El Otro

Misterio en tres jornadas y un epílogo

Miguel de Unamuno


Teatro, drama



Personajes

EL OTRO.
ERNESTO, hermano de Laura.
LAURA, la mujer de Cosme.
DAMIANA, mujer de Damián.
DON JUAN, médico de la casa.
EL AMA.

Acto I

Escena I

ERNESTO y DON JUAN.

ERNESTO: Pues bien, don Juan: a usted, el médico de esta casa y algo alienista encima, le ruego que me aclare el misterio de ella y de mi pobre hermana Laura. Porque aquí hay un misterio…, se le respira con el pecho oprimido. Esto parece parte cárcel, parte cementerio, parte…

DON JUAN: ¡Manicomio!

ERNESTO: ¡Justo! Y este misterio…

DON JUAN: ¡Un espanto, don Ernesto, un espanto!

ERNESTO: Como yo no le conocía a él… Se conocieron y casaron estando yo en América, y al volver me he encontrado con este… loco.

DON JUAN: ¡Cabal! Su cuñado de usted; el marido de la pobre Laura, se ha vuelto loco de remate.

ERNESTO: Eso ya lo había yo sentido; pero ¿ella?

DON JUAN: ¿Ella? Loca por contagio. Les une y a la vez les separa un espanto común…

ERNESTO: ¿Les separa?

DON JUAN: Sí; porque desde el día del misterio, en que él enloqueció, ya no duermen juntos. Él duerme solo, y encerrándose, en el cuarto de tal modo que no se le pueda oír lo que diga en sueños. Y se dice «el otro». Cuando ella, su mujer, le llama por su nombre, Cosme, él replica: «¡No, sino el otro!». Y lo más grave es que ella, Laura, no parece darle importancia a tan extraña manía y como si eso del otro tuviese para ella algún sentido oculto a los demás. Yo no les conozco sino desde que, recién casados, vinieron a vivir acá. Al principio se llevaban bien y vivían ordenadamente y como marido y mujer; mas desde un día fatal, a la vuelta de un viaje que hizo ella, Laura, la locura entró en esta casa. ¡Y la locura, que me trae loco, se llama… el otro!

ERNESTO: ¿Y ella?

DON JUAN: ¿Ella? O finge ignorar lo que pasa, o lo ignora.

ERNESTO: ¿Y hace mucho…?

DON JUAN: Poco más de un mes. Debía de venir incubándose; mas estalló hace poco. Pero va a llegar, y usted, su hermano, la sondeará mejor que yo. (Al ir a salir llega LAURA.) Ahí la dejo con su hermano, a que se expliquen.

Escena II

ERNESTO y LAURA.

ERNESTO: Mira, Laurita: he hablado con vuestro médico, porque aquí se respira un misterio, un espanto dice él. ¿Qué es lo que pasa?

LAURA: (Temblorosa y mirando hacia atrás.) No lo sé…

ERNESTO: (Cogiéndola de un brazo.) ¿Qué pasa? ¿Por qué se encierra para dormir solo tu marido? ¿Por qué no quiere que le sorprendan dormido y soñando? ¿Por qué? ¿Y qué es eso del otro? ¿Quién o qué es «el otro»?

LAURA: ¡Ay, Ernesto, Ernesto! Sin duda, mi pobre marido se volvió loco y le persigue ése que él llama «el otro». Es una obsesión fatídica; parece un poseído, un endemoniado, y como si ese otro fuese su demonio de la guarda… Le he sorprendido alguna vez —y no es fácil— como queriendo arrancar de sí al otro. Ha hecho tapar todos los espejos de casa, y una vez que me sorprendió mirándome en mi espejillo de tocador, el que necesito…

ERNESTO: ¡Claro! El espejo es enser de primera necesidad para una mujer.

LAURA: ¡Pues no faltaba más! Pero me gritó: «¡No te mires en él! ¡No busques a la otra!».

ERNESTO: ¿Y por qué no sale de casa, a distraerse? Siempre encerrado…

LAURA: Dice que todos los hombres le parecen espejos y que no quisiera estar ni consigo mismo…

ERNESTO: ¿Y qué lee?

LAURA: No, no es cosa de lecturas…

ERNESTO: ¿Que no?

LAURA: ¡No! La suya no es manía quijotesca; no es de lecturas, no es de libro…

ERNESTO: ¿Y qué más sabes?

LAURA: No quiero saber más.

ERNESTO: Pues así no se puede vivir, y es preciso saber la verdad. No estoy dispuesto a dejarte en poder de un loco. Sería capaz de…

LAURA: Eso no, Ernesto, eso no…

ERNESTO: ¿Quién sabe? Mas dime la verdad, que la sabes… Y te pregunto y repregunto por la verdad, porque presumo que aquí hay algo más que locura. Es decir, que él, tu marido, Cosme, está loco evidentemente, y de remate, a pesar de que razona, o más bien porque razona demasiado; pero su locura tiene una causa, un origen, y tú, su mujer, debes conocerla…

LAURA: Esas enfermedades…

ERNESTO: No, no; tú sabes por qué ha estallado y qué pasó en aquel día que don Juan llama fatal…

LAURA: ¿Qué día?

ERNESTO: El día en que, ausente tú y de viaje, y él aquí, solo consigo mismo, estalló la locura…

LAURA: Pero si yo estaba fuera…

ERNESTO: Mas al volver y encontrarle, debiste conocer lo que pasó. Una locura así no viene tan de repente sin un motivo, sea cual fuere la causa. ¿Qué pudo pasar en el día fatal?

LAURA: No me acongojes más y pregúntaselo a él, que ahí llega.

Escena III

Dichos y EL OTRO.

EL OTRO: (Entrando.) ¿Qué es lo que hay que preguntarme a mí, Laura?

ERNESTO: A ti, Cosme…

EL OTRO: ¡No, sino el otro!

LAURA: Quiere preguntarte mi hermano, que no te conocía…

ERNESTO: Ni puedo decir que le conozco…

El Otro Ni yo a mí mismo.

LAURA: Quiere preguntarte por el misterio de esta casa…

EL OTRO: ¿Por el mío?

ERNESTO: Sí, por tu misterio y el del día fatal en que, ausente tu mujer y tú encerrado aquí solo, con…

EL OTRO: ¡Con el otro!

ERNESTO: Diste en esta extraña manía. Y te ruego, Cosme, que le dejes al otro y no nos marees más con él…

EL OTRO: ¿Que le deje? Fácil es decirlo…

ERNESTO: ¡Bueno, pues revienta de una vez y descárgate de ese peso!

EL OTRO: (Se pasea silencioso, siguiéndole los otros con la mirada, como a quien discute a solas.) Pues bien: sí, como si persisto, esto que me roe dentro estallará afuera y gritaré despierto lo que, sin duda, declaro en sueños cuando me encierro a dormir, voy a echarlo fuera. Y vas a ser tú, Ernesto, quien lo sepas. ¡Laura, vete!

LAURA: Pero…

EL OTRO: ¡Que te vayas he dicho!, ¡que te vayas! Eres tú quien no debe saberlo. Aunque… ¿lo sabes?

LAURA: ¿Yo? Tu Laura…

EL OTRO: Mi Laura vive ya como si viviera con un muerto. Vete, que voy a ver si confesándome con tu hermano me doy nueva vida, resucito. ¡Vete! ¡Que te vayas he dicho! ¡Vete, vete!

(Se va LAURA.)

Escena IV

EL OTRO y ERNESTO. EL OTRO se va a la puerta, que cierra por dentro con llave, y se guarda ésta después de haberla mordido. Vase a ERNESTO y le invita a sentarse frente a él en otro sillón frailero, separado por una mesita. Siéntase, apoya los codos en la mesita, y en las palmas de las manos la cabeza, y dice:

EL OTRO: Pues vas a oír mi confesión… No, no, que estás seguro…

ERNESTO: Estoy tranquilo…

EL OTRO: Las gentes temen tanto quedarse a solas con uno a quien tienen por loco, siempre peligroso, como temen entrar de noche y a solas en un camposanto. Un loco, creen, es como un muerto. Y tienen razón, porque un loco lleva dentro de sí a un muerto…

ERNESTO: ¡Acaba!

EL OTRO: ¡Pero si no he empezado!…

ERNESTO: ¡Pues empieza!

EL OTRO: ¡Empiezo! Hará de esto…, no me acuerdo… Tu hermana, mi mujer, se fue a arreglar unos asuntos de familia, y yo la dejé ir sola porque deseaba quedarme solo, revisar papeles, quemar recuerdos, hacer abono de ceniza en la memoria… Necesitaba hacer cuentas, ponerme en paz conmigo mismo. Y un atardecer, estando aquí donde estoy… pero, ¿estoy aquí?

