Máscaras

Manuel Payno


Cuento


Llegó por fin el carnaval, llegó el día de alboroto y de locura, en que las viejas se vuelven mozas, las muchachas ancianas, y los rostros de máscara se cubren, como si fuese necesario, con otra máscara. Citas, proyectos amorosos, declaraciones, pequeñas venganzas y graciosos chascos, todo tiene lugar en estos días en que la costumbre autoriza ciertas acciones y ciertas palabras, que no se dirían sin rubor si faltase la careta.

¿Pero no es, por ventura, todo el año día de máscara? ¿Qué amante habla a su querida sin careta? ¿Qué muchacha no se pone todo el año la careta para engañar a su novio? ¿Qué cortesano deja de usar en palacio la careta? ¿Cuándo les ha faltado careta a los jesuitas, a los mayordomos de monjas, a los hermanos de la Santa Escuela, a los cocheros de Nuestro Amo, a los que salen en las procesiones con su escapulario y su estandarte?

Cuando veas venir, lector querido, un hombre de semblante humilde, de ojos bajos y de voz suave y meliflua que te habla de los deberes del matrimonio, de la educación de los hijos, del cumplimiento de los deberes sociales, si eres casado, si tienes hijas bonitas desconfía de él y di: ¡Cáspita!, este hombre tiene careta.

Cuando se te acerque un político y te hable de libertad, de amor a la patria, de sacrificios nobles y desinteresados, no te mezcles en sus proyectos, porque no te hará más que instrumento de algunas miras que oculta debajo de estas palabras que inspiran honradez, y di: ¡Cáspita!, este hombre tiene careta.

Cuando un vista, un administrador de aduana marítima, un guarda, un colector de diezmos, digan que han aumentado las rentas, que han sido destituidos por honradez, y que están pereciendo de hambre porque en esta nación no se recompensa el mérito, no te creas de sus primeras palabras, y di para tus adentros: ¡Este hombre puede tener careta!

Si al hablar con un personaje supieres que es escribano, albacea o curador de menores, ten por cierto que tendrá careta.

Pero sobre todo, si fueres cabeza de una familia, y ciertos personajes quisieren dirigir la conducta de tu mujer, aconsejar a tus hijos, contentar a tus acreedores, interesarse en tu conducta como funcionario público, o hacer, en fin, esos actos sublimes que sólo hacen los padres por los hijos, o las esposas por sus amantes, vive seguro que todos tendrán careta, y que día por día zumbarán en tus oídos las burlas del carnaval.

Cuando vieres que tu querida sonríe, que te halaga, que te cuenta que se fue a la iglesia, y que abre con su amor una vida de ilusiones, no las tengas todas contigo, porque la muchacha puede tener careta.

Y vosotras, amabilísimas lectoras, las de los ojos negros, las del cabello rubio, las de blanca tez, las de graciosa boca, las de pulido pie, las de talle airoso de palma, las de cintura de abeja, las de labios de coral, las de frente de alabastro, las de rostro de ángel, ¿qué pensáis del carnaval? ¿Creéis que los hermosos paladines salidos de las sastrerías de Urigüen y de Cussac no tienen careta? ¿Creéis cuando con voz de tiple os están diciendo, yo te adoro bien mío


Tú eres la luz de mis ojos
tú eres imán de la vida
tú eres la niña querida
de mi tierno corazón?
 

Estos melifluos solterones tienen careta, y careta doble a veces, pues enamoran al marido y a la mujer al mismo tiempo, y al amigo y a la querida. ¿Y quién cura a vuestro corazón, inocentes palomas, de los estragos que padece en este carnaval perpetuo?

Triste, muy triste es pensar que así es la vida, que la verdad existe en el fondo del corazón, pero que raras veces sale a la boca de los hombres. Así la sociedad moderna, progresando en civilización, progresa también en la incredulidad y desconfianza. El presidente desconfía de su ministro, el ministro de su secretario, el secretario del portero, el portero de los ordenanzas… El que estrecha contra su corazón a una mujer, ¿puede decir que es suya? La mujer que tiende al hombre una mano tranca, ¿puede contar con que no lo engañará? El hombre que manda, el revolucionario que conspira, el marido que ama, el padre que vigila, el amante que protesta, todos desconfían, todos temen a la careta. Fatal cadena que comienza en el que está colocado a la cabeza de la sociedad y ata y envuelve con sus eslabones a todas las clases, hasta el pordiosero infeliz. ¡Maldito carnaval! ¡Detestable farsa!

Dadme a mí esos tipos hermosos que busco ansioso diariamente, y veréis cómo mi pluma deja su hiel, cómo creo yo mismo en otra existencia, cómo me regocijo con la sociedad que me rodea.

Me gusta el hombre en política, que en medio de los escollos y peligros sigue un camino recto, uniforme, seguro. Si se le brinda oro, lo desprecia; y si honores, los desdeña.

Me gusta aquel amante franco que tiende la mano a su querida y le dice te amo y jamás falta a su palabra.

Me gusta la mujer que no conoce la ficción ni las mil arterías que el sexo pone en planta para engañar, y se entrega confiada y sincera a los brazos de su esposo o de su amante.

Me gusta aquel religioso que toma el Evangelio en la mano, que no se mete en política, que tiene en su alma un tesoro de claridad, no sólo para los pobres, sino también para los pecadores.

Me gustan en fin las pocas gentes que no se visten de máscara; que no necesitan de la careta para hablar y para obrar, que no hacen de las cosas más santas y más sagradas de la vida un perpetuo carnaval.

Ahora, si queréis ver representado en una sola noche lo que ha pasado y pasa en el mundo, dirigíos al Teatro Nacional, y encontraréis moros que beben vino; aldeanas que se alimentan con sardinas; monjas que bailan la polka; rancheros que saben hablar francés, y escoceses que hablan otomite. ¡Qué gracioso es el carnaval, qué agradable el mundo, que llena de ilusiones la existencia! Y todo… ¡para convertirse en polvo!… El miércoles de Ceniza nos lo recuerda.


Yo


Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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