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Este texto, publicado en 1904, está etiquetado como Ensayo.
Ensayo.
15 págs. / 27 minutos / 77 KB.
13 de septiembre de 2018.
En el versillo 14 del capítulo VII a los romanos, había leído muchas veces lo de que "«sabemos que la ley es espiritual (neumática), pero yo soy carnal (sárcino), vendido al pecado»"; y en el 44 del XV de la primera a los corintios, que hay cuerpo animal o psíquico, y cuerpo espiritual o neumático, y no ignoraba que, para el apóstol, la psique, ynxh, era algo inferior, al modo casi de la que más tarde habría de llamarse fuerza vital, el alma sensitiva, común a hombres y animales; y el neuma, por el contrario, la parte superior del alma, el espíritu, lo hegemónico de los estoicos, algo que sobrevive al cuerpo. Pero a él le placía otra explicación, y vio siempre en la psique la potencia intelectual ligada a las necesidades de la presente vida terrenal, la esclava de la lógica educada y adiestrada en las luchas por la vida, el conocimiento corriente, vulgar y ordinario, necesario para poder vivir, conocimiento de que se desarrolla la ciencia. Y nunca pudo por menos que entender por hombres psíquicos a los intelectuales, a los hombres de sentido común y de lógica, que encadenan sus ideas por las asociaciones que el mundo exterior y visible les sugiere; a los hombres razonables, que aprenden su oficio y lo ejercitan, que si son médicos aprenden a curar; si ingenieros a trazar caminos; si químicos a preparar drogas o analizar compuestos; si arquitectos a levantar casas. Estos hombres psíquicos son los del término medio, los que navegan en la corriente central, aquellos de quienes se dice que tienen un recto juicio y un claro criterio, los que no creen supercherías que no estén consagradas por la tradición y el hábito, los que no tragan despropósitos nuevos porque tienen llena la mente de los viejos despropósitos que se la atiborran. Entre éstos y los carnales o sárcinos estableció diferencia siempre. Los carnales eran para él los brutos, los absolutamente incultos, los que poco más que de comer, beber y dormir se preocupan, los completa y totalmente atollados en la vida animal. El psíquico, no; el psíquico llega a interesarse en cosas de ciencia y de cultura; el psíquico español clama por la regeneración patria, admira el teléfono y el fonógrafo y el cinematógrafo; lee a Flammarion, a Haeckel, a Ribot; posee tomos de la biblioteca Alcan, y cuando pasa junto a él la locomotora se queda extático contemplando su majestuosa marcha. Y si el psíquico es católico ortodoxo, admira el genio de Santo Tomás, aunque no lo haya leído, y sabe lo que la concordancia entre la geología moderna y el relato mosaico de la creación, y que cabe admitir el darvinismo en parte y que la Iglesia tiene remedio para los males sociales que aquejan a nuestro siglo. El psíquico es un intelectual, de intelecto chico o grande, pero un intelectual al cabo.