Arte de Amar

Ovidio


Poesía, tratado



Introducción

De Ovidio y de sus obras han escrito otras plumas más bien cortadas que la mía; y así fuera temeridad querer añadir, o superfluidad copiar a los eruditos que emprendieron aquel trabajo. Demás de que los comentarios y rapsodias no son ya del gusto de nuestro siglo; en el cual, como en todos, el que aspira a instruirse con solidez es necesario que recurra a las fuentes, sin contentarse con vagas repeticiones, y noticias tal vez corrompidas.

Pero yo traduzco un poema de Ovidio, que ha de andar en manos de todos, y entre mis lectores habrá muchos que no han oído siquiera su nombre; y otros que apenas tienen idea superficial de él y de sus poesías. Y he aquí por qué no puedo pasar del todo en silencio algunas circunstancias de este meritísimo autor.

P. Ovidio Nasón, caballero romano, nació en Sulmona, ciudad del Abruzo, cuarenta y tres años antes de la era vulgar, el mismo día en que fue muerto el elocuente Cicerón. En Roma, a donde fue llevado de corta edad, se dio a las letras bajo la dirección de Plocio Gripo; y mostrando agudo ingenio, a los dieciséis años le enviaron a Atenas, donde estudió las ciencias, y se perfeccionó en la lengua griega. Las escuelas atenienses eran por entonces frecuentadas de la juventud romana, y apenas habrá autor latino de nota que no se formase en ellas. Quiso su padre obligarle a seguir la carrera del foro, y en efecto por obedecerle la siguió algún tiempo, hasta que muerto su padre, la abandonó por las deliciosas musas, arte a que le llamaba la innata inclinación. Tuvo también por maestros en la filosofía a Porcio Latrón, en la retórica a Marcelo Fusco, y en la gramática a Julio Grecino, profesores que entonces se llevaban el aplauso en Roma.

Fue bueno e ingenioso orador, afluente y patético poeta, que engrandecía y animaba cuantos asuntos encomendaba a su pluma; bien que las demasiadas flores con que exornó sus versos, prodigadas con facilidad por su ardiente y fecunda imaginación, le apartaron algún tanto de la noble y sencilla majestad del arte. Dicen que tenía tanto amor propio, que no solo desconocía, sino que amaba sus defectos, negándose a corregirlos, aun cuando sus amigos se los advirtiesen. ¡Debilidad humana, de que no se eximen los mayores hombres!

Gozó en Roma de los honores y beneficios con que Augusto acostumbraba remunerar a los grandes talentos, y hubiera acaso llegado a mayor fortuna que otros poetas sus contemporáneos; pero la desgracia, que al hombre le es dado pocas veces evitar, le proporcionó los amores de Julia, hija de Tiberio, a quien escribió algunas epístolas amatorias, las cuales miró Augusto como delito de lesa majestad, y las mandó quemar, desterrando a Ovidio a la villa de Tomos en el Ponto Euxino. Allí murió a la edad de cerca de sesenta años, sin haber podido alcanzar el regreso al seno de su familia, y a su amada patria.

Entre sus copiosas producciones merecen lugar las poesías galantes, en las cuales imitó a los griegos, aficionadísimos a composiciones licenciosas, como se puede ver en Safo, Anacreonte y otros varios. Cuando apareció su Arte de amar, debió causar mucho ruido en aquella capital del orbe conocido, porque aunque la corrupción de costumbres, necesario efecto de las riquezas y del lujo, había ya llegado a su colmo, duraban todavía ciertos usos y leyes, sombra de la antigua austeridad republicana, que en la apariencia condenaban toda relajación y desorden; y sería ciertamente cosa extraña ver un poema preceptivo, que enseñaba la práctica de la misma corrupción, y que si tal vez no era capaz de introducirla, por lo menos suponía y hacía pública la que interiormente contagiaba a Roma, y era indicio de su decadencia. Lo cierto es que Augusto le halló tan eficaz, que le llamaba arte de cometer adulterios: juicio que, según unos, fue la verdadera causa del destierro del autor, y según otros, solo el pretexto para castigarle por agravios privados. Pero sea de esto lo que fuere, se ve que Ovidio fue castigado por culpas amorosas, a que seguramente le arrastraba su natural propensión.

Este Arte de Amar, que en nuestro español sin impropiedad podríamos llamar también arte de enamorar, y arte de cortejar, está dividido en tres libros. En el primero se enseñan dos cosas: los lugares donde se habían de buscar las mujeres que se quisiesen amar, y el modo de propiciar y poseer su corazón. En el segundo se dan preceptos para que el amor sea duradero. Y en el tercero, hablando con las mujeres, les dicta también reglas para amar y competir con los hombres. De modo que, según su plan, forma de la pasión amorosa una guerra entre hombres y mujeres: idea a la verdad muy propia y sublime, tomada ingeniosamente de la naturaleza y de las preocupaciones de los dos sexos.

Tiene este poema todas las cualidades de didascálico: brillan en él los principios, la invención y el orden en cuanto al arte; y en cuanto a la locución, la belleza, la elegancia, la armonía, el laconismo y pureza de la lengua latina. Sus episodios, aunque parte accesoria, tienen tal mérito, no solo por su enlace, sino por su delicadeza y hermosura, que en mi concepto exceden al cuerpo de la obra. ¡Ah, si me hubiese sido dado conservar en la traducción toda la belleza del original para confusión de los presuntuosos modernos, que creen igualar a los padres del buen gusto desdeñando su estudio y aun su lengua! ¿Y quién podrá alabar dignamente la filosofía con que Ovidio trata la pasión de amor, aquella filosofía conveniente a la poesía, de que los modernos nos dan tan escasos ejemplos, y que los antiguos poseían y sabían emplear con tanto magisterio?

Ovidio usa en esta composición de versos elegíacos, que por carácter son sencillos, tiernos y sentenciosos. Yo he procurado ceñirme al carácter del original: he procurado vestir el latín de castellano, y no este de latín: he procurado conservar en la prosa el sabor poético, el tono elevado y metafórico del original: empresa harto inaccesible a mis débiles fuerzas.

Tal vez no se verá en la traducción toda la gracia poética del original, porque esta consiste por la mayor parte en la sonoridad métrica, en transposiciones, conjunciones, repeticiones, voces tal vez sin equivalente, en transiciones, en alusiones peculiares de tiempos y costumbres, o en fin, en alguna de aquellas circunstancias que ni se pueden conservar, ni tendrían mérito en las lenguas vivas; o que conservadas, no serían en opinión de los juiciosos más que ripio y pedantería. La diferencia de lenguas es regla fundamental, y por eso son sin duda tan viciosas las traducciones servilmente literales, como las excesivamente libres. Por otra parte el original latino no es de aquellas composiciones en que se debe ostentar y sostener todo el estilo poético; al contrario, perteneciendo al género didascálico, está forzado a imitar la naturalidad prosaica para hacer claros los preceptos, reservando para los episodios mayor pompa, sublimidad y riqueza. Pues véase también como esta parte episódica resalta más en la traducción; allí hallarán con que contentarse los que solo tienen por poesía el estilo altisonante, y no la invención, variedad, propiedad y fluidez.

Estoy persuadido de que la presente traducción excede a algunas extranjeras que he visto, y aun a la única castellana en verso que se imprimió, y se ha hecho ya tan rara, que son más raros los que saben que la hay; porque ninguna conviene con el original, como debe. La redundancia, la inexactitud, el mal lenguaje y la arbitrariedad son sus principales defectos: en una palabra, las reglas de traducir se hallan quebrantadas en ellas abiertamente. Basta: mi ánimo no es criticar, sino presentar al juicio del público lo que he podido adelantar sobre los que me precedieron.

La he llamado Arte amatorio, que es su verdadero título, según los más antiguos manuscritos que existen de este poema, y la autoridad de varios escritores que hablaron de él, y le citan.

Aún no tenemos un ejemplar correcto de las obras de Ovidio: todos los códices estan llenos de errores y variantes, que ponen en perplejidad a los más peritos en la lengua latina, y a los que trabajaron en purificar su texto y conciliarlo, estudiando el estilo del autor, y confrontando unos pasajes con otros análogos, y aun con los de algunos escritores que coinciden en los mismos pensamientos. Por esta razón me vi casi precisado muchas veces a adivinar el sentido genuino, o interpretarlo, y aun por esto mismo dejarlo acaso imperfecto, cediendo a la necesidad de leer como se halla escrito, y de conformarme con la puntuación prosódica y ortográfica. Sigo la edición de Leyden, que pasa por la más ilustrada y correcta, confesando que a sus notas he debido mucha luz para entender lugares en que sin tal guía iría a ciegas, y en que, aun con ella, no me prometo entero acierto.

Libro primero

Si algún romano ignora el arte de amar, lea mis versos, y enseñado con su lectura, ame. Por el arte se guía la ligera nao con vela y remos: por el arte se rigen los voladores carros, y por el arte ha de ser regido el amor. Automedonte era diestro en carros y caballos, y Tifis era piloto de la nave argonáutica; empero a mí me designó Venus maestro del tierno amor; Tifis y Automedonte del amor me llamará la gente.

Es sin duda fiero el amor, y me contrasta muchas veces; mas es niño, de blanda edad, y dispuesto a tornarse dócil. Quirón perfeccionó al muchacho Aquiles con los sonidos de la cítara, amansando con la armoniosa arte la fiereza de su ánimo. Quien tantas veces puso grima a compañeros y enemigos, temía delante del añoso viejo, y presentaba obediente al castigo de este ayo las manos que habían de aterrar a Héctor. Quirón es preceptor de Aquiles, yo del amor. Uno y otro muchacho son duros, uno y otro prole de diosa; mas el toro sujeta la cerviz al peso del arado, y los briosos alazanes tascan el freno. Así el amor cederá a mi voluntad; aunque vibre contra mí sus flechas, y abrase mi pecho con sus teas. Cuanto más cruelmente me hirió, y con más violencia me atormentó, tanto mejor vengaré mis heridas.

No mentiré, ¡oh Apolo!, diciendo que tú me inspiraste esta arte, o que la sé por el canto de las volantes aves; ni que se me aparecieron Clío y sus hermanas, como al que guardaba rebaños en los valles de Ascra. La práctica es la que dicta esta obra: creed pues al experto poeta. Cantaré preceptos verdaderos: favorece mis designios, madre de amor. No enseñarán mis versos delito alguno, solo sí de amor los hurtos permitidos. Huid sin embargo, vírgenes delicadas, dechado de pudor, y las que ocultáis los pies con talares vestiduras.

Los que ahora os alistáis por primera vez en las nuevas banderas, trabajad en hallar ante todas cosas el objeto que queráis amar: luego en conquistar el corazón de la que os agrade; y últimamente, en que su amor sea de larga duración. Este es el método: este campo recorrerá mi carro, este límite rozarán sus ruedas.

Mientras podéis, y sin ligaduras andáis por todas partes, escoged una muchacha a quien diréis: Tú eres la única que me agrada. Esta no descenderá para vosotros de las diáfanas regiones, buscareisla adrede con vuestros ojos. El cazador sabe donde ha de tender lazos a los ciervos: sabe en que valle tiene su madriguera el rugiente jabalí: al pajarero sonle conocidos los árboles donde posan los pájaros, y el que echa las redes conoce cuáles aguas abundan de peces.

Así los que buscan objeto de permanente amor aprendan desde luego qué parajes frecuentan las mujeres. No será para esto necesario emprender dilatados viajes, ni atravesar mares procelosos; bien que Perseo haya traído a Andrómeda de los indios atezados, y el troyano Paris haya venido a robar la griega Elena. Roma os ofrecerá tales y tantas lindas mozas como pueblan, según decimos, lo demás del mundo. Y no es tan fértil en granos la campiña de Gárgaro, ni en uvas Metimna, ni surcan el mar más peces, ni oculta más aves la frondosidad de los árboles, ni esmaltan el cielo tantas estrellas como muchachas tiene Roma. Venus reside en la ciudad de su hijo Eneas.

Los que se inclinan a las que aún están en sus primeros e imperfectos años, las hallarán verdaderamente niñas. A los que gustan de jóvenes, no les faltarán tantas placenteras jóvenes, que pondrán perplejidad en su deseo. Pero los que por casualidad sean llevados por las de edad adulta y más cuerda, créanme que esta turba será copiosísima.

Paseaos vagarosos en los ardientes días del estío a sombra del pórtico de Pompeyo o en el que a la munificencia del hijo añadió su munificencia la madre, suntuoso edificio de peregrinos mármoles. Id al pórtico adornado con cuadros de la antigüedad, que por el nombre de su fundadora es llamado de Livia: y al en que están pintadas las Danaides, que osaron fraguar muerte a los míseros primos, desposados con ellas, y su cruel padre está en pie con la espada desnuda. Tampoco evitéis el templo de Adonis llorado de Venus: ni los sacrificios celebrados al séptimo día por el judaico Siro: ni olvidéis el de la menfítica Isis con vestimenta de lino, que a muchas hizo lo que ella fue con Júpiter.

El foro, ¿quién lo creería?, es a propósito para casos amorosos: en el sutil foro se halla muchas veces la llama del amor. La fuente Apia, dominada por el adyacente templo de Venus construido con mármol, hiende el aire con saltantes aguas. Allí con frecuencia el causídico se deja coger del amor, y él que defiende a otros no se defiende a sí mismo. Allí con frecuencia faltan palabras al más elocuente, nuevos negocios le ocupan, y así solo trata de la propia causa. El que poco ha era patrono, ahora desea ser cliente. De este ríe Venus desde el templo cercano.

Pero cazad principalmente en los públicos teatros, sitios más favorables a vuestros designios. Aquí hallaréis amor y entretenimiento: las que queráis disfrutar una vez, las que escojáis para poseerlas. A la manera que las hormigas en numeroso escuadrón van y vuelven sin cesar, cargadas de granos para su sustento, o como las abejas revuelan por los amenos y olorosos sotos, buscando el tomillo y las flores, así concurren las mujeres ataviadísimas a los juegos solemnes. Su afluencia algunas veces fue embarazo a mi elección. Vienen a ver, y vienen a ser vistas. Es peligroso este lugar para el casto pudor.

Tú, ¡oh Rómulo!, instituiste el primero espectáculos perturbados por el amor, cuando la robada sabina deleitó a tus vacantes ciudadanos. Entonces los teatros no estaban decorados de mármoles y colgaduras, ni competían en la escena los vistosos colores. No había artificio, y la escena se adornaba simplemente con enramadas de verde hojarasca que producía el nemoroso Palatino. El pueblo se sentaba en gradas hechas de césped, llevando coronadas con hojas verdes sus desgreñadas cabelleras. Miraban los romanos a las sabinas, reparando cada uno en la que era de su gusto, y revolviendo en el silencio de su pecho muchos deseos. Cuando el flautista etrusco tocaba un rudo tono, bailando el histrión a su compás, en medio de los aplausos (que entonces el aplauso era desordenado) dio el rey al pueblo la esperada señal para el robo. Desertando repentinamente sus puestos, y publicando con algazara su resolución, pusieron en las doncellas las concupiscentes manos. Como la timidísima banda de palomas huye del águila, como la corderita huye de los voraces lobos, así temieron a los varones que tumultuariamente se precipitaban sobre ellas. Ninguna hubo que no mudase de color: porque el temor era uno; pero no uno el efecto del temor. Unas se arrancan los cabellos: otras quedan atónitas: estas callan tristes: aquellas llaman en vano a su madre. Unas se lamentan: otras yacen estúpidas: aquellas permanecen: estas escapan. Si alguna se oponía tercamente y rehusaba al raptor comedido, este con libidinoso ardor la llevaba en sus brazos. ¿Por qué con lágrimas, la decía, estragas tus lindos ojos? Yo seré para ti lo que tu padre es para tu madre. ¡Oh Rómulo! Tú solo supiste hacer felices a los soldados. Si a mí me cupiese igual suerte, sería soldado. De aquí viene que los grandiosos teatros están aún hoy llenos de asechanzas contra las hermosas.

Ni dejéis de asistir al certamen de los nobles caballos, pues el circo proporciona oportunidades entre sus inmensos concurrentes. Allí no se necesita explicar por señas los pensamientos, ni se han de notar vuestras acciones. Sentaos cerca de la dama, no estorbándolo alguno; juntad cuanto podáis vuestro lado al suyo: y tocadla mal de su grado, como que os constriñe la disposición del lugar.

Escogitad entonces motivo de familiar conversación, y desplieguen vuestros labios las cosas generales. Preguntadla con estudio cuyos son los caballos que veis en la liza, y haced sin detención votos por aquel, cualquiera que sea, a quien favoreciere con los suyos. Llegará el carro en que los ebúrneos simulacros de los dioses son llevados con pompa; aplaudid con respetuosa mano a Venus, como a señora.

Si en el regazo de la muchacha cayere tal vez polvo, sacudidlo con los dedos, y sacudidlo también, aun cuando no lo hubiere. Tomad cualquier pretexto para ser oficioso. Si el manto muy caído le arrastrare por el suelo, levantadlo, y limpiadle con prontitud la inmundicia. Por premio de esta urbanidad, se presentarán a vuestra vista y tolerándolo ella, le veréis sus piernas. Cuidad además de que los que estuvieren detrás sentados no opriman con opuesta rodilla sus delicadas espaldas.