ERNESTO: Cálmate, Cosme.

EL OTRO: ¡El otro, el otro!

ERNESTO: Cálmate, que estás conmigo…

EL OTRO: ¿Contigo? ¿Conmigo? Estaba, pues, como te digo, aquí conmigo, cuando me anunciaron al otro, y me vi entrar a mí mismo por ahí, por esa puerta… No, no te alteres ni temas. Y, en todo caso, toma la llave. (Se la da.) ¡Ah!, pero dime si guardas alguno de esos espejitos para atusarte pelo y bigote…

ERNESTO: Sí, aquí lo tengo. (Lo saca y se lo da.)

EL OTRO: Un espejo y una llave no pueden estar juntos… (Rompiéndolo y tirándolo.)

ERNESTO: Vamos, sigue, que me…

EL OTRO: No temas. Me vi entrar como si me hubiese desprendido de un espejo, y me vi sentarme ahí, donde tú estás… No te palpes, no; no estás soñando… eres tú, tú mismo… Me vi entrar, y el otro…, yo…, se puso como estoy, como estás… (ERNESTO cambia de postura.) Y se me quedó mirando a los ojos y mirándose en mis ojos. (ERNESTO, inquieto, baja la vista.) Y entonces sentí que se me derretía la conciencia, el alma; que empezaba a vivir, o mejor a desvivir, hacia atrás, a redro tiempo, como en una película que se haga correr al revés… Empecé a vivir hacia atrás, hacia el pasado, a reculones, arredrándome… Y desfiló mi vida y volví a tener veinte años, y diez, y cinco, y me hice niño, ¡niño!, y cuando sentía en mis santos labios infantiles el gusto de la santa leche materna…, desnací…, me morí… Me morí al llegar a cuando nací, a cuando nacimos…

ERNESTO: (Intentando levantarse.) ¡Descansa!

EL OTRO: ¿Descansar? ¿Descansar yo ya? Pero ¿no me decías que me descargase? ¿Y cómo quieres que descanse sin descargo? No, no te levantes…, vuelve a sentarte y… guarda la llave. Estoy inerme. ¿O es que te duele lo del espejito?

ERNESTO: Es que…

EL OTRO: Sí, es que es peligroso hallarse encerrado con un loco, con un muerto, ¿no es eso? Pero oye…

ERNESTO: Acaba, pues.

EL OTRO: Al rato me fue retornando la conciencia, resucité; pero sentado ahí, donde tú estás, y aquí, donde estoy, estaba mi cadáver… ¡Aquí, en este mismo sillón, aquí estaba mi cadáver…, aquí… aquí está! ¡Yo soy el cadáver, yo soy el muerto! Aquí estaba…, lívido… (Se tapa los ojos.) ¡Aún me veo! ¡Todo es para mí espejo! ¡Aún me veo! Aquí estaba, lívido, mirándome con sus ojos muertos, con sus ojos de eternidad, con sus ojos en que se quedó, como en trágica placa, la escena de mi muerte… Y para siempre…, para siempre…

ERNESTO: ¡Pero descansa, hombre, descansa!

EL OTRO: ¡Ah!, no, ya no podré descansar nunca…, nunca…, ni muerto… Lo cogí y —¡cómo pesaba!, ¡cómo pesa!— lo bajé ahí, a una bodega, y allí lo encerré y allí lo tengo encerrado…

ERNESTO: Bueno…

EL OTRO: ¡No hay bueno que valga! ¡Porque ahora mismo te vas a venir conmigo, a la bodega, a que te enseñe el cadáver del otro, del que se murió aquí!… Ahí abajo está, a oscuras, muriéndose a oscuras…

ERNESTO: ¡Pero, Cosme!…

EL OTRO: Ven, hombre, ven y no tengas miedo al muerto: ven… Yo iré por delante y tú detrás, y si tienes arma, apuntándome…

ERNESTO: No digas esas cosas…

EL OTRO: ¿Decir? ¡Bah, decir!… Lo terrible es hacer…, hacer… Ven a ver al otro muerto… Yo por delante…

(Vanse y queda la escena desierta. Al rato llaman a la puerta. La voz de LAURA desde fuera.)

LAURA: ¡Cosme! ¡Cosme! ¡Cosme! Abre. (Silencio.) ¡Cosme! ¡Cosme! ¡Cosme! ¡Abre!

AMA: ¿Por qué se habrán encerrado? ¡Cosme, hijo!

LAURA: No se oye a nadie… ¿Dónde estarán?

AMA: No temas, pues Ernesto está con él…

LAURA: ¡Ernesto! ¡Ernesto! ¡Ernesto! Habrá que echar abajo la puerta…

AMA: Espera. ¡Cosme, hijo!

LAURA: ¡Cosme! ¡Ernesto!

AMA: Pero ¿qué temías?

LAURA: No lo sé; pero ahora le tengo más miedo que nunca… ¡Cosme! ¡Cosme!

AMA: Cosme, hijo mío, abre.

LAURA: ¡Cosme, ábrenos, no nos encierres así; ábrenos!

EL OTRO: (Entrando seguido de ERNESTO, que llega horrorizado.) ¡Allá voy! ¡Allá voy! ¡Abre, Ernesto!

ERNESTO: ¡Allá vamos! (ERNESTO, sin perder de vista al OTRO, abre la puerta.)

LAURA: (Entrando.) ¡Ah! ¡Gracias a Dios! ¡Tú!

EL OTRO: ¿Qué quieres, Laura? ¿Qué queréis de mí?

LAURA: ¿Tú?

EL OTRO: Sí, yo…, yo, el mismo.

ERNESTO: (A LAURA, señalando al OTRO con la llave.) Ahí te dejo con él, con tu marido, que yo tengo que hablar con el ama. (Tomando a ésta aparte.) ¿Qué misterio hay en esta casa?

AMA: En todas…

ERNESTO: Pero ¿y un cadáver que se amojama ahí en la bodega a oscuras y que, en cuanto se puede rastrear, se diría que es del propio Cosme?

AMA: ¡Pobre hijo mío!

ERNESTO: ¿De quién es?

AMA: Vaya, que le ha contagiado, como a su mujer, de su locura…

ERNESTO: Pero si lo he visto, si lo he visto con estos ojos que se comerá la tierra… Me lo enseñó a la luz de una cerilla, y volviendo la cara… Aquí hay un misterio.

AMA: Deje a los misterios que se amojamen también.

ERNESTO: Acaso un crimen…

AMA: Deje podrirse a los crímenes. ¡Pobres hijos míos! Y de eso del muerto a oscuras no le diga nada a la pobrecita Laura. No debe saber nada de eso…

ERNESTO: Pero hay que aclararlo…

AMA: Sin que ella lo sepa… Y vaya a calmarla, que no sé bien por qué se le ha exacerbado el espanto…: No sé qué quiere, qué teme de su marido… Vaya a calmarla… (Al OTRO.) Oye, hijo, ven…

(EL OTRO deja a LAURA con ERNESTO y se va al AMA.)

AMA: Pero, hijo, ¿qué hiciste?

EL OTRO: ¡Ama!

AMA: ¿Qué hiciste de ti?

EL OTRO: ¿Qué hizo de mí?, dirás…

ERNESTO: (A LAURA.) No insistas, porque no me lo has dicho todo…, todo lo que hay en esta casa.

LAURA: ¿Y qué hay?

ERNESTO: Nada me has dicho del otro, Laura.

LAURA: ¿Tú también? ¿Tú con él?

ERNESTO: No sé quién es tu marido.

LAURA: Ni yo…

ERNESTO: ¿Cómo le conociste? ¿Cómo te casaste con él?

LAURA: Ya te lo contaré; pero ahora déjame. Me da Cosme más miedo que nunca. Cuando al ir a encerrarse contigo me dijo «¡Vete!», le vi el fondo del alma. Mírale, parece atravesar el suelo con su mirada mientras oye al ama.

ERNESTO: Sí, mira debajo del suelo…

AMA: Lo recelaba…, lo había adivinado… Adiviné, sí, lo del día del Destino, lo leía en tus ojos…

EL OTRO: Ojos de muerto…

AMA: Adiviné lo que hiciste con…

EL OTRO: ¡No lo nombres! ¡Yo soy el otro! Y tú, ama, tú no sabes ya quien soy…, lo olvidaste, ¿no es así?

AMA: ¡Sí, lo he olvidado! ¡Y te he perdonado!

EL OTRO: ¿Y al otro?

AMA: He perdonado también al otro. Os he perdonado a los dos…

EL OTRO: ¡Madre! Pero y éstos, ¿lo sabrán?

