo a la azafata.

—Bien ¿qué sabe de nosotros?

—No mucho, solo lo que pone en la Wikipedia y poco más.

—En ese caso reconocerá que se nos trata como a una secta, cuando en realidad somos un pueblo con unas creencias particulares.

—¿Los Zelotes y los Sicarios? — preguntó Miguel.

—Cuando una fuerza exterior domina a tu pueblo y los esclaviza, todos los pueblos se rebelan contra el opresor. Ustedes también lucharon contra los romanos. En todas las guerras hay resistencia y esa resistencia cada cual la asume a su manera, unos con la verdad de la palabra, otros haciendo frente frontalmente o en el caso de otros, con guerrillas o atentados. El primer grupo serían los políticos o resistentes como Gandhi; los segundos serían el ejército y los terceros la resistencia. Las tres fuerzas luchan por lo mismo. Si eliminamos a los sicarios quedamos Esenios y Zelotes; podríamos decir que David y Simón son Zelotes. Aunque hoy en día ya no existen se fusionaron.

—Entiendo, hábleme de los Sicarios.

—¿Conoce usted la historia de Masada?

—Algo se pero por favor cuénteme.

La fortaleza de Masada está sobre una montaña de difícil ascensión, fue construida por Herodes como un refugio. A su muerte los Sicarii la convirtieron en su refugio, desde donde realizaban sus incursiones. Cerca del trescientos DC la décima legión sitió la fortaleza. Los habitantes la defendieron durante siete años. No sabemos a ciencia cierta cómo consiguieron alimentos durante tanto tiempo. Cansados de luchar decidieron matarse unos a otros dejando comida para que los romanos vieran que podían seguir luchando y que nunca les habrían vencido. Los padres mataban a sus mujeres y a sus hijos, para después matarse a sí mismos. Pero cuando los romanos entraran encontraron a dos mujeres viudas con cinco chicos, las madres se habían ocultado para que no mataran a sus hijos. Roma les perdonó pues los hijos de personas tan valientes no merecían morir.

Aquí entramos en la leyenda, se dice que tres de los chicos fundaron una nueva secta posiblemente Los Assesins. Pero yo te digo que no hay nada escrito o creíble, para mí allí terminaron los Sicarios, aunque su nombre perdure y se aplique a quienes se vendan para cometer desmanes.

Pero había más sectas o como dirían ustedes ahora, “sindicatos” estos eran los “Escribas”. No había mucha gente que supiera escribir y eso los convertía en unos privilegiados; en todos los mercados habían un grupo de escribas controlando las compras y las ventas, también en los templos o en algunas casas pudientes. Eran como los “Sanadores” un grupo privilegiado.

Judá Asmar fue un escriba y posiblemente el único que puede dar fe de la vida de Jesús, pues ya era escriba antes de su nacimiento y siguió vivo tras su muerte. Sabemos por algunos escritos de Judá que su interés por Jesús, empezó el día que le escuchó discutir en el templo con los sacerdotes, defendiendo las creencias de los Esenios “nuestras creencias” las cuales había aprendido de su madre.

Debo decirle que nosotros hemos evolucionado para bien, seguimos cumpliendo con los mandamientos, pues en ellos se resume la verdad de la vida y de nuestra fe, No matamos ni mentimos, aunque si utilizamos las mentiras piadosas, que no hacen daño y el daño es el que queremos evitar. No construimos templos a Dios pues él lo prohíbe en el primer mandamiento; no robamos, si queremos algo lo compramos o intercambiamos.

—En mi caso si tuviera el libro...

—Usted nunca perdería, nuestra intención es intercambiarlo por otros manuscritos, de los que posiblemente sacaría más dinero. Pero nuestro interés radica en convencerlo, para que entienda donde debe estar la traducción ya que el original “digamos que se ha perdido”. Con el manuscrito sabríamos la verdad sobre Jesús y no la que cuenta la iglesia romana. A Jesús solo lo han utilizado en beneficio propio. Piense por un momento, ¿Jesús tubo algún bien mientras vivió? Aplíquelo después a su iglesia.

—¿Los milagros?

—Sus evangelios fueron escritos todos posteriormente, por personas que no lo conocieron en vida y por lo tanto la historia había pasado de boca en boca, todo se magnifica, por ejemplo nunca tuvo cinco mil personas tras él, solo tiene que pensar en los habitantes que tenían los pueblos o ciudades en la época. Los cuarenta días en el desierto ¿quien estuvo allí para saber lo que pasó? ¡nadie! Y sin embargo nos cuentan el relato de las tentaciones como algo real. Jesús nunca mencionó al diablo ni al infierno, pero su iglesia sí. Lo que demuestra la falsedad de las tentaciones.

—Miguel pensó en las palabras de Vicente Escrivá, la vieja mantenía las mismas razones y siguió escuchando.

— El milagro del vino, puede realizarlo usted mismo, si tenemos en cuenta que las tinajas no podían tener más de veinticinco o treinta litros y que el vino se sacaba con jarras, siempre quedaba vino en las tinajas y todos sabemos que el vino admite cierta cantidad de agua. El fondo de las tinajas era cónico (terminaban en punta) las introducían por un hueco en un banco de madera. Era normal que quedase vino en el fondo.

Miguel pensó un momento en las palabras de la señora antes de contestar.

—Si viéndolo así no existe tal milagro.

—Señor Miguel nuestra intención no está en hacer daño a nadie, más bien buscamos la verdad y en la traducción hay mucha verdad. Jesús fue un buen predicador de sus ideales o un buen profeta, “nada mas”.

Le diré que Juan el Bautista (como le llaman ustedes, para nosotros solo Juan) fue mucho más importante para nuestra cultura que el propio Jesús, pues fue su antecesor y del que tomó ejemplo, sin embargo la iglesia apenas lo menciona.

La profecía decía que vendría un Mesías a salvar el mundo, según la iglesia cristiana. En realidad decía que llegaría un profeta para reunir y salvar a las doce tribus de Israel y reconstruir así el reino del rey David; si Jesús era el indicado fracasó en su intento, pues no buscó las tribus ni las unió. Sin embargo Simón— Pedro si partió hacia el sur de África, buscando la tribu de Benjamín, lo cual nos hace dudar de que fuera a Roma como dice la iglesia. Y si lo hizo debería ser muy viejo.

Debo de reconocer que nunca me he interesado por la religión. Me siento ignorante ante muchas de sus explicaciones. Y no encuentro respuestas.

—No importa aunque las hubiera buscado, solo abría encontrado las de su iglesia. Fíjese en un detalle a su religión no le gusta que le hablen del pasado y siempre se refieren a lo que dice o manda La Santa Madre Iglesia o el santo padre. A ustedes les mandan actos de constricción pero ellos no los utilizan. Les mandan obedecer a la iglesia, que no son más que las resoluciones que han ido tomando en los diferentes concilios. ¿Donde queda dios?

—Por lo que dice no veo el lugar donde... colocan ustedes a Jesús.

—Para nosotros es un profeta no un Dios sin por eso menospreciarlo.

—Si parece que tiene usted razón, pero de momento me interesa más lo que va a ocurrir próximamente conmigo. ¿Corro peligro?

—Con nosotros no, cuando regrese no puedo saberlo, aunque intentaremos protegerle.

—¿Cuál es nuestro destino?

Mi pueblo; siento decirle que antes de llegar lo sedaremos, para eso solo debe beber un poco de agua. Comprenda que no puedo mostrarle el camino de nuestros secretos. Pero si usted decide quedarse un día más, le mostraré las ruinas de Masada.

Miguel miró por la ventanilla solo se veían las nubes más adelante había un claro.

—Señor Miguel en cuanto pasemos las nubes podrá ver Sicilia y Malta a la izquierda, a nuestra derecha Túnez.

—Por favor llámeme solo Miguel. ¿Y usted tiene nombre?

La señora sonrió — si me llamo María Magdala? No tengo nada que ver con María Magdalena. Aunque nuestro nombre quiera decir lo mismo. Magdala es una población de Israel.

—¿Cómo se financian ustedes?

—Ya entiendo el avión, la estancia en su país. Al igual que muchos judíos una parte de los nuestros están esparcidos por el mundo y mandan donativos. También imprimimos, libros y en fin tenemos nuestros negocios. Nosotros seríamos la policía o como decimos nosotros “los guardianes de la verdad” ya que policía no tenemos.

—¿Su relación con Israel?

—Digamos que Palestina es nuestra tierra, creemos ser descendientes de Dan quinto hijo de Jacob, nunca hemos podido estar tranquilos en nuestro país, en eso nos parecemos a los Judíos. Pero hay una gran diferencia entre nosotros, ellos tienen sus clanes, y cuando regresaron a Palestina hicieron con el pueblo lo mismo que habían aprendido de los alemanes. No nos gustan pero debemos convivir con ellos intentando ignorarlos. Empresa prácticamente imposible.

Una parte de nuestro pueblo está en Jordania y allí nos dirigimos, pero la localización exacta no puedo dársela ¿entiende?

—Si creo que empiezo a entender.

La azafata salió de la parte trasera, con los documentos en la mano.

—Tome, puede guardarse su carnet, esto son invitaciones para visitar Israel y este su pasaporte Jordano.

—¿Jordano?

—Si en estos momentos usted es jordano, como nosotros. Las relaciones de su país con el nuestro son excelentes y no tendría problemas en Jordania, no así con Israel. Son muy cautos y lo comprueban todo.

—Entiendo; tienen miedo a los atentados.

La azafata sacó, comida y la puso sobre la mesa; cordero, tortas de pan, dulces y dátiles. Agua y una cerveza para Miguel.