Las frivolidades atraen a los ánimos livianos: a muchos les fue útil mullir con maña una almohada para hacer más blando asiento a la muchacha: les fue útil mover con ligero soplo el abanico, y formar cómodo apoyo para sus pies. Estos medios facilita el circo al amor naciente, y la triste arena esparcida por el inquieto anfiteatro. El vendado rapaz combate muchas veces en aquella liza, y los que miran las heridas de los atletas tienen no menos heridas. Mientras hablan y se divierten, y apuestan sobre quién será vencedor, suspiran llagados, sintiendo las volátiles flechas: contribuyen en parte a variar el espectáculo.

¿Y qué no sucedería si César ordenase representar ahora la batalla naval en que fue echada a pique la pérfida escuadra de los griegos? A este espectáculo vinieran de los dos mares jóvenes y muchachas, y la ciudad parecería un gran mundo. ¿Quién en tal muchedumbre no hallaría a quien amar? ¡Ah, cuántos fueran aquejados de amor extranjero!

Ya César va a añadir al orbe sojuzgado el resto de no domadas naciones, y los extremos de oriente extenderán ahora el imperio. ¡Partos, seréis castigados! ¡Alegraos, soldados de Craso, que ya seréis sepultados! Y vosotras, enseñas romanas, ultrajadas por manos bárbaras, tendréis un vengador que en sus primeros ejercicios probó ser consumado capitán. Siendo joven manda la guerra como hábil veterano. Perdonad, natalicios, pues no se cuenta la edad de los dioses. La virtud es prematura en los Césares. Su genio celestial se levanta más veloz que sus armas, y lleva con despecho los daños de la cobarde tardanza. Niño era, y con sus manos despedazó Hércules dos serpientes, mostrándose desde la cuna digno de Júpiter. ¡Y cuán grande fuiste tú, Baco, siendo aún mancebo, cuando la vencida India dobló el cuello a tus tirsos! Joven excelso, pelearás con el valor y auspicios de tu padre, y vencerás con el valor y auspicios de tu padre. Haz el aprendizaje a la sombra de tan grande nombre; y así como ahora eres príncipe de la juventud, lo serás algún día de los ancianos. Tienes hermanos; venga la injuria de tus hermanos. Tienes padre; defiende los derechos de tu padre. Te ceñirá las armas tu padre, el padre de la patria, pues el enemigo se apoderó sin su licencia de las tierras del Imperio. Tú disparas justos dardos, y él malvadas saetas, y estarán así a favor de sus estandartes el derecho y la piedad. Son vencidos los partos en la causa, sean vencidos en las armas. Traiga mi capitán al Lacio las riquezas del reino de la aurora. Padre Marte, padre César, auxiliadle en su jornada, ya que uno de vosotros es dios, y el otro llegará a serlo. Vaticino ya: vencerás, dedicaré votivos himnos, y cantaré tus hazañas con heroica trompa. Haciendo alto, exhortarás con mis palabras a las huestes. ¡Oh! ¡Correspondan mis razones a tu valor! Diré la fuga de los partos, y el esfuerzo de los romanos, y los dardos que lanza el enemigo desde sus vueltos caballos. Parto, que huyes para vencer, ¿que dejas al vencido? Parto, tus armas tienen ya un funesto presagio. ¿Llegará pues aquel día en que tú, el más bizarro de los príncipes, entres triunfante en un dorado carro, tirado por cuatro blancos caballos? Irán delante los caudillos, atados los cuellos con cadenas, y no podrán, como antes, salvarse en la fuga.

Presenciarán el triunfo los jóvenes alegremente mezclados con las muchachas, y aquel día dilatará los ánimos de todos. Entonces, si alguna os pregunta el nombre de los reyes y plazas, montes y ríos, cuyos diseños se lleven tremolados, responded a todo, y aun a lo que no pregunte, refiriendo como bien sabido o que ignoréis. He aquí el Éufrates con la cabeza coronada de cañas, y aquel río de cerúlea cabellera es el Tigris. Estos son armenios, aquella Persia. Esta ciudad está en un valle de los aquemenios. Aquel y aquel son los generales; y se llamarán por los nombres que les deis. Decid los verdaderos si los supiereis, y si no, otros a propósito.

También los festines proporcionan entrada a las abastecidas mesas, donde, además del vino, hallaréis otros placeres. Allí el amor humilla la altivez de Baco, presentado a los brindis por torneados brazos. Cuando Cupido empapó en el vino sus alas rezumosas, se hace pesado y permanece inmóvil. Sacude velozmente sus mojadas plumas, pero no impide que el amor inunde los corazones. El vino dispone los ánimos a enardecerse, y a fuerza de beber se disminuyen y desechan los cuidados. Entonces vienen las risas: entonces hasta el pobre toma orgullo: entonces huyen las zozobras y pesares, y se rejuvenece la arrugada frente: entonces la sinceridad, tan rara en nuestro siglo, abre los senos del alma, porque Baco ahuyenta los artificios. Allí las muchachas roban el corazón a los jóvenes, porque Venus en los vinos es fuego en el fuego. La noche y el vino impiden discernir la hermosura; y así no fieis demasiado de la engañosa luz de las lámparas. Paris miró de día y a cielo abierto a las diosas, para pronunciar su juicio a favor de la más bella. Por la noche se ocultan las tachas y se perdonan todos los defectos; y la oscuridad hace hermosa a cualquiera. Consultad al día las piedras preciosas y las telas teñidas de púrpura; consultad al día los talles y semblantes.

¿Para qué os he de nombrar las reuniones mujeriles, acomodadas para los que conquistan? Exceden a las arenas. ¿Qué diré de Bayas, y de sus riberas pobladas de albergues? Y ¿qué de los calientes baños de azufre que estan humeando? Uno, saliendo de aquí con el corazón llagado, dijo: no son saludables estas aguas, como cuentan. He allí fuera de las murallas el templo de la selvática Diana, cuyo sacerdocio se disputa con puntas de ofensivos cuchillos. La diosa, aunque virgen y enemiga de los dardos de Cupido, ha causado y causará a sus devotos muchas heridas.

Hasta aquí mi musa, en desiguales versos, os ha enseñado donde habéis de buscar a quien amar, y donde armarle lazos. Ahora me afano a mostraros lo más importante de mi arte, que es el modo de ganar a la que os agradó. Escuchadme, hombres, con mente dócil, seguros de que no hago promesas vanas. Persuadíos firmemente a que todas se pueden coger; y las cogeréis, dándoos maña. Antes enmudecerán los pájaros en la primavera, en el estío las cigarras, y los perros huirán la liebre, que a un joven se resista la mujer suavemente acariciada. Tal que pensaréis no condescienda, también condescenderá. Bien así como a los hombres, engolosina a las mujeres la furtiva Venus. Los hombres disimulan mal; ellas desean más encubiertamente. Por eso es ley conveniente que el varón se declare antes, y que la hembra ruegue ya vencida. La novilla brama al toro en los herbosos prados; la yegua relincha al cornípedo caballo.

No es más punzante en nosotros, ni tan furiosa la lujuria: el ardor viril tiene término natural. Aficionose de su hermano con amor prohibido la ninfa Biblis, y con un dogal castigó en sí lo ilícito valerosamente. Mirra concibió por su padre indebida ternura, y se escondió debajo de la corteza de un árbol oloroso, donde está ahora llorando. Nos ungimos con sus lágrimas, y conservan el nombre de su dueño.

Había en los valles umbríos del frondoso Ida un albo toro, ornamento de su rebaño, señalado con un poco de negro en medio de los cuernos; tenía esta única mancha, lo demás era como la leche. Las novillas de Cnoso y de Cidón apetecieron sostenerle en su lomo. Pasífae lisonjeada de que llegaría a ser su amante adúltera, odiaba celosa a las garridas terneras. Lo que digo es notorio, y no lo puede negar Creta la mentirosa con sus ciento ciudades. Esta misma segaba, con desacostumbrada mano, tiernas hojas y fresca yerba para el toro. Iba compañera entre el rebaño, sin que detuviese su ida el cuidado del esposo; y el toro era preferido a Minos. ¿De qué te sirve, Pasífae, vestir ropas preciosas, si tu galán es insensible a esas riquezas? ¿Qué necesitas espejo tú que corres tras del rebaño por ásperas montañas? ¿Para qué, necia, rizas tanto el cabello? Cree al espejo que te desmiente de que eres becerra: ¡oh, cuanto quisieras que te naciesen cuernos en la frente! Si amas a Minos, no busques barragán; o si quieres ofenderle, oféndele con hombre. Por bosques y jarales, dejando el ostentoso palacio, vaga la reina como bacante inspirada por el dios de Aonia. ¡Ah! Cuántas veces miró con mal gesto a una novilla, diciendo: ¿Por qué esta agrada a mi querido? Ved como trisca delante de él en las praderas, y no dudo que neciamente se imagine que le agrada con saltar así. Decía, y mandaba, al punto quitarla de la vacada, y ponerla sin razón a tirar del duro arado; o la hacía caer ante las aras, víctima del maquinado sacrificio, teniendo alegre ella misma las entrañas de su competidora. Y siempre que aplacaba a los númenes con rivales degolladas, teniendo sus entrañas: andad ahora, decía, a agradar a mi dueño. Ya pretendía la suerte de la ninfa Europa, ya la suerte de Ío: esta porque fue vaca; la otra porque cabalgó en un toro. Pasífae sació por fin su pasión con la guía del rebaño, metiéndose dentro de una vaca de madera; y el parto descubrió a su autor.

Si Aérope no hubiera sucumbido al adulterio de Tiestes, no hubiera Febo retrocedido en medio de su carrera, ni con vueltos caballos conducido hacia la aurora su carro. La hija de Niso, robado a su padre el cabello de que pendía su vida, para entregarlo al enemigo que ella amaba, fue cambiada en monstruo marino, que entre sus muslos apretaba a unos perros rabiosos. Fue inhumanamente asesinado por su consorte el atrida Agamenón, el que en la tierra había escapado a Marte, y en el mar a Neptuno. ¿Quién no virtió lágrimas sobre la hoguera de Creúsa, y sobre la madre ensangrentada con la muerte de sus hijos? Lamentó Fénix con secos gemidos el vilipendio de su padre. Los espantados caballos despedazaron a Hipólito. Fineo, ¿por qué arrancas los ojos a tus inculpables hijos? Sobre tu cabeza recaerá este castigo.

Tantas desventuras se causaron por lascivia femenil. Es más acre que la nuestra, y tiene más vehemencia. Ea pues, no dudéis de lograr todas las muchachas: apenas habrá entre mil una que resista a vuestras solicitudes. Las que otorgan y las que niegan se gozan de ser rogadas. Para que os engañéis, al principio os darán repulsa; pero ¿por qué engañaros, siéndoles sabrosa la novedad en los deleites, y arrastrando más su corazón los vedados? Más colmada parece siempre la mies en el campo ajeno: más abundante en leche el rebaño vecino.

Pero ante todo procurad conocer a la sierva del objeto anhelado, para que os facilite su trato. Ved que interviene en los consejos de su ama, y que es sabedora no poco confidencial de sus secretas diversiones. Sobornadla con ruegos y con promesas, porque si ella quiere obtendréis fácilmente lo que deseáis. Elija ella el tiempo (también los médicos guardan tiempos) en que la voluntad de su señora se manifieste fácil, y dispuesta a ser ganada. Estará dispuesta la voluntad cuando alegrísima sobre manera lozaneare, como el sembrado en tierra fértil. Así como la tristeza comprime los corazones, la alegría los ensancha: entonces se abren por sí mismos, y Venus entra no difícilmente. Cuando Troya estaba triste, se defendió peleando; entregada al regocijo recibió el caballo preñado de soldados.

Hase también de propiciar cuando se doliere injuriada por combleza del marido: entonces redoblad vuestras artes, para que no quede sin venganza. Despierte su atención la sierva al peinar por la mañana sus cabellos, añadiendo a la vela la fuerza del remo. Y suspirando diga entre sí con leve murmullo: a mi parecer nunca podrás pagarle en la misma moneda. Hable entonces de vosotros en términos persuasivos, jurando que morís locamente por sus amores. Pero aprovechad la coyuntura, no sea que se abatan las velas, y amaine el viento. Desaparece brevemente la ira, como la frágil escarcha.

¿Me preguntaréis acaso si convendría corromper a la misma tercera? Se necesita en esto grande fortuna. Muchas con el concúbito se hacen más activas, y otras más negligentes. Las unas os prepararían el don de su señora; las otras labrarían sus placeres. El acierto es eventual: y aunque esto salga bien a los atrevidos, mi consejo es abstenerse.

No os conduciré yo por eminencias y precipicios, ni ningún joven será chasqueado, siendo yo su director. Si la confidente, al recibir y dar los billetes, os place tanto por su figura, como por su puntualidad, haced por gozar primero a la señora, y sígala ella en la suerte. No habéis de empezar la Venus por la sirviente. Lo único que aconsejo (si se da crédito al arte, y no tenéis mis dichos por palabras vagas) es: o no intentar, o perfeccionar la obra. Se quita el descubridor, entrando ella una vez a la parte en el delito. En vano se esfuerza a volar el pájaro cogido en la liga: no escapa fácilmente el jabalí asido en las redes; ni el pez huye herido y preso en el anzuelo. Asaltad la plaza, y no os apartéis sino vencedores. Entonces no os estorbará, ligada con la culpa de entrambos, y sabréis cuanto haga y diga su señora. Pero sed muy callados, porque si no la descubrís, sabréis siempre las interioridades de vuestra amiga.

Yerra el que opina que solo deben observar el tiempo los navegantes y los operosos cultivadores. No siempre se ha de confiar la siembra de la falaz apariencia de los campos, ni embarcarse siempre que el mar parece en calma; ni es siempre seguro conseguir las buenas muchachas. Hay tiempos más acomodados a tales conquistas. Si se acercare su cumpleaños; o las calendas de marzo consagradas a Venus; o si el circo estuviere no adornado con mezquinas estatuas, como antes estuvo, sino enriquecido con despojos de reyes; diferid el negocio, pues entonces se apresura el triste invierno, y las Pléyades: entonces las cabrillas se sumergen en las marinas aguas. Entonces es bien desistir: entonces, el que se confía a las olas esta cierto del naufragio.

Comenzaréis acertadamente por el tiempo de la batalla que enrojeció con latina sangre al lloroso Alia: o en los días saturnales, destinados a la holganza, y en las fiestas séptimas celebradas por el palestino Siro. Temed sobre todo el natalicio de la amiga; porque el día en que se ha de regalar es un día aciago. Por mucho que la evitéis, ella os lo sacará, pues la mujer sabe el arte de chupar el dinero al amante deseoso. Vendrá un desaliñado mercader a casa de la antojadiza compradora, y en vuestra presencia mostrará sus mercaderías. Las cuales ella, como que le parecéis conocedores, os rogará que veáis. Después os besará, y en seguida os pedirá se las compréis. Os dirá que las necesita ahora, y que ahora se le han de comprar; jurando quedar con esto contenta para muchos años. Si os excusáis con que no tenéis dinero en casa, os pedirá una obligación; y no os evadiréis, con toda vuestra ciencia.

¿Pues, qué, no pedirá dádivas para las libaciones en el día de sus años, renovando su nacimiento cuantas veces lo necesite? ¿Y qué, no llorará otro día desconsolada por fingidas pérdidas, como la de habérsele caído una piedra del pendiente? También piden prestadas muchas cosas, y no las vuelven. Las perdéis, y este daño queda sin agradecimiento. En suma, no me bastarían diez bocas y otras tantas lenguas para proseguir las sacrílegas socaliñas de una mujer venal.

Tantead el vado con un billete, que vaya como primer mensajero de vuestro pensamiento. Llenadle de requiebros, imitando las palabras de los amantes, y acompañándolas con eficaces súplicas. Movido Aquiles con la plegaria de Príamo, le donó el cuerpo de Héctor; y los dioses airados se inclinan a la voz rogadora. Prometed, porque ¿qué daña el prometer? Cualquiera puede ser liberal en promesas. La esperanza alimenta por largo tiempo una vez consentida. La esperanza es engañosa: pero es una divinidad a propósito.

Una mujer os dejará con razón cuando la hayáis dado algo, y pagada de lo pasado nada se exponga a perder. Pero no dando, aparentad siempre que daréis. Así engaña un campo estéril muchas veces a su dueño: así un jugador que pierde, sigue perdiendo cebado en la avaricia de afortunada suerte. Esta es la obra, esta la habilidad, adquirir sin interés los primeros favores; porque la que gratuitamente complació, continuará complaciendo. Enviadla pues billetes llenos de ternura para reconocer antes el camino, y explorar la voluntad. Cidipe fue seducida por una carta, atada a una manzana, cuyas expresiones encendieron a la incauta en su pasión.

