Libro de la Orden de Caballería

Ramón Llull


Tratado



Comienza el prólogo

A semejanza de los siete planetas que son los celestiales Corsos que gobiernan y ordenan las cosas terrenales, dividimos este Libro de Caballería en Siete Partes; en las cuales queremos demostrar que los caballeros reciben honor y señoría del pueblo, con el fin de ordenarlo y defenderlo.

La Primera Parte trata del fundamento de la Caballería.

La Segunda Parte trata del oficio de Caballería.

La Tercera Parte trata del examen a que conviene sea sometido el escudero que quiere entrar en el orden de Caballería.

La Cuarta Parte trata de la manera cómo debe ser hecho el caballero.

La Quinta Parte trata de lo que significan las armas del caballero.

La Sexta Parte es de las costumbres que pertenecen al caballero.

La Séptima Parte es del honor que conviene se haga al caballero.

Sigue el prólogo

1. En un país aconteció que un sabio caballero había mantenido largamente el orden de caballería con nobleza y con la fuerza de su ánimo; después que la sabiduría y la ventura le habían mantenido en el honor de caballería en guerras y torneos, en justas y batallas, escogió vida ermitaña cuando observó que ya eran contados los días que de vida debían quedarle, puesto que por ancianidad se hallaba torpe en el uso de las armas.

Por esto abandonó sus bienes, dejando herederos de ellos a sus hijos, e hizo su habitación en medio de una gran selva abundosa en aguas y en árboles frutales, huyendo definitivamente del mundo, a fin de que el estado valetudinario a que la vejez había llevado a su cuerpo, no le quitase honor en aquellas cosas en las cuales la sabiduría y la ventura le habían mantenido con honra durante tan largo tiempo.

En tales circunstancias el caballero meditó en la muerte, recordando el paso de este siglo al otro siglo, entendiendo que se acercaba la sentencia perdurable que le había de sobrevenir.

2. En un hermoso prado de aquella selva, donde el caballero había levantado su morada crecía un árbol muy grande, cargado de fruto; y debajo del árbol fluía una fuente muy bella y clara, por la cual aquel prado era tan abundoso en árboles que lo llenaban.

Acostumbraba el caballero venir a reposar en este lugar, con el fin de adorar, contemplar y orar a Dios, dándole gracias y tributándole alabanzas por el grande honor que le había hecho en medio del mundo, durante todo el tiempo de su vida.

3. Por aquel mismo tiempo, y en la entrada del gran invierno, sucedió que un gran rey, muy noble, de buenas costumbres y pródigo en el bien, mandó reunir cortes; y por la gran fama que de su gran corte se había esparcido por toda la tierra, un discreto escudero, solo y cabalgando en su palafrén, hacía camino hacia la corte de aquel gran rey con el fin de ser armado caballero. Mas por la grande fatiga de tan largo cabalgar, se adormeció en la silla, mientras su palafrén seguía caminando lentamente.

En aquella misma hora el caballero, que se hallaba haciendo penitencia en aquella selva, salió de su cabaña hacia la fuente, donde todos los días solía contemplar a Dios y menospreciar la vanidad de este mundo.

4. Mientras el escudero, como hemos dicho, cabalgaba adormecido, el palafrén, saliéndose de camino, se metió en medio del bosque, divagando a su antojo, hasta llegar a la fuente junto a la cual había llegado el caballero con el fin de orar.

Cuando el caballero vio acercarse al escudero, dejó de orar, y sentándose en el hermoso prado y a la sombra de aquel grande árbol, comenzó a leer en un libro que tenía sobre sus rodillas.

El palafrén, en llegando a la fuente, se puso a beber; y como el adormecido escudero sintiese que el palafrén se había detenido, despertó de su somnolencia, viendo con admiración ante sí a un caballero ya anciano, con una gran barba y vestidos humildes y destrozados por el largo uso. Por la penitencia que allí hacia; estaba enjuto y descolorido; y sus ojos se hallaban sin brillo por las muchas lágrimas que había derramado; y toda su persona daba la sensación de una muy santa vida.

¡Mucho se maravillaron el uno del otro! Porque el caballero no había visto hombre alguno desde que había abandonado el mundo y dejado el uso de las armas; y el escudero no se hallaba menos maravillado encontrándose, sin desearlo.

5. El escudero bajó de su palafrén y saludó con mucho agrado al caballero. Y éste, acogiéndole con grande cortesía y amabilidad, le ofreció asiento en la blanda hierba, sentándose el uno junto al otro.

Conociendo el caballero que el escudero se resistía a hablar el primero, porque quería reservarle este honor, habló aquél en primer lugar, y dijo:

—¿Cómo está vuestro ánimo?... ¿A dónde vais?... ¿Cómo habéis llegado aquí?...

Y contestó el escudero:

—Señor: por el ancha tierra ha cundido la fama que un rey muy sabio ha convocado Cortes con el fin de armarse caballero, y armar a su vez a otros varones extranjeros y privados. Y es por eso —señor— que hago camino, con el fin de llegar a la Corte y ser armado caballero. Yo me había adormecido sobre la silla por la gran fatiga de las largas jornadas que llevo hechas; y mi palafrén se ha salido de camino y me ha traído a este lugar.

En cuanto el caballero oyó hablar de caballería, recordó el orden, y lo que pertenece al caballero. Y, dejando escapar un suspiro, se ensimismó, recordando el gran honor que tan largamente había mantenido en el orden de caballería.

Mientras el caballero se hallaba en estos gratos sentimientos, el escudero le rogó le manifestase en qué pensaba. Contestole el caballero:

—¡Mi bello hijo! ¡Los pensamientos que me dominan no son sino sobre el orden de caballería, y sobre el gran deber que tiene un caballero de mantener en alto el honor de caballería!

8. Entonces el escudero suplicó al caballero que le descubriese el orden de caballería; lo que es, y de qué manera el hombre lo puede honrar y conservarlo en el honor que Dios le ha dado.

9. Y dijo el caballero:

—¿Cómo es, hijo, que ignoras la regla y el orden caballería? Y ¿cómo pides ser hecho caballero, si desconoces el orden y la caballería? Porque ningún caballero puede mantener un orden que desconoce; ni puede amar este orden ni lo que le pertenece, ni conocer los defectos y faltas que contra él se pueden cometer. Ningún escudero debe ser hecho caballero si no sabe bien cuanto atañe al orden de caballería; y, de esta suerte, sería desordenado el caballero que pretenda armar a otro sin enseñarle antes las costumbres que pertenecen al caballero.

10. Después que el caballero dijo estas últimas palabras, reprendiendo al escudero que pedía caballería, éste preguntó al primero:

—Señor: ¿Os place enseñarme el orden de caballería? Porque me siento con ánimos de aprenderlo, y de seguir la regla y el orden.

11. Esto dijo el caballero:

—¡Bello amigo! La regla y el orden de caballería se hallan en este libro; en el que yo leo algunas veces, porque me recuerda la gracia y la merced que Dios me hizo en este mundo, cuando honraba y mantenía el orden de caballería con todo mi poder. Porque en tal guisa debe un caballero rendir todas sus fuerzas en honrar caballería, cuanto caballería otorga al caballero cuanto le pertenece.

12. Con estas palabras el caballero dio el libro al escudero. Y cuando éste lo hubo leído y entendido que el caballero es uno elegido entre mil, para el más noble de todos los oficios; y hubo entendido la regla y el orden de caballería, después de pensar un poco, dijo:

—¡Ah, Señor Dios! Bendito seáis, porque me habéis guiado a un lugar y a tiempo para que pueda tener el conocimiento de caballería; lo que tanto he deseado sin que supiese la nobleza de su orden ni la honra en que Dios ha puesto a los que pertenecen al orden de caballería.

13. Y contestó el caballero:

—¡Amable hijo! Ya se acerca el momento de mi muerte, porque son pocos los días que me restan de vida. Ahora bien: Como este libro ha sido hecho para restaurar el honor, la lealtad y el orden que el caballero debe tener; por esto, hermoso hijo, llevaos con vos este libro a la corte a donde vais y enseñadlo a todos los que quieran ser noveles caballeros. Y ya que lo tenéis, guardadlo bien, si amáis el orden de caballería. Y en cuanto seáis armado caballero, volved a este lugar para decirme cuáles son los que han sido hechos noveles caballeros y si han sido obedientes al orden de caballería.

14. El caballero dio su bendición al escudero. Y éste, tomando el libro, se despidió muy devotamente del caballero; y subiendo a su palafrén, fuese a la Corte, haciendo camino con mucha alegría.

Y sabia y ordenadamente presentó y entregó el libro al muy noble Rey y a toda la gran Corte, y consintió que todo caballero aficionado a permanecer en orden de caballería lo pudiere trasladar, a fin de que leyéndolo con frecuencia tenga presente el orden de caballería.

Parte primera

En la cual se trata del principio de caballería


1. Disminuyeron la caridad, la lealtad, la justicia y la verdad en el mundo. Y comenzaron la enemistad, la deslealtad, la injuria y la falsedad; y por esto cundió el error y la perturbación en el pueblo de Dios; el cual pueblo había sido ordenado para que Dios sea amado, conocido, honrado, servido y temido por el hombre.

2. Cuando en el mundo cundió el menosprecio de la justicia por disminución de caridad, fue preciso desde un principio que la justicia retornase por su honor, mediante el temor. Por esto fueron hechos milenarios en todo el pueblo, siendo escogido y elegido, entre los mil que formaban el milenario, el que fuese más amable, y más sabio, más leal, más fuerte, de más noble ánimo, de mejor instrucción y de mejores costumbres que los demás.

3. También fue buscada entre todas las bestias la más bella, la más ágil y que con más nobleza pueda sostener el trabajo; pues debía ser la más conveniente para el servicio del hombre. Y porque el caballo es la bestia más noble y más conveniente para el servicio del hombre, fue elegido el caballo entre todas las bestias y fue entregado al hombre elegido entre mil. Y por esto este hombre elegido es llamado caballero.

4. Cuando se hubo entregado la más noble bestia al hombre más noble, fue también conveniente que se escogieran y eligieran las armas que sean más nobles y más eficaces para combatir y defender al hombre de heridas y de la muerte. Y se entregaron estas armas al caballero, y éste se las apropió.

A quien quiera, pues, entrar en el orden de caballería, le conviene meditar y pensar en sus nobles principios; y conviene que la nobleza de su ánimo y su buena educación concuerden y convengan con el principio de la caballería.

Por esto también es inconveniente que el orden de caballería reciba en sus honras a sus enemigos, o a los que por su modo de ser y de obrar son contrarios a sus principios.

5. El amor y el temor se convienen contra el desamor y el menosprecio; y por esto conviene que el caballero, por la nobleza de su ánimo y buenas costumbres, y por un honor tan alto y tan grande como el que se le ha hecho por elección, por el caballo y las armas, sea amado y temido de las gentes; y que por el amor que recibe, devuelva caridad y ejemplo; y por el temor que causa, devuelva verdad y justicia.

6. El varón, en cuanto tiene más buen sentido y es más inteligente que las hembras, también puede ser mejor que las mujeres. Porque si no fuese tan poderoso para ser bueno como la mujer, seguiríase que bondad y fuerza de naturaleza serían contrarias a bondad de ánimo y buenas obras. Por donde, así como el hombre por su naturaleza, se halla en mejor disposición de tener noble valor y ser más bueno que la hembra; del mismo modo se halla también mejor preparado que la hembra para hacerse malo. Y esto es precisamente para que, por su mayor nobleza y valor, tenga mayor mérito, siendo bueno, que la mujer.

7. Aprende, escudero, lo que habrás de hacer si tomas el orden de caballería; porque si eres caballero, es que recibes la honra y la servitud propias de los amigos de caballería; porque, en cuanto tienes más nobles principios, eres tanto más obligado a ser bueno y agradable a Dios y a las gentes. Y si eres malo, te haces el mayor enemigo de caballería, y resultas lo más contrario a sus principios y a sus honramientos.

8. Tan alto y tan noble es el orden de caballería, que no le basta estar formado de las personas más nobles, y que posea las más nobles bestias y las armas más honradas; porque también ha sido conveniente convertir a estos hombres que forman el orden de caballería en señores de gentes. Y puesto que el señorío tiene tanta nobleza, y la servitud tanto sometimiento, si tú, que tomas orden de caballero, eres vil y malvado, ya puedes pensar en la gran injuria que cometes contra tus vasallos, y también contra tus compañeros buenos. Porque por la vileza en que te hallas, deberías estar sometido; y por la nobleza de los caballeros que son buenos caballeros, tú eres indigno de ser llamado caballero.

9. Para el alto honor que recibe el caballero, aun no bastan la elección, el caballo, las armas y el señorío; porque también conviene que se le den escudero y garzón que le sirvan y se ocupen de las bestias. Y conviene también que las gentes aren y caven y limpien de cizaña a las tierras para que den los frutos de que debe vivir el caballero y sus bestias. Y que el caballero cabalgue y señoree; con lo cual halla bienandanza precisamente en aquellas cosas en que los hombres trabajan tan duramente.

10. Los clérigos tienen ciencia y doctrina para que sepan y puedan amar, conocer y honrar a Dios y a sus obras, dando doctrina a las gentes, y un buen ejemplo en amar y honrar a Dios; y por esto son ordenados en estas cosas; y por eso también aprenden en las escuelas. Y así como los clérigos, por su honesta vida, por buen ejemplo y por ciencia, tienen orden y oficio de inclinar a las gentes hacia la devoción y la buena vida, en tal guisa los caballeros, por nobleza de ánimo y por fuerza de armas mantienen el orden de caballería, inclinando a las gentes a temor; por el cual temen los hombres injuriarse mutuamente los unos a los otros.

11. La ciencia y la escuela del orden de caballería es que el caballero enseñe a su hijo aun joven a cabalgar; porque si desde su adolescencia no aprende a cabalgar, tampoco podrá en su vejez.

Conviene que el hijo del caballero, mientras es escudero, sepa dar el pienso al caballo; y que aprenda a estar sometido, antes de ser señor, sabiendo servir a señor; porque de otra suerte no apreciaría la nobleza cuando fuese caballero.

Por todo esto el caballero debe someter a su hijo a otro caballero, para que aprenda a cortar y guarnecer, y demás cosas que tocan el honor del caballero.