Coincidiendo con el final de la comida, el avión empezaba a descender después de cuatro horas, María se dirigió al librero, mientras la azafata sacaba medio vaso con naranjada.

—Miguel es la hora de dormir ¿le gusta el zumo de naranja?

—Como no iba a gustarme seria un insulto para Valencia.

Se bebió la naranjada y momentos después empezó a notar que sus ojos se cerraban hasta quedar dormido profundamente.

Más tarde notó una serie continuada de movimientos bruscos y sus ojos empezaron a abrirse, su cabeza estaba sobre las piernas de María pero era muy pesada apenas podía levantarla y escuchó la voz de María que le decía.

—No pasa nada siga durmiendo.

—Su cabeza sin levantarla empezó a funcionar estaba cómodo apoyándola pero de repente, se dio cuenta que no estaba en el avión, miró a su alrededor y se esforzó por levantarse, pese a la flojedad que sentía. Estaba en un todo terreno cruzando el desierto; en realidad estaba cerca del monte Ramm a unos cien kilómetros de Petra. El automóvil se salió de la carretera a su izquierda. Miguel no sabía dónde se encontraba, mientras el conductor bajaba la velocidad y conducía con precaución sobre piedras “no había camino”. veinte minutos después se dirigía hacia una pared de roca ante ella vio aparecer unas carpas como las que usan los beduinos o nómadas. Pasaron entre ellas y llegaron a una pared de roca; el vehículo paró y unos hombres lo taparon con una red de camuflaje. La comitiva se dirigió a las rocas, lo que parecía una pared sin grietas no lo era, frente a ella solo se veía una raya pero al acercarse te dabas cuenta que solo era una roca la que tapaba a otra y que tras lo que parecía una simple raya era hasta donde llegaba una roca delantera cubriendo la entrada. Se introdujeron tras la roca era un pasillo estrecho por donde solo podría pasar un camello no muy cargado. Miguel seguía a María observándolo todo. Cinco minutos más tarde se introducían en una gruta. Unos niños salieron a recibirles cogiéndoles las manos, la gruta era enorme y una gran cantidad de personas vivían en ella de tanto en tanto se topaban con enormes columnas esculpidas a pico que parecían sostener la cúpula o techo, María empezó a hablar.

—Miguel este es mi pueblo, aquí hay cerca de cuatro mil personas, tenemos nuestro sistema de alcantarillado y de abastecimiento de comida, disponemos de toda el agua que necesitamos. Hace muchos años un camello se escapo y siguiéndolo descubrimos la gruta, como puedes ver la ampliamos dejando columnas de sujeción. Tenemos rebaños y con ellos, leche, queso, carne, lana y pieles. Los vegetales vienen de los oasis y de... Bueno no creo que le interese mucho como vivimos.

Un comité de bienvenida se unió a ellos María le presentó al comité y después estuvieron hablando con ella en un lenguaje que no entendía Miguel. Un señor entrado en años no parecía muy conforme con ella, pero al fin se apartó y les dejó pasar. La señora miró alrededor y llamó a un joven, tras unas palabras salió corriendo y al momento llegaba con otro. María lo cogió por el hombro y se dirigió a Miguel.

Joshua se encargará de usted, dele la bolsa y la dejará en su lugar de descanso — Miguel se la dio y el joven salió corriendo — no tema nada no robamos.

¿Se encuentra bien, le apetece descansar o seguimos con la visita?

Miguel no sabía cómo se encontraba, la sensación de todo lo que veía no le dejaba fijarse en su cuerpo, miró el reloj acababan de dar las cinco y cuarto.

—No, no estoy cansado podemos seguir.

Siguieron hasta el fondo y vio como las viviendas labradas en la roca estaban a los dos lados, de vez en cuando un túnel artificial se habría a ambos lados. María paró mirando la pared que había ante ella y caminando hacia la derecha, se introdujo en una grieta que se agrandaba conforme entrabas más en ella, de pronto se paró, ante la señora había un precipicio, David venía cargado con un tablón este tenía una cuerda atada a una punta, poniéndolo de pié y sujetando con su pie la parte inferir, lo dejó caer suavemente con la cuerda al otro lado creando un puente.

Miguel miró hacia abajo y la luz de los quinqués le hizo saber que había agua, inconscientemente dijo ¡agua!

—Si señor agua toda la que necesitemos — contestó María y con agilidad para sus años cruzó el tablón, Miguel y David le siguieron por una cornisa y tras un recodo se abrió a sus ojos lo que nunca podría haber imaginado. Una completa y enorme biblioteca. María prosiguió con sus explicaciones.

—Mire Miguel “El Talmut” los cinco rollos del antiguo testamento en Hebreo. Los libros de Salomón, varios escritos no conocidos por su iglesia anteriores a Jesús. Algunos evangelios apócrifos, ¿que darían algunos por conocer los de María Magdalena completos? debe saber que quien se hizo cargo de los seguidores de Jesús a su muerte, fue María y no Simón-Pedro. ¡A! y nunca fue prostituta.

Mire incunables latinos y europeos, estos libros son de su país, la primera edición del Tirant lo Blanc, la segunda del quijote editada en Valencia en 1615, ya se había editado en 1605 por Juan de la Cuesta ¡siga mirando!, Gongora, Calderón, mire esta biblia se rescató de las llamas en San Juan de la Peña, en el primer incendio del monasterio, otra biblia de 1416 editada por el rey Alfonso V de Aragón; como verá lo recogemos todo.

Siga mirando, La comedia de Calixto y Melibea, “su Celestina” edición de 1508 solo existe otro libro como este en el British Library; el manuscrito de Colon en papel de lino, escrito por Edmundo O Gorman. En 1493, pero sigamos.

La biblioteca contenía un tesoro inmenso para un librero, habían incunables de todos los países, incluida una primera edición de la declaración de independencia Norteamericana. No se sabe el tiempo que pasaron en el interior hasta que María dijo. — Debemos regresar.

A la salida les esperaba Joshua. María le hizo un ademán y Miguel se fue con él; el joven lo llevó a una habitación o casa. El habitáculo no tenía más de tres metros por tres y medio, una especie de mesa de piedra de medio metro de altura pegada a la pared y dejada cuando picaron la habitación, hacía las veces de cama, sobre ella una alfombra trenzada de ramas de palmera y sobe la alfombra unas pieles de oveja rematadas con la bolsa de viaje, dos troncos de palmera cortados formaban dos taburetes y sobre otro más alto una palancana y una jarra con agua al lado, cerrando la habitación una cortina de lana trenzada de diferentes colores. Miguel pensó que debía ser la habitación de los invitados.

Joshua le mostró unas prendas blancas dobladas sobre uno de los taburetes y con gestos le indicó que se las pusiera. Miguel intentó ponérselas sobre su ropa, pero el muchacho le mostró levantándose la suya que debajo no llevaba nada. Miguel se despojó de la ropa dejándose los calzoncillos y vistiéndose con aquel tipo de camisón blanco. A continuación siguió al joven, por los entresijos de la caverna. Al otro lado un pasillo desembocaba en una piscina natural; muchas personas entraban y salían de ella. Joshua le izo una indicación y vio a María entre muchas personas, el joven entró en el agua invitando a Miguel con un ademán y se acercaron a María.

—Bienvenido Miguel como verá este baño al que tenemos por costumbre, se puede confundir con una iniciación, lo llevamos practicando puede que mas de...

Tres mil años para nosotros es algo natural puede ver a mucha gente dialogando. Digamos que es un sitio de reunión.

Un señor se acercó.

—¿Es usted Miguel el librero?

—Sí señor, yo soy.

—Me alegro de su visita.

—Usted habla perfectamente el español.

—Si resido en Madrid tengo negocios en su país; mis ganancias tras cubrir mis necesidades repercuten en mi pueblo y gracias a eso podemos conservar nuestra cultura.

—El señor Benjamín, es uno más de nuestros mensajeros por el mundo — aclaró María — así es como les llamamos. Si necesita consejo o tiene una necesidad puede ponerse en contacto con él; le dejaremos una tarjeta en su habitación.

—Si don Miguel no lo dude. Solemos ayudarnos entre nosotros.

—Pero yo no soy uno de ustedes.

Benjamín miró a María con cara de sorpresa.

—Si tiene razón, no es uno de los nuestros, lo hemos dormido para traerlo. Benjamín respiró tranquilo.— perdone pero entienda que...

—Está todo entendido, yo he aceptado el trato. Usted María me ofreció un viaje si me quedaba un día más. Pues bien lo acepto, aunque le sigo diciendo que no poseo el libro y por lo tanto no puedo dárselo.

—No siempre se hacen las cosas por interés y como dicen ustedes lo prometido es deuda, mañana irá de visita.

Salieron del baño y Joshua lo llevó de regreso a su habitación, sin su ayuda probablemente se habría perdido, Miguel se quitó la ropa mojada y tendió los calzoncillos sobre un taburete, afortunadamente llevaba repuesto. Su estómago le hizo saber que necesitaba comer. Abrió la cortina y vio que se acercaba Joshua, con una seña le dijo que lo siguiera tras unas columnas vio una mesa repleta de comida variada, y unas bandejas de barro, las personas las cogían y las utilizaban como platos, se acercó a la mesa con el joven cuando una voz a su espalda comentó.

—Coja lo que vaya a comerse, aquí no podemos desperdiciar nada — era Benjamín. Miguel siguió las instrucciones y los dos se sentaron en otra mesa de piedra donde se comía.

—He hablado con María y ha aceptado que mañana sea yo quien lo acompañe.

—¿Dónde iremos?

