Víctimas del Destino

Dos vidas

Manel Martin's


Novela



Dedicatoria

Dedicado a mis abuelos, mis padres y a todas las personas que sufrieron la funesta guerra civil española; impuesta por aquellos que decían ser gente civilizada y con la razón en sus manos.


Nunca es licito privar de la vida a un semejante.

Introducción

Durante muchos años la república no se consolidó, los sindicatos del país seguían pidiendo sus derechos, que en resumen no eran los mismos que los del pueblo, pues no respetaban los del prójimo, para su subsistencia se atracaban comercios, bancos o se hacían descarrilar trenes para sembrar el terror. Así durante los años en que los partidos a los que representaban con alianzas ocasionales o egoístas, se mantuvieron en el poder y estuvieron gobernando, no solucionaron nada a la población, solo reinó el desorden creando malestar e incertidumbre. Pocos gobiernos llegaban a mandar más de dos años; pero tras las promesas “populistas” de los políticos en elecciones, el pueblo volvía a caer en los mismos errores.

Aconsejo leer crónicas sobre como se encontraba el pueblo antes de la funesta guerra civil, sin apenas cultura, trabajo y derechos. Guerra de la que todos los gobernantes tuvieron culpa sin excepciones.

La guerra civil española, trajo como consecuencia, no solo la muerte y la destrucción de un país también más pobreza y más miseria; tras ella millares de personas perdieron todo cuanto tenían, bienes, familiares, principios, etc. Pero sobre todo la dignidad, el escalón anterior a perder la vida o mantenerla a cualquier precio...

La posguerra no fue mejor que la guerra, Franco debía pagar favores a Alemania y eso se trasformó en hambre para el pueblo.

Afortunadamente el cónsul inglés compró a todos o gran parte de los generales y políticos que aconsejaban al Generalísimo (con dos millones de libras por cabeza) y así el Generalísimo en su encuentro con Hitler, pidió lo que este no podía darle. Franco concedió solo la División Azul y suministros, lo cual nos salvó “en parte” de las represalias del bloque vencedor; pues represalias si las hubo, sin necesidad de guerra.

No obstante lo que verdaderamente nos interesa, es el estado de nuestra nación en posguerra y mi relato es verídico en gran parte; pues es la confirmación de tres relatos por distintas personas. Tal vez los lugares y protagonistas no sean los mismos en parte “por ocultar identidades”, pero si similares y en algunos casos auténticos.

El enfoque de la historia es obra del autor.


Nadie es dueño del destino, de las demás personas y mucho menos de mandarlas a la muerte. Aunque la humanidad parece ignorarlo y siglo tras siglo nos llamamos “civilizados”.


M.M.

Primera parte

El tiempo y los años pasan velozmente, los países avanzan y las nuevas tecnologías entran en acción, en España tras el conflicto armado, poco a poco progresaron las emisoras de radio “vigiladas por el franquismo” pero el franquismo terminó y una nueva era se abrió para el periodismo y con él los programas en busca de historias interesantes.

Los periodistas suelen estar husmeando y buscando la noticia, para cubrir horas de información, sobre posibles hechos concretos que contar; así preguntando e investigando es como suelen nacer la mayoría de las noticias o historias, que leemos en los periódicos o escuchamos en los medios de difusión.

Nuestra historia empezó cuando dos reporteros pertenecientes al programa de una emisora de radio, dedicada a la investigación y búsqueda de familiares desaparecidos o en paradero desconocido, llamaron a la puerta de Antonio Acosta en la valenciana población de Puzol. Les abrió la puerta una señora de unos setenta y cuatro años. La cual preguntó con voz temblorosa.

—¿Que desean?

—Somos periodistas de radio, pertenecemos al programa “De la unión nace la felicidad” tenemos una llamada del señor Antonio Acosta.

—Si la llamada la hice yo, no mi marido, en realidad él no sabía nada de la llamada, hasta que yo sé lo dije después de haberla hecho.

—¿Y cual es el motivo de su llamada?

—Ustedes se dedican a buscar gente desaparecida y yo tengo alguien a quién buscar; pero por favor pasen y siéntense.

Pasaron al interior de la casa y se acomodaron en el salón-comedor en medio de la casa; típico de una casa antigua de pueblo. Solía haber una chimenea a un lado y la mesa al otro lado del pasillo central, por donde solían pasar las caballerías camino del establo, al cual se accedía desde un patio interior o corral.

Sentados alrededor de la mesa el periodista insistió.

—Como usted dice, nosotros intentamos buscar familiares o personas desaparecidas, o en paradero desconocido, lo cual nos suele crear un enorme trabajo de investigación “que no cobramos” y ese es el motivo por el cual pedimos la mayor colaboración posible a los familiares, pues a pesar de que con ello cubrimos gran parte del tiempo en la radio, no podemos andar dando palos de ciego... Quiero decir, perder el tiempo en búsquedas infructuosas que nos cuestan mucho dinero; por lo tanto como usted comprenderá necesitamos que nos den toda la información posible, para conseguir encontrar el familiar o la persona a quien buscamos y resolver el caso cuanto antes. En síntesis se trata de aprovechar el tiempo con su información para que nuestras investigaciones se desarrollen lo más rápidas posible.

—Mire usted le entiendo perfectamente, no hacen falta más explicaciones — dijo la señora.

Por ese motivo aquí les he escrito el nombre de su padre y de su madre, la fecha de nacimiento, su nombre y el pueblo donde nació, debe tener cincuenta y tres años y no debe saber que su padre es mi marido y no el Guardia civil que siempre ha tenido como padre. Creo que su nombre era Cesar.

—Señora y si lo tiene todo ¿por qué no la ha buscado usted por su cuenta?

Por respeto y porque no sé dónde buscar, puesto que como le he dicho su padre era Guardia Civil y a los guardias los cambian de destino de vez en cuando.

—¿Y qué más puede decirnos?

—Nada más, los datos que les he dado en su mayoría los he sacado de las cartas que guardaba mi marido y que me dejó leer hace algunos años, él no posee más información “que yo sepa”.

Pero esto, puede dar mucho de sí, quiero decir...

—Mire señora mi compañero, es el que se encarga de las búsquedas yo soy más el guionista o el escritor y me gustaría saber más sobre el tema; seguro que hay más cosas que nos puedan interesar y que arrojen más luz sobre el asunto que tenemos entre manos, en ocasiones el más pequeño detalle es crucial para resolver una investigación que por otro lado puede durar años.

—En ese caso tendrá que hablar con mi marido, puesto que solo él conoce su verdadera vida antes de casarse conmigo.

—¿Y cuándo podría hablar con él?

—En cuanto salga del hospital, posiblemente mañana o pasado mañana, el médico nos dijo que el fin de semana lo pasaría en casa. Ahora está con mi hijo, pues le han quitado una placa del brazo que se rompió, pero cómo tiene azúcar, quieren tenerlo uno o dos días en observación.

En ese caso lo dejaré para el lunes ¿si a usted le parece bien?

— Si me parece bien.

¿No será demasiado pronto, o se encontrara mal?

—No lo creo, a pesar de la edad está muy fuerte.

Tomó la palabra el otro periodista para decir — no tiene fotos que nos puedan valer de referencia, las fotos suelen ser de mucha ayuda.

—Si tiene una foto en que están la madre con la niña en brazos, pero no se la puedo dar sin permiso de mi marido.

—¿Y la podríamos ver?

—Si eso sí, la tiene en el cajón de la mesilla de noche —la señora dando media vuelta entró en la habitación donde se encontraba la fotografía. El periodista pensó que se podría fotografiar.

—En cuánto nos la muestre le haces unas fotografías — dijo a su compañero que llevaba la cámara.

—Miren esta es, como verán la niña puede tener dos años.

—¡Pero! esta señora tiene un parecido con usted, ¿no?— preguntó el periodista mientras se la mostraba a su compañero para que la fotografiara.

—Puede ser, mi marido me dijo que nos parecíamos, yo siempre había creído que la foto era de su madre con una niña en brazos.

—¿Y nunca le ha contado nada mas?

—No, mi marido es hombre de pocas palabras, yo no le preguntaba y el parecía esconder el pasado; hasta hace unos diez años, en que estábamos junto al fuego y me contó algunas cosas, a partir de entonces es cuando me ha ido contando algo de su vida como migajas. En realidad yo he sido muy feliz con él y eso es lo que verdaderamente importa.

Con él sólo he querido vivir el presente, sin importarme el pasado. Y ya a nuestra edad todo aquello que pueda hacer feliz a mi marido, no me puede hacer daño a mí ni a mi hijo, por eso decidí llamarlos a ustedes.

—Bien manos a la obra, cuando descubramos algo les informaremos, según la carta se llama usted Teresa ¿es así?

—Si, así es.

Nosotros somos Juan y un servidor Javier, en esta tarjeta están los números de teléfono de los dos, si recuerda cualquier cosa interesante por favor llámenos; el lunes por la mañana vendré para hablar con su marido ¿de acuerdo?

—¿De acuerdo?

—Adiós.

—Adiós señora ha sido un placer — dijo Juan despidiéndose.

Los dos periodistas salieron por la puerta dialogando entre ellos de los detalles de la entrevista, la cual había sido de su agrado, ya que tenían un nuevo caso que contar a sus radioyentes.

Al día siguiente dieron el alta en el hospital al señor Antonio, una vez en casa, su señora no tardó en ponerlo al corriente de su entrevista con los periodistas y asegurarle que iban a ayudarles, añadiendo que el lunes próximo vendría el guionista, para hacerle preguntas sobre su vida, por sí quería contarle algo que les pudiera ayudar, a emprender la aventura que suponía buscar a su hija.

A lo cual respondió Antonio.

—Teresa a estas alturas, en que tenemos una pierna en casa y la otra ni se sabe; creo que ya es hora de que le cuente mi vida a alguien que me pueda ayudar, si quieres saber algo que no sepas ya, sólo tienes que escuchar, puesto que a ti solo te he contado aquello más justo, para que no me tuvieras en mal concepto, ni dudases de mí, siempre he deseado que me quisieras por mí mismo, me alegro de que me hayas animado y ayudado a buscar a mi hija. Pues la encontremos o no me encuentro mucho mejor desde que decidimos buscarla. También quiero que tengas en cuenta, tanto tú como tu hijo, que me habéis hecho muy feliz y no os cambio por nada del mundo.

—Bien Antonio, no irás a ponerte sentimental a estas alturas.

—Sabes en la habitación del hospital he tenido tiempo de pensar en muchas cosas y sobre todo en las personas que quiero y que me han demostrado su afecto durante toda su vida, yo he sido muy afortunado en ese sentido contigo.

Pasaron los días y llegó el lunes; sobre las diez llamaron a la puerta, era el guionista con una gorda cartera debajo del brazo, en ella llevaba algo más que papeles.

—Buenos días señora Teresa.

—Buenos días ¿era usted Javier?

—Si Javier, he llegado pronto.

—No mi marido está esperando, él se levanta muy temprano ¿ya saben el lugar donde está la niña?

—No pero los datos que usted nos facilitó eran correctos y ya tenemos el registro de su nacimiento y el nombre de su padre “el guardia” le están siguiendo la pista y eso nos llevará algún tiempo pero la encontraremos, no le quepa la menor duda. Y ahora ¿podría hablar con su marido si está disponible?

—Si pase por favor.

—Tienen ustedes una casa muy grande.

—Solo una casa de pueblo que heredé de mi padre, pero pase mi marido suele leer el periódico en el patio interior, que aquí llamamos corral.

Allí estaba Antonio sentado en una mecedora, junto a una mesa redonda mientras leía el periódico con sus gruesas gafas y el brazo en cabestrillo; al ver entrar a Javier intento levantarse.

—No por favor no se levante.

—Pues siéntese usted y dígame que desea de mí.

—Lo que más deseo, es ayudarlo a encontrar a su hija, lo cual está en marcha y si a usted le parece bien como yo soy guionista y todo guionista escribe historias aunque en mi caso me gusta más escucharlas.

No sabe usted la cantidad de historias reales que superan a la ficción, así que si usted me cuenta su vida que promete ser interesante nos ayudaremos los dos mutuamente. Cuántos mas detalles me dé mejor para los dos, puesto que los pequeños detalles nos pueden ayudar y no sabe cómo.

La señora cogió la calceta y se sentó al otro lado de la mesa, dejando a Javier frente a su marido.

—Bien si estamos de acuerdo tome usted nota.

Javier sacó una grabadora y la puso sobre la mesa.

—Cuando usted quiera.

—Todo empezó con la guerra civil “ella tuvo la culpa de todo” a mí me cogió haciendo la mili, por lo tanto hice la guerra en la parte republicana, aunque ciertamente no entiendo de política ni a los políticos. Tampoco sé si soy republicano, socialista, o anarquista, nunca me ha interesado la política, pero si pude perder la vida por las causas de otros a los que no entiendo.

Pero ocurrió que fui al frente pensando solo en sobrevivir, volver con mis padres y mi novia. Me consolaba escribiendo alguna carta de tarde en tarde, anotando bien la dirección, sin saber si la carta llegaría a su destino, por la noche miraba la fotografía de mi novia, creo que es la que me ayudó a sobrevivir, sobre todo en un crudo invierno en el qué estuve unos cuántos días entrando y saliendo de una trinchera a otra, donde no se secaban las botas, pesando toneladas por el barro; meses más tarde no sé cuántos días estuve sin poder salir de otra trinchera, con barro, nieve y con una sola manta, fue allí donde perdí las uñas de los pies, dormíamos amontonados unos sobre otros para darnos calor, con la única esperanza de seguir vivos y volver algún día con la familia. Todos los días enterrábamos compañeros muertos. Bueno mejor no le cuento lo que padecí, ya no viene a cuenta.

Después de pasar por varios batallones y por el hospital con pulmonia, me destinaron a Figueres, donde pude observar cómo se cargaban varios autobuses con los lingotes de oro de España con destino a Francia, entre nueve y once “según que compañero los había contado” salieron del país. Me dijeron que iban a Rusia pero sé que se quedaron en Francia. Lo que no puedo decirle es hasta donde llegaron o los descargaron.

Fue allí donde hice amistad con un valenciano llamado Manuel, buen futbolista y mejor persona, un gran amigo que poco a poco se convirtió en la persona que más me ha ayudado en esta vida y no solo en la guerra, también en la posguerra.

Cuando llegué a Figueres llevaba dos días sin comer y la primera persona que vi al llegar a mi destino, fue a Manuel y a Emilio apodado “Manet” tenían al lado un saco de patatas, las habían arrancado con las manos durante la noche, estaban encendiendo una hoguera para asarlas cuando me encontré con él y le dije.

—¿Puedes decirme donde está el comandante? He de presentarme soy nuevo y acabo de salir del hospital. Él me miró fijamente y como contestación preguntó.

—¿Tienes hambre?

—Si llevo dos días prácticamente sin comer.

—Después verás al comandante ahora comamos.

Empezamos a echar patatas a la hoguera y las sacábamos con el machete. Yo me las comía casi crudas, Manuel y su amigo esperaban a que se tostaran mas; al momento empezaron a llegar soldados del frente, aproximadamente una mermada compañía, con hambre de unos cuántos días; mientras pasaban por delante medio formados, sacaban la mano pidiendo con disimulo y Manuel empezó a repartir patatas, primero calientes y después directamente del saco, cuando me di cuenta cómo bajaba el saco, escondí algunas debajo de la manta y esas son las que comieron Manuel y su amigo “Manet como le llamaba él”. El resto las repartieron entre los compañeros, después de comer supe cómo se llamaban y que eran del mismo pueblo.

Al terminarse las patatas, Manuel me acompañó a hablar con el comandante, al cual le propuso que yo durmiera en su tienda puesto que había un sitio libre, aceptando el comandante la propuesta, puesto que no había mucho donde elegir y más teniendo en cuenta los que terminaban de llegar. Las tiendas eran redondas y dormíamos colocando los pies hacia el centro de la misma.

Cuando ya me hube instalado, para lo cual solo había que soltar la bolsa y la manta, me dijo Manuel, descansa que esta noche nos vamos a por higos.

Deberían de de ser las cuatro o las cinco de la mañana cuando me llamó, casi no podía levantarme por el cansancio acumulado, pero quien le llevaba la contraria después de lo que había hecho por mí, cuando vio que cogía la bolsa me dijo no cojas nada se ensuciará. Emilio nos esperaba fuera, amparados por la noche llegamos donde estaba el centinela, que como era de esperar estaba de acuerdo. Manuel le llamó en voz baja.

—Sevillano, sevillano. El centinela se acercó,

—¿Eres tú Manuel?

—¡Y quién quieres que sea a estas horas! ¿Quieres o no quieres comer higos?

—Venga pasa pero no tardes mucho.

La higuera no estaba muy lejos, a unos trescientos metros y estaba llena, comimos a dos carrillos y puedo asegurar que en mi vida he comido mas higos, ni los he encontrado tan sabrosos, después Emilio sacó dos mangas de camisa del bolsillo (seguramente de algún...) y las llenamos de higos.

Volvimos por donde habíamos venido y le dejamos una manga de higos al sevillano, la otra la llevamos para nuestros compañeros de tienda, Manuel me dijo que ante la necesidad no había que ser avaricioso y la ayuda siempre viene bien; entramos en la tienda y dormimos, el poco tiempo que nos dejó el toque de diana, después les dimos los higos a los compañeros. A uno de los compañeros se le ocurrió abrir un higo y encontró habitantes lo que provocó que todos los abrieran y todos estaban ocupados por inquilinos, me quedé hecho de piedra mirando a Manuel y este dijo con una sonrisa dijo — las que comimos nosotros no tenían habitantes — y nos echamos a reír los tres, en realidad no habíamos abierto ni una, ni posiblemente los hubiéramos visto con la poca luna.

Poco a poco las tropas invasoras (como llamábamos nosotros y la mayoría a los que se autodenominaban nacionales) a base de morteros nos fueron empujando hacia Francia. — Había aprendido de mis compañeros que no se podía perder la ocasión de llenar la bolsa con comida fuera del tipo que fuera, pues como decía Emilio ¡si nos tienen que comer los gusanos que tengan donde morder! En realidad según me contó Manuel, Emilio había estado cinco días sin comer y aprovechaba cualquier ocasión para llenar la bolsa, había aprendido bien la lección, ya que sin comer te abandonan las fuerzas y en nuestra situación, lo mejor era mantenernos lo mas fuertes posible. Aunque en ocasiones comiésemos hiervas que ellos conocían. Así que buscábamos en todos los lugares que podíamos y que habían por el camino, en un cobertizo encontramos avellanas y llenamos las bolsas, hicimos todo el camino por Francia lloviendo y comiendo avellanas, de vez en cuando descansábamos para quitarnos el barro de las botas o escurrir la manta con que nos cubríamos, tiempo que aprovechábamos para dar un puñado de avellanas a los mas hambrientos.

En Francia no estábamos mejor que en España, allí nos instalaron en un campo de concentración, donde pasamos unos cuantos meses; al principio comíamos suficiente, pero la comida cada vez iba escaseando mas. Mientras tanto terminaba la guerra y llegaba un correo en el que se nos invitaba a volver, en realidad nadie se fiaba de lo que nos decían, habíamos visto demasiada sangre, unida a mucho barbarie y extremistas, los hombres no se fiaban.

Un día nos llamó el capitán que era muy buena persona y del qué te podías fiar, nos dijo:

—Deberíais volver a España, vosotros no tenéis por que tener miedo, no tenéis graduación y por lo tanto no creo que os ocurra nada, podréis volver con vuestras familias; necesitan gente para reconstruir el país, por lo tanto no les interesa mataros y si les interesa la mano de obra, además el tiempo lo cura todo (cuánta razón tenía, “lo cura todo” pero queda la cicatriz) Manuel cogió la palabra para decirle.

—Si usted viene con nosotros nos vamos con usted.

—¡Qué más quisiera yo! Soy un oficial y esto significaría el pelotón de fusilamiento, espero poder volver algún día, pero la verdad creo que pasará mucho tiempo, antes de que pueda regresar con mi familia, pero ustedes aprovechen y váyanse. ¡Háganme caso!

Ante la insistencia de nuestro capitán cogimos nuestras

pertenencias y salimos en dirección a España. Poco a poco nos hicimos los casi cien kilómetros, o más que habían del campo de concentración a la frontera.

No fuimos los únicos, durante el camino nos unimos a muchos soldados rumbo a la frontera todos querían volver a casa, pero no sé en realidad cuántos volverían.

Al llegar a La Junquera nos esperaban, nos repartían en pelotones y después en compañías. Nos tomaban los datos y nos metían dentro de unas alambradas donde nos iban repartiendo en batallones de trabajo, para después mandarnos a los diferentes campos de concentración o trabajos forzados, a los pocos días estábamos trabajando en el ferrocarril de Tarragona. Entre unos lugares y otros pasamos más de un año y en todos los lugares Manuel jugaba al fútbol (era su pasión) de lateral derecho, de vez en cuando tomaba el mando y empujaba el equipo adelante con arrojo. Cosa que le valía para ganarse la simpatía y hacer amistad con los mandos más directos. Podíamos decir que con el fútbol, jugando contra otras compañías o batallones éramos bien mirados.

Cuando llevábamos casi un año trabajando en diferentes lugares, pero con el mismo teniente. Ocurrió un hecho que hizo cambiar nuestro destino. El teniente llamó a Manuel y cuando este volvió estaba blanco como la pared, si le hubieran pinchado no le hubieran encontrado sangre; viendo su estado le pregunte.

—¿Que te ocurre?

Se quedó mirándome fijamente y me dijo.

—En mi pueblo no se han conformado con fusilar a mi padre, sino que han mandado una carta para que me fusilen a mí, firmada por el nuevo alcalde. Un falangista apodado “Boina” en realidad un fascista inútil.

—¿Puedes decirme por qué lo han fusilado?

—Posiblemente por no callarse. Mi padre fue elegido concejal por el partido socialista, poco antes de empezar la guerra. Era un hombre que defendía al pobre o trabajador y como suelen decir “no callaba ni bajo el agua”. No se cuales fueron los cargos ni lo que ha ocurrido, lo poco que sé, es por una escueta carta de un vecino, que recibí hace unos días.

—¿Y qué te ha dicho el teniente?

—De momento me ha dicho que no me preocupe, que buscara una solución y nada más.

Pero ¿cómo estaría su corazón con una “pena de muerte” alrededor de su cabeza? Esa noche no concilió el sueño.

Al día siguiente lo llamó nuevamente el teniente y Manuel volvió a su presencia sin demasiada esperanza.

No tardé en preguntarle de nuevo a su vuelta.

—¿Dime que ha pasado?

—Que en vez de fusilarme, va a mandarme a otro destino, la carta la romperá como si no hubiera llegado; mañana sabré donde voy.

Dejé a Manuel con sus problemas y me fui a hablar con el teniente. (A Emilio lo habíamos perdido al regresar a España, pero la necesidad une).

—Me da usted su permiso.

—Pase ¿qué quiere? (dijo visiblemente contrariado)

—Quería pedirle un favor mi teniente.

—¿Qué favor? – preguntó con mala leche.

— Qué me mande junto con Manuel al nuevo destino. Puesto que llevamos mucho tiempo juntos y somos como hermanos. Su contestación mostró su mal humor.

—¡Pierdo uno de mis mejores hombres y usted quiere que pierda a los dos! Retírese, salga, desaparezca de mi vista.

Salí del despacho, como alma que lleva el diablo, considerando que había sido muy atrevido y sin mucha convicción de poder acompañar a Manuel, éramos como uña y carne, el que Manuel perdiera a su amigo y vecino nos había unido más, por lo cual nos apoyábamos mutuamente el uno en el otro. ¡Hay que ver como une la necesidad y hasta qué extremos!

Al día siguiente nos llamó el Capitán en presencia del teniente y no tardamos en presentarnos.

—Da usted su permiso.

—¡Entrad de una puta vez! por la forma de hablar se notaba su malestar.

—Aquí tenéis los salva-conductos y las instrucciones con los trenes que tenéis que coger. ¡Que no se os pase por la cabeza intentar pasaros de listos! porque seriáis declarados desertores y no podría hacer nada por vosotros y además ¿Dónde os ibais a esconder? Vuestro destino es Asturias cuando lleguéis allí buscáis el batallón que lleváis anotado y entregadle esta carta al capitán, “es amigo mío”. ¡Y ahora fuera de aquí¡

—A sus órdenes.

—¡Fuera! No quiero veros.

Un camión Reo nos llevó hasta la estación del tren, una vez en el tuvimos que hacer varios trasbordos y coger unos cuántos trenes, hasta llegar a nuestro destino, no se las veces que nos pidieron los papeles ni la vigilancia que había en los trenes, por fin llegamos a nuestro destino, y pudimos entregar la carta al capitán, quien después de leerla nos dijo.

—Espero que sean ustedes dignos de la opinión que tiene de ustedes su anterior capitán.

Después llamó a un soldado, para que nos acompañara y nos instalamos en un barracón. Otro año trabajando en el ferrocarril y nuevamente Manuel se coló en el equipo de fútbol, donde al poco tiempo consiguió colocarme de masajista, aunque yo no sabía nada de masajista, hacía aquello que decía Manuel — Tú flota que ellos tampoco saben de masajes — y cuando alguno se quejaba, le echaba agua a la cabeza; el agua hacía milagros al menos les refrescaba, con agua y un poco de aceite (cuánto había) para el masaje, todo iba bien. No sé cuánto tiempo estuvimos allí a mi me parecieron siglos.

Nuevamente mandaron una pena de muerte para Manuel, (no sé como lo encontraron) y le llamó el capitán.

Manuel me ha llegado una pena de muerte de tu pueblo por ser rojo, e hijo de rojo se que han fusilado a tu padre, pero yo no he visto en ti nada que le haga acreedor del la máxima pena, más bien le doy la razón a su anterior capitán, el cual te consideraba una buena o excelente persona, necesitaremos mucha gente como usted para reconstruir el país por lo tanto en vez de fusilarlo lo voy a licenciar. Tome su cartilla militar con ella usted es un español mas con todos los derechos, y una carta para que la entregue en el cuartel de La Guardia Civil más próximo cuando llegue, sólo me queda desearle suerte.

—Cuando me lo comunicó mis ojos enrojecieron y nos abrazamos, pensamos en que el trayecto hasta llegar a su pueblo era largo y no disponíamos de comida (solo la del campo) recogimos castañas y las asamos. Manuel se fue al tren abrazado a una olla de barro conteniendo castañas hervidas y un chusco, como única comida y yo me quedé solo, “con tantos compañeros y solo”. Había perdido algo más que un amigo “un hermano”.

No habían pasado dos semanas cuando me llamó el capitán, al verme por el patio cuando pasaba ante su oficina.

—Antonio.

—A sus ordenes mi capitán.

—¿No vino usted con Manuel?

—Si así fue mi capitán.

—Bien en ese caso, mañana pase por mi oficina, puesto que si vinieron juntos deberían irse juntos, lo voy a licenciar.