Amonesto a la juventud romana que aprenda a ser elocuente no solamente para defender a los medrosos reos. Aplaudirá a la elocuencia tanto la amorosa muchacha, como el pueblo, los jueces graves y el circunspecto senado. Disimulad sin embargo el arte, y no os jactéis de elocuentes. Desterrad de las cartas las palabras afectadas. ¿Quién sino un falto de talento hablará a su tierna amiga como declamador? A veces son las cartas estudiadas causa de aborrecimiento. Escribid en estilo creíble, y en términos acostumbrados; suaves empero para que parezca que habláis estando presentes. Si no recibe el billete, y lo devuelve sin leerlo, no desesperéis de que lo leerá, y perseverad en el propósito. Con el tiempo vienen al yugo los indómitos toros: con el tiempo se enseñan al duro freno los caballos. Con el continuo uso se gasta una argolla de yerro; y la reja del corvo arado se consume con la continua labranza. ¿Qué hay más duro que el peñasco? ¿Qué más blando que el agua? Y sin embargo el agua blanda cava en el duro peñasco. Insistid; con el tiempo a la misma Penélope venceréis. Tarde se vio tomada Troya; pero se vio tomada.

Si lee, y no quiere responder, no la apremiéis. Proseguid en escribirla vuestras ansias: que si una vez gusta de leerlas, gustará de responder a su lectura. Estas cosas vendrán por su orden gradual. Acaso la primera respuesta será desengañada, y os rogará que no la requiráis de amores; pero temerá cumpláis lo que ruega, y deseará que apresuréis lo que no ruega. Seguid, y arribaréis luego a vuestro intento.

Entretanto si la encontráis llevada muellemente en la litera, acercaos con disimulo, y para que alguno no aplique curioso el oído a vuestra plática, ocultadla con la astucia de explicaros por palabras ambiguas. Si se espaciare a pie en el pórtico, paseaos también, y permaneced allí tanto como ella; ya yendo detrás, ya delante, ya de prisa, ya despacio sin avergonzarse de pasar por medio de las columnas, o de ir a su lado.

Ni la dejéis sola en las diversiones teatrales: allí con su compostura os embebecerá la atención. Miradla y remiradla, y haced como que la admiráis; habladla muchas cosas con los ojos, y muchas por señas Aplaudid a la mima que baile con destreza, y a cualquiera que represente papel de enamorado. Levantaos cuando ella se levante, estad sentado mientras lo estuviere: gastad el rato al arbitrio de la señora.

Empero no acostumbréis a ensortijar con hierro los cabellos, ni a pulir las piernas con la áspera pómez. Dejad esta afeminación a los sacerdotes que con frigios tonos cantan aullando a la madre Cibeles. A los hombres les conviene compostura descuidada. Teseo prendó a Ariadna sin arrebolarse ni rociarse con esencias. Fedra amó a Hipólito, que no usaba de muchos atavíos; y era cuidado de Venus, Adonis en traje inculto. Cuidad del aseo, aunque la cara esté fusca con los ejercicios del Campo Marcio. Llevad bien hecha y sin manchas la toga. No tengáis asquerosa la lengua, los dientes llenos de sarro, ni naden los pies en amplio calzado. No llevéis la cabeza deformemente trasquilada; traed el cabello y la barba cortada por mano hábil. No tengáis largas ni con suciedad las uñas, ni sobresalga pelo alguno en las ventanas de la nariz. Evitad que os huela mal el aliento, y el cuerpo a sobaquina. Todo lo demás es de mujeres lascivas, o de aquel varón que se complace en torpes amores.

He aquí a Baco que llama a su poeta, y como protector de amadores favorece la llama con que él mismo se abrasa. Ariadna erraba demente por la desierta playa de Cnoso en aquella parte por donde bañan a la pequeña Día las marinas ondas. Como estaba en el sueño, velada con desceñida túnica, los pies desnudos, y destrenzados los rubios cabellos, demandaba con gritos a las sordas olas el cruel Teseo, vertiendo un río de desmerecidas lágrimas, que regaban sus rosadas mejillas. Clamaba y lloraba juntamente, y en sus voces y llanto parecía más hermosa. Golpeándose otra vez el primoroso pecho, ¡el pérfido se ha ido!, dijo, ¡qué será de mí, qué será de mí! Y toda la ribera resonó con el ruido de los címbalos y atabales pavorosamente tañidos. La conmoción la derribó en tierra, interrumpiendo sus últimas palabras: quedó sin movimiento como amortecida. Al punto vinieron las bacantes, tendida la melena por las espaldas: al punto los ligeros sátiros, cortejo precursor del dios: al punto el viejo beodo Sileno, que teniéndose apenas a caballo del asno, se asía mañoso de las crines. Entretanto que seguía a las bacantes, y que las bacantes ya le huían, ya le buscaban, picó al cuadrúpedo con los talones, y como mal jinete dio de cabeza, caído del orejudo asno. Los sátiros le gritaron: Sus, arriba, arriba, padre. Ya el dios desde el carro tejido de uvosos pámpanos detiene con las riendas de oro los uncidos tigres. Quedó Ariadna sin color, sin habla y sin llamar a Teseo. Tres veces intentó huir, y tres veces embargada por el miedo tembló como las vacías espigas sacudidas por el viento; como la caña leve se bambolea en la cenagosa laguna. Depón el miedo, le dijo el dios, en mí tienes un compañero más fiel que Teseo. Oh Ariadna, de Baco serás la dulce esposa. Por dote te doy el cielo: del cielo astro radioso, servirás de guía a la incierta nave. Dijo; y a fin de que ella no se espantase de los tigres, saltó del carro, la arena cedió bajo sus pies. La llevó abrazada contra su pecho, porque a la verdad no tenía fuerza para resistirse; bien que es fácil a los dioses poderlo todo. Parte de la comitiva cantó Himeneo, y parte clamó: ¡Evoé, evoé! Así fueron juntos al tálamo nupcial la novia y el dios.

Así que, cuando en los convites brindaréis los báquicos dones, sentados mano a mano con alguna mujer, deprecad al padre Nictelio, y las nocturnas deidades no permitan que los vinos perturben vuestro cerebro. Allí tendréis libertad de decir con palabras encubiertas mil cosas amorosas, que ella se tomará por sí. Escribid en la mesa breves galanterías con las gotas de vino derramadas, para darle a conocer que es vuestro dueño. Mirad sus ojos con ojos intérpretes de vuestra pasión. Un semblante taciturno habla a veces más que la lengua. Haced por tomar el primero el vaso en que haya bebido, y bebed por donde sus labios le hayan tocado. Y cualquiera cosa de comer que haya partido con los dedos, pedídsela y al dárosla tocadle la mano.

Trabajad también en adular al marido, pues hecho amigo os será muy útil. Si bebéis por suerte, dejadle la suerte primera, y dadle la corona quitada de vuestra cabeza. Si es de clase inferior o igual, dejadle tomar de todo antes; deferid a él, y no le contradigáis. Aunque la tengan por algo culpada, es vía frecuente y segura engañar al marido so color de amistad.

Excédase enhorabuena el encargado de probar el vino y administrarlo; pero yo os prescribiré la medida cierta con que habéis de beber, y es mientras tengáis firmes el juicio y los pies. Evitad sobre todo las rencillas dimanadas del vino, y harto capaces de parar en golpes. Mató a Euritión la brutalidad en embriagarse: la mesa y el vino son más propios para agradable pasatiempo.

Si tenéis buena voz, cantad; y si cuerpo ágil, bailad. Agradad por cualquiera habilidad con que podáis agradar. Como la embriaguez verdadera ofende, así fingida divierte. Fingid pues que vuestra lengua tartamudea, para que se atribuya al demasiado vino cuanto hagáis o digáis con menos decencia. Decid saludes a la querida, y saludes al que duerme con ella; pero a este imprecadle con interior siniestro. Cuando acabado el convite se levante de la mesa (la misma concurrencia os facilitará el acceso) arrimándoos despacio interpolados entre los demás; pellizcadla, y dadla una pisadita.

Se aproxima el coloquio. Desechad la nimia cobardía, lejos el encogimiento, pues Venus y Fortuna ayudan al atrevido. No os dictaré yo lecciones para ser elocuentes. Con solo empezar os vendrá espontáneamente la facundia. Haced el enamorado, imitando con las palabras la enfermedad amorosa, y procurando con arte que os den fe. Y no habrá trabajo en que os crean, porque ninguna hay que no presuma de ser amable: por muy feas que sean, todas se juzgan con atractivos para agradar. Empero muchas veces se empieza a amar por chanza, y muchas veces llega a ser de veras lo que al principio se finge. Sí, mujeres, cuanto más complacientes seáis para estos remedadores, tanto más sincero se hará el amor que poco ha era falso.

Tratemos de sorprender el corazón con imperceptibles cariños, como las aguas puras socavan la pendiente orilla. No tengáis empacho de alabar su cara y sus cabellos, sus torneadas manos, y sus enanos pies. Los elogios de la hermosura lisonjean también a las castas; y el parecer hermosas es cuidado agradable de las doncellas. ¿Por qué no se corren ahora Juno y Palas de haber puesto en juicio su belleza en medio de las selvas frigias? El pavón de Juno ostenta, cuando le alaban, el tornasolado brillo de sus plumas; y si le miran con indiferencia, esconde la riqueza de su adorno. Los caballos entre las contiendas de la rápida carrera se envanecen con el aplauso de su cuello y bien peinadas crines.

No andéis escasos en prometer: las promesas cautivan a las mujeres. Poned a cualesquiera dioses por testigos de lo prometido. Júpiter desde las alturas ríe de los perjurios de los amantes, y manda a los vientos de Eolo que lleven los que son nulos. Júpiter solía jurar en vano a Juno por el lago Estigio, y él mismo nos alienta con su ejemplo. Importa que haya dioses; y pues importa, creamos que los hay. Ofrezcámosles incienso y vino en las antiguas aras, porque no yazcan en el ocio, ni sumidos en el letargo. Vivid con probidad, pues la deidad os observa. Restituid los depósitos: sed religiosos en cumplir los pactos: huya el fraude: no seáis homicidas. Burlad impunemente, si sabéis, solo a las mujeres. Esta es la única fe a que es vergonzoso no corresponder con dolo. Engañad a las engañadoras: son raza pérfida por la mayor parte; caigan pues en los lazos que tendieron.

Cuéntase que el Egipto careció de las lluvias que fertilizan los campos, padeciendo en sequedad nueve años. Trasio se acercó al rey Busiris, y le mostró que Júpiter se aplacaría, derramando en sacrificio la sangre de un extranjero. Tú serás, respondió Busiris, primera víctima inmolada a Júpiter; y como extranjero atraerás la lluvia al Egipto. Y Falaris tostó en el toro los miembros del inhumano Perilo, estrenando el autor para su daño la obra. Justos fueron los dos tiranos, porque no hay más equitativa ley, que la de que perezca con su misma arte el inventor del suplicio. Así que, engañando con razón los perjurios a las perjuras, sufrirá la mujer las falsías de que da ejemplo.

Las lágrimas son provechosas: con lágrimas ablandaréis a los diamantes. Haced, si podéis, que vea las mejillas humedecidas con el llanto. Si no podéis llorar (porque no siempre vienen a deseo las lágrimas) estregad los ojos con la mano mojada. A vuestras cariñosas expresiones, añadid dulces besos. Aunque ella no los dé tomadlos sin licencia. Acaso lo repugnará al principio, y os llamará insolente; pero no obstante querrá que la venzáis en esta repugnancia. Precaved solamente que al robar los besos no lastiméis sus encarnados labios, no sea que se queje de que son brutales vuestros besos.

El que tomó besos, y no toma lo demás, será digno de perder también los que se le han dado. Después de los besos ¿Cuánto falta para completar el deseo? El dejarlo no es ya pudor, sino necedad. Lo llamarán violencia, pero es grata esta violencia a las mujeres, las cuales por lo regular quieren dar por fuerza lo que las deleita. Cualquiera de ellas a quien se roba por sorpresa un gusto de amor, se regocija, y tiene esta malicia por agasajo. Pero la que pudiendo ser obligada, se va sin que la toquen, aunque afecte satisfacción en el semblante, quedará descontenta. Febe fue violada; y a su hermana se le hizo fuerza; y con todo eso una y otra se agradaron de sus forzadores.

Aunque bien conocida, no se ha de omitir la historia de la hija del rey de Esciros, de quien triunfó Aquiles. La diosa ciprida había dado ya a Paris su recompensa por haber preferido su belleza a la de dos diosas, en el monte Ida. Ya la nuera de Príamo, venida de otras tierras era en los troyanos muros esposa de Paris. Los griegos aliados juraban vengar al ofendido marido, y la afrenta de uno solo era la afrenta de todos. Aquiles estaba disfrazado con ropas largas de mujer: traje vergonzoso, si no lo vistiera por acceder a los ruegos de su madre. ¿Qué haces, nieto de Eaco? No es tu oficio el de hilar lana. Busca timbres en la ocupación de Palas. ¿Qué, a ti los canastillos? Más bien estará en tu mano el escudo. ¿Por qué tienes el huso en la diestra que derribará a Héctor? Arroja las mazorcas del torcido estambre; blandirás tu lanza con esa fuerte mano. Casualmente había en la misma mansión una doncella de estirpe regia, que con deshonor suyo, conoció que aquel era varón. Fue vencida por violencia, y así debemos creerlo; pero también que ella se dejó vencer. Cuando Aquiles se apresuraba a marchar y había tomado ya las bélicas armas: Detente, le decía reiteradamente. ¿Dónde está ahora la fuerza? ¿Por qué detienes, Deidamía, con cariñosas palabras al autor de tu deshonra?

Hay cosas de las que una mujer no puede sin rubor hablar la primera, pero que admite gustosa cuando se las proponen. ¡Ah! ¡demasiado presume un joven de su hermosura, si aguarda que la mujer pida favores! A los hombres toca empezar: a los hombres toca recuestar con palabras suplicantes; y a ellas aceptar benignamente los dulces ruegos. Si queréis gozar, rogad, pues ellas desean solamente ser rogadas. Manifestadles pues lo que apetecéis. No desdeñaba el mismo Júpiter de dirigir súplicas a las antiguas heroínas, y ninguna repelió al gran Júpiter. No obstante si veis que a las súplicas opone orgullosa dureza, dejad lo comenzado, y volved atrás. Muchas se apasionan de quien las huye, y desaman a quien las busca. Solicitando con más tibieza, apartaréis el fastidio. No siempre se alcanzan goces de Venus por el declaradamente enamorado; a veces entra el amor cubierto con velo de amistad. Por este medio he visto enamorarse a mujeres insociables, y al que había ido amigo trasformado en amante.

Sienta mal al marinero la tez blanca, pues los vientos marítimos y los rayos del sol deben ennegrecerle. También sienta mal al labrador, porque siempre a la inclemencia, revuelve la tierra con la azada y corva reja. Y los que aspiran a arrebatar la palma en los juegos olímpicos serían vituperables en tener blancos los cuerpos. Todo amante esté descolorido, pues la palidez es color propio de acongojados amantes: este les viene bien, aunque imaginen que no importa el semblante. Pálido erraba Orión por los bosques en pos de la esquiva Side: pálido estaba Dafnis por la insensible náyade. La palidez sea índice del corazón, y no parezca despropósito tapar con gorro la atusada cabellera. Enflaquecerán a los juveniles cuerpos las largas vigilias, la cavilación, y las ansias que siguen a un amor intenso. Para condoler a la querida andad miserables, de modo que cuantos os vean puedan llamaros amantes.

Sin lamentarme de ver confundidos el vicio y la virtud, de ver que amistad y fe no son sino palabras vacías de sentido; no puedo menos de decíroslo: no hay seguridad en alabar al compañero la persona que amáis. Creyendo las alabanzas, pensará en desbancaros. Es cierto que Patroclo no corrompió la amante de su caro Aquiles, y Fedra fue casta con Pirítoo. Pílades amaba a Hermione como Apolo a Palas, y como a Elena su hermano gemelo Cástor. Pero si alguno espera otro tanto, espere coger manzanas del tamariz, y pida miel a los ríos.

Es natural la inclinación al mal: cada uno procura sus gustos, y estos son más aceptables, si vienen a costa de los demás. ¡Oh corrupción! No es temible para un amante el enemigo, y para estar seguro debe desconfiar de sus fieles amigos. Guardaos del pariente, y del hermano, y del caro compañero: todos estos os darán verdaderos motivos de recelar.

Para concluir digo que, habiendo mil genios entre las mujeres, con mil medios se ha de propiciar su corazón. No produce todos los frutos una misma tierra: esta es buena para viñas, aquella para olivas y la otra para trigo. Hay tantas inclinaciones diversas como personas en el mundo. El prudente se acomodará a todos los caracteres. Imitará a Proteo, que ora se mudaba en la corriente de un río, ora en león, ora en árbol, ora en cerdoso jabalí. Entre los peces unos se cogen con fisga, otros en redes, otros en hueca nasa.

Ni son buenos unos mismos medios para todas las edades. Una cierva vieja ve los lazos a mayor distancia. Si parecéis astuto a la inexperta, y descarado a la modesta, al punto apocadas desconfiarán de vosotros. De aquí es que las que no se atreven a entregarse a un hombre distinguido, se abandonan a los viles abrazos de un tuno.

He desempeñado la primera parte de la empezada obra. Echemos aquí las anclas para detener la nave.