ERNESTO: (Al OTRO.) Ahora empieza aquí otra vida.

EL OTRO: Otra muerte, querrás decir.

ERNESTO: Hay que iluminar, limpiar esta casa… ¡Luz! ¡Luz!

EL OTRO: ¿Luz? ¿Para qué luz?

ERNESTO: Para que os veáis, para que nos veamos todos.

AMA: Mejor no verse…

EL OTRO: Verse es morirse, ama. O matarse. Y hay que vivir, aunque sea a oscuras. Mejor a oscuras.

AMA: Y ahora a ser tú mismo, a salvarte.

(Telón.)

Acto II

Escena I

ERNESTO, LAURA y el AMA.

ERNESTO: ¡Ahora, ama, la verdad, toda la verdad!

AMA: ¿Toda la verdad? No hay quien la resista. Yo no quiero saber nada; yo lo he olvidado todo; yo no conozco ya a nadie. Los dos eran como mis hijos… Al uno lo crie yo, al otro, su madre; pero a los dos les quería como madre yo, el ama. Los dos…

ERNESTO: Pero ¿qué dos?

AMA: Los dos mellizos. Cosme y Damián…

ERNESTO: ¿Qué es eso, Laura?

AMA: Sí, que se lo cuente su hermana. No quiero volver a saberlo. Yo me voy. (Aparte, a ERNESTO.) ¡Y de lo otro… ni palabra! (Vase.)

Escena II

ERNESTO y LAURA.

ERNESTO: ¿Qué es ello?

LAURA: Te lo voy a decir… Cuando llegué yo a Renada, con nuestro padre —¡Dios lo tenga en gloria!—, me encontré con dos mellizos, Cosme y Damián Redondo, tan parecidos, que no había modo de distinguirlos. ¡Dos arrebatados ambos! Enamoráronse de mí, frenéticamente, de donde nació un íntimo odio, por celos, entre ellos, un odio fraternal y entrañable. Como yo no los distinguía —ni una señal visible que los diferenciara—, no tenía por qué preferir el uno al otro y, además, era un peligro que casándome con el uno se quedase el otro cerca…

ERNESTO: ¡Haber rechazado a los dos!

LAURA: ¡Imposible! ¡Me conquistaron! Me hacían la corte como dos torbellinos. La rivalidad era feroz. Empezaron a odiarse como no es decidero. Llegué a temer, llegaron a temer que se mataran el uno al otro, algo así como un suicidio mutuo. Y yo, que me despedazaran moralmente. No había manera de resistirlos. Y así, con su furor, me ganaron…

ERNESTO: ¿Cuál de ellos?

LAURA: Los dos…, uno…, el otro. Y decidieron que el que no se casara conmigo se ausentase. Yo no asistí a la decisión. Me aterraba verlos juntos. La escena me figuro que debió de ser espantosa…

ERNESTO: No, sino de un frío y de una quietud infernales…

LAURA: No sé, no supe, no quise saber cómo lo decidieron. Habían de separarse para siempre… Me casé con el que se quedó, con éste, con Cosme…

ERNESTO: Pero ¿éste… es Cosme?

LAURA: ¿Pues quién si no?

ERNESTO: El otro, como él dice…

LAURA: ¿Quién? ¿Damián? ¡Qué ocurrencia!

ERNESTO: ¡Sosiégate!

LAURA: Es que hay para volverse loca… Cualquiera diría que tú te has vuelto ya… Suponer que éste, el mío, es el otro…

ERNESTO: ¡Sigue!

LAURA: Me casé con Cosme, y Damián se fue. Mi padre murió en seguida, y no debieron de ser ajenos a su muerte los quebraderos de corazón que le dieron mis dos furiosos pretendientes… Y algo después nos escribió Damián que él se casaba. Me alegré, porque me resolvía un temor, el de que un día volviese… Cosme se fue a la boda de su hermano…

ERNESTO: ¿Y tú?

LAURA: Yo no, no quise, no debí, y no he vuelto a verle…

ERNESTO: ¿A cuál de ellos?

LAURA: ¡Hombre a Damián! Y después ocurrió lo de haberse trastornado mi marido, estando yo fuera. Cuando volví lo encontré… ¡otro!

ERNESTO: Como él se dice… Es que había vuelto…

LAURA: ¡El otro…, sí!

ERNESTO: ¿Damián?

LAURA: ¡Damián no…, el otro!

AMA: (Entrando.) Aquí hay, Laura, una señora que necesita verte. Viene muy alterada… ¿Le digo que entre?

LAURA: ¡Que entre! Y quédate, Ernesto.

(El AMA se va.)

Escena III

ERNESTO, LAURA y DAMIANA.

DAMIANA: (Entrando.) ¿Laura, la mujer de Cosme Redondo?

LAURA: Soy yo. Y éste, mi hermano Ernesto.

DAMIANA: Pues yo soy Damiana, la mujer de Damián, tu cuñado, y vengo a saber qué habéis hecho del mío…

LAURA: ¿Yo, qué he hecho del tuyo? ¿Yo?

DAMIANA: Hace poco más de un mes me dijo que venía a ver a su hermano, a tu Cosme; que venía a veros, y como no me escribiera, escribí a Cosme preguntándole por él, y sin respuesta… ¡Y otra vez, y otra, y… nada! Y he venido a que me diga qué es lo que ha hecho de su hermano…

LAURA: ¿Qué ha hecho de su hermano… quién?

DAMIANA: Tu marido… ¿O qué has hecho del mío?… Laura

¿Yo?

DAMIANA: Sí, tú. Y en todo caso, qué habéis hecho de él tú y tu marido, del mío.

LAURA: ¿Del tuyo?

DAMIANA: ¡Sí, del mío! ¿Qué habéis hecho del mío…?

LAURA: Pero yo…

DAMIANA: ¿Dónde le tenéis?

LAURA: ¿Qué dónde le tenemos? ¿Yo?…

DAMIANA: ¡Yo…, yo…, yo…, dale! ¿Dónde le tenéis?

LAURA: Pero…

DAMIANA: Llama a tu marido, o quien sea…, llámale, y que me diga qué ha hecho del mío… ¡Llámale!

LAURA: Pero no dé voces así…

DAMIANA: Sí, daré voces… Llámale, he dicho, llámale. ¡Y dame lo mío!

Escena IV

Dichos y EL OTRO. Entra EL OTRO pausadamente. DAMIANA va a abrazarle, pero él se arredra, se mira las manos y luego se tapa los ojos con ellas y sacude la cabeza en signos negativos.

DAMIANA: ¡Damián!

LAURA: ¡No, es Cosme!

EL OTRO: ¿Yo? ¡El otro! Ya lo tengo dicho: ¡el otro!

LAURA: (Que acude a él como en defensa.) Pero tú eres Cosme, mi Cosme…

EL OTRO: ¡El otro, he dicho! ¡El otro del otro! ¿Ya estáis aquí las dos furias? ¿Venís a perseguirme? ¿A atormentarme? ¿A vengaros? ¿A vengar al otro? ¿Ya estáis aquí las furias? Tú, Laura…; tú, Damiana…

DAMIANA: Pero, ¿dónde está mi Damián?

ERNESTO: Su Damián, señora, o el otro, tu Cosme, Laura, está muerto y encerrado a oscuras en la bodega, (Al OTRO.) ¡Asesino! ¡Fratricida!

EL OTRO: (Cruzándose de brazos.) ¿Yo? ¿Asesino yo? Pero, ¿quién soy yo? ¿Quién es el asesino? ¿Quién el asesinado? ¿Quién el verdugo? ¿Quién la víctima? ¿Quién Caín? ¿Quién Abel? ¿Quién soy yo, Cosme o Damián? Sí, estalló el misterio, se ha puesto a razón la locura, se ha dado a luz la sombra. Los dos mellizos, los que como Esaú y Jacob se peleaban ya desde el vientre de su madre, con odio fraternal, con odio que era amor demoníaco, los dos hermanos se encontraron… Era al caer de la tarde, recién muerto el sol, cuando se funden las sombras y el verde del campo se hace negro… ¡Odia a tu hermano como te odias a ti mismo! Y llenos de odio a sí mismos, dispuestos a suicidarse mutuamente, por una mujer…, por otra mujer…, pelearon… Y el uno sintió que en sus manos, heladas por el terror, se le helaba el cuello del otro… Y miró a los ojos muertos del hermano por si se veía muerto en ellos… Las sombras de la noche que llegaba envolvieron el dolor del otro… Y Dios se callaba… ¡Y sigue callándose todavía! ¿Quién es el muerto? ¿Quién es el más muerto? ¿Quién es el asesino?