—Me han dicho que lo lleve a Masada pero he pensado en darle una hermosa vuelta o recorrido. El problema está en la salida y la llegada tendré que dormirlo.

—Y no sería más fácil ponerme una capucha, la verdad es que no me encuentro muy bien cuando despierto.

—Lo consultaré.

Miguel y Benjamín, salieron paseando hasta la entrada de la gruta y así pudo ver la luna en el desierto. Pronto empezó a hacer frío en el exterior y regresaron a la confortable habitación de la gruta.

Al día siguiente Joshua fue a buscarle y tras pasar por el “comedor“ beber leche y comer unos pastelitos con miel salieron al exterior, Benjamín y David le esperaban. Desandaron el camino que les había llevado al poblado de la gruta hasta llegar a las tiendas, siguieron un poco más adelante, como a un kilómetro pararon, no se veía más que desierto pedregoso alrededor. Un sonido se hizo visible, era un helicóptero. David agitó un largo trapo Rojo y el helicóptero bajó. Entraron los tres en el interior y David aprovechó la pieza de tela roja para taparle los ojos.

El aparato resultó ser de Israel y seguramente quien lo conducía debía ser Esenio. Benjamín hablo con el piloto y Miguel solo entendió el nombre de Masada, casi una hora más tarde le quitaban la venda.

—Mire Miguel a su derecha el mar muerto, estamos en el lado de Israel, estas son las ventajas de contratar un aparato y piloto israelí en poco más de veinte minutos veremos la fortaleza de Masada, no sé si conoce su historia.

—Si la conozco; conozco lo que pasó con los romanos.

—Pero sabe quien la construyó.

—No, no lo sé.

—Fue Herodes apodado el grande. Era como su refugio, hay muchas leyendas sobre ella. Mire allá a lo lejos nos acercamos.

A lo lejos Miguel no distinguía nada excepto, desierto o montes de rocas, apenas se veía vegetación en algunos lugares. Poco a poco una colina fue tomando forma mientras se acercaban. Sus paredes eran verticales y no se apreciaban caminos o laderas por donde subir, en la cima plana se adivinaban las ruinas de una fortaleza.

El piloto dio un paseo por los alrededores y así descubrió el camino que llevaba a la cumbre, inmediatamente entendió por que pudieron resistir a la décima legión, durante siete años.

—Miguel una de sus leyendas dice que un túnel secreto era usado para conseguir comida a los sitiados, pero nunca ha sido encontrado.

—Sin embargo señor Benjamín yo creo que existe, de lo contrario ¿cómo podían comer durante tanto tiempo?

El piloto dio otro rodeo y volvió por el mar muerto pero esta vez por el lado Jordano. El tiempo trascurría en animada conversación. El piloto dijo algo y Benjamín tradujo.

—Estamos llegando a Petra, daremos un paseo en el helicóptero y bajaremos a tierra en el circo romano.

El experto piloto habló por radio y tras hacer unas maniobras siguieron el camino entre las dos paredes de roca por donde suelen entrar los turistas. La vista era maravillosa, desembocando en la plaza de las tumbas. Sobre voló la montaña y bajó cerca del circo romano desde el suelo no se apreciaba el conjunto de las ruinas, como desde el aire, pero si la construcción de las mismas. Miguel daba gracias a dios por haber decidido realizar el viaje. Seguramente en su vida habría hecho tal viaje y tan espectacular.

Al subir nuevamente al aparato David volvió a taparle los ojos, prueba inequívoca de que el paseo había finalizado. En realidad quedaba solo media hora de regreso, pero el riesgo para los Esenios era mucho.

Apenas los dejó en el suelo el helicóptero emprendió el vuelo de regreso, mientras caminaban y llegaban a las piedras David le quitó la venda.

Su llegada fue recibida por María y Joshua. Rápidamente se dirigieron a comer.

—Miguel tenemos la tarde libre y mañana salimos ¿que desea hacer esta tarde?

—Me gustaría pasarla en la biblioteca ojeando libros

Su deseo fue cumplido y allí transcurrieron sus últimas horas con los Esenios. Hasta que cenó y posteriormente se fue a su habitación.

—Escuchó una voz. Señor Miguel es la hora, señor Miguel. Si ya voy — se escuchó desde el interior — Miguel había tenido una mala noche y había tardado en dormirse, se levantó de la cama con los ojos pegados, la fresca agua de la palancana fue un reconstituyente, movió sus caderas y levantó las piernas hasta tocar el vientre con las rodillas, no estaba acostumbrado a dormir en una cama tan dura. Se vistió con rapidez y salió con la bolsa de mano.

—¿Comemos? — preguntó Joshua, Miguel aceptó moviendo la cabeza y los dos se dirigieron al comedor, allí se reunieron con el grupo y tras desayunar se dirigieron a la salida donde le esperaban, Joshua les acompañaba y al salir extendió su mano, Miguel la estrechó pero quería dar un obsequio al joven. No encontrando nada a mano se quitó el reloj y lo puso en su muñeca; el chico sonrió en agradecimiento, mientras María se ponía en marcha.

Subieron al todoterreno dejando atrás la pared de roca o campamento, tras sortear el trayecto de piedras llegaron a la carretera una hora después de salir, el coche paró y David repartió cantimploras para todos cada uno la suya, a continuación se fue tras unas rocas, María dijo — hay que hidratarse el calor del desierto pronto nos hará efecto — abrió su cantimplora y bebió, lo mismo hizo Dan, que conducía; Miguel pese a no tener sed los imitó. David volvía al vehículo pero antes de que llegara empezó a verlo todo borroso y cayó en un profundo sueño.

Al despertar, miró a su alrededor y volvió a cerrar los ojos tenía sueño y siguió durmiendo, media hora más tarde los volvió a abrir y miró nuevamente alrededor preguntando.

—¿Por dónde vamos?

—A su izquierda puede ver Túnez — contestó la azafata en voz baja.

Miguel miró alrededor incorporándose, María dormitaba, su cara era la de una madre bondadosa, nada parecido a la persona acostumbrada a dar órdenes y dirigir un pueblo; David por su parte no desentonaba, parecía una estatua sentado con su cara impasible, volvió a recordar lo equivocado de su nombre “tal vez Goliat le iba mejor” la azafata lo sacó de sus pensamientos.

—¿Quiere tomar algo?

—Tal vez un poco de agua. ¿Queda mucho para llegar?

—Como hora y media.

Miguel instintivamente miró su reloj, no recordaba que se lo había dado a Joshua; cuando llegó la azafata con el vaso de agua preguntó.

—¿Qué hora es?

—Faltan quince minutos para las trece horas y aproximadamente hora y media para llegar.

María Magdala abrió los ojos y se dirigió a Marina.

—Dentro de media hora sirves la comida. ¿cómo se encuentra Miguel?

—Bien muy bien, tal vez cuando me durmieron a la ida no descansé lo suficiente y eso me produjo dolor de cabeza.

—Siento tener que dormirlo, pero espero que comprenda.

—Si comprendo y creo que es un atrevimiento por su parte haberme llevado a su pueblo.

—Puede, pero en ocasiones hay que correr riesgos; creo que usted es una persona correcta, solo hemos corrido los riesgos mínimos o necesarios y hablando de riesgos, en el tacón de sus zapatos hemos instalado una célula de seguimiento, si en alguna ocasión se encuentra en peligro, de una fuerte patada sobre el suelo, una diminuta bola de inercia nos avisara y podremos acudir en su ayuda, aunque espero que le dejen tranquilo por un tiempo como nosotros haremos. En su bolsa tiene un teléfono donde localizarnos. Dan le llevará a su casa, nosotros tenemos otros trabajos.

Al bajar del avión dos coches les esperaban María y David subieron a uno y Dan acompañó a Miguel en el otro con el conductor. Daban las tres cuando Miguel llamaba a la puerta de Lorenzo.


—¡Miguel! ¿ya ha regresado? Creí que estaría más tiempo fuera…

—Créeme Lorenzo estos dos días y medio han sido los más aprovechados de mi vida. Ahora necesito las llaves.

—¡A! si perdone ahora se las doy — entro hacia el comedor y volvió con ellas —

¿Le llamo para ir a la librería?

—Si por favor y no me hables de usted, tienes más años que yo.

Cogió las llaves y se fue a su apartamento.

Cuando alguien llega a su casa tras un largo viaje siempre llega cansado, pero el placer de sentirse en casa le hace relajarse. Miguel abrió la puerta y dejando la bolsa sobre la mesa se dejó caer en el sofá, sin encender el televisor. Inmediatamente su cerebro empezó a coordinar, tenía libros por reparar en la librería y sobre todo pensó en Carmen como le iría. ¡Dios mío! recordó que le había prometido empapelar el armario de la entrada y barnizar las maderas del suelo. Un nuevo pensamiento vino a su mente; ayer tenía que haber recogido el coche. Miró el teléfono que había dejado sobre la mesilla de noche, estaba descargado se puso otro reloj y pensó que ya no tenía tiempo de... lo puso a cargar y decidió que a la noche llamaría a Carmen.

Subió nuevamente a casa de Lorenzo y llamó a la puerta.

—Si Miguel ¿Que deseas?

—Abre tú la tienda yo me voy a recoger el coche y guardarlo en el garaje, había olvidado recogerlo.

—Vale de acuerdo.

Miguel salió y cogió el primer taxi que vio, para que lo llevara a por el coche, el trámite fue rápido y a las cinco ya estaba en la tienda. Transcurrida media hora en su trabajo habitual, parecía como si nunca hubiera salido de allí, pero sin darse cuenta empezó a clasificar los libros por antigüedad de forma diferente a como solía hacerlo, dándoles importancia a los que él consideraba que la tenían. Por la noche tranquilamente sentado en el sofá, llamó a Carmen.