Libro segundo

Loor a Apolo: dos veces loor a Apolo. La presa apetecida cayó en mis lazos. El regocijado amante orne mis versos con verde palma, y ensálceme sobre Hesíodo y el anciano Homero. Tal era el hijo de Príamo, cuando con la robada consorte regresaba viento en popa de la guerrera Amiclas. Tal era Pélope, cuando iba en carro victorioso transportando a Hipodamía en ruedas extranjeras. ¿Para que te aceleras, joven? Tu bajel navega aún en alta mar, y está lejos el anhelado puerto. No es bastante haber adquirido, siendo yo el consejero, el objeto de tu amor. Con mis lecciones fue captado: con mis lecciones se ha de conservar. Porque no se necesita menos sabiduría para defender lo ganado, que para adquirirlo. En esto puede influir la ventura, pero aquello es obra del arte.

Inspiradme propicios ahora, Cupido y Citerea, si alguna vez me favorecisteis: inspírame ahora, Erato, tú que tienes nombre de amor. Grandes cosas emprendo: enseñar por que artes se ha de hacer estable al amor, muchacho vagabundo por el vasto universo. Él es liviano, tiene géminas alas para volar, y es difícil imponerles reglas.

Minos había cerrado a Dédalo todos los pasos por donde podía escapar; mas él halló la vía arriesgada de salvarse volando. Luego que Dédalo hubo encerrado en el laberinto al varón semibuey, o al buey semivarón, concebido por la abominación de su madre: rectísimo Minos, dijo, pon término a mi destierro, y vayan mis cenizas a reposar en la paterna tierra. Y ya que, agitado de los hados rigurosos, no pude vivir en la patria, a lo menos séame dado el morir. Concede que se restituya a ella mi hijo, si en mis años no me consideras a mí digno de esta gracia: y si no quieres concedérselo al muchacho, concédeselo al viejo. Estas y otras razones había dicho; mas vanamente, el inflexible Minos le negaba el regreso. Al punto que lo entendió, ahora, dijo, ahora tienes campo, oh Dédalo, para ejercitar tu ingenio. Minos es señor de la tierra y del mar, y ni la tierra ni el agua están francas para mi fuga. Resta el camino del aire; por el aire tentaré ir. Ayuda mi designio, alto Júpiter. No presumo sublimarme hasta los estrellados asientos; pero no tengo sino este camino para librarme del rey. Si hubiera salida por el estigio, vadearía las estigias aguas: permítaseme crear leyes para mi naturaleza. Los males aguzan a veces el ingenio: ¿quién jamás hubiera creído que un hombre había de caminar por las aéreas regiones? Puso en orden unas alas con plumas volátiles, atando esta ligera obra con hilo, y sujetando su parte inferior con cera derretida al fuego: acabose el trabajo del nuevo artefacto. Manejaba el muchacho sonriéndose la cera y las plumas, ignorante de que esta invención se preparaba para sus hombros. En este bajel, le dijo su padre, hemos de aportar a nuestra patria; con este auxilio hemos de salvarnos del cautiverio de Minos. Este no pudo cerrarnos el aire; todo lo demás lo ha cerrado. Ya que podemos, rompe con mi invento los aires. Pero no has de mirar a la Osa, al Boyero que la acompaña, y al Orión armado con espada. Regla tu vuelo al mío; yo iré siempre delante. Sea tu cuidado seguirme; guiando yo irás seguro. Porque si nos elevamos a las etéreas esferas, acercándonos al sol, la cera se liquidará con el calor de sus rayos; y si con humildes alas atravesamos muy inmediatos el mar, las movibles plumas se humedecerán con sus azuladas aguas. Toma pues un vuelo medio, y teme, hijo mío, los vientos: hacia donde sople el aire agita las favorables velas. Entretanto que le daba estos avisos, acomodaba las alas al muchacho, y le enseñaba a servirse de ellas: bien como la ave dirige a los endebles hijuelos. Atole después las alas, proporcionadas a sus hombros, y le entregó no sin temor al nuevo viaje. Al echar a volar besó tiernamente al pequeñuelo, y las paternales mejillas no contuvieron sus lágrimas. Había una colina menor que el monte, y más alta que la llanura: de allí se dieron los dos a la desgraciada huida. Movía Dédalo sus alas, y miraba las del hijo, sosteniendo siempre su rumbo. Pero ufano Ícaro de transitar por no descubierto camino, deponiendo el temor, voló con más osadía de la que prestaba el arte. Violos uno que con trémula caña pescaba peces, y su mano paró en la ocupación. Ya habían dejado a la izquierda las islas de Samos, y Naxos, las de Paros y Delos, amada de Apolo; y a la derecha quedaban las de Lebintos, Kálimnos de sombríos bosques, y Astipalea ceñida de pezcosos vados; cuando el imprudente muchacho con harta temeridad se remontó más arriba, abandonando a su guía. Rómpense las ligaduras, derrítese la cera con la inmediación del sol, y ya el sutil viento no sostenía el movimiento de sus brazos. Atónito echó la vista al mar desde tanta elevación, y el horrible miedo ofreció a sus ojos los crepúsculos de la noche. Acabó de liquidarse la cera, y él batía los desnudos brazos. Estremécese, y no tiene con que sostenerse. Cayó, y cayendo: Padre, oh padre, me llevan, dijo, y las cerúleas aguas sofocaron sus voces. El infeliz padre, no padre ya: Ícaro, clamó, ¿donde estás, Ícaro, o a que parte del cielo vuelas? Ícaro, clamaba; pero vio sus alas en el mar. La tierra hospedó sus huesos, y las aguas retuvieron su nombre.

No pudo Minos refrenar las alas de Dédalo; y yo me aparejo a detener al dios que inconstantemente vuela. Aquel se engaña que recurre a la magia de Tesalia, y al hipomanes confeccionado con la carúncula que se arranca de la frente del potro recién nacido. No son poderosas de fijar al amor las yerbas de Medea, ni los encantos de los marsos mezclados con mágicos conjuros. Si con hechizos se pudiese conservar el amor, Medea hubiera poseído a Jasón; y Circe a Ulises.

En vano se dan a las mujeres brebajes amatorios, que causan palidez. Estas confecciones trastornan el espíritu, y tienen la virtud de enloquecerle. Lejos todo artificio: para que os amen, sed amables. No bastarán para serlo el semblante ni la hermosura; aunque seáis un Nireo, tan alabado por el antiguo Homero, o un Hilas robado por superchería de las náyades; para retener a vuestra amada, y no veros abandonados, a las gracias del cuerpo añadid las dotes del ingenio. La hermosura es deleznable bien: se aja con los años, y fenece limitada en su período. No siempre florecen las violetas y los anchos lirios; y los rosales que ya no llevan rosas, se erizan de agudas espinas. Vosotros, preciados de hermosos, pronto veréis canos vuestros cabellos; pronto vendrán las arrugas a surcar vuestro cuerpo. Perfeccionad pues el espíritu, que no se marchita, y sostendrá vuestra belleza. Él solo permanece hasta el lóbrego sepulcro. Sea no leve estudio vuestro cultivarle con las buenas letras, y aprender a ser elocuentes. No era hermoso, pero era facundo Ulises: y con su elocuencia se atraía el amor de las mismas diosas.

¡Oh, cuántas veces se dolió Calipso de la celeridad de su partida! ¡Y cuántas le detuvo diciéndole que no estaba propicio el mar para hacerse a la vela! De tiempo en tiempo le rogaba contase el asedio de Troya; y él solía referir muchas veces el mismo suceso de modo diferente. Un día, estando los dos en la playa, exigió la hermosa Calipso le contase las cruentas hazañas del capitán de los Tracios. Él, con una varita que por acaso tenía en la mano, dibujó la pedida historia en la arenosa orilla. He aquí, dijo, a Troya; y figuró sus muros en la espesa arena: este es el Simois, y aquí, a sus márgenes mi campamento. Aquí estaban las trincheras (y las pintaba) que deshicimos con muerte de Dolón, cuando vigilante intentó robar los caballos de Aquiles. Allá estaban las tiendas de Reso, rey de Tracia, a quien a oscuras cogí los caballos. Trazaba otras muchas figuras, cuando las improvisas olas borraron a Troya, y los reales de Reso con su general. Entonces la diosa le dijo: mira esas olas a las que te confías para irte, mira de cuales nombres hacen mofa en este momento.

Así pues, confiad poco en la figura mudable. Seáis quién fuereis, ennobleceos con más sólido mérito. Gana principalmente las voluntades la fácil condescendencia: la aspereza y los duros modales producen odio. Aborrecemos al gavilán, porque vive siempre de la rapacidad; y a los lobos, porque acostumbran ir contra el tímido rebaño. La golondrina, por mansa, está libre de las asechanzas del hombre; y las aves caonias tienen palomares donde anidar.

Vayan pues fuera las rencillas y la maledicencia entre amantes, aliméntese el tierno amor con palabras de dulzura. Por las disensiones huyen las casadas a sus maridos, y los maridos a sus mujeres, persuadiéndose a que se deben siempre recíprocos tratamientos. Esto es bueno para los casados: las contiendas son dote del casamiento. Pero la amiga oiga siempre requiebros. No habéis unido lecho por disposición de las leyes, amor solo ejerce entre vosotros el oficio de la ley. Gastad pues tiernas caricias, y expresiones que halaguen sus oídos; y así recibiros ha siempre con alegría.

No me constituyo yo preceptor de amores para los ricos. El que diere no necesita de arte. Consigo lleva la ciencia quien, cuando le peta, dice: toma. Cedo: con su dinero será más estimado que con mis advertencias. Compongo estos versos para pobres, porque yo amé como pobre. Cuando no podía regalar dádivas, regalaba palabras. Ame el pobre con circunspección: el pobre tema hablar mal; sufra muchas cosas que no sufrirían los ricos. Acuérdome que irritado un día descompuse al dueño mío los cabellos. ¡Ay de mí, cuán malos días me costó aquel enojo! Ni sentí, ni creo haber desgarrado su túnica; mas ella lo dijo, y la rescaté a mi costa. Vosotros los que sois prudentes, evitad defectos de vuestro maestro; temed los males de mi culpa.

Guerra con los partos, y paz siempre con la dulce amiga: los juegos y alegría son los compañeros del amor.

Si no fuere con vosotros bastante cariñosa y afable, sufrid y tolerad: con el tiempo se tornará blanda. Doblegándolas con suavidad, se enderezan las encorvadas ramas del árbol; y se quiebran violentándolas con fuerza. Con suavidad se cortan las rápidas aguas de los ríos; y no pudieran vadearse, nadando contra la corriente. Con suavidad se doman los tigres y leones de Numidia: y los toros se acostumbran poco a poco a tirar de la rústica esteva. ¿Quién fue más intratable que la árcade Atalanta? Pues esta soberbia se rindió por fin a los obsequios del amante. Dicen que Milanión lloraba mil veces, debajo de los árboles, rigores y altiveces de esta muchacha. Mil veces cargaba en sus obedientes hombros sus redes para cazar: y mil veces clavó para ella con fiera lanza los montaraces jabalíes. Hiriole Hileo con arco despreciado por él, pero lo estaba ya por otro arco más nocivo. No os mando yo trepar armados por las selvas de Ménalo, ni llevar a cuestas las redes; ni os mando exponer vuestros pechos a saetas disparadas: los mandatos de mi arte serán llevaderos para los prudentes.

Ceded a la porfiada; cediendo saldréis vencedores. Obrad del mismo modo que si ella os lo mandara. Reprended lo que reprenda; aprobad lo que apruebe; decid lo que diga, y negad lo que niegue. Reíd, si ríe; acordaos de llorar, si llora. Imponga leyes con su semblante. Si jugare a los dados, echad mal, y dadle los mejores puntos. Si jugáis al carnícoles, para que no la aflija la pena de perder, haced que esté siempre a vuestro lado la perjudicial canícula. Si jugareis al ajedrez, imagen del latrocinio, haced que vuestro soldado perezca por el peón enemigo. Llevad tendido para ella el quitasol, y haced calle entre la gente por donde pase. No dudéis servir de estribo para el mullido lecho, ni de calzar a sus galanos pies y descalzar las sandalias. Calentad en vuestro pecho sus frías manos, aunque vosotros mismos tiritéis transidos. Ni graduéis de impropio (aunque impropio para vosotros, la complacerá) tenerla el espejo con voluntaria mano. Hércules, merecedor del cielo que antes había sostenido, exterminados los monstruos de la melancólica madrastra, tenía los canastillos entre las hijas de Lidia, e hilaba groseras lanas. El héroe de los Tirintios obedecía al arbitrio de su señora. Ved ahora si dudaréis de sufrir lo que él sufrió.

Encargados de ir al foro, anticipad siempre la hora señalada, y volved tarde. Si os mandare demandar a alguno, posponedlo todo; corred para que no os detenga en el camino tropel de gente. Si retornare por la noche a casa después de haber asistido a los convites presentaos en lugar del siervo, cuando llamare. Si estando en el campo os mandare venir, faltando carruaje, tomad el camino a pie, porque el amor aborrece a los perezosos. No os arredre el tiempo crudo, ni la sedienta canícula, ni el camino alfombrado con blancas nieves.

Especie de milicia es el amor; apartaos, indolentes, pues estos estandartes no se han de defender por hombres cobardes. La noche y el invierno, las largas carreras, los duros pesares, y todo dolor está presente a los que combaten en estos voluptuosos reales. Muchas veces os cogerá la lluvia desatada de las nubes, y muchas veces dormiréis fríos en la desnuda tierra. Se cuenta que Apolo apacentaba las vacas de Admeto, y se guarecía en pajiza cabaña. ¿A quién no honrará lo que honró a Apolo? Desnudaos de vanidad los que aspiráis al amor duradero.

Si no podéis ver a vuestra amada por camino llano y seguro, o si estuviere con opuesto cerrojo cerrada la puerta, escurríos por el fragoso techo, o subid a hurtadillas por las altas ventanas. Se complacerá sabiendo que fue para vosotros causa de peligro: y esto será para ella prenda de amor sincero. Muchas veces podías tú, Leandro, carecer de la vista de tu señora, sin embargo pasabas a nado el mar, para que conociese tu pasión.

No tengáis a menos haceros lugar con las siervas y siervos, particularmente con los primeros en el orden. Saludad a cada uno por su nombre, pues nada se pierde. Humillaos, vanidosos, a darles la mano. Pero sobre todo regalad alguna propinilla al siervo que os pida, pues no es grande esta impensa. Y regalad a las siervas, para consolarlas del castigo que las espera un día, si escondido el marido bajo un traje distinto, llega a sorprenderlas. Creedme, haced de vuestro bando a esta gentecilla, incluyendo siempre en tal clase al portero y al que duerme en la antecámara.

No os ordeno que gratifiquéis con dádivas costosas a vuestra amiga: dad poco, pero lo poco con oportunidad y finura. Cuando los jardines estuvieren tan ricos en frutas, que agobie a las ramas su peso, por el mozo enviadle en un canastillo regalos campestres. Podréis decir que es fruta de vuestra granja, aunque la hayáis comprado en la calle Sacra. Enviadla o uvas o castañas, que eran delicia de Amarilis, o también nueces, si las apetece. Conviene testificarla que está en vuestra memoria, regalándola un tordo atado a una guirnalda de flores. Infamemente se adquiere así la esperanza del testamento, y la herencia de la senectud sin familia. ¡Ah! ¡Perezcan los que regalan para comprar tal delito!

¿Os aconsejaré por ventura que la escribáis afectuosos versos? ¡Ay de mí! los versos no son muy estimados. Alábanse los versos, pero más se aprecian las dádivas. Como sea rico, un bárbaro mismo será bien admitido. Ahora estamos en los verdaderos siglos de oro: con el oro se adquieren altísimos honores; con el oro se concilia el amor. Aunque Homero mismo volviese acompañado de las musas, las mujeres le echarían fuera, si nada daba. Hay a la verdad unas pocas mujeres sabias, y algunas ignorantes que quieren pasar por sabias. Alabad en versos a unas y a otras, pero en versos que con su armoniosa fluidez las recomienden al lector. Estas y aquellas acaso graduarán como don cortísimo los versos limados para ellas a costa de vigilias.

Haced que vuestra amante os pida siempre lo que habíais de hacer, y creíais seros útil. Si habéis prometido libertad a algún siervo, obligadle a obtenerla por la mediación de ella. Si remitís al esclavo el azote y el penoso calabozo, débaos ella a vosotros la gracia que habíais de hacer. Vuestro sea el provecho, y dese a la amiga el honor. Nada perdáis; pero tenga ella la opinión de que vale con vosotros.

Los que aspiran a mantener la privanza de su amante, háganla creer que están embelesados con su hermosura. Si está vestida de púrpura, alabaréis los colores de Tiro. Si la veis vestida de finísima seda, diréis que le cae bien la tela de Cos. Si se adornare con vestido chapado de oro, diréis que está más preciosa que el oro mismo. Si se pone la gausapa, aprobad esta ropa. Si se presenta en túnica, todo lo abrasas, clamad; pero rogadla tímidamente que se abrigue del frío. Si trajere los cabellos partidos sobre la frente, alabad la dividida crencha; y si los encrespare con hierro caliente, agradaos de la ensortijada cabellera. Admirad sus brazos cuando baile, y su voz cuando cante; y fingid que os disgustáis de que lo deje presto. Conveniente será alabarla en el mismo lecho, notando con sensual voz sus placeres y los vuestros.

Así, aunque sea más violenta que la atroz Medusa, se hará igual y mansa para su amador. Solo debéis no manifestar simulación en tales lances, ni desmentir con el semblante las palabras. El arte de disimular encubierto es ventajoso, conocido sirve de confusión; y con razón os quitará crédito para en adelante.