ERNESTO: ¡Tú eres el asesino, el verdugo, tú! En aquel atardecer tu hermano vino a verte, peleasteis, seguramente que por celos, y tú mataste a tu hermano…

EL OTRO: ¡Cabal! Pero en defensa. ¿Y quién soy yo?

ERNESTO: ¿Tú? ¡Caín!

EL OTRO: ¡Caín! ¡Caín! ¡Caín! Me lo digo yo a mí mismo todas las noches, en sueños, y por eso duermo solo, encerrado y lejos de todos. ¡Para que no me oigan…, para que no me oiga yo a mí mismo!… ¡Pobre Caín! ¡Pobre Caín! Pero también me digo que si Caín no hubiera dado muerte a Abel, Abel habría matado a Caín… ¡Era fatal! Ya de chicos en la escuela, era broma preguntarle a otro de sopetón: «¿Quién mató a Caín?». Y el preguntado solía caer y replicaba: «Su hermano Abel». Y así fue. Y, en todo caso, ¿se es Caín por haber matado al hermano, o se le mata por ser Caín?

ERNESTO: Es decir, que si…

EL OTRO: Es decir, que si el que quieras de los dos, el uno…

ERNESTO: ¡Sí!

EL OTRO: Si el uno no mata al otro, el otro habría matado al uno.

ERNESTO: ¿Y tú?

EL OTRO: ¿Yo? Uno y otro, Caín y Abel, ¡verdugo y víctima!

Escena V

Dichos, el AMA y DON JUAN.

AMA: (Entrando con DON JUAN.) Como nos hemos percatado de lo que pasa…

DAMIANA: ¡Ama!

AMA: ¡Aguarda, Damiana! Como me he percatado de lo que pasa y veo que se descubre el misterio —no que se aclare—, he traído a don Juan, porque esto hay que encubrirlo, hay que enterrarlo aquí…

ERNESTO: El enterrado es el otro.

EL OTRO: ¡No, soy yo!

AMA: Mire, don Juan: uno de mis dos hijos —pues tan mío es el que crie como el otro, aunque no hubiese parido a ninguno de ellos—, uno de mis hijos ha matado al otro, que parece que está ahí abajo, enterrado o cosa así, y hay que arreglar esto, don Juan. Entre todos, entre los seis tenemos que enterrar en esta casa el misterio, y que no trascienda, que no se sepa nada fuera, que el mundo no se entere. Y que usted, don Juan, no tenga que certificar nada. Como si nada se supiese del… desaparecido. ¡Pobre hijo mío!

DAMIANA: ¡Aún falta lo del hijo…, del mío!

DON JUAN: ¿Qué hijo, señora?

AMA: ¡El que sea!

DON JUAN: Pero usted los distinguía, los distingue…

AMA: Ahora no, que son uno…

DON JUAN: Pero el muerto…

AMA: Muertos ya los dos…

EL OTRO: ¡Así es y así será!

DON JUAN: Mejor, sí, ocultarlo. Es decir, si la viuda…

ERNESTO: ¿Y quién es?

EL OTRO: ¿Qué, calláis? ¿Quién de vosotras reclama como viuda? ¿Queréis ser viudas las dos? ¿O las dos mis mujeres? ¿A quién queréis? ¿Al muerto o al otro, al más muerto? Pero, ¡ah! Vosotras queréis al matador, a Caín, siquiera por compasión, ¡pobrecito Caín! Pero yo os digo que también merece compasión Abel, ¡pobrecito Abel!

ERNESTO: Dejémosle con su conciencia. Y ahora (A DAMIANA.) quédese, señora, en esta nuestra casa…, o suya…, y espere a que todo se aclare. Mas antes vengan conmigo a la bodega a que les enseñe… el otro.

(Vanse ERNESTO, LAURA, DAMIANA y DON JUAN.)

Escena VI

EL OTRO y el AMA.

AMA: Pero, hijo mío, hijo mío, ¿qué has hecho de tu hermano?

EL OTRO: (Sollozando.) Le llevo dentro, muerto, ama. Me está matando…, me está matando…, me está matando… Acabará conmigo… Abel es implacable, ama, Abel no perdona. ¡Abel es malo! Sí, sí; si no le mata Caín, le habría matado a Caín. Y le está matando…, me está matando Abel. Abel ¿qué haces de tu hermano? El que se hace víctima es tan malo como el que se hace verdugo. Hacerse víctima es diabólica venganza. ¡Ay, ama!

AMA: Mira…

EL OTRO: (Tapándole la boca.) Ya te tengo dicho que no le nombres…

AMA: Pero dime aquí, al oído del corazón… ¡Si lo he olvidado, lo he olvidado!… Tú eres, tú serás para mí los dos. Porque los dos sois uno. Víctima o verdugo, ¿qué más da? ¡El uno es el otro!

EL OTRO: Ésa, ama, ésa es la santa verdad. Todos somos uno…

AMA: Ven acá. (Arrimándole a su pecho.) ¿Te acuerdas cuando no estaban secos? ¿Cuando en ellos bebías vida? Alguna vez os cambié con vuestra madre, los dos os amamantasteis a mis pechos, los dos a los de ella… Os cambiábamos y yo cambiaba de pechos. Una vez de éste, el del lado del corazón; otra vez del otro…

EL OTRO: ¡El del lado del hígado!

AMA: Y hoy… están secos.

EL OTRO: ¡Más los de la madre que nos parió!

AMA: Son ya tierra…

EL OTRO: Y tierra el otro… y tierra yo…

AMA: ¿Por qué le odiabas, hijo mío?

EL OTRO: Desde pequeñitos sufrí al verme fuera de mí mismo…, no podía soportar aquel espejo…, no podía verme fuera de mí… El camino para odiarse es verse fuera de sí, verse otro… ¡Aquella terrible rivalidad a quién aprendía mejor la lección! Y si yo la sabía y él no, que se la atribuyeran a él… ¡Distinguirnos por el nombre, por una cinta, por una prenda!… ¡Ser un nombre! Él, él me enseñó a odiarme…

AMA: Pero era bueno…

EL OTRO: Nos hicimos malos los dos… Cuando uno no es siempre uno se hace malo… Para volverse malo no hay como tener de continuo un espejo delante, y más un espejo vivo, que respira…

AMA: Y luego… ¡la mujer!…

EL OTRO: Las mujeres, ama, las mujeres…, una y otra, la seducida y la seductora…

AMA: Vivimos en la tierra…

EL OTRO: En el misterio, ama, en el misterio… Y tú con mi madre nos enseñasteis a rezar… Todo doble…, todo doble… ¡Dios también doble!…

AMA: ¿Doble? ¿Dios?

EL OTRO: ¡Su otro nombre es el Destino!

AMA: ¡La Fatalidad!

EL OTRO: Esa es otra…, la mujer del Destino… ¡Dios es también otro!…

AMA: ¡Cómo te has puesto esa pobre cabeza, hijo mío!

EL OTRO: No, sino cómo me la ha puesto Él, Dios, el Destino, el Otro del cielo. Y no la cabeza, ¡no!…, ¡el corazón! ¡Se me quiere estallar! ¡Y el corazón es tierra!

AMA: ¡Resígnate!

EL OTRO: Recuerdo, ama, cuando él y yo, los dos juntos, vimos la tragedia de Edipo, el grandísimo pesquisa, el «detective» divino… Parece cosa de Gran Guiñol, absurda, y es lo más íntimo de la verdad y de la vida. Él también tuvo que resignarse…

AMA: ¡Pues resígnate!

EL OTRO: Pero ¿y ellas? ¿Las furias? ¿Esas furias con que me persigue y atormenta el Destino, el mío, mi Destino y el del otro? ¿Esas furias de la Fatalidad, esas dos viudas…, esas furias desencadenadas?

AMA: ¡Hay que aplacarlas!

DAMIANA: (Desde dentro.) ¡Que me den el mío!

EL OTRO: ¿El suyo?

DAMIANA: (Idem.) ¡Que me den el mío!

EL OTRO: ¿Quién es el suyo, ama?

AMA: ¿Lo sabes tú?

EL OTRO: ¿Yo? Yo no sé quién soy…

DAMIANA: (Idem.) Que me den el padre…

EL OTRO: ¿Padre? No sé quién soy…

AMA: Yo, menos…

(Telón.)

Acto III

Escena I

EL OTRO. En el fondo de la escena, un espejo de luna y de cuerpo entero, tapado por un biombo; EL OTRO se pasea cabizbajo y gesticulando como quien habla para sí, hasta que al fin se decide, separa el biombo y se detiene ante el espejo, crúzase de brazos y se queda un momento contemplándose. Se cubre la cara con las manos, se las mira, luego se las tiende a la imagen espejada como para cogerla de la garganta, mas al ver otras manos que se vienen a él, se las vuelve a sí, a su propio cuello, como para ahogarse. Luego, presa de grandísima congoja, cae de rodillas al pie del espejo, y apoyando la cabeza contra el cristal, mirando al suelo, rompe a sollozar.