Y así fue cómo sin saberlo Manuel me ayudó, incluso no estando en el campo de concentración, de todas formas ya habían licenciado más gente antes que a nosotros y muchos no pasaban más de dos años en el campo.

Como siempre hacíamos recogí lo que había a mano para comer, Manuel se había llevado castañas hervidas para el viaje y yo hice lo mismo con las qué me habían quedado.

Al día siguiente fui a ver al capitán y al tener la licencia salí como alma en pena, en dirección a mi pueblo.

Mi pequeño pueblo estaba en medio de tres provincias, aunque pertenecía a Guadalajara estaba a un paso de la provincia de Teruel y de la provincia de Cuenca.

Horas en las estaciones de los trenes, revisiones de documentos por parte de los guardias; allá donde ibas habían controles, no doy a pasar a nadie el miedo y los sueños que te persiguen durante años. Entre el tren y algún transporte, llegué hasta, Molina de Aragón, de allí a pie me encaminé a mi pueblo, conocía perfectamente los caminos que había recorrido antaño con un mulo, vendiendo todo tipo de objetos de alfarería, desde Monreal del Campo a Orihuela del Tremedal pasando por Alustante, Beteta u otros pueblos de Cuenca.

Mi Padre era alfarero y vivíamos en las afueras del pueblo, el invierno lo pasaba fabricando, todo tipo de objetos de barro, botijos, palancanas, ollas, cazuelas etc. para cuando llegara el buen tiempo, venderlo por el contorno o donde se pudiera puesto que a veces bajábamos hasta Teruel, o llegábamos a Cuenca siempre a pie puesto que el mulo iba cargado, después mi padre consiguió un carro con el qué podíamos transportar mas carga e ir más lejos, cuando se vaciaba el carro ya podíamos subir sobre él, para el viaje de vuelta. Siempre respetando las paradas para que descansase el animal.

La casa de mi padre que al mismo tiempo, era la alfarería se encontraba a unos ciento cincuenta metros, antes de llegar al pueblo al lado derecho del camino y la casa de mi novia era la cuarta a la derecha de la entrada así que no estábamos muy lejos el uno del otro.

Dios mío que ganas tenia de verla y abrazarla, llevaba casi seis años sin verla ni saber cómo estaría, me preguntaba. ¿Habría sufrido mucho? ¿Todavía me querrá?.. ¿Y mis padres? ¿Cómo estarían? ¿Me reconocerán?

Las preguntas se amontonaban en mi cabeza, al tiempo que andaba sin cesar paso tras paso, sujetando fuertemente las castañas que llevaba en la bolsa y que era todo cuánto poseía; caía la tarde cuando pude ver en la lejanía la casa de mis padres, mi corazón empezó a latir con más fuerza, parecía que el camino se alargaba y que no llegaba nunca, por fin llegué y abrí la pequeña puerta de madera que cerraba la valla de piedras que rodeaba la casa, incluyendo en su interior el gallinero y la pocilga. Un tramo de cuatro metros me separaba de la puerta, paré y tomé aliento antes de llamar, una voz de mujer preguntó — ¿quién es? — No tuve fuerzas para responder, mi madre abrió la puerta y se quedó mirándome fijamente, como quien ha visto un fantasma, después de unos momentos susurró.

—¿Antonio hijo?

Si madre Antonio tu hijo, el abrazo fue interminable mi madre me miraba y me volvía a abrazar, cuando escuchamos una voz que decía desde la habitación ¿quién es? yo le hice un guiño a mi madre, colocando el dedo índice sobre mis labios…...chisss y cuando volvió a preguntar ¿Pilar quién es que ocurre? Entré en la habitación y dije.

—Prepara el carro que nos vamos a vender.

—¡Antonio hijo mío!

Mi padre saltó de la cama y me abrazó llorando, sus lagrimas caían como una cascada quedándose sin voz. Poco a poco recuperó el resuello.

—Hijo hace mucho tiempo que no sabíamos nada de ti, estas muy delgado — Pilar sácale algo y que coma.

No hacía falta, mi madre ya tenía chorizo y queso con una buena vianda encima de la mesa. En mi casa todos los años hacíamos la matanza del cerdo pues nos daba provisiones para todo el año, mientras comía y me di cuenta que mi padre llevaba una pierna vendada.

—¿Qué te ocurre en la pierna?

—No es nada.

—Si es — dijo mi madre — se hizo un corte cogiendo las gallinas y el médico le mandó reposo en esa pierna, por eso estaba acostado.

—Pero las gallinas no se habían salido nunca del corral. Ni de la valla.

—Y no se salen, las dejamos libres o las sacamos, cuando supimos que la Guardia civil quería hacer una fiesta, todo lo que hay en el pueblo es suyo, por eso las soltamos para que no se las llevaran, de todos modos se llevaron parte de la matanza que no escondimos y de vez en cuando pasan para que les demos algo, con media docena de huevos y alguna cazuela los contentamos, de esa forma nos “respetan” y no se meten con nosotros.

—Así están las cosas por aquí, yo creía que una vez licenciado tendría paz y sosiego, solo pensaba en trabajar y crear una familia con Pilar.

—No hay paz hay gente en las montañas que no los dejan vivir y ellos no nos dejan vivir a nosotros, se aprovechan de todo lo que pueden, son los “putos” amos de todo.

—De todos modos tu madre y yo tenemos bastante para vivir, recuerdas donde guardábamos las Jarras de aceite bajo tierra pues allí tenemos la comida y encima de la tapa he puesto el torno, todo está tapado con paja.

—Pero dinos que ha sido de ti.

—De mí ya os contaré, ahora decidme cómo está Pilar (mi novia se llamaba igual que mi madre) ¿Está tan guapa como antes? Quiero lavarme tengo que ir a verla.

A mis padres les cambió el rostro. Me quedé mirándolos fijamente.

Que ocurre le ha pasado algo o se ha ido del pueblo.

— ¡No! dijo mi madre lávate y después hablaremos ¿te caliento agua? En el cobertizo tienes la tina donde te bañabas y en tu habitación tienes la ropa limpia, como siempre.

No me calientes agua, llevo demasiado tiempo lavándome con agua fría, yo la sacaré del pozo, cogí la ropa y me fui al cobertizo donde mi padre tenía montado el taller, en la parte trasera tenía su horno, todo estaba como antes, después de lavarme y afeitarme, me presenté ante mis padres.

Bueno ¿que tenéis que decirme de Pilar? Mi padre se quedó un momento pensativo cómo analizando lo que quería decirme, y como hacerlo.

—Mira Antonio en la guerra habrás pasado lo tuyo, pero aquí también hemos pasado lo nuestro; un día hace poco más de un año, Pilar volvía anocheciendo con las cuatro ovejas que tenia y que había llevado a pacer a la rambla, en el camino la asaltaron y le quitaron las ovejas, ella se resistió y entonces recibió una paliza, eran hombres hambrientos y sin escrúpulos, la dejaron sin sentido, afortunadamente “no sé si para bien o para mal” pasó de patrulla de la guardia civil, la recogieron y la trajeron a su casa, uno de los guardias le consiguió un médico, por aquellas fechas no teníamos ninguno en el pueblo, y en los días siguientes se preocupó de que tuviera comida ella y su madre, puesto que su padre falleció de fiebres, ha hecho dos años. Hace seis o siete meses que vive en su casa con Pilar y su madre, no la culpes de nada, cualquier persona en su lugar hubiera hecho lo mismo y mas no teniendo noticias tuyas en cuatro años. En cuanto al guardia parece una buena persona; no como otros del cuerpo. Ella tiene derecho a vivir y a elegir su futuro.

—¿Y yo no tengo derecho a nada después de pasar días y noches en trincheras cayendo las bombas a mi alrededor y viendo morir a mis compañeros? Yo la entiendo y más si no recibía mis cartas, pero no puedo renunciar tan fácilmente a ella. Su foto es la que me ha ayudado a querer vivir, no he podido olvidarla.

—Tranquilízate, tu no querías la guerra pero el destino no lo elegimos nosotros, nos es impuesto. Tomemos las cosas con tranquilidad lo mejor es que ya estás aquí y entero.

Mi padre tenía razón pero yo no podía resignarme tan fácilmente. Por mi mente solo pasaba el deseo de verla.

—Si el guardia está en su casa ¿como la puedo ver? quiero hablar con ella y saber si todavía me quiere, por mi parte no la he olvidado y se lo perdono todo.

Si quieres algo de una mujer, lo mejor es aliarte con otra, mi madre decidió que debía ayudarme y ante mi tristeza dijo.

—Si no hay más remedio mañana me acompañarás a su casa, continuamos siendo buenas amigas de vez en cuando le llevo huevos. Esta noche es mejor que te quedas aquí, descanses y no salgas.

Con todo decidido, el resto de la noche la dedique a contarles a mis padres todas mis peripecias hasta que me licenciaron, querían saberlo todo y me hacían una infinidad de preguntas. De todas las cartas que les escribí sólo recibieron tres. Lo cual es comprensible teniendo en cuenta el lugar en que se encuentra el pueblo y que el cartero se había ido, pronto me venció el sueño y el cansancio, pero por fin dormía en mi cama y con mi colchón de lana de oveja, que en aquella época, era de lo mejor. Creo que aun estaría durmiendo, si no me hubiera despertado mi madre, en la mesa tenia pan recién echo y leche; parecía que no me había ido nunca de mi casa, todo volvía a ser como antes. Miré por la puerta el sol brillaba como nunca, respiré a fondo y después busqué a mi madre que estaba recogiendo huevos.

Desde la puerta de mi casa se veía el pueblo parecía estar más cerca que nunca, mi madre dijo vámonos y nos pusimos en marcha, mientras escuchaba a mi padre advertir.

—¡No os metáis en líos!

—Tranquilo padre no lo haremos – conteste sin pensar bien lo que decía — mi madre llevaba una cesta con paja y sobre ella los huevos para Pilar. En pocos minutos llegamos al pueblo, cuanto más nos acercábamos a su casa más sentía una presión en el pecho e incertidumbre, mi madre llamó a la puerta y salió Pilar nos quedamos petrificados mirándonos el uno al otro, mi madre reaccionó.

—¿Esta?

—No.— dijo Pilar — esta de servicio, pasad.

—No pude evitarlo, abracé a Pilar y ella me abrazó a mí, mi madre lloraba y la madre de Pilar salió de la cocina diciendo.

¿Qué pasa?

Me volví hacia ella — ¿señora Andrea es que no me conoce? — Su cara de sorpresa lo dijo todo.

—¡Dios mío Antonio!

La abracé y la besé en la mejilla; mi madre intervino.

—Andrea te traigo unos huevos recién puestos — a continuación, guiñándole un ojo y cogiéndola del brazo se la llevó a la cocina.

Cuando nos dejaron solos, besé con todas mis fuerzas a Pilar y ella me respondió, pensé que no estaba todo perdido, después la miré estaba preciosa, e incluso se le notaba una cicatriz en la frente producida por la paliza recibida, me cogió de la mano y me dijo muy serena.

—Ven asiéntate tenemos que hablar.

—Nos sentamos y le dije. No me importa lo que haya ocurrido, sólo me importa el futuro, te quiero con locura estos años sólo he pensado en ti y en rehacer nuestras vidas juntos, por favor Pilar.

—Pilar me tapó la boca con su mano.

Antonio yo también te quiero, pero han sucedido cosas, mi madre y yo hemos sufrido mucho y aunque tus padres me han ayudado no se qué hubiera sucedido si no hubiera conocido a Cesar.

—Sí, mi madre me lo ha contado todo.

—Escucha, desde hace unos meses vive conmigo y me he entregado a él, necesitaba seguridad para mi madre y para mí, además no sabía nada de ti desde hace años. Es una buena persona y no quiero hacerle daño.

Me indignaron las palabras de Pilar, me estaba rechazando, le dije.

—¿Y yo? ¿Cómo quedo yo? ¿A mí no me haces daño?

—Por favor Antonio te pido perdón y comprensión, me alegro enormemente de que hayas regresado pero entiende, me encuentro entre la espada y la pared; si me quieres no me lo pongas mas difícil. Entiende no tengo elección por favor compréndeme.

—Si comprendo que tengo que renunciar a la mujer con la que he soñado estos años, la que me llenaba de esperanza cada noche, desde mi cama, la trinchera, en Francia o el hospital.

¿Qué ocurrirá cada vez que nos veamos? ¿Tendremos que volver la cara? ¿Crees que yo podré? Te quiero demasiado he vivido solo por ti.

—Tendremos que utilizar la inteligencia Antonio. Si me quieres debes comprender mi situación, el tiempo lo cura todo, encontrarás otra mujer y me olvidarás.

—Nunca podré olvidarte.

—Si lo harás y es lo mejor para los dos.

—¿Y eso es todo?

—Todo. Y espero que lo comprendas, razones y me perdones.

Comprender, razonar. En ese momento era imposible que esas palabras entraran en mi cabeza. No quería comprender nada, solo quería volver con ella.

Mi cabeza no quería… los pensamientos acudían, cinco años pensando en ella y deseando volver para verla y ahora me encontraba, derrotado y vencido por un asqueroso guardia Civil. Intente serenarme y tener paciencia mientras tanto ya pensaría algo para recuperarla. Respiré hondo antes de contestar.

—Está bien lo intentaré, pero no te prometo nada.

—Gracias Antonio – contestó como un adiós.

Llamé a mi madre y nos fuimos, al pasar por la ventana que daba a la cocina la escuchamos llorar, la serenidad que había mostrado conmigo se había venido abajo, me detuve un momento y mi madre tirando de mí, me dijo.

—Tira adelante las cosas son como son y no tienen más vueltas.

— Después me dio la cesta con una docena de huevos y me dijo. En la tasca puedes encontrar algún amigo, llévale estos huevos a Pedro que está esperándolos, te espero a la hora de comer.

— “Parece que las madres tienen un sexto sentido”

En la tasca encontré dos amigos y pasamos el resto de la mañana hablando de cómo nos había ido la guerra. El tiempo pasó velozmente y quedamos para juntarnos el sábado por la tarde a las siete. Esto significaba que no cenaríamos y que volveríamos a casa, casi de madrugada, seguramente con una buena tajada “como así fue”.

—Mientras tanto intentaba retomar mi vida donde la había dejado, ayudando a mi padre y dando una vuelta por los olivos para ver su estado. Alrededor de la mesa les dije. He ido a ver los olivos de la loma, en lo que queda de semana iré y quitaré los rebrotes o chupones, tienen una buena carga de aceituna, si lloviera habría buena cosecha, padre si quiere que le haga algún trabajo mas, dígalo.

Titubeando les dije — quería preguntarles ¿cómo estaban de dinero?

—¿Necesitas? Preguntó mi madre.

—Esta semana entramos en fiestas y el sábado hacen baile en la plaza, claro si me junto con los amigos, no puedo ir con una cesta de huevos.

Mi padre sonrió y le dijo a mi madre.

—¿No hemos vendido algunos trastos? Pues dale pal sábado, pero esta semana me quitas los chupones y cuando acaben las fiestas coges el carro y a vender.

—De acuerdo Padre.

Mientras tanto no quería ir al pueblo para no encontrarme con Pilar, cuando pensaba en ella el pecho se me encogía, con una sensación de angustia y rabia.

Mi madre me informó que tenían dinero pero no valía puesto que era de la república, sin embargo habían conseguido algún dinero nuevo, vendiendo huevos y cazuelas.

Llegó el sábado y me prometí pasarlo lo mejor posible, tenía que recuperar el tiempo perdido me puse mi mejor ropa (la única que tenía sin parches) y mi pañuelo blanco al cuello como era costumbre en los solteros. Me dirigí a la plaza allí estaban mis amigos y empezamos la ronda al poco rato empezó a sonar la música del acordeón y nos acercaremos a la plaza, allí estaba el cura y la Guardia Civil, nos unimos a la fiesta, mis amigos uno detrás del otro fueron bailando las jotas con las chicas del pueblo, mientras yo me quedaba apoyado con el barril de una caseta, bebiendo con unos y otros a las doce de la noche ya iba bien servido. La guardia civil dio la orden de parar la música y acabar el baile, la gente fue vaciando la plaza y entonces vi a Pilar, cogida del brazo del guardia, que iba de paisano.

Tal vez mi cabeza no estaba suficientemente serena y noté que algo ardía en mi interior. Sin poder evitarlo me dirigí a ellos y cogiendo a Pilar del brazo le dije bailamos, Pilar dio un tirón soltándose y respondió se ha acabado el baile; cuando vayas sereno hablaremos.

—¿Quién es este? Preguntó el guardia.

—Alguien que quiere más a Pilar que tú — le respondí.

—Calla Antonio — dijo Pilar irritada.

Y tú me dices que calle, cuando me has traicionado.

—Usted no se meta con mi novia.

—Su novia o la mía.

—¿Qué derecho tiene a hablar así a Pilar?

—Los años que perdí pensando en que ella me esperaba.

Me puse farruco y apunto estuve de pegarle al guardia, Pilar se puso en medio y se echó a llorar, mientras la cogía el guardia por los hombros y mis amigos me sujetaban a mí, la gente de la plaza empezó a acudir y mis amigos decidieron sacarme de la plaza a empujones. La pareja de la Guardia civil observó el escándalo en la plaza y se acercaron, al ver a su compañero con Pilar llorando le preguntaron al guardia; no sé lo que pasó en la conversación, ni de que hablaron, solo sé que estuvieron interesándose por mi y preguntando a unos y a otros para saber quién era yo y donde vivía.

La noche siguió y mis amigos me llevaron a la tasca para alejarme del baile y de los problemas una hora aproximadamente más tarde me iba a mi casa, los amigos me acompañaron hasta las afueras del pueblo y después me preguntaron.

¿Te encuentras bien? ¿Puedes ir sólo a tu casa?

—Si me encuentro bien, quedaros tranquilos y me encaminé a mi casa verdaderamente no estaba muy bien, me costaba andar recto, en mitad del camino me encontré con cuatro hombres que me salieron al encuentro, con la pregunta.

—¿Se llama usted Antonio?

—Si ¿por qué?

—Porque vamos a enseñarle que con la Guardia Civil no se juega. Fue lo último que escuché. A continuación se desencadenó sobre mi cuerpo, una paliza que me dejó sin sentido en el suelo, no sé cuánto tiempo permanecí en ese estado sólo sé que empezaba a amanecer cuando desperté, me hacía daño todo el cuerpo y casi no podía respirar, tenia cortes en la ceja y en la mejilla los labios hinchados, había perdido dos dientes, casi no podía andar, como pude me puse en pie y me dirigí a mi casa, al abrir la puerta mi madre salió de su habitación.

—Dios mío Antonio que te han hecho.

—Rápidamente me quitó la camisa y empezó a lavarme mientras parecía que rezara, mi padre salió de la habitación.

—No dejáis dormir a nadie, ¡Antonio ya te has metido en líos!

—Les tuve que contar todo lo que ocurrió y aclararles que los que me habían dado la paliza eran guardias de paisano.

—¿Estaba Cesar entre ellos?

— No ese no estaba, seguro que él fue quien mandó a sus compañeros, no tuvo valor de venir solo a buscarme.

—No lo creas seguro que Cesar no sabe nada, créeme hijo es una buena persona, nada que ver con algunos de sus compañeros. — Dijo mi padre.

Mi madre hizo lo que pudo y me acosté, no me levanté ni para comer, estaba durmiendo cuando de improviso mi padre me despertó.

—¡Despierta! despierta Antonio vienen dos guardias con un paisano vamos tienes que ocultarte en el hoyo. Salimos corriendo (dentro de lo posible) y quitando mi padre el torno me metí en el hoyo o despensa, después mi padre puso de nuevo el torno encima y extendió la paja. A continuación se puso a trabajar como si no pasara nada, mientras mi madre daba de comer a las gallinas, en poco tiempo llegaron los guardias con el señor Felipe (un ricachón venido a menos que colaboraba con los guardias, con la esperanza de ser Alcalde y recuperar fortuna, aunque ya actuaba como tal).

—Buenos días Pilar.

—Buenos días señor Felipe que le trae por aquí.

—Me han dicho que su hijo ha venido licenciado.

—Si así es.

—Y está en la casa

—No se fue anoche a la fiesta y no ha venido tiene que estar en la casa de algún amigo. Ya sabe como son los jóvenes beben más de la cuenta y se quedan a dormir en cualquier lugar o en la casa del amigo que les pilla más cerca.

—Entonces no sabe usted que anoche tuvo problemas en el baile, armó una buena pelea a punto de terminar la fiesta.

—No, no lo sabía ya le he dicho que no ha venido a casa. Ya le regañaré cuando venga.

—Y su marido está por casa.

Si está trabajando en el cobertizo. “hay que comer”.

—Un guardia tomó la palabra.

— Bien señora echaremos un vistazo en la casa, hay mucho malhechor y queremos asegurarnos de que no hay nadie por aquí.

—Pasen la puerta está abierta.

—Registraron toda la casa, el pequeño almacén y le preguntaron a mi padre, mientras yo escuchaba sus pasos, con el corazón encogido y casi sin respirar, por fin miraron en el interior del horno y se reunieron con el señor Felipe.

El señor Felipe le dijo a mi madre.

—Si viene por aquí su hijo dígale que venga a verme y le daré trabajo.

—Gracias señor Felipe, se lo diré muy agradecida. Cuando se alejaron lo suficiente, mi padre me ayudó a salir. Y una vez dentro de la casa hablamos sobre lo que más me interesaba, mi madre con pena me dijo.

—Este tal Felipe no es de fiar y no puedes creerte lo que me ha dicho de trabajar para él, los que trabajan para el no cobran, trabajan por la comida y sólo les hace promesas que después no cumple, es un sinvergüenza que se escuda en los guardias.

Mi padre estaba muy pensativo, después levantó la cabeza para decir.

—Malos enemigos son los guardias, por dios que te quiero con toda mi alma pero tendrás que irte hasta que esto se olvide o cambien los guardias pero eso puede ir para largo.

Mi madre interrumpió — en su estado no puede ir a ningún sitio, casi no puede andar y además creo que tiene alguna costilla rota, le cuesta respirar

—Mujer si sigue aquí y lo descubren, le matarán.

—¿Y qué podemos hacer? — dijo mi madre con lágrimas en los ojos.

—No se preocupe madre, me iré a la cabaña de los pastores y cuando puedan me llevan de comer, cuando me recupere, como ha dicho padre, me iré hasta que pase todo. La cabaña está muy escondida y fuera de los caminos, además si escucho ruido puedo esconderme en la maleza tras las zarzas.

Todo estaba decidido preparamos un hatillo con ropa sólo una muda, (no tenía más) la manta, un poco de tocino, huevos duros y una hogaza de pan, que puse en mi antiguo zurrón y con la ayuda de un bastón esa noche me encaminé a la cabaña, que se encontraba en unos dos kilómetros de mi casa.

Casi no podía andar el trayecto que tantas veces había recorrido sin darme cuenta, se me hizo eterno, la cabaña era redonda tenia las paredes de piedra y el techo de finos troncos y losas finas sobre ellos, solían utilizarla los pastores cuando se les hacía de noche y no podían llegar al pueblo. Extendí la manta y me tumbé como pude, a mi cuerpo no le quedaba nada que no estuviera dolorido, me molestaba respirar y mi muslo izquierdo apenas me dejaba andar. El corto trayecto desde mi casa fue una odisea y rápidamente me dormí. Me despertó el sol del día siguiente, tenía que levantarme, mis necesidades eran acuciantes, no podía moverme pero nadie sabe lo que el cuerpo puede aguantar, creo que estaba librando otra guerra, pero esta de dolor. Así pasé dos días hasta que apareció mi madre.

Mi madre venia cada dos días a traerme comida y yo disimulaba los dolores cuando estaba junto a ella; había observado mi cuerpo, las heridas cicatrizaban lentamente, pero seguía molestándome el pecho al respirar y el color negro en mi muslo izquierdo lo ocupaba todo.

Me traía ungüentos y agua de hiervas hervidas, para la inflamación.

Al cabo de unos diez días ya me encontraba mejor y salía por los alrededores de la cabaña, aunque cojeaba. Salí al camino y vi acercarse una silueta que me era familiar. ”Si era ella Pilar” con una cesta y tirando de una cabra observé desde detrás de los arbustos, por sí venia alguien más con ella o la seguían, cuando llegó a la cabaña ató la cabra y salí a su encuentro la abracé con todas mis fuerzas y pasamos al interior de la cabaña, Pilar me miró con tristeza y después de comprobar mis heridas y pasar su mano por mi rostro me dijo.

—Tenemos que hablar como personas adultas que somos, lo que hiciste estuvo muy mal y me avergonzaste.

—Y lo que él me hizo no te avergüenza.

—No fue Cesar te lo aseguro, fueron sus compañeros, él no hubiera sido capaz y me ha jurado que no sabía nada del asunto, hasta el extremo de pedirles a sus compañeros que se metan en sus asuntos. Cesar se va a las montañas mañana; se van tres guardias a reforzar un pelotón, estará allí durante unos diez o doce días, a la captura de los maquis, o sea que sólo quedarán tres guardias y no creo que salgan del cuartel o como mucho por el pueblo.

Cesar me ha pedido que me case con él cuando regrese de la misión.

—¿Y tú que le has respondido?

— Antonio tienes que comprender que no tengo otra salida le he dicho. “Que sí”

—No lo hagas, no te cases con el ¡huyamos juntos! Vente conmigo.

—¿Y dónde iremos? ¿Qué haremos con nuestros padres? ¿Qué ocurrirá con los tuyos si nos vamos los dos? Si pensara egoístamente sólo en mí, huiría contigo, pero tenemos responsabilidades y no puedo olvidar lo que Cesar ha hecho por mí y por mi madre. Antonio el tiempo todo lo cura y curará nuestras heridas. Como ahora cura las tuyas.

—¿Y qué quieres que haga si te quiero?

—Tu padre me ha dicho que cuando estés curado te irás. Seguro que encuentras otra mujer más guapa que yo y te olvidas de mi, con el tiempo esto sólo será un sueño.

—Tú y mis padres sois lo único que me une al pueblo, si te pierdo a ti sólo me quedan mis padres.

—De ellos me ocuparé yo, puedes irte sin miedo. Pero como te he dicho Cesar se va unos días del pueblo, esos días “seré tuya” después te irás y escribirás a tus padres “nunca a mi”. Ellos se alegrarán de leer tus cartas y yo también.

Se quedó mirándome fijamente, como esperando mi respuesta, mientras que mi cabeza sólo podía pensar en que por unos días podía ser feliz, con la mujer que mas deseaba y vengarme así del guardia. Al final respondí.

Si así lo quieres así será, aunque se me parta el alma. La miré fijamente y la besé en los labios con un largo e intenso beso, que demostraba todo aquello que sentía por ella y me cobraba los años perdidos, mi cuerpo hervía y busqué con mi mano bajo su blusa. Su cuerpo de seda temblaba a mi lado no había sido tan feliz en mi vida.