—Miguel ¿eres tú?

—Si perdona que no te llamara antes, pero he estado muy ocupado y cuando eche mano del móvil estaba descargado.

—¿En la casa?

—No, no, en la casa no, he tenido que viajar prácticamente de improviso, en fin ya te contaré, hoy he recogido el coche y el domingo terminaré el armario, cuando vuelvas nos trasladaremos directamente a nuestra casa, iré llevando mi ropa y lo que crea conveniente. No pienso pasar ni un momento más sin ti. ¿cuándo volverás?

—Aún me quedan entre diez o doce días de trabajo, no era un solo lienzo, pero mientras uno seca trabajo con el otro, en fin me doy prisa aunque en este trabajo no se puede correr.

—Lo entiendo,

Las conversaciones de los enamorados son privadas; Miguel y Carmen hablaron a lo largo de media hora. Al finalizar la llamada Miguel se acordó de la carta que había dejado escrita por si no volvía, fue en su busca la cogió y la rompió, Sacó una manzana y una naranja del frigorífico y esa fue su cena.

Los sábados solo Vicentín que libraba los lunes le acompañaba en la librería. A las ocho los dos se retiraron cerrando la tienda. Durante los dos días anteriores había llenado dos maletas y varias bolsas grandes de basura con la ropa que no usaba, para llevarla a la casa y el domingo temprano sacaba el coche del garaje y lo llenaba con maletas y bolsas. Con ilusión se fue a Sagunto, entró por la calle Mayor y al llegar cerca de la casa, pulsó el mando a distancia que daba la orden de enrollar la persiana metálica. Tuvo que hacer una maniobra para entrar por la estrechez de la calle pero introdujo el vehículo sin dificultades. Descargó y subió la ropa a las habitaciones de la parte superior, distribuyéndola en el armario y los cajones de la cómoda. Pero su objetivo estaba en terminar el armario que era la promesa hecha a Carmen. Esta había dejado sobre la mesa del comedor un mantel de plástico y sobre él los rollos de papel, la cola y el barniz para las maderas. Todo lo tenía preparado.

Miguel pensó que primero debía barnizar las maderas para que se fueran secando mientras empapelaba las paredes, sacó dos caballetes bajo el techado del patio o corral y puso sobre ellos un tablón (el único que tenía a mano) puso las cuatro estanterías o maderas laterales sobre él y las barnizó, era el momento de quitar las maderas del suelo del armario. Cambió la bombilla por una más potente y empezó a mirar por donde podía sacar las maderas, ¡no podía sacarlas! Ni tenía como cogerlas. Miró junto al marco de la puerta donde estaba el arrodillado y vio unas marcas, tal vez producidas por una pata de cabra, (especie de palanca utilizada mayormente para abrir embalajes de madera) recordó haber visto una en el garaje y fue a por ella; la introdujo donde estaba señalado y las maderas todas unidas se levantaron con facilidad, parecía que la parte que daba a la pared de enfrente al fondo del armario, no se levantaba, por lo que decidió apoyarlas en la pared frontal. — ¡Dios mío! — Exclamo Miguel, no había nada debajo solo se veía un agujero de setenta de ancho por dos metros de largo. La bombilla recién puesta, por su situación solo alumbraba una pared lateral del agujero, en el garaje habían dejado una linterna, fue en su busca y al enfocar el interior del agujero, se dio cuenta que a tan solo tres metros había suelo seco, una escalera de madera apoyada en un costado, era su única comunicación con el interior del agujero. Miguel debió pensar que si estaba la escalera era porque alguien la usaba. Y con decisión se atrevió a comprobar el estado de la misma bajando con la linterna. Tocó suelo y miró hacia arriba, entonces se percató que ha unos diez centímetros bajo la madera que tapaba el agujero, había un interruptor antiguo de porcelana, que se podía utilizar desde arriba, subió nuevamente hasta poder alcanzarlo y giró el mando, inmediatamente se iluminó el subsuelo. Miguel pudo mirar donde estaba, a su espalda había una pared y de ella a la que tenía apoyada la escalera, distaban unos tres metros a su derecha, el túnel continuaba durante unos siete metros, el techo era abovedado y en su punto más alto debería medir dos metros veinte, o algo mas tal vez llegara a los dos metros y medio, pero el suelo había sido reparado con “planché y lucido de cemento” al fondo unos cajones, como los que se usan en la recolección de la naranja y unas sillas con algunas maderas; no les dio importancia y miró al otro lado, el túnel seguía unos cuatro metros más, pero la pared del fondo no era igual al resto de las paredes, todas las paredes eran de mortero posiblemente de cal, como solían hacer las cisternas los romanos , pero esa pared era de ladrillo, se notaban las juntas.

En la parte superior faltaban algunos ladrillos, como si quisieran que corriera el aire. Miguel fue a por una de las sillas de enea que había al fondo y subiendo en ella, miró por el agujero alumbrando con su linterna. El túnel seguía durante unos diez metros o más pero estaba vacío.

Estaba claro que su tío lo compartía con alguna casa vecina. Se sentó en la silla y pensó en el gran hallazgo que acababa de realizar, observó detenidamente las paredes pintadas con cal, no era reciente pero tampoco debería hacer mucho tiempo que la habían encalado. Fue mirando el techo mientras se aproximaba al fondo y se percató de que los agujeros por donde podría entrar antiguamente el agua estaban tapados, lo mismo que una boca de pozo que debió servir para sacarla. Ya no había duda de lo que había descubierto, el sótano ¡era una cisterna!

Dejó la silla y miró en el interior de los cajones; se dio cuenta que contenían libros envueltos en plástico y papel de celofán. Tras los cajones había una mesa plegable de camping y sobre ella una tela tapando lo que parecía una caja cuadrada, los cajones pesaban mucho para moverlos y decidió utilizar las maderas para descargar algunos libros colocándolas entre dos sillas, después de sacar algunos libros pudo mover los cajones superiores, por fin tuvo acceso a la mesa y a la tela, la levantó con cuidado, pues no sabía que podía haber debajo. Sobre la rustica mesa plegable había un cristal y sobre el cristal, un cajón también de cristal boca abajo cubriendo un libro. Miguel pensó que su tío se había tomado muchas molestias con el libro en cuestión. Como buen bibliotecario sabía que no podía tocar el libro sin guantes, subió arriba y cogió dos del paquete que acababa de llevar, con las manos enguantadas levantó la caja de cristal suavemente y observó las tapas de madera, levantó la tapa y Allí estaba ¡La Traducción de Simeón!

Miguel soltó la tapa nuevamente sobre el libro y echándose hacia atrás se quedó sentado en una de las sillas de enea, mientras pensaba que por aquel libro habían fallecido dos personas. Durante más de diez minutos no se movió, su cabeza hervía sus pensamientos se amontonaban, pensaba en las veces que había perjurado que no tenía el libro, en un momento de lucidez pensó en Carmen. Había prometido terminar el armario, lo dejó todo como estaba y subió, fijándose en las maderas del piso que con unas bisagras se quedaban recostadas contra la pared frontal y el interruptor que estaba a mano solo con levantar las maderas. Durante el resto del día se dedicó a empapelar las paredes del armario, limpió y barnizó las maderas que tapaban la cisterna y así terminó el armario, solo se tomó el tiempo justo para ir a comer, sin dejar de pensar en lo que había sucedido.

Sin darse cuenta había pasado el domingo, ya eran más de las ocho cuando sacaba el coche del garaje para dirigirse a Valencia.

Al día siguiente no solo pensaba en La Traducción de Simeón, había otros ocho cajones llenos de libros que no había sacado de su envoltorio. Durante toda la semana su cabeza no le permitía olvidar lo sucedido, pensando en lo que podría encontrar en otros cajones, por fin llegó a la conclusión de que su tío podría haber almacenado, libros de difícil venta para su propia colección o para mandarlos a una subasta. Sabía dónde y con quien trataba para tal fin y recordaba las palabras de Tomás “los libros no valen tanto en una subasta como un lienzo o un mueble”. Pero Miguel pensó que si eran muchos tal vez, conservaba un pequeño tesoro. Necesitaba algún tipo de información y se decidió a mandar un correo a la casa de subastas. Tres días después recibía noticias por el mismo medio, solo los incunables conseguían buenos precios, siguiendo el valor por antigüedad, interés o conocimiento del libro, estado, edición y autor. Pero el precio final siempre dependía de los compradores y de su interés por el libro.

Miguel pensó en cuanto podría estar tasada La traducción, sabía el precio que había pagado su tío por el incunable. Pero...

Los días siguientes su cabeza seguía debatiéndose entre entregar el libro a María Magdala o venderlo en subasta. No quería tomar solo la decisión esperaría a Carmen y juntos decidirían. Por último pensó que el próximo domingo, sacaría todos los libros de los cajones y anotaría los datos de los mismos.

El domingo partió hacia Sagunto con todo lo necesario, dejó el coche en el garaje y miró como había quedado el armario “le gustó” levantó la tapa y bajó. Entre las maderas que habían en el sótano estaban los restos de un viejo escritorio, del que solo quedaban las dos tiras de cajones que tenía a los lados, faltaba la parte superior de la mesa, los puso uno a cada lado y las maderas que habían sueltas encima había construido una gran mesa, (posiblemente ya utilizada por su tío) la tapó con una sábana limpia y empezó a desenvolver libros, como se había imaginado eran libros antiguos aunque no incunables. Abrió un bloc y empezó la relación de los mismos, anotando todos los datos disponibles, Nombre, edición, fecha de la misma y autor. El trabajo le llevó toda la mañana, miró su reloj, faltaban cinco minutos para las dos.