Escena II

EL OTRO y LAURA. En este momento aparece LAURA, que se le queda observando, se le acerca de puntillas por detrás y le pone una mano en el hombro.

EL OTRO: (Volviéndose, sobresaltado.) ¿Quién?

LAURA: Yo, tu Laura.

EL OTRO: ¿Tú…, mi…, mi qué?… Mi…

LAURA: ¡Sí, tu Laura!

EL OTRO: ¿Tú, mi mujer?

LAURA: Sí, ¿no eres tú el mío?

EL OTRO: ¿El mío? ¡El mío…, no! ¡Sí…, mi asesino! Y no sé si fui homicida o suicida.

LAURA: No pienses en eso, deja al muerto y…

EL OTRO: ¿Quién es el muerto? Tu hermano se ha constituido en mi carcelero hasta que aclaren esto. Pero yo…

LAURA: (Haciéndole levantarse del suelo.) Ante todo, deja el espejo y no te atormentes así… No te mires, no te mires…

EL OTRO: (Levantándose.) ¡Al muerto!

LAURA: (Coge el biombo y vuelve a cubrir el espejo. Se lleva al OTRO a un sofá, donde le hace sentarse.) No vuelvas a mirarte… no te mates así…, vive, vive, vive… Yo sé bien quién eres tú…

EL OTRO: Ya lo ves, tu hermano, Ernesto, mi cuñado…

LAURA: ¿Tu cuñado? ¿Luego yo soy tu mujer?

EL OTRO: Haz cuenta, y sea yo quien fuere…

LAURA: Pero tú eres…

EL OTRO: El otro, ya te lo he dicho. Tu hermano se ha constituido en mi carcelero, mi loquero, hasta que se aclare esto. Pero yo…

LAURA: Tú…, yo sé bien quién eres… ¡No lo he de saber! Y yo soy la tuya…

EL OTRO: Sea yo quien sea…

LAURA: Si, seas quien fueres, porque… (Se le acurruca en el regazo, zalamera, y le acaricia, mientras él le besa en la cabeza.) Mira, desde que recibí tu primer beso después del… hecho…

EL OTRO: Del asesinato… ¡Di el nombre!

LAURA: Después de aquello, que sé que lo tuviste que hacer en defensa propia.

EL OTRO: Todo asesinato se comete en defensa propia. Todo asesino asesina defendiéndose. Defendiéndose de sí mismo…

LAURA: Deja esas cavilaciones y ven…

EL OTRO: Sí, a ti. Tú quieres que olvide…

LAURA: ¡Claro!

EL OTRO: Pues no puedo olvidar…

LAURA: Desde que recibí tu primer beso, Damián.

EL OTRO: (Rechazándola.) ¡Eh! Yo no soy Damián…, yo no soy Cosme, ya te lo tengo dicho…

LAURA: (Arrimándosele de nuevo.) No, si no me engañas…, si te conozco… Aquel beso sabía a sangre, y sé que le mataste…

EL OTRO: ¿Por ti, no?

LAURA: ¡Sí, por mí!

EL OTRO: No te reconozco, ¿quién eres?

LAURA: Laura, tu Laura…

EL OTRO: ¡Mi Laura!, pero ¿la de quién?

LAURA: La de cualquiera de los dos… ¡La tuya!

EL OTRO: Lo que tú quieres es saber a qué saben los besos del otro, quieres a Caín y no a Abel, al que mató…

LAURA: ¡Por mí!

EL OTRO: ¿Y si fuese el tuyo, pero que mató al de la otra para gozar de ella?

LAURA: ¡Imposible! ¡Imposible! Aunque… no sé…

EL OTRO: ¡Cuánto sabes! Para saber, una mujer enamorada… ¿Luego estabas enamorada de Damián, no de Cosme, no de tu Cosme? Vamos, ¡contesta! ¿Estabas enamorada del marido ajeno? ¡Contesta, Laura!

LAURA: ¡Yo… de ti!

EL OTRO: Di. Cuando, llegada tú a Renada, te requerimos, casi te exigimos los dos de amores, ¿de quién de nosotros te prendaste? ¿De los dos?

LAURA: ¡Como no os distinguía!…

EL OTRO: Es que el amor debe distinguir…

LAURA: ¡Pero si no os diferenciabais!…

EL OTRO: ¿Que no? ¡Ah, terrible tortura la de nacer doble! ¡De no ser siempre uno y el mismo!

LAURA: ¿Y por eso empezasteis a odiaros el uno al otro?

EL OTRO: Y cada uno a sí mismo. El celoso se odia a sí mismo. Se odia a sí mismo el que no se siente distinguido… Y tú…, tú…, tú… (Oprimiéndole la cabeza.), tú deseabas…

LAURA: ¡A ti!

EL OTRO: ¡No, sino al otro! Siempre al que no tenías delante, al ausente, y cuando nos veías juntos odiabas a los dos. Pero, ¿a quién deseabas? Vamos, ¿a quién?

LAURA: ¡A ti! Ya te lo tengo dicho, a ti, a ti, a ti, a ti. ¡Al otro!

EL OTRO: Siempre se desea al que no se posee… ¿Y ahora?

LAURA: Ahora…

EL OTRO: Ahora, sí…

LAURA: A ti, a ti, a ti, ¡siempre a ti!

EL OTRO: No, sino al muerto…, ¡al otro!

LAURA: Pero el otro…

EL OTRO: Cierto, ¡soy yo!

LAURA: Mío…, mío…, mío…

EL OTRO: Tuyo… ¿Quién?

LAURA: Tú.

EL OTRO: ¿Y yo, quién? ¿En qué me conoces? ¿Dónde la señal? (LAURA intenta, como jugando, desnudarle el pecho.) ¡Quietas las manos!

LAURA: ¿No me dejas que la busque?

EL OTRO: Sí, sí, mujer al cabo, más curiosa que amorosa. ¿Cómo será el otro por dentro? ¿En qué se diferenciarán? ¿Dónde estará el lunar, la mancha oculta que los distingue? Pero ¿sabes, acaso, si el otro no tiene la misma señal?

LAURA: ¿La que yo puse?

EL OTRO: ¡Quietas…, quietas las manos! Por eso no me he dejado nunca desnudo y dormido a tu alcance. ¡Quietas las manos! ¡Ah!, sois el disimulo las mujeres…

LAURA: Como desde aquel día…

EL OTRO: Es decir, que no me conoces a mí, al asesino…

LAURA: ¡Pues sí, te conozco!

EL OTRO: (Levantándose.) ¿De veras me conoces? Ven acá. (Le toma la cabeza con las manos y le mira a los ojos.) Mírame bien, ¿qué ves?

LAURA: ¡Sangre!

EL OTRO: ¿Conoces a Caín?

LAURA: ¡Damián! ¡Cosme!

EL OTRO: ¿Conoces a Abel?

LAURA: ¡Cosme! ¡Damián!

EL OTRO: ¿Conoces al otro?

LAURA: Me matas…, me matas… Y ahí la siento a ella… ¡a la otra! (Huye.)

EL OTRO: ¡La otra!

Escena III

EL OTRO y DAMIANA.

DAMIANA: Esto tiene que acabar…

EL OTRO: ¡No, que empezar!

DAMIANA: Cierto; esto tiene que empezar, Cosme…

EL OTRO: ¿Cosme? No, tú sabes bien que soy…

DAMIANA: ¡El mío!

EL OTRO: El tuyo, sí, el que has conquistado, mujer terrible, mujer de sangre…

(Se sientan. DAMIANA le recoge en su regazo dominándole y le acaricia como a un niño.))

DAMIANA: Ya veo lo que sufres… ¡Y por mí! ¡Por mí le mataste!

EL OTRO: ¡Calla, mujer!

DAMIANA: ¿Por qué no me llamas Damiana?

EL OTRO: Ese nombre…

DAMIANA: Te recuerda…, ya sé lo que te recuerda.

EL OTRO: ¡Al otro! ¡A mí!

DAMIANA: Desde que te conocí cuando viniste a nuestra boda, no pude descansar de deseo. En brazos del otro me decía: «¿Cómo será el otro? ¿Cómo sus besos? ¿Será el mismo?».

EL OTRO: ¿Es decir, que al entregarte a mí no eras mía?

DAMIANA: Luego tú eres…

EL OTRO: ¡El otro!

DAMIANA: Quien seas… ¡El mío!

EL OTRO: ¿Pero quién soy? ¿Lo sabes?

