Pensando en el parcial juicio de Schopenhauer, he pensado en la mayor
enseñanza que se saca de los libros de viajes que de los de la
Historia, de la transformación de esta rama del conocimiento en sentido
de vida y alma, de cuánto más hondos son los historiadores artistas o
filósofos que los pragmáticos, de cuánto mejor nos revelan un siglo sus
obras de ficción que sus historias, de la vanidad de los papiros y
ladrillos. La Historia presente es la vida y la desdeñada por los
desenterradores tradicionalistas, desdeñada hasta tal punto de ceguera,
que hay hombre de Estado que se quema las cejas en averiguar lo que
hicieron y dijeron en tiempos pasados los que vivían en el ruido, y pone
cuantos medios se le alcanzan para que no llegue a la Historia viva del
presente el rumor de los silenciosos que viven debajo de ella, la voz
de hombres de carne y hueso, de hombres vivos.
Todo cuanto se repita que hay que buscar la tradición eterna en el
presente, que es intra-histórica más bien que histórica, que la Historia
del pasado sólo sirve en cuanto nos llega a la revelación del presente,
todo será poco. Se manifiestan esos tradicionalistas de acuerdo con
estas verdades, pero en su corazón las rechazan. Lo que les pasa es que
el presente los aturde, los confunde y marea, porque no está muerto, ni
en letras de molde, ni se deja agarrar como una osamenta, ni huele a
polvo, ni lleva en la espalda certificados. Viven en el presente como
somnámbulos, desconociéndolo e ignorándolo, calumniándolo y denigrándolo
sin conocerlo, incapaces de descifrarlo con alma serena. Aturdidos por
el torbellino de lo inorgánico, de lo que se resuelve sin órbita, no ven
la armonía, siempre in fieri, de lo eterno, porque el presente no se
somete al tablero de ajedrez de su cabeza. Le creen un caos; es que los
árboles les impiden ver el bosque. Es, en el fondo, la más triste
ceguera del alma, es una hiperestesia enfermiza que les priva de ver el
hecho, un solo hecho; pero un hecho vivo, carne palpitante de la
Naturaleza. Abominan del presente con el espíritu senil de todos los
laudatores temporis acti; sólo sienten lo que les hiere, y, como los
viejos, culpan al mundo de sus achaques. Es que la dócil sombra del
pasado la adaptan a su mente, siendo incapaces de adaptar ésta al
presente vivo; he aquí todo: hacerse medida de las cosas. Y así llegan,
ciegos del presente, a desconocer el pasado, en que hozan y se
revuelven.
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