A veces en el otoño (cuando los colmados racimos empiezan a colorear con el rubicundo mosto, y prometen un año abundantísimo, y cuando alterna el frío con los últimos calores) reinan enfermedades por la desigualdad del tiempo. Conserve vuestra amiga perfecta salud por cierto; pero, si indispuesta se acostare, dañada por la destemplanza del aire, mostradla con expresivas señales vuestro amor y sentimiento. Sembrad entonces para coger a manos llenas después. No os fastidie la impertinente enfermedad, y haced por vuestra mano cuanto ella os permita. Véaos llorar; no tengáis hastío de sufrir sus besos: y agote vuestras lágrimas con su árida boca.

Haced muchos votos por su salud, pero todos en público: contadle oportunamente sueños de buen agüero. Llevad a su casa alguna vieja que espíe el aposento y lecho, llevando a la vista azufre y huevos en su tembladora mano. Todo esto serale indicio lisonjero de interés en su salud. Por tales medios consiguieron muchos la postrimera voluntad de sus amigas. No os atraigáis la aversión de la enferma por su cuidado; guardad cierta medida en la complaciente oficiosidad. No la impidáis comer, ni la presentéis el vaso con amargos medicamentos: dejad este cargo a vuestro rival.

Pero pues os halláis en medio del golfo, no boguéis con el viento que henchía la vela cuando salisteis del puerto. En tanto que el amor titubea reciente, adquiere fuerzas con el uso; y se radica poderosamente, si le alimentan con tiempo. Aquel toro que te amedrenta, era novillo que solías manosear; y aquel árbol que ahora te recrea con sombra, fue delgada varita. Nace pobre aquel río; pero engruesa su caudal en el camino, recibiendo por donde pasa las aguas de muchos arroyuelos. Habituadla a vosotros, porque nada mejor que la habitud. Para llegar a ella, no rehuséis probar disgustos. Véaos continuamente: óigaos continuamente: séale presente día y noche la figura de vuestro semblante.

Cuando estéis seguros de que anhela por veros, id lejos entonces, y seréis cuidado de la ausente. Dad descanso: el campo holgado vuelve con usura la semilla, y la tierra árida bebe con ansia las celestes aguas. Filis ardía con más tibieza por Demofonte presente, y creció sobremanera su llama al verle darse a la vela. Ausente el sagaz Ulises atormentaba a Penélope: y Laodamía dirigía quejas amorosas a su ausente Protesilao.

Mas la breve demora es eficaz; porque con el tiempo enlentecen los cuidados, y se desvanece el amor ausente, y entra otro nuevo. En la ausencia de Menelao, Elena se consoló de su solitud en los brazos del troyano su huésped. ¡Qué estupidez ha sido esta, Menelao! Tú partiste solo, y quedaban debajo de un mismo techo el huésped y tu esposa. ¡Insensato! ¿Entregas al gavilán la guarda de las tímidas palomas? ¿Confías todo el redil al lobo montesino? Elena no, ni su adúltero delinque, pues hace lo que tú y lo que cualquiera haría. Les obligaste al adulterio, dándoles ocasión y tiempo. ¿Qué ha hecho Elena sino usar de tu consejo? ¿Qué había de hacer? Está ausente el marido y habita en su casa un huésped amable: temía ella dormir sola en el desocupado lecho. Júzguelo el mismo Menelao; yo absuelvo de crimen a Elena, pues abrazó la ocasión proporcionada por el imprudente marido.

No es tan sañudo el rojo jabalí cuando, en medio de su rabia, tira rodando con diente fulminador a los perros que le acosan: ni la leona, cuando ateta a los mamantes cachorros: ni la pequeña víbora pisada por el incauto pie, como se enfurece una mujer sorprendiendo a la rival del consorte lecho: su corazón se retrata en el semblante. Se arroja al hierro y al fuego, y no guardando mesura, se enajena como arrebatada del furor aonio. Bárbaramente vengó Medea, degollando a los hijos, la infidelidad de su esposo, y la violación de los maritales derechos. Madre no menos cruel fue Progne: miradla por esto transformada en golondrina, y su pecho con señal de sangre. Esto deshace lo firmes y muy estrechos amores: los hombres cautos han de temer estos extravíos.

No por eso os condena mi severidad a una sola mujer. ¡No lo permitan los dioses! Apenas las casadas pueden contenerse en tanta privación. Divertíos: pero celad los deslices con la precaución de un hurto. Ninguna gloria resulta de los defectos. No regaléis a una preseas que pueda saber la otra, ni tengáis a horas fijas vuestras disoluciones. Y para que no os sorprendan en escondrijos conocidos, no os juntéis siempre en unos mismos lugares. Repasad bien cuantas cartas escribiereis, pues muchas leen más de lo que hallan escrito.

Venus ofendida se arma legítimamente; e hiriendo con los mismos dardos, hace sufrir los propios males de que ella se quejó. Mientras Agamenón quedó constante, casta vivió su esposa; el ejemplo solo de sus vicios la hizo criminal. Ya sabía ella la repulsa hecha a Crises, quien vino a implorar por su hija cautiva, llevando en la mano el laurel de Apolo, y ceñidos los cabellos con las sagradas cintas: sabía la triste suerte de esta joven sacada de Lirneso. El nombre de Briseida, y las vergonzosas contiendas que prolongaban la guerra habían llegado a sus oídos. Delante de sus mismos ojos había visto a la hija de Príamo, y su esposo vencedor hacerse esclavo de su misma esclava. Entonces fue cuando admitió a Egisto en su corazón y lecho; vengando con un crimen un amoroso delito.

Si a pesar de la cautela se descubren vuestros hechos, negadlos tenazmente, puesto que sean manifiestos. Pero no os mostréis sumiso ni más cariñoso que antes, porque esta señal indicaría mucho el ánimo culpado. Combatidla, sí, con amoroso vigor; en ello consiste vuestra reconciliación; este es el primer modo como se ha de negar a Venus una infidelidad.

Mandan algunos tomar ajedreas, yerbas estimulantes y nocivas: yo las tengo por ponzoña. Otros mezclan la pimienta con la grana de la picante ortiga; y el rubio pelitre triturado y disuelto en vino añejo. Mas la diosa que se adora en la falda sombría del elevado Érix reprueba el violentarse de este modo a sus deleites. Pueden tomarse el blanco bulbo, que se cría en Tesalia o en los Pelasgos, y otras yerbas hortenses provocativas a lujuria. Tómense también huevos frescos, miel del Himeto, y la fruta que entre sus agudas hojas produce el pino. Mas ¿para que te distraes, docta Erato, a remedios medicinales? Déjame empujar el carro hasta la raya final de la carrera.

Los que por mi consejo encubríais poco ha las infidelidades, torced ahora el camino, y por mi consejo descubrid vuestros hurtos. No se culpe mi vario opinar, pues no siempre el curvo bajel transporta los pasajeros con un mismo viento. Unas veces navega con el norte, otras con el levante; a veces hinche la vela el poniente, a veces el viento sur. Mirad como el cochero ya afloja desde el carro las riendas, ya las tira para sujetar sus caballos. Hay algunas a quienes hace mal el consecuente querer, y no teniendo ningún obstáculo entibia su amor. Con la prosperidad se inflan regularmente los ánimos; y no es fácil moderarlos en la libre fruición de los gustos. Como el ligero fuego, que habiendo perdido poco a poco su fuerza, se esconde debajo de blancas cenizas, y recobra empero sus extinguidas llamas, si se le aplica el azufre, echando el mismo resplandor que antes: así cuando el corazón entorpece perezoso en ocio y tranquilidad, se ha de avivar el amor con penetrantes estímulos. Haced que recele de vosotros, recalentad el frío espíritu de la querida: demude su semblante el indicio de vuestro delito. ¡Oh mil y mil veces dichoso aquel de quien lamenta agravios la amiga! Aquella a cuyos ignorantes oídos habiendo llegado una vez la deslealtad, se desmaya, y pierde cuitada color y habla. Sea yo aquel, por quien despedace furiosa los cabellos; por quien rasgue sus tiernas mejillas aquel a quien vea lagrimosa: aquel a quien mire con torvos ojos: aquel sin quien no pueda vivir, deseando poder.

Si preguntáis cuanto tiempo se ha de quejar la injuriada, sea breve, porque no crezca el enojo con la lenta tardanza. Ceñid luego con los brazos su cándido cuello; estrechad en vuestro pecho a la llorosa: besad a la llorosa: conceded los deleites de Venus a la llorosa. Hará la paz: de este único modo se desarma la ira. Cuando más se encrudeciere, cuando parezca irreconciliable enemiga, en su lecho se concluirá el tratado, allí se amansará. Allí, depuestos los dardos, habita la concordia: en aquel lugar, creedme, nació la benevolencia. Juntan sus picos las palomas que antes se pelearon, y sus arrullos figuran palabras y requiebros.

En el principio de las cosas era el mundo mole informe y desordenada: astros, mar y tierra tenían una faz. El cielo se sobrepuso luego a la tierra, fue rodeado del mar el globo terrestre, y se separaron las partes del informe caos. Los bosques sirvieron de albergue a las fieras, el aire a las aves, y los peces habitaron debajo de las líquidas aguas. Entonces el género humano erraba por los solitarios campos, grosero y robusto, sin vislumbre de genio. Su casa era la selva, su comida las yerbas, y su cama el follaje de los árboles: y en mucho tiempo no se conocieron los hombres entre sí. El dulce deleite domesticó sus ánimos feroces: formaron sociedad el hombre y la mujer. No aprendieron de maestro lo que habían de hacer, pero Venus consumó sin arte la agradable obra. La ave tiene a quien amar. El pez halla en el centro de las aguas la hembra con quien parte sus placeres. El ciervo busca a su igual; la serpiente se une con la serpiente. Adultera el perro trabado con la perra. La oveja engendra contenta; la becerra corre en pos del toro: y le gusta a la cabrilla el olor del hediondo macho. Agitadas furiosamente las yeguas siguen a los caballos, apartados por ríos y lugares distantes.

Dad pues a la airada el remedio señalado, el solo que pueda aliviar su acerbo dolor; este remedio más eficaz que los jugos de Macaón, cura el dolor, con aquello mismo que lo ha causado.

Mientras yo cantaba, se me apareció repentinamente Apolo, pulsando con sus dedos las cuerdas de la lira de oro. Traía laurel en las manos, y laurel ornaba su sagrada cabellera. Dejose ver, y me habló con voz fatídica. Preceptor de lascivos amores, dijo, conduce tus discípulos a mi templo. En él se lee una inscripción celebrada por la fama en el extenso orbe, la cual ordena que cada uno se conozca a sí mismo. Quien se conociere a sí será el único que ame con acierto, pues medirá sus fuerzas con la dificultad de la obra. Aquel a quien naturaleza dio hermosura, sea considerado por ella: el que es blanco, recuéstese siempre con los hombros desnudos. El de gracioso hablar rompa el taciturno silencio. El que canta sonoramente, cante; y el buen bebedor, beba. Pero ni los elocuentes declamen en la conversación, ni los extravagantes poetas reciten sus versos. Esto me amonestó Apolo: obedeced a las amonestaciones de Apolo, cuya sacra boca dicta oráculos.

Lo vuelvo a repetir otra vez: quien ame con cordura, vencerá, y sacará de mi arte lo que se propone. Mas no siempre los surcos pagan la siembra con usura, ni siempre impele a la dudosa nao el viento favorable. Son pocos los bienes y muchos los pesares de los amantes. Propónganse el sufrirlos con constancia. Hay en amor tantos dolores como liebres en el monte Atos, como abejas liban las flores en el Hibla, como bayas tiene el verdoso árbol de Palas, y como conchas la ribera del mar. Los tiros de Cupido están empapados en mucha hiel.

Os dirán que la querida está fuera, y acaso la habréis visto en casa; pensad sin embargo que está fuera, y que los ojos os engañaron. Os cerrarán la puerta para la noche concertada: toleradlo, y tended el cuerpo en el duro suelo. Acaso la embustera sierva dirá con faz insolente: ¿a qué ronda este nuestra puerta? Adulad humildes a los cerrojos y a la descarada moza, y poned en la puerta las rosas que engalanen vuestra cabeza. Entrad cuando será su gusto: retiraos cuando no quiera recibiros. Desdice de un hombre decente incomodar a nadie. No es esto de despreciar, para que no os lo advierta la amiga: no tenemos a toda hora la razón en la mano. Mas no juzguéis indecoroso sufrir dicterios y golpes de la querida, ni bajarse a besar sus tiernos pies.

¿Por qué me detengo en pequeñeces, cuando me urgen cosas mayores? Grandes cosas he de decir: parad todos las mientes. Ardua empresa arrostramos, trabajo difícil pide aquí mi arte; pero nada es la virtud sin las dificultades. Sufrid con paciente ánimo la presencia de un rival, y estará con vosotros la victoria; vencedores, iréis con Júpiter al Capitolio. Sí, las encinas proféticas de Dodona son las que os hablan ahora, y no un mortal: nada más insuperable que esto contiene mi arte. Si le hace señas, sufrid: si le escribe, no abráis las cartas: venga ella de donde quiera, y vaya adonde le acomode. Sufren muy bien esto los maridos de sus legítimas mujeres, cerrando los ojos en fingido sueño. No estoy yo, lo confieso, hábil en este arte: yo mismo soy inferior a mis preceptos. ¿Por ventura hará otro delante de mí señas a mi muchacha? ¿Y lo sufriré? ¿Y no me he de enfurecer? Acuérdome que el marido la besó en mi presencia, y me quejé de tales besos; de esta barbaridad abunda nuestro amor. Esta imprudencia me perjudicó más de una vez. Más hábil es sin duda el marido que se compone fácilmente con los galanes de su mujer. Lo mejor es ignorarlo todo. Dejad que queden escondidos los hurtos amorosos, a lo menos para que un fingido pudor asome al rendido rostro. Guardaos, oh jóvenes, de sorprender a vuestras amigas; y haced como si os contentaseis con sus razones. Crece el afecto en los amantes sorprendidos: siendo igual la suerte de los dos, uno y otro persisten con más firmeza en la causa de su error.

Refiérese una fabula notoria a todo el cielo: la de Marte y Venus, atrapados en la red por astucia de Vulcano. El padre Marte, perdidamente enamorado de Venus, de guerrero terrible se convirtió en amador. Ni Venus (porque no hay diosa alguna más tierna) se mostró áspera y cruel con el suplicante Marte. ¡Ah! ¡Cuántas veces esta lasciva se burló de los pies de su marido, y de sus manos, hechas callosas con el fuego y el martillo! Para divertir a Marte remedaba a Vulcano, acompañando a la belleza con mucha gracia. Al principio solían celar mucho su amoroso comercio, y el delito los tenía llenos de verecundo pudor. En fin por delación del sol (porque ¿quién será capaz de engañar al sol?) vinieron a noticia de Vulcano los hechos de su esposa. ¿Por qué, oh sol, manifiestas ejemplo tan peligroso? Pide dádivas a la diosa, pues tiene con que contentarte, si contienes la lengua. Tendió Vulcano por encima y al rededor del lecho redes sutiles, que no percibía la vista. Fingió irse a Lemnos; vienen a su lecho los amantes, y uno y otro se acuestan desnudos y envueltos en los lazos. Convoca aquel a los dioses; y los cogidos les sirvieron de espectáculo. Dicen que Venus contuvo apenas las lágrimas. No pudieron cubrir su cara, ni aun oponer las manos a las partes obscenas. Alguno de los dioses riendo de ellos, dijo: si te son ponderosas, fortísimo Marte, traslada a mí tus cadenas. Apenas las súplicas de Neptuno soltaron a los prisioneros cuerpos. Marte se retiró a Tracia, y ella a Pafos. Esto has aprovechado, Vulcano, que hagan sin recato lo que antes encubrían: pues todo pudor se ha perdido. Confiesas muchas veces, loco, que lo hiciste neciamente, y que has tenido que arrepentirte de tu cólera.

Esto os vedo: veda la sorprendida Dione usar de las asechanzas en que ella misma cayó. No arméis lazos a vuestro rival, ni interceptéis sus cartas para saber sus secretos. Intercéptenlas, si juzgaren que deben interceptarse, los varones que legitima maridos el agua y el fuego. Otra vez lo afirmo: nada hay en mis versos de contrario a la leyes, y la decencia ha de ser respetada en nuestros juegos. ¿Qué atrevido divulgó a profanos los misterios de Ceres, y los venerables sacrificios hallados en Samotracia? Pequeña virtud es la de guardar silencio en las cosas, y al contrario es grave la culpa de revelar lo digno de callarse. ¡Oh cuán justamente es castigado el locuaz Tántalo entre aguas y frutas, esforzándose en vano a gustarlas!

Citerea manda principalmente callar sus obras: yo aconsejo que ningún hablador asista a ellas. Si no se ocultan en cestas los misterios de Venus, ni sonando el desconcierto ruidoso de broncíneas trompas; si, para celebrarlos, se abren a todos sus templos, sean a lo menos entre nosotros escondidos. La misma Venus, cuantas veces se despoja de sus vestiduras, resguarda retirada hacia atrás su desnudez con la izquierda mano. A cada paso se parean los animales delante de todos, y las mujeres apartan regularmente los ojos. A los amorosos latrocinios convienen aposentos y puerta; quedando la pudorosa parte velada con las ropas caídas. Y si no buscamos tinieblas, busquemos alguna opacidad como de nube, o menos claridad que la luz patente. En el tiempo en que los techos no guarecían a los hombres del sol y de la lluvia, sino que las encinas les suministraban albergue y alimento, tomaban el deleite no a cielo descubierto, sino en los bosques y grutas. ¡Tanto curaba del pudor aquella tosca gente!

