Crítica de cine: La tentación vive arriba. (1955, Billy Wilder, protagonizada por Marilyn Monroe & Tom Ewell)

La comenzón del séptimo año

Manuel Cerón


Crítica, cine, reseña, clásico


Manhattan. Un esposo cuarentón (librado de amarras conyugales de común acuerdo) es El Truman (Burbank) de este vodevil del  celuloide. Y The Girl (MM), la cándida sirena a merced del calor que sacude los escrúpulos del quijotesco esposo (Sherman) y alivia La comezón del séptimo año matrimonial, arrojándonos el resultado final que la bella prosa en la secuencia de apertura (casi) nos plantea: «La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella».

Sin falda pero a lo loco, The Girl (MM) súbitamente entra (con traje blanco, cuello en V y cruz estampado de lunares) con el mercado hecho y un tosco ventilador portátil en el edificio de la mediocre vida de Sherman. Dale a una mujer un buen par de Ferragamos y conquistará primero la mente de un par de hombres de cualquier edificio. Cuando la  secuencia nos ha mostrado cómo es, quién y a qué lugar sube dicha tentación, entonces ya somos el universal Sherman que cae preso en un océano de deseos por esta Poderosa Afrodita portando un cartel en la frente de: «prohibido aburrise conmigo».

Más tarde, ella se convierte en «su» Héroe por accidente frente la fogosa y aventurera imaginación de Sherman tras despeñarse una maceta sobre la tumbona (haraga, hamaca o diván), él, a su vez, cuenta con un as a su favor: el calor. (Y aire acondicionado). Y así la escultural e ingenua Cíclope alimenta al monstro tras confesar que refresca su ropa íntima en el refrigerador y que ha posado sin remilgos para una revista; su sonrisa, electrizante, y el movimiento de sus ojos como canicas agitadas (que recuerdan para siempre cierta cortísima actuación en O. Henry Full House), abren las vicisitudes de nuestro protagonista con su coestelar que se jacta de «tener muchas otras cosas, pero no imaginación». Una verdad a medias, desde luego. Más adelante relajada sobre la mesita contigua al aire acondicionado The Girl hará gala de un superlativo histrionismo.  

Sherman anhelará ser un galán y ser o no ser el refrescante purgatorio para tan monumental infierno pero se convierte más bien en su refrescante nevera. Platónicamente él persigue la felicidad (quisiera portar la letra «A» La letra escarlata, pero sin pecado ni culpa), como en Belleza Americana. De fondo, a lontananza, la sociedad de consumo y el acopio de los medios de comunicación de los cincuenta tienden a ser en la fantasía de nuestro embelesado hombre una suerte de Big Brother. Cuando vacila entre ser Newland Archer (Daniel Day-Lewis) o el vizconde de Valmont (Malkovich) sus compinches lo alientan haciéndole saber no sin algarabía que el furtivo desenfreno es cosa de hombres.

The Girl lo baja de la Luna haciéndole ver que las circunstancias (como una cita) en la vida son demasiado banales como para tomárselas en serio (guiño a Wilder, «la reacción reír o llorar son iguales»). Desdeña delicadamente la música clásica y la Girl no ve en lo solemne sino ridiculez. La condición humana es frágil como el reino de Camelot, sé mi Lancelot: El primer caballero, parece rogar. Los pies estirados de MM en plan pilates arriba de la mesita (estilo Luis XV) quizá pongan (como la falda del vestido blanco plisado a merced del Metro, para los mortales) los pelos de punta a Tarantino. (In memoriam de la escena más icónica de la película).

Y así quinientos años más tarde ¿acaso seguimos siendo los Sherman (o el viejo Seligman de Lars von Trier) del mundo? Sí; sin exceptuar comicidad, nos responde La  tentación vive arriba. Aún no hemos aprendido a frenar nuestros Bajos instintos. Quizá con Sherman-imaginación o rompiendo furtivamente los tabúes para serenar lo animalesco en nosotros (la humanidad). Richard Sherman no asentiría (tampoco el crítico y editorol español Juan Carlos Rentero) pero Sherman tampoco salió limpio con la tentación arriba de su cabeza, y aunque este regrese a Ítaca después de «esquivar» a esta  nueva hechicera Circe, él ya no será el mismo sujeto que ayer decidió quedarse Home Alone a pasar el verano. Ahora no sólo se siente admirado sino varonil, un Pedro Infante.

Todo debe cambiar para que todo pueda seguir igual. Wilder nos sumerge en una trama universal, y la lente de su cámara nos zambulle en el lado bueno americano tras el happy end, sin proponerse ningún mensaje entenderemos que Wilder procuró magistralmente mostrar un preámbulo al adulterio. Pero ese prolegómeno nos entretiene desde el intro a los créditos, y sin consecuencias (casi).

En fin: «Nadie es perfecto».

 

Por: Manuel Cerón (@mceronmejia)                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            San Salvador, febrero de 2022



Publicado el 22 de febrero de 2022 por Manuel Cerón.
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