Libro gratis: La Misa de Madrugada
de Rafael Delgado


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Cuento


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La Misa de Madrugada

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Fragmento de «La Misa de Madrugada»

Lejos, allá muy lejos, a muchas leguas de la gran ciudad, lejos de aquellas estériles colinas pobladas de cactos y de malezas espinosas, había ríos de aguas límpidas y sonoras, praderas enflorecidas, montañas boscosas… Y allí estaban mis amiguitos de la niñez, mi nodriza, viejos servidores que me cuidaran como a las niñas de sus ojos, mi casa, mis padres, mi alegría, mi dicha.

El colegio con su aspecto monacal, con sus altas paredes ennegrecidas, con su estrecho patio, sin fuentes, sin flores, sin árboles; las cúpulas cercanas; las cuatro torres de la Basílica, siempre iguales, siempre en el mismo sitio, pesaban sobre mi alma como la losa de un sepulcro…

¡Quién se hubiera escapado de allí, como pájaro fugitivo, para emigrar con las golondrinas, moradoras de los vetustos campanarios que a fines de septiembre, allá por el día de San Miguel, partían en bandadas rumbo al Levante, hacia la casa de mis padres!

En mis días nublados, que lo eran todos; en mis tristezas de muchacho ensoñador y melancólico; en mis horas interminables de atroz desconsuelo, aquella vida de trabajo, demasiado monótona y severa para alegres niños; aquella vida entre sacerdotal y estudiantil, era para mí desesperante, acongojadora, horrible; siempre igual, sólo turbada por los exámenes, las fiestas de los Naturales y de la Aparición y por nuestra fiesta, la brillante fiesta de los Santos Inocentes, en que muy seriotes nos dábamos el gustazo de ver cómo un «coloradito» entonaba los salmos y dirigía el coro, otro cantaba la calenda y otro tenía durante la misa, bajo su enflorada batuta de plata, a Larios, a Morán, a Valle y al mismísimo P. Caballero, y lo que era mejor, reír, ese día, de salmistas y cantores que, no sin refunfuños ni mohines, tenían que cargar los ciriales y columpiar los incensarios.


7 págs. / 12 minutos.
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Publicado el 1 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.


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