12. Así como el que quiere ser carpintero tiene necesidad de tener maestro carpintero; y aquel que quiere ser zapatero necesita de un maestro que sea zapatero; de la misma manera quien quiera ser caballero, necesita un maestro que sea caballero. Porque, en tal guisa sería inconveniente cosa que el escudero aprendiese el ordenamiento de la caballería de un hombre que no fuese caballero, como lo es que el que quiera ser zapatero tenga por maestro a un carpintero.

13. De la misma manera que los juristas, los médicos y los clérigos adquieren ciencia y tienen libros, con cuya lección aprenden su oficio por magisterio de letras, oyendo a sus maestros; tan alto es y tan honrado el orden de caballero, que no es bastante que al escudero se le enseñe a dar pienso al caballo, a servir a señor, ir con él en hechos de armas, y otras cosas semejantes; sino que también sería muy conveniente cosa que hubiese escuelas y ciencia escrita en los libros, y que fuese enseñado el arte de la misma manera que se enseñan las demás ciencias; y que los niños hijos de caballero aprendiesen desde un principio la ciencia que atañe al orden de caballería; y anduviesen por las tierras con los caballeros.

14. Si no hubiese culpas entre los clérigos y entre los caballeros, aquí bajo apenas se advertirían culpas en las otras gentes; porque por el ejemplo de los clérigos el pueblo adquiere devoción y amor a Dios; y por los caballeros temieran injuriar al prójimo.

De esta suerte, si los clérigos tienen maestros y doctrina, y frecuentan las escuelas, para ser buenos; y existen tantas ciencias que están en doctrina y en letras; se comete una injuria muy grande al orden de caballería cuando no existe, de modo semejante, una ciencia demostrada por letras; y que no se constituya escuela, como se han constituido para enseñanza de las demás ciencias.

Por esto mismo, el que compone este libro, ruega al noble Rey y a toda la Corte reunida en honor de caballería, que este libro dé satisfacción y sea restaurado en el honor el orden de caballería, porque es agradable a Dios.

Parte segunda

En la cual se habla del orden de caballería y del oficio que pertenece al caballero


1. El fin y la intención por la cual comenzó el orden de caballería, constituyen el oficio de caballero. De modo que si el caballero no usa del oficio propio de caballería, es contrario al orden y a los principios de Caballería, de que antes hemos hablado.

Por contrariedad el caballero no sería verdadero caballero, aun llamado así; y es más vil que el tejedor o trompetero que siguen bien sus propios oficios.

2. Es oficio del caballero mantener y defender la santa Fe católica, por la cual Dios padre envió a su Hijo a tomar carne en la Virgen gloriosa nuestra Dama Santa María; y para honrar a la Fe y multiplicarla, sufrió en este mundo muchos trabajos, muchas injurias y una muerte dolorosa.

Así como nuestro Señor Dios ha elegido clérigos para mantener la santa Fe con escrituras y pruebas necesarias, predicándola a los infieles con una gran caridad que aun la muerte les es deseable; de esta suerte el Dios de la Gloria ha elegido caballeros que, por fuerza de armas, venzan y se apoderen de los infieles que cada día se afanan en destruir la Santa Iglesia. Por lo mismo tiene Dios tan honrados a los caballeros en este mundo y en el otro, cuando son mantenedores y defensores del oficio de Dios y de la Fe por la cual nos hemos de salvar.

3. El caballero que tiene fe, y no abra según la fe, y es contrario a los que la mantienen, es como entendimiento de hombre al que Dios ha dado la razón, y usa de la sinrazón y de la ignorancia. De esta suerte quien tiene fe y es contrario a la fe, quisiera ser salvado por lo que está contra fe; y por lo mismo su querer concuerda con el descreimiento, que es contrario a la fe y a la salvación; por cuya falta el hombre será juzgado y condenado a trabajos sin fin.

4. Muchos son los oficios que Dios ha dado en este mundo para ser servido por los hombres; pero los más nobles, los más honrados y los más cercanos de los oficios que hay en este mundo, son el oficio de clérigo y el oficio de caballero. Por esta misma razón la mayor amistad que puede haber en este mundo, debería ser entre clérigo y caballero. Porque así, como el clérigo, siguiendo el orden de clerecía, no es contrario al orden de caballería, el caballero no mantiene este orden suyo, cuando es contrario o desobediente a los clérigos, que vienen obligados a amar y mantener el orden de caballería.

5. El orden no obliga solamente para que se ame la orden en que son; sino también para amar en él a los otros órdenes. De esta suerte, amar un orden, y desamar a otro, no es permanecer en orden ni mantenerlo; porque no hay orden alguno dado por Dios que pueda ser contrario.

Por esto, si se da algún religioso que ama tanto a su orden, que se muestra enemigo de otra, en realidad no sigue su orden; y de la misma manera no cumple con oficio de amar a su orden cuando menosprecia otros órdenes.

En efecto, si el caballero mantuviese el orden de caballería desamando y destruyendo otro orden, seguiríase que Dios y orden serían contrarios; contrariedad que no puede ser.

6. El oficio de caballero es tan noble cosa que cada uno de los caballeros debiera ser señor y regidor de tierra; mas, por los muchos caballeros que son, bastarían las tierras.

Para significar que un solo Dios es señor de todas las cosas, el Emperador debe ser señor de todos los caballeros. Mas como el Emperador no podría por sí mismo regir a tantos caballeros, conviene que tenga debajo a los reyes que sean caballeros, y le ayuden a mantener el orden de caballería. Mas los reyes deben tener bajo sí condes, comodoros, varvesores, y así otros grados de caballería; y debajo estos grados debe haber caballeros de un escudo gobernados y poseídos por los antedichos grados de caballería.

7. Para demostrar la excelente señoría, sabiduría y poder de nuestro Señor Dios, que es uno, y puede y sabe regir y gobernar cuanto es, sería cosa inconveniente que un caballero solo se atreviese y pudiese regir por sí mismo todas las gentes de este mundo; y si lo pretendiera, no quedaría significada bien la señoría, el poder y la sabiduría de Dios; el cual ha querido que —para regir a todas las gentes— haya necesidad de muchos oficiales que sean caballeros. Por esto mismo, el Rey o el Príncipe que hace procuradores, vegueres, bailes, a hombres que no son caballeros, obra contra el oficio de caballería; siendo cosa conveniente, por la dignidad del oficio, sea señor un caballero y no otro hombre; porque por el honor del oficio se ha de buscar al hombre de oficio más honrado.

Por el honor de su orden, tiene el caballero nobleza de corazón; y por nobleza de ánimo se inclina más tardíamente a la villanía que otros hombres y a la maldad y engaño.

8. Es oficio de caballero mantener y defender a su señor terrenal. Porque ni el Rey, ni el Príncipe o alto Barón podrían mantener en derechura a sus gentes, si no se les ayudase. Por donde, si el pueblo o algún hombre va contra el mandamiento del Rey o del Príncipe, conviene que los caballeros ayuden a su señor; porque en realidad, siendo el Rey un hombre solo, vale solamente como cualquier otro hombre solo. Por esto también el caballero malvado, que ayuda antes al pueblo que a su señor, o que quiere hacerse señor del pueblo, desposeyendo al señor legítimo, no sigue el oficio por el cual es llamado caballero.

9. La justicia debe ser mantenida por los caballeros. Así como los jueces tienen el oficio de juzgar; así los caballeros tienen el oficio de mantener la justicia.

Si ser caballero y hombre de letras se conviniesen tan hondamente en un caballero; que su ciencia bastase para ser juez, el caballero debería serlo; porque es más conveniente que lo sea un caballero por quien la justicia ha de ser mantenida, que por quien la justicia no puede ser mantenida.

10. Es oficio de caballero, cabalgar y moderarse; correr lanzas; concurrir con armas a torneos y justas; hacer tablas redondas; esgrimir; cazar ciervos, osos, leones. Estas y otras cosas semejantes son del oficio de caballero; porque por estas cosas los caballeros se acostumbran a los hechos de armas y a mantener el orden de caballería.

Despreciar los usos y costumbres en estas y otras semejantes cosas, que habitúan al caballero a usar bien de su oficio, fuera menospreciar el orden de caballería.

11. Todas las cosas que hemos referido pertenecen al oficio de caballero en cuanto al cuerpo. Del mismo modo pertenecen al oficio de caballero, en cuanto al alma, justicia, sabiduría, caridad, lealtad, verdad, humildad, fortaleza, esperanza, experiencia, y otras virtudes semejantes a éstas.

En tanto grado esto es verdad, que el caballero que usa de las cosas que pertenecen a su oficio en cuanto al cuerpo, y no usa en cuanto al alma de aquellas virtudes que son propias de la caballería, no es amigo del orden de caballería. En efecto, si lo fuese, seguiríase que cuerpo y caballería serían contrarios al alma y a sus virtudes; mas esto no es cierto.

12. Es oficio de caballero mantener la tierra; porque por el miedo que causan los caballeros, los malos no se atreven a destruir las tierras; y también los reyes y los príncipes, por temor de los caballeros, no se combaten los unos a los otros.

El malvado caballero que no ayuda a su señor terrenal y natural contra otro príncipe, es caballero sin oficio; de la manera que fe sin obras es así como incredulidad, que es contra la Fe. Y si un tal caballero siguiere en el orden de caballería, ésta y aquello constituirían una injuria para con el caballero que combate hasta la muerte por la justicia, o manteniendo y defendiendo a su señor.

13. Todo oficio que ha sido hecho, puede ser desecho; porque si lo que ha sido hecho, no pudiese ser deshecho y destruido, sería algo semejante a Dios, que no ha sido hecho y no puede ser destruido. Por lo mismo, como el oficio de caballería ha sido hecho y ordenado por Dios, y es mantenido por aquellos que aman y son y permanecen en orden de caballería; por lo mismo destruye el caballero en sí mismo la caballería cuando desama el oficio de caballero, o se sale del orden de caballería.

14. El Rey o el Príncipe que destruyen en sí mismos el orden de caballería, no solamente destruyen al caballero que está en ellos, sino aun a los caballeros que le están sometidos; los cuales, por el mal ejemplo de su señor y con el fin de adularle, siguen sus malvadas enseñanzas, haciendo lo que es contrario a la caballería y al orden de caballero

Por lo mismo, los príncipes malvados, no sólo son contrarios personalmente al orden de caballería, sino que aun deshacen el sentido caballeresco en sus sometidos.

Por lo cual, si expulsar a un caballero del orden de caballería constituye una gran protervidad y gran vileza de ánimo, ¡con cuanta más razón la comete quien eche a muchos caballeros del orden de caballería!

15. ¡Oh, qué gran fuerza tiene el ánimo del buen caballero que vence y se apodera de muchos caballeros malvados! ¡El cual caballero es aquel príncipe o alto barón que aman tanto al orden de caballería, oyendo de continuo a tantos y tan malvados caballeros, o llamados así, que cada día le aconsejan que haga maldades, cometa errores y engaños para destruir con ello el orden de caballería en sí mismos; y no obstante, estos bienaventurados príncipes, por la sola nobleza de su ánimo y con la ayuda que les presta caballería y su orden, destruyen y vencen a todos los enemigos del orden caballeresco!

16. Si caballería fuese más cosa de fuerza corporal que fuerza de ánimo, seguiríase que el orden de caballería concordaría mejor y más fuertemente con el cuerpo que con el alma. Ahora bien, la nobleza del ánimo no puede ser vencida, ni puede ser raptada por un hombre ni por todos los hombres que son; y el cuerpo puede ser vencido por otro, y tomado preso; por lo cual el malvado caballero que más ama la fuerza del cuerpo, decae en fuerza de ánimo, y huye de la batalla, y desampara a su señor, según la bajeza y flaqueza de su coraje; y así no usa del oficio de caballero, ni es servidor y obediente al honrado orden de caballería cuyo principio es la nobleza del coraje.

17. Si una nobleza menor de coraje conviniere mejor con el orden de caballería que la mayor nobleza, concordarían flaqueza y cobardía, contra ardimiento y fortaleza de ánimo; y si fuere así, la flaqueza y la cobardía fueran oficio de caballero; y ardimiento y fuerza desordenarían el orden de caballería.

Pero como es verdad todo lo contrario, por lo mismo si tú, caballero, quieres y amas mucho caballería, te conviene esforzarte a fin de que, cuantos más veas compañeros de armas y mesnada en cobardía, tengas mayor ardimiento de coraje y esperanza contra aquellos que son contra al orden de caballería.

Si mueres por mantener caballería, ya no puedes amarla más, ni mejor sostenerla y servirla; porque caballería en ninguna parte se halla más agradablemente que en la nobleza de coraje. Ningún hombre puede amar más ni honrar mejor, ni tener mayor caballería que quien muere por su honor y su orden.

18. Mas caballería y ardimiento no concuerdan sin sabiduría y entendimiento; si no fuese así, convendrían con el orden de caballería la insensatez y la ignorancia. Si tal cosa ocurriese, la sabiduría y entendimiento, que son contrarios a la insensatez y a la ignorancia, serían contrarios al orden de caballería; y esto es imposible; imposibilidad que te significa a ti, caballero, que sientes tanto amor al orden de caballería, que así como caballería por nobleza de coraje te hace tener ardimiento y menospreciar los peligros, a fin de poder honrarla, así su orden te hace amor sabiduría y entendimiento, para honrar el orden contra el desorden que existe en los que pretenden seguir el honor de caballería por insensatez y falta de entendimiento.

19. Es oficio de caballero mantener viudas, huérfanos y pobres; porque es razón y costumbre que los mayores ayuden y defiendan a los menores, y los menores hayan refugio en los mayores; y es ésta la costumbre en el orden de caballería, por la cual es tan grande, honrada y poderosa en dar socorro y ayuda a los que le están debajo en honramiento como en fuerza.

Por lo cual, forzar viudas, que han menester ayuda; desheredar huérfanos, que tienen necesidad de tutela; y robar y destruir a hombres mezquinos y pobres, a los que debe socorrer, equivale a concordar la maldad, el engaño, la crueldad y la culpa con la nobleza y el honor propios del orden de caballería. Si de aquella suerte obra un caballero, es que su orden es contrario a los principios del orden de caballería.