Mas hoy se divulgan todos los nocturnos amoríos, y nada se aprecia tanto como el pasatiempo de hablarlos. De cualquiera mujer que encontréis, aquella fue mía también, diréis: no faltarán otras que podáis señalar con el dedo, diciendo sobre cada una cuentos vergonzosos. Pero de poco me quejo: algunos mienten lo que siendo verdad negarían, y ninguno hay que no se jacte de haber logrado los últimos favores. Ya que no pueden manosear los cuerpos, manosean los nombres, y sin haberlas tocado, denigran a las mujeres. Anda ahora, enfadoso portero, y ciérralas con cien fuertes llaves. ¿Qué hay seguro contra el maldiciente, que con su lengua fabrica adulterios, pretendiendo crédito en lo que no sucedió? Nosotros empero seamos discretos en nuestros amores verdaderos, y ocultemos con inviolable secreto los misteriosos robos. Sobre todo no echéis en cara a las mujeres defectos que a muchas es útil disimular. Perseo no habló a Andrómeda de su moreno cutis, Perseo que en ambos pies calzaba nobles alas. Andrómaca parecía a todos desmesuradamente larga, y solo Héctor decía que era mediana. Acostumbraos a lo que sufrís mal, y se os hará sufrible. El amor naciente repara en todo, pero el tiempo dulcifica las cosas. Una rama tierna que brota del verde tronco cae al menor viento que la sacuda; más robustecida con el tiempo resiste el soplo de aquilón, y enriquece al árbol con flores y frutas. El tiempo mismo atenúa las faltas corporales, y lo que fue tacha no parece tal con la continuada vista. Las narices al principio repugnan el olor de los bueyes; habituadas con el tiempo lo aguantan sin molestia.

Paliad sus faltas con el modo de expresarlas. Llamad fusca a la que es más negra que pez de Iliria. Si es bizca, comparadla a Venus: si es roja, a Minerva. Sean de talle delgado las que por su magrez carecen de frescura. Llamad ágil a la pequeña, y a la obesa alabadla de buenas carnes. En fin desfigúrense las imperfecciones con nombre de cualidades buenas que se les acercan. Ni preguntéis cuántos años cumplen, ni bajo qué consulado nacieron; oficio propio del rígido censor.

Tened especialmente estas consideraciones con las que no están en la flor de su edad, con las que pasaron sus mejores años, en cuya cabellera empiezan a blanquear las canas. Útil es, oh jóvenes, esta más provecta edad. Este campo se ha de sembrar; este fructificará mieses. Endurad fatigas mientras os asisten juventud y vigor; porque ya vendrá con silenciosos pasos la encorvada vejez. Surcad el mar con los remos, o la tierra con la esteva; o aumentad belígeras manos a las matadoras armas; o dad vuestras fuerzas al obsequio y acompañamiento de las mujeres; porque esto es también una milicia; esto os enriquecerá también.

Añádese que las provectas son más peritas en las labores de amor: tienen experiencia, la sola que hace maestros. Reparan con sus atavíos el detrimento de la juventud, y ponen su esmero en borrar las huellas de los años. Se presentan a Venus en mil actitudes, y en más que el pincel no inventaría. Con ellas se gusta deleites más suaves, y el varón y la hembra llevan por igual el premio. Aborrezco el trato en que el interés no es recíproco; aquel en que uno solo disfruta el placer. Aborrezco a la que se presta solo porque es necesario prestarse, e insensible piensa entonces a su rueca. No me es de satisfacción lo que se da por oficio, y sin inclinación de la contribuyente. Me place oír en sus voces indicios de su contento, cuando ruega me pare en el juego sin dejarlo; y enajenada y con caídos ojos desfallece, y queda en la desgana de la saciedad.

No concede naturaleza estos placeres al primer fervor de la juventud, ni vienen cuando más pronto hasta después de los siete lustros. Los que se dan prisa, beban vino mosto; a mí me sabe bien el vino de mis abuelos en vasija reservada desde los prístinos cónsules. Ni el plátano, si no es viejo, puede impedir los rayos del sol, y los pies se hieren en las praderías cuando empiezan a retoñar. ¿Preferiríais acaso Hermione a Elena? ¿Y será mejor Gorge que su madre Altea? En resolución los que queráis gozar de la Venus tardía, sacaréis dignas recompensas, siendo perseverantes.

He aquí el lecho que recibe confidente a dos amantes. Defiende, musa, las cerradas puertas del tálamo: sin ti hablaran espontáneamente afectuosísimas cosas. Ni la siniestra mano estará inerte, pues los dedos hallarán industria en aquellas partes en que calladamente clavó sus flechas el amor. Holgose así con Andrómaca el corajoso Héctor, tan útil en las troyanas guerras. Holgose así con la cautiva Briseida el grande Aquiles, cuando cansado de la pelea tornaba al reposo del mullido lecho. Permitías, Briseida, ser tocada de aquellas manos siempre repletas de muertes frigias. ¿O era lo que te deleitaba, lasciva, el que llegasen a tus carnes las vencedoras manos?

Creedme, no se ha de apresurar el placer de Venus, sino saborearlo pausadamente con moroso vagar. Cuando halléis partes en cuyo contacto goza la mujer, no obste el pudor para que las toquéis. Brillarán sus ojos con trémulo resplandor, como regularmente reluce el sol en las cristalinas aguas. Vendrán las quejas, vendrá el dulce murmullo, y los gratos suspiros, y las expresiones convenientes a la amorosa lucha. Pero no apuréis en esto su ardorosa fuerza, ni la dejéis antecederos en la carrera. Corred juntos al término: entonces es lleno el deleite cuando yacen rendidos a la par los dos agentes. Observad este precepto cuando estéis en libre ocio, y el temor no apremie la furtiva diversión. Mas cuando urge el tiempo, es fuerza bogar con todos los remos, y apretar las espuelas al caballo desbocado.

Finalizó mi obra. Dame la palma, alegre juventud, y enlaza en mis perfumados cabellos guirnaldas de mirto. Tan buen amador soy yo, como Podalirio fue perito en el arte médica, como valiente Aquiles, prudente Néstor, como Calcas fue hábil presagiador de las víctimas, como guerrero Áyax, como Automedonte director de la cuadriga. Celebrad, hombres, a vuestro poeta; cantad mis alabanzas, y suene mi nombre por todo el orbe. Os he dado armas, como Vulcano dio a Aquiles: venced como él venció con los preceptos dados. Pero cualquiera que con mi espada domeñare a las soberbias amazonas, escriba en sus trofeos, Ovidio fue mi maestro.

He aquí a las graciosas muchachas que me piden también reglas de amar. Vosotros seréis el objeto de mis cuidados en siguiente libro.

Libro tercero

Armas di a los griegos contra las amazonas; armas me sobran para darte a ti, Pentesilea, y a tus tropas. Id al combate iguales: venzan los que protegiere alma Dione y el muchacho alado. No era justo guerrear sin armas con armados; y hubiera sido para vosotros, varones, sin gloria el triunfo.

Dirame alguno, ¿para qué añades ponzoña a la serpiente, y entregas el aprisco a la hambrienta loba? No confundáis a todas en la malicia de algunas, y mirad a cada una por sus buenas cualidades. Si el menor atrida tuvo por que culpar a Elena, y el mayor atrida a su hermana Clitemnestra: si, por traición de Erifile, descendió en caballos vivos Anfiarao vivo al Averno; Penélope ha sido fiel al marido dos lustros que hizo la guerra, y otros tantos que peregrinó países. Ved a Laodamía acompañar a su marido, y fallecer tempranamente. Alceste redimió el hado de Admeto, sufriendo por su esposo la funeral ventura. Recíbeme, Capaneo, mezclaremos nuestras cenizas, dijo Evadne, y se arrojó en la hoguera. La virtud misma toma el vestido y nombre de mujer, y no es de extrañar que favorezca a su sexo. Mas no necesitan de mi arte las virtuosas: solo las menos buenas se embarcan en mi esquife. Allí nada se aprende sino lascivos amores: enseñaré pues a las mujeres el arte de amar.

La mujer ni enciende la llama, ni dispara los crueles arcos. Raramente veo dañar sus tiros a los hombres. Los hombres regularmente engañan; no las tiernas mujeres regularmente: y si se averigua, las amancillan pocos crímenes de perfidia. El falaz Jasón repudió a Medea, hecha ya madre; y en otras nupcias estrechó en su seno a Creúsa. ¡Cuánto no amedrentaron las aves marinas a Ariadna, abandonada por ti, Teseo, en la inhóspita ribera! Inquirid por qué Filis hizo nueve veces un viaje; y oíd que lloraron a Filis las selvas despojadas de sus galas. Renombre tiene de piadoso, tu huésped Eneas, pero te dio la causa y la espada, Dido, para tu muerte. ¿Diré, mujeres, lo que os pierde? El no saber amar. Os falta el arte, y con el arte se encadena el amor.

Aun ahora lo ignoraríais, pero Citerea me ordenó enseñároslo. Apareciéndoseme puesta en pie: ¿En qué pecaron, me dijo, las infelices mujeres? Has entregado la grey inerme a los varones armados. Dos libros tuyos adiestraron a estos; instruye pues la otra parte con tu doctrina. Estesícoro, que antes con versos contumeliosos difamara a Elena, cantó después sus alabanzas con más próspera lira. Si mal no te conozco, no desairarás a todas las mujeres. Este beneficio imploran de tu agudeza. Dijo: y del mirto que ceñía sus cabellos me dio una hoja y algunas bayas.

Sentí en mi cuerpo un fuego divino, el aire resplandeció más puro, y en mi mente cesaron las dificultades.

Mientras alumbra mi ingenio, escuchad mis preceptos, jóvenes, vosotras a quienes no coartan las leyes, el pudor ni las prerrogativas. Acordaos desde ahora de la venidera senectud, y así ningún momento pasaréis en balde. Mientras es dado, ya que ahora devoráis los juveniles años, holgaos; pues los años corren como el agua deleznable. Ni las corrientes que pasan retroceden; ni las horas que pasan pueden volver. Gozad de la edad, pues se desliza la edad con veloces pies: ni es tan buena la que sigue como fue buena la primera. Yo vi en su verdor a estos arbolillos, que ya se secan: tejí coronas con rosas de estos rosales, ya solo erizados de espinas. Tiempo será en que vosotras, que ahora despreciáis los amantes, dormiréis viejas frías en solitaria noche. No golpearán a vuestra puerta con nocturna bulla, ni por la mañana hallaréis colgados en los umbrales ramilletes de rosas. ¡Cuán presto, ay de mí, se afea la cara con arrugas, y perece la tez en las tersas mejillas! Esas canas que juráis tener desde la infancia, blanquearán bien presto toda vuestra cabeza. Con la tenue piel desnudan su vejez las serpientes, y descargando sus cuernos no se hacen viejos los ciervos. Nuestros días huyen sin remedio: coged las flores, que a no ser cogidas, tristemente se caerán. Añadid que los partos abrevian el espacio de la juventud: envejece el campo con las continuas cosechas.

No fue ruboroso para ti, Luna, adormecer a Endimión; ni la rosada aurora se corrió de amar a Céfalo. Aunque Venus se apasionase de Adonis, al que llora todavía, ¿de quién proceden su Eneas y Hermione? Bellezas mortales, pisad las huellas de las diosas; no neguéis placeres a los apasionados hombres. Puesto que os engañen, ¿qué perdéis? Todo os queda. Aunque tomen mil favores, de allí nada se menoscaba. Consúmese el hierro, y los pedernales se desgastan con el uso: pero subsiste, y no hay miedo de que se aniquile aquella parte. ¿Quién se opondría a dejar tomar luz de otra luz, o quién economizaría las vastas aguas del abismoso mar? Decís no convenir que la mujer tenga tratos con hombres; mas respondedme ¿qué es sino echar agua de abundante fuente? No os prostituye mi voz, pero os prohíbe temer vanos daños, en que no os inducen vuestros favores.

Navegaré con recio viento, pues mientras estoy en el puerto, blando céfiro sopla. Empiezo por la compostura: abunda el vino en las viñas bien cultivadas, y solo el cultivo produce fecundas mieses. La hermosura es don del cielo; pero ¿quiénes y cuántas descuellan en hermosura? La mayor parte de vosotras carece de esta joya. La tez se hermosea con el cuidado: la tez descuidada se deteriora, aunque sea semejante a la de Idalia. Si las mujeres antiguas no se aderezaron así, ni los antiguos tuvieron hombres así adornados. Si Andrómaca vestía ropas burdas, ¿de qué nos maravillamos? Era mujer de un soldado feroz. ¿Acaso la mujer de Áyax se engalanaría para parecer bien a aquel, cuyo escudo era reforzado con siete cueros de buey?

Antiguamente reinaba entre nosotros una grosera simplicidad; mas ya la dorada Roma posee las exorbitantes riquezas del orbe conquistado. Mirad lo que fue, y lo que es ahora el Capitolio; diríais que parece consagrado a otro Júpiter. La curia, que ahora es digna del augusto congreso, se atechaba con paja, reinando Tacio. El refulgente Palatino, asiento ahora de Apolo y de los Césares, ¿qué era sino pastos para los bueyes de labranza? Alaben otros la antigüedad: yo finalmente me congratulo de haber nacido ahora, pues esta edad es conforme a mi genio: no porque ahora se saca de las entrañas de la tierra el codiciado oro, ni porque vienen las perlas cogidas en diversas costas: no porque se allanan los montes extrayendo mármol, ni porque se enfrena con diques el salobre mar; sino porque reina la cultura, ni permaneciendo en nuestro siglo, la rudeza de nuestros antepasados.

No carguéis las orejas con las costosas pedrerías que el macilento indio envía de sus remotas costas: no os presentéis orgullosas con vestiduras recamadas de oro, con cuyo brillo pensáis atraernos, y más bien nos ahuyentáis. El aseo nos cautiva: no traigáis en desorden el cabello, porque la buena figura la dan y la quitan las manos que lo componen. No es uno solo el género de tocado: escoged el que os convenga, consultando antes el espejo. A las de cara larga les prueba la crencha partida sin ornato: así se peinaba Laodamía. Las de cara redonda quieren el pelo atado en un rizo pequeño encima de la frente, enseñando las orejas. Algunas dejan flotar sus cabellos por los hombros, al modo del dios de las artes, cuando tañe la lira. Otras los añudan detrás de la cerviz, dejándolos tendidos, imitando a la ágil Diana, cuando a su costumbre persigue las espantadas fieras. Cuadra a muchas llevar el pelo inflado flojamente: y a otras les agracia apretadamente atado. A algunas les sienta bien el peinado en figura de tortuga; y a otras llevar un rizado undulante a semejanza de las olas. Pero así como son innumerables las bellotas de las copudas encinas, las abejas del Hibla y las fieras de los Alpes, así no podré yo reducir a número los diferentes peinados, porque cada día aumentan las modas.

Agracia a muchas el cabello descompuesto: al verlas pensaremos que se peinaron ayer, y acaban de tocarse. Parezca el arte efecto del acaso: así, en Ecalia conquistada, se mostró Íole a Hércules, quien dijo al verla: ¡Oh amada mujer! Así pareciste, Ariadna, a los ojos de Baco, cuando te llevó en su carro en medio de los gritantes sátiros.

¡O cuán indulgente es para vosotras la naturaleza! ¡Cuántos medios os deja para disimular los daños que padece vuestra hermosura! El hombre no puede encubrirlos: sus cabellos arrebatados por los años caen como las hojas sacudidas por el aquilón. La mujer tiñe los suyos con hierbas de Germania, que les dan un más bello color; o no repara en adornar su cabeza con otros, comprados públicamente: la vemos ajustarlos en presencia de Hércules y del coro de las musas.

¿Y qué diré del vestido? No hablo de las ropas franjeadas, ni de las dos veces teñidas con tiria púrpura. Pues que hay tantos colores de menor coste, ¿qué furor es el de echarse a cuestas toda la hacienda? He allí el color del cielo cuando está exento de nubes, y el templado austro no concita las aguas llovedizas. He allí el leonado color del carnero que libró a Frixo e Íole del cuchillo de Ino. El que imita al mar, y tiene nombre de verdemar, es el color que yo diría amado de las nereidas. Otro hay parecido al de la húmeda aurora, cuando unce los lucientes caballos. Otros figuran el mirto de Pafos, la violada amatista, las albas rosas, la grulla traciana. Ni falta para ti, Amarilis, el color de castaña, ni el de almendra; y hasta la cera da su color a los vellones. No matizan a los campos tantas flores, cuando en la apacible primavera la vid se cubre de vástagos y muere el perezoso invierno, cuantos colores recibe la tejida lana. Escoged el que os cuadre, porque no todos son propios para todas las mujeres. El negro conviene a las de nevado cutis; a Hipodamía le estaba bien el negro, y negro vestía cuando fue robada; el blanco cae bien a las morenas: el blanco era tu adorno, hija de Cefeo, y de blanco andabas vestida cuando morabas en Serifos.

