Justine, o los Infortunios de la Virtud

Marqués de Sade


Novela



Prólogo

A mi buena amiga

Sí, Constance, a ti dirijo esta obra; a la vez el ejemplo y el honor de tu sexo, sumando al alma más sensible la mente más justa y la mejor iluminada, sólo a ti corresponde conocer la dulzura de las lágrimas que arranca la Virtud infortunada. Detestando los sofismas del libertinaje y de la irreligión, combatiéndolos incesantemente con tus actos y tus discursos, no temo en absoluto para ti los que ha necesitado en estas memorias el tipo de personajes trazados; el cinismo de algunas plumas (suavizadas sin embargo lo más posible) no te horrorizará más; es el Vicio el que, gimiendo por ser desvelado, se escandaliza así que se le ataca. El proceso de Tartufo fue incoado por unos santurrones; el de Justine será obra de los libertinos. Me inspiran escaso temor: mis razones, desveladas por ti, no serán condenadas; tu opinión basta para mi gloria, y debo, después de haberte gustado, o gustar a todo el mundo, o consolarme de todas las censuras.

La intención de esta novela (no tan novela como parece) es nueva sin duda; el ascendiente de la Virtud sobre el Vicio, la recompensa del bien, el castigo del mal, suele ser el desarrollo normal de todas las obras de este tipo; ¿no es algo demasiado manido?

Pero ofrecer por doquier el Vicio triunfante y la Virtud víctima de sus sacrificios; mostrar a una desdichada yendo de infortunio en infortunio; juguete de la mal dad; peto de todos los excesos; blanco de los gustos más bárbaros y más monstruosos; aturdida por los sofismas mas osados, más retorcidos; víctima de las seducciones más arteras, de los sobornos más irresistibles; teniendo únicamente para oponer a tantos reveses, a tantos males, para rechazar tanta corrupción, un espíritu sensible, una inteligencia natural y mucho valor; arrostrar en una palabra las pinturas más atrevidas, las situaciones más extraordinarias, las máximas más espantosas, las pinceladas más enérgic

Fin del extracto del texto

Publicado el 21 de agosto de 2016 por Edu Robsy.
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