Cancionero y Romancero de Ausencias

Miguel Hernández


Poesía



1

Ropas con su olor,
paños con su aroma.

Se alejó en su cuerpo,
me dejó en sus ropas.

Lecho sin calor,
sábana de sombra.

Se ausentó en su cuerpo.
Se quedó en sus ropas.

2

Negros


El mundo se abría
sobre tus pestañas
de negras distancias.
El mundo se cierra
sobre tus pestañas
Dorada mirada

El mundo se cierra
sobre tus pestañas
lluviosas y negras

3

No quiso ser.

No conoció el encuentro
del hombre y la mujer.

El amoroso vello
no pudo florecer.

Detuvo sus sentidos
negándose a saber
y descendieron diáfanos
ante el amanecer.

Vio turbio su mañana
y se quedó en su ayer.

No quiso ser.

4

Tus ojos parecen
agua removida.

¿Qué son?

Tus ojos parecen
el agua más turbia
de tu corazón.

¿Qué fueron?

¿Qué son?

5

En el fondo del hombre,
agua removida.

En el agua más clara,
quiero ver la vida.

En el fondo del hombre,
agua removida.

En el agua más clara,
sombra sin salida.

En el fondo del hombre,
agua removida.

6

El cementerio está cerca
de donde tú y yo dormimos,
entre nopales azules,
pitas azules y niños
que gritan vividamente
si un muerto nubla el camino.

De aquí al cementerio, todo
es azul, dorado, límpido.
Cuatro pasos y los muertos.
Cuatro pasos y los vivos.

Límpido, azul y dorado,
se hace allí remoto el hijo.

7

Sangre remota.
Remoto cuerpo,
dentro de todo.

Dentro, muy dentro
de mis pasiones,
de mis deseos.

8

¿Qué quiere el viento de enero
que baja por el barranco
y violenta las ventanas
mientras te visto de abrazos?

Derribarnos. Arrastrarnos.

Derribadas, arrastradas,
las dos sangres se alejaron.
¿Qué sigue queriendo el viento
cada vez más enconado?

Separarnos.

9

No salieron jamás
del vergel del abrazo,
y ante rojo rosal
de los besos rodaron.

Huracanes quisieron
con rencor separarlos.
Y las hachas tajantes.
Y los rígidos rayos.

Aumentaron la tierra
de las pálidas manos.
Precipicios midieron
por el viento impulsados
entre bocas deshechas.
Recorrieron naufragios
cada vez más profundos,
en sus cuerpos, sus brazos.
Perseguidos, hundidos
por un gran desamparo
de recuerdos y lunas,
de noviembre y marzos,
aventados se vieron:
pero siempre abrazados.

10

El viento ceniciento
clama en la habitación
donde clamaba ella
ciñéndose a mi voz.

Cámara solitaria
con el herido son
del ceniciento viento
clamante alrededor.

Espejo desplobado,
despavorido airón
frente al retrato árido
y el lecho sin calor.

Cenizas que alborota
el viento que no amó.

En medio de la noche,
la cenicienta cámara
con viento y sin amores.

11

Como la higuera joven
de los barrancos eras.
Y cuando yo pasaba
sonabas en la sierra.

Como la higuera joven,
resplandeciente y ciega.

Como la higuera eres.
Como la higuera vieja.
Y paso y me saludan
silencio y hojas secas.

Como la higuera eres
que el rayo envejeciera.

12

El sol, la rosa y el niño
flores de un día nacieron.
Los de cada día son
soles, flores, niños nuevos.

Mañana no seré yo:
otro será el verdadero.
Y no seré más allá
de quien quiera su recuerdo.

Flor de un día es lo más grande
al pie de lo más pequeño.
Flor de la luz el relámpago,
y flor del instante el tiempo.

Entre las flores te fuiste.
Entre las flores me quedo.

13

Besarse, mujer.
al sol, es besarnos
en toda la vida.

Ascienden los labios
eléctricamente
vibrantes de rayos,
con todo el fulgor
de un sol entre cuatro.

Besarse a la luna,
mujer, es besarnos
en toda la muerte.

Descienden los labios
con toda la luna
pidiendo su ocaso,
gastada y helada
y en cuatro pedazos.

14

Llegó tan hondo el beso
que traspasó y emocionó los muertos

El beso trajo un brío
que arrebató la boca de los vivos.

El hondo beso grande
sintió breves los labios al ahondarse.

El beso aquel que quiso
cavar los muertos y sembrar los vivos.

15

Si te perdiera…
Si te encontrara
bajo la tierra…

Bajo la tierra
del cuerpo mío.
siempre sedienta

16

Cuerpo del amanecer:
flor de la carne florida.
Siento que no quiso ser
más allá de flor tu vida.

Corazón que en el tamaño
de un día se abre y se cierra.
La flor nunca cumple un año,
y lo cumple bajo tierra.

17

En este campo
estuvo el mar.

Alguna vez volverá.

Si alguna vez una gota
roza este campo, este campo
siente el recuerdo del mar.

Alguna vez volverá.