No exhalen los sobacos olor chotuno, ni las piernas estén ásperas con el duro vello. Pero no dirijo preceptos a mujeres del peñascoso Cáucaso, ni a las que beben las aguas del Caico. ¿Os advertiré que no ennegrezcan por desidia los dientes, y que de mañana lavéis la cara con agua? Sabéis buscar la blancura en el barniz de la cera, y arrebolar con afeites lo que naturaleza no arrebola. Alcoholáis los desnudos confines de las cejas, y emplastáis con delicadas membranas las descarnadas mejillas. No tenéis rubor de marcar los ojos con ceniza sutil, o con azafrán traído de Cilicia. Tengo escrito un libro, pequeño volumen, pero grande en sustancia, el cual contiene medicamentos para vuestra hermosura. En él hallarán refugio las de figura desfavorecida; porque no es indolente en vuestras cosas mi ingenio.

Con todo eso, no hallen los amantes encima de la mesa expuestos los botes de ungüento: ayude a la hermosura el arte simulado. ¿A quién no repugnará un rostro embadurnado de adobos, que fluyen disueltos hasta el caliente seno? Aunque venido de Atenas, ¿a quién no ofenderá el olor del jugo oleoso de la grasienta lana? Delante de gente no os sirváis de las médulas de cierva ni delante de gente frotéis los dientes. Todo esto os hermoseará, pero sería desagradable el verlo. Muchas cosas hay feas cuando se hacen, y gratas después de hechas. Las estatuas ahora célebres del laborioso Mirón fueron en algún tiempo informe y pesada masa. Para hacer una sortija, primero se bate el oro: y los vestidos que lleváis, fueron sucia lana. Cuando se esculpía era bruta piedra, y ahora es excelente figura Venus en desnudez exprimiendo el agua de los mojados cabellos.

Hacednos creer que estáis durmiendo el tiempo que tardéis en adobaros; con más ventaja os mirarán enteramente tocadas. ¿Para qué he de saber yo de donde proviene la blancura de vuestra tez? Cerrad la puerta del tocador, ¿a qué manifestar todo el mal vistoso material? Importa que los hombres ignoren muchas cosas; y la mayor parte de ellas les chocará, si no las guardáis con cuidado. Las figuras sobredoradas que adornan el teatro, veréis que son madera cubierta de una tenue lata de oro; pero no se exponen a la vista del pueblo, sino cuando están compuestas: tampoco la hermosura se ha de afeitar sino a escondidas de los hombres.

No prohíbo que delante de gente dejéis peinar vuestros cabellos, ni que ondeen esparcidos por las espaldas. No seáis entonces descontentadizas, ni manoseéis muchas veces la desatada madeja. No maltratéis a la camarera: me enoja ver arañar con las uñas su cara, y picar con la aguja su brazo. Ella peina maldiciendo la cabeza de su señora, y juntamente llora sangrienta sobre su detestable cabellera.

La que sea mal crinada, ponga centinela a la puerta, o aderécese siempre en el templo de la buena diosa. Dijeron a cierta señora que entraba yo repentinamente, y perturbada se puso al revés la cabellera. Acontezca a nuestros enemigos la causa de tan fea vergüenza, y recaiga tal corrimiento en las nueras de los partos. Una res descornada parece deforme: deforme el campo sin verdura, y el árbol sin frondosidad, y la cabeza sin cabello. No vinisteis vosotras, Sémele y Leda, a ser por mí enseñadas; ni tú, Europa, que vadeaste el mar en el lomo del fingido toro: ni tú, Elena, a quien con razón reclamaba Menelao, y a quien con razón retenía el robador troyano. Venga a ser enseñada la turba de mujeres hermosas y feas, aunque las feas son en más número que las hermosas. Tampoco el auxilio de mi arte y preceptos cumple tanto a las hermosas, pues la hermosura sin arte es poderosa para suplir la dote. Cuando el mar es bonancible, el piloto descansa en seguridad, cuando está embravecido, recurre a su ciencia.

Es raro el semblante en que no se advierten tachas. Encubrid las tachas y los defectos del cuerpo, según podáis. Si sois de breve estatura, sentaos, para que no parezcáis sentadas estando en pie: y para que echadas no parezcáis poquita cosa, ocultad los pies con la ropa: y así no podrán tomaros medida. Las demasiadamente flacas usen vestimentas de telas gruesas, y caiga ancho el vestido desde los hombros. Las pálidas retoquen su cara con colorete; las más morenas acudan por remedio al estiércol de cocodrilo. Los mal formados pies disimúlense siempre con calzado blanco, y las piernas enjutas no se ciñan con ligaduras: la giba se disimula con almohadillas, y el pecho hundido con la corbata.

Gesticulad poco cuando habléis las que tenéis gordos los dedos y las uñas desiguales. Las que exhalan mal olor en el aliento, nunca hablen en ayunas, y siempre distantes de la cara de los hombres. Si tenéis los dientes negros o grandes, o mal colocados, riendo a carcajadas grandísimos perjuicios cogeréis.

¿Quién lo creería? También aprenden a reírse las mujeres. Hasta en esta gracia buscan su embellecimiento. Abrid pues módicamente la boca, haced pequeños hoyos en las dos mejillas, y el labio inferior cubra los dientes de arriba. No oprimáis los ijares con destempladas risas, y suene en ellas un suave y femenil no sé qué. Las hay que tuercen la boca con un descompasado reír: otras riendo alegres parece que lloran. Algunas hacen un bronco sonido y un estridor desapacible, como rebuzna la lerda pollina atada a la escabrosa tahona.

¿Hasta dónde no alcanza el arte? Aprenden también a llorar graciosamente. Lloran cuando quieren y como quieren. ¿Y qué diré de las que no pronuncian ciertas letras necesarias, y constriñen la lengua a tartamudear algunas palabras? Cifran la gracia en el vicio de articular mal, y hablan menos bien para hablar con mayor garbo. Aplicaos pues a estas arterías, que os son provechosas.

Aprended a llevar el cuerpo con paso femenil: en el andar hay una parte de agrado no despreciable, y que atrae o ahuyenta a los hombres desconocidos. Unas mueven blandamente los costados, dejando flotar sus ropas a discreción del viento, y tendiendo los pies con aire brioso. Otras andan como las bermejas mujeres de Umbría, dando desmedidos pasos con las piernas abiertas. Pero en esto guardad medio, como en otras cosas: porque la una manera de andar es tosca, y la otra demasiado muelle.

Llevad desnuda la parte inferior de los hombros, y superior del morcillo del brazo, que se ha de ver por el lado izquierdo. Esto conviene especialmente a las de nevada blancura. Cuando yo veo esto, me siento incitado a besar el hermoso hombro que se descubre.

Monstruos del mar eran las sirenas, las cuales con canora voz detenían irresistiblemente las naves veleras. Oídas por Ulises, pudo apenas permanecer ligado al mástil, y a sus compañeros les tapó con cera las orejas. Dulcísima cosa es la melodía: aprended pues a cantar, porque la sonora voz excusa para muchas el incentivo de la hermosura. Repetid ya las composiciones oídas en los marmóreos teatros, ya las cantilenas acompañadas con tonos egipcios. Ni por mi Consejo ignore la mujer culta tañer la lira con la diestra, y la cítara con la siniestra mano. Orfeo con el son de su lira movió en el Ródope las fieras y peñascos, el tartáreo lago, y el trifauce cerbero. Y tú Anfión, justísimo vengador de tu madre, edificaste los tebanos muros con las consonancias de tu canto. Suspendieron a los mudos peces los acordados acentos de la lira de Arión. Aprended también a revolver con ambas manos la festiva nabla, pues conviene a los placenteros juegos.

Leed las poesías de Calímaco y de Filetas, y del vinoso viejo de Teos. Leed a Safo; ¿qué mujer más lasciva que ella? No olvidéis al lépido Terencio; ni los versos del tierno Propercio, ni los de Galo y Tibulo. Ande en vuestras manos el poema sobre la conquista del famoso vellón, en el que deplora Varrón la suerte de Frixo y su hermana. Leed al prófugo Eneas, origen de la soberbia Roma: la más excelsa obra de las musas latinas. Acaso algún día se mezclará entre estos mi nombre, y mis escritos no serán abismados en las aguas del Leteo. Y dirá alguno, leed los numerosos versos de nuestro maestro, con los cuales instruyó en artes eróticas a hombres y a mujeres. De sus tres libros elegid el que mejor explique los amores, y los más fluidos y dulces versos. O cantad con modulado acento sus Heroidas, género que él inventó y los demás desconocieron. ¡Quiéraslo así, Apolo: queraislo así, númenes tutelares de los poetas, Baco de insignes cuernos, y las nueve musas!

¿Dudárase de que han de saber bailar las mujeres, para lucir su agilidad en los vinolentos convites? Se aman las escénicas pantomimas del histrión; y solo aquella movilidad se tiene por decoro.

No omitamos cosas menos importantes. Sepa la mujer echar los dados, y conocer la fuerza de las jugadas. Y ya lleve tres suertes, ya piense cautelosa el peligro que la amenaza, y cuántos puntos le faltan para ganar. Juegue con destreza las guerras del ajedrez, particularmente cuando una pieza es acometida por dos enemigas. El rey pelea separado de la reina; y el contrario repite muchas veces el camino. Aprenda el juego de damas, que es un tablero cubierto de ligeros peones, y del cual ninguno se quita sino el que se come al adversario. Hay otro juego reducido a otras tantas bolas, como meses tiene el fugitivo año. Cada uno pone en el tablero tres piedrecitas, y para ganar se han de colocar todas en fila. En fin hay mil juegos: que el ignorarlos sería demérito en la mujer, porque muchas veces jugando nace el amor.

Pero es menor cualidad el saber jugar expeditamente que la de conducirse en el juego con juicio correspondiente a las buenas costumbres. Cuando el espíritu no está sobre sí, sino preocupado con un mismo estudio, como sucede jugando, los interiores se descubren manifiestamente. Aparece la ira, pasión terrible, y la codicia de la ganancia; las disputas, las querellas, y el solícito sentimiento. Se dicen improperios: el aire retumba con los gritos; y cada uno invoca para sí a los dioses airados. Nada se espera en el juego si no se implora con votos: he visto yo muchas veces correr de rabia lágrimas por las mejillas de los jugadores. Preserve Júpiter de tan abominable vicio a las que viven con el cuidado de propiciar los hombres.

Débil naturaleza asigna estos juegos a las mujeres, mientras los hombres se recrean con más nobles ejercicios. Tienen el de la ligera pelota, el del dardo, y el del disco, el de la esgrima, y el de obligar a los caballos a correr en giros: las faenas del Campo Marcio, las de la frigidísima fuente virgen, y las del nadar en el Tíber de sosegadas corrientes.

Conviene y aprovecha a las mujeres solazarse a la sombra del pórtico de Pompeyo, cuando el signo de la virgen lanza sobre nosotros el fuego del estío. Visitad el Palatino, consagrado al laureado Apolo: el que sumergió en el hondo mar las naves egipcias. Paseaos en los pórticos construidos por Octavia y Livia, hermana y mujer de César; y en el de Agripa, su yerno, cuya cabeza ciñó la honorífica corona naval en testimonio de valor. Visitad las aras donde se queman inciensos en loor de Isis, vaca de Menfis. Visitad los tres teatros de aquel lugar insigne en monumentos. Presenciad las luchas de los gladiadores, cuya sangre mancha la arena, y los juegos circenses, donde la hervorosa rueda volteará en derredor de la meta.

Lo oculto no se conoce, ni se desea lo desconocido. Es sin fruto la hermosura que carece de testigos. Vosotras, aunque aventajéis en el canto a Tamiris y Amebeo, no granjearéis aplauso teniendo en retiro la lira. Si Apeles no hubiera pintado a Venus, aún la esconderían sumergida las aguas del mar. ¿Qué ambicionan los divinos poetas sino la celebridad? Este deseo lleva a la cima sus trabajos. En otro tiempo eran los poetas delicia de los dioses y de los reyes; y los antiguos cantos premiados con grandes galardones. Santo respeto y nombre venerable tenían entonces los vates, y muchas veces se les prodigaban riquezas. Ennio, nacido en los montes de Calabria, mereció ser sepultado en tu sepulcro, grande Escipión. Mas hoy la yedra que corona a los poetas vegeta sin honor: y las arduas y afanosas vigilias de las doctas musas tienen nombre de ociosidad. Pero a la fama se sube por vigilias: ¿quién conociera a Homero, si estuviese oculta la Ilíada, inmortal poema? ¿Quién conocería a Dánae, si hubiera estado siempre en prisión, y se hubiese escondido vieja en la torre?

Os convienen, mujeres hermosas, las concurrencias. Vagad a menudo con suelto pie fuera de vuestros umbrales. El lobo acecha muchas ovejas para depredar una; y el águila se precipita en la banda de aves. Así salga al mundo a ser vista la mujer hermosa, pues entre muchos por ventura habrá alguno a quien atraiga.

Hállese en parajes de concurso con el conato de agradar, y ostente con todo esmero su belleza. La casualidad rueda en todas partes, llevad siempre echado el anzuelo; caerá el pez en el agua en que menos se piense. Muchas veces los perros buscan inútilmente caza en los montañosos bosques, y el ciervo da en las redes sin ser perseguido. ¿Cómo podría esperar Andrómeda enamorada ser sus lágrimas eficaces para insinuarse en Perseo? Tal vez en los funerales del marido se encuentra otro marido: todo consiste en la gracia de ir desmelenadas y anegadas en llanto.

Evitad a los hombres ocupados solo en su hermosura y atavío, y a los que ordenan artificiosamente sus cabellos. Son voltarios; su amor no se fija en ninguna, y os dicen a vosotras lo que dijeron a mil mujeres. Qué hará la mujer, siendo hombres más livianos que ella. Apenas me creeréis, pero creedme: que aún no se hubiera arruinado Troya, si hubiera atendido a los consejos de su Príamo. Hay hombres que estafan con la apariencia de falso amor, y por los medios tales consiguen vuestra deshonra. No os deslumbre la cabellera empapada en olorosas esencias, ni la angosta faja formada en pliegues. No os seduzca la toga de finísima tela, ni el ver en los dedos anillos y más anillos. Por ventura el más compuesto de estos es un ladrón, y arde en deseo de vuestras ropas. Vuélveme lo mío, vocean con frecuencia las mujeres robadas, vuélveme lo mío, resonando con sus gritos todo el foro. Venus desde el reluciente dorado templo, ve indolente estas pendencias, y los lupanares de las calles Apias.

Otros hay cuyos nombres, marcados en la opinión, señalan las maldades de esos amantes embusteros. Escarmentadas con los duelos ajenos, aprended a evitar la misma suerte, cerrando la puerta a semejantes bribones. Oh hijas de Cécrope, no creáis a los juramentos de Teseo, porque hará después de haber jurado lo que hizo antes. Ni a ti, Demofonte, heredero de la perfidia de Teseo, te ha quedado fe alguna desde que engañaste a Filis. Si prometen mucho, prometedles con otras tantas palabras: si dieren, dadles vosotras también los placeres contratados. La que, recibida la dádiva, niega las prometidas noches, es capaz de extinguir el fuego eterno de Vesta, profanar los sacrificios de Isis, y emponzoñar al hombre con cicuta triturada mezclada con acónito. Pero mi fantasía vuela muy lejos: tira, musa mía, las riendas, no abandones el carro a la impetuosidad de su carrera.

Tentará el vado el amante con cartas, que ha de recibir la confidencial sirvienta. Examinadlas; y por su contenido colegiréis si fingen, o si ruegan con solícitas veras. Responded con breve demora; la demora estimula siempre a los amantes, como sea de corto espacio. Pero no os prometáis fácil al joven que ruega; ni tampoco deneguéis con obstinada boca su petición. Haced que tema y espere juntamente; y que a cada repulsa que le haréis vea más cierta la esperanza, y menor el temor.

Escribid, mujeres, en términos puros y usados, aunque ambiguos: el estilo llano es el que conviene. ¡Cuántas veces inflamó al amante irresoluto un billete bien escrito, y perjudicó a las beldades el lenguaje bárbaro! Y puesto que, sin afectar maneras de gazmoña, ponéis vuestro cuidado en engañar a los maridos, no confiéis vuestras cartas sino a manos de una sierva fiel o de un muchachito: guardaos de dar vuestro recado a un joven bisoño. Vi yo mujeres consternadas sufrir por este miedo una esclavitud miserable toda la vida. Pérfido ciertamente es aquel que guarda tales prendas, para servirse de ellas como de un rayo del Etna. En mi entender es lícito repeler el fraude con el fraude, y el derecho permite tomar las armas contra los armados. Acostumbrad pues vuestra mano a formar letras de muchos caracteres. ¡Ah, perezcan aquellos por cuya causa doy este consejo! Ni se ha de escribir sobre el mismo papel, afín de que no se vean en él letras de dos puños. Escribid al amante como a una mujer, y firmad siempre las cartas con su nombre.

