Discurso Sobre la Primera Década de Tito Livio

Nicolás Maquiavelo


Tratado, Tratado político, Historia


Nicolás Maquiavelo a Zanobi Buondelmonti y Cosme Rucellai
Prólogo
Libro Primero
Capítulo I. Cómo empiezan en general las ciudades y cómo empezó Roma
Capítulo II. De cuántas clases son las repúblicas y a cuál de ellas corresponde la romana
Capítulo III. Acontecimientos que ocasionaron en Roma la creación de los tribunos de la plebe, perfeccionando con ella la constitución de la república
Capítulo IV. La desunión del Senado y del pueblo hizo poderosa y libre la república romana
Capítulo V. Dónde estará más segura la guardia de la libertad, en manos de los nobles o en las del pueblo, y quiénes serán los que den más motivos de desórdenes, los que quieren adquirir o los que desean conservar
Capítulo VI. Si era posible organizar en Roma un gobierno que terminara la rivalidad entre el pueblo y el Senado
Capítulo VII. De cómo las acusaciones son necesarias en la república para mantener la libertad
Capítulo VIII. Son tan útiles las acusaciones en las repúblicas, como perjudiciales las calumnias
Capítulo IX. De cómo es necesario que sea uno solo quien organice o reorganice una república
Capítulo X. Son tan dignos de elogio los fundadores de una república o de un reino, como de censura y vituperio los de una tiranía
Capítulo XI. De la religión de los romanos
Capítulo XII. De lo importante que es hacer gran caso de la religión, y de que Italia, por no hacerlo, a causa de la Iglesia romana, está arruinada
Capítulo XIII. De cómo los romanos se servían de la religión para organizar la ciudad, proseguir sus empresas y refrenar los tumultos
Capítulo XIV. Los romanos interpretaban los auspicios según las necesidades. Aparentaban prudentemente observar la religión, cuando se veían forzados a faltar a sus preceptos, y si alguno cometía la temeridad de despreciarla, lo castigaban
Capítulo XV. De cómo los samnitas, por último remedio a situación apuradísima, acudieron a la religión
Capítulo XVI. El pueblo acostumbrado a vivir bajo la dominación de un príncipe, si por acaso llega a ser libre, difícilmente conserva la libertad
Capítulo XVII. Cuando un pueblo corrompido llega a ser libre, difícilmente conserva la libertad
Capítulo XVIII. De qué modo puede mantenerse en un pueblo corrompido un gobierno libre si existía antes, y si no, establecerlo
Capítulo XIX. Puede sostenerse un príncipe débil sucediendo a un buen príncipe; pero ningún reino subsiste si a un príncipe débil sucede otro también débil
Capítulo XX. La sucesión de dos príncipes excelentes produce grandes efectos. Las repúblicas bien organizadas tienen, por necesidad, sucesión de gobernantes virtuosos y, por ello, aumentan y extienden su dominación
Capítulo XXI. Son dignos de censura los príncipes y las repúblicas que no tienen ejército nacional
Capítulo XXII. Lo que fue más notable en el combate de los tres Horacios y los tres Curiacios
Capítulo XXIII. Que no se debe poner en riesgo toda la fortuna sin emplear toda la fuerza; por lo cual es muchas veces peligroso limitarse a guardar los desfiladeros
Capítulo XXIV. Las repúblicas bien organizadas establecen premios y castigos para los ciudadanos, sin compensar jamás unos con otros
Capítulo XXV. Quien quiera reformar la antigua organización de un Estado libre, conserve al menos la sombra de las antiguas instituciones
Capítulo XXVI. El príncipe nuevo en ciudad o provincia conquistada por él, debe reformarlo todo
Capítulo XXVII. Rarísima vez son los hombres perfectamente buenos o completamente malos
Capítulo XXVIII. Por qué razón los romanos fueron menos ingratos con sus conciudadanos que los atenienses con los suyos
Capítulo XXIX. ¿Quién es más ingrato, un pueblo o un príncipe
Capítulo XXX. Medios que debe emplear un príncipe o una república para evitar el vicio de ingratitud, y cómo pueden impedir un general o un ciudadano ser víctimas de él
Capítulo XXXI. Los generales romanos jamás fueron castigados severamente por las faltas que cometieron, ni tampoco cuando por ignorancia o malas determinaciones ocasionaron daño a la república
Capítulo XXXII. Ni las repúblicas ni los príncipes deben diferir los remedios a las necesidades públicas
Capítulo XXXIII. Cuando cualquier dificultad llega a ser muy grande en un Estado o contra un Estado, es mejor partido contemporizar con ella que combatirla de frente