DAMIANA: ¡Y tanto!

EL OTRO: ¡Pues yo no! Dicen que estar loco es hallarse enajenado, en ajeno, en otro…

DAMIANA: Pero aún no nos hemos visto…, es decir, no nos hemos vuelto a ver…, no nos hemos visto aún a solas, del todo a solas…

EL OTRO: Sí, visto y… ¡tocado! ¡A solas y desnudos!

DAMIANA: Sí, tengo que desnudarte, como a un niño, para acostarte, para cantarte…

EL OTRO: ¡Para buscar la señal!

DAMIANA: ¡Pero si no la necesito! ¡Si la veo a través de tu ropa… mi señal!

EL OTRO: ¿De veras? ¿Y qué señal? ¿Qué marca?

DAMIANA: ¡La del mío!

EL OTRO: Y entre las dos me estáis matando… Las dos matasteis al uno… las dos mataréis al otro… (Rompe a sollozar.)

DAMIANA: ¡Qué débil! Pero sí, te mataré. Estoy dispuesta a matarte, a matarte de dolor, de remordimiento, si no te confiesas el mío, el que yo conquisté, si no dejas esta casa aborrecible, la del muerto, la de Laura, si no le dejas a ella, si no te vienes conmigo y para mí sola, para mí sola, para mí sola… Deja al muerto, deja a su mujer, a la viuda, deja al loquero y vente conmigo, los dos solos… Ella es la viuda… ¡Sea de quien sea! Porque…, y ahora, ya que estamos solos, toda la verdad: yo os conquisté a los dos, a los dos os hice míos. Y tú no te confiesas, no confiesas quién eres por cobarde. ¡Cobarde! ¡Cobarde!

EL OTRO: ¡Tú nos llevaste a odiarnos, tú nos llevaste a matarnos!

DAMIANA: ¿Yo, o… la otra?

EL OTRO: ¿Celos?

DAMIANA: ¡Sí, horribles! Tú, uno u otro, no puedes ser de ella. ¡Yo os arranqué de ella! La conquistasteis para dividiros, para odiaros, y yo os conquisté para uniros en mi querer…

EL OTRO: Tú acabaste de separarnos, tú… Tú nos envenenaste la vida…

DAMIANA: ¡No yo, sino la otra!

EL OTRO: ¡Las dos sois la otra! Y no os distinguís en nada; mujeres las dos, al cabo. Todas las mujeres son una. Lo mismo da la de Caín que la de Abel. No os distinguís en nada… La misma furia…

DAMIANA: Es que nos odias ya…

EL OTRO: Tanto como me odio…

DAMIANA: (Arrimándosele al oído.) Pero tú me has tenido… me has poseído. No: te he tenido… te he poseído.

EL OTRO: ¿Qué, no lo conoces? ¿No me conoces?

DAMIANA: ¡Sí, te he poseído!

EL OTRO: Entonces no desearías ahora tanto volver a poseerme…

DAMIANA: ¡Por eso!

EL OTRO: ¡No, Damiana, no! ¡No te delates!…

DAMIANA: Es que la otra…

EL OTRO: ¡Ah, ya! Sea yo quien fuere. Cosme o Damián, el que poseíste o no, quieres quitarme a la otra…

DAMIANA: Pero es que yo, en aquellos días que siguieron a la boda, ¿te acuerdas?… Porque ahora, en esta hora de la suprema confidencia, tenemos que confesárnoslo todo: en aquellos primeros días de la luna de miel…

EL OTRO: ¡De hiel!

DAMIANA: Os tuve a los dos, gocé de los dos, de ti y del otro, os engañé a los dos…

EL OTRO: Eso creíste tú; pero entre los dos nos pusimos de acuerdo para engañarte y fingimos creer en tu engaño. Y sólo gozaste de uno. Porque así como los dos quisimos conquistar a la otra, y de allí nació nuestro común odio, así los dos queríamos defendernos de tu furor… El que te cedía en aquellos días era el tuyo, ¡pobrecito!, y el que te rechazaba fingiéndose cansado y harto, era el otro, ¡pobrecito también! Y los dos temíamos a tu furor…

DAMIANA: ¡Mi amor!

EL OTRO: ¡Tu amor… propio! Y fue una lucha trágica. Y cuando creías gozar de los dos, sólo gozabas del uno.

DAMIANA: ¡Y del otro!

EL OTRO: Como quieras…

DAMIANA: ¡De ti!

EL OTRO: ¿Pues no dices que lo sabes?

DAMIANA: ¡Ay, ay, es para volverse loca!

EL OTRO: Y no de amor. Es decir, sí, de amor propio…, de orgullo de hembra.

DAMIANA: Mira, tú… Y ahora voy a darte la prueba de que tú, quienquiera que seas, tienes que ser el mío…

EL OTRO: ¿Prueba?

DAMIANA: Sí, prueba.

EL OTRO: Dámela.

DAMIANA: Voy a ser madre.

EL OTRO: (Horrorizado.) ¿Qué? ¿Qué dices?

DAMIANA: Que voy a ser madre, que llevo un hijo de…

EL OTRO: ¿De quién?

DAMIANA: De ti.

EL OTRO: ¿De mí o del otro?

DAMIANA: De los dos, del uno que sois. Y quien sabe si llevo dos… pues les siento luchar.

EL OTRO: ¿Dos? ¿Dos más? ¡Bah!, estamos locos…

DAMIANA: Sólo los locos engendran.

EL OTRO: Y matan. Y Dios no puede, no debe condenarme a tener hijos, a volver a ser otra vez… otro.

DAMIANA: Pues lo serás. Que te voy a dar… otro, otro tú.

EL OTRO: ¿Otra vez a nacer? ¿Otra vez a morir? ¡Oh, no, no, no!

DAMIANA: ¿De quién el hijo, di?

EL OTRO: Yo no puedo tener hijos. Dios no puede condenarme a tener hijos… a volver a ser otra vez otro.

DAMIANA: ¿Y Laura?

EL OTRO: ¡Ah, la otra!… ¡Las dos son otra! ¡Cállate ya!

DAMIANA: ¿Le dices eso a la otra?

EL OTRO: A la otra… ¡Las dos sois otra!

DAMIANA: Pues que venga, y acabemos. Delante de las dos… ¡escoge! Entre las dos te desnudaremos. ¡Voy por ella!

EL OTRO: (Tratando de detenerla.) No, no, no la traigas, ¡no! ¡No quiero veros juntas!

DAMIANA: ¡Déjame, Caín, mi Caín!

Escena IV

EL OTRO, solo.

EL OTRO: ¡Caín! ¡Caín! ¡Caín! Y ahora, entregado a las furias, a las dos furias, a esta furia sobre todo. Y entre las dos, la seducida y la seductora, la conquistada y la conquistadora, me matarán…

Escena V

EL OTRO, DAMIANA y LAURA.

DAMIANA: Esto se tiene que acabar, Laura, se tiene que acabar. (Dirigiéndose al OTRO.) Tú…

EL OTRO: ¿Quién?

DAMIANA: ¡Caín! ¡Quienquiera que seas! Caín, mi Caín, porque tú eres mi Caín, ya que por mí mataste…

LAURA: No, sino que mató por mí y defendiéndose…

DAMIANA: Defendiéndose o atacando, ¿qué más da? Y es él quien tiene que decidirlo. Tú, Caín, quédate con una, conmigo, con la madre, y a la otra échala o… ¡mátala! Tú, con la madre de tu hijo.

EL OTRO: Yo…, el otro, ¡me quedaré con la otra!

DAMIANA: Y ¿quién es ella?

EL OTRO: ¡La mía!

DAMIANA y LAURA: (A la vez.) Yo…, yo…, yo…

EL OTRO: La que se odie como yo me odio, la que sienta sobre sí el crimen…

DAMIANA: ¡Yo le siento, yo! Y en prueba de que le siento, mátala. Porque si tú no la matas, yo…

EL OTRO: ¿Más muerte?

DAMIANA: ¡Sí, más muerte! La sangre sólo se borra con sangre. Mátala y entiérrala allí abajo, donde está el muerto; con el otro, con el suyo… Porque ella es la del muerto, la del vencido, sea quien fuere.

EL OTRO: ¿El vencido? Y ¿quién es el vencido? ¿Él o yo?

DAMIANA: ¡Tú eres el viviente, tú eres el padre!

LAURA: Y ¿quién es el padre?

DAMIANA: No el tuyo.

EL OTRO: ¡No, yo soy el más muerto!

DAMIANA: Pues bien: si eres el más muerto, mátala.

