Veintiséis y Una (poema)

Máximo Gorki


Cuento


Éramos veintiséis; veintiséis máquinas vivientes, veintiséis hombres encerrados en un sótano húmedo en el que, de la mañana a la noche, amasábamos rosquillas y krendeliá. Las ventanas del sótano se asomaban a una zanja, cubierta de ladrillos mohosos por la humedad, los marcos de las ventanas estaban tapados por fuera con una tupida malla metálica y la luz del sol no podía espiarnos a través de los cristales, empolvados de harina. El patrón había fortificado las ventanas con hierro para impedir que diésemos un pedazo de pan a los pobres o a aquellos compañeros nuestros que, habiéndose quedado sin trabajo, se morían de hambre; además, nos llamaba sinvergüenzas y nos daba de comer menudillos putrefactos en lugar de carne.

Era sofocante y angosta aquella caja de piedra de techo bajo, oprimente, lleno de hollín y de telarañas. Uno se sentía atrapado y asqueado entre los gruesos muros, salpicados aquí y allá de manchas de barro y de moho… Nos levantábamos cada mañana a las cinco, sin haber dormido lo suficiente, y, obtusos e indiferentes, a las seis estábamos sentados a la mesa para hacer krendeliá con la masa que habían dejado preparada nuestros compañeros mientras dormíamos. Un día y otro día, desde la mañana hasta las diez de la noche, unos estirábamos la masa elástica con las manos, moviéndonos de cuando en cuando para no quedarnos entumecidos, mientras otros trabajaban la harina con agua. Y, un día y otro día, el agua de la caldera en la que se cocían los krendeliá ronroneaba triste y pesarosa, y la pala del hornero se peleaba furiosa y diestra con el horno y arrojaba en sus ladrillos al rojo las escurridizas piezas de masa. En la parte trasera del horno ardía la leña de la mañana a la noche, y las rojas lenguas de fuego se reflejaban temblorosas en la pared del obrador y parecían hacernos burla en silencio. El enorme horno semejaba la cabeza deforme de un monstruo legendario

Fin del extracto del texto

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.
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