Capítulo XXXIV. La autoridad dictatorial benefició y no dañó a la república romana. No es la autoridad concedida por libre sufragio, sino aquella de que se apoderan los ciudadanos, la perniciosa a las instituciones libres
Capítulo XXXV. Por qué fue nociva a la libertad de la república romana la creación de los decenviros, a pesar de elegirlos el voto público y libre del pueblo
Capítulo XXXVI. Los ciudadanos que han ejercido los más elevados cargos no deben desdeñar el desempeño de los más modestos
Capítulo XXXVII. De las perturbaciones que causó a Roma la ley agraria y de lo peligroso que es en una república hacer una ley con efecto retroactivo y contra una antigua costumbre nacional
Capítulo XXXVIII. Las repúblicas débiles son irresolutas y no saben tomar partido: si alguna vez lo toman es por necesidad, no por elección
Capítulo XXXIX. Frecuencia con que ocurren en pueblos distintos idénticos sucesos
Capítulo XL. De la creación del decenvirato en Roma y de lo que se debe notar en ella, donde se considera, entre otras cosas, cómo un mismo suceso puede salvar o perder una república
Capítulo XLI. Es imprudente e inútil pasar sin gradación de la humildad a la soberbia, de la compasión a la crueldad
Capítulo XLII. De la facilidad con que se corrompen los hombres
Capítulo XLIII. Los que combaten por su propia gloria son buenos y fieles soldados
Capítulo XLIV. Una multitud sin jefe es inútil. No se debe amenazar sin tener los medios de cumplir la amenaza
Capítulo XLV. Es de mal ejemplo no observar una ley hecha, máxime si son sus autores quienes dejan de cumplirla; y peligrosísimo para los que gobiernan un Estado tener en continua incertidumbre la seguridad personal
Capítulo XLVI. Los hombres pasan de una ambición a otra. Procuran primero defenderse y después atacar a los otros
Capítulo XLVII. Los hombres, en conjunto, pueden engañarse en los asuntos generales, pero no en los particulares
Capítulo XLVIII. Quien quiera que una magistratura no se dé a un hombre vil o perverso, hágala pedir por uno más vil o más perverso, o por uno excelente y nobilísimo
Capítulo XLIX. Si a las ciudades libres desde su fundación, como Roma, les es difícil establecer leyes que mantengan la libertad, a las que han estado anteriormente en servidumbre les es imposible
Capítulo L. Ningún Consejo ni magistratura debe estar facultado para detener el curso de los negocios públicos
Capítulo LI. Las repúblicas y los príncipes deben demostrar que hacen generosamente aquello a que la necesidad les obliga
Capítulo LII. El medio más seguro y menos ruidoso para contener la ambición de cualquier hombre influyente en una república es el de adelantársele en el camino que conduce al poder
Capítulo LIII. El pueblo desea muchas veces su ruina engañado por una falsa apariencia de bienestar, y fácilmente se le agita con grandes esperanzas y halagüeñas promesas
Capítulo LIV. Autoridad que tiene un grande hombre para apaciguar a una multitud sublevada
Capítulo LV. Cuán fácilmente se gobiernan las cosas en una ciudad donde la multitud no está corrompida. Donde hay igualdad no puede haber monarquía, y donde no la hay, es imposible la república
Capítulo LVI. Antes de ocurrir grandes sucesos en una ciudad o en un Estado, aparecen señales que los pronostican u hombres que los anuncian
Capítulo LVII. El pueblo en conjunto es valeroso, pero individualmente es débil
Capítulo LVIII. La multitud sabe más y es más constante que un príncipe
Capítulo LIX. De cuáles confederaciones o ligas merecen más confianza, si las hechas con una república o las que se hacen con un príncipe
Capítulo LX. De cómo el consulado y cualquier otra magistratura se daban en Roma sin consideración a la edad
Libro Segundo
Prólogo
Capítulo I. De si fue el valor o la fortuna lo que más contribuyó a agrandar el Imperio de los romanos
Capítulo II. Con qué pueblos tuvieron los romanos que combatir, y cuán tenazmente defendieron aquellos su independencia
Capítulo II
Capítulo IV. Las repúblicas han practicado tres procedimientos para engrandecerse
Capítulo V. Los cambios de religión y de lengua, unidos a los desastres de inundaciones y epidemias, extinguen la memoria de las cosas
Capítulo VI. De cómo hacían la guerra los romanos
Capítulo VII. Cantidad de terreno que daban los romanos a cada colono