20. Si Dios ha dado ojos al menestral para que vea y pueda obrar; y al hombre pecador ha dado ojos para que pueda llorar sus pecados; ha dado también al caballero un corazón que sea cámara donde resida la nobleza del coraje; y al caballero que se halla en la plenitud de su fuerza y de su honor, ha dado un corazón para que en él estén la piedad y la merced, para ayudar, salvar y guardar a los que levantan sus ojos con llantos, y sus corazones con esperanza; a los caballeros para que les ayuden y defiendan y asistan en sus necesidades.

Por lo cual, si el caballero no tiene ojos para ver a los desapoderados de la fortuna; ni tiene corazón con que piense en sus necesidades, no es verdadero caballero, ni permanece realmente en orden de caballería; porque caballería es una cosa tan alta y tan noble, que echa de su orden y de sus beneficios a los obcecados y de vil coraje.

21. Si oficio de caballería fuese el de robar y destruir a pobres y humildes; de engañar; de forzar viudas y otras hembras; muy grande y noble oficio fuera el de ayudar y mantener huérfanos, viudas y pobres. ¡Porque si lo que es maldad y engaño fuere en orden de caballería, que es tan honrado; y caballería tuviere su honra en la maldad, la traición y la crueldad, ¡cuanto más fuertemente sería honrado por sobre el orden de caballería el que tuviere por honor la lealtad, la cortesía, la liberalidad y la piedad!

22. Es oficio de caballero tener castillo y caballo para guardar caminos y defender a los labradores. Es oficio de caballero tener villas y ciudades, con el fin de regir a las gentes, y congregar y ajustar en un lugar a los herreros, carpinteros, zapateros, tejedores, mercaderes y otros oficios que pertenecen al ordenamiento de este mundo, y que son necesarios para conservar el cuerpo y atender a sus necesidades.

Según esto y a fin de que los caballeros puedan mantener su oficio, están bien alojados, como lo están los señores de villas, castillos y ciudades.

Si destruir villas, castillos y ciudades, quemar y devastar arboledas y plantaciones, matar los rebaños, y robar a los viandantes, fuese oficio de caballero, el obrar y edificar castillos, fortalezas, villas y ciudades, defender a los labradores y sostener atalayas para seguridad de los caminos, y otras cosas parecidas a éstas, serían desordenamiento de caballería. Y si fuese esto cierto, la caballería según fue creada como orden, sería una misma cosa con el orden y el desorden.

23. Así como el hacha ha sido hecha para cortar los árboles, así el caballero tiene el oficio de destruir a los malvados; y por lo mismo los caballeros deben perseguir a los traidores, ladrones y salteadores.

Si, al contrario, el caballero es ladrón, salteador y traidor; y los salteadores, ladrones y traidores deben ser perseguidos y muertos por los caballeros; si el caballero traidor o ladrón quiere usar de su oficio, debe matarse a sí mismo; y sin hacerse justicia a sí mismo, quiere hacerla en los otros, entonces el orden de caballería mejor tiene cumplimiento en los otros que en sí mismo. Y como no es cosa debida que el hombre se mate a sí mismo, por esto el caballero traidor, salteador y ladrón debe ser eliminado y muerto por otro caballero. Y si el otro caballero sufre y mantiene al caballero salteador, ladrón o traidor, va contra su oficio, cuando mata y destruye a los demás.

24. Si a ti, caballero, te duele una mano, o la tienes herida, el mal está más cercano a la otra mano que a mí ni otro hombre. De la misma manera, si existe un caballero traidor, ladrón o salteador, su vicio y sus faltas están más cerca de ti, que eres caballero, que de quien no lo es. Por lo tanto, si tu propio mal te da trabajo a ti, antes que a mí, ¿por qué excusas o mantienes al caballero enemigo del honor de caballería y por qué hablas mal de los que no son caballeros porque hacen precisamente lo que aquel hace?

25. Un caballero ladrón, mayor latrocinio comete contra el alto honor de caballería robándose a sí mismo y robándole el honor, que cuando roba dineros u otras cosas a los demás. Porque robar honra, es robar lo que vale más que dineros, que oro y plata; por lo cual es mayor pecado envilecer caballería, que robar dinero y otras cosas que no son caballería. Porque de no ser así, seguiríase que, o bien los dineros y las cosas que hurta son mejores que el mismo hombre, o que es mayor latrocinio robar un dinero que muchos dineros.

26. Si es caballero el traidor que mata a su señor, o que yace con su mujer, o traiciona su castillo, ¿qué será el hombre que sabe morir para defender y honrar a su señor?

Y si el caballero traidor es bien habido por el señor, ¿qué falta será preciso que cometa para ser reprendido y castigado?

Si el señor no mantiene el honor de caballería contra su caballero traidor ¿en quién mantendrá el honor? Y si no destruye al traidor, ¿qué cosa destruirá? ¿Por qué es señor, por qué es hombre, o cosa alguna?

27. Si es oficio del caballero raptar o combatir traidoramente; y si es oficio de caballero traidor esconderse, y combatir a traición al leal caballero, ¿cuál de estos dos es el verdadero caballero? Si el ánimo malvado del caballero traidor sólo cuida de dominar el coraje del caballero leal, el alto coraje que combate lealmente ¿qué cuida vencer y dominar? Si el caballero amigo de caballería y de lealtad es vencido, ¿qué pecado ha cometido, y dónde ha ido a parar el honor de caballería?

28. Si robar fuese propio del orden de caballería, el dar sería contrario al orden; y si el dar conviniese con algún oficio, ¿qué valor no tendría el hombre que tuviese el oficio de dar? Y si dar las cosas robadas conviniese con el honor de caballería, el restituir ¿a qué oficio pertenecería? Si quitar y poseer un caballero las cosas que Dios, ha dado a otros, es cosa posible, ¿qué es lo que el caballero honorablemente no puede poseer?

29. Poco entiende de mando el que confía sus ovejas al lobo hambriento; quien encomienda su mujer a caballero joven y traidor; y quien a caballero desleal, avaro y ladrón confía su fuerte castillo; si tal hombre entiende poco de recomendar, ¿quién será quien sepa encomendar las cosas sabiamente? ¿Quién será quien sepa guardar y entregar sus cosas a quien conviene, si no es el caballero perfecto?

30. ¿Sabes de algún caballero que no desee recobrar su castillo? ¿Sería caballero quien confiase su mujer a caballero traidor; o caballero ladrón que no se escondiera para robar? Y si sabes que ninguno de éstos es verdadero caballero, ni regla ni orden podrán tenerlos por tales.

31. Es un mandamiento de la Ley que el hombre no sea perjuro. Por lo cual, si jurar falsamente no es contrario al orden de caballería, Dios, que hizo el mandamiento, y caballería, serían contrarios; y si lo son, ¿dónde está la honra de la caballería, o cuál oficio es el suyo? Mas si Dios y caballería concuerdan, conviene que los que mantienen caballería no sean perjuros. Si hacer votos y prometer a Dios y jurar en verdad no se halla en el orden de caballería, ¿qué es lo que se halla en el orden de caballería?

32. Tener presto el arnés y bien cuidado el caballo, es propio del oficio de caballería; y si jugarse el arnés o el caballo se halla en orden de caballería el oficio de caballero sería y no sería; y ser y no ser son cosas contrarias; y por esto perder el arnés no es propio del orden de caballero; ni se da caballería sin armas ni caballo, pues por todo esto el que pertenece al orden es llamado caballero.

33. Si concordasen justicia y lujuria, caballería, que concuerda con justicia, concordaría con lujuria; y castidad, que es lo contrario de lujuria, sería contra el honor de caballería. Y si así fuere, sería verdad que los caballeros mantienen su orden para mantener lujuria. Y si justicia y lujuria son contrarios, y caballería es orden de mantener justicia, caballero lujurioso y caballería son contrarios; y siéndolo, el vicio que más debiera abominarse ha ser el de la lujuria. Si el vicio de la lujuria fuese castigado como conviene, de ningún orden serían echados tantos hombres, como pudieran serlo del orden de caballería.

34. Si justicia y humildad fuesen contrarios, caballería, que concuerda con la justicia, sería contra la humildad, y concordaría con el orgullo. Y si el caballero orgulloso mantiene el orden de caballería, fue muy otra aquella caballería que comenzando por la justicia mantenía y defendía a los humildes contra los orgullosos, y por tanto injustos.

Si la verdad es ésta, los caballeros de nuestro tiempo no son como los caballeros de entonces. Si los caballeros de ahora, que tienen la regla y el oficio de caballero, usasen de una y de otro, como los primeros caballeros, no habría la maldad que vemos en estos caballeros de hoy tan orgullosos e injuriosos.

Si el orgullo y la injuria lo fuesen todo, ¿qué son la humildad y la justicia? ¿Dónde están? ¿Quién tiene el oficio de mantenerlas?

35. Si la justicia y la paz fuesen contrarios, la caballería, que concuerda con la justicia, sería contraria a la paz; y si es así, serían verdaderos caballeros los que son enemigos de la paz y aman la guerra; y los que pacifican a las gentes, y las libran de trabajos, serían injuriosos y contra el orden de caballería. Y yo pregunto: si los caballeros de hoy, usando del oficio propio de la caballería son injuriosos, guerreros, amadores del mal y de las penalidades ajenas, ¿qué fueron los caballeros de antes, que armonizaban la justicia con la paz, y pacificaban a los hombres por medio de la justicia y de las armas? Porque como entonces, hoy debe ser oficio de caballero pacificar a los hombres; y si los caballeros de hoy son guerreros e injuriosos, no siguen en realidad el orden de caballería, ni tienen oficio de caballero. Y en tal caso, ¿dónde está caballería? ¿Cuántos y cuáles son los que permanecen en su orden?

36. Muchas maneras hay según las cuales un caballero puede y debe usar del oficio de caballería; pero como hemos de tratar de otras cosas, por esto mismo, tratamos aquellas cosas tan abreviadamente como podemos, a fin de pasar a lo que nos requiere un escudero cortés, leal y verdadero, que ha seguido largo tiempo la regla del caballero; para el cual hacemos concisamente este libro, porque muy en breve ha de ser armado nuevo caballero.

Tercera parte

En que se especifica el examen que conviene sufra el escudero que quiere ser armado caballero


1. Conviene que el examinador que haya de examinar al escudero sea caballero amante del orden de caballería; porque no faltan caballeros que prefieren crear gran número de caballeros a que sean realmente buenos caballeros.

Caballería no aprecia multitud de número; sino que ama nobleza de coraje y buenos sentimientos por lo mismo, si el que examina busca más el número, por el que se multiplican los caballeros, que la nobleza propia de caballería, es inconveniente que sea examinador; antes bien debería ser examinado y reprendido, por la injuria que comete contra el orden de caballería en su más alto honor.

2. Antes que nada precisa preguntar al escudero si ama y teme a Dios; porque sin amar y temer a Dios ningún hombre es digno de ingresar en el orden de caballería; y el temor de esa indignidad hace sospechar de antemano que ha de cometer injurias contra el alto honor de caballería si es armado caballero.

Por esto, cuando se presente un escudero que no ama ni es temeroso de Dios y no obstante aspira al honor de caballero, por su aceptación el deshonor caería sobre la caballería; porque el tal escudero recibiría el orden no honrando a Dios, como es propio del orden, y acarrearía sobre éste un deshonor, contra honrada caballería. Y pues que recibir honor y dar deshonor no concuerdan entre sí, por esto el escudero, sin amor ni temor de Dios, no es digno de ser caballero.

3. El caballero sin caballo no conviene con el orden de caballería; así tampoco escudero sin nobleza de ánimo conviene al orden de caballería; porque la nobleza del ánimo y del valor, es el principio del orden de caballería, y en el orden es perseguida la vileza del ánimo.

Por lo mismo, si algún escudero que sea de ánimo vil, quiere ser caballero, quiere también destruir el verdadero orden de caballería; porque destruiría el orden que solicita; y si va contra este orden ¿por qué lo pide? Y el que hace un caballero de un escudero con vileza de ánimo ¿por qué va contra su orden?

4. No pidas a la boca la nobleza del valor; porque de los labios no sale siempre la verdad. Ni la pidas a los ricos vestidos; porque bajo un rico manto se halla muchas veces un corazón flaco y vil. Ni lo pidas al caballo, porque no podrá contestarte; ni a las guarniciones y ricos adornos y arnés, porque bajo todo esto puede esconderse un corazón cobarde y malvado.

Por ende, si deseas verdaderamente inquirir sobre la nobleza del ánimo, pregúntalo a la fe, a la esperanza, a la caridad, a la justicia, a la fortaleza, a la lealtad y demás virtudes; porque en ellas se hallan la nobleza y el valor; y por medio de ellas se defiende el corazón noble del caballero, contra la maldad y el engaño, y de los enemigos de la caballería.

5. Conviene que el nuevo caballero tenga una edad conveniente; porque si el escudero que quiere ser caballero es demasiado joven, no puede aún haber aprendido las buenas enseñanzas que el escudero debe recibir desde antes de ser armado caballero.

Si el que ha de ser armado caballero es demasiado niño, tampoco es conveniente que ingrese en caballería; porque no sabrá bien el orden, ni recordará bien lo que ha de prometer y seguir por el honor de caballería.

Mas si el escudero es demasiado viejo o debilitado en el cuerpo, tampoco es conveniente sea armado caballero; porque por ello se cometería injuria contra el orden de caballería, que exige combatientes fuertes, por su honor; y ésta es envilecida por los flacos, cobardes y los vencidos que huyen.

6. De la misma manera que la virtud está, como medida, en el medio; y su contrario se halla en los términos, que son vicios; de esta suerte la caballería se halla en la justa edad conveniente; porque si no estuviere en la edad precisa, seguiríase contrariedad entre medida y caballería; en tal caso virtud y caballería serían contrarios; en este caso, tú —escudero—, que te apresuras, o tardas demasiado, a ser caballero ¿por qué, sin medida de edad, pretendes ser armado caballero?

7. Si para ser caballero fuesen precisas las bellas facciones, la elegancia del cuerpo, la rubia cabellera, o llevar espejito en la faltriquera; y solamente si el escudero tuviese estas gracias pudiere ser armado por ello caballero; también podrían armarse caballero el hijo del un rústico o una hermosa hembra. Mas con ello deshonrarías y menospreciarías la antigüedad del linaje honrado, y la mayor nobleza que Dios ha dado al hombre que a la hembra; y con esto bajas hasta la vileza. Y por un tal menosprecio y deshonor, envilecerías y humillarías el orden de caballería.

