Cuentos indispensables. Pantógrafo Editores, volumen 1

Antología de cuentos salvadoreños de pedagogos.

Manuel Cerón


Reseña, Antología, LiteraturaSV


Tengo subrayado para mí en Las edades de Lulú (Almudena Grandes) que la Literatura no tiene que ver con las respuestas, sino con las preguntas. Si examinamos brevemente el decálogo de los gurús de la cuentística: Poe nos dirá que el cuento debe desatar una sola unidad de efecto orgásmica; Isabel Allende, sugiere gozar amorosamente del proceso de escritura (sin impacientarse por el éxtasis final); Allende parece recordarnos a Woolf con aquella ardua exhortación al no te apresures, es necesario ser una misma. Chéjov, por otra parte, alienta —sin parecer cínico—a escribir con un lenguaje común pero preciso; para no hacerla de «cansón» y cacarear a mis autores predilectos, de cabecera, pues, solo agregaré que, Quiroga, a lo Hemingway, parece susurrarnos al oído: no empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas: o, más bien, no retes la página en blanco sino te has sumergido antes en el quid de la vida. Yo encuentro, pues, en el mandamiento de estos últimos la exégesis perfecta para definir esta refinada antología.

Asistí a la presentación de esta antología de cuentos salvadoreños sin conocer absolutamente nada acerca de sus autores; cosa, que mis próximos en este universo literario saben al dedillo que me choca. Ese día me dejé llevar. Quise echar un vistazo a través de los hombros de la «nueva» narrativa salvadoreña alejada de alguna manera de aquellas grandes palestras internacionales a ver: Óscar Martínez Los muertos y el periodista (Anagrama), Jorge Galán (por Tusquets), u Horacio Castellanos Moya, entre otros. Pues bien, el cenáculo no era sino un minúsculo pero acogedor teatro: La Galera Teatro & Cocina. Pequeño, si se quiere, pero dos veces bueno. Además si te acomodabas en sus tablas, era por amor a la literatura. (Literalmente).

Los prolegómenos del coloquio versaron sobre el timorato apoyo gubernamental al docente en tanto escritores cuya pluma ha sido silenciada por los soporíferos pasillos escolares. De allí el fin que justifica esta propuesta literaria independiente. No persigue solo el fomento de la lectura sino la valiente publicación de estas voces, voces, sin embargo, repito, que solo han tenido escasos medios para desarrollar las cualidades que antes solo fueron teorías de aula y pizarra. «Las propuestas literarias se seleccionaron a ciegas en un concurso nacional», confiesa, muy orgulloso, el editor. Es decir, sin conocer previamente una pizca la biografía de estos diez alados artistas de la palabra y la pedagogía (para ir con el estribillo estatal que ha privatizado el adjetivo «nuestros»: he aquí parte de «nuestros» héroes escolares). Más tarde, una breve biografía literaria en el lado B de las páginas de la compilación nos revela una musculatura y bagaje intelectual y artístico más bien prodigiosos. Ahí adentro están las Rulfos, las Allendes, las Mistrales; los Borges, los Asimov, los Cortázar; contándonos nuestra tierra salvadoreña.

«Lamentablemente, las autoridades educativas —rezan las Palabras preliminares— tampoco han tenido una visión clara sobre cómo estimular el talento de sus educadores y, de algún modo, este es uno de los principales propósitos que conlleva también esta publicación».

Puesto que los adornos de mi opinión —subjetiva por antonomasia—  al acabar esta lindísima antología no va a enriquecer el bello dictamen del lector, compilador y editor, reproduzco sus palabras: [aquí] «hay retratos de la destrucción de los hábitats para el público infantil, demostrando que el arte y el juego son siempre sinónimos de libertad, incluso en tiempos de confinamiento»; [allá] empatías hacia los problemas domésticos del alumnado perspicaz pero sin las condiciones sociales para estudiar, [acullá] «escritos desde el asomo de la despedida o el encuentro; la temáticas social y realista en el contexto salvadoreño; y emerge, también, por otro lado «lo fantástico en los espacios cotidianos y mundos mitológicos de ensueño».

 Si alguna vez se preguntaron si aquellos profesores de infancia predicarían con el ejemplo, si el profesor Keating, pongamos, de La sociedad de los poetas muertos sería capaz de darle seguimiento a sus propios consejos escolares al escribir su propia obra, la respuesta es, leer. Leamos, pues: Cuentos indispensables (Pantógrafo Editores, [San Salvador, 2022] y ahí obtendremos UNA respuesta (¿o más preguntas?).  


 @mceronmejia

 

San Salvador, octubre de 2022.



Publicado el 27 de octubre de 2022 por Manuel Cerón.
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