Capítulo VIII. Por qué motivos se expatrían los pueblos, trasladándose a países extranjeros
Capítulo IX. Cuáles son ordinariamente los motivos de guerras entre los poderosos
Capítulo X. El dinero no es el nervio de la guerra, como generalmente se cree
Capítulo XI. No es determinación prudente contraer alianza con un príncipe que tenga más fama que fuerza
Capítulo XII. Si cuando se teme ser atacado vale más llevar la guerra a la tierra enemiga que esperarla en la propia
Capítulo XIII. De cómo se pasa de pequeña a gran fortuna, más bien por la astucia que por la fuerza
Capítulo XLV. Engáñanse muchas veces los hombres creyendo que la humildad vence a la soberbia
Capítulo XV. Los Estados débiles son siempre indecisos, y la lentitud en las resoluciones es siempre perjudicial
Capítulo XVI. Diferencia entre los ejércitos modernos y los antiguos
Capítulo XVII. De cómo debe apreciarse la artillería en los ejércitos de estos tiempos, y de si la opinión que generalmente se tiene de ella es cierta
Capítulo XVIII. De cómo por la autoridad de los romanos y por los ejemplos de la milicia antigua se debe estimar más la infantería que la caballería
Capítulo XIX. Las conquistas hechas por repúblicas mal organizadas, que no toman por modelo a la romana, arruinan, en vez de engrandecer, al conquistador
Capítulo XX. Peligros a que se exponen los príncipes o repúblicas que se valen de tropas auxiliares o mercenarias
Capítulo XXI. El primer pretor que enviaron los romanos fuera de su ciudad, cuatrocientos años después de haber comenzado a guerrear con otros pueblos, fue a Capua
Capítulo XXII. Cuán erróneas son a veces las opiniones de los hombres al juzgar las cosas grandes
Capítulo XXIII. De cómo los romanos, cuando tenían que tomar alguna determinación respecto de sus súbditos, evitaban los partidos medios
Capítulo XXIV. Las fortalezas son, en general, más perjudiciales que útiles
Capítulo XXV. Que es mala determinación aprovechar las discordias entre los habitantes de una ciudad para asaltarla y ocuparla
Capítulo XXVI. Las injurias e improperios engendran odio contra quien las emplea y no le producen utilidad alguna
Capítulo XXVII. Los príncipes y las repúblicas prudentes deben contentarse con vencer, porque muchas veces, por querer más, se pierde todo
Capítulo XXVIII. De lo peligroso que es para una república o un príncipe no castigar las ofensas hechas a los pueblos o a los particulares
Capítulo XXIX. La fortuna ciega el ánimo de los hombres cuando no quiere que estos se opongan a sus designios
Capítulo XXX. Las repúblicas y los príncipes verdaderamente poderosos no adquieren aliados por dinero, sino con el valor y la reputación de su fuerza
Capítulo XXXI. De lo peligroso que es dar crédito a los desterrados
Capítulo XXXII. Diferentes sistemas de los romanos para tomar las plazas fuertes
Capítulo XXXIII. Los romanos daban a los generales de sus ejércitos completa libertad para dirigir las operaciones militares
Libro Tercero
Capítulo I. Cuando se quiere que una religión o una república tengan larga vida, es preciso restablecer con frecuencia su primitivo estado
Capítulo II. De cómo es cosa sapientísima fingirse loco durante algún tiempo
Capítulo III. De cómo fue indispensable matar a los hijos de Bruto para mantener en Roma la libertad conquistada
Capítulo IV. No vive seguro un príncipe en su Estado mientras viven los que han sido despojados de él
Capítulo V. Lo que hace perder la corona a un rey que lo es por derecho hereditario
Capítulo VI. De las conjuraciones
Capítulo VII. Por qué los cambios de la libertad a la servidumbre y de la servidumbre a la libertad son unas veces sangrientos y otras no
Capítulo VIII. Quien desee introducir cambios en una república debe examinar el estado en que se encuentra
Capítulo IX. De cómo conviene variar con los tiempos si se quiere tener siempre buena fortuna
Capítulo X. De cómo un general no puede evitar la batalla cuando su adversario la quiere dar de cualquier modo
Capítulo XI. Quien tiene que combatir con varios enemigos, si puede resistir el primer ataque, aunque sea inferior a ellos en recursos, logrará vencerles
Capítulo XII. De cómo un general prudente debe poner a sus soldados en la necesidad de batirse y quitar esta necesidad a sus enemigos