8. Pariaje y caballería convienen y concuerdan. Porque pariaje es antigüedad de linaje, en honor antiguo; y caballería es orden y regla que comenzó con ese tiempo antiguo y perdura hasta hoy. Por esto mismo, si armas caballero a quien no es de pariaje, eres al mismo tiempo enemigo de paraje y de caballería, haciéndolos contrarios y por lo mismo al que haces caballero será contra el honor del pariaje y de la caballería. Y si el tal es hecho caballero ¿qué es? ¿En qué viene a parar caballería?

9. Si tienes tanto poder en el orden de caballería que puedes meter en él aun al que no conviene, resulta de necesidad que también podrás echar de caballería al que por pariaje fue conveniente fuese armado caballero.

Mas si es tanta la virtud de la caballería que tú no puedes quitarle su honor, ni echar a los que por pariaje le convienen; luego no tienes, ni puedes tener poder de armar caballero a hombre vil de linaje.

10. En cuanto a la naturaleza corporal, es tan honrada la naturaleza de los árboles y de las bestias, como la del hombre; mas por la nobleza del alma razonable, que participa tan solamente con el cuerpo del hombre, es mayor la virtud en el cuerpo humano que en la bestia.

Por esta razón el orden de caballería consiente que, por muy nobles costumbres, por muchos nobles hechos, y por nobleza del príncipe, pueda darse caballería a algún hombre de nuevo, pero de honrado linaje.

Si esto no fuese realmente así, seguiríase que el orden de caballería convendría mejor con la nobleza del cuerpo, que con la virtud del alma; y esto no es verdad. Porque es cierto que la nobleza del ánimo, que la caballería exige, mejor conviene al alma, que no al cuerpo.

11. En el examen del escudero que pida entrar en orden de caballería, conviene se le pregunte sobre su doctrina y sus costumbres; porque si malvadas doctrinas y costumbres protervas son rechazadas por el orden de caballería, y por ellas los caballeros malvados, ¡cuán mayor inconveniente sería armar caballero al escudero malvado, y que entre en el orden de donde después habrá de ser echado por hechos deshonrosos y costumbres desagradables!

12. Si la caballería conviene tan fuertemente con el valor, que expulsa de su seno a los amigos del deshonor; y si caballería no recibiese sólo a los que tienen valor, y le aman y mantienen, seguiríase que se podría destruir la caballería por vileza y no se pudiese rehacer en nobleza. Y como esto no es cierto, por lo mismo tú, caballero que examinas al escudero, eres muy fuertemente obligado a investigar, sobre todas las cosas, el valor y la nobleza del escudero.

13. También debes saber con qué intención el escudero tiene voluntad de ser caballero. Porque si lo quiere ser con el fin de hacerse rico o de señorear, o para recibir honores sin honrar a los honradores que a la caballería tributan honra y honor; deseando caballería, en realidad, sólo ama su deshonor; por lo cual es indigno de que por caballería haya riqueza, bienandanza y honra.

14. De la misma suerte que es proterva la intención de los clérigos que son elegidos prelados por medio de la simonía; así también el escudero malvado miente su querer y su intención verdadera cuando pretende ser caballero contra el orden de caballería.

Y si el clérigo, en todo cuanto hace, obra contra la prelacía, cuando actúa simoníacamente; de manera semejante el escudero, en cuanto hace, obra contra el orden de caballería si por intención falsa logra el oficio de caballería.

15. Conviene que el escudero sepa las grandes obligaciones que impone la caballería, y los grandes peligros para que han de estar apercibidos los que la quieren tomar y mantener. Porque el caballero debe temer más ser vituperado que ser muerto; la vergüenza debe dar más pasión a su coraje que el hambre, la sed, el calor, el frío, ni otra pasión, ni trabajo del cuerpo.

Por esto mismo deben ser mostrados y denunciados todos estos peligros al escudero, antes de ser armado caballero.

16. Caballería no puede ser mantenida sin los arneses propios del caballero, ni sin los hechos honrados y los gastos que convienen al oficio de caballería.

Por esto mismo, un escudero sin armas, o que no tenga riqueza suficiente para mantener caballería, no debe ser armado caballero; porque por falta de riqueza, los arneses son inconvenientes, y por falta de armas y de pecunia el caballero se hace malvado, tornándose salteador, ladrón, traidor, embustero, falso y tiene los demás vicios que son contrarios al orden de caballero.

17. Un hombre demasiado enjuto y pequeño, o demasiado gordo, o que tenga otros inconvenientes de cuerpo por los cuales no pueda mantener bien el uso y oficio de caballero, no debe entrar en el orden de caballería. Porque es envilecerla, admitir en ella al enteco, consumido y sin fuerzas suficientes para el uso de las armas.

Mas es tan noble la caballería, y es tan alta en su honra, que no bastan la riqueza, ni la nobleza del linaje, o que el escudero sea perfecto en todos sus miembros.

18. Preguntado e investigado debe ser el escudero que solicita caballería, si ha cometido alguna maldad o engaño contra el orden de caballería; porque tales faltas puede haber cometido y tan grandes pueden ser, que se haya hecho indigno de que la caballería lo reciba en su orden, haciéndole compañero de quienes han mantenido y mantienen el honor de caballería.

19. El escudero que tenga vanagloria de sus hechos, no parece que sea bueno para caballero. Porque la vanagloria es un vicio que destruye el mérito y galardón de los beneficios que se dan en caballería. Escudero logrero no conviene al oficio de caballería; porque su intención se halla corrompida; por cuya corrupción destruye y precipita la voluntad y la lealtad que convienen al coraje del caballero.

20. El escudero orgulloso, de poco seso, sucio en sus palabras y en sus vestidos, que tenga un corazón cruel; el que sea avaro, embustero, desleal, perezoso, iracundo y lujurioso; el que se embriague, que sea glotón; que sea perjuro o tenga vicios semejantes, en manera alguna conviene al orden de caballería.

Si caballería pudiese recibir en su orden a los que obran contra el orden de caballería, resultaría que orden y desorden serían una misma cosa. Mas como caballería es pura ordenación de valor, por esto mismo, todo escudero debe ser examinado antes de ser armado caballero.

Cuarta parte

Donde se enseña la manera por la cual el escudero debe recibir el orden de caballería


1. Antes de entrar en el orden de caballería debe el escudero confesarse de los pecados cometidos contra los mandamientos de Dios, al cual quiere servir en el orden de caballería; y cuando se halle sin pecado, debe recibir el precioso Cuerpo de Jesucristo, como es conveniente.

2. Conviene armar caballero en una de las fiestas más honradas del año; puesto que por el honor de la fiesta se junten aquel día muchos hombres en el lugar donde el escudero ha de ser armado caballero; y todos deben rogar a Dios por el escudero, a fin de que Dios le conceda su gracia y bendición para que sea leal al orden de caballería.

3. En la vigilia de la fiesta, el escudero debe ayunar en honor del santo cuya fiesta se celebre.

La noche anterior al día en que debe ser hecho caballero, debe acudir a la iglesia para rogar a Dios; y debe velar; y estar en oración y contemplación, y oír las palabras de Dios y del orden de caballería.

Si escucha a juglares que cantan o hablan de cosas descompuestas, indecencias o pecado, ya en el principio y en el primer momento en que ingresa en caballería comienza a deshonrarla y a menospreciar este orden.

4. A la mañana siguiente conviene que se cante misa solemne; y el escudero debe llegarse hasta el pie del altar, ofreciéndose al presbítero, que tiene lugar de Dios, y al orden de caballería, para que sea buen servidor del Altísimo. Y conviene que se obligue y someta a honrar y mantener el dicho orden con todo su poder.

En aquel día conviene haya sermón, en el cual sean recordados los trece artículos que son el fundamento de la Fe; los diez mandamientos de Dios; los siete sacramentos de la Santa Iglesia; y demás cosas tocantes a la Fe.

El escudero debe recordar muy bien estas cosas, a fin de que pueda cumplir con acierto el oficio de caballería, que concuerda con el ejercicio de las cosas pertenecientes a la santa Fe católica.

5. Los trece artículos son éstos: Creer en un Dios, es el primer artículo. Creer en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, son tres artículos. El hombre ha de creer que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son eternamente un Dios, sin fin, ni principio. Creer que Dios es el creador de cuanto es, es quinto. El sexto es creer que Dios es recreador; esto es, que ha redimido el humano linaje del pecado que cometieron Adán y Eva. El séptimo es creer que Dios da la gloria a los que están en el paraíso. Estos siete artículos pertenecen a la deidad. Los siete que siguen pertenecen a la humanidad que el Hijo de Dios tomó en nuestra Señora Santa María; los cuales siete son éstos: Creer que Jesucristo fue concebido del Espíritu Santo, cuando San Gabriel saludó a nuestra Señora San María; y es el primero. El segundo es creer que Jesucristo nació. El tercero, que fue crucificado y muerto para salvarnos. El cuarto es que su alma bajó al infierno para libertar a Adán, Abrahán y demás profetas que creyeron antes de morir en su advenimiento. El quinto es creer que Jesucristo resucitó. El sexto es creer que subió a los cielos, el día de la Ascensión; el séptimo creer que vendrá el día del juicio cuando todos habremos resucitado, y juzgará a buenos y malos. Todos los hombres vienen obligados a creer estos catorce artículos, que son testimonios de Dios y de sus obras; y sin estos artículos no puede salvarse ningún hombre.

6. Los diez mandamientos que dio Dios a Moisés en el monte Sinaí, son éstos: Un Dios tan solamente servirás y adorarás. No seas perjuro. Guardarás el sábado. Honrarás a tu padre y a tu madre. No cometerás homicidio. No fornicarás. No harás latrocinio. No darás falso testimonio. No envidiarás la mujer de tu prójimo. Todo caballero debe saber estos diez mandamientos porque son orden, a fin de no ser desobediente a los mandatos de Dios.

7. Los siete sacramentos de la Santa Iglesia son éstos: bautismo, confirmación, sacrificio del altar, penitencia de los pecados, órdenes que el obispo confiere al que hace presbítero, diácono y subdiácono, matrimonio, unción.

Por estos siete sacramentos nos hemos de salvar y por sacramento propio la caballería es obligada a honrar y cumplir estos siete sacramentos. Por todo lo dicho corresponde al caballero que sepa su oficio y las cosas a que viene obligado.

8. De todas las cosas susodichas debe predicar el presbítero, y también de las otras que pertenecen a caballería; y el escudero que quiere ser caballero debe rogar a Dios que le dé gracia y bendición, a fin de que pueda ser su servidor en todo el tiempo de su vida.

9. Cuando el presbítero ha cumplido cuanto a su oficio pertenece, entonces conviene que el príncipe o alto barón que quiere armar caballero al escudero que pide caballería, tenga en sí mismo las virtudes y el orden de caballería, para que, por la gracia de Dios, pueda comunicar virtud y orden de caballería al escudero, que virtud y orden de caballería demanda.

10. El malvado caballero que desordenadamente quiere hacer caballeros y multiplicar orden, hace injuria a caballería y al escudero; precisamente de lo que se le debería desligar, quiere hacer lo que no es conveniente se haga.

Por la culpa de tal caballero sucede con frecuencia que el escudero que toma caballería no es tan ayudado por la gracia de Dios, ni por la virtud de la caballería, como fuera conveniente; y así es necio el escudero que desea ser armado caballero por un caballero semejante al de quien hemos hablado.

11. El escudero se debe arrodillar ante el altar, levantando a Dios sus ojos corporales y espirituales y extender sus manos a Él.

El caballero le debe ceñir la espada, significando castidad y justicia. Y en significación de caridad, ha de besar al escudero y darle la mejilla, para que recuerde siempre lo que promete y el gran cargo a que se obliga, y del gran honor que el orden de caballería le proporciona.

12. Después que el caballero espiritual y el caballero terrenal han cumplido sus oficios respectivos, el caballero novel debe montar a caballo y mostrarse a la gente, a fin de que todos sepan que es caballero, y que se ha obligado a mantener y defender el honor de caballería; porque cuanta más gente sepa que es caballero, mayor freno habrá el novel caballero, y más difícil le será faltar en las cosas de la vida con el orden de caballería.

13. Aquel día se debe celebrar una gran fiesta, dar convites, celebrar justas y otras cosas convenientes a una fiesta de la caballería.

El señor que ha armado caballero, debe hacer regalos al nuevo caballero y a otros caballeros; y el caballero novel también debe hacer regalos aquel día; porque quien recibe un tan grande galardón como es el orden de caballería, desmiente el espíritu caballeresco si no es generoso como conviene que sea.

Todas estas cosas, y muchas otras que sería largo detallar, pertenecen al acto de dar caballería.

Quinta parte

En que se trata del significado de las armas del caballero


1. Todo cuanto viste al presbítero que canta misa tiene alguna significación con respecto a su oficio. Y como el oficio de clérigo y el oficio de caballero se convienen; por esto el orden de caballería requiere que todo cuanto es preciso al caballero en el uso de su oficio, tenga algún significado por el cual sea recordada la nobleza del orden de caballería.

2. Al caballero se le da una espada; la cual es labrada en semejanza de cruz, para significar que así como nuestro Señor Jesucristo venció a la muerte en la cruz, en la cual muerte habíamos caído por el pecado de nuestro padre Adán; de esta manera el caballero debe vencer con la espada, y destruir los enemigos de la Cruz.

Y como la espada que se entrega al nuevo caballero tiene filo en cada parte; y siendo la caballería oficio de mantener justicia, y justicia dar a cada uno su derecho; por esto la espada del caballero significa que el caballero debe mantener con la espada a la caballería y a la justicia.

3. Se da al caballero una lanza, para significar verdad. Porque la verdad es cosa recta, que no se tuerce, y la verdad se adelanta a la falsedad. El hierro de la lanza significa la fuerza que la verdad tiene sobre la falsedad; y el pendón significa que la verdad se demuestra a todos, y no tiene pavor ni de la falsedad ni del engaño.

También la verdad es apoyo de la esperanza; y esto, como otras cosas, vienen significadas en la lanza que recibe el caballero.

4. Al caballero se le da el yelmo para significar vergüenza; porque un caballero sin vergüenza no puede ser obediente al orden de caballería.