18

Cada vez que paso
bajo tu ventana,
me azota el aroma
que aún flota en tu casa.

Cada vez que paso
junto al cementerio
me arrastra la fuerza
que aún sopla en tus huesos.

19

El corazón es agua
que te acaricia y canta.

El corazón es puerta
que se abre y se cierra.

El corazón es agua
que se remueve, arrolla,
se arremolina, mata.

20

Tierra. La despedida
siempre es una agonía.

Ayer nos despedimos,
ayer agonizamos.

Tierra en medio.
Hoy morimos.

21

Por eso las estaciones
saben a muerte y los puertos.

Por eso cuando partimos
se deshojan los pañuelos.

Cadáveres vivos somos
en el horizonte, lejos.

22

Cada vez más presente

Como si un rayo raudo
te trajera a mi pecho.

Como un lento, rayo
lento.
Cada vez más ausente.

Como si un tren lejano
recorriera mi cuerpo.

Como si un negro barco
negro.

23

Si nosotros viviéramos
lo que la rosa, con su intensidad,
el profundo perfume de los cuerpos
sería mucho más.

¡Ay!, breve vida intensa
de un día de rosales secular
pasaste por la casa
igual, igual, igual
que un meteoro herido, perfumado
de hermosura y verdad.

La huella que has dejado es un abismo
con ruinas de rosal
donde un perfume que no cesa hace
que vayan nuestros cuerpos más allá.

24

Una fotografía.

Un cartón expresivo,
envuelto por los meses
en los rincones íntimos.
quiero beber: gozar
un fondo de fantasma.

Un cartón me conmueve.

Un cartón me acompaña.

25

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

26

Escribí en el arenal
los tres nombres de la vida:
vida, muerte, amor.

Una ráfaga de mar,
tantas claras veces ida,
vino y nos borró.

27

Cogedme, cogedme.
Dejadme, dejadme.

Fieras, hombres, sombras.
Soles, flores, mares.

Cogedme.

Dejadme.

28

Tus ojos se me van
de mis ojos y vuelven
después de recorrer
un páramo de ausentes.

Tu boca se me marcha
de mi boca y regresa
con varios besos muertos
que aún baten, que aún quisieran

Tus brazos se desploman
en mis brazos y ascienden
retrocediendo ante esa
desolación que sientes.

Otoño de tu cuerpo,
aún mi calor lo vence.

29

Ausencia en todo veo:
tus ojos la reflejan.

Ausencia en todo escucho:
tu voz a tiempo suena.

Ausencia en todo aspiro:
tu aliento huele a hierba.

Ausencia en todo toco:
tu cuerpo se despuebla.

Ausencia en todo siento.
Ausencia. Ausencia. Ausencia.

30

¿De qué adoleció
la mujer aquélla?
Del mal peor:
del mal de las ausencias.

Y el hombre aquél.

¿De qué murió
la mujer aquélla?
Del mal peor:
del mal de las ausencias.

Y el hombre aquél.

31

Tan cercanos, y a veces
qué lejos nos sentimos,
tú yéndote a los muertos,
yo yéndome a los vivos.

32

Tu eres fatal ante la muerte.
Yo soy fatal ante la vida.
Yo siempre en pie quisiera verte.
Tú quieres verte siempre hundida.

33

Llevadme al cementerio
de los zapatos viejos.

Echadme a todas horas
la pluma de la escoba.

Sembradme con estatuas
de rígida mirada.

Por un huerto de bocas
futuras y doradas
relumbrará mi sombra.

34

La luciérnaga en celo
relumbra más.

La mujer sin el hombre
apagada va.

Apagado va el hombre
sin luz de mujer.

La luciérnaga en celo
se deja ver.

35

Uvas, granadas, dátiles,
doradas, rojas, rojos,
hierbabuena del alma,
azafrán de los poros.

Uvas como tu frente,
uvas como tus ojos.
Granadas con la herida
de tu florido asombro.
Dátiles con tu esbelta
ternura sin retorno.
Azafrán, hierbabuena
llueves a grandes chorros
sobre la mesa pobre,
gastada, del otoño,
muerto que te derramas,
muerto que yo conozco,
muerto, frutal, caído
con octubre en los hombros.

36

Las gramas, las ortigas
en el otoño avanzan
con una suavidad
y una ternura largas.

El otoño, un sabor
que separa las cosas,
las aleja y arrastra.

Llueve sobre el tejado
como sobre una caja
mientras la hierba crece
como una joven ala.

Las gramas, las ortigas
nutre una misma savia.

37

Atraviesa la calle,
dicen que todo el barrio
y yo digo que nadie.
Pero escuchando, ansiando,
oigo en su mismo centro
el alma de tus pasos,
y me parece un sueño
que, sobre el empedrado,
alce tu pie su íntimo
sonido descansado.

38

Troncos de soledad,
barrancos de tristeza
donde rompo a llorar.

39

Todas las casas son ojos
que resplandecen y acechan.

Todas las casas son bocas
que escupen, muerden y besan.

Todas las casas son brazos
que se empujan y se estrechan.

De todas las casas salen
soplos de sombra y de selva.