Capítulo XIII. De si debe inspirar más confianza un general que tenga mal organizado un ejército, o un buen ejército mandado por general inhábil
Capítulo XIV. Efecto que producen durante una batalla las nuevas estratagemas y las voces inesperadas
Capítulo XV. El mando del ejército debe tenerlo uno y no varios, porque en más de uno es perjudicial
Capítulo XVI. El verdadero mérito búscase en los tiempos difíciles. En los fáciles no son los hombres meritorios los favorecidos, sino los más ricos o mejor emparentados
Capítulo XVII. No se debe ofender a un ciudadano y darle después una administración o mando importante
Capítulo XVIII. La mayor habilidad de un general consiste en adivinar los designios del enemigo
Capítulo XIX. Si para gobernar a la multitud es preferible la indulgencia o la severidad
Capítulo XX. Un rasgo de humanidad pudo más en el ánimo de los faliscos que todo el poder de Roma
Capítulo XXI. Por qué Aníbal, procediendo de distinto modo que Escipión, fue tan victorioso en Italia como este en España
Capítulo XXII. De cómo alcanzaron igual gloria Manlio Torcuato con su severidad, y con su humanidad, Valerio Corvino
Capítulo XXIII. Por qué causa fue Camilo desterrado de Roma
Capítulo XXIV. La prolongación del mando militar causó la pérdida de la libertad en Roma
Capítulo XXV. Pobreza de Cincinnato y de muchos ciudadanos romanos
Capítulo XXVI. De cómo por causa de las mujeres se arruina un Estado
Capítulo XXVII. De cómo se ha de restablecer la unión en una ciudad donde hay divisiones, y de lo falsa que es la opinión de la conveniencia de estas para conservar el poder
Capítulo XXVIII. De cómo deben vigilarse los actos de los ciudadanos, porque muchas veces algunos, al parecer virtuosos, esconden un principio de tiranía
Capítulo XXIX. Las faltas de los pueblos provienen de las de los príncipes
Capítulo XXX. Cuando un ciudadano desea hacer algún bien a su república con un acto personal, necesita primero acallar la envidia. Cómo se debe ordenar la defensa de una ciudad al aproximarse el enemigo
Capítulo XXXI. Las repúblicas fuertes y los grandes hombres tienen el mismo ánimo e igual dignidad en la próspera que en la adversa fortuna
Capítulo XXXII. Medios que han empleado algunos para hacer imposible la paz
Capítulo XXXIII. Para ganar una batalla se necesita la confianza de las tropas, o en sí mismas o en su general
Capítulo XXXIV. De cómo la fama, la voz pública, la opinión conquistan a un ciudadano el favor popular, y de si los pueblos eligen con mayor prudencia que los príncipes las personas que han de desempeñar los cargos públicos
Capítulo XXXV. Peligros a que se expone quien aconseja una empresa, los cuales son mayores cuanto esta es más extraordinaria
Capítulo XXXVI. Motivos por que se dijo de los galos y se dice de los franceses que son más que hombres al comenzar la batalla, y menos que mujeres al terminarla
Capítulo XXXVII. Si es preciso que a una batalla general precedan combates parciales; y, caso de querer evitarlos, qué debe hacerse para conocer las condiciones de un enemigo con quien por primera vez se pelea
Capítulo XXXVIII. Cualidades que debe tener un general para inspirar confianza a su ejército
Capítulo XXXIX. El general debe conocer el terreno donde opera con su ejército
Capítulo XL. De cómo el uso de engaños en la guerra merece elogio
Capítulo XLI. La patria debe ser siempre defendida, sea con ignominia, sea con gloria, porque de cualquier modo la defensa es indispensable
Capítulo XLII. Las promesas hechas por fuerza no deben ser cumplidas
Capítulo XLIII. Los naturales de un Estado tienen casi constantemente el mismo carácter
Capítulo XLIV. Con el ímpetu y la audacia se consigue muchas veces lo que con los procedimientos ordinarios no se obtendría jamás
Capítulo XLV. Si la determinación de esperar en una batalla el ataque del enemigo, y, rechazado, atacarle, es preferible a la de comenzar impetuosamente el combate
Capítulo XLVI. Por qué se conserva el mismo carácter en una familia durante largo tiempo
Capítulo XLVII. El amor a la patria debe hacer olvidar a un buen ciudadano las ofensas privadas
Capítulo XLVIII. Cuando se ve que el enemigo comete una gran falta, debe sospecharse que intenta un ardid
Capítulo XLIX. La república que quiere conservar su libertad debe tomar cada día nuevas precauciones. Servicios que valieron a Quinto Fabio el calificativo de Máximo