—Hora de comer — dijo para sí mismo y se dirigió a un bar cercano.

La tarde la dedicó a envolver y guardar de nuevo los libros, subió y cerró la entrada al sótano, colocó las estanterías a ambos lados del armario y sobre el suelo el contenedor de los bastones y paraguas, el jarrón y algo de ropa para salir de improviso. Todo estaba dispuesto para recibir a Carmen.

Regresó a Valencia y encerró el coche. Al salir del garaje se dio cuenta que alguien le llamaba agitando la mano.

—¡Carmen! — exclamó sus piernas se dirigieron en busca de su amada, el abrazo fue intenso y los besos no tenían fin.

—Dios mío no te esperaba.

—Yo tampoco creía volver tan pronto, pero solo me quedaba por terminar un pequeño retrato y el dueño me autorizó a llevármelo, solo tiene dos días de trabajo lo terminaré y lo mandaré por agencia. Lo he dejado en mi estudio en cuanto lo termine nos vamos a Sagunto.

Miguel miraba plácidamente aquella cara sonriente que no dejaba de hablar y mientras Carmen hablaba, él pensaba en todo lo que tenía que contarle.

Se fueron a cenar, mientras Carmen seguía contándole todo lo sucedido pormenorizadamente durante el trayecto, su estancia en la mansión y el trabajo realizado. Ya se habían tomado los postres cuando se quedo mirando a Miguel y le preguntó.

—¿Es que tú no tienes nada que contarme? ¿has terminado el armario?

—Sí, he terminado el armario y ha quedado precioso. También he hecho un viaje.

—¿Cómo que has hecho un viaje? ¿y has comprado más libros?

—No, no he comprado nada, recuerdas cuando fuimos en busca de Vicente Escrivá y lo que nos contó sobre las sectas hebreas.

—Si lo recuerdo.

—Pues el gigantón del que te hable resultó ser un Zelote y su jefa es Esenia, prácticamente las dos sectas con el tiempo, forman una sola; su jefa se llama María Magdala y el gigantón David; parece ser que todos viven juntos y creo que su doctrina a evolucionado con el tiempo, tuve una invitación para hablar con María, en plena calle sentados en un bar concurrido y tras una conversación, para convencerme de su buena “Fe” y la conveniencia de que ellos deben conservar el dichoso libro, por diferentes motivos, me invitaron a conocer su mundo y sus gentes.

—¿Y aceptaste?

—Me lo pensé pero, analizando la conversación y habiéndoles, dicho que no tenía el libro por enésima vez, llegue a la conclusión de que no querían hacerme daño alguno. Acepté su invitación y me llevaron a su país y a un poblado escondido en el desierto “creo que de Jordania” allí me mostraron una gran biblioteca, con muchos incunables de todos los idiomas, incluidas seis tablillas en Ibero escritas de derecha a izquierda como escribían los Fenicios. Al día siguiente hicimos un viaje en helicóptero me mostraron el Mar Muerto, la fortaleza de Masada y la ciudad de Petra. De ella solo conocemos las tumbas pero es mucho más grande y extensa, debió ser muy importante en su época—

¿Todo eso en un día?

—No en algo más de medio día, salimos al clarear en helicóptero y solo descendimos en el teatro romano de Petra. Puedo decir que el viaje fue “a vista de pájaro”. Al día siguiente regresamos aquí en su avión particular

Carmen lo miraba seriamente.

—¿Puedes decirme, que conclusiones has sacado al respecto?

Miguel quedó sorprendido por la pregunta, pensó la contestación y dijo con seriedad.

—Creo que son buena gente y que sus ideales son lógicos, también que han gastado mucho dinero para convencerme.

—Exacto ¿Que ocurrirá si no consiguen el libro?

—No creo que ocurra nada, más miedo les tengo a los de La Hermandad Protectora. Si María hubiera querido hacerme algún daño ya lo habría hecho, ha tenido tiempo de sobra. ¿Has buscado bien el libro en la Librería? por si el dichoso libro estuviera en algún rincón.

—Te puedo asegurar que no está en la Librería.— Miguel no sabía cómo decirle donde estaba... pero tampoco era momento ni lugar, pensó que las paredes podían oír; pagó la cuenta y se retiraron. Por la mañana cada uno se dirigió a su trabajo, ambos se reunieron en casa de Carmen para comer, pero no hablaron más que de terminar el pequeño retrato y marchar a su nueva casa.

Por la tarde Miguel cerró la tienda y fue al apartamento de Carmen, allí no había nadie, su estudio no estaba muy lejos y decidió ir en su busca. Al llegar llamó a la puerta al momento se abrió. Miguel vio a uno de los dos señores vestidos con traje de cura y cuello duro, que les habían estado siguiendo; llevaba una pistola en la mano y le apuntaba al pecho, movió su mano izquierda invitándole a entrar sin bajar la pistola. Miguel levantó las manos y entró, su mirada buscó al fondo del local y vio a Carmen atada a una silla con un pañuelo de cuello que le tapaba la boca. Su cabeza reaccionó con rapidez y gritó ¡suéltenla! Al tiempo que daba un fuerte pisotón de rabia sobre el suelo. Notaba el cañón de la pistola en la espalda que le apretaba y al otro cura mostrándole la silla donde debía sentarse. Miguel tenía claro que ninguno de los dos era lo que aparentaban, por eso mientras lo ataban junto a Carmen preguntó.

—¿Son ustedes de La Hermandad Protectora?

—¿Y usted que cree? — contestó el de la pistola con una leve mueca.

—No hubieron mas palabras, giraron su silla para que viera a Carmen y acercaron la mesa, que utilizaba Carmen para dejar los colores y trapos, cogiendo el paño que había sobre ella tiraron todo lo que la ocupaba al suelo. A continuación el que lo había atado, sacó un envoltorio de cuero de una bolsa de mano y lo desplegó sobre la mesa, Miguel se dio cuenta inmediatamente ¡eran herramientas de tortura! ¡se encontraban en peligro!

Señor Librero — dijo el que acababa de desenvolver las herramientas — no sé el aguante que puede tener usted ante el dolor, pero tampoco el que puede tener su pintora o compañera y creo que puede hacerle más daño a usted ver como ella sufre por su culpa o de lo contrario demostraría que no la quiere o no le importa. En realidad a quien no le importa es a mí, verá usted, se ha hablado mucho del dolor de las uñas, pues creo que podemos empezar por ellas y le aseguro que duelen. Primero le haré unos cortes, después introduciré clavos y por último las arrancaré; le recuerdo que tiene veinte dedos ¡será mucho trabajo y divertido! Al menos para mí, me gusta ir lentamente sin precipitarme, así tenemos más tiempo de disfrute y charla.

—Pero ¿Que buscan? Ya les he dicho por activa y por pasiva que no tengo el dichoso libro. No puedo darles lo que no tengo ¿no lo entienden?

Como contestación el que llevaba la pistola, le dio con ella en toda la boca partiéndole el labio.

—Señor Miguel — dijo en tono burlón el verdugo — no pensará que me lo crea, sabemos quien compró el libro y usted es su heredero, no ha sido subastado y nadie lo tiene, por lo tanto si quiere seguir viviendo debe entregárnoslo, empezaremos por su amiga y seguiremos con usted, tal vez nunca consigamos el libro, pero ni usted ni su amiguita lo verán. Y créame a mí me da lo mismo y le aseguro que mi compañero suele ponerse nervioso.

—Ya está bien de charla — gritó el otro, que seguía con la pistola en la mano, Miguel pensó que estaba loco su rostro reflejaba ira. El verdugo se acercó a la mesa y cogió un bisturí, dirigiéndose lentamente a Carmen y cogiéndole la mano que tenía atada a los posabrazos del sillón acercó el bisturí; Carmen lo miraba con los ojos desorbitados, el terror se reflejaba en su rostro. Miguel gritó.

—No, por favor cojan las llaves de mi bolsillo y entren en la tienda, al fondo hay una pequeña habitación, busquen allí, pero no le hagan nada a ella.

En realidad lo que Miguel quería solo era ganar tiempo; el torturador hurgó en sus bolsillos sacando el móvil y dejándolo sobre la mesa, siguió buscando encontrando las llaves.

—Bien señor librero veo que empieza a entender. Iremos a la librería pero pobre de usted si nos miente.

Cogieron un trapo sucio y le taparon la boca.

En ese momento se escuchó un estruendo y la puerta cayó al suelo, una pequeña figura encapuchada irrumpía en la sala y lanzaba un cuchillo sobre el hombre que sostenía la pistola, sin darle tiempo a utilizarla. El cuchillo se clavó en su muslo derecho soltando el arma, el torturador se abalanzó sobre ella e intentó recogerla, pero siguió la misma suerte, un nuevo cuchillo se clavó en su muslo izquierdo. Tras el hombre más bajito entró un gigante con el rostro cubierto; Miguel los identificó inmediatamente como Dan y David, se acercaron a ellos y cuando iban a atarlos el verdugo se quitó la daga de la pierna e intentó usarla con David, no le dio tiempo el mastodonte lo cogió por la muñeca y se escuchó un grito desgarrado de dolor, por parte del verdugo que soltó la daga de inmediato, a continuación ataron a los dos “falsos curas” espalda con espalda, cogieron dos trozos de tela y los anudaron a sus piernas para taponar la sangre que salía de las heridas.

—¿Tiene usted teléfono? — Preguntó el bajito quitándole el trapo que le tapaba la boca a Miguel.

—Si está sobre la mesa.