En todas hay un clamor
de sangres insatisfechas.

Y a un grito todas las casas
se asaltan y se despueblan.

Y a un grito todas se aplacan,
y se fecundan, y esperan.

40

El amor ascendía entre nosotros
como la luna entre las dos palmeras
que nunca se abrazaron.

El íntimo rumor de los dos cuerpos
hacia el arrullo un oleaje trajo,
pero la ronca voz fue atenazada.
Fueron pétreos los labios.

El ansia de ceñir movió la carne,
esclareció los huesos inflamados,
pero los brazos al querer tenderse
murieron en los brazos.

Pasó el amor, la luna, entre nosotros
y devoró los cuerpos solitarios.
Y somos dos fantasmas que se buscan
y se encuentran lejanos.

41

Cuando paso por tu puerta
la tarde me viene a herir
con su hermosura desierta
que no acaba de morir.

Tu puerta no tiene casa
ni calle: tiene un camino
por donde la tarde pasa
como un agua sin destino.

Tu puerta tiene una llave
que para todos rechina.
En la tarde hermosa y grave
ni una sola golondrina.

Hierbas en tu puerta crecen
de ser tan poco pisada;
todas las cosas padecen
sobre la tarde abrasada.

La piel de tu puerta encierra
un lecho que compartir.
La tarde no encuentra tierra
donde ponerse a morir.

Lleno de un siglo de ocasos
de una tarde azul de abierta,
hundo en tu puerta mis pasos
y no sales a tu puerta.

En tu puerta no hay ventana
por donde poderte hablar.
Tarde, hermosura lejana
que nunca podré lograr.

Y la tarde azul corona
tu puerta gris, de vacía.
Y la noche se amontona
sin esperanzas de día.

42

Rumorosas pestañas
de los cañaverales.
Cayendo sobre el sueño
del hombre hasta dejarle
el pecho apaciguado
y la cabeza suave.

Ahogad la voz del arma,
que no despierte y salte
con el cuchillo de odio
que entre sus dientes late.

Así, dormido, el hombre
toda la tierra vale.

43

Fue una alegría de una sola vez,
de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue arrebatado por las claridades.

Fue una alegría como la mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo su latido,
más esbelta su cumbre aleteante.

Fue una alegría que dolió de tanto
encenderse, reírse, dilatarse.
Una mujer y yo la recogimos
desde un niño rodado de su carne.

Fue una alegría en el amanecer
más virginal de todas las verdades.
Se inflamaban los gallos, y callaron
atravesados por su misma sangre.

Fue la primera vez de la alegría,
la sola vez de su total imagen.
Las otras alegrías se quedaron
como granos de arena ante los mares.

Fue una alegría para siempre sola,
para siempre dorada, destellante.
Pero es una tristeza para siempre,
porque apenas nacida fue a enterrarse.


(1939)

44

Entusiasmo del odio.
Ojos del mal querer.
Turbio es el hombre.
Turbia es la mujer.

45

¿Qué pasa?
Rencor por tu mundo,
amor por mi casa.

¿Qué suena?
El tiro en tu monte,
el beso en mis eras.

¿Qué viene?
Para ti una sola,
para mí dos muertes.

46

Corazón de leona
tienes a veces.
Zarpa, nardo del odio,
siempre floreces.

Una leona
llevaré cada día
como corona.

47

La vejez de los pueblos.
El corazón sin dueño.
El amor sin objeto.
La hierba, el polvo, el cuervo.
¿Y la juventud?

En el ataúd.

El árbol solo y seco.
La mujer como un leño
de viudez sobre el lecho.
El odio sin remedio.
¿Y la juventud?

En el ataúd

48

Llueve. Los ojos se ahondan
buscando tus ojos, esos
dos ojos que se alejaron
a la sombra, cuenca adentro.
Mirada con horizontes
cálidos y fondos tiernos
íntimamente alentada
por un sol de íntimo fuego
que es en las pestañas negra
coronación de los sueños.
Mirada negra y dorada,
hecha de dardos directos,
signo de un alma en lo alto
de todo lo verdadero.

Llueve como si llorara
raudales un ojo inmenso,
un ojo gris, desangrado,
pisoteado en el cielo.
Llueve sobre tus dos ojos
negros, negros, negros, negros.
y llueve como si el agua
verdes quisiera volverlos.

¿Volverán a florecer?

Si a través de tantos cuerpos
que ya combaten la flor
renovaran su ascua… Pero
seguirán bajo la lluvia
para siempre, mustios, secos.

49

Era un hoyo no muy hondo.
Casi en la flor de la sombra.
No hubiera cabido un hombre
en su oscuridad angosta.
Contigo todo fue anchura
en la tierra tenebrosa.

50

Mi casa contigo era
la habitación de la bóveda.
Dentro de mi casa entraba
por ti la luz victoriosa.

Mi casa va siendo un hoyo.
Yo no quisiera que toda
aquella luz se alejara
vencida, desde la alcoba.

Pero cuando llueve, siento
que las paredes se ahondan,
y reverdecen los muebles,
rememorando las hojas.

