Libro gratis: El Baratillo
de Manuel Payno


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Cuento


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El Baratillo

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Este texto forma parte del libro «Costumbres Mexicanas».

Costumbres Mexicanas


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Fragmento de «El Baratillo»

No hay cosa mejor en la pintura, en la poesía, en los acontecimientos de la vida, que el claroscuro; y he aquí cabalmente por qué el Baratillo está situado en el centro de la ciudad, a poca distancia del teatro, escuela de la civilización, y entre los conventos de monjas de San Lorenzo y Santa Clara, asilos de la virtud. Sí, señores, porque es menester que todo esté conforme a las reglas de México, donde hay máscaras y misiones, coches relucientes con hermosos caballos tropezando con carros aromáticos, tirados por anciana y flaca mula, y viudas que se mueren de miseria junto a usureros que agonizan de ahitamiento; pero ¡qué digo!, esto creo que sucede en todo el mundo; y digan si es cierto los que han visto mundo.

¡Qué hermosa para un artículo de costumbres es la descripción de un edificio siquiera como el elegante café de la Bella Unión en una noche de concierto! Pero he aquí que es fuerza hablar del ángulo que forman las calles de la Canoa y Factor, donde están colocados una porción de cuartuchos negruzcos de tejamanil, cuyos techos han sido de años atrás teatro de las glorias amorosas y guerreras de multitud de gatos, y cuyos interiores ministran campo vasto a las correrías de las ratas, a los trabajos industriosos de las arañas y a las construcciones arquitectónicas de los alacranes, mestizos y otras sabandijas. De noche se cierran los cuartuchos y las dos puertas que dan entrada a ese elegante bazar, y un sereno arrebujado en su capote azul, ronca toda la noche en la puerta principal cuidando los valiosos intereses de los ciudadanos. Al acabar este renglón me viene la idea de que he pecado contra la gradación, describiendo el Baratillo en la noche antes que en el día. Los cajoncitos exteriores de la parte de la calle de la Canoa, están llenos de espuelas, jáquimas, fustes, estribos, reatas, clavos, cadenas y otra porción de útiles para los rancheros, y los rancheros precisamente son los que dan de comer a estos comerciantes; y divertida cosa es oírlos ponderar la fortaleza de los fustes quebrados y pegados con cola, la suavidad de los arzones, que parecen de madera y no de cuero, y la bondad de los estribos apolillados. Difícil es engañar a los payos en esa materia; pero el caso es que a fuerza de charlar y de porfiar les encajan las cosas por un duplo de lo que valen, y por una silla de caballo que han comprado en 12 reales, tienen la desfachatez de pedir 40 pesos.


5 págs. / 8 minutos.
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Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.


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