Libro gratis: El Presidente Burlado
de Marqués de Sade


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El Presidente Burlado

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Fragmento de «El Presidente Burlado»

Fuera como fuese, la amistad no cuajó desde un primer momento, y como la civilización, madre de la cortesía, apenas está más adelantada entre los miembros del Parlamento de Aix que entre los animales que desprecia el israelita, se produjo al principio una especie de choque en el que el presidente no cosechó laureles precisamente. Le golpearon, le magullaron, le hostigaron a golpes de hocico; se quejó, no le hicieron caso; juró que lo recogería en acta, nada; amenazó con condenas, nadie se inmutó lo más mínimo; amenazó con el exilio, le tiraron por el suelo, y el desventurado Fontanis, empapado de sangre, empezaba ya a dictar una sentencia a la hoguera nada menos cuando al fin acudieron en su auxilio.

Eran La Brie y el coronel que, provistos de antorchas, trataban de rescatar al magistrado del fango en que se estaba hundiendo. Pero había que encontrar un sitio por donde pudieran agarrarle, pues como estaba rebozado de la cabeza a los pies, sacarle no resultaba ni fácil ni desde luego agradable para el olfato. La Brie fue a buscar una horquilla, un palafrenero al que llamaron en seguida apareció con otra y como mejor pudieron sacaron a nuestro hombre de la infame cloaca a la que su caída le había precipitado. Pero ¿a dónde podían llevarle después de esto? Eso era lo peliagudo y la solución no se antojaba fácil. Tenían que expiar la sentencia, tenían que lavar al culpable; el coronel propuso una carta de abolición, pero el palafrenero, que no entendía ninguno de estos términos rimbombantes, sugirió que debían meterle sencillamente un par de horas en el abrevadero, tras lo cual, cuando estuviera suficientemente a remojo, podían acabar de ponerle a punto a base de manojos de paja. Pero el marqués alegó que el frío del agua podía afectar la salud de su hermano y, ante esto, como La Brie había asegurado que el lavadero de la cocina aún estaba lleno de agua caliente, transportaron allí al presidente y le confiaron a los cuidados de aquel discípulo de Comus, que, en menos que canta un gallo, le devolvió tan limpio como un plato de porcelana.


67 págs. / 1 hora, 57 minutos.
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Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.


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