En el suelo había un paquete de guantes de látex de los que usaba Carmen, Dan se puso un par y cogió el teléfono.

—¿Llamamos a alguien en particular o directamente a la policía?

—En el listín, busque en el listín Abel “es policía”

Dan buscó y marcó, cuando Abel descolgó la llamada, le puso el teléfono a Miguel.

—Conteste y dígale que venga a buscarlos. Por el auricular se escuchaba.

—¿Quién es? ¿Quien llama?

—Soy Miguel, el Librero.

—¡A sí, no tenía registrado tu teléfono! ¿Qué quieres?

—Abel atiende por favor me han secuestrado y estoy en el estudio de Carmen, ella está conmigo. Por favor ven cuanto antes ¿sabes dónde está?

—Si, voy en un momento, cuelgo.

Dan dejó el móvil sobre la mesa e hizo la mención de marcharse. Miguel viendo que se iba preguntó.

—¿Es que no nos desata?

—No, lo hará la policía, necesita todas las pruebas.

—¿Y qué digo de ustedes?

—Simplemente que unos encapuchados les han ayudado, no hace falta más.

¡Ellos! — dirigiéndose a los falsos curas — dirán lo mismo.

Los dos salieron rápidamente del local. Tres minutos más tarde entraban dos guardias municipales pistola en mano. Desde el fondo Miguel les gritó.

—No hay peligro, pueden entrar.

Los guardias se acercaron e intentaron desatarlo.

—No por favor no toquen nada la pistola tampoco el oficial Abel está al llegar. Esos dos señores son los secuestradores.

Los guardias se quedaron quietos mirándose el uno al otro sin explicarse...

—Puede decirnos de que va esto, nos han llamado para que acudiéramos con urgencia, pues éramos los más cercanos.

—Estos señores nos han secuestrado, pero gracias a dios hemos recibido ayuda del exterior, se han ido tras dejar a esos dos como están, no querían comprometerse ni tocar nada, solo han hecho una llamada con mi móvil al oficial Abel y debe estar en camino.

Los guardias volvieron a mirarse con cara de incredulidad y se alejaron un poco para hablar entre ellos. Unos minutos más tarde llegó Abel seguido de un grupo de policías, los dos Municipales estaban en la puerta y Miguel vio como hablaban con él, mientras este movía la cabeza afirmativamente, su mirada se dirigía hacia ellos. Dio unas órdenes a los policías que entraban y estos empezaron a recoger pruebas, tras fotografiarlos o rodar un vídeo. Dos guardias se acercaron a desatarlos pero cuando otro se acercó a los secuestradores Miguel gritó.

—¡A esos no, son los secuestradores!

Abel que miraba la escena le hizo una seña a Miguel para que se acercara; pero este se volvió hacia Carmen y la abrazó con todas sus fuerzas.

—Perdóname nunca creí que tu corrieras peligro, ni que llegaran tan lejos por un libro.

—Tú no tienes la culpa, no te culpes. ¿Es verdad que el libro está en el cuarto de la librería?

—Te aseguro que no, solo era un ardid para ganar tiempo.

—Bueno pareja, vais a contarme que ha ocurrido — interrumpió Abel.

—Perdona Abel pero lo hemos pasado muy mal, iban a torturar a Carmen con esas herramientas.

Miguel y Carmen relataron a Abel lo ocurrido y añadieron como dos encapuchados habían entrado abriendo la puerta de golpe y habían reducido a los secuestradores.

Cuando los policías dejaron de realizar sus investigaciones Abel les dio permiso para recoger sus pertenencias. En una maleta que era la que había llevado a Galicia cabía todo, el caballete era plegable y pequeño se colocaba sobre una mesa. Con la maleta y el retrato que estaba reparando abandonaron el local.

Abel les dijo que les esperaba a la mañana siguiente para declarar. Los dos se dirigieron al apartamento de Carmen.

—Mañana sin más tardar nos vamos a la casa, apenas declaremos en comisaría — comentó Miguel.

Y así lo hicieron apenas Miguel abrió la librería, dio instrucciones a Lorenzo y se fue, recogió a Carmen y juntos acudieron a la comisaría donde declararon y preguntaron por los dos facinerosos. Abel les dijo que habían pasado por el hospital pero que ya estaban en prisión. Su versión sobre los encapuchados coincidía.

Una vez cumplidas sus obligaciones con la ley, la pareja recogió los alimentos de la nevera y las maletas con la ropa que les quedaba y se marcharon a su nueva casa en Sagunto. Entre descargar y acomodarse se hizo hora de comer, con una ensalada y algo de fiambre salieron del paso. Carmen había preparado su estudio y se disponía a reemprender su trabajo cuando Miguel le dijo.

—Espera no has visto el armario, acompáñame — Carmen lo siguió y Miguel abrió el armario.

—Ha quedado precioso y con el papel, aunque pongamos ropa de abrigo, esta no se ensuciará, cosa que no suele ocurrir con los roces en la pintura.

Miguel quitaba las cosas que había sobre las maderas del suelo.

—¿Qué haces? ¿es que vas a vaciarlo todo? Ya lo he visto.

—No, no has visto nada, prepárate para recibir una sorpresa.

Carmen se quedó en silencio y expectante viendo como Miguel levantaba el suelo de madera y a continuación bajaba la mano y salía luz del suelo, se acercó y miró llevándose una gran sorpresa.

—¿Qué es esto?

—Debe ser una antigua cisterna, una construcción romana, pero sígueme y bajemos.

—¿Se puede bajar?

—Si no hay peligro, yo bajaré primero.

Miguel bajó y después ayudó a Carmen, que observó detalladamente la estancia, él le tomó la mano y la condujo al rincón donde estaban los libros.

Mira estos cajones están repletos de libros antiguos, no de incunables, pero si mi tío los guardó debió ser por que tendrían algún valor, material o sentimental, he mandado una relación a una casa de subastas. Ahora mira sobre la mesa.

—¿Qué es? solo veo lo que parece una caja cubierta por un paño.

—Miguel tiró del paño.— Míralo bien es el libro que todo el mundo busca, La Traducción de Simeón. Dios mío y hemos estado a punto de morir por ese libro.

—Yo, no sabía nada de él hasta que por casualidad empapelé el armario e intenté levantar las maderas del suelo.

—Pero ya lo sabías cuando nos ataron y permitiste que casi me torturaran.

—No lo creas, tengo un dispositivo en el zapato, que avisa a los Zelotes cuando me veo en peligro, si lo recuerdas di un fuerte pisotón cuando entré en tu estudio y solo era cuestión de tiempo. No permitiría que nadie te hiciera daño. Si lo piensas bien ¿que nos hubiese sucedido tras entregarles el libro? Habíamos visto sus rostros, seguramente nos hubieran matado.

—Si tienes razón ¿y ahora que piensas hacer con él? Es peligroso conservarlo.

—Lo sé, por parte de unos no hay peligro pero los otros...

—Si te entiendo yo también tengo miedo a que contraten otros sicarios. Piensa y haz lo que creas justo, pero no deseo tener ese libro en mi casa “es peligroso”.

—Volvamos arriba.

La tarde pasó sin más contratiempos y al día siguiente Miguel se despedía de Carmen para ir al trabajo, mientras ella se quedaba en su nueva casa ilusionada con su nueva vida. Cuando llegó a la librería Lorenzo lo esperaba en la puerta.

—He llamado a tu puerta, pero en vista de que nadie me habría he decidido venir.

—Perdona Lorenzo se me olvidó decirte que me he trasladado a vivir a Sagunto con Carmen.

—¿La chica con la que estabas saliendo?

—Si la misma.

—Me alegro y espero que seas feliz, una mujer es el complemento ideal de un hombre y en ocasiones solo lo comprendemos cuando las perdemos. ¿Qué harás con el apartamento?

—Había pensado que la madre de Vicentín podría ocuparlo, paga mucho donde vive.

—¿Y tú no le vas a cobrar?

—Estaría mal no hacerlo, pero creo que “un alquiler testimonial”. En realidad me sabe mal venderlo.

—Te entiendo y creo que haces bien.


Al día siguiente le dijo a Vicentín que quería hablar con su madre, la conversación fue corta y esa misma semana se trasladaron Vicentín y su madre al apartamento. A partir de ese día la señora iba dos veces por semana a limpiar la tienda como parte del alquiler.

Abel se presentó en la tienda.

—Buenos días Miguel.

—Buenos días ¿qué te trae por aquí?

—Quiero hablar contigo.

—Si quieres podemos pasar al cuarto...

—No, no ¿dónde vas a comer? ¿Conoces algún lugar discreto?

—Si pero pensaba ir a mi casa, Carmen me estará esperando, me he trasladado a Sagunto, ¿si quieres acompañarme?

—No, no hace falta esta tarde estoy de guardia empiezo a las tres, te importaría pasar por mi despacho.

—No, me da tiempo comer y volver lo más rápido posible, iré a verte.

—Te esperaré.

Miguel cumplió su palabra y a las tres y media entraba en el despacho de Abel, este le indicó una silla.

—Bien, Abel dime qué quieres de mi. Pareces muy misterioso.

Abel lo miró a los ojos y le dijo.— Miguel tu sabes quienes eran los encapuchados y yo necesito saberlo.

A Miguel no le gustaron las palabras de Abel, — yo ya hice mi declaración y a ella me atengo.

Abel movió la mano de izquierda a derecha como queriendo borrar algo.

—No me has entendido, no te lo pregunta el policía, creo que entre nosotros hay la suficiente confianza para que me lo digas a mí “al amigo o conocido” no al policía.