Conviene empero trasladar el pensamiento de pequeñas a mayores cosas, y desplegar toda la vela en anchurosa ensenada; digo pues que las hermosas han de reprimir las violentas pasiones. A los hombres conviene la candorosa paz, a las bestias la rabiosa furia. El semblante se hincha con la ira; las venas negrean con la sangre; los ojos arden en más impetuoso fuego que los de Gorgona. Anda lejos de aquí, flauta, que no te aprecio en tanto, dijo Palas, cuando vio en los cristales del río sus infladas mejillas. Si las mujeres se mirasen también al espejo en medio de la ira, apenas conocería ninguna su semblante.

No menor perjuicio hace a vuestra cara el orgullo. Solo el halagüeño aspecto convida al amor. Son aborrecibles (creed a la experiencia) los fastuosos modales. Por lo regular un semblante callado siembra odio. Mirad al que os mire: reíd dulcemente al que os ría. Si os hacen señas, volved también las aceptas señas. Luego que se ensaya así, empieza el vendado rapaz a sacar de su aljaba los dardos agudos, dejando los embotados.

Las adustas son también aborrecibles. Ame Áyax a Tecmesa, pero con nosotros, gente de buen humor, solo se insinúan las hembras alegres. Nunca te rogaría yo, Andrómaca, ni a ti, Tecmesa, que fueseis amiga mía ni una ni otra. Si la prole no me obligara, me persuadiría apenas que os hubieseis ayuntado con vuestros maridos. ¿La tristísima mujer diría a Áyax: corazón mío, u otras ternezas que suelen lisonjear a los hombres?

¿Quién me impedirá citar, en menores asuntos, ejemplos de cosas grandes? Un buen general da el mando de un batallón al uno, al otro el de un escuadrón, y confía de otro la guarda de las banderas. Del mismo modo habéis de mirar vosotros también cuál de nosotros es útil, y emplear a cada uno según su disposición. El rico alargue dones; el jurisconsulto desembrolle los negocios; el elocuente defienda la causa de la que litigue. Nosotros los que componemos versos ofreceremos solamente versos. Los de este gremio somos los que antes de todos merecemos vuestro amor. Hacemos célebres en todas partes las beldades que obsequiamos. Némesis tiene nombradía; Cintia es famosa; el oriente y occidente conocen a Licoris; y muchos con curiosidad preguntan quién es mi Corina. Demás de que en los sublimes vates no caben insidias; y nuestra arte acomoda a sí nuestras costumbres. Ni la ambición nos incita, ni nos contagia la sed de atesorar: despreciando el foro, cultivamos el lecho y la sombra. Pero nos prendamos fácilmente, y ardemos con llama durable, y sabemos amar con fe demasiado segura. Ciertamente sazonamos el ingenio con la plácida arte; y al estudio van conformes las costumbres. Sed propicias, mujeres, a los aonios poetas, pues dentro de ellos se halla la divinidad, y las musas los protegen. Está dios en nosotros, y comerciamos con el cielo; nuestro ingenio nos viene de las etéreas regiones. Es pues maldad exigir nada de los sabios poetas; mas, ¡ay de mí!, ninguna mujer teme esta maldad.

Disimulad empero; no os mostréis a deshora interesadas; porque el nuevo amante se retira viendo la trampa. El escudero no maneja con bridas iguales al potro que poco ha siente el freno, que al ya adiestrado caballo. Ni se ha de seguir una misma senda para captar a los de edad ya sentada, que a la lozana juventud. El inexperto aprendiz, venido por primera vez a los estandartes del amor, presa nueva que arribó a vuestro tálamo, conozcaos a sola vos, y esté siempre a vuestro único lado. Esta mies se ha de cercar con altos setos. Huid de tener rival: reinaréis mientras poseáis solas. El cetro y el amor quedan poco tiempo en poder de dos compañeros.

El veterano en esta milicia amará poco a poco y con prudencia, y sufrirá muchas cosas intolerables para el bisoño. No romperá la puerta, ni la incendiará colérico, ni lastimará con las uñas las tiernas mejillas de su señora, ni rasgará la ropa de ella, ni la ropa suya; ni arrancando sus cabellos la dará motivo de llorar. Estas cosas son propias de mancebos en la efervescencia de la edad y del amor. Los otros soportarán los graves sentimientos sin desmandarse: los otros se abrasarán con fuego lento, como la húmeda tea, como el árbol poco ha cortado que permanece en la montaña. Este amador es más firme: más inconstante y fecundo el otro. Coged con presta mano una fruta que se conserva poco. Franqueadle todo: abrid las puertas al enemigo, y poned fe en su misma fidelidad.

Alimenta mal un largo amor lo que se da fácilmente. Mezclad alguna rara repulsa con los deleitosos juegos. Tenedle a la puerta: quéjese allí de vuestro rigor, diciendo humilde muchas cosas, y muchas amenazando. Fastidiados de los dulces manjares despertemos el apetito con agrios jugos. Naufraga a veces el bajel oprimido con excesiva calma. He aquí lo que impide a las casadas ser amadas, es que los maridos se juntan a su albedrío con ellas. Si les cerraran la puerta, y el portero les dijese broncamente: no se puede entrar; la exclusión renovaría también en ellos el amor.

Poned ya los cuchillos botos, y pelead con otros más agudos aunque yo deba ser herido con mis propias saetas. Que el nuevo amante, caído en vuestros lazos, se crea solo señor de vuestro cariño; mas luego después haced que teme un rival, y sospeche partida la posesión del lecho. Si no usáis de estas estratagemas, envejecerá su amor. Corre mejor el vigoroso caballo, cuando, abierta la barrera, tiene caballos que preceder y que seguir. Por apagado que esté el fuego, le reanima la injuria. Aquí estoy yo (lo confieso) que no amo sino con este aguijón. Sin embargo no sea muy manifiesta la causa de sus penas, y quede a su inquietud algo que imaginar y temer de más de lo que sabe.

Excitadle con la fingida vigilancia del mentido siervo, y con el cuidado en extremo molesto del riguroso marido. Es de menos quilates el deleite que se goza sin obstáculo. Aunque estéis en más libertad que la cortesana Tais, aparentad sobresaltos. Aun cuando sea más fácil por la puerta, admitidle por la ventana fingiendo en el semblante muestras de temor. La astuta sierva échese fuera diciendo, somos perdidas: vosotras meted en algún escondrijo al asustado galán. Disfrute empero sin sobresalto a Venus, temiendo no le parezcan demasiado penosas unas noches sin cesar inquietadas.

Pasaba por alto el modo de engañar al marido celoso, y la vigilancia de su custodia. La mujer tema al marido: sea escrupulosa la guarda de la casada. Así conviene: así lo prescriben las leyes, y la justicia y el pudor. Pero ¿quién sufrirá que también seáis guardadas vosotras, a quienes la pretórica varilla acaba de redimir? Para engañar, venid a mi escuela. Aunque os observen tantos ojos como tenía Argos, los burlaréis, queriendo de veras. ¿Os impedirá el celador escribir, en el tiempo que toméis para bañaros? ¿Os impedirá dar a la confidente las cartas amatorias, y que esta las lleve ocultas con la ancha corbata en el templado seno, o atadas en las ligas, o finalmente en la suela de los zapatos? Si esto precave el guardador, la espalda de la tercera suplirá la carta, escribiendo allí concisamente cuanto ocurra. También se forma letras con leche fresca, las cuales no se pueden leer sino echando en ellas polvos de carbón. Tampoco podrán leerse las que se hagan con la caña de lino verde, y el papel en blanco contendrá ocultos los caracteres.

Nada omitió Acrisio para guardar a Dánae, y ella sin embargo con su delito le hizo abuelo. ¿Qué hará un celador, cuando hay tantos teatros en la ciudad? ¿Cuando vaya de buena gana al espectáculo de los uncidos caballos? ¿Cuando asista afanosa al concierto de los sistros en el templo de Isis? ¿Cuando vaya adonde está prohibido ir al que la acompaña? ¿Cuando se libre de la vista de su centinela en el templo de la buena diosa, cuya entrada está prohibida a los hombres, excepto a los que ella manda entrar? ¿Cuando el custodio esté fuera guardando los vestidos de su señora, y los seguros baños encubran los furtivos varones? ¿Cuando cuantas veces sea necesario se finja enferma, y quede en cama todo el tiempo que quiera? ¿Cuando una llave adúltera enseñe con su nombre lo que se haya de hacer, y con sola una puerta franquee las entradas que se desean? ¿Cuando burle los cuidados de su guardián, emborrachándole con mucho vino, o con el selecto que se cría en la montuosa España? ¿No hay también drogas que causan soporoso sueño, cargando sobre los ojos la oscuridad del Leteo? ¿No podrá la confidente divertir al enojoso con lentos deleites, para que la otra se divierta entretanto a todo vagar?

¿Pero por qué me canso en rodeos y pequeños consejos, cuando el celador puede comprarse con un cortísimo regalo? Creedme, las dádivas atraen a los hombres, y a los dioses. El mismo Júpiter se aplaca con ofrendas. ¿Qué hará el sabio, si el insensato se alegra también con los dones? El marido mismo enmudecerá, recibiendo dádivas. Pero al celador se le ha de ganar una vez para siempre, porque prestará siempre las manos que una vez haya prestado.

Acuérdome: me he quejado de que se han de temer los compañeros; y esta queja no habla solo con los hombres. Si fuereis confiadas, otras arrebatarán vuestros deleites, y levantaréis la liebre para otras. La que os presta generosa su lecho y habitación, ha estado conmigo no una vez sola. Ni os sirváis de sierva hermosa en demasía, pues regularmente estas alternaron conmigo en la suerte de su señora.

¿Adonde me lleva mi furor? ¿Por qué con pecho descubierto me arrojo sobre el enemigo, y con mi delación me vendo a mí mismo? No muestran las aves al cazador los medios de ser cogidas: ni enseña la sierva a correr a los dañinos perros. Pero no importa, dictaré fielmente mis preceptos. Daré contra mí mismo los cuchillos de Belona.

Haced que nos creamos amados: es fácil, porque la fe del deseoso le inclina en consentir en sus deseos. Mirad con más amabilidad al joven, suspirad íntimamente, y preguntadle por qué ha tardado tanto. Sobrevengan las lágrimas, y la simulada aflicción de que ama a otra; y lastimad con las uñas su semblante. Al punto quedará persuadido, se sentirá enternecerse, y dirá, esta muere de amor por mí. Especialmente si es lindo, y satisfecho de sí por el espejo, creerá que puede interesar a las diosas.

Cualesquiera que seáis, tolerad con moderación las ofensas del amante. No perdáis el seso, cuando oyereis que tenéis competidoras. No creáis de ligero: cuanto daña creer de ligero os lo dirá el no leve ejemplo de Procris.

En la deliciosa falda del florido Himeto hay una risueña fuente, y su margen es blanda alfombra de verde césped. La selva no encumbrada forma un bosque, y los arbustos cubren con sombra la yerba: huelen el romero, y el laurel y el negro mirto. Ni faltan allí los bosques de espesas hojas, el quebradizo tamariz, el delgado cítiso, y el copado pino. La varia frondosidad de tan diferentes árboles y la cima de las yerbas se mueven mecidas por el blando soplo del céfiro, y por la frescura saludable. Sitio de reposo grato a Céfalo: aquí era donde dejados su gente y los perros, este joven se recostaba muchas veces a descansar. Solía también cantar: ven, fácil Aura, a templar mis ardores, te recibiré en mi seno. Alguno perniciosamente oficioso, trasladó con memoriosa lengua los oídos acentos a las tímidas orejas de su esposa. Luego que Procris percibió el nombre de Aura como el de una combleza, cayó desmayada, y enmudeció con el súbito dolor. Se puso pálida, como las tardías hojas de la vid, después de cogidos los racimos, al primer frío del otoño: como se descoloran los maduros membrillos, encorvando sus ramas, y como las cerezas silvestres aún no sazonadas para comerse. Cuando volvió en sí, rasgó las finas vestiduras de su cuerpo, y maltrató con las uñas sus inocentes mejillas. Sin tardanza voló por medio de los campos desmelenada y frenética cual bacante concitada con el tirso. Al acercarse dejó en el valle la comitiva, y animosa penetró a escondidas en el bosque, con callados pasos. ¿Dónde estaba tu razón, Procris, para esconderte así con poca cordura? ¿Cuál era la inquietud de tu enamorado pecho? Sin duda pensarás que muy pronto ha de venir Aura, cualquiera que sea, y que has de ser testigo de tu misma infamia. Ya te arrepientes de haber venido, porque no quisieras sorprenderlos: ya te alegras: el amor trastorna incierto tu pecho. Lugar, nombre y acusador abonan tus celos, y el que ama cree siempre lo que teme. Cuando vio en la oprimida yerba, vestigios de una persona, su pecho palpitaba trémulo con los latidos del corazón. Ya el día en su mitad menguaba las leves sombras, y la mañana y la noche se hallaban a igual distancia, cuando se retira de las selvas el hijo del Cilenio, viniendo a refrescar su caluroso rostro en las fontanas aguas. Estaba escondida la congojosa Procris: él se reclinó en la acostumbrada yerba, y dijo: Céfiro, y tú, Aura, aplacad mi fuego. Así que fue patente a la cuitada el grato error de este nombre, recobró el sentido, y el semblante su verdadero color. Levantose; pero moviendo con el agitado cuerpo las circunstantes ramas, para ir como mujer a los brazos del esposo, juzgó él que era el ruido de una fiera, tomó juvenilmente el arco, y en la diestra mano puso la flecha. ¿Qué haces, desventurado? No es fiera: deten el tiro. ¡Triste desgracia! con tus flechas heriste a tu esposa. ¡Ay de mí!, clamó, traspasaste el pecho amigo; mi pecho roto siempre con las heridas de Céfalo. Muero antes del tiempo, pero no injuriada por una rival. Esto hará que la tierra me sea ligera en la tumba. Sale ya mi espíritu por esas Auras de sospechoso nombre; ¡me muero! Cierra con cara mano mis ojos. Él sostenía en las mustias rodillas el moribundo cuerpo de sus amores, y con llanto lavaba la cruel herida. Desatado poco a poco del incauto pecho, se escapa el último suspiro que recibe con su boca el mísero marido.

Volvamos al camino, y prosigamos derechamente, para que la asendereada nave toque en el puerto. ¿Esperáis por ventura que os conduzca a los festines, y que también en esto os dé consejos? Id tarde, y entrad con decoro, ya encendidas las antorchas. Agrada la tardanza a Venus; es la tardanza la mayor añagaza. Aunque seáis feas, podéis parecer hermosas, porque la misma noche servirá de manto a vuestros defectos. Tomad los manjares con los dedos; hay un cierto modo que se debe observar en el comer: no untéis la cara con las manos sucias. No comáis anticipadamente en casa: ni acumuléis en el plato lo que no podréis engullir. Si Paris hubiera visto a Elena comer con gula, la hubiera desamado, y diría, necio robo hice.

Más a propósito y más decente es que las mujeres beban, porque Baco no se aviene mal con Cupido. Pero esto también hasta donde resista el cerebro; mientras el juicio y los pies estén firmes, y no parezcan dobles los objetos. La mujer tirada feamente en el suelo por beodez es digna de padecer cualesquiera impurezas. Tampoco es honesto sucumbir al sueño en la mesa, porque en el sueño suelen cometerse acciones de inverecundia.

Esme ruboroso enseñar las cosas ulteriores, pero alma Dione dice que lo ruboroso es mi principal asunto. Tened conocimiento de cada cosa: tomad posturas acomodadas al cuerpo, pues no a todas conviene una misma. La de muy señalada hermosura muestre supina sus tesoros, y el dorso solamente aquella que puede agradar de este modo. Milanión llevaba en los hombros las piernas de Atalanta: en este grupo han de ser recibidas las buenas. La pequeña corra como en jinete: Andrómaca, por ser altísima, nunca subió en el caballo de Héctor. Oprimiendo con las rodillas el lecho, y torciendo un tanto la cerviz, hará figura académica la que ha de ser vista por el costado. La de juvenil muslo y pecho turgente estaría dislocada a no reclinarse en oblicuo lecho, quedando en pie la pareja. Ni disconviene tener suelta la melena, como bacante, inclinando el cuello con los cabellos esparcidos. La que Lucina señaló con arrugas en el vientre, pelee vuelto el caballo, como el veloz parto. Pero entre mil actitudes la más sencilla y menos trabajosa es la semisupina sobre el derecho lado.

Ni la trípode apolínea, ni el cornígero Amón os cantarán cosas más verdaderas que mi musa. Si se da crédito al arte con dilatada experiencia adquirido, creed al testimonio de mis versos. La mujer opere con íntimo ardor en sus tareas, y aquella actividad sea de participación igual entre los dos, amenizando el juego con cariñosos afectos y gustosas palabras. Mas la infeliz a quien naturaleza negó sensación venérea, simule dulces placeres con aparente ruido, guardándose de descubrir ficción con el recurso de señales que arguyen deleite, y envuelven pudor y misterio. No admitáis en el aposento la llena luz de las ventanas, pues muchas cosas de vuestro cuerpo más al caso estan ocultas. La que pide paga al amante después de los goces de Venus, no querría que tuviese eficacia su demanda.

Pongo cabo a mi obra. Ya es tiempo de descender del carro que en su cuello llevaron los cisnes. Así como antes los jóvenes, así ahora las mujeres discípulas mías escriban en sus trofeos, Ovidio fue nuestro maestro.


Publicado el 2 de mayo de 2022 por Edu Robsy.
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