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—¿La Eglantina está triste?
(Porque él la había bautizado Eglantina).
—Esta noche es demasiado bella —murmuró la joven.
—La belleza es usted…
Brilló la sonrisa de Eglantina en la penumbra. «Mis mayores me aprueban», pensó. En un banco próximo, tía Herminia, que conversaba con una señora de luto, dejaba ir a los enamorados su mirada santamente benévola, bendición nupcial. Roberto las acompañaría al Iguazú, luego a Buenos Aires, y después…
Sonaban guitarras y una voz española:
Los ojazos de un moreno
clavaos en una mujé…
Y palmaditas andaluzas. Debajo, siempre el sordo estremecimiento de la hélice, y la respiración de las calderas.
Dos fuertes negociantes de Posadas paseaban, anunciados por la chispa roja de sus cigarrillos.
—Si continúa la baja del lapacho, cierro la mitad de la obrajería —dijo el más grueso.
La brisa de la marcha movía las lonas del toldo. Eglantina contemplaba el lindo abismo.
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Publicado el 13 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.
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