Mi casa es una ciudad
con una puerta a la aurora,
otra más grande a la tarde,
y a la noche, inmensa, otra.

Mi casa es un ataúd.
Bajo la lluvia redobla
y ahuyenta las golondrinas
que no la quisieran torva.

En mi casa falta un cuerpo.

Dos en nuestra casa sobran.

51

Muerto niño, muerto mío.
Nadie nos siente en la tierra
donde haces caliente el frío.

52

Aunque tú no estás, mis ojos
de ti, de todo, están llenos.
No has nacido sólo a un alba,
sólo a un ocaso no he muerto.
El mundo lleno de ti
y nutrido el cementerio
de mí, por todas las cosas,
de los dos por todo el pueblo.
En las calles voy dejando
algo que voy recogiendo:
pedazos de vida mía
perdidos desde muy lejos.
Libre soy en la agonía
y encarcelado me veo
en los radiantes umbrales,
radiantes de nacimientos.
Todo está lleno de mí,
de algo que es tuyo y recuerdo
perdido, pero encontrado
alguna vez, algún tiempo.
Tiempo que se queda atrás
decididamente negro,
indeleblemente rojo,
dorado sobre tu cuerpo.
Todo está lleno de ti,
traspasado de tu pelo:
de algo que no he conseguido
y que busco entre tus huesos.

53

Hablo después de muerto.
Callas después de viva.
Pobres conversaciones
no expresadas y dichas,
nos llena lo mejor
de la muerte y la vida.
Un silencio vibrante
ata lenguas y vibra.
Con espadas forjadas
en silencio, fundidas
en miradas, en besos,
alargadas en días,
nuestros cuerpos se elevan,
nuestros cuerpos se abisman.
Con silencio te bato.
Con silencio me intimas.
Con silencio vibrante
de silencios y sílabas.

54

La libertad es algo
que sólo en tus entrañas
bate como el relámpago.

55

Cuerpo sobre cuerpo,
tierra sobre tierra,
viento sobre viento.

56

Bocas de ira.
Ojos de acecho.
Perros aullando.
Perros y perros.
Todo baldío.
Todo reseco.

Cuerpos y campos,
cuerpos y cuerpos.

¡Qué mal camino,
qué ceniciento!

¡Corazón tuyo,
fértil y tierno!

57

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.

58

Los animales del día
a los de la noche buscan

Lejos anda el sol,
cerca la luna.

Animal de mediodía,
la medianoche te turba.

Lejos anda el sol,
cerca la luna.

59

Menos tu vientre
todo es confuso.

Menos tu vientre
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.

Menos tu vientre
todo es oculto,
menos tu vientre
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.

Menos tu vientre
todo es oscuro,
menos tu vientre
claro y profundo.

60

(Antes del odio)


Beso soy, sombra con sombra.
Beso, dolor con dolor,
por haberme enamorado,
corazón sin corazón,
de las cosas, del aliento
sin sombra de la creación.
Sed con agua en la distancia,
pero sed alrededor.

Corazón en una copa
donde me lo bebo yo
y no se lo bebe nadie,
nadie sabe su sabor.
Odio, vida: ¡cuánto odio
sólo por amor!

No es posible acariciarte
con las manos que me dio
el fuego de más deseo,
el ansia de más ardor.
Varias alas, varios vuelos
abaten en ellas hoy
hierros que cercan las venas
y las muerden con rencor.
Por amor, vida, abatido,
pájaro sin remisión.
Sólo por amor odiado,
sólo por amor.

Amor, tu bóveda arriba
y yo abajo siempre, amor,
sin otra luz que estas ansias,
sin otra iluminación.
Mírame aquí encadenado,
escupido, sin calor
a los pies de la tiniebla
más súbita, más feroz,
comiendo pan y cuchillo
como buen trabajador
y a veces cuchillo sólo,
sólo por amor.

Todo lo que significa
golondrinas, ascensión,
claridad, anchura, aire,
decidido espacio, sol,
horizonte aleteante,
sepultado en un rincón.
Espesura, mar, desierto,
sangre, monte rodador,
libertades de mi alma
clamorosas de pasión,
desfilando por mi cuerpo,
donde no se quedan, no,
pero donde se despliegan,
sólo por amor.

Porque dentro de la triste
guirnalda del eslabón,
del sabor a carcelero
constante y a paredón,
y a precipicio en acecho,
alto, alegre, libre soy.
Alto, alegre, libre, libre,
sólo por amor.

No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas
me es pequeño y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?
A lo lejos tú, más sola
que la muerte, la una y yo.
A lo lejos tú, sintiendo
en tus brazos mi prisión,
en tus brazos donde late
la libertad de los dos.
Libre soy, siénteme libre.
Sólo por amor.

61

Palomar del arrullo
fue la habitación.
Provocabas palomas
con el corazón.

Palomar, palomar
derribado, desierto,
sin arrullo por nunca jamás.

62

(La boca)


Boca que arrastra mi boca.