Nicolás Maquiavelo a Zanobi Buondelmonti y Cosme Rucellai

Salud

Os envío un regalo que, si no corresponde a mis obligaciones con vosotros, es el mejor que puede haceros Nicolás Maquiavelo, pues en él he expresado cuanto sé y aprendí en larga práctica y continua enseñanza de las cosas del mundo. No pudiendo desear más de mí, ni vosotros ni ningún otro, tampoco os quejaréis de que no os dé más.

Podrá muy bien suceder que os desagrade la pobreza de mi ingenio cuando estas narraciones mías sean pobres y lo falaz del juicio cuando al discurrir en muchos puntos me engañe. A decir verdad, no sé quién está más obligado, yo a vosotros, que me habéis forzado a escribir lo que por mi propia iniciativa jamás hubiera escrito, o vosotros a mí, en caso de que lo hecho no os satisfaga. Aceptad, pues, esto como se aceptan todas las cosas de los amigos, teniendo más en cuenta la intención del que regala que la cosa regalada, y creed que me satisface pensar que, si me equivoqué en muchas circunstancias, no he incurrido en error al preferiros a todos los demás para la dedicatoria de estos discursos míos, tanto porque haciéndolo así paréceme mostrar alguna gratitud por los beneficios recibidos, como por apartarme de la costumbre en los escritores de dedicar sus obras a príncipes, cegándoles la ambición o la avaricia hasta el punto de elogiar en ellos todo género de virtudes, en vez de censurarles todos los vicios.

Para no incurrir en tal error he elegido, no a los que son príncipes, sino a quienes por sus infinitas buenas cualidades merecen serlo; no a los que pueden prodigarme empleos, honores y riquezas, sino a los que quisieran hacerlo si pudiesen; porque los hombres, juzgando sensatamente, deben estimar a los que son, no a los que pueden ser generosos; a los que saben gobernar un reino, no a los que, sin saber, pueden gobernarlo.

Los historiadores elogian más a Hierón de Siracusa cuando era

Fin del extracto del texto

Publicado el 16 de febrero de 2017 por Edu Robsy.
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