Así como la vergüenza hace que el hombre sea vergonzoso, y hace que el hombre baje sus ojos a la tierra; así el yelmo guarda de las cosas altas y mira a la tierra, porque es el medio entre las cosas bajas y las cosas altas. Y así como el casco de hierro defiende la cabeza, que es lo más alto y el miembro principal entre todos los miembros del hombre, así la vergüenza defiende al caballero, cuyo oficio, después del oficio de clérigo, es el más alto entre los que existen; y esto para que no se incline a hechos viles, ni la nobleza de su ánimo baje a maldad o engaño ni a costumbre proterva.

5. La loriga significa castillo y muro contra los vicios y las faltas; porque así como el castillo está cercado de muro por todas partes, para que nadie pueda entrar en él; así la loriga se halla cerrada por todas partes para significar el noble coraje del caballero y su aislamiento en esta nobleza, a fin de que en él no puedan entrar la traición, ni el orgullo, ni la deslealtad, ni vicio alguno.

6. Se dan al caballero calzas de hierro, para tener seguros sus pies y sus piernas; lo cual significa que el caballero debe tener seguros los caminos, con su espada, lanza, maza y demás armas.

7. Se dan espuelas al caballero en significación de diligencia, peritaje y ansia, con que puede honrar a su orden.

Porque así como el caballero espolea al caballo, a fin de tenerlo a sus órdenes y corra cuanto pueda hermosamente, así también la diligencia hace que se tenga cuidado de las cosas que deben ser; el ser experto libra de ser sorprendido; y el ansia hace procurar el arnés y demás cosas que son menester para honor de la caballería.

8. Se la da gorguera al caballero, en significación de obediencia. Porque el caballero que no es obediente a su señor y al orden de caballería, se sale de este orden y deshonra a su señor.

Así como la gorguera envuelve completamente el cuello del caballero, defendiéndolo de heridas y golpes, así la obediencia mantiene al caballero en los mandamientos de su señor o de su mayor, y en el orden de caballería, a fin de que la traición, el orgullo, la injuria y otros vicios no corrompan el sacramento que el caballero tiene hecho a su señor y a caballería.

9. Se da la maza al caballero, significándose fuerza de coraje. Porque así como la maza va, en su empleo, contra todas las armas, y da que hacer por todas partes, así la fuerza del coraje defiende al caballero contra todos los vicios, y fortifica las virtudes y buenas costumbres por medio de las cuales mantiene el caballero el honor de la caballería y su propio honor.

10. Se da al caballero la misericordia (puñal), a fin de que, si le fallan las armas, pueda recurrir a ésta; de modo que si se halla tan cerca del enemigo que no le pueda herir con lanza, ni con espada, ni con maza, le hiera con la misericordia.

Esta arma significa que el caballero no debe confiar demasiado en las armas, ni en su fuerza; sino que debe acercarse tanto a Dios con la esperanza, que con la esperanza de Dios combata a sus enemigos y a los que lo son contra el orden de la caballería.

11. Se da al caballero un escudo, para significación de su propio oficio; porque así como el escudo se pone y permanece entre el caballero y su enemigo, de la misma manera el caballero se interpone entre el rey y su pueblo.

Y así como el golpe hiere antes al escudo que en el cuerpo del caballero, de igual suerte el caballero debe parar con su cuerpo los golpes que van contra su señor, si algún hombre quiere herirlo.

12. Se da al caballero la silla (cabalgadura) para cabalgar en ella, lo cual significa seguridad de ánimo y cargo de caballería.

Porque así como la silla asegura al caballero sobre su caballo, así también la seguridad del ánimo hace que el caballero esté de cara en la batalla; por tal seguridad de ánimo sobreviene la ventura amiga de caballería.

Esta seguridad hace que sean menospreciadas muchas cobardes burlas y muchos vanos pareceres; y tanto se refrenan muchos hombres, que no osan pasar adelante en el lugar donde el noble coraje, por serenidad de ánimo, está seguro en el caballero. Tan grande es el cargo de la caballería, que por ligeras cosas no deben inmutarse los caballeros, sino ser valientes.

13. Se da caballo al caballero, en significación de la nobleza de su valor, para que cabalgue más alto que los demás hombres, y sea visto desde lejos, y más cosas tenga debajo de sí; y para que se presente en seguida, antes que otros hombres, donde lo exija el honor de caballería.

14. Al caballo se le pone freno, y en las manos del caballero las riendas; para significar que el caballero debe frenar su boca no profiriendo palabras feas, ni mentirosas; y refrene sus manos, de modo que no rehuya cuando haya de ser querido, ni sea tan audaz que la razón huya de su ardimiento; y entienda que debe dejar llevarse a través de los reinos a donde el orden de caballería le envíe o le utilice.

Y cuando preciso fuese, alargue las manos, y haga gastos, dando generosamente según conviene a su honor; que sea osado, de modo que no puedan dudar de él sus enemigos; y cuando dude herir, venza la flaqueza del ánimo.

Si el caballero obrase contrariamente a esto, su caballo, que es una bestia y carece de razón, seguiría, mejor que el caballero, la regla y el oficio de la caballería.

15. Se pone al caballo la testera, para significar que el caballero no ha de hacer uso de sus armas sin razón. Porque así como la testa del caballo va primero y delante del caballero, así el caballero debe tener delante del caballero, así el caballero debe tener delante la razón en todo lo que hace.

Lo que hace sin razón tiene en sí tanta vileza, que el caballero debe tener siempre delante de sí a la razón.

De esta suerte, del mismo modo que la testera guarda y defiende la testa del caballo, así también la razón guarda y defiende la testa del caballo, así también la razón guarda y defiende al caballero de vituperios y de vergüenza.

16. Los guarnimientos defienden al caballo, teniendo significación de que el caballero debe guardar y custodiar sus bienes y sus riquezas, a fin de que le basten para ejercer el oficio de caballero con honor. Porque de la misma manera que no podría el caballo defenderse de golpes y de heridas sin guarnimientos, tampoco el caballero sin aquellos bienes temporales puede mantener el honor de caballería; ni tampoco podría defenderse de malvados pensamientos; porque la pobreza del caballero hace pensar engaños y traiciones.

17. La túnica (perpunt) significa para el caballero los grandes trabajos que habrá de sufrir en honor de caballería.

Porque así como la túnica está encima de las demás prendas caballerescas, y expuesta al sol, a la lluvia y al viento; y recibe los golpes antes que la loriga; y es combatida por todas partes y herida, de esta suerte el caballero es elegido para mayores trabajos de los que sufre cualquier hombre. Porque todos los hombres, que están bajo su nobleza y su salvaguardia, han de recurrir al caballero; y el caballero debe defenderlos a todos; y antes debe el caballero ser herido, destrozado y muerto que los hombres que le han sido encomendados.

Siendo esto así, convengamos que es grande la obligación de caballería; y por esto se hallan en tan gran trabajo los príncipes y altos barones puestos para regir y defender sus tierras y su pueblo.

18. Se da al caballero una seña (divisa) para que se fije en el escudo, en la silla y en la túnica, para ser loado por sus ardimientos y hechos de armas en las batallas.

Mas si es cobarde, flaco o retraído, por medio de esta misma seña es objeto de burla, vituperado y reprendido.

Mas como la seña es dada al caballero a fin de que sea reconocido como amigo o enemigo de caballería, por esto mismo todo caballero viene obligado a honrar su enseña, guardándose para ello de cobardías, que echan al caballero del ordenamiento de la caballería.

19. Al rey, a los príncipes y al señor de caballeros les es dada la señera (estandarte), para significar que los caballeros están en el deber de mantener el honor de su señor y su heredad. Porque en el honor del reino o del principado, y en el honor de su señor, son honrados y loados los caballeros por las gentes.

Por el deshonor de las tierras en que moran o están, o del señor de quien son, los caballeros son más vituperados que los demás hombres.

Porque así como por el honor deben ser más alabados, porque el honor debe hallarse mejor en ellos que en los demás hombres, también de esta suerte en el deshonor deben ser más vituperados los caballeros que los demás hombres; porque, por su flaqueza o traición son más prontamente desheredados los reyes, príncipes y altos barones, y se pierden más reinos, condados y otras tierras que por la flaqueza de hombres que no sean caballeros.

Sexta parte

En que se trata de las costumbres que pertenecen a los caballeros


1. Si por la nobleza del ánimo ha sido elegido el caballero sobre los hombres que le están debajo por servitud, convienen con la condición de caballero la nobleza de costumbres y buena educación. Porque la nobleza del coraje no puede ser elevada al alto honor de caballería, sin elección de virtudes y buenas costumbres.

Siendo la cosa así, por necesidad procede que el caballero tenga buenas costumbres y buena formación.

2. Ningún caballero puede ignorar las siete virtudes que son la raíz y el fundamento de todas las buenas costumbres y vías y caminos de la celestial gloria perdurable; de las cuales virtudes siete son teologicales y cuatro cardinales.

Las virtudes teologicales son fe, esperanza y caridad.

Las virtudes cardinales son prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

3. El caballero sin fe no puede estar bien acostumbrado, porque sólo por la fe el hombre ve espiritualmente a Dios y a sus obras, creyendo en las invisibles; y por fe el hombre tiene esperanza, caridad y lealtad, y es servidor de la verdad.

Por falta de fe el hombre se olvida de Dios y de sus obras y cosas invisibles, que el hombre sin la fe no puede entender ni saber.

Por la fe que se halla en los caballeros bien acostumbrados, van los caballeros en peregrinación a la tierra santa de ultramar, y se levantan en armas contra los enemigos de la Cruz, y son mártires cuando mueren para exaltación de la santa Fe católica.

La fe defiende a los clérigos de los hombres malvados que, por falta de fe, los menosprecian y los roban y los desheredan cuanto pueden.

4. La esperanza es una virtud que conviene muy fuertemente al oficio del caballero. Porque por esperanza recuerdan a Dios en la batalla, en sus cuitas y en sus tribulaciones; y por la esperanza que ponen en Dios reciben de Dios ayuda y socorro. Quien vence la batalla es por razón de la esperanza y de la confianza en el poder de Dios, inmensamente mayor que sus propias fuerzas.

Con la esperanza se vigoriza y endurece el coraje del caballero. La esperanza hace sufrir con calma los trabajos que sobrevienen; la esperanza aventura a los caballeros en los peligros que afrontan; la esperanza les permite poder sufrir hambre y sed en los castillos y en las ciudades que defienden de las saetas. Y si no fuese esperanza, caballero no habría que pudiese usar del oficio de caballería.

5. El caballero no se libra de la crueldad y de la mala voluntad, sin caridad. Mas como ser cruel y tener mala voluntad no se conciba con el oficio de caballería, por lo mismo es preciso que el caballero tenga la virtud de la caridad. Porque si el caballero no tiene caridad, ¿cómo amará a Dios y a su prójimo?, ¿cómo puede ser piadoso con los pobres y humildes?, ¿cómo pude ser generoso con los vencidos que claman merced?

Si, sin la caridad no se puede ser caballero, ¿cómo podrá pertenecer al orden de caballería quien no la posee?

La caridad es una virtud que ajusta las virtudes y separa los vicios; caridad es amor, que puede tener todo hombre, y debe tener todo caballero a fin de mantener su propio oficio; y además la caridad hace ligero el yugo de caballería. Un caballo sin pies no podría soportar la carga del caballero, y ningún caballero sin caridad puede sostener la gran carga que el caballero ha de sostener con nobleza de ánimo para honra de caballería.

6. Un hombre sin cuerpo no sería hombre, sino algo invisible; y no sería lo que realmente es; por la misma razón un caballero sin justicia, en su oficio de caballero, la justicia no sería lo que debe ser en él, ni el orden de caballería sería lo que debe ser. Siendo la justicia fundamento de caballería, ¿cómo un caballero puede tener la costumbre proterva de cometer entuertos e injurias, permaneciendo en orden de caballería?

Desligar al caballero del orden, consiste en romperle por detrás la correa de la espada, quitándosela, en significación de que ya no podrá usar del oficio de caballero. Si la caballería y la justicia se ajustan fuertemente por principio, el caballero que se hace injurioso y enemigo de la justicia, deshace en sí mismo y menosprecia el orden de caballería.

7. Prudencia es una virtud por la cual el hombre distingue entre el bien y el mal, proporcionándole la sabiduría del bien, y enseñándole a ser enemigo del mal.

También prudencia es una ciencia por la cual el hombre adquiere conocimientos de las cosas que han de venir por el conocimiento de las presentes.

Ahora bien: Como quiera que los caballeros pertenecen al orden de perseguir y destruir a los malvados; ni existen hombres que más peligros han de correr que los caballeros, ¿qué cosa es más necesaria al caballero que la prudencia?

La usanza del caballero de custodiar y combatir no conviene tan fuertemente con el oficio de caballería, como usanza de razón y de entendimiento y ordenada voluntad; porque más batallas se han ganado por maestría y entendimiento que por muchedumbre de gentes y multitud de armas y de caballeros.

Como esto está fuera de duda, si quieres acostumbrar a tu hijo al oficio de caballero, para que mantenga el honor de caballería sépasle acostumbrar cuanto puedas en el uso de la razón y del entendimiento, a fin de que sea discreto amador del bien y enemigo del mal; porque quien tiene tal costumbre, ajusta prudencia y ejercicio de caballería como conviene sea para que el caballero haya honra.

8. La fortaleza no es una virtud que reside en la nobleza del ánimo, contra los siete pecados mortales, que son carreras por las cuales el hombre va a infernales tormentos sin fin; conviene a saber que, por ser glotón, lujurioso, avariento, perezoso, soberbio, envidioso e iracundo, se abandona la fortaleza.

Indudablemente por carreras tales no va el caballero a la posada dende la nobleza del corazón tiene su habitación y su lar.

9. La gula engendra debilidad en el cuerpo, pervirtiendo la sangre, y causando embriaguez. La gula atrae la pobreza, porque exige gastar mucho en comer y en beber. La gula engendra pereza y flaqueza en el cuerpo demasiado lleno de viandas. Y como todos estos vicios son contrarios a caballero, por esto el ánimo valeroso del caballero se combate a sí mismo con abstinencia y continencia; y con la templanza vence la gula y todos sus valederos.