LAURA: ¡Ah, no, no, no! ¡No más! Con tal de que viva y no se descubra el crimen, sea quien fuere el matador —que yo sé bien quién es—, yo me iré… Te lo dejo… No podemos repartírnoslo… Te lo dejo…

DAMIANA: Como en el juicio de Salomón, ¿eh? ¡Vaya la lista, la aguda, la generosa! Como todas las cobardes, como todas las conquistadas, como todas las seducidas, como todas las queridas…

LAURA: ¿Yo?… ¿Yo… querida?

DAMIANA: ¡Sí, tú, la querida!

LAURA: ¿Y tú?

DAMIANA: ¿Yo? Yo, la conquistadora; yo, la seductora; yo, la queredora; yo… ¡la mujer! La mujer del uno y del otro, ¡de los dos! ¡Y tú sólo la querida! ¡Caín no tuvo querida, tuvo mujer, mujer queredora que le conquistó! La querida era la de Abel… Abel era el conquistador; Caín, el pobrecito, el pobrecito Caín, el conquistado, el seducido, el… ¡querido! ¡Abel no supo sufrir! Tú no has tenido más que al uno, y es él quien te tuvo, y yo tuve a los dos, a los dos, al que te hizo suya y al otro…, ¡a los dos!

LAURA: ¡Mientes…, mientes…, mientes!…

DAMIANA: Los dos fueron míos…, por mí se mataron… Y es más mío éste, el que vive, porque tuvo más fuerza o más suerte, porque logró matar al otro. Y logró matarle por ser más mío. Yo le di fuerza o suerte. Llevo aquí en mi seno… Y ahora hay que vengar esa muerte… Y una muerte sólo se expía…

EL OTRO: ¡Con otra…, lo sé!

DAMIANA: ¿Entonces?

LAURA: Me estáis matando…, me estáis matando… Estás matando a tu Laura…

DAMIANA: ¿Su Laura?… Es mío, mío, mío…, el mío…, mi Caín…, el crimen le hizo mío…

EL OTRO: No deis voces, que nos va a oír el carcelero, el loquero… Y nos va a oír el Destino, el Otro de allí arriba (Señalando al cielo.) y de aquí abajo. (Señalando a la tierra.)

DAMIANA: Que oiga y que venga, y que se acabe esto de una vez… Porque todos hemos enloquecido ya…

Escena VI

Dichos y ERNESTO.

ERNESTO: (Entrando.) ¡Ya está aquí el loquero!

EL OTRO: ¡Y carcelero y juez instructor del crimen!

ERNESTO: ¿Se llegará a saber la verdad?

DAMIANA: Esta, tu hermana Laura, la conquistada, la seducida, la querida, la gatita muerta, le incitó a mi Damián a que matara a su Cosme, Quería saber a qué sabía el otro…

LAURA: No, sino que fue ella, la conquistadora, la tigresa rabiosa, la que, enamorada de mi Cosme, mandó a su marido a que fuese muerto por el mío y hacer de él su querido. Ella era la que quería saber a qué sabía el otro…

DAMIANA: ¡Lo sabía!

ERNESTO: (Al OTRO.) ¿Y tú?

EL OTRO: ¿Yo? Yo no puedo ya conmigo y me voy. La una tira del uno, la otra tira del otro, y entre las dos me desgarran. Es terrible tener que arrastrar consigo estas furias de la Fatalidad, del Destino, desencadenadas… Es terrible tener que llevar a cuestas dos mujeres sobre un muerto… Y es castigo del hombre que conquista una mujer ser conquistado por otra. El seductor acaba en seducido. Y cosa tremenda no poder ser uno, uno, siempre uno y el mismo, uno… ¡Nacer solo para morir solo! ¡Morir solo, solo, solo!… Tener que morir con otro, con el otro, con los otros… Me mata el otro, me mata… Pero, en fin, ¡hágase su voluntad así bajo la tierra como sobre el cielo! ¡Y allá me voy! (Vase.)

Escena VII

ERNESTO, LAURA y DAMIANA.

ERNESTO: Pero oiga, Damiana, esto no puede ni debe seguir así. Ésta, ahora ya mi casa, no puede seguir siendo una casa de locos y un cementerio… Y un infierno… Echaremos tierra al crimen y al muerto, pero…

DAMIANA: ¿Y me he de ir sin mi… Caín? ¡No, no, eso no puede ser, no debe ser! Me llevaré al mío, a mi… querido, lejos, muy lejos, y ella se quedará aquí viuda, con el muerto, con su marido…

LAURA: ¡Llévatelo, te lo he dicho!

ERNESTO: ¡Eso no! No se lo llevará… no se lo puede llevar…

LAURA: Perderé al mío.

DAMIANA: ¿Tuyo? El crimen, sea quien fuere el matador, le hizo mío, mío, mío… Ven acá (Cogiéndola de los brazos y mirándole a los ojos.) ¿No le ves? ¿No le ves?

LAURA: ¡Suéltame, demonio!

DAMIANA: ¿No le ves? ¿No ves la escena? ¿No ves el que te conquistó, uno u otro, conquistado por mí, quedando solo y entero para mí? Porque cuando yo vine, fue llamada por… Caín.

LAURA: ¡Mientes, mientes, mientes!

DAMIANA: ¿Que miento? ¡No, es la verdad! ¡Aquello de que no contestaba a mis cartas sí que era mentira! Me llamó…

LAURA: ¡Mientes, mientes, mientes!

ERNESTO: Aquí mentís todos, ni hay modo de saber la verdad verdadera. Sólo hay una cosa cierta y evidente y es que, quienquiera que sea…, ése es un fratricida que ha traído el más tenebroso infierno a esta casa, y en justicia de Dios merece…

EL OTRO: (Desde dentro.) ¡La muerte! ¡Muera Caín! Caín, Caín, Caín, ¿qué hiciste de tu hermano? (ERNESTO contiene a las dos mujeres que quieren acudir a él, cerrándoles el paso.)

EL OTRO: (Desde dentro.) ¡Laura!

LAURA: ¡Su voz!

EL OTRO: (Desde dentro.) ¡Damiana!

DAMIANA: Esta sí que es su voz.

EL OTRO: (Desde dentro.) ¡Damiana! Ahí te dejamos nuestra maldita simiente, ahí se quedan otros nosotros… Las furias…, ¡las furias! ¡Muera Caín! ¡Muera Abel! ¡Por llave o por espejo, mueran!

(Se oye un cuerpo que cae, mientras las mujeres quedan aterradas. ERNESTO acude a ver lo que ha sido.)

Escena VIII

LAURA y DAMIANA.

LAURA: Tú le has matado… ¡al mío!

DAMIANA: ¡Míos eran los dos! (Deteniendo a LAURA, que quiere salir.) ¿A qué? ¿A ver al otro muerto? Ahora sí que son los dos uno: los dos muertos… ¡Deja a los muertos en paz!

LAURA: Tú le has matado…

DAMIANA: ¡Bah! Ellos se mataron, ellos… ¡pobrecitos! Yo soy la madre.

LAURA: Y el padre, ¿quién? ¿Estás segura de que ese hijo que esperas…

DAMIANA: Que tengo ya…

LAURA: … es de tu… marido?

DAMIANA: Del mío, o del tuyo, es igual.

LAURA: ¡Horror, horror!

DAMIANA: Con horrores se teje la dicha, que es el triunfo. ¡Es la vida, pobrecita Abela machorra, es la vida! Dar vida es dar muerte. Un seno materno es cuna.

LAURA: El tuyo, tumba.

DAMIANA: La tumba es cuna y la cuna tumba. La que da vida a un hombre para que sueñe la vida —sólo el sueño es vida— da muerte a un ángel que dormía la terrible felicidad eterna…, eterna por vacía. La cuna es tumba, el seno materno es sepulcro.

Escena IX

Dichos, el AMA y luego ERNESTO.

AMA: ¿Qué? ¿Se resolvió? (Asomándose a la estancia en que yace EL OTRO.) ¡Hijo mío! ¡Hijo mío! Me lo temía…

ERNESTO: (Volviendo.) ¿Quién es?

AMA: ¿Ahora? ¡El otro! ¡Los dos! Y a enterrarlos juntos.

LAURA: (A DAMIANA.) ¡Asesina! ¡Asesina! ¡Asesina! ¡Caína! ¡Tú les has matado a los dos, tú, Caína!

DAMIANA: ¡Pobrecita… víctima! ¡Pobrecita… querida! ¡Pobrecita viuda de los dos! ¡Pobrecita Abela machorra! Abela ¡la inocente, la pastorcita seducida, la pastorcita enamorada! Lo mismo le daba uno que otro…; era del primero que la tomara…; presa del primer prendedor… ¡Pobre ovejita mansa! ¡Pobrecita Abela! ¡Pobre pastorcita enamorada! ¡Anda, anda, ofrece a tu Dios tus corderitos, pobrecita Abela!… Yo me voy con el mío, con mi hijo… o hijos…, y me llevo a su padre…

AMA: ¿Queréis callaros, furias? ¡Dejad en paz a los muertos!