Boca que me has arrastrado:
boca que vienes de lejos
a iluminarme de rayos.
Alba que das a mis noches
un resplandor rojo y blanco.
Boca poblada de bocas:
pájaro lleno de pájaros.

Canción que vuelve las alas
hacia arriba y hacia abajo.
Muerte reducida a besos,
a sed de morir despacio,
das a la grana sangrante
dos fúlgidos aletazos.
El labio de arriba el cielo
y la tierra el otro labio.

Beso que rueda en la sombra:
beso que viene rodando
desde el primer cementerio
hasta los últimos astros.

Astro que tiene tu boca
enmudecido y cerrado,
hasta que un roce celeste
hace que vibren sus párpados.

Beso que va a un porvenir
de muchachas y muchachos,
que no dejarán desiertos
ni las calles ni los campos.
¡Cuánta boca ya enterrada,
sin boca, desenterramos!

Bebo en tu boca por ellos,
brindo en tu boca por tantos
que cayeron sobre el vino
de los amorosos vasos.
Hoy son recuerdos, recuerdos,
besos distantes y amargos.

Hundo en tu boca mi vida,
oigo rumores de espacios,
y el infinito parece
que sobre mí se ha volcado.

He de volver a besarte,
he de volver. Hundo, caigo,
mientras descienden los siglos
hacia los hondos barrancos
como una febril nevada
de besos y enamorados.

Boca que desenterraste
el amanecer más claro
con tu lengua. Tres palabras,
tres fuegos has heredado:
vida, muerte, amor. Ahí quedan
escritos sobre tus labios.


(1938)

63

La basura diaria
que de los hombres queda
sobre mis sentimientos
y mis sentidos pesa.

Es la triste basura
de los turbios deseos,
de las pasiones turbias.

64

Cerca del agua te quiero llevar
porque tu arrullo trascienda del mar.

Cerca del agua te quiero tener
porque te aliente su vivido ser.

Cerca del agua te quiero sentir
porque la espuma te enseñe a reír.

Cerca del agua te quiero, mujer,
ver, abarcar, fecundar, conocer.

Cerca del agua perdida del mar
que no se puede perder ni encontrar.

65

El azahar de Murcia
y la palmera de Elche
para exaltar la vida
sobre tu vida ascienden.

El azahar de Murcia
y la palmera de Elche
para seguir la vida
bajan sobre tu muerte.

66

(Después del amor)


No pudimos ser. La tierra

no pudo tanto. No somos
cuanto se propuso el sol
en un anhelo remoto.
Un pie se acerca a lo claro,
en lo oscuro insiste el otro.
Porque el amor no es perpetuo
en nadie, ni en mí tampoco.
El odio aguarda un instante
dentro del carbón más hondo.
Rojo es el odio y nutrido.
El amor, pálido y solo.
Cansado de odiar, te amo.
Cansado de amar, te odio.
Llueve tiempo, llueve tiempo.
Y un día triste entre todos,
tristes por toda la tierra,
tristes desde mí hasta el lobo,
dormimos y despertamos
con un tigre entre los ojos.
Piedras, hombres como piedras,
duros y plenos de encono,
chocan en el aire, donde
chocan las piedras de pronto.
Soledades que hoy rechazan
y ayer juntaban sus rostros.
Soledades que en el beso
guardan el rugido sordo.
Soledades para siempre.
Soledades sin apoyo.
Cuerpos como un mar voraz,
entrechocando, furioso.
Solitariamente atados
por el amor, por el odio.
Por las venas surgen hombres,
cruzan las ciudades, torvos.
En el corazón arraiga
solitariamente todo.
Huellas sin campaña quedan
como en el agua, en el fondo.
Sólo una voz, a lo lejos,
siempre a lo lejos la oigo,
acompaña y hace ir
igual que el cuello a los hombros.
Sólo una voz me arrebata
este armazón espinoso
de vello retrocedido
y erizado que me pongo.
Los secos vientos no pueden
secar los mares jugosos.
Y el corazón permanece
fresco en su cárcel de agosto
porque esa voz es el arma
más tierna de los arroyos:
«Miguel: me acuerdo de ti
después del sol y del polvo,
antes de la misma luna,
tumba de un sueño amoroso».
Amor: aleja mi ser
de sus primeros escombros,
y edificándome, dicta
una verdad como un soplo.
Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, todo.

67

El número de sangres
que el mundo iluminó
en dos desembocaba.

Tú y yo.

El número de sangres
que llevo alrededor
en dos desembocaba.

Tú y yo.

El número de sangres
que es cada vez mayor
en dos ha de quedar.

Tú y yo.

68

La cantidad de mundos
que con los ojos abres,
que cierras con los brazos.

La cantidad de mundos
que con los ojos cierras,
que con los brazos abres

La cantidad de mundos
que con el cuerpo abres
inunda las ciudades.

La cantidad de mundos
que con el cuerpo quemas
hacen de mí la hoguera.

69

Entre nuestras dos sangres
algo que aparta, algo
que aleja, impide, ciega,
sucede palmo a palmo.

Entre nuestras dos sangres
va sucediendo algo,
arraiga el horizonte,
hace anchura el espacio.