10. La lujuria y fortaleza se combaten la una a la otra. Las armas con que lujuria combate son juventud, bellas facciones, mucho comer y mucho beber, vestidos suntuosos, ocasiones, falsedad, traición, injuria, menosprecio de Dios y del paraíso, poco temor de las penas infernales, y otras semejantes armas.

La fortaleza combate a la lujuria con el recuerdo de Dios y de sus mandamientos; con el conocimiento de Dios y de los bienes y males que nos puede enviar; con amar a Dios, por lo mismo que es digno de ser amado, temido, honrado y obedecido. La fortaleza combate a la lujuria con la nobleza del coraje, que no quiere someterse a malvados e inmundos pensamientos, porque no quiere descender de su alto honor, para ser vituperada de las gentes.

Y como precisamente el caballero es llamado caballero para combatir los vicios con la fuerza de su coraje, caballero sin fortaleza no tiene corazón de caballero, ni posee las armas por las cuales un caballero debe combatir.

11. La avaricia es un vicio que rebaja la nobleza del ánimo, sometiéndola a las cosas más viles. De aquí que por debilidad de la nobleza del valor caballeresco, no queda defendida la nobleza del corazón del caballero; y así hay caballeros codiciosos y avaros que, por codicia, cometen injurias y desaguisados, y se hacen a sí mismos vasallos y cautivos de los bienes que Dios les ha sometido.

La fortaleza no acostumbra ayudar a sus enemigos; y si el hombre no le pide ayuda, tampoco ella ayuda al hombre; porque es tan noble y alta cosa la fortaleza del coraje en sí misma, y conviene tanto que se le haga honor, que se la debe tener presente en las cuitas y trabajos, y pedirle ayuda en ellos.

Pero cuando el caballero es tentado por avaricia a inclinar su noble ánimo a alguna maldad, deslealtad o traición, entonces debe recurrir a la fortaleza; en la cual ciertamente no hallará flaqueza, ni cobardía, ni debilidad de socorro y ayuda.

Y como por la fortaleza se hace fuerte el noble corazón, para vencer todos los vicios, el caballero es avaro y diabólico cuando carece de nobleza de ánimo y de fortaleza de coraje, sometiéndose a obras viles y a viles pensamientos por avaricia. Si avaricia se armonizase con caballería, ¿por qué un usurero no es caballero?

12. Acidia o pereza es un vicio por el cual el hombre se hace amador del mal y desamador del bien.

Es un vicio por el cual se descubren señales de condenación, mejor que por cualquier otro vicio; y por la virtud contraria es como mejor se ceden conocer las señales de la salvación.

El que quiera vencer y humillar la pereza, conviene que tenga en su corazón gran fortaleza, por la cual venza a la naturaleza material que por el mal de Adán se halla aparejada para el mal.

El perezoso halla desplacer en todo aquello bueno que hace y en lo cual otros hallan placer. Y como va en daño propio, halla desplacer en que éste no sea aún mayor. Y ésta es la razón por la cual un tal hombre halla desagradable y trabajoso así el bien como el mal.

Siendo cierto, pues, que la pereza da pasión y trabajo a la persona, si tú, caballero, vencer quieres este vicio, te conviene que pidas a la fortaleza que fortifique tu ánimo contra la acidia. La fortaleza vence, recordando que si Dios hace bien a un hombre, y a muchos hombres, podría ser que no hiciera bien en ti, porque no le das lo que conviene y que aun puede quitarte de lo tuyo.

13. Soberbia es vicio de desigualdad; porque el orgulloso pretende no tener par ni igual; y le place por esto estar solo. Y porque la humildad y la fortaleza son dos virtudes íntimamente ligadas, ambas enemigas del orgullo, si tú, caballero orgulloso, quieres vencer el orgullo, ajusta en tu ánimo la nobleza de la fortaleza y de la humildad. Porque la humildad sin fortaleza no es fuerte contra el orgullo; ni el orgullo puede ser vencido si no es con fortaleza de ánimo.

¿Te sentirás orgulloso cuando vayas con toda tus armas y vestiduras caballerescas? No te sentirías así si «la fortaleza de la humildad te hiciera recordar la razón por qué eres caballero. Si eres orgulloso, tu coraje no tendrá fuerza para vencer y, desechar pensamientos orgullosos. Si fueses abatido de tu caballo, y vencido y cogido, ¿te sentirías orgulloso? No; porque la fuerza corporal habrá vencido y bastado en el ánimo de un caballero, para humillar tu orgullo; y como quiera que la nobleza del coraje no es corporal, ¡cuánto más fortaleza y humildad deben humillar el orgullo del noble corazón, que lo es por espiritual nobleza!

14. La envidia es un deseo desagradable a la justicia, a la caridad y a la largueza, que convienen con el orden de caballería.

Esto es tan cierto que el caballero no puede con ánimo flaco, seguir y mantener el orden de caballería.

Por falta de fortaleza en el coraje del caballero, la envidia ahuyenta del corazón del caballero la justicia, la caridad y la largueza; y así el caballero cobarde es codicioso de los bienes ajenos y perezoso en ganar semejantes bienes por medio de las armas; y por esto habla mal de las cosas que poseen los otros y él quisiera poseer. Y de, esta suerte la envidia despierta en él pensamientos de engaños y faltas.

15. La ira es perturbación del ánimo en el recordar, entender y querer. Por la turbación el recuerdo se convierte en olvido, el conocimiento en ignorancia y la voluntad en iracundia.

Mas el recordar, entender y querer han de iluminar al caballero, para que pueda seguir airosamente las carreras de caballería que la ira y la turbación del espíritu quieren alejar de sus ánimos por esto es preciso que el caballero recurra a la fuerza de coraje, y a la caridad, abstinencia y paciencia, que son frenos de la ira, y refrigerio en los trabajos que la ira proporciona.

Cuanto mayor sea la fortaleza del ánimo, será menor la ira; y mayores la caridad, la abstinencia y la paciencia. Y cuanto mayor es la ira, más fuerte se requiere la fortaleza que proporcionan la caridad, la abstinencia y la paciencia. Por minoridad de ira y mayoridad de las virtudes sobredichas, la mala voluntad, la impaciencia y demás mas vicios son menores. Y donde menores son los vicios y mayores las virtudes, mayores también son la justicia y la sabiduría; y por mayoridad de justicia y de sabiduría es mayor el orden de caballería.

Hemos dicho hasta aquí la manera según la cual la fortaleza se halla en el coraje del caballero contra los siete pecados mortales. Hablaremos ahora de la templanza.

16. La templanza es una virtud que está en medio de dos vicios; el uno es pecado por superabundancia, y el otro por excesiva pequeñez de cantidad. Por esto conviene que entre mucho y poco haya templanza en tan conveniente cantidad, como exige la virtud. Si no la hubiese no habría medio entre poco y demasiado; y esto no es cierto.

El caballero bien acostumbrado debe ser templado en el ardimiento, tanto como en el comer, en beber y en hablar; cuyos excesos convienen con mentir; en vestir, sin hacer amistad con la vanagloria; y en gastar lo justo, etcétera. Sin templanza no es posible mantener el orden de caballería, ni su honor, el cual se halla en el medio parque es una virtud; y las virtudes no se hallan los extremos.

17. Es costumbre de caballero oír misa y sermón, adorar, orar y temer a Dios. Por tal costumbre el caballero recuerda que ha de morir, y la vileza de este mundo; y pide a Dios la gloria celestial, y teme las penas infernales; y para esto usa de las virtudes y de las costumbres propias del orden de caballería.

El caballero que obra contrariamente a esto y cree en augurios y zahoríes, obra contra Dios, y tiene mayor fe y esperanza en el viento que, besa su cabeza que en Dios y sus obras. Por esto un tal caballero no es agradable a Dios, ni mantiene el orden de caballería.

18. El carpintero, el zapatero y demás me usan de su oficio con el arte y manera que le corresponde. Ahora bien: Dios ha dado razón y discreción al caballero para usar de hechos de armas y mantener el orden de caballería con honor; cuando el caballero abandona o desoye la discreción y la razón que le advierten y demuestran la verdad, echa de sí la nobleza del ánimo, y sigue los augurios y adivinanzas, como el necio que no usa de razón y se deja llevar de la ventura. Por esto el caballero va contra Dios; y es razonable que sea vencido y preso por su enemigo, porque éste usa de razón y de discreción poniendo su esperanza en Dios. Si no fuese así resultaría que los augurios y zahoríes falta de razón fueren más propios del orden de caballería que Dios, discreción, fe, esperanza y nobleza de ánimo; y esto es imposible.

19. Así como el juez sigue su oficio cuando juzga según los testimonios, así el caballero cumple su oficio cuando usa de razón y discreción, que son los testimonios de lo que se debe hacer en hecho de armas.

De la misma manera que el juez daría falsa sentencia si no juzgaba según los testimonios, sino por augures y zahoríes; así también el caballero irá contra su oficio cuando desoye lo que la razón y la discreción le demuestran, para seguir neciamente el viento de la ventura.

Siendo ésta la verdad, el caballero debe seguir la razón y la discreción, teniendo bien presente la significación de las armas que posee, como hemos dicho más arriba. Y no debe hacer necesidad ni costumbre de las aventuras.

20. El caballero debe ser amador del bien común; porque por comunidad de gentes fue constituida la caballería; y porque el bien común es mayor y más necesario que el bien particular.

Es propio del caballero hablar y vestir discretamente, y tener bello arnés y gran albergue; por estas cosas son necesarias al honor de la caballería.

Cortesía y caballería se convienen; porque vileza y palabras de mal gusto van contra caballería. Es propio de caballero la privanza de hombres buenos; la lealtad, la verdad, el ardimiento, una verdadera largueza, la honestidad, la humildad, la piedad y virtudes semejantes. Porque así como el hombre reconoce en Dios toda nobleza, así también se debe ver en el caballero toda virtud, para que la caballería reciba verdadero honor de los hombres que se hallan fuera de ella.

21. No se mantiene tanto el honor de la caballería por el buen trato que se da al caballo, como por las buenas costumbres y enseñanzas que da el caballero a su hijo; porque caballería no está en caballos y armas, sino en caballeros.

Por todo lo dicho, el caballero que cuida muy bien de su caballo y en cambio se acostumbra a sí mismo y acostumbra a su hijo a malvadas costumbres, haría si pudiese, de sí mismo y de su hijo, unas bestias; y de su caballo un caballero.

Séptima parte

En que se trata del honor que conviene se tribute al caballero


1. Dios y el pueblo, como se ha visto en este libro, han honrado al caballero; por lo cual caballería es un honrado oficio muy necesario para el buen regimiento del mundo; y el caballero, por esta razón y por todas aquellas razones y muchas más, debe ser honrado por las gentes.

2. Si el rey, el príncipe y el señor de tierras deben ser caballeros, los caballeros deben ser honrados por el rey, el príncipe y altos barones; pues ellos no merecerían ser lo que son, según exige el honor, si no fuesen caballeros.

Porque así como los caballeros mantienen el honor de los reyes y de los señores sobre los demás hombres, así los reyes y barones han de tener honrados caballeros sobre los demás.

3. Caballería y franqueza convienen entre sí; y porque franqueza y señoría convienen en rey o príncipe, conviene también que el caballero sea franco, a fin de que el rey y el príncipe sean señores.

Como esto es muy cierto, es conveniente que el honor del rey o de cualquier señor que sea, convenga con el honor del caballero; en tal manera que el señor de la tierra sea señor, y el caballero sea honrado.

4. Conviene al honor del caballero que sea amado, porque es bueno; y temido, porque es fuerte; y loado por sus buenos hechos; y que se encomienden a él, porque es privado y consejero de señor.

Menospreciar al caballero, pensando que es un hombre como los demás, es lo mismo que despreciar todas las cosas que hemos escrito más arriba, por las cuales el caballero debe ser honrado.

5. El señor que en su corte, en su consejo y en su mesa hace honor al caballero, se tributa honor a sí mismo en la batalla. Y señor que a caballero sabio se encomienda, encomienda su honor a la nobleza de ánimo.

El señor que multiplica el honor en el caballero que es su leal servidor, multiplica su mismo honor.

Señor que ayuda y mantiene al caballero, ordena su oficio y refuerza su señorío.

Y señor que es amigo y privado de caballero tiene amistad con caballería.

6. Solicitar a mujer de caballero, o inclinarla a maldad, es contrario al honor de caballero, y la mujer de caballero que tiene hijo de villano, deshonra al caballero, y destruye la antigüedad de su linaje. Deshonra a pariaje y caballería el caballero que haya por deshonestidad hijo de hembra vil. Siendo estas cosas verdad, conviene pariaje de mujer y caballero por virtud de matrimonio lo cual conviene al honor del orden de caballería; y cuando se obra contrariamente a esto, entonces se destruye la caballería.

7. Si los hombres que no son caballeros vienen obligados a honrar al caballero, ¡con cuánta más razón el caballero viene obligado a honrarse a sí mismo y a honrar a su par, es decir, al caballero!

Mas si el caballero viene obligado a honrar su propio cuerpo, y por esto a ir bien vestido y a usar de nobles arreos y ser servido por personas buenas, ¡cuánto más debe honrar la nobleza de su ánimo por el cual precisamente es caballero!

Esta nobleza de ánimo y de coraje es deshonrada cuando el caballero se envilece con pensamientos perversos y malvados, con engaños y traiciones, haciendo incompatible con su ardimiento y coraje los nobles pensamientos que son propios de la nobleza del ánimo.

8. El caballero que se deshonra a sí mismo, o deshonra a su par, es decir, a otro caballero, no debe considerarse digno de honor, ni de honra; porque si digno fuera con aquéllos, se haría una gran injuria al caballero que honra el orden de caballería en sí mismo y en otros.

Por lo mismo, como caballería se halla y es en caballero, ¿quién podrá honrar mejor o deshonrar peor a caballería que el propio caballero?

9. Muchos son los honores y las honras que pertenecen y conviene que se hagan al caballero; y cuanto mayores son, más obligado ha de sentirse el caballero a honrar caballería.

Como hemos de hablar del libro que es Del orden de clerecía, hemos Hablado brevemente del Libro del Orden de Caballería, el cual terminamos a gloria y bendición de nuestro Señor Dios.


Finito Libro, sit laus et gloria Xpo.