Miguel se levantó y empezó a pasear por el despacho como una fiera enjaulada.

Sabes que esos hombres nos salvaron la vida y fui yo quien los llamó, si se quienes son pero no puedo decirlo y esta vez no es por miedo “son mis amigos o protectores” no merecen que les persigan.

—Miguel soy yo quien quiere información no el juzgado ni la policía.

—Tu mismo me dijiste que en los interrogatorios suelen mentiros, e incluso dar pistas falsas. ¿Es eso lo que quieres?

—Esto no es un interrogatorio, lo que tú me cuentes ahora, en alguna ocasión les puede salvar la vida a ellos o evitarles la cárcel. Aquí no hay cámaras ni grabadoras. Debes confiar en mí, como te he dicho mi pregunta es a título personal. Ponte en mi lugar, he investigado por ti, he confiado y creo que...

—Si, si, sí. Lo entiendo pero ¿qué pensarías si te hubieran salvado la vida y entregado su confianza?

—Te vuelvo a repetir que lo que me cuentes no saldrá de este despacho.

Miguel se cogía la cabeza con las dos manos. Era notorio que no quería o no podía dar esa información.

—Está bien — dijo Abel — ves en mi al policía y no al amigo, será mejor que te vayas.

Miguel salió por la puerta sin despedirse, recorrió el pasillo y salió a la calle; estaba confuso paró y tomó una bocanada de aire; mientras Abel quedaba sentado en su silla tras la mesa del despacho, tomó uno de los informes que tenía sobre la mesa y apenas había empezado a ojearlo cuando apareció nuevamente Miguel.

—¡Está bien! Quiero tu palabra de que quedará entre nosotros.

—La tienes. Por favor siéntate.

—Ellos no merecen que se les traicione, me mostraron su casa, su poblado y su gente. ¡Sí! el día de San José me llevaron en avión a su país — Miguel sacó la cartera y mostró el permiso Jordano que todavía conservaba. Abel quedó visiblemente impresionado.

Créeme son gente humilde y correcta, no tienen ejercito, solo algunas personas especializadas y dispuestas a defenderles. A mí me insertaron un dispositivo en el tacón del zapato, cuando estoy en peligro solo tengo que dar un fuerte pisotón, ellos reciben la señal y acuden en mi defensa. Es lo que ocurrió en el estudio de Carmen.

—¿Les has entregado el libro?

—No ellos creen que no lo tengo.

—¿Creen? ¿acaso lo tienes?

—Si hace poco que lo descubrí, no lo sabía. ¡Sí lo tengo!

La cara de Abel reflejaba la sorpresa que le había producido la confesión de Miguel, se había quedado petrificado mirándolo.

Como sabes me he trasladado a Sagunto allí lo descubrí por casualidad, te juro que no sabía nada de su paradero.

¿Qué piensas hacer?

—Acabo de comprender el valor del libro y lo que debo hacer con él. ¿Dime quieres conocerlos? ¿en verdad quieres conocer a los Esenios?

—¿Puedo?

—¿Creo que son ellos quienes tienen que decidir?

—Entiendo; solo puedo darte mi palabra de amigo y ¿que ellos decidan?

—En ese caso estamos de acuerdo ¿que ellos decidan?

Miguel abandonó la comisaría y mientras caminaba por la callé decidió llamar a María. Buscó el teléfono en el interior de la cartera y llamó. Una voz de mujer se escuchó al otro lado.

—Diga ¿quien llama?

—Soy Miguel busco a María Magdala.

—Yo soy Estela, ahora se pone un momento.

Unos segundos interminables más tarde escuchó.

—Miguel es usted.

—Si soy yo, escúcheme con atención, puede que usted conozca a Abel el policía; para mí un buen hombre y de confianza; quiere conocerla a título personal, sin tener nada que ver con su profesión, ni con investigación alguna.

—Me resulta incomprensible que no mezcle su trabajo con conocerme.

Aunque se quite el uniforme sigue siendo un Policía; como yo soy...

—Yo me fié de usted y considero que tiene palabra y es de confianza. Lo mismo opino de él.

—Me pone en un aprieto, no solemos darnos a conocer y menos por policías.

—Lo sigo entendiendo, y también él, lo entiende así, por eso me ha pedido que sea usted quien decida.

—¿Qué puedo sacar de esto?

—Nada pero tal vez algún día sean ustedes quienes lo necesiten.

Al otro lado del teléfono se notaba la tensión, solo se escuchaba la respiración de María. Hasta que por fin dijo.

—Yo no puedo decidir, lo hará usted por mí. Si quiere que vaya iré usted tiene la palabra.

En ese caso le mandaré a este mismo teléfono un plano de Sagunto con mi dirección dejaré la puerta del garaje abierta para que pueda entrar con su coche. La espero el domingo a las cuatro de la tarde.

—Allí estaré confío en usted.

Acto seguido llamó a Abel.

—Dime Miguel.

—El domingo a las cuatro de la tarde, vendrá a mi casa en Sagunto, María Magdala. Ha accedido dándole mi palabra. Te espero para comer calle Mayor treinta y siete.

—Allí estaré sin falta.

—Y sin trampas, he dado mi palabra.

—Sin trampas, confía en mí por favor.


El resto de la semana pasó como una exhalación, Miguel informó a Carmen del invitado que tenían para comer, y de lo que se proponía. A Carmen no le gustó la idea pero la aceptó a regañadientes, para ella un policía era siempre un policía.

—Abel llegó sobre las trece horas con una botella de vino en la mano, después de saludarse la primera pregunta fue ¿done había aparcado el coche? (pues en la zona había poco sitio para aparcar); Abel contestó que junto a la iglesia de la Sangre, había encontrado un hueco. Allí lo dejé yo la primera vez que vine a Sagunto con Carmen —contestó Miguel — yo he tenido que aparcar en la Glorieta y dejar el garaje libre, para cuando vengan ellos, ven Carmen está en el paellero, lo tenemos en el corral.

Carmen estaba condimentando “la paella” y tras saludarla Miguel siguió mostrándole la casa, por fin se sentaron en la mesa y se tomaron una cerveza con almendras fritas, mientras hablaban.

—Me dijiste que tenías el libro ¿puedo verlo?

—Todo se andará de momento comamos y esperemos a María. “ La patriarca de los Esenios”

La conversación se cortó, cuando entró Carmen diciendo que ya había echado el arroz, entonces se fue por otros raudales, esta le preguntó a Abel si estaba casado. Abel hizo una mueca de desagrado y contestó.

Puedo decir que estoy casado pero no tengo mujer.— Abel debió ver la cara que pusieron Miguel y Carmen y continuó diciendo — “si me casé” cuando estaba en la Academia de Ávila conocí a una chica, al jurar bandera me destinaron a La Coruña. Nos casamos y nos fuimos yo seguía estudiando y le prestaba poca... puede que no la atención que merecía, subí a oficial y seguí estudiando, me destinaron a Zaragoza, nunca se adaptó a estar lejos de su madre, dos años después mi destino fue Valencia y ella se fue con su madre, en un arrebato de cólera; ocurrió que cuando tras el servicio volví a casa ella no estaba; el traslado a Valencia lo hice solo y aunque volví varias veces a por ella no conseguí llevármela me cansé y ya hace cerca de dos años que vivo solo y no sé nada de ella.

Carmen diexclamó — “la Paella” — y salió corriendo. Miguel se puso a servir la mesa y a los pocos minutos Carmen entraba con ella.

Degustaron la comida entre charlas y anécdotas, como unos buenos amigos que se conocieran de años, Abel la encontró deliciosa y preguntó a Miguel.

—¿Tú cocinas?

—Yo sí, soy muy buen cocinero especialista en hamburguesas, tortillas, huevos, y embutido, he comido mucho precocinado.

—No lo entiendo — dijo Carmen — los cocineros más famosos son hombres y vosotros.

—Carmen yo entiendo a Miguel, nos hacemos perezosos y si podemos comemos en el bar, hay menús económicos, por la noche con cualquier cosa cenamos.

—Pues tened en cuenta que las mujeres sacamos tiempo para todo. Como decía mi madre “hay que sacar tiempo de donde no lo hay”.

La comida fue excelente y la sobremesa también sin darse cuenta faltaban quince minutos para las cuatro, Miguel se levantó y quitó lo que quedaba en la mesa, a continuación buscó el mando de la puerta del garaje la abrió y lo dejó sobre la mesa, Carmen se unió a ellos sentándose a la mesa, no habían pasado más de tres o cuatro minutos cuando escucharon el motor de un vehículo en el garaje,

—Deben ser ellos — dijo Miguel y se dirigió a la puerta interior del garaje, apenas la abrió levantó las manos un hombre con una pistola lo tenía encañonado apartándolo entró otro que encañonó Abel, tras ellos entró un señor grueso. Vestido con traje de calle gris oscuro. Miguel retrocedió rápidamente tropezando con la silla y dando un fuerte traspiés sin caer al suelo, se colocó delante de Carmen. Les ordenaron sentarse y ataron en la silla a Carmen y Abel con cinta americana. Miguel seguía encañonado mientras el gordo empezó a hablar.

Sabemos que tiene el libro y que está aquí ¿si no está en la tienda...?, no nos iremos sin él, puede colaborar o ver como les cortamos el cuello, se terminaron las contemplaciones — dicho esto uno de los asaltantes guardó la pistola y sacó un cuchillo. Miguel miró al hombre entornando los ojos y moviendo la cabeza, antes de decir.

¡Otra vez no! ¡Se lo daré!, le daré todo lo que quiera pero no les haga nada por favor. No les haga daño, no creo que la vida de una persona valga menos que el libro. (En realidad solo quería ganar tiempo).