Todo aquello que había soñado durante los últimos cinco años, lo tenía en mis manos y lo más hermoso es que ella parecía sentir lo mismo que yo. Después de hacer el amor nos quedamos abrazados cómo soñando hasta que Pilar dijo — “tengo que regresar”

— ¿Cuándo te volveré a ver?

—Todos los días a partir de pasado mañana. Pero recuerda un día no volveré y ese día marca tu partida.

—Bien pero me has dicho que estos días serias mía.

—Si Antonio estos días no nos los quita nadie. Ni a ti ni a mí, es el precio que nos cobramos para separar nuestras vidas.

La volví a besar y salió en dirección al pueblo tirando de la cabra, mis ojos la siguieron hasta que se perdió por la loma, no quería pensar en nada y decidí comer, al menos durante unos días Pilar me haría el hombre más feliz del mundo.

Los días pasaban felizmente mientras curaba de mis heridas, las cuales olvidaba cuando tenía cerca a Pilar y la esperaba con impaciencia, ella me mostraba todo aquello que me traía de comer y después intentaba convencerme de que mi partida era lo mejor para los dos, mientras que yo sólo pensaba en el presente y que podía disfrutar de su compañía. Hacíamos el amor diariamente y estoy seguro que ella era tan feliz como yo, siempre acabábamos abrazados el uno al otro. Cuando estaba con ella sólo me preguntaba si tanta felicidad era posible y le daba gracias a dios por permitirme tenerla en mis brazos, todo lo que había pasado, en la guerra y la paliza quedaba olvidado y a pesar de las circunstancias, sólo pensaba en ver llegar a Pilar por el camino tirando de la cabra.

Un día (pasados quince días) se estaba retrasando y vi aparecer a mi madre me alegre enormemente porque llevaba días sin verla, mientras hablaba con ella no dejaba de mirar la loma, mi madre se dio cuenta y dijo.

—No vendrá, ya no volverá Antonio.

—La tristeza invadió mi corazón, mientras mi cara reflejaba mi estado de ánimo, mi madre me entendió perfectamente.

—Mira hijo, mejor que tú que has pasado una guerra, no sabe nadie, que en esta vida no se tiene lo que se quiere, sino aquello que se puede, tú no has querido nada de lo que te ha ocurrido y sin embargo te ha ocurrido. Creo que al igual que el país cambiará tú debes de cambiar con él, conocer mundo y tener otras ilusiones, peor que te ha ido hasta hoy no te puede ir. Conocerás otra mujer y formarás una familia y nos traerás los nietos para que los conozcamos.

—Madre todo eso está muy bien pero cuando se quiere cómo yo quiero a Pilar no se encuentra otra mujer.

—Palabras de joven enamorado. Mira hijo, cuando yo conocí a tu padre me parecía odioso y prepotente porque tenía un oficio e iba muy bien vestido, estuvo casi un año detrás de mí, al año ya no me parecía ni odioso ni prepotente y bendigo el día en que le conocí, creo que es el mejor marido que una mujer pueda tener o desear, quiero decir que sabemos cómo ha sido el pasado pero nadie conoce el futuro.

Cómo siempre mi madre tenía razón, era una mujer muy lista y muy convincente. No podía hacer otra cosa, bajé la cabeza y le dije.

—Mañana temprano pasaré por casa, a despedirme de padre y me iré; pues como usted dice tengo una vida por delante e intentaré aprovecharla.

Mi madre se fue y esa noche la pasé intentando quitarme de la cabeza a Pilar y poniendo en orden mis ideas, debía pensar donde dirigirme; afortunadamente conocía todos los caminos y por fin decidí que me dirigiría a Cuenca e iría preguntando por los pueblos por si encontraba trabajo y si no, en la capital debería de de haberlo, algo habría destruido la guerra que ahora habría que reconstruir.

Cómo había planeado al día siguiente amparado por la noche; después de bajar al riachuelo y lavarme recogí mis pocas pertenencias y me encaminé a casa de mis padres, al llegar no hizo falta llamar, la puerta estaba abierta (mis padres solían levantarse con el día y acostarse con él) pasé, mi padre estaba sentado a la mesa después de besarnos me dijo.

—Tu madre te ha preparado el desayuno.

—Y usted padre ya ha desayunado.

—Sí.

Miré la mesa — Aquí hay demasiada comida para mí.

Entonces mi padre dijo.

—Venga sal de una vez.

—Y de mi habitación salió mi amigo Jacinto.

— Me voy contigo – dijo sin dar los buenos días.

—Pero tú no tienes por qué irte del pueblo.

—Y que me retiene aquí estoy solo, mi casa se la quedará mi hermana que piensa casarse con Agustín García.

—Así que me voy contigo. Al fin y al cabo no tengo nada que perder.

—Se lo has dicho a tu hermana.

—Si ella lo entiende y me ha dicho que si vuelvo, tendré la puerta abierta.

Le dije sonriendo. — Bien si no queda más remedio cargaré contigo, ahora desayunemos.

Nos despedimos de mis padres, el día empezaba a despuntar y cogiendo nuestras pocas pertenencias emprendimos el camino de nuestra nueva vida, con los zurrones llenos de comida y mucha ilusión en un futuro incierto, que pronto nos decepcionaría. Después de pasar una guerra, era la peor época para emprender una aventura. Pero no había más.

Jacinto me dijo mientras andábamos —¿tienes algo pensado?

—Si es muy fácil, mi idea es ir a Cuenca, allí deberán de haber edificios destruidos y querrán mano de obra, mientras tanto iremos buscando trabajo por todos los pueblos.

—Bien no parece mala idea.

Andamos durante todo el día parando sólo para comer, racionando la comida, o para solucionar alguna necesidad del cuerpo, la noche se echaba encima mientras llegábamos a Masegosa, dando la vuelta al pueblo encontraremos un pajar, echamos mano del zurrón y comimos, no dio tiempo para mas, nos quedamos dormidos y rendidos de lo que habíamos andado.

El sol nos despertó avisándonos de que empezaba un nuevo día y seguimos nuestro camino con destino desconocido, llegando a Cañaverales Jacinto me dijo.

—¿No comemos?

—Busquemos una sombra para comer y recuerda que tendremos que llenar en alguna fuente no queda casi agua, afortunadamente pronto encontramos agua y sombra, a Jacinto sólo le quedaba un mendrugo de pan y me dijo

—¿No llevas algo para no comer sólo pan?

Me quede mirándolo y sonriendo le dije — en el zurrón hay queso y huevos duros pero hay que saber repartir los alimentos, no sabemos cuándo podremos encontrar trabajo o conseguir comida.

Al terminar de comer, intentamos sin éxito encontrar trabajo en un pueblo cercano, por lo cual continuamos en dirección a Priego; allí llegamos anocheciendo a la entrada del pueblo vimos una alfarería y le dije a Jacinto.

—Hoy podríamos tener suerte.

—¿Por qué tendremos suerte?

—¿Es que no lo ves?

—¿Que tengo que ver?

—Una alfarería y yo conozco el oficio, vamos.

—Nos acercamos a la puerta; había un señor colocando unas piezas, llamamos a la puerta y el señor se volvió diciendo.

—¿Que desean?

—Buenas noches buscamos trabajo yo soy alfarero de toda la vida.

—¿Y por qué no te has quedado en tu pueblo?

— ¿Es que no teníamos trabajo?— respondí.

—Pues aquí tampoco lo hay.

—No señor no nos hemos ido por falta de trabajo, sino por cosas de regazos — Contestó Jacinto.

— Ya se han metido ustedes con una mujer casada.

—No señor dijo Jacinto, este se metió con la novia de un Guardia Civil.

El señor se echó a reír.

—Al menos son de los míos, si quieren en la parte posterior hay un pequeño establo y allí pueden pasar la noche, ¿dónde van?

—Donde encontremos trabajo.

—Pues aquí será difícil, trabajar. Hay mucho trabajo en los campos, pero no hay dinero para pagar los jornales, nadie tiene nada, sólo hay hambre y miseria.

Las palabras del alfarero nos dejó mas hundidos si se puede, y decidimos que lo mejor era irnos a dormir, al día siguiente veríamos las cosas con otro aspecto, al menos por esta noche no dormíamos al raso. A media noche Jacinto salió a orinar y con la luna casi llena, vio a la lejanía que se acercaban tres hombres por el camino rápidamente me llamó.

—Antonio, Antonio.

—¿Qué quieres? Se acercan tres hombres por el camino, mira van armados y no llevan tricornio. ¿Serán maquis?

—Aceché en la puerta, las siluetas decían que no eran guardias, pero con los tiempos que corrían debíamos pensar mal, puesto que había mucha necesidad y muchos asaltantes de caminos, le dije a Jacinto llama al amo y escondeos detrás del pozo, Gritad cuando yo lo haga, amparados por la sombra que nos proporcionaba la casa nos escondimos, yo me puse detrás de un pequeño pajar. Cuando estaban a cierta distancia de la casa grité.

— ¡Alto, alto a la Guardia Civil!

— Al escucharme Jacinto gritó conmigo ¡alto, alto!

El alfarero salía en ese momento diciendo que pasa.

—Grite usted – dijo Jacinto – y el alfarero gritó ¡alto!

—¿Pero porqué gritamos?

—Ya por nada mírelos cómo corren.

Sus siluetas se perdieron por el camino. Y me reuní con Jacinto y el alfarero.

—Creo que se han llevado un buen susto, Se lo pensarán antes de volver – dije me reunía con ellos

—¿Y qué hubiera pasado si nos hacen frente? – preguntó Jacinto.

—En verdad no lo sé, es la primera cosa que se me ocurrió y pienso que ellos tenían tanto miedo como nosotros o más.

Más tarde nos enteramos, que eran tres cazadores furtivos del pueblo, pero el encuentro nos sirvió de algo, puesto que el alfarero nos dijo.

—Bien esto cambia las cosas, han sido ustedes muy valientes y puesto que me han evitado un susto los voy a ayudar, los pagaré tres jornales a cada uno si me siegan el trigo, es todo lo que puedo pagar pues no dispongo de más dinero.

—Eso y la comida.

—¿Si comen lo que tenga?

—Nos conformamos con poco, con tal de echar algo al cuerpo.

—En ese caso ¿trato hecho?

—Si trato echo.

Nos dimos la mano sellando el acuerdo, no era mucho pero teníamos menos.

Amaneciendo cogió el asno y el carro y nos llevó al tajo, empezamos a segar trigo solo parando para comer algo o beber, estuvimos segando hasta que se hizo de noche, en qué emprendimos el viaje de vuelta. Esa noche no sólo dormimos como un lirón sino que cenamos como reyes un caldo y una tortilla de patatas regada con vino. Al día siguiente antes de clarear el día ya nos estaba llamando, y así durante cinco días aunque sólo cobrábamos tres, llegamos a la conclusión, que se había cobrado la comida. Jacinto tuvo una idea.

—He visto que guarda comida en el taller tras los cacharros, si le hicieses unas piezas de barro podrías echarme por la ventana algunas cebollas, patatas y algún chorizo.

Hablé con él alfarero y decidimos que nos quedábamos un día más para descansar y hacerle algunas piezas de alfarería, al medio día acabando de comer le dije.

—No queremos abusar más de su hospitalidad y ya le he hecho suficientes piezas, así que nos vamos.

—¿Y dónde irán?

—Pensábamos ir a Cuenca.

—No lo hagan, vayan a Madrid, allí debe haber mucho trabajo la capital es muy grande y habrá mucho para construir.

Después de despedirse cogimos el camino de Villaconejos, mientras Jacinto me preguntaba.

—¿Antonio sabes dónde vamos?

—En realidad no conozco esta zona. Pero nos llevará a algún lugar, que mas da donde vamos.

Cerca del pueblo nos encontramos con un cruce y nos sentamos a descansar, Jacinto llevaba unas sandalias y se le habían roto las ataduras, mientras las reparaba cortando la parte baja de la camisa para atar la sandalia, se nos acercó otro que como nosotros iba buscando trabajo, al llegar a nuestra altura saludó.

—Buenas tardes, puedo sentarme con ustedes.

— La compañía nunca viene mal siéntate.

—¿Puedo preguntaros donde vais?

—Nos dirigíamos a Cuenca pero nos han aconsejado que vayamos a Madrid puesto que debe haber mucho trabajo de reconstrucción.

—Lo que hay en Madrid es mucha miseria, mucha policía militar y mucho "miedo" yo vengo de allí y no se puede ni pasear por la calle sin que te paren, te registren, y te pidan los papeles.

Nos había desarmado en un segundo, tal vez la idea de ir a Cuenca no era tan mala.

—¿Y tú dónde vas?

—Yo me dirijo donde nazca trigo para segar, al menos puedes comer y ganar algún dinero, podríamos ir los tres y así encontraríamos antes trabajo.

—¿Tú qué dices Jacinto?

—Cuando se acabe el zurrón, ¿qué comeremos? yo me apunto a lo que sea con tal de no pasar hambre.

Pasamos pueblo tras pueblo, donde no estaba segado ya tenían contratada una cuadrilla, a los tres días nos dijeron unos segadores.

—Acercaros al cortijo de don Blas, que allí hay muchas fanegas para segar y seguro que os dan trabajo.

Así lo hicimos y durante dos semanas segamos de sol a sol, al acabar la siega el amo hizo una fiesta en el patio del cortijo, a la que estábamos invitados y aunque con los huesos molidos acudimos, mataron un cordero y varios conejos, comimos como reyes, después con dos guitarras y un par de cantaores pasamos una tarde inolvidable.

El día siguiente salimos de nuevo sin rumbo fijo, llegamos a las Lagunas de Ruidera donde encontramos trabajo como contrabandistas. En las noches sin luna pasábamos fardos con una barca de una orilla a otra, después cargábamos un carro y atábamos sacos a los cascos de los caballos , para que no hicieran ruido y aunque estaban muy vigilados los caminos, nunca nos cogieron, (eso nos hizo pensar que alguien nos protegía) allí pasamos el invierno, sin saber ni preguntar que contenían los fardos, aunque todos sabíamos lo que contenían “trasiego de comida”. Era tiempo de estraperlo. Cambiaban harina por aceite, sal, frutas etc. cualquier cosa se convertía en estraperlo, (había mucha hambre) y la mayoría de la gente trabajaba por comer o llevar algo a su casa.

La persona que nos daba el trabajo, también nos llevaba a trabajar a bodegas y a otros lugares, parecíamos unos privilegiados, pero aunque no nos faltaba el trabajo cobrábamos muy poco o nada.

Al llegar la primavera le dije a Jacinto — me voy esto no es lo que voy buscando, aquí sólo podemos pensar en comer y gracias, te has fijado en los hombres del pueblo que no tienen que comer o llevar a sus familias, todos esperan la siega, hablaré con Pedro y me iré ¿tú bienes o te quedas?

—Yo me voy contigo, en realidad no sé qué hacemos aquí, aparte de cobrar una miseria y estar siempre en peligro.

Por la noche hablé con Pedro y le dije que nos íbamos, que le agradecíamos lo que nos había ayudado, pero había llegado el momento de irnos.

—¿Y donde vais? si se puede saber.

— En realidad no lo sabemos, donde nos lleven los pies.

—¡Bien hombre! –se quedó pensando y yo intuí recibir alguna palabrota, pero me equivoqué, contestó — puesto que me habéis servido bien, si pensáis ir a Albacete os puedo dar una recomendación.

—Se agradecería – contesté.

Cogió un papel y llamó a su hija (porque él no sabía escribir) le dictó dos palabras de recomendación y le dio una dirección.

—Muchas gracias Pedro

—Vete desagradecido, pero que dios te cuide, ya sabes si quieres volver aquí tenéis un amigo.

Al día siguiente nos encaminamos hacia Albacete cogimos la carretera que pasa por la Osa de Montiel y como siempre andando, pero esta vez llevábamos los zurrones llenos y dinero en el bolsillo. ¿Dinero? Después de comprar albarcas, nuestros ahorros se reducían al pan que podríamos comprar en una semana, algún chorizo y queso.

Al llegar a Albacete preguntamos a varias personas por la dirección, y nos fueron indicando, por fin encontramos la casa, se veía que no era una casa normal, como dijo Jacinto.

—Esta es una casa de ricos.

—A ver si tenemos suerte, dos días tuvimos que esperar para que nos recibiera, por lo visto el señor estaba en Madrid formando parte del gobierno franquista.

Cuando nos presentamos, vimos un hombre grueso de mediana estatura con un gran bigote, de unos cuarenta y pocos años, no demostraba pasar hambre pese a los tiempos que corrían. Le hicimos entrega de la carta sin atrevernos a decir más que buenos días, nos miró de arriba abajo y nos preguntó.

—¿Que saben hacer?

—De todo lo que sea trabajar.

—¿En que han trabajado?

—Hemos segado, también hemos trabajado en la obra, en fin hemos hecho un poco de todo, entendemos de caballos...

—Este es alfarero. — dijo Jacinto.

—No necesito un alfarero – contestó.

Pero la pregunta siguiente me pilló descolocado.

—¿Y qué opinan ustedes del Generalísimo?

Después de pensar bien contesté.

—No se puede opinar de quien no conoces.

—En ese caso, díganme que opinión tienen de los rojos y de la guerra. Contésteme usted — dijo dirigiéndose a Jacinto.

Jacinto tragó saliva y después de un momento interminable dijo.

—Mire usted nosotros sólo tenemos hambre y para aplacar el hambre tenemos que trabajar. En cuánto de lo que usted nos pregunta, no tenemos ni idea ni la queremos tener. Sólo entendemos que debemos trabajar si queremos comer, el resto es para los que entienden de política.

El señor Ángel (que así se llamaba) echó una carcajada y dijo.

—Tenían que ser ustedes diputados, son justo lo que necesita Franco y no los chupones que tiene alrededor, al menos tienen las ideas claras, no como algunos.

Llamó a la criada y le dijo — dile a José que lleve a estos dos al tajo.

La criada nos llevó a la cocina, bajando por unas escaleras, al entrar nos sorprendimos no faltaba de nada, habían cebollas, patatas, ristras de ajos y unas suculentas salchichas, con sus respectivos chorizos colgando de una barra, al fondo se divisaban los jamones y debajo de la escalera con una cortina que se transparentaba, los quesos.

Nos dimos un codazo, como queriendo decir aquí se come bien, mientras la criada salía por la puerta buscando a José y en un descuido de la cocinera Jacinto metió unos chorizos en mi zurrón, yo pensé debería de pedirle pan a la cocinera y así lo hice.

—Buenos días no podría darnos usted un poco de pan.

—El pan es para el señor váyanse de aquí.

Nos dirigimos a la puerta por donde había salido la criada, estábamos saliendo cuando la cocinera nos llamó.

—¡Ustedes!

La primera cosa que pensé es que se había dado cuenta de los chorizos, pero no, lo que nos dio fue pan de dos días, que a nosotros nos sabía a gloria, después de darle las gracias, salimos en busca de la criada que ya venía con José.

José nos llevó con el carro a un cortijo casi en escombros y nos presentó el capataz.

—Bien, aquí se quedan.— Cogió el carro y regresó por donde había venido. El capataz nos preguntó.

—¿Cómo os llamáis?

—Yo soy Jacinto. Y este Antonio.

—¿En que habéis trabajado?

—De casi todo.

— Pues de momento sois peones, cargaréis piedra para los albañiles (mientras hablaba nos dirigíamos a los establos y una vez allí indicó) podéis instalaros donde haya sitio, dejád los trastos y a trabajar.

Soltamos las mantas y el zurrón en un rincón y salimos tras él. Nuestro trabajo consistía a llevar piedras con un pequeño carro y un asno para reparar y ensanchar el cortijo, después teníamos que acercarlas a los albañiles y si había suficientes piedras, hacer la masa para unirlas con arena y cal.

La comida no era muy buena se reducía a pan, cebolla, patatas y algún gazpacho, y así estuvimos durante cuatro largos años, en que alternábamos el trabajo, segando o recogiendo aceitunas según la estación del año, con el tiempo parecía que la comida mejoraba o es que nos habíamos acostumbrado, no nos atrevíamos a irnos por miedo a no poder encontrar nada, puesto que las referencias que teníamos, eran que en todo el país se pasaba hambre. Un día el capataz entró al establo y nos dijo.

El trabajo aquí ha terminado y el señor Ángel ocupará las caballerizas, tenéis que iros de aquí yo puedo daros trabajo en el campo, cobrareis más como jornaleros pero no puedo daros casa y cobijo no tengo trabajo seguido.

Salimos del cortijo con las bolsillos tan vacíos casi como cuando llegamos y nos dirigimos a Albacete; la gente no tenia recursos y habían muchos que alquilaban habitaciones a precios más que económicos, estuvimos mucho tiempo en el mismo lugar, puesto que Jacinto que fumaba cuando podía. Hizo amistad con una moza que vendía tabaco en una tasca o bar y que al mismo tiempo era una posada. Con el tiempo se hicieron novios, podíamos alojarnos en una habitación sin pagar y de vez en cuando comer de caliente. Allí pasamos dos años, parecía que cada vez era más fácil encontrar trabajo, no despreciábamos ninguno, la novia de Jacinto nos buscaba de todo tipo y nos trataba muy bien ya casi parecíamos familia.

"Familia" que nombre más bonito, como deseaba abrazar nuevamente a mis padres. Durante el tiempo transcurrido intentaba no pensar en Pilar quería borrarla de mis recuerdos aunque era imposible, los días que pasamos en la cabaña los tenia siempre presentes.

Decidí que era hora de saber algo de ellos, hasta hoy solo les había escrito diciéndoles que no me escribieran, porque no tenía domicilio fijo, pero ahora me podrían escribir sin temor, tenia donde recibir el correo y así se lo hice saber, diciéndoles que me escribieran contándome todo lo acontecido en el pueblo desde mi partida.

Quince días después recibía una carta de mis padres, “que incluso conservo” en ella me decían que se encontraban bien, la gente disponía de más dinero y no pasaban apuros, mi padre continuaba trabajando como siempre y vendiendo los cacharros, aunque cada vez se alejaba menos del pueblo.

En cuanto a Pilar –decía mi madre – te manda una carta aparte, pero no le escribas ella vive muy feliz y tú no debes romper su felicidad.

Dile a Jacinto que es tío por segunda vez, su hermana tiene dos varones y no estaría mal que le escribiera, porque no sabe nada de él.

A los dos días recibí carta de nuevo, esta vez era de Pilar.

En ella me decía que teníamos una hija que en la cabaña quedó embarazada y que al volver Cesar de la patrulla, se habían casado por lo que nadie sabía la verdad, sólo ella y mi madre, la cual veía a la niña a menudo, incluso en ocasiones se la llevaba a su casa y le daba la merienda — te mando una foto en la que está conmigo, en ella tenía dos años. Ella cree que Cesar es su padre y Cesar que ella es su hija, aquí todos somos felices, por favor por lo que hemos sido si alguna vez vuelves no lo estropees. El ruego era el final de la carta.

Con toda la alegría del mundo, estreché la carta sobre mi pecho y me tumbé sobre la cama, mis pensamientos retrocedieron en el tiempo a mis días felices.

Cuando entró Jacinto me preguntó.

—¿Qué te ocurre parece que estés en las nubes?

—Y en las nubes estoy ¿tú le has escrito a tu hermana? — le pregunté, no le dije nada de la carta de Pilar, me la guardé como un tesoro.

Como respuesta Jacinto me dijo — tenemos trabajo.

—¿Y de que se trata, es en la obra o en el campo? Jacinto no me contestó.

—Ben sígueme.

—Bajamos las escaleras, nos dirigimos a la puerta y salimos a la calle.

—¡Mira!.

—¿Qué quieres que mire?

—¿Es que no lo ves? ¡Te parece pequeño!

—¿No será el carro y el caballo?

Un bello caballo percherón estaba atado a la ventana.

Con su correspondiente carro.

—¿Qué te parece? he hablado con María (la dueña de la posada o según él “su novia”) y me ha dicho que podemos ir a la bodega a por vino, nos ganaríamos el trasporte.

—¿Cómo piensas pagar la caballería?

Ya está pagada el amo tenía ganas de vender y hemos pagado la mitad cada uno María y yo, no hay nada como un vaso de vino tras otro, para hacer tratos.

—¿Y cuando nos vamos?

—¡Ya! Para que perder tiempo.

Así lo hicimos y nos convertimos en comerciantes de vino, pronto nos dimos cuenta que según la bodega el vino tenía un precio u otro y empezamos a ofrecer vino y vender a otros bares o tascas. El negocio no iba mal, sobre estar limitado por la cabida del carro.

Cada vez ampliábamos mas nuestro radio de acción, llegando a cargar en lugares tan lejanos como Yecla, mas tarde nos acercamos a Almansa y otros lugares; precisamente de aquí procedían nuestras primeras discusiones basadas en la calidad del vino y el precio, aunque siempre llegábamos a un acuerdo

Pasó algún tiempo y Jacinto me dijo.

Antonio te dejo solo en la habitación, me caso con María, su padre está de acuerdo y le viene muy bien porque necesita más gente en el bar. Tú puedes seguir con el caballo y el vino, a partir de ahora es todo tuyo.

Me alegro por ti, de una vez sentarás la cabeza y tendrás algo seguro. Yo después de que te cases me iré tengo algo en mente desde hace mucho tiempo y ahora que tengo dinero puedo llevarlo a cabo.

—¿Quieres llevarte el caballo?

—No me iré en el tren.

—¿Volverás?

—No lo creo, mi vida en Albacete ha terminado y quiero conocer otras regiones de las que he oído hablar.

La boda fue muy bonita, María se había hecho un precioso vestido blanco con la ayuda de una vecina, también con la ayuda de las vecinas, llevaron varios pollos al horno con patatas y después tarta con almendras. Pasamos un día maravilloso, sólo cuando se fueron todos Jacinto que iba un poco alegre se echó a llorar, se acordaba de su hermana y prometió que un día iría a verla con María, después se abrazó a mi cuello conociendo mis intenciones de que al día siguiente me iría y me repetía.

—No te vayas aquí estás bien. Eres mi amigo.

—Cada cual tiene que buscar su destino y el tuyo ya lo has encontrado – conteste.

En realidad mi vida iba a cambiar, acabábamos de entrar en los años cincuenta y el país parecía que empezaba a despegar muy despacio, todavía estábamos en la época del racionamiento y del pan negro, pero parecía verse una luz al final del túnel en el que nos había metido la guerra, el campo dominaba los jornales y el trabajo, la experiencia me había enseñado que se movía por cosechas y dónde mas cosechas había era en el Levante, yo escuchaba hablar de Murcia y sobre todo de Valencia, algo así como la tierra prometida y algunos o muchos querían irse.