ERNESTO: Son los muertos los que no nos dejan en paz a los vivos, son nuestros muertos…, ¡los otros!

LAURA: Yo me quiero morir… ¿Para qué vivir ya?

DAMIANA: ¡Yo, no! Yo tengo que vivir para dar vida a otro: al hijo…, o hijos… ¡Qué sé yo si llevo dos!…

LAURA: ¡Horror!

DAMIANA: ¿Horror? Dos, como Esaú y Jacob. Y diga, ama, ¿es que no se peleaban también ellos en el seno de su madre, a ver quién salía antes al mundo?

LAURA: ¿Y cómo lo sabes?

DAMIANA: Es que siento lucha en mi seno. A ver quién saldrá antes al mundo, para sacar después antes al otro del mundo… Tú arrulla a tus muertos, que yo arrullaré a mis vivos. Tú, como no hubo tuyo, no darás vida a otro. La vida mata, pero da vida, da vida en la misma muerte. (Mirándose al seno y cruzando sobre él las manos.) ¡Qué paz, ahora, hijo mío, qué dulce y triste paz sin contenido! Mi… muerto, y tú ¡mi vivo!, ¡vida mía!, ¡hijo mío! (A LAURA.) Ve en paz con tu hermano. Logré la maternidad con guerra, y no espero ya paz. Aquí, en esta misteriosa paz de mi seno, cuna y tumba, renace la eterna guerra fraternal. Aquí esperan acabar de dormir y empezar a soñar… otros.

(Telón.)

Epílogo

ERNESTO, DON JUAN y el AMA, sentados en derredor de una mesita.

ERNESTO: Desde el punto de vista legal, ya no tiene el caso interés alguno. Sea quien fuere el que fue muerto por el otro y luego el que se suicidó, la situación de las dos viudas queda asegurada y no hay por qué ahondar en el crimen de un loco.

DON JUAN: Pero queda el misterio, y los misterios deben ser aclarados…, deshechos…

AMA: ¿Para qué? Dejen que se pudra el misterio como se están pudriendo los dos muertos, ¡pobres hijos míos!

ERNESTO: Pero diga, ama, usted que lo sabe: ¿quién era el muerto? ¿Y por qué se pelearon?

AMA: ¿Qué muerto? ¿El primero o el segundo? ¿El que mató al otro o el que se mató? O, mejor, el que fue muerto por el… uno.

ERNESTO: ¡Es igual! ¿Quién era el único que yo conocí, el que se suicidó?

AMA: ¡Pregúnteselo a él!

DON JUAN: ¡Estaba loco!

AMA: ¡Cabal! Todos lo estamos, mucho o poco. No estando loco no se puede convivir con locos. Y ni él sabría quién era…

DON JUAN: ¿Y ellas?

AMA: ¿Ellas? Locas también…, ¡locas las dos! Locas de deseo de Caín. Cada una de ellas deseaba al otro, al que no conoció a solas, y el deseo las cegó y creyeron que era el otro, el de la otra… Además, las dos acabaron por prendarse locamente del matador, de Caín, creyendo cada una, queriendo creer cada una, que mató por ella… Una mujer que sea mujer, es decir, madre, se enamora de Caín y no de Abel, porque es Caín el que sufre, el que padece… Nadie ha inspirado más grandes amores que los grandes criminales…

ERNESTO: Pero Damiana, cuando llegó acá, a casa, en busca de su marido, ¿le creía desaparecido, o es que vino llamada por el otro, por el marido de Laura, para hacerse suya? ¿O la llamó Damián?

AMA: ¿Y quién lo sabe…?

ERNESTO: Ella, Damiana, dio primero, al llegar, una versión, y después, poco antes de matarse el segundo, dio otra… ¿Cuándo mintió?

AMA: Qué sé yo… Acaso las dos veces.

ERNESTO: ¡No es posible!

AMA: Se miente cuando se vive la verdad en que no se cree… ¿Y para qué escarbar en el misterio?

DON JUAN: ¿Y él? ¿El mismo, ama? Diga, ama, él, en su locura, ¿se creía realmente otro?

AMA: ¡Pobrecito hijo mío! ¡A él, el matador, el remordimiento le hacía creer que era la víctima, que era el muerto! El verdugo se cree la víctima; lleva dentro de sí el cadáver de la víctima, y aquí está su dolor. El castigo de Caín es sentirse Abel, y el de Abel sentirse Caín…

ERNESTO: Desde que entró, por la caída de nuestros primeros padres, los de Caín y Abel, la muerte en el mundo, vivimos muriendo…

AMA: Es que la vida es un crimen…

DON JUAN: ¿Y usted, señora, usted? Usted los distinguía… Si ellas, cegadas por el deseo, no le conocieron, usted, ama, iluminada por el amor maternal, le conocía, le distinguía… ¿Quién era?

AMA: ¡Lo he olvidado! La compasión, la caridad, el amor, olvidan. Yo quiero tanto a Caín como a Abel, al uno tanto como al otro. Y quiero a Abel como a un posible Caín, como a un Caín en deseo… Quiero al inocente por lo que sufre conteniendo dentro de sí al culpable. ¡Cómo les pesa su honradez a los honrados! Tanto como su vicio a los viciosos…

ERNESTO: «La caridad encubre todos los pecados», decía san Pedro.

AMA: La caridad olvida, el perdón es olvido. ¡Ay del que perdona sin olvidar! Es la más diabólica venganza… Hay que perdonarle al criminal su crimen, al virtuoso su virtud, al soberbio su soberbia, al humilde su humildad. Hay que perdonarles a todos el haber nacido…

DON JUAN: Pero queda siempre el misterio…

AMA: ¿El misterio? El misterio es la fatalidad…, el Destino… ¿Para qué aclararlo? ¿Es que si conociéramos nuestro destino, nuestro porvenir, el día seguro de nuestra muerte, podríamos vivir? ¿Puede vivir un emplazado? ¡Cierre los ojos al misterio! La incertidumbre de nuestra hora suprema nos deja vivir, el secreto de nuestro destino, de nuestra personalidad verdadera, nos deja soñar… Soñemos, pues, mas sin buscarle solución al sueño… La vida es sueño…, soñemos la fuerza del sino…

DON JUAN: ¡Pero el secreto! Vivir sin conocer el secreto del pasado…, no saber quién fue, que fue lo que fue…, resignarse así a ignorar… No tener la solución…

AMA: Hombre de ciencia, al cabo…

DON JUAN: No, hombre, hombre…, hombre que quiere conocer el secreto…, el enigma…

AMA: Pues bien, don Juan: usted que es sagaz, recoja todos los recuerdos que del muerto guarde, recoja los recuerdos que los otros guarden de él, estúdielos, repáselos, cotéjelos, y llegará a… su solución.

DON JUAN: ¡Mi solución! Pero no es la mía la que busco, sino la de todos.

ERNESTO: ¡Y yo lo mismo!

DON JUAN: Figurémonos que el caso llegase a hacerse público… ¡Busco la solución pública!

ERNESTO: ¡Esa, la solución pública!

AMA: ¿La solución pública? Es la que menos debe importarnos. ¡Quédese cada cual con la suya y… en paz!

DON JUAN y ERNESTO: (Al mismo tiempo.) Pero, ¿el misterio?

AMA: ¿Quieren saber, señores, el misterio?

DON JUAN: ¡La verdad cura!

ERNESTO: ¡La verdad resuelve!

AMA: (Poniéndose en pie y con solemnidad.) ¡El misterio! Yo no sé quién soy, vosotros no sabéis quiénes sois, el historiador no sabe quién es (Donde dice: «El historiador no sabe quién es», puede decirse: «Unamuno no sabe quién es».), no sabe quién es ninguno de los que nos oyen. Todo hombre se muere, cuando el Destino le traza la muerte, sin haberse conocido, y toda muerte es un suicidio, el de Caín ¡Perdonémonos los unos a los otros para que Dios nos perdone a todos!

ERNESTO: Y usted, ama, seguirá viviendo en esta casa de muerte, en la suya, ama.

AMA: ¿Mía?

ERNESTO: Sí, suya y de los muertos. (Vase.)

AMA: (A DON JUAN.) Nos dejan solos, con ellos…

DON JUAN: Con los locos y los muertos.

AMA: Y los dos mayores misterios, don Juan, son la locura y la muerte.

DON JUAN: Y más para un médico.

(Telón.)


Publicado el 9 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.
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