Estos son los proverbios del escudero

Que hizo el bienaventurado maestro Ramón Lull, en su «Libro de los Mil Proverbios»


1. Si quieres alegrarte, tengas buen escudero.

2. Muda de escudero hasta tanto que halles uno que sea bueno.

3. De nadie has menester servicio con tanta frecuencia, que del escudero.

4. No reprendas súbitamente al escudero.

5. Que nutran a tu escudero, amor, temor y humildad.

6. Da al escudero lo que le has prometido.

7. El mejor amigo que puedes tener, es un buen escudero.

8. Ningún hombre da con tanta frecuencia

9. No te fíes demasiado de escudero a quien gusten bellas vestiduras.

10. El escudero negligente, no es tu amigo.

11. No te confíes a escudero que sonría más a tu mujer que a ti.

12. El escudero que ríe cuando lo reprendes, no te ama.

13. Echa de ti al escudero que no admita corrección.

14. Ningún escudero puede servir a señor si no le ama.

15. Ama más en tu escudero la verdad y la lealtad que la presteza y la belleza.

16. El escudero que engaña a su vecino, engaña a tu casa.

17. Escudero chismoso y maldiciente, no es leal.

18. El escudero que no tiene vergüenza, no es bueno.

19. No alargues tu conversación con el escudero.

20. No te rías con frecuencia con tu escudero.

Estos son los proverbios de caballería

Que hizo el Bienaventurado maestro Ramón Lull, en su «Libro de Proverbios»


1. Caballero es hombre que procura la paz por la fuerza.

2. El caballero es hombre elegido antiguamente para ser mejor hombre que otro.

3. El caballero tiene espada por justicia, y caballo por señoría.

4. Como la humildad está elevada, el caballero debe ser humilde.

5. El caballero va bien vestido porque es honrado.

6. Las vestiduras de tela no son tan nobles como las de las virtudes.

7. El caballero tiene divisa para ser conocido de todos.

8. Un mal hombre no debe ascender a lo alto para que sea conocido.

9. El orgullo rebaja al hombre.

10. Quien sube es por virtud; quien baja es por vicio.

11. Villano que se hace caballero, injuria al caballo.

12. Caballero vil, solamente debe cabalgar en asno.

13. Al caballero pertenecen bienes y honra.

14. El mundo se hallaría en buen estamento si fuesen señores de él un buen clérigo y un buen caballero.

15. Buena es la compañía de un buen clérigo y de un buen caballero.

16. Nadie es más vil que un caballero cobarde.

17. Nadie cae tan bajo como el que cae desde una gran virtud.

18. Hayas temor del caballero humilde; pero no del orgulloso.

19. Mas fuerte es el caballero por sus virtudes que por la lanza y la espada.

20. El mundo juzga a los caballeros por sus trabajos.

De cómo se observa lo que hacen los caballeros

(Del «Libro de Contemplación», Del Beato Ramón Lull, DIST. 3ª)


1. ¡Ah! Dios honrado, loado, poderoso, ama, querido y temido por todos los pueblos. Los caballeros, Señor, vemos que son elegidos para que sean perseguidores y prendan a los malos hombres que son traidores, homicidas, ladrones, engañadores, y desobedientes a su príncipe; y por esto los caballeros tienen armas con que puedan defenderse y puedan dominar a sus enemigos; y van a caballo para que puedan alcanzar a los enemigos de la justicia y de la paz.

2. Mas paréceme, Señor, que los caballeros han tomado otro rumbo contrario al oficio por el cual entraron en caballería, porque con las armas con que debieran destruir a los malos hombres, vemos que matan y destrozan a hombres justos y a los que más aman la paz por la guerra.

3. Por lo cual, Señor, este descarriamiento y desorden cae sobre los mismos caballeros que han mudado la manera y la ocasión por qué son caballeros y esta mudanza hace que no sean amigos de la verdad; y más que a la verdad amen las vanidades de este mundo. De esta suerte salen del verdadero camino, y van al fuego perdurable.

4. ¡Oh, Vos, Señor, que sois creador, y recreador nuestro! Nosotros vemos que la caballería se envejece y divide en dos partes; porque vemos unos caballeros de este mundo y a otros del otro siglo. Porque son caballeros del mundo los que están sólo en vanidades y en la gloria mundana; y otros aman la verdad, mirando hacia el otro siglo, y menosprecian las vanidades de este mundo.

5. Vemos, Señor, caballeros mundanos que se guarnecen de hierro y empuñan lanza; y les vemos combatir y herir y morir, y que con grandes trabajos van a penas perdurables; y vemos, Señor, caballeros del cielo, que se revisten de amor, de paciencia y de verdad, y con devoción, y lágrimas, y llantos, y contrición, y con gran deseo y placer, van a la gloria sin fin.

6. Veo, Señor, a los caballeros mundanos que se combate entre sí con hierro y con lanza, y con palabras villanas y orgullosas se deshonran a sí mismos, y se amenazan los unos a los otros. Mas en la batalla de los caballeros celestiales, Señor, no sucede así; porque combaten con amor, con verdad, humildad, paciencia y lealtad contra los malvados hombres orgullosos; y no llevan en sus manos espada, ni maza, ni cuchillo, ni en su boca palabras villanas e injuriosas.

7. ¡Rey grande, liberal en todo bien y en toda gracia! Vemos caballeros, Señor, en este mundo que combaten y mueren para obtener nombre, vasallos, tierras y tesoros. ¿De qué les sirve la fama de las gentes después de la muerte, ni lo que han quitado o robado a la gente, y por qué son mártires del diablo?

8. Los caballeros que mueren para obtener fama de las gentes o reunir bienes temporales, si ruegan, Señor, a las riquezas que han reunido, y les estorban en la hora de la muerte, ya no serán oídos; porque aquellas riquezas no les pueden librar de la muerte, a pesar de haber muerto por ellas.

9. Son muchos los caballeros, Señor, que al hallarse sobre el caballo cuidan de parecer leones; y a quien les ruega merced, tan grande es su orgullo que permanecen impasibles a la piedad y a la misericordia. Mas cuando son vencidos en la batalla o abatidos de su caballo, entonces sienten piedad de sí mismos, y piden misericordia.

10. ¡Glorioso Señor, piadoso, humilde, simple y suave! Veo a muchos caballeros que van a la Tierra Santa de ultramar e intentan recuperarla por fuerza de armas. Y veo que se consumen sin que lleguen a su fin. Por lo cual creo, Señor, que la conquista de aquella Tierra Santa no se ha de realizar al modo de las demás conquistas, sino a la manera de los Apóstoles; con amor, con oraciones y con derramamiento de lágrimas y de sangre.

11. Como el Santo Sepulcro, Señor, y la Tierra Santa de ultramar parece que deben ser con por predicación mejor que por hechos de armas. ¡Vayan adelante, Señor, los santos caballeros religiosos, guarnecidos con la señal de la Santa Cruz, y llénense de la gracia del Espíritu Santo, predicando la verdad de vuestra pasión a los infieles; y esparzan por vuestro amor las aguas de sus ojos y toda la sangre de sus corazones, como Vos hicisteis por amor a ellos!

12. Tantos caballeros y tantos nobles príncipes, Señor, han ido a tierra de ultramar para conquistarla, que si a Vos hubiese placido la manera, bien parece que la hubiesen quitado a los sarracenos que mal de nuestro grado la poseen. Parece, Señor, que esto no significa sino que Vos los esperáis cada día, para que hagan por amor de Vos lo que Vos hicisteis por ellos; y pueden estar ciertos y seguros de que si ellos se exponen al martirio por amor de Vos, que Vos les oiréis en lo que quieren cumplir en este mundo para daros loor.

13. ¡Esencial Señor, al que ningún hombre puede ofender! A Vos sea gloria y honor, Señor, cuando vemos que los caballeros se acercan y se hacen privados de los príncipes y altos barones, para que éstos les hagan participantes de sus caballeros, de sus palafrenes, de sus tesoros y de sus posesiones; y los reyes y príncipes, Señor, veo que se acercan a los caballeros porque les han menester, y les son necesarios. Por esta intención que los caballeros tienen de los príncipes, y los príncipes de los caballeros, se promueven discusiones y malevolencias entre ellos; porque cada uno quiere lograr del otro todo lo que desea.

14. ¡Señor Jesucristo! Los apóstoles y discípulos no se acercaban falsamente a Vos con intenciones falsas, como muchos malvados caballeros se acercan falsamente a su señor; mas los apóstoles y otros caballeros santos y religiosos se acercaron a Vos tan lealmente, que no dudaron en morir por Vos, como Vos no dudasteis de morir por ellos. Y de aquí derivó gran provecho da la pasión vuestra y de la suya; y obtuvieron honra por la muerte que sostuvieron por Vos.

15. Los caballeros fueron ordenados para que impusiesela paz en el mundo; mas vemos que los hombres que más guerras y en más trabajos ponen a los pueblos, son los caballeros; porque hay caballeros, Señor, que matan a los hombres, despueblan ciudades y castillos, talan árboles y plantas, quitan los maridos a las mujeres, y roban en los caminos. Por esto, Señor, ¿quién hay en el mundo que haga mayor daño del que hacen los caballeros?

16. ¡Señor cumplido, perfecto, virtuoso, sabio, inteligente! Quien quisiere ver hombres orgullosos, vanagloriosos, injuriosos, escarnecedores, destrozadores y destruidores, mire, Señor, a los caballeros; porque hay, Señor, en el oficio de caballería más hombres de esta clase que en los demás oficios.

17. Mucho me maravillo Señor, cómo puede ser que ellos cuiden de parecer los mejores hombres del mundo; porque veo que son los peores, y los que mayor trabajo dan al mundo; porque los caballeros engañan y fuerzan a las hembras, y roban, fuerzan y matan, a los hombres y devastan los bienes de la tierra fecunda.

18. Veo caballeros, Señor, que son oficiales del diablo; porque no veo hombres más aparejados para obrar mal que los caballeros. Y si alguien quiere desmentirme y decir que no hablo verdad, apelo al fuero de su propia conciencia para que se persuada de que es verdad lo que digo; y a la boca de los hombres pobres, que son sus sometidos, en que hallarán la verdad de lo que digo, si éstos osan decirla.

19. ¡Glorioso Señor, misericordioso, piadoso, lleno de merced, de bendición y de gracia! Veamos caballeros que se encomiendan a los augurios y pronósticos que hacen los adivinos, observando el movimiento de las aves aventureras, y hasta ellos mismos se hacen adivinos e inquisidores de cosas inciertas.

20. Vemos, Señor, que los caballeros fijan señales (divisas) en sus armas para ser bien conocidos; pero apenas hallamos a los que presentan las señales de las buenas obras para que se conozca que son hombres buenos,

21. Los caballeros, Señor, cuando se hallan acampados, y aparejados para el combate, vemos que siguen la enseña de su señor, doquiera vaya; mas apenas vemos caballeros que sigan la enseña que está sobre el altar, en el cual está vuestra divisa porque no hay hombres que tan pocas veces entren en las iglesias para orar y oír Vuestra palabra como los caballeros; ni hallamos, Señor, hombres más ociosos que ellos.

22. ¡Ah, gran Señor! ¡Ah, Señor noble, Señor digno de todo honramiento! Vemos caballeros que levantan castillos y fortalezas en los altos montes para que en ellos se refugien si son expugnados en el llano. Mas cuando vengan, Señor, en el día del juicio a Vuestra presencia, ¿dónde hallarán los castillos y las fortalezas que les puedan defender de Vuestra sentencia?

23. En el día del juicio, Señor, los caballeros no tendrán caballos para huir; ni armas para restaurarse sino que se hallarán desnudos, vencidos, pobres y llenos de los pecados que han cometido en este mundo, que les acusarán de las injurias que han cometido contra sus vasallos y súbditos.

24. Siendo los caballeros tan culpables y tan pecadores, mucho me maravilla, Señor, cómo pueden ser tan ardidos en morir; porque no veo otros hombres que se metan como ellos en peligro de muerte; porque si por Vos muriesen, no me maravillaría su ardimiento; pero morir por vanidades y neciamente, esto, Señor, sí que maravilla.

25. ¡Oh, Vos, Señor mío Jesucristo que sois en deidad y humanidad! No hay en este mundo boca de animal en que entren tantas y buenas viandas como en la boca del caballero. Luego, ¿por qué ellos pueden ser más contrarios a la verdad que los demás hombres? Y, ¿cómo no os dan, Señor, las gracias por los favores que les habéis hecho?

26. No veo, Señor, hombres que sean más cazadores, ni tan jugadores, ni tan delicados, como los caballeros; ni hay hombres que hagan tantas obras sin provecho, como los caballeros pecadores y vanagloriosos. ¿Por qué, pues, Señor, quieren ser más loados por los demás hombres, siendo así que sus obras valen menos?

27. ¡Señor, franco y lleno de merced! Así como habéis querido poner a los caballeros en el más noble oficio de estas cosas temporales, así también sucede que se hallan entre ellos muchos mucho más malos y pecadores, que obran contrariamente al fin para que son puestos en tanta honra; y por esto cuando ellos se desposeen de la bondad que les exige el orden de caballería, por esto, Señor, y por su culpa han de ser más envilecidos y deshonrados que los demás hombres en el otro siglo.

28. ¡Señor reclamado, Señor loado, Señor recordado! Bienaventurados son aquellos caballeros que mantienen el orden de caballería según la nobleza del oficio de caballero; porque por el orden de caballería veo que el mundo se mantiene, pues que los caballeros son ocasión para que los príncipes tengan tierra y mantengan justicia; y porque por los caballeros son vencidos los malos hombres, y por ellos es salvaguardada la Santa Iglesia.

29. Los caballeros, Señor, combaten a los infieles y a los herejes que pretenden destruir la Santa Fe romana. Por esto son bienaventurados todos los caballeros que son obedientes a la Santa Iglesia. Porque, así, Señor, como los clérigos tienen el oficio de loaros y de rogar por el pueblo, así los caballeros tienen el oficio de combatir por la Santa Fe romana.

30. ¡Amoroso Señor! Así como a Vos os plugo haber dado manera a los caballeros para que defendiesen su cuerpo con la cota y armas, de los enemigos, vuestro servidor, el vuestro bienamado, Os clama merced para que le vistáis de virtudes, por las que pueda combatir y defenderse del diablo, del mundo y de la carne, que todos los días me combaten para que sea desobediente a mi Señor y mi Dios.