Al día siguiente me despedí de Jacinto y de María, entre los dos me dieron un duro para el viaje y me fui a la estación con una pequeña maleta debía coger el tren que me llevaría a Valencia y en la estación de Aragón coger el de Teruel. Mientras iba en el tren, miraba por la ventana y veía la gran cantidad de árboles que representaban la riqueza de la huerta valenciana. Pensaba que allí con tantos árboles habría mucho trabajo para cuidar y recolectar, también comida. Al torcer en Sagunto hacia Teruel los árboles poco a poco desaparecían. Absorto en mis pensamientos iba acercándome a Teruel donde me bajaría, aunque el tren me dejaría lejos, era el modo más rápido de acercarme a mi pueblo.

Elegí Teruel para bajarme por qué debería haber algún tipo de transporte que me acercara al pueblo y me fui directo al pequeño mercado de abastos, preguntando a las pocas camionetas o triciclos que había por allí; por fin me indicaron un trasporte de Orihuela del Tremedal, me venía bien y me fui a preguntarle.

—Por favor ¿va usted a Orihuela? Sí, ¿que se le ofrece?

—Si podría llevarme hasta allí a cambio de ayuda.

—Ayúdeme a cargar y le llevo.

El acuerdo estaba cerrado, así mientras el señor cerraba tratos y hablaba con la gente, le cargué el camión de tres toneladas, miré la marca NAZAR. Por fin subimos al camión y durante el viaje, el señor no dejó de hablarme de las excelencias del camión y la velocidad de crucero del camión, que era de sesenta kilómetros por hora. Cuando llegamos a Orihuela le ayudé a descargar y cuando fui a coger unas cajas del fondo me dijo.

—Esas no, son para Alustante.

—Alustante me venía de camino, le pregunté ¿y cuando irá usted?

—Ahora mismo, antes de que se eche a perder el cordero que llevo para mi hermana.

Subimos nuevamente y seguimos, después de descargar yo iba a despedirme cuando me dijo.

—Ven conmigo y comeremos en casa de la mi hermana, todos los martes vengo a traer algo y como con la familia.

Terminando de comer nos despedimos, y cogí el camino

De mi pueblo, cuando llegué anochecía, mis padres me recibieron con llanto, en los ojos mi madre no paraban de llorar, me pasaba una y otra vez las manos por mi cara sin dejar de llorar, mientras yo la abrazaba; por fin nos serenamos y nos sentamos a la mesa.

Cuando me fui mis padres parecían persones adultas ahora estaban viejos, mi madre tenía el pelo completamente blanco y mi padre casi no tenia pelo, aunque la gorra le tapaba la cabeza, el tiempo no había pasado en balde. Después de diez años todo cambia, la vida se ve de forma diferente y la experiencia te hace comprender muchas cosas.

Mis padres querían saberlo todo de mí, estuvimos hablando hasta que me fui a dormir; les estuve contando todo cuánto me había pasado desde que me fui con mi amigo. Pero nuevamente dormía en mi cuarto, aunque esta vez no parecía que fuera mío, mi vida había cambiado, ya no me sentía del pueblo y sin embargo había vuelto por mis padres ¿para ayudarlos? ¿O tal vez había vuelto por otros motivos?

Dando vueltas en la cama las ideas se amontonaban en mi cabeza, no tenía duda de que no sólo había vuelto solo por mis padres; tenía una hija a quien no conocía y a la que quería conocer, me di cuenta que Pilar había pasado a un segundo plano, en estos momentos me importaba mas mi hija, para mí era una incógnita, me preguntaba ¿a quién se parecería? tracé un plan. Al día siguiente iría a verla pero no debería inmiscuirme en su vida, por lo tanto la vería de lejos, tal vez a la salida de la escuela, ¿pero cómo sabría quién era? Debería verla salir de su casa. Con el plan resuelto me dormí; el día siguiente me puse mi gorra y antes de las nueve estaba vigilando la casa de Pilar cuando las vi salir me fijé en la niña era el vivo retrato de su madre, cuando era pequeña, Pilar la acompañaba mientras la niña saltaba llena de vitalidad. Las seguí hasta la escuela, la niña después de dar un beso a su madre entró y Pilar siguió calle arriba, me acerque a la verja y la vi jugando con otras niñas en el patio, las personas que habían por allí eran madres jóvenes y no me reconocieron, yo a ellas tampoco de todos modos debería de estar muy cambiado tapado por la gorra, de repente tocaron una campana y todos los niños formaron, después de cantar el Cara al Sol, entraron en la escuela. La volví a ver en el patio al recreo y cuando salió para comer, después me fui a mi casa y se lo conté a mis padres con pelos y señales, con el pecho lleno de alegría y satisfacción.

Mi madre como siempre con un sexto sentido y el semblante serio me preguntó.

—¿Qué piensas hacer?

Mis padres se quedaron mirándome, esperando mi respuesta – los miré.

—Cuando vine creía que podría quedarme con ustedes y ayudarlos, ahora no sé si es una buena idea después de ver a la niña me pregunto, cuánto tiempo podría estar sin abrazarla o cometer alguna estupidez. ¡Yo ya no pertenezco a este pueblo! He comprendido que debo irme, aquí solo puedo crear problemas y no... Tengo una hija y deseo su felicidad. Notaba la decepción en el rostro de mi padre, pero a su vez creía que era lo único que podía hacer; por la tarde volví al pueblo y de nuevo me fui a ver a mi hija, a la salida del colegio, se fue con otras niñas a jugar en las afueras del pueblo, muy cerca de su casa, me asenté en una piedra sobre un ribazo; las estuve observando desde la distancia mientras jugaban, hasta que escuché la voz de Pilar llamándola, después se fueron y yo me fui a casa de la hermana de Jacinto.

Llamé a la puerta y me abrió Agustín.

—¿Qué desea usted? — Me preguntó y quitándome la gorra le dije.

—¿Agustín qué no me conoces? — Me miró fijamente y dijo con sorpresa.

—¡Antonio eres el tú!

—Si hombre si soy yo, de la cocina salía la hermana de Jacinto que me reconoció al momento.

¡Antonio! ¿Cómo es que has venido? ¿Cómo está mi hermano?

—Mujer no lo aturrulles déjale respirar, ven Antonio siéntate. Después de los preceptivos abrazos me asenté y empecé a contarles, abreviadamente todas nuestras peripecias y para acabar los dije.

Tu hermano se ha casado la semana pasada, con la dueña de la posada donde nos alojábamos estos últimos años en Albacete, tu cuñada se llama María, ahora es el dueño de la posada y del bar, en breve os escribirá para daros su dirección y cuando pueda me ha dicho que os visitará con su señora.

—¿Y tú que harás?

—Yo tengo que irme, sólo he venido para ver a mis padres y mañana me voy, no puedo quedarme.

—¿Y no te gustaría quedarte en el pueblo?

—Cuando vas por el mundo viendo todo cuanto yo he visto, te das cuenta de las pocas oportunidades que te ofrece el pueblo, ¿qué puedo hacer yo aquí? mi lugar ya no está en el pueblo.

Mis palabras parecían convincentes, pero la hermana de Jacinto no tenía un pelo de tonta y sabía muy bien lo que quería, así preguntó.

—¿Y no tendrá nada que ver en tu decisión Pilar y a la niña? A nadie se le escapa que la niña te tiene un aire y en el pueblo corren rumores de que es hija tuya. Yo quiero que me digas la verdad como amiga tuya que soy.

Enrojecí, no sé si de ira o sorprendido. Juana hablaba muy segura y le dije.

Me tienes que prometer que dirás que no es mi hija, aunque en realidad lo es, puesto que esto le podría perjudicar a ella, lo más importante es la niña y no lo que opine la gente.

—Te prometo que nadie lo sabrá si tú no quieres. Ya buscaré parentecos...

—Gracias Juana. Le tuve que contar todo aquello que ocurrió y la carta que me había enviado Pilar, también le dije que había visto a la niña varías veces durante el día.

Después me despedí y me fui directo a mi casa, al pasar por la casa de Pilar escuché reír a la niña y mirando por la ventana con disimulo, la vi jugar con Cesar. Era lo que necesitaba para confirmar lo que ya sabía, “que en el pueblo estaba de sobra” Y que mi hija no me necesitaba.

Hablé con mis padres para confirmarles lo que ya sabían, también les dije que si conseguía estabilizarme vendría a por ellos y que cuando tuviera una dirección estable les escribiría. Dormí por última vez en mi cama y el día siguiente partí sin volver la cabeza para ver el pueblo con los ojos llorosos, pues sentía en el corazón que no volvería, dejaba detrás todo aquello que había deseado en mi vida y a las personas más queridas.

Mis pasos instintivamente, se dirigieron en busca del camionero que me había acercado a mi pueblo y lo encontré en Orihuela del Tremedal, después de saludarlo pregunté si se tenía que ir a Teruel, cosa que me confirmó.

— Sí! mañana tengo que ir quieres acompañarme?

Eso es lo que quería si a usted le viene bien. — Tendrás que cargar y descargar y sólo puedo darte la comida.

—¿Y algún lugar para dormir?

—Esta noche puedes dormir en el camión, ahora ven y cenaremos.

Cenamos en su casa, un poco de hervido y queso, después de la cena me dijo.

—Ala a cuidar el camión ¿tienes una manta?

—Si llevo una en la maleta.

—Pues toma otra y arriando que mañana salimos temprano.

Me acomodé como pude en el fondo de la caja, por encima de unos bultos, la noche era fría y utilicé las dos mantas. A las seis de la mañana ya estaba el camionero llamando.

—¡Baja que nos vamos! — mientras tanto arrancaba el motor.

Bajé de la caja y me senté en la cabina, durante el trayecto a Teruel, tuve que escuchar nuevamente la explicación de las excelencias del camión, por fin llegamos a Teruel y descargué el vehículo, después dirigiéndome al camionero le pregunté.

— ¿Conoce usted algún vehículo que vaya a Sagunto?

—Espera haber si está Vicente. Miró por encima de las cabezas buscando, después dijo.

—No lo veo, ven conmigo — y pasando entre la gente lo vio, mientras decía con un toque de orgullo.

—En ocasiones le he hecho viajes, puesto que él sólo tiene un motocarro y apenas puede subir el Rabudo con media carga.

Llegamos donde estaba Vicente y después de hablar con él aceptó llevarme diciendo — te puedo dejar en el cruce de Sagunto, puesto que yo voy al pueblo de al lado.

—Siempre estaré más cerca que ahora — le dije sonriendo.

—Si sólo a un kilómetro, espera en un rato salimos.

Mi experiencia en un vehículo de tres ruedas con manillar, cargado con cajones vacíos, no resultó muy alentadora, los dos en una cabina de lona que cuando giraba, casi me echaba fuera del asiento y donde me sujetaba cómo podía sin tocar el manillar, por no molestar; el aire helado entraba por todas partes y sólo tenía el consuelo del calor del motor, bajar el puerto del Ragudo se convirtió en una odisea, que sólo pueden comprender los que lo han bajado o subido, en cada curva me veía fuera de la calzada y creo que no respiré hasta que llegamos abajo, bajaba en segunda y casi con el freno echado; también noté un cambio de temperatura, no sé si por el calor que despedían las ruedas y los frenos o por el clima valenciano, fuera como fuese lo agradecí y pregunté.

—¿Sube usted cargado con el motocarro?

—No subo de vacío o con poco peso, en Segorbe tengo un amigo, yo subo dos o tres veces por semana y le abastezco de fruta y verdura, el me lleva lo mío a Teruel una vez por semana con su furgoneta. Nos ayudamos.

—Yo empecé a entender, me parecía raro que su vehículo pudiera subir cargado, como decía el camionero.

Por el camino ya más tranquilos hablamos lo más justo, puesto que teníamos que gritar por el ruido del motor, no tardó en hacerme la clásica pregunta.

—¿A qué va a Sagunto?

—A buscar trabajo, me han dicho que buscan gente para coger naranja y en caso de no encontrar trabajo en el campo, igual puedo encontrar trabajo en algún barco de pesca o en la construcción.

—¿Es usted pescador?

—No nunca he subido a una barca.

—Pues créame que marea mucho, mi tío tiene una y yo no quiero ni verla. Si no encuentra trabajo en Sagunto pase por mi pueblo que está a siete kilómetros y es posible que encuentre trabajo.

Al cabo de tres horas llegamos al cruce, allí bajé del motocarro con las piernas temblando, nos despedimos y yo me dirigí a Sagunto. Junto a la carretera solían haber posadas económicas y encontré una.

Entrabamos en el otoño y la naranja empezaba a madurar, con la ayuda del amo de la pensión, encontré trabajo para coger naranja en un almacén que estaba enfrente sólo tenía que cruzar la carretera y allí estuve hasta el mes de febrero a partir de entonces sólo hice cinco o seis jornales en dos meses, el dinero se iba gastando, porque todas las semanas debía pagar el alojamiento y tenía que comer, pensé en lo que me había dicho el señor Vicente, “la barca marea” por lo que la descarté, por un lado no quería quedarme sin dinero, y por otro no tenía suficiente para pasar el verano sin trabajar, la providencia apareció en mi ayuda, el amo de la pensión vino a hablar conmigo.

—Antonio ¿tú sabes trabajar de albañil?

—Si señor he trabajado de albañil en Albacete.

—Y serías capaz de hacerme unos retretes y unos cuartos con puertas.

—Sí señor ,

—Pues si me lo haces te pagaré diez reales a la semana y el alojamiento gratis.

—Después de discutir un rato conseguí que me pagara cuatro pesetas a la semana.

—Para quien quiera saber cómo era la posada, le diré que era como un gran establo con sólo dos habitaciones en las que se permitía hacer sus necesidades en un orinal, para después echarlo a una balsa tapada de paja, que había en un pequeño patio posterior en cuanto a los transeúntes que iban con carros y bestias podían dormir en la paja junto con los animales. Esto daba como resultado, varios precios para pasar la noche, las habitaciones era lo más caro, solo al alcance de una clase media baja.

En un lado del local estaba el pozo y a su lado una pila para lavarse, el amo decidió que hiciéramos un pozo ciego a unos diez metros del pozo de donde sacábamos el agua y que allí dirigiéramos todos los restos de los retretes, los cuales se componían de un agujero en el suelo y dos ladrillos macizos, uno a cada lado del agujero un poco avanzados para poner los pies, la mayor innovación consistía a tener una pila en el interior y un cubo aunque el agua tenían que cogerla del pozo. En cuanto a las habitaciones simplemente eran cuadradas sin más comodidades que la cama y un orinal.

De todos modos a mí me solucionó el problema para todo el año, puesto que de la obra pasé nuevamente a recoger naranja.

Un día cuando volvía de coger naranja, con una bicicleta que me había comprado de segunda mano, vi aparcar un motocarro en el surtidor, me dije a mi mismo — mira que si fuera Vicente — miré con curiosidad y vi con sorpresa que era él, me acerqué y le saludé durante un buen rato estuvimos hablando de trabajo le conté como me había ido y me dio un consejo.

—Cuando no tengas trabajo pásate por mi pueblo y pregunta por mí, en mi pueblo me llaman “Nardo” de mote y posiblemente te encuentre trabajo.

Nos despedimos y le prometí que ahora que tenia vehículo iría por allí, en mi cabeza empezó a rondar la idea de visitar el pueblo vecino.

Segunda parte

El señor Antonio, llevaba dos días contándole al guionista Javier su vida, bajo el atento oído de su señora; cuando les dijo.

—Teresa a partir de aquí ya lo conoces todo y en cuanto a usted Javier, el resto creo que ya no interesa, porque es todo cuánto le puedo decir de mi hija. Aunque nunca más la volví a ver, bien es cierto que nunca la he olvidado, ni ha pasado día en que no haya mirado su fotografía.

—Mire señor Antonio, puede que a su hija no le interese el resto de su vida, pero a mí me interesa todo aquello que pueda contarme, ese es mi trabajo, mañana no vendré tengo mucho trabajo con los guiones, pero el jueves a las once pongan la radio, el noventa y seis punto cuatro y tendrán noticias de su hija yo no volveré hasta el próximo lunes.

—No se preocupe que yo escucho todos los jueves el programa.— Dijo la señora Teresa

El guionista salió por la puerta, con su preciosa carga en la grabadora.

El jueves, de buena mañana estaba conectada la radio, hasta que a las once en punto dio comienzo el programa que les interesaba. Los dos ancianos estaban atentos al programa.

—Muy buenos días queridos radio-oyentes, como todos los jueves puntualmente aquí estamos una vez más en su programa favorito, La semana pasada encontramos y conseguimos juntar a dos hermanos, la historia de ambos fue del gusto de nuestros oyentes, pero una vez conseguido su reencuentro pasamos página y debo advertirles que tenemos una nueva historia que contarles, esta viene de la mano de un padre que con amargura busca desesperadamente a su hija.

Una hija que no conoce a su verdadero padre y a la que tuvo que renunciar como consecuencia de la guerra civil y el régimen que mandaba en aquel tiempo ¿Qué ocurrirá? ¿Se encontrarán? ¿Serán verdaderamente padre e hija? Estén atentos en nuestro programa “La unión hace la felicidad” y les resolveremos el enigma. Y recuerden si van a Madrid no se olviden de hospedarse en el Hostal Cibeles donde el confort y las atenciones superan el precio. Y ahora les dejo con la entrevista de nuestra gran reportera y alma del programa Anna de Jesús! (Adelante música)

Buenos días mis bien-queridos y fieles radio-oyentes; hoy inauguramos un nuevo caso que no les va a dejar indiferentes, la entrevista que realizaremos a una mujer que se ha criado con un padre que “al parecer” no era su padre biológico, aunque siempre lo ha tenido como tal, pues no ha conocido otro padre y nadie le ha informado de que no lo fuera; nuestra entrevistada se llama Pilar Gómez Burgués y en la actualidad es la propietaria del hostal Cibeles en Madrid.

A continuación les vamos a ofrecer la grabación de nuestro dialogo con Pilar. ¡Dentro grabación!

—Buenos días es usted Pilar Gómez Burgués.

—Si yo soy. Así me llamo.

—Y es usted la única hija de Pilar Burgués Martí.

—Si señora así es.

—¿Y sabe cómo se llama su Padre?

—Si se llama, Cesar Gómez Calvo.

—Y si yo le dijera que su verdadero padre no es quien usted conoce y que su verdadero padre se llama, Antonio Acosta Martín ¿qué me contestaría?

—Que es falso, mi madre sólo se casó una vez y yo recuerdo a mi padre desde que era pequeña, mi madre no tuvo otro marido.

—¿Y no pudo su madre tener un resbalón con otra persona antes de casarse?

—Conozco a mi madre y pondría la mano al fuego por ella.

—¿Pero sería posible que su madre quisiera a otro hombre antes que a su padre y por alguna circunstancia tuviera que renunciar y casarse con quién usted has tenido como padre durante toda su vida?

—No lo creo, le repito que yo sólo he tenido un padre y se llamaba Cesar.

—Pilar hemos comparado la fecha en que se casaron sus padres y la fecha en qué usted nació y según mis cuentas, naciste a los ocho meses y catorce días, desde la fecha de la boda. ¿No quiere decir esto que habría una posibilidad de que tu madre estuviera embarazada cuando se casó?

—Porque nací antes de tiempo ¡No!, yo también tuve una hija antes de tiempo y era la segunda. No tiene nada que ver...

—Bien cambiemos de tema; conocía usted al señor Antonio el alfarero y a su señora Pilar.

—Si los conocía.

—Pero los conocía bien.

—Si muy bien en ocasiones mi madre me mandaba a por huevos o a llevarles el pan, algunas veces merendaba en su casa y hasta me compraron una muñeca por reyes; cuando yo tomé mi primera comunión me regalaron los zapatos y el rosario, en realidad eran muy buenos conmigo; cuando no tenia colegio, me pasaba las horas mirando como el señor Antonio hacía los búcaros o cazuelas de barro, una vez incluso le ayudé a encender el horno para cocer el barro.

—Bien veo que usted cambia cuando habla de sus verdaderos abuelos, porque tiene que saber que tenían un hijo y también debe saber que su hijo, ¡su único hijo! ¡Es su padre! Hubo un momento de silencio, unos largos segundos de silencio; Pilar reaccionó.

—No es posible me he dejado llevar un momento por los recuerdos; pero continuó diciendo que mi único padre se llama Cesar. Conocía la existencia de ese señor por las fotografías que tenían en su casa, pero nada más, nunca estuvo en el pueblo.

—Pilar ¿vive su Padre?

—No murió en un tiroteo con unos quinquis, hace quince años y mi madre hace ocho años que falleció.

—Entonces de los protagonistas de nuestra historia sólo quedan ustedes dos, Antonio que dice ser su padre y usted que dice que no lo es.

Señores radio-oyentes la historia promete tendrá razón Antonio y será el padre, o tendrá razón Pilar y no serán nada más que vecinos. Todo el desarrollo de la historia la descubrirán si siguen conectados con nosotros “su emisora amiga”. Sigan nuestra emocionante historia tras la cuña publicitaria.

—Ha continuación los vamos a ofrecer una declaración de Antonio con la cual quiere demostrar que pilar es su hija.

—Pilar ¿está usted dispuesta a escucharla?

—La verdad sólo tiene un camino y yo estoy dispuesta a llegar hasta el final pues esto no tiene pies ni cabeza. Bien, pues adelante con la grabación.

—¿Es usted Antonio Acosta Martín?

—Si yo soy Antonio Acosta.

—Y puede usted explicar con pocas palabras porque cree que Pilar Gómez, la hija de Pilar Burgués Martín “es su hija”.

—Si, Intentare resumir en lo posible.— Cuando finalizó la guerra civil, tuve que volver a hacer el servicio militar, los campos de concentración dilataron el tiempo y provocaron que regresara a mi pueblo con casi veintiséis años. Me encontré con que mi novia Pilar al no tener noticias mías por el correo, “pues mi pueblo no tiene buena comunicación” o no tenía; Pilar se había prometido con un Guardia Civil, el cual la había ayudado en una ocasión, cuando Pilar fue robada y maltratada al volver a casa con las ovejas, sufriendo diferentes heridas. Al volver yo al pueblo no me resignaba a perderla y tuve una confrontación con el guardia en la verbena del pueblo, en la cual invité a bailar a Pilar cuando iba del brazo de Cesar, mi acción provocó que “sus amigos guardias civiles” me dieran una soberana paliza, de la que tardé un mes en reponerme. Mientras me curaba, en la cabaña de los pastores, a dos kilómetros del pueblo pero poco o nada visible por los caminos, para que no me encontraran. Cesar se fue de maniobras no sin antes pedirle a Pilar que se casara con él, a la vuelta de las maniobras. Pilar aceptó la oferta, siempre y cuando le jurara, que él no había tenido nada que ver con la paliza que a mí me habían propinado. Cesar le prometió que no sabía nada del caso y entonces Pilar le dijo que se casaría con él, cuando finalizaran las maniobras, (que en realidad consistían en ir a la caza de maquis).

A penas se fue el guardia, Pilar vino a visitarme a la cabaña de los pastores, yo llevaba más de una semana de reposo y me encontraba mejor de las heridas y los golpes, Pilar acabó diciéndome que me quería y que nunca me había olvidado, después me contó que le había prometido al guardia que se casaría con él cuando volviera, pero mientras seria mía con mi promesa de que al volver Cesar yo abandonara el pueblo, a cambio ella se encargaría de mis padres el resto de los días. Yo no tenía más remedio que aceptar para no hacer daño a nadie; acepte y así lo hicimos. Doy fe que fueron los días más felices de mi vida durante algo más de dos semanas. Después tuve que irme del pueblo para no molestar; era el castigo a los días felices pasados con ella.

A los cinco años aproximadamente pude escribir a mi madre y ella en la carta que me envió decía que Pilar me escribiría y así lo hizo; diciéndome que tenía una hija de la cual yo era el padre y que le habían puesto Pilar de nombre, con la carta me mandó una foto suya con una niña de dos o tres años en brazos, foto que todavía conservo.

El año cincuenta mi hija tenía nueve años, yo estuve en el pueblo y pude verla desde la distancia, entrar y salir de la escuela, jugar en las afueras del pueblo con otras niñas y ya anocheciendo al pasar frente a su casa la escuché reír con Cesar (el guardia que tenía como padre). Entonces comprendí que era feliz y que yo no podía romper su felicidad, no me necesitaba para nada. Tampoco podía ofrecerle una vida segura como Cesar. Si me quedaba en el pueblo mi presencia sólo podría provocar problemas a mi hija, a Pilar y a mis padres; me fui del pueblo con la sensación de que no la iba a ver nunca más, la promesa que hice a Pilar la he mantenido no he vuelto al pueblo, ni a inmiscuirme en su vida. Ahora ya soy viejo y me gustaría verla antes de...

—Bien, esta es la declaración de un padre amargado que busca a su hija desesperadamente y le preguntamos a Pilar ¿qué opina de sus palabras?

Pilar se quedó un momento pensando, después dijo.

—No cambia las cosas para nada, la foto puede haberla conseguido de algún familiar, que posiblemente se la daría prestada.

Y la historia parece más un montaje que otra cosa, a mi edad he tenido que escuchar muchas historias fantásticas como novelas, que después resultaron no ser reales, continuo diciendo que mi padre se llamaba Cesar y no hay otro.

—Su presunto padre le habla de una cabaña ¿la conoce usted?

—Si he jugado allí muchas veces, iba con mi madre y las ovejas, mi madre decía que mientras tuviéramos ovejas teníamos leche, queso y vendiendo la leche, pan, por lo tanto teniendo ovejas no pasaríamos hambre.

—Su madre demostraba ser una persona inteligente, y que le parece a usted la cabaña como nido de amor.

—La cabaña es todo menos un nido de amor.

—Dígame ¿que necesitaría usted para reconocer a Antonio como su Padre?

—Que me lo dijera mi madre pero eso es imposible ya que no está entre nosotros.

—Pero la historia podría coincidir.

—Si podría coincidir, no hay duda de que el señor conoce perfectamente la zona y no pongo en entredicho que fuera hijo del abuelo alfarero, pero nada más.

—Se ha dado usted cuenta, ha llamado abuelo al alfarero ¿por qué? No le diría su madre que le llamara así, por respecto a los verdaderos abuelos.

—¡No! le llamaba así porque era viejo y yo no tenía abuelo. Mi madre le llamaba así.

—Y la relación que tenía su madre con ellos.

—Venía de lejos, mis abuelos ya eran amigos y familia lejana, de ahí procede el apellido de ambas familias.

—Bien queridos radio-oyentes, parece ser que Pilar no se convence tan fácilmente, prometemos traer más pruebas sobre nuestro interesante caso, siempre que Pilar nos prometa estar con nosotros la semana que viene.

—Prometo estar aquí presente aunque no creo que me convenzan, puesto que la historia no tiene fundamento y se cae por su propio peso.

—Ya han escuchado a las dos partes, saquen ustedes sus conclusiones, nosotros nos despedimos hasta la próxima semana, no sin antes recordarles que en Madrid les espera el Hostal Cibeles, donde el confort supera al precio.

—Queridos radio-oyentes hasta aquí la entrevista de nuestra mundialmente famosa reportera, Anna de Jesús, la historia promete y nosotros les prometemos seguir con este apasionante relato el próximo jueves.