Entre nuestras dos sangres
ha de suceder algo,
un puente como un niño,
un niño como un arco.

Entre nuestras dos sangres
hay cárceles con manos.
Cuanto sucede queda
entre los dos de paso.

70

A la luna venidera
te acostarás a parir
y tu vientre arrojará
la claridad sobre mí.

Alborada de tu vientre
cada vez más claro en sí
iluminando los pozos
y anocheciendo el marfil.

A la luna venidera
el mundo se vuelve a abrir.

71

Vino, dejó las armas,
las garras, la maleza,
en el umbral sereno,
con una mano tierna.

Se despidió la fiera.
La suavidad que asciende,
la suavidad que reina
sobre la voz, los dedos,
sobre la piel, la pierna,
sobrecogió los cuerpos,
estremeció las cuerdas.

Se desplomó la fiera.
La noche sobrehumana
hizo la sangre eslrellas.
temblores, alegrías,
silencios, besos, penas.

Se consumó la fiera.
Pero al entrar el alba,
se abalanzó sobre ella
y recobró las garras,
las armas, la maleza.
Salió. Se fue dejando
locas de amor las puertas.

Se recobró la fiera.
Y espera desde entonces
hasta que el hombre vuelva.

72

El mundo es como aparece
ante mis cinco sentidos,
y ante los tuyos que son
las orillas de los míos.
El mundo de los demás
no es el nuestro: no es él mismo.
Lecho del agua que soy,
tú, los dos, somos el río
donde cuando más profundo
se ve más despacio y límpido.
Imágenes de la vida:
a la vez que recibimos,
nos reciben entregadas
más unidamente a un ritmo.
Pero las cosas se forman
con nuestros propios delirios.
El aire tiene el tamaño
del corazón que respiro
y el sol es como la luz
con que yo le desafío.
Ciegos para los demás,
oscuros, siempre remisos,
miramos siempre hacia adentro,
vemos desde lo más íntimo.
Trabajo y amor me cuesta
conmigo así, ver contigo;
aparecer, como el agua
con la arena, siempre unidos.
Nadie me verá del todo
ni es nadie como lo miro.
Somos algo más que vemos,
algo menos que inquirimos.
Algún suceso de todos
pasa desapercibido.
Nadie nos ha visto. A nadie
ciegos de ver, hemos visto.

73

(Guerra)


Todas las madres del mundo
ocultan el vientre, tiemblan,
y quisieran retirarse,
a virginidades ciegas,
al origen solitario
y el pasado sin herencia.
Pálida, sobrecogida
la virginidad se queda.
El mar tiene sed y tiene
sed de ser agua la tierra.
Alarga la llama el odio
y el clamor cierra las puertas.
Voces como lanzas vibran,
voces como bayonetas.
Bocas como puños vienen,
puños como cascos llegan.
Pechos como muros roncos,
piernas como patas recias.
El corazón se revuelve,
se atorbellina, revienta.
Arroja contra los ojos
súbitas espumas negras.
La sangre enarbola el cuerpo,
precipita la cabeza
y busca un cuerpo, una herida
por donde lanzarse afuera.
La sangre recorre el mundo
enjaulada, insatisfecha.
Las flores se desvanecen
devoradas por la hierba.
Ansias de matar invaden
el fondo de la azucena.
Acoplarse con metales
todos los cuerpos anhelan:
desposarse, poseerse
de una terrible manera.
Desaparecer: el ansia
general, creciente, reina.
Un fantasma de estandartes,
una bandera quimérica,
un mito de patrias: una
grave ficción de fronteras.
Músicas exasperadas,
duras como botas, huellan
la faz de las esperanzas
y de las entrañas tiernas.
Crepita el alma, la ira.
El llanto relampaguea.
¿Para qué quiero la luz
si tropiezo con tinieblas?
Pasiones como clarines,
coplas, trompas que aconsejan
devorarse ser a ser,
destruirse, piedra a piedra.
Relinchos. Retumbos. Truenos.
Salivazos. Besos. Ruedas.
Espuelas. Espadas locas
abren una herida inmensa.
Después, el silencio, mudo
de algodón, blanco de vendas,
cárdeno de cirugía,
mutilado de tristeza.
El silencio. Y el laurel
en un rincón de osamentas.
Y un tambor enamorado,
como un vientre tenso, suena
detrás del innumerable
muerto que jamás se aleja.

74

Nanas de la cebolla


(Dedicadas a su hijo, a raíz de recibir una carta de su mujer, en la que le decía que no comía más que pan y cebolla.)


La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.

La carne aleteante,
súbito el párpado,
el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.

Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.

75

De la contemplación
nace la rosa;
de la contemplación el naranjo
y el laurel.
Tú y yo del beso aquél.

76

Entre las fatalidades
que somos tú y yo, él ha sido
la fatalidad más grande.

77

¿Para qué me has parido, mujer?
¿Para qué me has parido?

Para dar a los cuerpos de allá
este cuerpo que siento hacia aquí,
hacia ti traído.

Para qué me has parido, mujer,
si tan lejos de ti me has parido.

