Descargar edición dislexia del libro «La Conquista del Perú», de Pablo Alonso de Avecilla

Crónica, Historia


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  Crónica, Historia.
185 págs. / 5 horas, 24 minutos / 498 KB.
30 de septiembre de 2016.


Fragmento de La Conquista del Perú

El celo infatigable de Colón por los descubrimientos, y el incentivo del oro en los castellanos, les llevó a la isla de Santo Domingo y a otros continentes de América. En tanto que Colón estuvo al frente de las tripulaciones, la ambición de los expedicionarios halló un dique insuperable; pero teniendo que volver a la corte de Castilla, teniendo que abandonarse a la inmensidad del piélago para nuevos descubrimientos, la usurpación, el fanatismo, la crueldad, la barbarie, desplegaron su furia contra los inocentes adoradores del Sol. Los indios, sin mas armas que su arco y sus flechas de madera, o espinas de pescados, en vano aventuraban choques con enemigos, cuyas armas, cuya disciplina les daban tantas ventajas. Mirados como dioses por sus débiles víctimas, antes de combatir entonaban la victoria, y sus trofeos eran bárbaramente ensangrentados. Colón empero aterraba a los malvados, y era el ángel protector de los indios; pero Colón sería el primer guerrero virtuoso que no fuera el juguete de los cortesanos y que no siguiera al fin las huellas de Belisario. La calumnia le asestó sus bárbaros tiros, y mandado encadenar en Santo Domingo, fue conducido a España como el más vil de los criminales. La corte, avergonzada de proceder tan ignominioso, le puso en libertad, pero sin vengarle de sus calumniadores, y sin restablecerle en sus títulos y funciones. ¡Tal fue el fin de este hombre extraordinario! El reconocimiento público hubiera debido dar al menos a este nuevo hemisferio, el nombre del atrevido navegante que lo había descubierto; y fuera el menos homenaje que pudiese tributar a su memoria; pero ya la envidia, ya la ingratitud, ya los caprichos de la fortuna que así disponen de la gloria, le arrebataron el don que le habían concedido los destinos, y se lo tributaron a Florentino Américo Vespucio, que sólo hizo seguir sus huellas. El primer instante en que la América fue conocida por el resto de la tierra, se selló con una injusticia; ¡fatal presagio de las de que habían de ser teatro aquellos desgraciados países!


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