Séannos fieles y ahora les pasamos con nuestra galería comercial.

Juan cerró la radio difusión respirando hondo y dirigiéndose a Javier comentó.

—Parece que la tal Pilar es un poco cabezota, debería de ser maña.

—Su terquedad va en favor de la audiencia la semana próxima nos estarán esperando, mientras tanto tendremos tiempo de seguir con las entrevistas y con nuevas pruebas si es posible. Sabes Juan podrías visitar a Pilar, mientras yo visito nuevamente a Antonio y que te cuente su vida, tal vez saquemos provecho de lo que nos diga, llévate una grabadora y de paso coge la cinta que grabé de Antonio y que la escuche toda en privado.

—De acuerdo me voy al hostal.

—Anna te importaría buscar a la hermana de Jacinto y que nos confirme, si verdaderamente estuvo en el cincuenta en su casa y si su hermano todavía tiene el bar en Albacete.

El próximo martes a las tres de la tarde todos aquí! Debemos preparar el programa con tiempo. Pues si no lo tenemos preparado para grabar lo tendremos de hacer en directo como último recurso.

Cómo había dicho Javier cada uno cogió su equipo y salió en busca de la entrevista. O como se suele decir con la ilusión debajo del brazo.

Juan se dirigió al hostal Cibeles del cual era propietaria Pilar. Pilar había aceptado la entrevista a cambio de promocionar su hostal, pero sin ninguna convicción sobre el tema de tener un padre desconocido. Estaba muy segura de sí misma y de sus padres. En cuanto a Antonio nunca lo había visto por el pueblo, siendo un desconocido para ella.

Al llegar Juan al hostal tras el mostrador encontró una hermosa joven a la que preguntó por Pilar. Al instante le respondió con una sonrisa.

—Yo soy Pilar.

Al ver Juan la belleza y simpatía de la joven, se decidió a pedir habitación.

—¡Oh! perdone, tal vez me he equivocado, puede darme una habitación.

—Tal vez pregunta usted por mi madre. No se ha equivocado, si soy su hija y también me llamo Pilar ¿y usted quién es?

—Yo soy Juan para los amigos y soy reportero, periodista, locutor o lo que usted desee. Estoy a su servicio.

—¡Ah! Ya entiendo, usted quiere ver a mi madre por lo de la radio o... ¿me equivoco?

—No, no se equivoca. Como le he dicho soy reportero locutor y no sé cuántas cosas más, pero estoy aquí para entrevistar a su madre y así poder echar más luz sobre el conflicto que tenemos entre manos.

—Pues ármese de paciencia, hoy no la verá “está descansando”. Mañana a las ocho en punto la encontrara desayunándose en esa sala de la izquierda.

—¿Es el comedor?

—Es el comedor, el bar, la sala de estar, como puede comprender esto no es un hotel de cinco estrellas pero hay más limpieza. — Le dijo sonriente — Juan intuyó que le caía bien y pensó que podía ser el momento de sacar partido)

—Y aquí se puede cenar, le dijo devolviendo la sonrisa.

—No servimos cenas.

—Entonces como puedo invitarla a cenar.

No puede, yo no puedo dejar el hostal sin servicio y mucho menos cenar con un desconocido, así que tome las llaves y suba a su habitación. Primer piso a la izquierda.

—No soy un desconocido tiene usted mi documento nacional de identidad, sabe mi nombre número de teléfono y hasta donde trabajo.

—Se quedó mirándolo sonriendo le dijo. — He dicho primera piso a la izquierda.

—Juan cogió la bolsa y se dirigió hacia las escaleras, cuando escuchó.

—¿Te gustan las pizzas?

—Y girándose contestó me encantan.

—Ahora pediré dos.

—Se sonrieron y Juan subió rápido a su habitación, en realidad la hija de Pilar era muy bonita o al menos a Juan le había impresionado. La noche prometía seria un placer dialogar con ella durante la cena, cuando bajó tenía una mesa preparada y en cuánto Pilar le vio aparecer le preguntó.

—¿Vino o cerveza?

—Vino por favor la ocasión lo merece — no había duda que Pilar era una mujer de pocas palabras y muchos hechos; cenaron como dos viejos amigos y Juan supo que tenía otra hermana y que entre las tres llevaban el hostal, el cual era herencia de su Padre. Mientras cenaban Juan no perdió el tiempo y le preguntó sobre su madre y lo que sabía sobre el pueblo.

—Sobre mi madre sólo sé que vino a Madrid a estudiar, al principio se alojaba en casa de una señora que alquilaba habitaciones a estudiantes a un precio módico, después conoció a mi padre se casaron y vine yo al mundo, dos años después vino mi hermana; nuestra vida ha girado alrededor del hostal y por desgracia para ti sólo estuvimos en el pueblo en una ocasión; fue después de fallecer mi abuelo y porque mi abuela se empeñó en pasar unos días sola en el pueblo, pues últimamente ellos vivían en el cuartel de la Guardia Civil de Guadalajara, mis padres la llevaron al pueblo y antes de que llegara el invierno fueron a por ella, yo los acompañé. Pero fue llegar y cargar, sólo mi madre dio un pequeño paseo hasta la plaza.

—Dime te diste cuenta si la casa de tu abuela era la cuarta a la derecha según entras al pueblo.

— Si debe de ser tiene el número siete. Pero para mí era la salida. Claro según por donde entres.

—Al menos eso coincide— comentó Juan.

—Dígame porque tienen tanto interés en demostrar que el padre de mi madre no es su padre, si hasta ahora hemos sido felices, no entiendo en que nos puede beneficiar.

Yo diría que más que beneficiar es buscar la verdad o la justicia. — A veces la verdad puede causar daño o complicarnos la vida. Como en este caso, pero en otros puede hacernos felices.

—Si yo te dijera que tiene setenta y nueve años y que posee una gran fortuna, en fin que está forrado ¿qué pensarías de él?

—Pues que necesito un abuelo así, siempre hemos querido convertir el hostal en un lujoso hotel de muchas estrellas.

Los dos se echaron a reír, cuando más reía Pilar más bella la encontraba Juan.

—Tendrías que estar siempre riendo.

—Si ¿por qué?

—Estas preciosa cuando te ríes.

Pilar dejó inmediatamente de sonreír y Juan prosiguió.

—Pero tengo que confesarte un secreto. Por favor no lo digas ni a tu madre.

—¿Un secreto? — dijo intrigada.

—Si que tu presunto abuelo no tiene una peseta que yo sepa.

Nuevamente volvieron a reír; los jóvenes estuvieron charlando durante horas sin darse cuenta que el reloj corría, hasta que lo miraron. Juan se despidió muy gentilmente agradeciéndole la deliciosa velada y el menú a Pilar.

Al día siguiente se levantó con la idea fija de encontrar a Pilar (madre) desayunando; a las ocho en punto bajó al comedor con todo el equipo. Allí estaba Pilar mirando el periódico mientras desayunaba.

—Buenos días soy Juan el ayudante de Anna...

—Ya sé quién es usted ¿qué quiere?

— En primer lugar desayunar y después charlar con usted.

—Bien le apetece un café con leche y unas madalenas, o prefiere galletas, tostadas con...

— Con las madalenas tengo suficiente, gracias.

No tardaron a entrar en materia.

—Le gustó a usted cómo enfocamos la difusión del Hostal.

—Si estuvo bien, pero usted quiere algo más ¿no es así?

—Si quiero que me cuente su vida en el pueblo y todo lo que recuerde de su niñez.

— Creo que pierden el tiempo no hay mucho que contar, pero mientras la propaganda del Hostal sea gratis les cuento lo que me pidan.

Mientras le servía empezó a hablar.

—Mire de mi niñez no recuerdo mucho, podemos decir que fue una niñez feliz con mis padres, iba a la escuela y jugaba en la plaza o en las afueras del pueblo con los otros niños y niñas, la primera cosa importante que recuerdo es mi primera comunión, con mi traje blanco, mi madre hizo chocolate con panecillos y recibí algunos regalos, la vida en el pueblo era demasiado monótona; cuando no había escuela acompañaba a mi madre sacando las ovejas a pacer, en ocasiones íbamos a la cabaña de los pastores, era un lugar donde se podían refugiar las ovejas, debajo de unos grandes árboles casi rodeados de maleza y zarzas, un pequeño camino lleva a un riachuelo, muy cerca de la cabaña, allí fui con mi Padre a pescar truchas y coger moras, aunque él nos acompañó muy pocas veces, sin embargo a mi madre le encantaba hacer calceta debajo del árbol. Al volver al pueblo solíamos parar en casa de la abuela Pilar, a recoger los huevos y en ocasiones media gallina o medio pollo.

Me gustaban los días de lluvia y ver como trabajaba el viejo alfarero, en ocasiones tenía que venir mi madre a buscarme y siempre le decían “deja a la niña” eran muy buenos conmigo y mi madre con ellos. Recuerde que la amistad venía de lejos por ser parientes. “No se equivoque”.

Cuando estaba en casa mi Padre era mi mejor amigo, a partir de los ocho años en las frías tardes de invierno empezó a enseñarme el ajedrez, cuando tenía catorce años ya no podía ganarme y entonces cambió el ajedrez por el parchís, decía que así se nivelaban las fuerzas.

—Hábleme de la familia de su Padre.

Hay poco de que hablar, nunca conocí ningún familiar de mi padre, sólo sé que era de un pueblo de la provincia de Jaén, por parte de mi madre sólo conocí a mi abuela, que murió cuando yo tenía seis años, tal vez por eso le llamaba abuela a la señora del alfarero. Pero lo poco que sé de la familia de mi padre me lo contó mi madre; según ella mi padre se avergonzaba de su padre que estaba en presidio, en cuanto a su madre, falleció cuando nació su segundo hijo y que su padre dio en adopción, nunca perdonó a su padre. A mi padre lo crió una tía por parte de su madre, hasta que ingresó en un colegio de beneficencia.

En cuanto a mí, seguí en el pueblo hasta los catorce años. Ese año destinaron a mi Padre a Guadalajara y le ascendieron a Sargento, a los dieciséis me fui a estudiar en Madrid, conocí a mi marido y aquí estoy, el hostal era de su padre y es la única herencia que nos dejó.

—Y que fue de los viejos, ya me entiende del alfarero y su mujer.

—El señor Antonio murió cuando yo tenía once o doce años y entonces mi madre habló con mi padre y decidieron que la abuela se quedara en mi casa; dormía en la habitación de mi anterior abuela y durante el día se iba a cuidar de sus gallinas. Murió tres años después por eso mi padre aceptó trasladarse a Guadalajara.

— Y que pasó con la casa del pueblo,

Las casas, querrá decir puesto que la casa y las propiedades del alfarero las heredó mi madre seguramente porque eran familiares lejanos.

—¿Y qué hicieron con ellas?

—En ellas vive una prima de mi madre, desde entonces no me he preocupado de nada mas; si es verdad que ahora al recapacitar me dan ganas de visitar el pueblo ver las casas y los olivos que nos dejó el alfarero y de los que no se si dan producción. En realidad no sé nada del pueblo.

—Gracias señora Pilar, es todo cuánto quería saber y ahora quiero pedirle un favor particular. A ver, ¿cómo se lo digo? — Juan aparentaba estar nervioso.

—Vamos diga lo que sea, con la verborrea que tiene usted. ¿Qué quiere decirme?

—Pues quería pedirle permiso para visitar a su hija.

En la sala se escuchó una sonora carcajada procedente de Pilar.

— Pero hijo, eso tienes que pedírselo a ella. Ya es mayorcita.

En fin pese a la carcajada de su madre Juan se sentía liberado para visitar a Pilar. Juan escribió una carta para Pilar y se la dio a su madre, antes de abandonar el Hostal.

Mientras tanto Javier había ido en busca de más información de la vida del señor Antonio y posiblemente a buscar la versión de su señora. Llamó a la puerta y le abrió la señora Teresa.

—Buenos días señora Teresa ¿está su marido? Si pase al comedor.

—Buenos días señor Antonio.

—Buenos días.

—¿Escucharon ustedes el programa?

—Si, lo escuchamos los dos juntos. — Contestó Teresa

—¿Y qué les pareció? ¿creen que lo hicimos bien?

—Creo que ustedes cumplieron pero mi hija es igual de cabezota que su madre, ¿qué más le puedo decir para que me crea? por otro lado, ya veo que la han encontrado y si no quiere verme yo intentare verla a ella, ya lo hice otra vez y… Pero será sin que me vea como antaño, si no quiere saber de mí, no me inmiscuiré en su vida.

—No se ponga así ¿Que hija no quiere conocer a su padre? Pero tal vez necesitemos una prueba definitiva. Y que prueba le puedo dar como no sea...

—¿La foto? “LA FOTO” tal vez esa sea la clave para desarmarla me la puede mostrar.

—Si ahora se la saco. — Antonio se fue a su habitación y volvió con la fotografía.

—Trátela con cuidado que tiene muchos años.

—Después de ver la foto Javier le dio la vuelta y “Eureka “la fotografía llevaba una dedicatoria en la parte posterior que decía: Con todo mi cariño para Antonio, no nos olvides nunca.

Y debajo firmaba Pilar.

—Esto puede ser definitivo si me permite que me la lleve.

—Y cómo sé que me la volverán.

—¡Antonio!, dijo la señora lanzándole una mirada inquisidora.

—Está bien pero cuídela como si fuera de oro o más valiosa.

—Le prometo que la cuidaré con mi vida.

—Así lo espero.

—Y ahora ¿podemos seguir donde nos quedaremos el otro día?

—¿Dónde nos quedamos?

—En que usted quería visitar el pueblo de Vicente el del motocarro.

Javier sacó la grabadora y la puso sobre la mesa – siga usted por favor.

—¡Ah! si un día llegando al mes de marzo, el capataz de los recolectores de naranja, nos dijo que se había terminado la campaña y aunque en realidad continuaban cogiendo naranja, era muy poca la que quedaba y la recogían los que ellos llamaban “de casa”. Entonces decidí que era el momento de visitar el pueblo vecino.

Al día siguiente cogí mi bicicleta y me fui en plan de visita a Puzol, que así se llamaba el pueblo, estuve dando vueltas media mañana, hasta que casi lo conocía todo y sabía dónde estaban los almacenes o parte de ellos.

Pedí trabajo en dos almacenes y los dos me dijeron lo mismo, que no necesitaban más gente, decidí ir al primero que había visto frente a un puente, que era la entrada natural del pueblo cruzando un gran barranco, se encontraba al lado mismo de la carretera. Aparqué la bici y me puse en la puerta, no veía hombres merodeando; dentro del almacén las mujeres trabajaban sentadas en el suelo con una almohada bajo las posaderas repartiendo naranjas en varios capazos, otras se sentaban sobre un cajón de naranjas, una señora adulta de pequeña estatura, daba órdenes a los hombres, que se encargaban de retirar los capazos llenos de naranjas de las triadoras, sentadas en el suelo y llevarlos a las encajadoras, sentadas sobre cajones; nunca había visto trabajar en un almacén de naranjas, so había ido lo justo para salir a coger; estuve un buen rato mirando con que destreza movían las mujeres sus ágiles manos; al momento escuché a mi lado como alguien me decía.

—¿Busca algo? ( era la señora bajita que se movía por el almacén dando órdenes, debía ser la encargada)

—Si señora, buscaba trabajo para coger naranja o cualquier otra cosa.

—Pues mire los hombres vienen a las seis de la tarde, entonces puede hablar con los capataces y ahora por favor le agradecería que se apartara de la puerta, porque vienen carros a descargar y además las chicas se distraen mirándolo a usted “por curiosidad” y no se fijan en el trabajo.

—Perdone, no era mi intención molestar— conteste a la señora – me gustó como me trató la encargada; firme pero con amabilidad, me dije a mí mismo “esta señora sirve para el trabajo que desempeña”. Estuve paseando y visitando el pueblo hasta la hora en que deberían volver los hombres de recolectar naranja, entonces me puse cerca de la puerta, observando cómo los carros descargaban la naranja, uno tras otro y como llegaban los recolectores o “collidors” en bicicleta, mas tarde algunos llegaban a pie con el capazo cargado al hombro, la calle hervía de gente yendo y viniendo de aquí para allá, a las seis en punto la señora tocó palmas y todas las chicas del almacén salieron para irse a sus respectivas casas, entre una enorme algarabía, como si todas fueran contentas y tuvieran algo que contar a la vecina o amiga, también los hombres empezaron a irse y entre unos y otros vi un ciclista que paraba en la puerta del almacén y entraba rápidamente por otra puerta más pequeña al lado de la grande, al momento salió llamó dos personas y les dijo.

—Quedan dos carros esperad y ayudáis a descargarlos.

Al momento se dirigió a un señor que llegaba cruzando la carretera, muy bien vestido con chaqueta, después de hablar con él, el señor pasó al interior del almacén y él ciclista se dirigió a otros hombres que estaban cerca de mí, se quedó mirándome y yo mirándolo nos abalanzamos el uno contra el otro y nos abrazamos fuertemente “era Manuel” mi compañero en la guerra y en los campos de concentración; creo que a los dos nos faltó poco para llorar, cuando nos soltamos, cogiéndome de los hombros y mirándome dijo — No te vayas espera un poco. — A continuación se dirigió a los hombres que le estaban esperando y les dijo a partir del lunes empezáis a podar los naranjos, empezad por el campo de la “Mallaeta” y después ya iremos hablando. Entonces me llamó.

—¡Ven Antonio!

Entramos en una casa por la puerta junto al almacén, la misma por donde él había entrado anteriormente. Al entrar me di cuenta que se comunicaba con el almacén por una peq ueña puerta que estaba abierta, una señora vino hacia nosotros y se dirigió a ella.

—Estrella este es Antonio mi compañero en la guerra, del que te he hablado en diferentes ocasiones, éramos inseparables.

—Mucho gusto señor Antonio, mi marido, me ha hablado de usted. Lo debe apreciar mucho.

Y yo a él. En ese momento vi venir a la señora bajita “la encargada” con la que había hablado.

—Mira Antonio esta es mi suegra Rosa, aquí vivimos todos juntos.

—Rosa dijo — ¿Usted es el que pedía trabajo? pues ha venido a buen lugar, mi yerno le puede ayudar.

—Qué casualidad ibas pidiendo trabajo y me has encontrado, bien ahora te quedarás conmigo, espera a que descarguen los carros que faltan y hablaremos.

—Manuel salió en busca de los carros cargados de naranja, mientras su mujer con un embarazo prominente me atendía. Por fin vino Manuel.

—Bien Antonio ¿por dónde empezamos? ¿Qué necesitas? ¿Estás bien?

—“Para” Manuel, si estoy bien y lo único que necesito es trabajo, vivo en Sagunto el almacén para el que iba a coger naranja, ha terminado la campaña y me he quedado sin trabajo.

—Bien pues mañana a las siete y media aquí, precisamente el amo me ha mandado que empiece a podar los árboles y he quitado hombres de la recogida, así que me vienes al pelo ¿y en Sagunto donde vives?

—En la posada de la carretera, ya llevo allí más de un año.

—Pues te vas a venir a vivir aquí; muy cerca tenemos dos posadas, mira mañana es sábado y podemos trabajar pero el domingo, entre el cura y los Guardias Civiles, nos lo tienen prohibido y al que cogen trabajando lo denuncian o lo encierran, no hay nadie que trabaje, así que aprovecharemos el Domingo para buscar la pensión que más nos interese y te quedarás aquí. Conmigo no te faltará trabajo.

—Bien Manuel pero ahora tengo que irme antes de que se haga de noche.

—Me despedí hasta el día siguiente y me fui, mientras Manuel decía.

Bien entre mañana y el domingo ya tendremos tiempo de hablar, tienes que comer el domingo en mi casa.

—Cogí la bicicleta y me fui hacia Sagunto, con una alegría enorme en mi pecho, no sólo había encontrado trabajo si no que por casualidad había encontrado a Manuel, lo cual me producía una gran satisfacción y me recordaba tiempos pasados. Cuando llegué a la pensión le dije al amo, que había encontrado trabajo en Puzol y que el domingo me iría a vivir allí, por la cara que puso deduje que no le había hecho mucha gracia; al día siguiente me levante temprano y me fui al almacén, me pasé el día con Manuel recogiendo naranja, me presentó a todos los “collidors” como un gran amigo y se le notaba un toque de satisfacción por tenerme a su lado, cuando acabó la jornada volvimos al almacén y quedamos a las nueve del día siguiente para almorzar, después ya buscaríamos la posada, ya se hacía de noche cuando regresé a la posada. Me encontré con que la posada se había quemado, estaba la Guardia Civil y los bomberos, el desastre era monumental, me acerqué donde estaba el amo de la posada llorando, y le pregunté qué es lo que había ocurrido y me contestó irritado.

—¡Tú sabes de sobra lo que ha pasado! Yo me quedé extrañado y le dije que no sabía nada y que había pasado el día cogiendo naranja.

—Mis palabras le irritaron más y empezó a gritarme.

—La Guardia Civil le escuchó hablar fuerte y le preguntó, que era lo que pasaba; el amo dijo.

Pregúntenle a este por el incendio y la Guardia Civil sin necesitar más explicaciones me esposó y me llevó al cuartel, allí me encerraron y me interrogaron. Yo les dije que estuve todo el día cogiendo naranja en Puzol, lo cual no les convenció por lo que seguí encerrado, pasé la noche con una sola manta temblando de frío y durmiendo en el suelo sin comer nada, al día siguiente esperaba algo de desayuno, pero tampoco hubo nadie que me diera nada, parecía como si se hubieron olvidado del mí.

El domingo como la mañana avanzaba y yo no acudía a casa de Manuel, este decidió venir a por mí a Sagunto. Manuel tenía un hermano menor con el qué se llevaba doce años de diferencia; el hermano quiso ir con él en mi busca lo montó en la parte trasera de la bicicleta y partieron hacia Sagunto; hicieron el viaje mirando todo el camino por si nos cruzábamos, al llegar se encontraron con la posada quemada y decidieron preguntar en el cuartel de la Guardia Civil. Hacia el cuartel se dirigieron y una vez allí, Manuel dejó a su hermano vigilando la bicicleta, mientras él entraba a preguntar. Preguntó al guardia que estaba de puerta, por lo que había pasado en la posada y si había habido víctimas o si sabían algo de Antonio Acosta que se alojaba allí; al escuchar el nombre el guardia le preguntó.

—¿Es que usted le conoce?

Si somos amigos. El guardia llamó el teniente y le dijo.

—Este hombre dice ser amigo de Antonio el preso.

—¡Amigo! cógele la documentación y enciérralo con él, mientras tanto pediremos informes, seguro que son rojos renegados.

Los guardias pidieron informes de Manuel y los informes no debieron de ser muy positivos para nosotros, mientras el hermano se dio cuenta de lo ocurrido desde la calle y salió corriendo con la bici en dirección al pueblo en busca de ayuda, al llegar al almacén donde vivía Manuel informó a su señora y a su suegra, la señora Estrella embarazada como estaba salió corriendo en busca del señor Ángel, el propietario del almacén y persona muy bien considerada en el pueblo e influyente, el cual le dijo que no pasaba nada, que iría a por él; el señor Ángel se dirigió rápidamente al almacén donde tenía las cuadras de los caballos y aparejó su coche de caballos, diciéndole a Estrella no te muevas de aquí y se fue a hablar con el alcalde, una vez

dialogado con él y conseguido su apoyo volvió al almacén . Mientras la señora Rosa la suegra había ido en busca del cura, al cual le unía una buena amistad puesto que le había regalado la mantelería del altar hecha de ganchillo. El cura se ofreció para interceder por Manuel y se fue al almacén donde esperó que llegara el señor Ángel, una vez allí se montaron los dos en el coche y se dirigieron a Sagunto. Seguidos por el hermano de Manuel en bicicleta, el cual según nos dijo después; se cogía al coche de caballos para no pedalear.

Mientras tanto nosotros estábamos ajenos a todo lo que ocurría en el exterior.

El teniente mandó que me llevaran a su despacho, cuando entré se levantó y se dirigió a mí diciendo.

—Así que es usted un incendiario.

—No yo estaba cogiendo naranja en el pueblo vecino; le respondí por enésima vez.

Usted hable cuando se le pregunte. ¿Dígame porque incendió la posada?

—Ya le he dicho que no estaba aquí, estaba en Puzol cogiendo naranja.

—Si el señor Germán dice que has sido tú, es que has sido tú, mas te vale confesar.

—¡No! Por favor, pregúntenle a Manuel estaba conmigo.

—¿Al otro incendiario?

—Habían más de doce personas con nosotros. Dije indignado.

El teniente se giró bruscamente propinándome un tremendo puñetazo en la boca, que me echó al suelo, lo que aprovechó el otro guardia para propinarme un puntapié que afortunadamente paré con el codo, me levanté y comprobé que mi boca sangraba y mi labio estaba partido.

—¡Te he dicho que hablas cuando se te pregunte! encerradlo otra vez y ve pensando en confesar o te veras en un aprieto muy gordo, a mi no me conoces.

—Cuando llegué a la celda con la boca sangrando, Manuel acudió rápidamente a socorrerme, ¿qué te han hecho? Serán hijos de p... sacó un pañuelo que llevaba en el bolsillo y me limpió el labio mientras decía.

—Te han dado con rabia.

—Si son como perros rabiosos, necesitan un culpable.

Al poco rato llegó el coche de caballos con el cura y el señor Ángel, no sé qué pasó ni de que hablaron pero nos soltaron inmediatamente; me subieron en el coche de caballos y me llevaron donde dejé la bicicleta, esta no estaba afortunadamente siempre llevaba una cartera poco más grande que guardaba en la faja, donde guardaba las cartas y papeles que no se separaban de mí y eso es lo que me quedó, no pude recuperar nada del incendio y encima me quedé sin las cosas que llevaba en la bicicleta. Con el labio partido nos fuimos a Puzol. La señora de Manuel y su suegra nos esperaban impacientes a la puerta.

Después de darle las gracias al señor Ángel y al señor Enric (el cura), entramos en la casa de Manuel, su mujer y su suegra me atendieron rápidamente curándome el labio, mientras Manuel llevaba al señor Ángel a su casa y al regresar desaparejaba los caballos del coche, llevando los animales al establo, al momento llegó la madre de Manuel a quién había avisado el hermano y que vivían de arrendatarios en su antigua casa embargada y vendida por el ayuntamiento en posguerra.

Un buen rato estuvimos contando lo que nos había pasado, hasta que su señora empezó a poner la mesa y nos sacó una sopa que a mí me supo a gloria, al terminar de comer su madre y su hermano se fueron a su casa, mientras Manuel y yo charlábamos de lo que nos había pasado con los guardias..

El domingo no había salido cómo habíamos pensado, mientras reponíamos la comida le dije a Manuel.

—Bien empezamos nuestro encuentro y Manuel me respondió.