78

Debajo del granado
de mi pasión
amor, amor he llorado
¡ay de mi corazón!

Al fondo del granado
de mi pasión
el fruto se ha desangrado
¡ay de mi corazón!

79

El mar también elige
puertos donde reír
como los marineros.

El mar de los que son.

El mar también elige
puertos donde morir.
Como los marineros.

El mar de los que fueron.

80

Querer, querer, querer,
ésa fue mi corona.
Ésa es.

81

Tanto río que va al mar
donde no hace falta el agua.

Tantos cuerpos que se secan.
Tantos cuerpos que se abrazan.

82

Ni te lavas ni te peinas,
ni sales de ese rincón.

Contigo queda la sombra,
conmigo el sol.

83

No te asomes
a la ventana,
que no hay nada en esta casa

Asómate a mi alma.

No te asomes
al cementerio,
que no hay nada entre esos huesos.

Asómate a mi cuerpo.

84

Tengo celos de un muerto,
de un vivo, no.

Tengo celos de un muerto
que nunca te miró.

85

Qué cara de herido pongo
cuando te veo y me miro
por la ribera del hombro.

86

Enterrado me veo,
crucificado
en la cruz y en el hoyo
del desengaño.

¡Qué mala luna
me ha empujado a quererte
como a ninguna!

87

Tú de blanco, yo de negro,
vestidos nos abrazamos.
Vestidos aunque desnudos
tú de negro, yo de blanco.

88

No puedo olvidar
que no tengo alas,
que no tengo mar,
vereda ni nada
con que irte a besar.

89

Enciende las dos puertas,
abre la lumbre.
No se que me pasa
que tropiezo en las nubes.

90

El pozo y la palmera
se hondan en tu cuerpo
poblado de ascendencias.

91

Son míos, ¡ay!, son míos
los bellos cuerpos muertos,
los bellos cuerpos vivos,
los cuerpos venideros.
Son míos, ¡ay!, son míos
a través de tu cuerpo.

92

El pez más viejo del río
de tanta sabiduría
como amontonó, vivía
brillantemente sombrío.
Y el agua le sonreía.

Tan sombrío llegó a estar
(nada el agua le divierte)
que después de meditar,
tomó el camino del mar,
es decir, el de la muerte.

Reíste tú junto al río,
niño solar. Y ese día
el pez más viejo del río
se quitó el aire sombrío.
Y el agua te sonreía.

93

Rueda que irás muy lejos.
Ala que irás muy alto.
Torre del día, niño.
Alborear del pájaro.

Niño: ala, rueda, torre.
Pie. Pluma. Espuma. Rayo.
Ser como nunca ser.
Nunca serás en tanto.

Eres mañana. Ven
con todo de la mano.
Eres mi ser que vuelve
hacia su ser más claro.
El universo eres
que guía esperanzado.

Pasión del movimiento.
la tierra es tu caballo.
Cabálgala. Domínala.
Y brotará en su casco
su piel de vida y muerte,
de sombra y luz, piafando.
Asciende. Rueda. Vuela,
creador de alba y mayo.
Galopa. Ven. Y colma
el fondo de mis brazos.

94

Con dos años, dos flores
cumples ahora.
Dos alondras llenando
toda tu aurora.
Niño radiante;
va mi sangre contigo
siempre adelante.
Sangre mía, adelante,
no retrocedas.
La luz rueda en el mundo,
mientras tú ruedas.
Todo te mueve,
universo de un cuerpo
dorado y leve.

Herramienta es tu risa,
luz que proclama
la victoria del trigo
sobre la grama.
Ríe. Contigo
venceré siempre al tiempo
que es mi enemigo.

95

Era un hoyo no muy hondo,
casi en la flor de la sombra.
No hubiera cabido un hombre
dentro de su tierra angosta.
El cupo: para su cuerpo
aún quedó anchura de sobra,
y no la quiso llenar
más que la tierra que arrojan.

En la casa había enarcado
la felicidad de sus bóvedas.
Dentro de la casa había
siempre una luz victoriosa.

La casa va siendo un hoyo.
Yo no quisiera que toda
aquella luz se alejara
vencida desde la alcoba.

Pero cuando llueve, siento
que el resplandor se desploma,
y reverdecen los muebles
despintados por las gotas.

Memorias de la alegría,
cenizas latentes, doran
alguna vez las paredes
plenas de la triste historia.

Pero la casa no es,
no puede ser, otra cosa
que un ataúd con ventanas,
con puertas hacia la aurora;
golondrinas fuera, y dentro
arcos que se desmoronan.

En la casa falta un cuerpo
que aleteaban las alondras.

La alegría entre nosotros
es una ráfaga torva.

En la casa falta un cuerpo
que en la tierra se desborda.

96

Dicen que parezco otro,
pero sigo siendo el mismo
desde tu vientre remoto.

97

La fuerza que me arrastra
hacia el sur de la tierra
es mi sangre primera.
La fuerza que me arrastra
hacia el fondo del sur,
muerto mío, eres tú.

98

¿Quién llenará este vacío
de cuerpo desalentado
que dejó tu cuerpo al mío?

