Vida y Costumbres de los Salvajes

Manuel Payno


Cuento


Los españoles, al entrar en plena posesión de lo que antes se llamaba Nueva España, creyeron por algún tiempo que su conquista había terminado. A medida que los nuevos exploradores de las costas del sur y norte fueron penetrando por los desiertos, y nuevos colonos estableciéndose, conocieron que sólo dominaban absolutamente una parte pequeña del país, y que les quedaba todavía mucho que luchar con las tribus que se habían retirado hacia el norte, o que originarias de las orillas del Missouri, Mississippi y Arkansas, mudaban sus aduares y se aventuraban en lejanas expediciones guerreras. Mucho tiempo los nuevos colonos de todo ese inmenso territorio que se extiende desde las costas en la desembocadura del Bravo hasta las de Californias, fueron víctimas y sufrieron los ataques de los bárbaros, sin que a pesar de la actividad que desplegaron los conquistadores en los primeros tiempos, tomasen medidas radicales para contener el mal, hasta que fue enviado don José de Gálvez como visitador de Nueva España. Gálvez visitó las Floridas y la Louisiana, y uno de los primeros se atrevió a atravesar esas vastas y desconocidas praderías. Después de haber recorrido las orillas del Mississippi y de los ríos de Tejas y Bravo, llegó a la capital del antiguo imperio de Moctezuma, con la satisfacción de haber dado cima a uno de los viajes más peligrosos y útiles que pudieran imaginarse. En efecto, Gálvez estudió las costumbres de las diferentes tribus salvajes, estableció presidios y misiones, formó reglamentos y dio a los jefes de esas nacientes colonias instrucciones sabias para mantener la paz y ejecutar la guerra. Desde entonces puede contarse una nueva era de vida para los pobladores de las fronteras, que terminó cuando después de verificada la independencia los gobiernos republicanos han fijado cuando más su vista en los intereses cercanos, sin acordarse que esos vastos terrenos, llenos de fertilidad y de hermosura, reclamaban imperiosamente su protección y su cuidado.

Desatendida la seguridad de la frontera, las numerosas tribus han repetido sus incursiones sobre las poblaciones, han acercado sus aduares, y las escenas de sangre y de horror que acontecían ahora cien años, se repiten hoy de una manera más terrible y frecuente.

Las tribus salvajes del norte estaban regularmente estacionadas en las fuentes o cabeceras de los ríos de Tejas. Son muchas y diversas, pues hablan distintos dialectos; y aunque con una semejanza por su modo de vivir, difieren en sus costumbres domésticas, en sus tradiciones, en sus creencias religiosas, y a veces hasta en la figura.

La tribu de lipanes es una de las que más dominan en esos solitarios e inmensos desiertos. Son altos, rubios y de bellísimas proporciones. Su vestido es pintoresco y elegante, pues las gamuzas son finísimas y sus cotonas o gabanes están recamados de chaquira y de cuentas. Los lipanes poseen el secreto de curtir perfectamente las pieles; conocen la agricultura y el uso de algunos instrumentos de labranza; tienen ideas aproximadas de la astronomía, son comerciantes astutos y guerreros temibles y emprendedores, y más bien hacen la paz con los blancos que con las otras tribus salvajes.

Un poco más civilizados, por decirlo así, poseen una astucia y sagacidad grandes, que unida a su valor y fuerza física los hace temibles. Las lipanas son altas, robustas y algunas tienen esa salvaje y sorprendente hermosura cuyo tipo no se puede encontrar en las ciudades. El visitador Gálvez, en sus Instrucciones encargó que por ningún título ni motivo se declare la guerra a los lipanes, sino que por el contrario se procure mantener la paz a toda costa.

Sigamos. Es un hecho a mi modo de ver bastante curioso, el de encontrar en las orillas de los grandes lagos de América, y en las riberas de las pequeñas lagunas de México, dos naciones eminentes, civilizadas y heroicas: los iroqueses y los mexicanos. Ambas sostuvieron una lucha obstinada con los primeros pobladores, y en los recuerdos y en la historia de ambas, se encuentran datos de que poseían una civilización adelantada y especial, que evidentemente reconoce un origen asiático, según las opiniones de respetables anticuarios. Entre esas dos naciones, que en mi juicio son dos eslabones de esas razas, cuya procedencia no está de ninguna manera averiguada, hay otras que estaban bastante adelantadas en la civilización y aun en la política, pues se pueden reconocer las formas republicanas, con toda la perfección que era dable.

Entre esta multitud de repúblicas y de monarquías más o menos perfectas, más o menos civilizadas, se encuentran otras naciones que a primera vista parece viven sin plan, sin organización y sin sistema alguno; y semejantes a las tribus de los árabes; pero cuando se interioriza el viajero a indagar algo sobre sus costumbres y vida, queda pasmado de ver el milagroso instinto de que están dotados para gobernarse y velar por su conservación, por el aumento de su riqueza, y por la gloria de sus armas.

Daremos una ligera idea de los comanches, nación numerosa y guerrera que se extiende desde las orillas del Bravo en el norte, hasta las cabeceras del Colorado en Californias.

Los comanches, como todas las tribus del desierto, llevan una vida errante y vagan continuamente de un punto a otro. Escogen regularmente para sus campamentos las orillas de los ríos, los bosques frondosos donde hay manantiales de agua pura, o las sierras elevadas entre cuyas grutas corren fuentes y arroyos. En el momento que alguna desgracia acontece en el campo, lo abandonan y se van a otro punto distante.