—Peor lo pasamos en la guerra. No sé tú como lo habrás pasado, pero aquí hasta hoy se ha pasado muy mal, se ha llegado al extremo de no poder hablar valenciano, cuando aquí el noventa por ciento de las personas no saben hablar de otra forma.

—¿Y qué os hacen?

—A las mujeres que cogían hablando valenciano, les cortaban el pelo al raso, la primera vez, a la segunda les hacían lavar el piso del cuartel arrodilladas. Si eran hombres ya te lo puedes imaginar, lo más seguro era una noche en el cuartel o alguna paliza.

—Y como te fue cuando volviste de la guerra con las penas de muerte.

—Con las penas de muerte bien, habían cambiado el ayuntamiento y esto me dio un respiro y el verme por el pueblo parece que los calmó, pero hubo alguien que no estaba contento con que no me ocurriera nada y fue a denunciar al cuartel, que yo tenía armas escondidas para los rojos, me avisaron a tiempo de lo que se proponía y le esperé esa misma noche en una esquina camino de su casa, cuando iba a pasar le salí al encuentro y empujándolo contra la pared le dije, se lo que te propones y he dado orden de que te maten si a mí me ocurre algo, igual que ahora te hubiera podido matar yo, así se encargarán de ti, todavía tengo amigos “recuerdalo”. Al día siguiente me llamaron del cuartel y fui, le vi y lo escuché en un cuarto contiguo, diciendo que yo no era el que buscaban que se había equivocado de persona, me dejaron libre y no me han vuelto a molestar.

—¿Y tenias gente dispuesta para vengarte?

—¡Qué va! pero le asusté.

—¿Tu madre vive muy lejos?

—A la entrada del pueblo, hemos pasado por su casa que en realidad no es su casa, se la han robado los mismos que querían matarme.

—Cómo lo han conseguido.

—Al fusilar a mi padre, cuando terminó la guerra mi madre tenía a mi hermana trabajando para los dueños de la bodega, con un pequeño sueldo que apenas... daba para mal comer, a mi hermano menor ya lo conoces, en ocasiones ayudaba como pastor y a mí en el campo de concentración, le quitaron la casa con la condena de mi padre y dos años más tarde se la devolvieron con la obligación de pagar la contribución yo llegué en ese momento, pedí ayuda pero no la conseguí, la casa, la embargaron en pocos días y salió a pública subasta, con lo cual perdimos la casa, el hombre que la compró entendió nuestra necesidad y le ofreció la parte superior a mi madre, por un módico alquiler. Allí vive actualmente.

—Bien Manuel tendremos que buscar una posada para mí.

—Si tienes razón espera aquí, primero iré yo y después ya iremos los dos, porque si te ven con el labio partido igual no te dan albergue. La señora Rosa le dijo a su yerno, en casa de Pepe el hornero creo que se está mejor.

Manuel salió por la puerta y no tardó mucho en volver, diciéndole a su suegra.

—Tenía razón en “Casa Pepe” está mejor y más barato.

—¿Y está muy lejos? — Le pregunté.

—Que va, aquí al lado.

—Por fin parecía que se iban arreglando las cosas, Manuel llamó a su señora. Estrella prepárale algo de ropa, sabanas y mantas para la cama o lo que tú creas, (las sabanas echas de sacos de azúcar eran comunes) las habitaciones de Manuel estaban en la parte superior de la casa, al poco rato bajó la señora con dos bultos rápidamente la ayudamos a descargar, cogimos los bultos Manuel y yo y cuando nos dirigíamos a la puerta su señora dijo.

—Antonio esta noche cenas aquí.

Nos fuimos a la pensión y estaba a cinco casas de distancia, me presentó al dueño e inmediatamente se interesó por el golpe que llevaba en la cara.

—¿Qué le ha pasado?

—Cayó de la bicicleta, se afanó a contestar Manuel.

—¿Y ha traído la bici?

—No se la robaron mientras lo curaban.

—No te puedes fiar de nadie, comento el señor Pepe, mientras nos conducía a la habitación. Mire este es su cuarto, sólo podrá entrar usted, esta es la llave no la pierda porque no tengo otra, para ir a los retretes tiene que cruzar el corral; al lado verá las cocinas tienen cubierta; la leña o se la trae usted o tiene que pagarla.

Nos quedamos el cuarto que eran cuatro paredes y una ventana que daba al este donde se encontraba la carretera general (la antigua "Vía Augusta") y al barranco “Pascual” que había junto a ella donde desembocaban todos los barrancos que venían del oeste, o sea de las montañas, sacando la cabeza a la izquierda se veía la casa donde vivía Manuel, en la parte contraria estaba la puerta de entrada, en un lado un colchón sobre un catre ( nunca supe de que era el colchón) después de dejar las cosas en el cuarto visité la cocina, era un banco de ladrillo de medio metro de altura donde podías encender fuego y con ayuda de unas baldosas colocar un utensilio de cocina, llámense cazuelas o sartenes, después visité el retrete era más o menos como los que yo hice a la posada de Sagunto, con el pozo cerca y un lavador o pilas para la ropa, no estaba mal. Una vez instalado, Manuel y yo volvimos a su casa a cenar.

A partir de aquí mi vida cambió por completo, nunca nos faltaba el trabajo, Manuel era la típica persona que sabe hacerlo todo, conocía perfectamente todos los trabajos del campo, y como afrontar todas las cosechas, yo me pegaba a él como una lapa y al año ya me conocía todo el pueblo, lo mejor era que me respetaban pese a ser forastero, cosa que no ocurría con otros, yo por mi parte procuraba no defraudar a Manuel, aunque a veces cogía trabajos no aptos para personas, pero lo bueno que tenia es que él era el primero en trabajar, muchas veces trabajábamos de sol a sol y cuando no había trabajo buscaba tierra alquilada, se plantaba tomates, cebollas, o melones, cualquier cosa era buena para sacar algo de dinero y no estar parado, otras veces compraba uva, peras o cualquier otra cosa y la confeccionaba para llevarla al mercado de abastos, a su lado no se podía estar quieto, cosa que me beneficiaba, porque siempre tenía trabajo y cobraba durante todo el año. Aunque en algunas ocasiones las ganancias no se correspondían con el trabajo realizado, pero él decía que así era el campo. Unas veces se gana y otras...

Con el tiempo ahorré dinero y comprábamos o plantábamos a medias. En una ocasión plantamos Judías verdes en un campo y en otra zona llamada “Los arenales”, alquilamos seis anegadas, según él, era buena tierra para sandías, las plantamos y cuando estaban para recoger se ofreció a comprárselas el dueño del almacén, como el precio era correcto y teníamos demasiado trabajo se las vendimos, cuando empezó la recolección de las sandías, me tuve que hacer cargo de coger las Judías cada dos días, mientras Manuel se pasaba los días cortando sandías para el amo, el señor Ángel; el cual compraba por los alrededores y en ocasiones en pueblos vecinos hasta a veinte kilómetros aproximadamente. El día que fue a coger nuestras sandías, después de observar el terreno, le dijo al amo que no se podían coger hasta dos o tres días después, (Hacía dos días que había llovido con intensidad) por lo tanto deberían cambiar de campo, otra persona que era un gran recolector se echó a reír y dijo.

—Pero si están casi todas maduras.

Manuel contestó que estaban blancas y el otro señor rió a carcajadas. Manuel cogió una sandía y dirigiéndose al otro recolector, le preguntó — ¿está madura? — el otro le contestó.

—Si está madura.

Manuel la lanzó al suelo rompiéndola y la sandía estaba blanca con un color rosáceo, recogimos los trastos y sin más palabras cambiamos de campo. Al poco tiempo le pregunté.

—¿Cómo sabias que las sandías estaban blancas?

Muy sencillo el suelo es de arena por lo tanto el agua se filtra rápidamente, no hacía más de un día o dos que había llovido mucho por la zona del campo y dos días antes habíamos regado, por la tanto a la sandía se le va el color, aunque el suelo parezca seco. Eso lo sabe todo el mundo y yo conozco la zona.

—Si lo sabía todo el mundo menos él señor... ( nos reímos de mi contestación)

Mi amigo un día me llamó y me dijo,

—¿Cómo te entiendes con los caballos? ¿has llevado alguna vez un carro o has trabajado algún campo? — La pregunta me dejó un poco descolocado.

—Si he llevado un carro, he transportado vino y he hecho otros trabajos con animales, lo que no he hecho es labrar, pero no creo que sea muy difícil. ¿Por qué me lo preguntas?

—Creo que tengo un buen trabajo para ti, conoces el señor Amadeo al qué hemos hecho muchos trabajos y al que hemos alquilado tierras. — Si el mismo que nos dejó la tierra para las judías sin cobrar.

—Pues pasa que el señor Amadeo hace tiempo que está enfermo, le cogen fiebres y no saben que tiene, cuando parece que está bien le vuelven a coger, eso quiere decir que no puede trabajar ni siquiera visitar los campos, hasta ahora “como tú sabes” yo he hecho todo lo que he podido para ayudarle, pero no puedo dedicarme sólo a él y dejar el almacén. El almacén me absorbe más de medio año y además vivo allí. Entonces he pensado que tú podrías hacerte cargo de todas sus tierras y en invierno con el carro trasportar naranja para el almacén, de esta manera no te faltaría el trabajo en todo el año.

—Y que crees que opinará el señor Amadeo de mí, ten en cuenta que no soy del pueblo y eso se mira mucho.

—La necesidad mueve montañas y él te necesita, esta tarde ponte limpio e iremos a visitarlo y hablar con él ¿si estás de acuerdo?

—Si, si estoy de acuerdo, claro está si me acepta con la tierra que tiene, tengo la vida resuelta.

Por la tarde me arreglé y me fui en busca de Manuel, el cual ya estaba esperándome; el señor Amadeo vivía casi en el otro lado del pueblo, en una casa muy grande y con una gran cuadra, tenia de todo menos salud y era una persona maravillosa, que le gustaba ayudar a la gente. Vivía con su hija puesto que su señora había fallecido.

Cuando llamamos a la puerta nos abrió su hija, una bella joven que vivía dedicada a su padre desde que falleció su madre.

—Hola Manuel quieres hablar con mi padre.

—Si, le dije que vendría –contestó Manuel — !Este es mi amigo Antonio! tu padre ya lo conoce.

—Me quité la gorra y la saludé. ¡Buenas tardes!

—Buenas tardes, Pasad, pasad.

—Manuel tomó la palabra. — Buenas tardes Amadeo, como le dije, voy a solucionarle el problema que tiene usted, a Antonio ya le conoce ha trabajado para usted muchas veces junto a mí y creo que es la persona que necesita, trabajador y honrado.

—De eso no me cabe duda, viniendo recomendado por ti pero.

—El señor Amadeo se dirigió a mi diciendo.

—Antonio no le sabrá mal, si le digo que me gustaría que por un tiempo, Manuel dirigiera su trabajo.

—No de ninguna forma, precisamente veníamos hablando de eso si a usted le parece bien, tiene que decirme donde están sus tierras, porque no las conozco todas y el trabajo a realizar.

La conversación giró en torno al trabajo y como deberíamos de distribuirlo, quedamos en que durante la semana siguiente, Manuel me enseñaría el resto de los campos y me mandaría el trabajo a realizar, el señor Amadeo me dijo.

Podría empezar el lunes, mi hija se levanta todos los días a las siete y a las siete y media ya puedes venir a por el caballo si lo necesitas o a por herramientas y cuando vuelvas por la tarde, hablaremos sobre el trabajo que hayas hecho y el que piensas hacer, me gusta estar informado de cómo van las tierras.

—Me parece bien – contesté. Nos despedimos y nos fuimos, por el camino le comenté a Manuel.

—Espero que todo salga bien y él me contestó.

—¿Y porque tiene que salir mal?

A los pocos meses ya me ocupaba de las tierras sin ayuda de nadie y el señor Amadeo me esperaba todas las tardes para hablar conmigo, disfrutaba con la conversación y le gustaba que le informase sobre el trabajo realizado. En más de una ocasión en vez de hablar del trabajo hablábamos de toros o de fútbol que eran sus grandes pasiones, cualquier cosa era buena para entablar una conversación, excepto cuando tenía las crisis propias de su enfermedad.

Yo había visto una motocicleta en el establo, era la que él usaba para visitar los campos y le pregunté al señor Amadeo si podía usarla, puesto que en su estado llevaba más de dos años sin utilizarla, su contestación fue que me la quedara, porque él no podía usarla, la llevé al taller y me la pusieron en marcha; tuve vehículo para ir y venir y en ocasiones cuando no necesitaba el caballo, cargaba la herramienta en la motocicleta y me iba a trabajar.

Con un sueldo casi fijo decidí escribir a mis padres y al cabo de unos días recibí carta de Pilar, diciéndome que mi Padre había Fallecido y que mi madre vivía con ella, aunque se pasaba todo el día en su casa, con sus cosas, sólo volvía a casa de Pilar a comer y dormir.

Eso me hizo recapacitar y un día le dije al señor Amadeo, si conocía algún notario y después de explicarle, que quería dejar todos los bienes de mis padres, a una persona del pueblo que tenia a mi madre en su casa, el entendió y me dijo.

—Lo que usted quiere hacer le honra, le ayudaré.

Fuimos al Notario y entregué, todos los bienes de mis padres a Pilar. Por amistad con el señor Amadeo, el Notario se encargó de hacer llegar la cesión de mis bienes, o más bien los de mis padres a otro Notario que lo comunicaría a Pilar.

Pasaba el tiempo y un día le dije al señor Amadeo, si podría encontrar una vivienda un poco más decente para poder traer a mi madre, porque la posada no me parecía buena para ella y me contestó.

—¡Che! yo tengo dos casas cerradas en esta misma calle, tengo una más pequeña que si quieres arreglarla y pintarla te la presto, así estarás más cerca de mi casa.

—¿Y cuánto me cobrara de alquiler?

—El señor Amadeo, tenía la costumbre de quitarse la boina y rascarse la cabeza cuando pensaba la respuesta, cuando terminó de rascarse y se puso la boina me dijo.

—Cómo te vas a gastar dinero en arreglarla el primer año no te cobraré nada, y el segundo ¡ya veremos!

Al día siguiente Teresa (mi mujer) que era la hija del señor Amadeo, me llevó a ver la casa. La casa tenía dos habitaciones, una chimenea en un lado formando un salón, puerta de salida al corral, como la mayoría de las casas de pueblo, un establo y sobre el establo un pajar, era una casa como se suele decir a una mano, la del señor Amadeo era a dos manos, la casa en cuestión me la imaginé arreglada y me pareció un palacio. La voz de Teresa me trajo nuevamente a la realidad.

—Antonio si quieres te ayudaré a limpiarla.

—Te lo agradecería pero antes quiero que la vea Manuel, para ver cómo podemos reparar las paredes de la humedad y habrá que pintar, en cuanto a los muebles, yo creo que limpiándolos será suficiente, veremos las camas que te parecen.

Revisamos con atención las camas quitando las colchas que estaban llenas de polvo y lo encontramos todo bien, aunque falto de limpieza.

Manuel aceptó ayudarme y entre los dos picamos las paredes y las lucimos, lo limpiamos todo y pintamos toda la casa incluso el establo y el pajar, las cosas que no necesitaba las subíamos a la parte superior de la casa, la cual convertí en trastero, mientras que Teresa se encargaba de lavar sábanas, colchas y fundas de colchones.

Nosotros trabajábamos a ratos perdidos en la casa, la cual tardamos más de tres meses a tener apunto; Manuel se fijó como miraba yo a Teresa y un día me dijo.

—¿Tienes miedo? ¿por qué no se lo dices?

—¿Qué tengo que decir?

—Que te gusta Teresa. Háblale.

—No hombre, ni se me ha ocurrido.

—¿No se te ha ocurrido? Pero, si se te van los ojos detrás de ella, cada vez que pasa. Y tú ya no eres tan joven, ella está en edad de casarse solo le llevas seis años y su vida se reduce a su padre.

Manuel tenía razón ya hacía tiempo que me gustaba Teresa, pero la consideraba demasiado para mí, por lo que dije a mi amigo.

—No está hecha la miel para la boca del Asno.

—Sobre todo si no intentas dársela, nunca sabrás si le gusta — me contestó. Es una mujer mírala como tal.

—La conversación con Manuel me hizo recapacitar y mis pensamientos a partir de ese día, se dirigían cada vez más hacia Teresa, sin darme cuenta buscaba hablar más con ella y menos con su padre, que había tenido una recaída y no salía de la habitación, muchas veces lo levantaba y lo acostaba; una tarde me dijo.

—Antonio quédate un poco a hablar conmigo, tomé una silla, me senté junto a la cama y le dije

—¿De qué quiere que hablemos? – pensaba que me preguntaría por las tierras, mi sorpresa fue mayúscula cuando contestó.

—De Teresa y de ti ¿por qué no os casáis?

Pero señor yo no soy nadie y Teresa se merece algo mejor.

Y que crees que soy yo. Te lo voy a decir soy un hombre enfermo al que no le queda mucha vida y que quisiera lo mejor para su hija antes de morir; tú podrías hacerla feliz.

—Pero ella es rica y yo no tengo donde caerme muerto.

—Mira Antonio por eso, porque es rica, no necesita casarse con un rico, la cosa es que necesita un hombre que la quiera de verdad, la respete y se ocupe de ella. A estas alturas, tú te crees que no he visto cómo se te van los ojos cuando la miras.

Si es verdad que me gusta su hija, mentiría si dijera lo contrario, pero la encuentro demasiado para mí, ahora si usted me da su permiso, intentaré conocer su opinión por si hay alguna posibilitad.

—Permiso concedido y ahora dime cómo está la naranja.

—La satsuma está a punto de madurar y tenemos una buena cosecha y del resto creo... que será un buen año sólo falta que el precio acompañe — cuando hablábamos de los huertos o de naranjas siempre hablábamos cómo si las tierras fueran de los dos.

—Pues para los precios... ya sabes con quien tienes que hablar.

—Si Manuel ya ha pasado por el campo y en breve me dirá algo.

—Salí de la habitación porque él se encontraba cansado, pero con la satisfacción de tener una batalla ganada, me faltaba la lucha definitiva, a partir de ese día intentaba tener largas conversaciones con Teresa y parecía que ha Teresa le gustaba dialogar conmigo, hasta que un día me decidí y después de estar más de media hora hablando con ella, me armé de valor y le dije.

—Mira Teresa hace tiempo que quiero decirte algo, pero por favor no te rías y no hace falta que me contestes ahora prefiero el silencio.

—Y que tienes que decirme.

—Tragué saliva y le dije de repente, te quiero, te respeto y querría casarme contigo.

—Y para eso te pones nervioso ¡si estas temblando! pero hombre ya era hora que lo dijeras yo también quiero casarme contigo.

—¿De verdad Teresa?

—¿Donde encontraría un hombre mejor que tú? ¿Por qué has tardado tanto?

—No sé, tal vez por el qué dirán, yo soy forastero ¡oh! como se llama aquí “churro”, seremos el tema de murmuración del pueblo.

—¿Y crees que no lo sé? ¡que me importa lo que digan los cuervos! todo será envidia por haberme casado con el hombre más bueno del pueblo, y de aquí a unos años ni se acordarán, lo único importante es que nosotros seamos felices, el resto no da de comer.

—¿Pero tú me quieres? Recuerdo su respuesta como si fuera ahora mismo.

—Claro que te quiero “cabezota”

Besé por primera vez a Teresa y me supo a gloria a continuación me fui a mi casa con una sensación que casi había olvidado.

A partir de aquí decidimos casarnos cuanto antes; ya no éramos unos niños, para lo cual tuve que pedir la partida de nacimiento y la fe de bautismo; lo mejor era escribirle a mi madre pidiéndole los papeles, después iría a por ella para que estuviera en la boda y se quedara con nosotros.

Mientras tanto el padre de Teresa no mejoraba y cada vez estaba peor, tardé más de un mes en recibir los certificados y con ellos una carta de Pilar, en que me comunicaba que mi madre había fallecido y que habían ascendido a Cesar; por lo tanto, se trasladaban a otro cuartel, en otra población. Con la carta me mandaba los papeles y me deseaba suerte y felicidad.

A los pocos meses nos casamos, el padre de Teresa murió antes del año.

Mi hijo tardó dos años en venir al mundo y no tuvimos más hijos; el resto es de dominio público, nunca más supe de Pilar ni volví a escribir en realidad no sabía dónde ni a quién.

Javier tomó de nuevo la palabra.

—Bien señora Teresa y usted no tiene nada que añadir.

—No hijo no, todo ocurrió como él lo cuenta hasta el último detalle y continúa siendo tan cabezota como antes, pero también igual de cariñoso, debería verlo con mis nietos.

—¿Cuántos nietos tiene?

—Dos niño y niña, la menor es el juguete de todos y la alegría de la casa.

—Y no le habrán puesto Amada o Deseada.

—Pues no, por circunstancias de la vida nació el día del Pilar y ¿sabe cómo se llama?

—No será ¡Pilar!

—Exacto.

—Se da cuenta Antonio; su madre Pilar, su novia Pilar, su hija Pilar, me consta que tiene una nieta Pilar y esta nieta también Pilar.

—¿Quizás el nombre es feo?— contestó Antonio.

—Antonio no te enfades con el señor el nombre es bonito, sólo que son muchas Pilares. ¿Verdad Javier?

—Así es, bien de momento no les molesto mas, acuérdense de conectar la radio el jueves, creo que el programa promete.

—No faltaremos.

Javier recogió sus cosas y se fue, con su pequeño tesoro bajo el brazo (la foto de Pilar con la niña)

Mientras tanto su compañera Anna de Jesús, se había dirigido al pueblo con la intención de entrevistar a Juana la hermana de Jacinto, como no tenía la dirección preguntó en la plaza y rápidamente le indicaron la casa, era la tercera antes de llegar a la plaza, llamó a la puerta y le abrió una niña de unos doce años preguntando.

—¿Que desea?

—Busco a Juana.

—¿A mi madre? no está.

— No debe ser tu madre, será tu abuela, ¿tu abuela vive?

—La niña gritó como contestación ¡abuela te buscan! Una mujer de avanzada edad salió del interior y aunque aparentaba tener muchos años se le veía repleta de salud y agilidad.

—Dígame ¿a quien busca?

—Busco a Juana que tiene un hermano en Albacete llamado Jacinto.

—Tenía un hermano en Albacete, por desgracia falleció yo soy Juana.

—Mire señora me presentaré, soy Anna de Jesús la locutora del programa de radio “La unión hace la felicidad” ¿lo conoce?

—Si alguna vez lo he escuchado aunque no lo sigo asiduamente.

— Pues si usted quiere, puede ayudarnos a encontrar a una persona, y a verificar una verdad o una mentira.

—No sé en qué le puedo ayudar, pero pase, pase y siéntese.

Pasaron y se sentaron alrededor de la mesa. Anna sacó la grabadora y la puso sobre la mesa bajo la atenta mirada de la mujer y de su nieta, después prosiguió.

—Ante todo quiero preguntarle por curiosidad ¿por qué todo el mundo le dice, pueblo, en el pueblo y nadie lo llama por su nombre?

—El verdadero nombre del pueblo es Alhama de Arriba de los Peralejos, es más corto llamarlo pueblo.

—Bien entiendo, tienen ustedes razón, usted se preguntará a que he venido, está claro que no escuchó el programa de la semana pasada.

—No, no lo escuché.

—Seguramente usted, recordara toda la historia y los protagonistas. Se trata de un padre que busca a su hija y quiere conocerla. Su Padre era amigo de su hermano se llamaba. Antonio Acosta y era el hijo del alfarero ¿le conoce?

—¡Si le conozco! se fue del pueblo con mi hermano hace muchos años, más de cincuenta, “en posguerra”.

—Y también conocería usted a Pilar la madre de su hija, que se casó con un Guardia.

—Si también la conocía.

—Según Antonio, Pilar tuvo una hija de Antonio y no del Guardia. Aunque este falleciera creyéndola suya.

—Necesito saber ¿Que puede usted contarme? ¿Sabe si era o no era la hija de Antonio?

—Prometí no decir nada y yo cumplo mis promesas.

Pero mujer, a quien le puede perjudicar ahora que se sepa la verdad y más teniendo en cuenta, que tanto Pilar como el Guardia han desaparecido y quien la busca es Antonio, su amigo y amigo de su hermano, posiblemente el padre, sólo queremos saber si verdaderamente es su hija o no.

—Tal vez tenga usted razón ya es hora de que se sepa la verdad, aunque yo le prometí a Antonio que no lo diría nunca y que pregonaría lo contrario y hasta hoy he cumplido con mi promesa. Pero si ahora es él quien quiere esclarecer la verdad debo ayudarlo.

—Sucedió que se rumoreaba por el pueblo, que la niña era de Antonio. Y cuando la niña tendría nueve o diez años; “no recuerdo muy bien los años que tenia” sólo sé que tomó la comunión al año siguiente. Un día cuando estaba anocheciendo se presentó Antonio en mi casa, me traía noticias de mi hermano, me dijo que mi hermano estaba bien, que se había casado con el ama de la pensión donde se alojaban en Albacete, que también tenía bar y que no debía de preocuparme por él. Después de charlar un rato y antes de que se marchara, le pregunté seriamente si la hija de Pilar verdaderamente era su hija, a lo cual respondió que “si” pero que no quería que nadie en el pueblo lo supiera, por el bien de Pilar y sobre todo por la niña, también me dijo, que la había visto varias veces durante ese día, sin dejarse ver y que se iría del pueblo para no volver y no romper la felicidad de su hija y de Pilar, por otro lado no le guardaba rencor al guardia, pues parecía un buen hombre. Después de charlar un rato se fue y no lo he vuelto a ver, ni he sabido nada de Antonio.

—Eso es todo lo que hablaron.

Si eso es todo.

—Y está segura que es su hija.

—Del guardia seguro que no es, la niña tenía la cara de su madre pero rasgos del abuelo alfarero, era cabezona cómo Antonio, a Cesar no se le parecía en nada.

—¿Puede decirme algo de Cesar?

—Que puedo decirle, era una bellísima persona, ayudaba a todo el que podía, a mi marido le sacó, el permiso de armas, era muy querido en el pueblo, mientras estuvo aquí.

—Bien señora Juana, su confesión nos demuestra que Antonio tiene razón. No se le olvide conectar con nuestra emisora, si quiere saber como acaba la historia.

—Por supuesto que escucharé el programa y mándele un saludo de mi parte a Antonio.

—Ahora querría hacerle unas preguntas y espero unas contestaciones muy concretas, porque son las que saldrán en el programa.

Anna completó su entrevista y se fue a reunirse con sus compañeros con su tesoro de entrevista bien guardada en la cartera. Una vez todos reunidos decidieron como enfocar el programa, escucharon todas las grabaciones y discutieron sobre el tema, hasta que estuvieron todos de acuerdo.

El jueves ya tenían a Pilar en directo en el estudio, la cual accedía a ir una vez más, con tal que promocionaran el Hostal, que en realidad era lo que le interesaba. A la hora señalada se escuchó la voz de Juan que daba comienzo al programa.