99

Cada vez más ausente,
como si un tren lejano
te arrastrara más lejos.

Como si un negro barco
negro.

Cada vez más presente,
como si un tren querido
recorriera mi pecho.

Como si un tierno barco
tierno.

100

Quise despedirme más
y sólo vi tu pañuelo
lejano irse.

Imposible.

Y un golpe de polvo vino
a cegarme, ahogarme, herirme.
Polvo desde entonces traigo.

Imposible.

101

De aquel querer mío,
¿qué queda en el aire?

Sólo un traje frío
donde ardió la sangre.

102

Que me aconseje el mar
lo que tengo que hacer:
si matar, si querer.

103

Bulto de vidrio florido y dorado,
flexible y rumoroso, tuyo y mío;
de la noche final que me ha enlutado,
del amor del cabello más sombrío.
Ilumina el abismo donde moro
por la consumación de las espumas.
Fúndete con la sombra que atesoro
hasta que en transparencia te consumas.

104

Dime desde allá abajo
la palabra te quiero.

¿Hablas bajo la tierra?
Hablo con el silencio.

¿Quieres bajo la tierra?
Bajo la tierra quiero
porque hacia donde corras
quiere correr mi cuerpo.

Ardo desde allí abajo
y alumbro tus recuerdos.

105

Déjame que me vaya,
madre, a la guerra.

Déjame, blanca hermana,
novia morena,
¡Déjame!

Y después de dejarme
junto a las balas,
mándame a la trinchera
besos y cartas.

¡Mándame!

106

(El último rincón)


El último y el primero:

rincón para el sol más grande.
sepultura de esta vida
donde tus ojos no caben.
Allí quisiera tenderme
para desenamorarme.
Por el olivo lo quiero,
lo percibo por la calle,
se sume por los rincones
donde se sumen los árboles.
Se ahonda y hace más honda
la intensidad de mi sangre.
Carne de mi movimiento,
huesos de ritmos mortales,
me muero por respirar
sobre vuestros ademanes.
Corazón que entre dos piedras
ansiosas de machacarle,
de tanto querer te ahogas
como un mar entre dos mares.
De tanto querer me ahogo,
y no es posible ahogarme.
¿Qué hice para que pusieran
a mi vida tanta cárcel?
Tu pelo donde lo negro
ha sufrido las edades
de la negrura más firme,
y la más emocionante:
tu secular pelo negro
recorro hasta remontarme
a la negrura primera
de tus ojos y tus padres;
al rincón del pelo denso
donde relampagueaste.
Ay, el rincón de tu vientre;
el callejón de tu carne:
el callejón sin salida
donde agonicé una tarde.
La pólvora y el amor
marchan sobre las ciudades
deslumbrando, removiendo
la población de la sangre.
El naranjo sabe a vida
y el olivo a tiempo sabe
y entre el clamor de los dos
mi corazón se debate.
El último y el primero:
náufrago rincón, estanque
de saliva detenida
sobre su amoroso cauce.
Siesta que ha entenebrecido
el sol de las humedades.
Allí quisiera tenderme
para desenamorarme.
Después del amor, la tierra.
Después de la tierra, nadie.

107

(Cantar)


Es la casa un palomar
y la cama un jazminero.
Las puertas de par en par
y en el fondo el mundo entero.

El hijo, tu corazón
madre que se ha engrandecido.
Dentro de la habitación
todo lo que ha florecido.

El hijo te hace un jardín,
y tú has hecho al hijo, esposa,
la habitación del jazmín,
el palomar de la rosa.

Alrededor de tu piel
ato y desato la mía.
Un mediodía de miel
rezumas: un mediodía.

¿Quién en esta casa entró
y la apartó del desierto?
Para que me acuerde yo
alguien que soy yo y ha muerto.

Viene la luz más redonda
a los almendros más blancos.
La vida, la luz se ahonda
entre muertos y barrancos.

Venturoso es el futuro,
como aquellos horizontes
de pórfido y mármol puro
donde respiran los montes.

Arde la casa encendida
de besos y sombra amante.
No puede pasar la vida
más honda y emocionante.

Desbordadamente sorda
la leche alumbra tus huesos.
Y la casa se desborda
con ella, el hijo y los besos.

Tú, tu vientre caudaloso,
el hijo y el palomar.
Esposa, sobre tu esposo
suenan los pasos del mar.

108

Me tendí en la arena
para que el mar me enterrara,
me dejara, me cogiera,
¡ay de la ausencia!

109

Se puso el sol.
Pero tu temprano vientre
de nuevo se levantó
por el oriente.

110

Arena del desierto
soy: desierto de sed.

Oasis es tu boca
donde no he de beber.

Boca: oasis abierto
a todas las arenas del desierto.

Húmedo punto en medio
de un mundo abrasador,
el de tu cuerpo, el tuyo,
que nunca es de los dos.

Cuerpo: pozo cerrado
a quien la sed y el sol han calcinado.


Ocaña, mayo de 1941


Publicado el 27 de marzo de 2022 por Edu Robsy.
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