—¿No será una treta?

—¡No! está en el armario hay que vaciarlo, para abrir el sótano que hay debajo.

—Bien en ese caso empiece.

Miguel abrió el armario y fue sacando una maleta, el jarrón chino; la ropa, algunas cajas de zapatos etc.

—Dese prisa – apremió el gordo.

Al fin lo dejó vacío y amontonado en la pared de enfrente, ante la atenta mirada de un secuestrador y el gordo. Pidió la pata de cabra y el otro secuestrador fue a por ella, Lentamente levantó las maderas del piso y se quedó mirando al gordo.

—Está aquí debajo, un momento y enciendo la luz — se inclinó lentamente ante la atenta mirada del secuestrador que lo vigilaba y giró la palomilla del viejo interruptor de cerámica; inmediatamente salió luz del suelo. El señor obeso mandó bajar al sicario, mientras el quedaba mirando la entrada y el otro se acercaba mas a el pistola en mano, daba unos pasos colocándose entre él, Abel y Carmen quedando estos a su espalda, Miguel se fijó en que Abel no dejaba de mover los ojos a la derecha, quería indicarle algo. Y de repente alguien salió de la puerta interior del garaje soltando un golpe en el brazo del sicario soltando el arma, pero al segundo golpe cayó fulminado. Miguel aprovechó para dar un gran empujón al gordo que cayó dentro del sótano, donde se encontraba el otro, e inmediatamente apagó la luz y cerro la tapa.

Quien había entrado era Dan el pequeño y rápido oriental desató a Abel y este le dijo que se marchase; recogió la pistola del suelo y mientras Miguel acomodaba en la silla al malhechor y lo dejaba atado, Abel se dirigía a los que habían en el foso.

—Escuchadme, si alguno intenta salir lo pagará con su vida. Manteneros quietos donde estáis. Desde una esquina siguió vigilando el armario mientras llamaba al cuartel de la policía.

El tiempo pasaba tenso, cinco minutos después llegaba una pareja de policías que estaba de servicio en Sagunto y diez minutos más tarde la guardia civil del puerto de Sagunto.

Cuando levantaron la tapa obligaron al malhechor a arrojar la pistola fuera sin cargador y después subió por sí mismo, no así el señor obeso al que tuvieron que ayudar a subir con un hombro dislocado y lleno de magulladuras. Mientras Miguel y Carmen permanecían abrazados, media hora más tarde la policía se llevaba a los malhechores y al coche.

Tras dejar pasar el tiempo suficiente para tranquilizarse, Miguel volvió a dar una fuerte patada en el suelo. En pocos minutos se escuchó entrar un coche en el garaje, Miguel abrió la puerta que daba a la casa y cerró con el mando la persiana de la calle, cuatro personas bajaron del coche y fueron entrando en la casa.

—Abel este es Dan, ya lo conoces.

—Si es muy rápido y efectivo.

Una señora entraba apoyándose en una joven.

—¡María! Exclamó Miguel ¿qué le ocurre? Siéntese aquí. No conozco a la señorita. A la joven no la conozco.

—Si ha hablado usted con ella; Estela es mi secretaria y en ocasiones mis piernas, ya tengo muchos años y de vez en cuando me lo recuerdan.

—Abel el policía y mi señora Carmen.

David entraba bajando la cabeza al atravesar la puerta.

—Este es David. El y Dan nos salvaron la vez anterior.

María se quedó mirando a Abel — cree usted que nos ocurrirá algo o nos veremos involucrados en lo sucedido.

—No señora ustedes no han estado hoy aquí. Mi informe no los mencionará, al fin y al cabo nadie los ha visto. Miguel y yo hemos reducido a los malhechores.

—Se lo agradezco, no somos violentos, pero debemos estar listos para defendernos en caso extremo.

—Lo entiendo, le di mi palabra a Miguel de no molestarles solo quería satisfacer mi curiosidad y conocerlos. Solo así podremos ayudarnos si es necesario.

—Le agradeceré que respete su palabra.

Carmen deseaba intervenir.— Señora: Miguel me contó su viaje y yo me pregunto si alguna vez podríamos hacerlo juntos. Verá he estudiado Bellas Artes y todo lo que ha visto me apasiona. Podríamos pagar nuestra estancia no pretendo aprovecharme.

—La entiendo perfectamente y me sentiré honrada de ser su anfitriona. Carmen se volvió hacia Miguel — ¿no tenías algo para ellos?

—¡Ah! Si me olvidaba, David puedes traer aquella maleta – era la misma que había sacado una hora antes del armario, cuando empezó a vaciarlo para que bajaran los secuestradores.

David colocó la maleta sobre la mesa, el candado llevaba contraseña — Miguel dijo.

Alinea el nombre de María – David lo alineó y el candado se abrió.

Creo que es fácil de recordar, “María” y aquí tengo un regalo para los Esenios.— Levantó la parte superior y apareció “La traducción” María se quedó perpleja, miraba el libro y a los asistentes, Carmen le entregó unos guantes y tras ponérselos pudo abrir con cuidado el libro levantando la tapa superior de madera.

—Creía que no lo tenía, le había creído — dijo dirigiéndose a Miguel.

—Y era verdad no les mentía, o al menos no sabía que lo tenía, solo hace unos días que lo descubrí en el sótano. Tampoco sabía que existía la cisterna convertida en sótano, mi sorpresa fue cuando intente quitar las tablas del suelo del armario y encontré el escondite. En fin el libro es suyo.

—¿Qué quiere a cambio?

—Me conformo con su amistad y si es posible algún día visitarlos con Carmen.

—Por descontado están invitados. Pero con siesta incluida. (Se refería a dormirlos para no conocer el camino).

—Por descontado, “con siesta incluida”.

—A partir de ahora podrá dormir tranquilo, ya no les molestaran más.

—¿Hemos terminado con la organización? — preguntó Abel.

—No la organización es muy poderosa y difícil de erradicar, es como una Hidra con muchas cabezas, cuando cortas una, otra te ataca y mientras lo hace crece denuevo la que has cortado. Debemos retirarnos pero señor Miguel conserve el teléfono nuestro, pronto recibirá noticias.

David cargó con la maleta y los cuatro subieron al coche; tras levantar Miguel la puerta metálica salieron.

—No entiendo cómo nos encontraron los mafiosos – dijo Carmen.

—Posiblemente nos hayan seguido — dijo Miguel refiriéndose a los amigos del gordo.

—Yo cambiaría el teléfono y el número seguramente seguían tus conversaciones.— Contestó Abel. Carmen ha sido un placer pese a todo lo ocurrido, Miguel me gustaría seguir disfrutando de vuestra amistad.

—La tienes y si algún domingo no sabes dónde ir... en fin ya sabes donde vivimos y como cocina Carmen.

—Siempre serás bien recibido, — contestó Carmen.

—Gracias.

Abel se fue en busca de su coche, antes de regresar a su casa pasó por el cuartel de la Guardia Civil.

—Quince días más tarde llegaba una carta al Vaticano dirigida al Cardenal Doménico Frandeli. Al abrirla se encontró con una fotografía de La Traducción de Simeón, acompañada por una escueta carta.


No busque mas lo que no puede encontrar, el libro lo tenemos nosotros, deje de sentir en sus manos el poder que no le corresponde; no usurpe a Dios el poder sobre la vida y de la muerte. Usted no es Dios.


María Magdala.


El Cardenal no conocía a María, ni en persona ni en fotografía, pero le hubiera gustado tenerla en sus manos y hacerla añicos como hizo con la carta y la fotografía.


Un mes más tarde, una agencia de paquetería descargaba dos pesadas cajas de una furgoneta, entrando en la librería y preguntando por Miguel Torres.

—Yo soy.

—Traemos dos cajas para usted ¿puede firmar aquí?

Miguel firmó y los transportistas se fueron dejando las cajas en el suelo, al comprobar el peso subió una ayudado por Lorenzo sobre la mesa y la abrió. Quedó sorprendido al ver un incunable, inmediatamente se puso unos guantes y poco a poco lo fue sacando. Debajo había otro y otro. Miguel estaba sorprendido, miró el membrete de la caja y estas procedían de Israel, entonces comprendió que las mandaba María.

Hasta ocho incunables sacó de las cajas. Hacía poco que había mandado una lista de libros al subastador Ferdinan, decidió fotografiarlos y mandarle las fotos y los datos por correo electrónico de los nuevos libros. A los dos días recibió contestación.


De Ferdinan a Miguel: Muchos libros y muy buenos algunos excesivamente buenos, imposible saber el valor que pueden alcanzar. Aconsejo hacer cuatro subastas de cuatro o cinco libros con dos incunables en cada subasta, estos subirán el precio de los otros libros. Las subastas con un mes de intervalo y con una buena promoción.

Miguel consultó con Carmen y los dos decidieron mandarlos a la subasta, no podían quedárselos “solo serían un adorno” al fin y a la postre eran vendedores de libros. Los empaquetaron y los mandaron a Ferdinan.

En el primer lote, los libros se vendieron por separado. A petición de varios compradores y su valor llegó a los trescientos cuarenta mil euros. Al cabo de cinco meses Miguel había cobrado un millón setecientos treinta mil euros.

Llamó a María y le pidió que cumpliera su promesa, quería realizar el viaje con Carmen pero esta vez sin prisas.

María aceptó y se encontró con una donación de quinientos mil euros.


Hoy Carmen y Miguel viven felices con su hija recién nacida y siguen con sus respectivos trabajos, pero no olvidan los difíciles tiempos pasados.

¡Nadie les volvió a molestar!


Publicado el 28 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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