Su vida es continuamente dedicada a la guerra o a la caza; y desde niños aprenden con destreza admirable a manejar la flecha, la lanza y el rifle. Hijos del desierto, todo lo que pertenece a él, lo dominan y lo mandan en fuerza de la energía que les da su educación. Así esos caballos salvajes, libres, hermosos, que vagan en las soledades y rompen con sus robustos pechos las encinas y los robles, tiemblan asustados cuando oyen el grito del salvaje, y caen bajo su dominio. Cuando el indio está montado en uno de esos nobles animales, se establece una competencia en brío, en flexibilidad de movimientos, en desesperación, y jinete y caballo presentan un admirable conjunto de fuerza y de agilidad, que nos parece bien expresado en la lámina que se acompaña a este artículo.

Los indios hacen largas expediciones, cuya duración la cuentan por las lunas. Siempre que se determina alguna campaña o cacería, precede un consejo, en que se reúnen los ancianos o sachems, y con la mesura propia de su experiencia y de su edad, dan su opinión, determinan la clase de hostilidades que deberán ejecutarse, y el punto de reunión después de la campaña. Estos consejos se celebran en tiempo de luna nueva, en medio de los bosques espesos, al derredor de las tiendas de los jefes, formadas de pieles de cíbolos, e iluminadas por temblorosas y rojizas hogueras. Los guerreros jóvenes aplauden los discursos de los ancianos, y alzando sus armas en ademán amenazador y feroz, lanzan alaridos espantosos. Es una cosa nueva y que deja un vivo recuerdo el asistir en los eternos e interminables desiertos del nuevo mundo, a los consejos y reuniones de estos hijos del desierto, que libres y orgullosos se han conservado, sin que haya sido bastante para aniquilarlos, ni el rifle de los colonos anglosajones, ni la espada de los conquistadores españoles. La guerra es un elemento indispensable a la existencia de los salvajes, como lo son las revoluciones a la raza española; así es que la emprenden con otras tribus, o bien en los establecimientos fronterizos, donde pueden robar caballos y mujeres, objetos que completamente llenan su ambición y forman la felicidad de su vida.

Desarrollado su instinto guerrero con la vida del desierto, se fortifica y arraiga más por sus creencias religiosas. Los comanches, como los incas del Perú, adoran al sol. Es lo más hermoso, lo más magnífico que ven en la creación, y su imaginación poética les sugiere la idea de que el Grande Espíritu sale todos los días a velar, a conservar, a dar vida y alegría a las obras de su creación. Mezclada con esta idea llena de poesía y de belleza se halla otra extremadamente bárbara y feroz, que, como queda dicho, los induce a la matanza y al crimen. Creen que después de su muerte van sus almas al centro de la tierra, donde hay caudalosos y cristalinos ríos, corpulentos árboles, y cascadas y valles pintorescos. Para presentarse ante el Grande Espíritu dignos de entrar en este edén, es menester que sea con las manos tintas en sangre de los blancos, con las cabelleras y los miembros palpitantes de las víctimas que hayan inmolado. Ya se concibe su ferocidad con estas creencias religiosas.

La autoridad central de su gobierno reside en un jefe supremo, que por su valor y fortuna en las campañas, se hace digno de dominar a todos los guerreros. La autoridad parcial reside en jefes o capitanes nombrados por aclamación en juntas o consejos.

La poligamia está permitida entre los salvajes, y los grandes y distinguidos guerreros tienen un número considerable de mujeres, no ocultas y escondidas como los turcos, sino libres y viviendo muchas veces en comunidad con otros guerreros. Las mujeres son extremadamente útiles entre los salvajes, pues curten los cueros, desuellan los animales de caza, y hacen cuantas cosas son necesarias para el alimento y vestido, mientras los guerreros fumando sus pipas, permanecen acostados en la más perfecta ociosidad. Con todo, el bello sexo tiene entre los indios un valor mercantil, pues se adquieren a cambio de caballos y de mulas. Las faltas conyugales no se castigan por la primera vez; pero a la segunda el marido corta la punta de la nariz a su infiel esposa, y la despide de su lado.

Cuando se muere un indio, se le entierra con sus armas, se matan sus caballos al pie de la sepultura, y se encienden grandes hogueras al derredor de las cuales bailan llorando sus parientes. Como los israelitas, cubren sus cabezas de ceniza y rasgan sus vestiduras.

El idioma de los comanches, como toda lengua salvaje y primitiva, está lleno de figuras y de poesía. Su pronunciación es dulce y musical, y como el latín y el español, la armonía imitativa se percibe demasiado. Así, los cantos de guerra son guturales, ásperos, broncos, expresan la cólera y la venganza.

El carácter de los comanches es triste, suspicaz como la serpiente, y traidor como las panteras. Su mirada es sombría, feroz, incapaz de sos tenerse largo tiempo. Son apasionados por el tabaco, por el aguardiente y por las armas de fuego, y sólo halagándolos con esta clase de presentes puede conservarse la paz con ellos.

Estas ligeras ideas sobre los salvajes, que ahora han invadido hasta el departamento de Zacatecas, pueden ser de alguna utilidad; y dejando la poesía por la realidad, indicaremos con este motivo una idea bastante común, pero no bastante repetida. Las misiones y los presidios contuvieron en tiempo del gobierno español a los salvajes. Las misiones y los presidios surtirán hoy el mismo efecto. Las ciudades están llenas de soldados y de religiosos, ¡mientras que las fronteras están abandonadas!


Manuel Payno


Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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