—Muy buenos días queridos radioyentes el programa que les vamos a ofrecer no dejará indiferente a nadie, recuerdan que la semana pasada un padre buscaba desesperadamente a su hija. Hija a quien hace más de cuarenta años que no ve.

Mientras su supuesta hija Pilar niega que Antonio sea su padre. El equipo del programa cree tener pruebas concretas de que Antonio no miente. ¿Conseguiremos que Pilar acepte a Antonio como padre? o fracasaremos en el intento, el desenlace en unos momentos, en su emisora amiga y recuerden si van a Madrid, Hostal la Cibeles los atenderá como se merecen, limpieza y trato amable son su tarjeta de visita; prueben a alojarse una noche y repetirán la visita.

Y ahora prepárense porque llega a ustedes la mejor presentadora del planeta, la más simpática y la más inteligente, la fabulosa ¡Anna de Jesús!

Buenos días, adorados radioyentes, soy Anna de Jesús su locutora amiga y espero que todos aquellos que nos escucharon la semana pasada, puedan volver a hacerlo, para retomar el desenlace de esta apasionante historia, ante mí tengo en directo a Pilar, la cual mantiene su opinión sobre el caso, afirmando que ella sólo tiene un padre y se denomina Cesar; por otro lado yo tengo unas grabaciones que dicen todo lo contrario. ¿Cómo acabará esta historia? Ustedes pueden ser testigos de la resolución de este enigma si siguen con nosotros.

—Buenos días Pilar.

—Buenos días Anna.

—En primer lugar escucharás unas grabaciones de tu presunto padre en que dice que te vio por los años cincuenta esta es la grabación. Silencio por favor.

—¿Es usted Antonio Acosta?

—Si yo soy Antonio Acosta Martín.

—Y puede decirnos lo que ocurrió en el año cincuenta.

—Si ese año estuve en el pueblo y pude ver a mi hija, la vi yendo a la escuela con su madre, saltaba y hablaba con Pilar, recuerdo que su madre le había hecho dos coletas que saltaban con ella. La volví a ver al salir de la escuela a la hora de comer, volví a verla al entrar por la tarde y después de salir, jugar en las afueras muy cerca de su casa hasta que la llamó su madre.

—Le vieron a usted.

—No, no me dejé ver cubría mi cabeza con una gorra y me ocultaba, bajando el rostro y dando la espalda.

—¿Pilar qué opinas de las palabras de Antonio?

Que este hombre debe ser invisible. ¿Si nadie lo vio?

—Pero hay varias personas que si lo vieron ese día, además de sus padres. Conoce usted a una señora de la edad más o menos de su madre, llamada Juana que vive en la calle San Antonio Nº 12 la misma calle que lleva a la plaza.

—Si, si la conozco mi madre y ella tenían mucha amistad, en ocasiones charlaban durante horas.

—¿Y sabe usted de que hablaban?

—No, no tengo ni idea.

—Pues escuche usted lo que nos dice Juana.

—¿Es usted Juana García Acosta?

—Si yo soy.

—Y conocía usted a Antonio Acosta y a Pilar Burgués.

—Si los conocía muy bien.

—¿Tiene usted algún parentesco con Antonio?

—Somos primos segundos, mas amigos que primos. También Pilar tenía parentesco con él, cosas de pueblo ¿sabe usted?

—Bien, ahora cuéntenos que ocurrió en el año cincuenta cuando la visitó Antonio.

—Pues vino a visitarme para informarme de que mi hermano se encontraba bien y se había casado en Albacete, pero yo aproveché para preguntarle sobre un comentario que corría por el pueblo.

— Y puede decirnos cual era el comentario del pueblo.

—Por aquí se decía que la niña de Pilar era de Antonio y no de Cesar “su marido” puesto que un pastor del pueblo, los vio besarse en la cabaña de los pastores y se fue para otro lugar a guardar las ovejas para no molestar, después la niña nació prematura pero con buen peso y la gente de pueblo ya se sabe, un pueblo pequeño enseguida se corre la voz.

Entonces tuve la oportunidad de preguntarle a Antonio, si era verdad que la niña era su hija.

—Y cual fue su contestación.

—Me dijo que si y también que ese día había visto a la niña al entrar y salir de la escuela, después me hizo prometer que nunca lo diría y me convertí en la única persona del pueblo, que los defendía cuando alguien hablaba del tema.

—A partir de aquí ha visto alguna vez a Antonio.

—No nunca más supe de él.

—Y que le diría a Pilar la hija de su amiga.

—Pensó la respuesta y dijo.— Que escuche su corazón; su padre hizo lo mejor que podía hacer para todos, con su sacrificio, puesto que él tenía una vida en el pueblo que dejó. Una vida junto a sus seres queridos para irse por el mundo sin saber que iba a ser de él y en un tiempo muy difícil como era la posguerra. Dios sabe lo que habrá sufrido por esos mundos.

—Gracias Juana, aquí acabamos la entrevista con una mujer que puede arrojar mucha luz sobre el caso que nos ocupa.

—Bien Pilar has escuchado la declaración de Antonio y coincide perfectamente con la declaración de Juana ¿qué tienes que responder a eso?

—No sé cómo ustedes no se dan cuenta de la falsedad que encierra todo esto.

—¿Le parecen falsas las declaraciones de Juana?

—Cómo no me pueden parecer falsas si encima Juana es familia de Antonio, está claro que lo han hablado entre ellos, lo único que no entiendo, es porque se toman tanto interés en demostrar algo que no es cierto.

—Bueno Pilar tal vez no tenga sentido para usted, pero si podría tener sentido para un padre que hace cuarenta años que no ve a su hija ¿y si fuera verdad lo que nos han contado? nuestra obligación es intentar demostrar la verdad sea cual sea.

Dime Pilar ¿qué harías tú para demostrar algo como lo que quiere demostrar Antonio? Por un momento ponte en su lugar y piensa la respuesta. Pilar estuvo un momento callada después dijo

—Pues yo intentaría demostrarlo con todas las pruebas que tuviera a mano.

—¿Y no crees que esto mismo es lo que hace Antonio?

—Creo que hasta ahora no ha demostrado nada y si no puede aportar nada más. ¡Yo digo que todo son hablarías de un pueblo pequeño y cerrado de mollera!

—Dígame conoce usted la letra de su madre.

—Si, ella me enseñó a escribir por las noches junto con al fuego, después nos escribíamos cuando yo estaba en Madrid, su letra es casi igual a la mía.

—Quiere decir que la reconocería sin temor a equivocarse.

—Exacto así es.

—Pues prepárese, por qué creo que tenemos la prueba definitiva.

—Les hablo de la fotografía que le envió Pilar a Antonio. Mi compañero Javier está entrando en este momento en el plató para mostrar la foto a Pilar, en la cual están su madre y ella, ahora se la entrega; mírela fijamente Pilar es una fotografía muy vieja que ha recorrido con su padre media España, dígame ¿son usted y su madre?

—Si somos mi madre y yo. (La cara de Pilar parecía haber cambiado, al ver la foto)

—¿Y qué nos puede decir?

—Que la fotografía podía enviarla cualquiera. La madre de Antonio o Juana. Para mí no demuestra nada.

¿Puede darle la vuelta a la foto y mirar si está escrita?— Pilar giró la vieja fotografía lentamente.

—Si está escrita.

—¿Y de quién es la letra?

—Es de mi madre.

—¿Puede leer lo que pone?

—Con todo mi cariño para Antonio para que no nos olvide, y firma Pilar

—¿Qué conclusión puede sacar?

—No cabe ninguna duda que con esta dedicatoria demuestra mi madre que apreciaba a Antonio, pero no dice que yo sea su hija, simplemente que no nos olvide. Puede que la mandaran sus padres u otro familiar...

—Sigue usted con sus ideas respecto a su Padre.

—Si continúo diciendo que mi padre se llama Cesar y que este señor simplemente ha sido un buen amigo de mi madre. (Incluso diciendo estas palabras el tono de voz de Pilar había cambiado).

—Por supuesto Juana decía que era tan cabezota como su padre y parece que la conocía bien, tenemos el testimonio de Juana y de Antonio y como la guinda del pastel, tenemos la fotografía de Pilar con su madre y nada de esto parece convencerla ni siquiera el hecho de que su madre le dedicara la foto a Antonio ¡que mas podemos aportar para convencer a Pilar de que Antonio es su Padre!

¿Dime Pilar que mas necesitas?

—Estoy segura que nadie tiene un papel, escrito por mi madre en que se diga que en verdad Antonio es mi padre.

—¿Y si existiera?

—No creo que exista ese papel.— Siguió en sus trece Pilar.

—Y si es así y no existen más pruebas y a pesar de todo tiene razón Antonio ¿se quedará usted sin conocer su verdadero padre?

—No se preocupe, desde el principio sé que todo esto es un montaje. Y me pregunto qué piensa sacar de todo esto el viejo. ¿Tal vez hacerse famoso o que yo lo mantenga?

—Señores radioyentes, aquí tenemos que despedir nuestra conexión no sin antes emplazarlos para la semana que viene en que asistiremos al desenlace de esta interesante historia; ¡dentro publicidad!

—Bien Pilar ya estamos fuera de onda y ahora entre nosotros no cree que Antonio puede tener razón.

—Hay que reconocer que ha puesto mucho interés, pero no puede tener ninguna prueba de lo que dice, si usted hubiera tenido mi niñez junto a mi padre, tampoco dudaría de quién es su padre verdadero.

—Bien Pilar; voy a darle las grabaciones de Antonio en las que nos cuenta su vida, para que las escuche, por favor escúchelas no tienen desperdicio y al menos se hará una idea de quién y cómo es ese hombre, no pierde nada.

.

—¡Un momento! — dijo Juan mientras recogía.

—En que ha venido señora Pilar.

—He venido en taxi.

—Si le parece bien yo la llevo y de paso me alojo en su hostal el fin de semana y así escuchamos juntos las cintas.

La señora Pilar soltó una carcajada, añadiendo a continuación.

—Usted lo que quiere es ver a mi hija.

—Si eso también, lo confieso — contestó Juan sonriendo. ¿le parece mal?

—¡No por dios! No quiero dar esa impresión, me voy con usted.

Salieron en busca del coche, mientras Anna y Javier hablaban sobre la estrategia a tomar.

—Sabes Anna el viejo me habló de la carta que había con la fotografía tal vez allí esté la prueba definitiva.

—Javier eso será suponiendo que todavía la tenga en su poder y que quiera dártela.

—Yo creo que sí la tiene las conserva atadas con una cinta, por cierto dame la foto que si la pierdo me mata.

Sabes estoy pensando que me voy contigo, el fin de semana lo dedicaremos al caso y a partir del lunes ya leeremos las cartas que nos llegan y decidiremos cual será el nuevo caso, seguramente el lunes Juan ya estará en la emisora.

—Vamos, veremos al señor Antonio. Lo que no entiendo es por qué Juan quiere alojarse en el Hostal viviendo en Móstoles, le queda casi a la misma distancia de la emisora y aquí viene y vuelve todos los días de su casa.

—Hay Javier, que inocente eres, la primera vez se alojó por dos razones, una conocer el Hostal que estábamos promocionando y otro para entrevistar a la señora Pilar. Ahora han cambiado los términos con la excusa de la señora verá a la hija.

—Me estás diciendo que se ha enamorado de la hija de Pilar.

—Así es, durante toda la semana no me ha hablado de otra cosa, anda coge las maletas y te espero en mi casa dentro de media hora, comeremos por el camino.

Mientras tanto Juan llegaba a la pensión con la señora Pilar. Al entrar esta le dijo sonriente a su hija.

—Pilar prepárale una habitación a este.

La hija levantó la vista y sonrió al ver a Juan, este le preguntó.

—¿Que tenemos para comer “pizza”? — Pilar (hija) le respondió bromeando.

—Señor aquí no servimos comidas — su madre intervino.

—Hoy comerá con nosotras y así probará los macarrones que hace mi hija.

—Caballero aquí tiene la llave de su habitación, y en voz baja le dijo “la misma que la otra vez”.

—Cómo Juan no llevaba maletas sólo llevaba el equipo con las cintas y la casete, se quedó hablando con Pilar, mientras su madre pasaba al interior cuando se acercó la hora de comer llegó “Remedios” la hermana y Pilar se afanó a presentarlos entre sonrisas delatoras. Después pasaron al comedor donde conversaron de todo menos del tema más importante “de Antonio” ya en el café se le ocurrió a Juan decir.

—Señora Pilar ahora que están sus dos hijas y usted podríamos escuchar las cintas del señor Antonio.

—¿Cree usted que vale la pena?

—Yo las he escuchado y no tienen desperdicio, escúchelas como una novela; después saque usted sus propias conclusiones, le aseguro que son muy interesantes no se aburrirá y le traerán buenos recuerdos.

—Pilar y su hermana intervinieron.

—Venga madre así lo que no conozcamos nos lo explicas, no pueden hacernos daño las palabras de un pobre viejo.

—Y posiblemente loco – añadió Remedios.

—Bueno ponedlo pero si alguien llama en recepción, se para el aparato y le atendemos.

Juan puso en marcha la casete, durante toda la tarde estuvieron escuchando la historia de Antonio cómo quién escucha un serial radiofónico, nadie hablaba como no queriendo interrumpir el relato, cuando terminó, todos respiraron y se acomodaron en las sillas, como quienes acaban de ver una película y están intrigados. Juan rompió el silencio.

—Bien señoras hasta aquí la historia de este caballero según él mismo, ustedes son jueces y jurado para decidir libremente.

La hija menor (Remedios) comentó.— Si esta historia es real este hombre merecería un monumento no hay duda que ha sido un hombre justo, trabajador, luchador y sobre todo no ha sido egoísta.

A lo que contestó su madre — o un estafador con el guion aprendido.

Pilar que no había abierto la boca y que estuvo muy atenta, le dijo a su madre.

Madre por lo que parece, este señor vive muy bien, se casó con alguien que tenía un buen patrimonio, tiene un hijo que le cuida, unos nietos y no veo que tenga ninguna necesidad de complicarse la vida buscando una hija que no existe. Conoce demasiados detalles ¿porqué todo tiene que ser mentira?

—¿No irás a ponerte de su parte?

—No madre pero sí que me gustaría conocerlo y saber si vive acomodado o busca dinero con esto, así nos disiparía todas las dudas... de lo contrario viviremos con ellas.

—Juan intervino si lo quieres conocer, te puedo hacer pasar por periodista y venir conmigo a entrevistarlo.

—Eso sería maravilloso, ¿qué opinas madre?

—Que es perder el tiempo, te recuerdo que si he aceptado todo este embrollo, es con la única intención de promocionar el Hostal, pero por otro lado no quiero que me podáis echar nada en cara, por lo tanto haz lo que creas conveniente, pero recuerda que mañana por la tarde tienes servicio.

—Remedios intervino — madre yo haré su turno, vete si quieres.

—¿Donde hay un teléfono? — Preguntó Juan, para llamar a Javier y saber que habían decidido respecto de ese fin de semana.

—En recepción tienes uno – contestó Pilar.

Juan llamó a Javier, el cual le puso al corriente de las decisiones que habían tomado y le comunicaron que estaban camino de Valencia.

—¿Donde os vais a hospedar?

—En el pueblo hay un hotel, otras veces ya me he hospedado allí y está bien de todo, incluso de precio.

—Pues no salgáis del hotel hasta que yo llegue, iré acompañado cógeme dos habitaciones individuales te volveré a llamar, cuando llegue.

Juan colgó y se fue a informar a Pilar.

—Pilar, mis compañeros van camino de Valencia para pasar la noche en el hotel del pueblo, nosotros podemos salir ahora o esperarnos y salir mañana temprano, tú decides.

Remedios intervino guiñándole un ojo a la hermana.

—Vete ¡a que esperas! ya te he dicho que yo te cubro.

Pilar no lo pensó dos veces se dirigió a Juan diciendo.

—Cinco minutos para poner algo en la maleta — y se dirigió al interior del hostal, mientras Juan volvía a llamar por teléfono a Javier.

—Si dígame.

—Javier soy yo otra vez, confirmo las dos habitaciones, voy con Pilar después te explico.

—¿Como con la hija de Antonio?

—No con la nieta.

—Vale, entendido el mensaje, cuelgo.

Pilar ya salía cargada con la maleta, Juan se la cogió muy cortésmente mientras le decía, ahora pasaremos por mi casa y cogeré la mía.

Se montaron en el coche y partieron. Cuando llegaron a la vivienda de Juan no habían transcurrido más de veinte minutos, Pilar con extrañeza le preguntó.

—¿Si vives tan cerca del Hostal? ¿Cómo coges una habitación?

—La respuesta es muy sencilla, para estar cerca de ti.

—Si quieres estar cerca de mí, porque no me lo pides.

—Porque sin pedírtelo nos hemos escapado, y ahora cogeré mi maleta para completar la “tocata y fuga”.

No tardó ni cinco minutos en bajar del piso, lo cual extrañó a Pilar que le dijo.

—¿Cómo has tardado tan poco?

—Los periodistas tenemos siempre la maleta preparada.—Al mirar la cara de Pilar añadió.

—Pero esta vez la había preparado para dormir en el Hostal Cibeles, pensaba venir esta tarde a recogerla.

Pilar sonrió con una bella imagen de satisfacción. Emprendieron el viaje a Valencia, el resto del viaje las conversaciones fueron las propias de dos enamorados, que incluso juegan al despiste con picaresca, hasta que llegaron a Puzol, Juan ya había estado en el pueblo y sabía perfectamente donde estaba el hotel. Se dirigieron a él y pronto se reunieron con Anna y Javier; dejaron las maletas en las habitaciones, que ya tenían reservadas y volvieron a reunirse en recepción para ir a cenar.

Juan hizo las presentaciones. — Pilar es la hija mayor de Pilar “valga la redundancia” y estos son mis compañeros, Anna de Jesús la locutora del programa y Javier el guionista y el alma oculta del programa — todos se saludaron con el comentario de Anna diciendo.

—Es más guapa de lo que decías.

—¿Les has hablado de mí?

—Se le ponen los ojos en blanco cada vez que te nombra, dijo Javier.

Pilar se sentía complacida y alagada por las palabras de Anna y Javier.

Ya era hora de cenar y Juan les dijo deseando interrumpir.

—¿Que os parece si nos vamos a cenar? Y os calláis un poco.

—Si aquí cerca hay un restaurante a buen precio y puedo garantizar que se come muy bien, ¿si os parece? ...

A todos les pareció bien y se fueron en busca de la cena. Mientras tanto Juan puso al corriente a sus compañeros, informándoles de que Pilar se haría pasar por periodista puesto que quería conocer el viejo y su entorno sin ser descubierta. Después la conversación se fue por otros derroteros, hasta que Javier dijo.

—Bueno tendremos que irnos a dormir mañana nos vemos aquí para desayunar a las nueve y con el equipo listo para la entrevista. ¿De acuerdo?

De acuerdo, contestaron yéndose en dirección del hotel. En realidad estaban cansados pues habían hecho un largo trayecto al volante.

Al día siguiente se reunieron como habían acordado en el restaurante. Desayunaron sin prisas y se fueron a casa del señor Antonio.

Les abrió la puerta (como siempre) la señora Teresa, y adelantándose a sus compañeros, Javier le dijo.

—Buenos días Señora, estos son mis compañeros de la radio, todos querían conocer a su marido.

La señora Teresa evitando las presentaciones en la puerta les dijo.

Pasen, pasen hasta el patio posterior, mi marido está tomando el aire, como siempre adelantándose llamó a su marido. ¡Antonio tienes visita!

El señor Antonio intentó levantarse en el preciso momento en que llegaban los periodistas.

—¡Por favor no se levante! — dijo Javier. — Mire vienen conmigo mis compañeros del programa, todos quieren conocerlo, es usted muy popular.

A Juan ya lo conoce, Anna de Jesús nuestra locutora, ella es la voz que usted escucha por la radio.

El señor Antonio bromeando le dijo. Anna es usted más guapa en persona que por la radio, y mientras todos se reían de las palabras, preguntó.

¿Y esta preciosidad quién es? Dirigiéndose a Pilar.

Pilar se adelantó a todos diciendo.— Formo parte del equipo con Juan desde hace poco y por casualidad me llamo Pilar.

—Vaya que casualidad, murmuró el señor Antonio, espero que no sea tan cabezota como mi hija, aunque se llame igual.

Pero sentaos y decidme cosas, ya escuche el programa ayer y tengo que reconocer que mi hija es mas terca que yo. Javier tomó la palabra diciendo.

—En primer lugar aquello que se ha prometido es deuda, aquí tiene la fotografía intacta — alargó la mano para entregársela a Antonio pero fue más rápida Teresa cogiéndola. Estuvieron hablando un buen rato sobre el programa del día anterior, mientras Teresa miraba detenidamente la fotografía y a Pilar.

Al fin Anna decidió entrar de pleno en el próximo programa, por lo cual tomó la iniciativa para dirigirse al señor Antonio diciendo.

—Está claro que su hija necesita una prueba definitiva y esa prueba creo que la tiene usted, en la carta que Pilar le envió junto con la fotografía. Si no nos la da no podremos demostrar nada y tendremos que terminar “su caso” sin que usted conozca a su hija y a sus dos nietas. Porque le informo que su hija Pilar tiene dos hijas de veinticinco y veintidós años; guapísimas por cierto, a las que posiblemente se quedará sin conocer.

Mientras Antonio se lo pensaba y se le notaba en el semblante su malestar por desprenderse de la carta; su señora continuaba mirando fijamente a Pilar cómo si notara algo extraño en ella, algo que le era familiar.

Al fin Antonio accedió a entregarles la carta no sin antes decirles contrariado.

—Está bien pero si mi hija no me acepta, seré yo quien no quiera conocerla, pues ojos que no ven corazón que no sufre, ahora la saco. Antonio se levantó y se dirigió a su habitación, mientras en el rostro de todos se reflejaba una sonrisa de satisfacción.

Antonio salió de su habitación con unas cartas en la mano, las puso sobre la mesa y las desató, a continuación buscó la que le interesaba y después de mirarla concienzudamente alargó su mano para entregársela a Anna, Pilar fue más rápida y cogió la carta.

—Me da usted su permiso para leerla.

—Puedes leerla, le contestó Antonio al fin y al cabo la leerán en la emisora y se enterara todo el mundo.

Teresa observó como a Pilar se le humedecían los ojos al leer la carta y después se la pasaba a Anna y decidió desvelar sus dudas, dirigiéndose a Pilar le dijo.

—Pilar ¿podrías ayudarme un momento?

—Si, cómo no — le contesto Pilar levantándose.

—Por favor acompáñeme a la cocina — Pilar acompañó a la anciana hasta la cocina una vez allí, le dijo.

—Cógeme esa cazuela yo tengo que subir a una silla. Pilar le bajó la cazuela del estante superior y al dársela

Teresa se quedó fija mirándole a los ojos mientras le decía. —¿Como está tu madre y tu hermana?

—Bien — contestó Pilar cohibida y casi sin voz.

—Porque tú eres nieta de mi marido ¿no es así?

Pilar al sentirse descubierta se echó a llorar y no podía contestar, mientras Teresa la abrazaba, cuando pudo serenarse le contestó a Teresa.

—Si así es, esa carta lo demuestra, si hasta ahora tenía alguna duda y le daba la razón a mi madre, ahora no se explicar cómo me siento... ¿como lo ha sabido usted?

—He empezado a dudar cuando te he visto mover las manos, tienes los mismos movimientos que tu abuelo, por eso desde que has entrado notaba algo en ti que me era familiar, y después he visto cómo se te humedecían los ojos al leer la carta y has disipado mis dudas, bien si ya te has calmado volvamos con los demás.

En el patio se estaba tejiendo una telaraña entorno a cómo le iban a entregar la carta a Pilar y después como grabarían el encuentro entre padre e hija. Pilar intervino.

—¿Y por qué no preguntáis a los protagonistas? por ejemplo señor Antonio no le gustaría volver a su pueblo para reunirse con su hija y tal vez con sus nietas, según decía usted en la entrevista no volvería nunca al pueblo, para no molestar a su hija ¿y si cambiamos la historia? Y tiene un final feliz, no me diga que no le gustaría ver nuevamente su pueblo.

—Eso — dijo Teresa — y de paso lo conoceremos el resto de la familia, creo que tu hijo y tu nuera se alegrarían de verlo.

—Pero el pueblo está muy lejos dijo Antonio.

—Con el coche de tu hijo en un par de horas estamos allí ¿qué te parece?

— Es que, prometí que no volvería — dijo tembloroso.

—Pilar se acercó a su abuelo y cogiéndole las manos le dijo.

¿Y si se lo pido yo? ¿Sabe usted que es igual de terco que mi madre?

—¿Y qué tiene que ver tu madre conmigo?

—Sólo tiene que ver, que es su hija.

Antonio se levantó con una agilidad impropia de su edad y quedó mirando fijamente a Pilar, su cuerpo y sus manos temblaban, incluso sus ojos tardaron unos largos segundos en dejar salir unas tímidas lagrimas de emoción. Mientras Juan y Javier lo sujetaban, Pilar se abrazó a su abuelo, rodeándolo con sus brazos mientras rodaban nuevamente las lágrimas por sus mejillas; Anna y Teresa no pudieron aguantar la emoción del momento y se unieron a los lloros. Juan y Javier hacían esfuerzos para capear el temporal.

Por fin sentaron al anciano y Pilar se sentó a su lado cogiéndole la mano, el anciano la miraba cómo queriendo recuperar todo el tiempo perdido, buscando algo oculto en el rostro de su nieta que le recordara a su abuela, pero solo encontraba rasgos de su desconocido padre.

Teresa rompió el silencio.

— Bien, después de tantas emociones, se me olvidaba que hoy vienen a comer mi hijo y mi nuera con mis nietos y es hora de empezar la paella. ¿Qué les parece si la hago más grande y comemos todos?

Todos estuvieron de acuerdo en aceptar la invitación.

Anna siempre pensando en el programa, les dijo.

—Podríamos dar una vuelta para conocer el pueblo mientras hace la comida ¿si os parece bien? Tanto Javier cómo Juan asintieron, mientras Pilar decía.

—Yo me quedo y así aprenderé a hacer la paella, además tengo mucho que hablar con la señora Teresa.

Juan hizo la mención de hablar y Pilar le cortó.

—¡No! tú te vas con ellos.

Los tres salieron por la puerta mientras Teresa le decía a Pilar.

—Por un momento parecías tu abuelo tienes su mismo pronto y pones la misma mirada — las dos mujeres se echaron a reír.

—Dígame Teresa ¿le importa si le llamo abuela?

—No, me harías muy feliz.

—Por favor cuénteme cosas de su hijo, su nuera y nietos puestos que he encontrado una nueva familia, quiero saber de ella.

Pues mira mi hijo es perito agrónomo, se ocupa de las tierras y además trabaja para una empresa de productos químicos y te aviso es espontaneo, tiene el genio de su Padre.

—¿Entonces es como yo?

—Mas o menos aunque sólo tiene el pronto; mi nuera Mari Carmen, es Pedagoga y hace de él lo que quiere, es una maravilla de mujer y se ocupa más por nosotros que mi propio hijo; mis nietos el mayor cumplirá trece años y la pequeña tiene nueve, este año ha tomado la comunión; solo hace dos meses estaba guapísima con su traje blanco.

Las dos mujeres continuaron hablando cómo si se conocieron de toda la vida, bajo la atenta mirada de Antonio.

Cuando Pilar estuvo bastante informada de la familia le dijo.

¿Y cómo es mi abuelo?

—Teresa sonrió y le dijo — debajo de esa cara de persona impasible se oculta un corazón de oro, ya has visto cómo ha llorado, tiene su pronto pero al momento se le pasa — y con una sonrisa en los labios continuó diciendo — tenias que haberlo visto cuando me pidió que me casara con él, temblaba como un flan, incluso tuve que ser yo quien le diera el primer beso; no sé cómo pudo dejar embarazada a tu abuela, pero no lo cambiaría por nadie.

—Poco a poco la conversación fue derivando hacia los nietos de Teresa, a la cual se le hacía la boca agua contando sus travesuras, o como en ocasiones hacían rabiar al abuelo, aunque en realidad se lo consentía todo.

Se escuchó el timbre de la puerta, era el hijo de Antonio y toda la familia, los cuales se quedaron extrañados al ver a Pilar, rápidamente los niños salieron corriendo en dirección al patio y abrazaron a su abuelo; mientras Teresa presentaba a Pilar y se daban la mano, todos juntos pasaron al patio y después de besar a su padre este les dijo.

—Ya sabéis que estoy buscando a mi hija en un programa radiofónico, de lo cual no os había dicho nada hasta ahora. Antonio el hijo interrumpió a su Padre.

—Si lo sabíamos, nos lo grabamos y lo escuchamos por la noche, pero te aseguro papa que esa señora no quiere ni escuchar hablar de ti y tú no debes preocuparte ya nos tienes a nosotros para cuidarte ¿que mas necesitas?

—Tal vez encontrarme con mi historia y hoy lo he conseguido — y cogiendo a Pilar de la mano, continuó diciendo — esta es mi nieta Pilar y tu sobrina ¡hijo!

—Antonio se quedó perplejo mirando a Pilar y rápidamente reaccionó diciendo.

—¡Perdona! Si lo que he dicho te ha ofendido.

—No pasa nada, ni tienes que disculparte, mi madre “tu hermana” hubiera dicho lo mismo ¿y ahora me das un beso?

No le faltaron a Pilar los besos y los abrazos por parte de todos, a continuación se sentaron y se lo explicaron todo a Antonio (hijo) y a su señora, hasta que llamaron de nuevo a la puerta, eran los periodistas y nuevamente vinieron las presentaciones y explicaciones. Pronto estuvieron todos sentados alrededor de la mesa, deleitándose con una magnifica paella (típica en la comunidad) ya en la sobremesa se les soltó la lengua y entre risas y bromas decidieron como iba a ser el próximo programa, afortunadamente los niños tenían vacaciones e irían todos al pueblo la idea llenaba de felicidad a Pilar, ahora sólo faltaba convencer a su madre pero con la carta lo tenía casi seguro.

Teresa les ofreció que se quedaran, para al día siguiente ir a la playa mientras ella les hacía la comida.

—Yo si me quedaría comentó Pilar pero no tengo bañador, apenas he cogido lo más justo para el viaje, lo pensamos rápido y salimos corriendo de Madrid.

—No hay problema te puedo dejar uno de los míos — le ofreció Mari Carmen — más o menos usaremos la misma talla.

Anna y Javier rechazaron la invitación alegando que tenían que volver cuanto antes mejor, pero Juan les dijo.

—El lunes nos vemos yo me quedo, hemos venido Pilar y yo con mi coche, no puedo irme sin ella y como Pilar quiere quedarse yo también me quedo.

Siguieron con las bromas y la tarde se hizo corta, volvieron al hotel con el tiempo justo para ducharse e irse a cenar.

Después de la cena Anna y Javier se fueron al hotel mientras Pilar y Juan decidían pasearse por el pueblo aunque en realidad lo que querían (cómo todos los enamorados) era quedarse solos.

Al día siguiente habían quedado con Antonio y Mari Carmen, pasaron la mañana en la playa junto a los niños, les enseñaron la pequeña casa que tenían en la playa y que sólo utilizaban ellos puesto que sus padres iban poco por allí, se hizo la hora de comer y después de quitarse la arena con una refrescante ducha regresaron al pueblo para comerse una deliciosa fideguá.

Al terminar de comer decidieron regresar a Madrid; Pilar se llevaba una maravillosa opinión de su abuelo y del resto de la familia, en especial de Teresa; pero sobre todo llevaba la carta firmada por su abuela, que confirmaba que su madre era hija de Antonio.

El viaje de regreso se hizo sin ningún contratiempo y cuando llegó al hostal estaba su hermana en recepción. Más de dos horas estuvieron charlando sobre el viaje y decidieron que no le dirían nada a su madre hasta acabar de comer, Pilar también confesó a su hermana que se había prometido con Juan y que este vendría a comer, después Pilar se fue a descansar pues tenía que estar en recepción al día siguiente temprano en el turno de mañana. Y allí estaba cuando apareció su madre.

—Buenos días — dijo su madre a Pilar.

—Buenos días — contestó esta sin inmutarse.

—¿No tienes nada que contarme del viaje?

— Si madre que Juan y yo nos hemos prometido y vendrá a comer.

—Vaya una boca más que mantener ¿y nada más?

—Si mamá hay más, pues me hice pasar por periodista, pero de eso ya hablaremos después de comer, en cuanto a Juan tiene piso propio y coche propio, gana un buen sueldo y no necesita que lo mantengas.

La madre, diciendo con guasa — ¡vaya la señorita defiende a su novio! — se fue para al interior de la pensión a desayunar.

A la una en punto llegó Juan con una enorme sonrisa y un ramo de flores, Pilar le dijo.

—¿Es para mí ese ramo?

—¡No! para ti un beso, donde está tu madre.

Pilar llamó a su madre, que no tardó en aparecer secándose las manos con el delantal.

—¿Qué pasa? ¡hombre Juan con un ramo de flores! ¿Qué quieres que te invite a comer?

— No a comer ya me ha invitado su hija; el ramo es para que usted, me acepte como mi futura suegra, tome es para usted.

—No crea que me va a comprar con un ramo de flores.

—No pero sí, llevándome bien con su hija.

—Es usted imposible.

—De usted nada a partir de ahora Juan o yerno. Como quiera señora Pilar.

Pilar riéndose se fue a terminar la comida, mientras los jóvenes se quedaban charlando de sus cosas; su hija Pilar no tardó a poner al corriente a Juan de lo que había acordado con su hermana, sobre entregarle la carta a su madre y decirle que el próximo programa sería en el pueblo, lo harían al terminar de comer.

Y así lo hicieron la comida pasó entre bromas y risas, sobre todo con la verborrea de Juan, el cual estaba acostumbrado a mantener largas conversaciones en la radio y sabia ganarse las simpatías de la gente; recogieron rápidamente la mesa evitando que su madre se levantara y Remedios dijo — yo serviré el café — mientras hacía un guiño a su hermana, la cual entendió que era el momento de hablar con su madre.

—Madre no te hemos contado nada del viaje a Valencia, y creo que este es el mejor momento para contártelo tranquilamente.

—Yo ya creía que no querías decirme nada.

—Pues no es así; como te dije me hice pasar por periodista y junto con Juan, Javier y Anna nos fuimos a casa del señor Antonio, donde nos recibió su señora. Por cierto una señora excelente, después hablamos con el señor Antonio, este señor puede parecer de todo menos mentiroso o inventor de historias, y te puedo asegurar que no necesitan dinero, tienen una casa enorme en el pueblo y una más pequeña en la playa, su único hijo está casado felizmente y tiene dos hijos maravillosos, creo que la vida les sonríe a todos, comimos en su casa los dos días y estaba todo buenísimo ¿verdad Juan?

—Esa señora cocina como los ángeles; mejorando lo presente.

— No seas pelota – contestó Pilar.

—Madre, tú pediste una prueba definitiva para bien o para mal. Pues bien la única prueba que hay la tengo yo y sólo falta saber si es la letra de la abuela, visto lo cual, tú tienes que decidir si lo es y aceptar la realidad.

Pero antes me tienes que confirmar que no romperás ni dañarás la carta, porque me he comprometido personalmente a devolverla. Antonio ha vivido con ella toda su vida guardándola como un tesoro y sería una...

—¿Qué opinión tiene mi hija de mí?

—No lo sé mama pero hasta hoy te has mostrado muy poco inclinada a aceptar que Antonio sea tu padre.

—Si hubieses tenido mi niñez con mi padre, también tú serías reacia y tal vez mas que yo, pero no me hagas tan cabezota. Yo sólo pedí una prueba que fuera definitiva y hasta hoy no me la han presentado.

—Toma madre lee lo que decía mi abuela.

Pilar entregó la carta a su madre, la cual leyó y observó detenidamente, mientras su hija le decía — fíjate en el papel los años que tiene, esa carta no se ha escrito ahora.

—No esta carta si la escribió mi madre, y le comunica a Antonio que tiene una hija, ¡ahora si me doy por vencida!

Las dos hijas abrazaron a su madre mientras Remedios le decía.

—Mamá no te pongas triste no has perdido una batalla, has ganado una guerra, ahora sabemos la verdad y nosotros tenemos un nuevo abuelo, ha crecido la familia tienes un hermano y dos sobrinos.

Intervino Pilar diciendo.— Mama has ganado un padre maravilloso que cambió su felicidad por la tuya y la de la abuela; créeme que yo ya lo quiero y sólo le he visto recientemente, además su mujer es maravillosa y no me importaría llamarla “abuela”.

—Pilar se quedó mirando a su hija primogénita y le preguntó.

—¿Tú les has revelado quién eras?

— Me descubrieron no tuve más remedio y me alegro; me descubrió la señora Teresa, me llevó a la cocina y me dijo que yo era su nieta, que no podía negarlo porque movía las manos igual que mi abuelo.

Pilar se encontraba confusa con una sensación rara, como alguien que ha llegado a la meta y no sabe donde tiene que ir, ni que tiene que hacer, por eso les preguntó.

—Bien ¿y ahora que habéis decidido? Porque estoy segura que ya lo habéis decidido todo.

—Si mama, hemos acordado, que el próximo jueves iremos todos al pueblo y allí se hará el programa en el que nos encontraremos todos con el abuelo y su familia, hemos pensado que es mejor colofón, para que la historia tenga el final feliz, que vosotros merecéis.

—Así, que como me imaginaba, lo tenéis todo decidido, puede ser que tengáis razón y pueda ser el mejor final o el mejor principio “según como se mire” puesto que allí empezó todo, allí debe terminar la historia y volver a empezar una nueva vida; sin olvidar el pasado.

—Me permite querida suegra que utilice sus palabras para la radio.

—¡Oh! de este ya no me acordaba. Utiliza lo que quieras. Bien hijas mías se hará como queráis ante la evidencia no se puede luchar y en este caso tenéis tanto o más derecho que yo a conocer a la familia.

El lunes de buena mañana Juan ya estaba en la redacción explicando a sus compañeros, todo lo que había ocurrido en casa de Pilar, que había aceptado de buen grado encontrarse con su padre en el pueblo, que deberían prepararse para radiar el encuentro entre las dos familias y elegir el lugar idóneo, para que se produzca la reunión entre padre e hija. La única que había estado en el pueblo era Anna por lo tanto tomó la palabra.

—Creo que lo mejor será llamar a Juana y que ella nos informe de todo lo que necesitemos saber, afortunadamente tengo su teléfono.

Quedaron de acuerdo en qué la idea de Anna era la mejor y Anna llamó a Juana.

—Si dígame.

—Es usted Juana.

—Si soy Juana, ¿con quién hablo?

—Soy Anna de Jesús, la locutora de radio que estuvo a su casa hace poco.

—Si, si, dígame que desea escuché el programa la semana pasada y Pilar sigue en sus trece.

Pues, la voy a informar en primicia, es usted la primera persona en saber, que por fin ha aceptado y se va a reunir con su padre en el pueblo el próximo jueves, por ese motivo la he llamado para qué me informe, donde podríamos hacer el programa tiene que ser un lugar espacioso donde quepamos todos y el equipo.

—¿Qué le parecería en la plaza? en la puerta del bar “debajo la parra” estarían a la sombra y tendrían mucho sitio.

—¿Y el dueño del bar nos dejará conectar el equipo?

—¡Quia! Si el padre del amo es amigo de Antonio y se alegrara de volver a verlo, además ese día será fiesta en el pueblo y se le llenará el bar; no pase pena que hará lo que yo le diga.

—Bien de acuerdo pues dígale que iremos allí a comer y así le ayudará a convencerlo, otra cosa hay algún lugar para dormir y guardar el equipo.

—Si el bar tiene habitaciones arriba aunque se usan poco por aquí viene poca gente y el equipo lo pueden dejar en mi casa, que como usted sabe esta cerca.

—Bien Juana nos ha sido de gran ayuda, comuníquese con el dueño del bar y dígale que iremos el Miércoles para dejarlo todo preparado y quedarnos a dormir.

—De acuerdo así se lo diré no pasen pena.

—Adiós Juana.

—Adiós.

¡Bien! — exclamó Juan — ya tenemos una parte resuelta. Te toca Javier toca hablar con Antonio, es cosa tuya para ponernos de acuerdo.

Javier llamó a Antonio y se puso Teresa.

—¿Quién es?

—Soy Javier, señora Teresa ¡de la radio!

—¡Ah sí! ¿y qué quiere?

—Mire usted, la hija de su marido ha reconocido la carta y accede a reunirse con su padre, hemos llegado a un acuerdo. El encuentro con la hija de Antonio se realizará el jueves en el bar que hay en la plaza del pueblo, procuren estar allí a tiempo, a las once empezará el programa como siempre.

—Bien yo se lo diré a mi hijo que es él quien nos va a llevar, no se preocupe que no fallaremos. Pero dígame como esta Pilar, “la hija” la que estuvo aquí.

—Está muy bien y muy contenta de que todo se resuelva.

—Me alegro me cae muy bien, bueno, adiós.

—Adiós Teresa — Javier colgó el teléfono mientras se dirigía a sus compañeros — ya tenemos otro problema resuelto.—Javier y Anna miraron a Juan.

—Que pasa, porque me miráis así. Yo lo tengo todo claro esta noche cenaré con ellas y el jueves las llevaré con mi coche al pueblo.

—Pero el miércoles tienes que venir a montar.

Si, montaré y después me iré nuevamente a Madrid, así sabré lo que se tarda en llegar al pueblo, quiero llegar lo más justo posible para el reencuentro.

—Espera tengo una idea — dijo Anna — cuando llegues al pueblo no entres en la plaza, pon la radio del coche y cuando yo haya hablado con Antonio, entras en la plaza lo cual creara más incertidumbre a los radioyentes y a los espectadores que seguro tendremos.

—Vale eso está hecho.

Un caso estaba a punto de terminar y otro debería empezar.

Nuevamente debían de empezar a estudiar casos de los que llegaban a la emisora.

Llegó el jueves y Antonio (Hijo) calculó que tendrían unas tres horas de viaje hasta el pueblo y cómo querían llegar con tiempo para visitar la casa de sus padres y ver el resto a las siete y cuarto ya estaban todos dentro del coche, donde sólo faltaba su nuera Mari Carmen la cual tenía turno de mañana, que le impedía viajar, los dos hombres iban delante para que Antonio le indicara el camino a su hijo, mientras la abuela iba detrás con los dos nietos, en Orihuela del Tremedal pararon para tomar un refrigerio y estirar las piernas, desde allí según Antonio les quedaría menos de una hora. Aproximadamente, a las diez y cuarto divisaron el pueblo y a Antonio le cambió el semblante, nadie sabe lo que pasó por su cabeza en ese momento y mucho menos que sentía, pero se le notaba la excitación después de tantos años. Él que siempre creyó que no volvería estaba allí y si no pasaba nada conocería a su hija “la hija de su primer amor” y a la que había renunciado por el bien de ella.

Pronto vieron la casa de sus padres y el cobertizo donde su Padre fabricaba los cacharros, observó con el tejado medio caído, mientras la casa y el gallinero estaban intactos, bajaron del coche y Antonio empezó a andar por allí dando todo tipo de explicaciones a Teresa y su hijo. Sus nietos empezaron a correr por el campo.

—¡Papa! — dijo su hijo — ¿esto es lo que le diste a Pilar?

—Si ahora serán de tu hermana, no es sólo la casa también son todos los olivos que hay dentro y detrás de la propia valla, más otro campo que está un poco más lejano.

—Se podría arreglar el techo del cobertizo y venir alguna vez de vacaciones.

—Antonio dijo a su hijo.

—Si una cosa recuerdo, es que en verano hace mucho calor y en invierno mucho frío siempre está nevado. Y además no es mío es de tu hermana. Los niños corrían por dentro del oliveral mientras los mayores daban la vuelta a la casa, y descubrían que había gallinas en el gallinero, lo cual quería decir que la familia de Pilar iba por allí. Llamaron a los niños y se dirigieron al pueblo, al entrar en él Antonio hizo parar a su hijo diciendo, esa es la casa de Pilar. Después continuaron, dos calles más adelante giraron a la izquierda y se encontraron con la gran cantidad de gente que había acudido a la plaza, posiblemente todo el pueblo se encontrase reunido, mientras llegaban a la plaza Antonio dijo.

—Mira la casa de Juana y mi amigo Jacinto a mi derecha.

—Mi buen amigo, lo que pasamos en aquellos tiempos. No pudo dar más explicaciones, entraron en la plaza bajo un tumulto de gente que los miraba y señalaba, la noticia había corrido como un reguero de pólvora. Un municipal les indicaba donde aparcar. Cómo pudieron con precaución aparcaron y salieron del coche, los niños iban cogidos a su padre, todos querían ver y saludar a Antonio aunque muy pocos le conocían y Antonio no conocía a nadie de repente dos figuras estaban frente a él se quedó mirándolas fijamente a la cara después de unos segundos dijo ¿Pedro?

—Si Antonio soy Pedro. Se abrazó a su amigo y se le hizo un nudo en la garganta.

Y siguiendo con su mirada fija sobre una señora, reconoció a Juana diciendo con voz entrecortada — tú eres Juana.

Los dos se abalanzaron uno sobre otro, estaban muy cambiados pero parecía que no había pasado el tiempo. Juana lo cogió de la mano para llevarlo donde estaban Anna y Javier, mientras Pedro ayudado por un bastón acompañaba a Teresa diciéndole satisfecho — ¡éramos amigos! — cuando llegaron a la mesa Antonio preguntó a Juana.

—¿Y tu hermano?

—Ya nos dejó Antonio — respondió Juana — hace dos años.

Anna llamó a Antonio.

—Venga por favor siéntese a mi lado — Antonio obedeció, mientras Javier cogía el micro para decir a la gente.

—Va a empezar el programa por favor guarden un poco de silencio dentro de unos minutos vamos a estar en directo y no se puede escuchar nada por el ruido, los que están entre la mesa y la calle que pasen detrás de nosotros o en caso contrario no veremos aparecer el coche de Pilar. Por favor recuerden que estamos en directo y el programa lo escucha toda España. Repito por favor pasen detrás de nosotros y guarden silencio. Poco a poco los vecinos del pueblo fueron obedeciendo a Javier al momento volvió a coger el micro para decir.

—Empezamos el programa. Silencio por favor dentro cuña cuando cuente … cinco, cuatro, tres , dos, uno, dentro.

—La cuña de propaganda duraba un minuto bajo el atento cronometro de Javier. ¡Dentro Anna! Con la falta de Juan Anna tuvo que hacer todas las presentaciones.

—Queridos y fieles radio-oyentes su locutora Anna de Jesús les manda un entrañable saludo en unión de todo el equipo del programa “La unión hace la felicidad” hoy tenemos un programa lleno de emoción y ternura. El encuentro de un padre y una hija que no se conocen, los que hayan seguido nuestro programa las dos semanas anteriores, sabrán que Pilar pidió una prueba definitiva, o de lo contrario no quería saber nada mas de Antonio, pues bien esa prueba definitiva se la ha facilitado Antonio en forma de carta, la misma en la qué su madre informa a su querido Antonio, que tenía una hija suya. Ante esta prueba definitiva, Pilar ha tenido que claudicar y reconocer a Antonio como su Padre.

El programa de hoy se está emitiendo en directo desde, Alhama de Arriba de los Peralejos, pueblo de Pilar y Antonio. Habrán notado que nos falta una voz , la de mi compañero Juan José, el motivo es que mi compañero está a punto de llegar al pueblo, llevando en su coche a Pilar y a sus hijas para conocer a Antonio su padre y abuelo respectivamente, el cual tengo el inmenso placer de tener sentado a mi derecha. El ha acudido a la cita acompañado de su señora, su hijo y sus dos nietos; No podemos por menos que agradecérselo cordialmente. Empezaremos nuestro programa hablando en directo con Antonio nuestro protagonista.

—¿Antonio que le ha parecido la recepción de sus paisanos?

—No creía ver tanta gente, a la mayoría ni los conozco y creo que ellos tampoco a mí.

—¿Y qué es lo que más le ha gustado?

—Volver a ver el pueblo mi casa y encontrarme con viejos amigos como Pedro o Juana, aunque por lo que veo faltan muchos. Todo ha cambiado desde que me fui.

—Dígame ¿y el pueblo ha cambiado mucho desde que se fue?

—No crea el pueblo no ha cambiado tanto, si quitamos una barriada que he visto a la izquierda del pueblo, cuando veníamos, esta parte del pueblo está igual.

¿Y qué espera de su hija Pilar y sus nietas?

—En verdad, no lo sé yo sólo quería verla antes de morir, pero ahora sé que tengo dos nietas y al menos la que conozco es una belleza, me ilusiona volver a verla, (Antonio se emocionaba , perdiendo la voz por momentos).

—Señores Antonio se ha emocionado hablando de su nieta, les recuerdo que el programa de hoy se emite en directo y el directo tiene estas cosas hermosas sentimentales e imprevisibles.

SI sí... me hacen señales desde la esquina, el coche con Pilar y sus hijas acaba de llegar al pueblo y está a punto de doblar la esquina que lleva a la plaza donde nos encontramos, la gente se está amontonando casi no puedo ver nada. Por favor dejen sitio, si, si ya puedo verlo, ¡aquí están! acaban de llegar, la gente casi no los deja salir del coche; mis compañeros del equipo y el municipal, intentan abrir camino, ¿Dios mío esto es espectacular! ¡Hay que estar aquí y vivirlo! ya están llegando. ¿Qué ocurre? las hijas de Pilar han visto a Antonio y vienen corriendo ya llegan y Antonio se levanta las dos hermanas abrazan a su abuelo... (Después de unos segundos).

—Les habla Juan el compañero de Anna nuestra locutora, no puede continuar hablando se ha quedado sin voz de la emoción; aquí todo el mundo está llorando incluida Anna de Jesús. Pilar se acerca a su padre y se queda mirándolo; Antonio la mira sin soltar a sus nietas, “por favor esto es inenarrable”. Por fin Pilar se abalanza sobre su padre, mientras sus hijas reparten besos entre su tío y sus primos, “pero Teresa” , Teresa parece un surtidor todo son llantos. Juana la rodea con sus brazos diciendo – soy Juana…

Señores radio-oyentes la plaza entera llora y aplaude; aplaude y llora de emoción; no sé cómo va a terminar el encuentro, pero les aseguro que la emoción se contagia y nunca podre olvidar este momento. Aquí lloran hasta los técnicos de sonido, vamos a poner los anuncios para intentar serenarnos y retomar la conexión. Dentro Cuña.

Pasaron más de cinco minutos hasta que pudieron conectar de nuevo.

Queridos radioyentes de nuevo con ustedes Anna de Jesús lo que acabamos de vivir, es la emoción desatada en grado superlativo, no encuentro palabras para explicar lo que aquí ha sucedido hoy.

Tengo sentado a mi derecha a Antonio que todavía está temblando y a mi izquierda a Pilar, haber Antonio contésteme si puede ¿qué esperas ahora de tu hija y de tus nietas?

—Ya nada creía que no se podía ser más feliz pero, hoy creo que ha sido el día más feliz de mi vida, ya me puedo morir tranquilo.

—No hablemos de muerte usted va a durar muchos años y ¿qué opina de sus nietas?

—Pues que, he visto crecer a mi hijo y después a mis nietos, pienso en todo lo que he perdido con Pilar y sus hijas...

—Se ha emocionado nuevamente, hablemos con Pilar.

—¿Pilar que le puedes decir a tu padre?

—En primer lugar que me perdone por no creerlo, pero que entienda mi postura y en cuanto a los años perdidos, tanto mis hijas como yo intentaremos compensarlo.

—¡Y a tu hermano ?

—Ahora es pronto para hablar, pero espero que unamos nuestras fuerzas para cuidar de nuestro padre y de su señora Teresa, a la que agradezco que llamara al programa y que quiera tanto a mi padre.

—Cual ha sido su primera impresión cuando lo ha visto.

—He visto al abuelo alfarero, ya entiendo porque me querían tanto, el abuelo y la abuela, posiblemente les recordara a mi padre. Creo que la vida es injusta cuando consiente que las personas queridas tengan que separarse y sufrir; aunque yo he tenido suerte al tener dos padres.

Así es señoras y señores nuestro programa ha vuelto a conseguir el objetivo para el qué fue creado ¡la felicidad de la gente! Escúchennos la semana que viene en que los sorprenderemos con un nuevo caso de “La unión hace la felicidad", aquí nos despedimos de Antonio y Pilar por fin padre e hija se han conocido y la felicidad se refleca en sus rostros.

—Cada uno de los que realizamos el programa, les deseamos toda la felicidad que se merecen. Sigan fieles a nuestro programa, nos despedimos hasta el próximo jueves en que les espera Anna de Jesús y su equipo, con un nuevo y apasionante caso. Dentro publicidad.

Anna se unió a la fiesta con sus compañeros y en el pueblo se desbordó la alegría todos querían conocer a Antonio y su familia, gracias a ellos el país conocía el pueblo.

Epílogo

La familia por fin unida tuvo mucho tiempo para contarse toda una vida separada. Decidiendo que al menos, una semana al año se reunirían todos en el pueblo para pasar las vacaciones; aunque los viajes entre Madrid, Valencia y viceversa, fueron frecuentes por las dos partes. Juan y Pilar se casaron, Ana de Jesús cambió la radio por la televisión y Javier escribió un libro que llevaba por título ”VIDAS SEPARADAS”.


Publicado el 28 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.
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