Príncipes y Juglares

Deberes del Caballero para con su príncipe

I. De lo que hacen desventuradamente los reyes y príncipes de este mundo

(Del «Libro de Contemplación»)


¡Oh, Dios glorioso sobre todas las santidades! ¡Dios perfecto sobre todas las perfecciones!

Bendito seáis, Señor, porque habéis ennoblecido y honrado a los reyes y a los príncipes y altos barones sobre todos los pueblos de este mundo. Porque vemos, Señor, que les habéis sometido todas las gentes, a fin de que haya paz en la tierra.

Bendito seáis porque les habéis dotado de juicio y de entendimiento para que puedan gobernar rectamente a sus pueblos.

Por esto vemos, Señor, que los reyes y los príncipes eligen bailes y vegueres, procuradores y jueces en defensa de los justos; porque ellos no serían bastantes de por sí para gobernar a sus pueblos.

Pero, Señor, ¿qué vale vuestra bondad? Pues cada día que pasa da testimonio de que aquellos oficiales que eligen y nombran son en alto grado engañadores, injuriosos y ladrones para con su Señor y para con los pueblos que debieran gobernar tan rectamente. Y así resulta que las ovejas, son confiadas a los lobos.

Verdadero Señor: Vos habéis querido ennoblecer a los reyes y a los príncipes con esclarecido linaje y otras honras que les pertenecen. Mas vemos que los más de ellos se confían, como si no fuesen sino siervos, a algún hombre depravado y de esta suerte se hacen viles en sus obras y en sus hechos.

¡Qué gran locura es ésta, Señor, hacerse siervos de hombres viles, cuando Vos los exaltáis sobre tantos hombres nobles!

Por esto, Señor, estos malvados príncipes no toman ejemplo de Vos, ni someten vuestro honor y vuestra honra al señorío, en vez de hacerlo malvado; cuando Vos, Señor, podéis quitarles la dignidad que tanto les honra.

¡Señor, ordenador de todas las cosas así temporales como espirituales!

Vemos que los reyes y los príncipes disfrutan de grandes rentas y del fruto de copiosos tributos mas vemos, Señor, que todo lo malgastan y nada les sobra nunca; porque todo lo prodigan trivialmente en vanidades y en cosas de escaso provecho.

Vos, Señor, pusisteis a los príncipes y a los reyes sobre todos los pueblos para que en estos pueblos reine la justicia; y para que en ellos sean confundidos todos los que injurian y mienten. Mas vemos, Señor, que ocurre todo lo contrario en los más de los príncipes de este mundo; porque les vemos ayudar y proteger a los que causan injurias a sus súbditos, y a los que son enemigos y malquerientes para con los hombres que verdaderamente son de buena vida.

¡Piadoso Señor! Vos habéis sometido los pueblos a los reyes y a los príncipes para que mediante su buen gobierno haya paz en la tierra, y a fin de que las gentes vayan con seguridad por los caminos, y lleguen con la misma seguridad y paz a sus albergues.

Vemos, no obstante, que ocurre todo lo contrario. Porque es tal la codicia, la maldad y la vanagloria de los reyes y de los príncipes, que siempre tienen al mundo y sus pueblos en continuas guerras y en trabajos.

Mucho me he maravillado, Señor, de estas cosas, no sabiendo explicarme cómo tan pocos hombres como son los reyes y los príncipes tengan en tantos trabajos a tantas gentes como son en este mundo.

¡Humilde Señor, que os humilláis oyéndonos y para hacernos bien!

Vemos que los príncipes y los altos barones de este mundo, considerando que, para nuestro buen gobierno fueron elegidos sobre nosotros cuando los hemos menester y acudimos a ellos, hallamos cerradas las puertas de sus palacios; y si pretendemos entrar, solamente hallamos las amenazas de sus porteros.

¡Bendito seáis, Señor, pues Vos no sois así! Porque en cualquier momento que queremos veros en contemplación, y hablaros, vuestra puerta está siempre abierta para nosotros.

¡Señor! Los príncipes de este mundo debieran ser verdaderos reyes y señores para con nosotros; mas en puridad de verdad y en razón de sus cargos, mejor debieran ser sometidos, procuradores y siervos de sus deberes en beneficio nuestro; puesto que debieran preocuparse y afanarse según las necesidades que sus pueblos sienten; porque según es su oficio, debieran salvaguardar, mantener en paz y administrar en conciencia.

¡Señor franco y siempre lleno de merced!

Vemos que a los reyes y a los príncipes se les presta debido homenaje, se les besa la mano y se les tributan honores, y se les hacen muchas reverencias. Pero esto sólo es porque son nuestros procuradores en la tierra. Mas nosotros vemos que mucho príncipe malvado no Os honra a Vos ni reverencia, no Os es grato, ni se detiene a considerar en conciencia la honra que de Vos ha recibido.

Señor Dios verdadero que ayudáis a vuestros súbditos y servidores: Os sea tributada gloria, honor y alabanzas. Quisiéramos que vuestro deseo se cumpliera, viendo que los reyes y los príncipes son según las obras que su oficio exige. Pues el principado sobre los pueblos es tan noble cosa que el que posee señorío debiera ser siempre humilde, justiciero, dulce, sencillo y suave y lleno de lealtad y de misericordia.

¡Señor! Quien hallase a un tal príncipe, mucho le honraría, mucho le serviría, y mucho le amaría. Porque en todo el mundo no hay cosa mejor para los pueblos que tener un buen príncipe que sea veraz, muy entendido y de muy buenas costumbres. El príncipe que así fuese, sería muy bueno y muy grande, porque muy grande sería el bien que podría hacer, y muchos también los males que podría evitar.

Muchas veces, Señor, he preguntado a los hombres andariegos a través del mundo si han visto a algún príncipe que sea perfecto en todo aquello, es decir, que tenga las buenas condiciones que se requieren para que un príncipe sea un buen príncipe. Y no hallé nunca nadie que pudiera darme razón de la existencia de un tal príncipe. Esto, Señor, me maravilla mucho. Todos los días experimento que se hallan piedras preciosas, tan bellas que poseen toda la nobleza y belleza de cualidades que les corresponden naturalmente; y hallamos también muchos hombres religiosos que se hallan ennoblecidos con aquella bondad y honestidad que constituyen la perfección de un hombre verdaderamente religioso. ¡Pero, Señor, por más que preguntamos y buscamos, no hallamos rey ni príncipe que tengan las perfecciones que su oficio reclama, cuando de príncipes buenos tiene tanta necesidad el pueblo! Porque tener mal rey o mal príncipe constituye un daño muy grande; siendo como es cosa tan necesaria tener buen rey y buen príncipe.

Paciente y amoroso Señor: ¡Alabado y bendecido seáis. Vos, y cuanto hay, en Vos!

Porque, Señor mío, yo aun no he visto rey alguno que por vuestro amor haya renunciado a su reino, ni que lo haya dado a los pobres; ni siquiera que lo haya puesto en orden con el fin de enderezar a los que van errados, por el verdadero camino de lo justo. Ni que haya sido mártir, como Vos lo fuisteis por los hombres, y como lo fueron Vuestros apóstoles.

Yo no hallo ningún príncipe, Señor, que tenga como la más grande ambición y el mayor deseo de honraros y loaros más a Vos, que a sí mismo. Veo en cambio que todos los días son dadivosos y pródigos para con los logreros y los juglares a fin de que los alaben. Y veo también que todos los días se hallan metidos en guerras que no tienen otro fin que conquistar nuevos súbditos, para que nuevos hombres también los alaben y les sean súbditos.

Cuando estoy en presencia del rey, observo, Señor, que se hallan ante el muchos caballeros, barones y otras gentes. Mas también veo y oigo que sólo hablan de vanidades o de cosas que únicamente atañen a su honra propia, al propio encumbramiento y al aumento de riquezas o de la propia fama.

¡Ah, Señor Dios verdadero, que habéis creado y ordenado sabiamente todo lo que hay en el cielo y en la tierra!

Como vemos, Señor, que los reyes y los príncipes son honrados sobre todos los demás hombres y son más poderosos y más ricos que todos, los demás, en tal guisa, Señor, bueno fuera que, los príncipes y los grandes señores procurasen estar llenos y completos en virtudes y en buenas costumbres mucho mejor que todos los demás hombres.

Y veo a muchos, Señor, que sólo ansían más reinados y principados. Porque me doy cuenta, Señor, de que todos los reyes y los príncipes por grandes y muchos reinos y principados que posean aun desean tener más. Señor: me causa mucha maravilla que hombre alguno quiera o desee ser rey o príncipe. Porque los reyes y los príncipes nunca están saciados con lo que tienen.

Vemos, Señor, que cuando el príncipe o gran barón cabalgan a través de los caminos, llevan un largo séquito de muchas gentes. Y cuando mueren, se les sepulta bajo un poco de tierra. Y pienso esto cuando veo que viviendo el príncipe nunca le es bastante la tierra de sus reinos y señoríos; y cuando ha muerto ha de contentarse con el poco de tierra que lo sepulta.

¡Oh, Señor Dios, que anunciáis, y prometéis, y concedéis a vuestros bienamados las glorias del paraíso!

Veo que todos los príncipes y grandes señores se van a cazar con mucha voluntad, alegando que la caza es para ellos recreación y manera de huir de pecado. Y así se excusan. Y al entretanto, Señor, no les preocupa tener en su lugar, para que gobiernen su pueblo, procuradores protervos que son para aquéllos unos lobos rapaces. Y así sucede que mientras el príncipe se dedica al deporte, los lobos se comen las ovejas que les habían encargado.

Veo también, Señor, que los príncipes se adornan las manos con oro, plata y piedras preciosas. Mas, ¿qué importan todos esos adornos cuando se tienen las manos tintas en sangre humana de pobres hombres, por falta de justicia? ¿Qué le vale al príncipe ir bien vestido, gozar de los deleites y vivir bien descansado, cuando deja a su pueblo que reciba injurias, y se halla empobrecido y maltratado y martirizado, como lo es el ganado que maltratan las bestias salvajes?

Cuando el príncipe termina de comer y ha bebido mucho y se quitan los restos de la mesa, veo que entonces se le acercan los juglares, los aduladores y logreros y los hombres mundanos y vanagloriosos; y se le acercan para hablarle tan sólo de vanidades o cantarle canciones que no son sino de lujuria o de vanagloria.

Estos tales, Señor, no tienen en la memoria

Quién sois Vos, para agradeceros vuestros bienes como debe agradecer un siervo los que recibe gratuitamente. Por esto no hacen, Señor, lo que: Os place, ni procuran evitar ocasión de olvidaros y desobedeceros.

¡Oh, Señor Dios verdadero, que constituís el placer sobre todos los placeres; y sois deseado sobre todos los deseos!

Veo que los príncipes debieran cuidarse mucho de que no faltase la verdad en la boca de los juglares, de los hombres que adulan y de los mundanos y vanagloriosos. ¡Mas experimento, Señor, no ser así! Al contrario, Señor, no se halla la verdad donde debiera hallarse y donde los príncipes debieran cuidar que hubiese. Sólo la hallo, Señor, en los hombres verdaderamente religiosos y en aquellos que, renunciando al mundo, lo menosprecian.

¡Ah, Señor! ¡Los príncipes y los grandes barones quieren que Vos los honréis también en el otro siglo! Como los habéis honrado generosamente en este mundo. Pero se engañan. No será así, Señor; al contrario, porque la verdad no es hallada donde debiera hallarse en este mundo; y en el otro mundo nadie será honrado si no es por las buenas obras que haya hecho en éste durante su vida.

Los reyes y los príncipes, mi Señor, procuran en verdad aparecer buenos y dignos de ser honrados y amados; mas lo hacen por las honras que se les hacen; y no advierten como debieran que son dignos de ser deshonrados y desamados por las malas obras que hacen contra sus súbditos.

¡Oh, Señor Dios en Quien está toda mi esperanza y el objeto de mis contemplaciones!

Cuidan los príncipes que no haya en este mundo hombres más libres que ellos. Mas veo, Señor, que ningún hombre hay en este mundo, fuera de ellos, que sea tan súbdito como ellos son en realidad.

En efecto, más súbdito es y más cautivo se halla el hombre cuyo oficio es el de salvaguardar y enderezar a los demás hombres, que los que por estarles sometidos sólo son súbditos del príncipe.

Veo, Señor, que los príncipes, por más honrados que sean en este mundo, no por esto dejan tener hambre y sed, y sentir frío y calor como todos los demás hombres; y como ellos también se irritan y están tristes, pensativos, miedosos, enfermos y despagados. Y como los demás hombres mueren también, y son enterrados malolientes, y se pudren.

Señor: Tampoco hallo hombre alguno en este mundo de quien se diga tanto mal como se dice de los reyes y de los altos barones. Ni como contra nadie se cometen tantas traiciones y engaños como contra ellos. Ni nadie es tan escarnecido, murmurado y afligido como son ellos.

De modo que en verdad no se da nobleza alguna tan expuesta a pesadumbre como aquella en que los reyes y los príncipes se afincan.

¡Señor Dios que abastecéis a mis ojos de lágrimas y de llantos; y a mi corazón de deseos y de amores!

Aun cuando los príncipes posean en este mundo grandes riquezas y sean objeto de grandes honores, es lo cierto que muchos de ellos tienen malas costumbres y muchos pecados. Y también que, cuanto más honrados son en este mundo, más relieve adquieren las obras viles que cometen y cuanto más grandes son ellos, tanto más son viles, feas y protervas.

Vos, Señor Dios mio, disteis los príncipes a los pueblos con el fin de que mantengan en ellos la justicia, haciendo de modo que las gentes caminen por los justos caminos de la verdad y del bien.

¡Mas observo, Señor, que acontece todo lo contrario!

Porque si es cierto que ninguno de los hombres que son tiene tanta obligación de mantener la justicia como ellos tienen, por nadie como por ellos los pueblos abandonan los caminos de la justicia y de la verdad. Y esto es cuando los príncipes malvados tienen más amor a lo que es falso que a la verdad.

¡Glorioso Señor mío!

Vuestra voluntad es que los príncipes sean inquisidores y captadores de los hombres protervos que injurian a sus semejantes y de cuantos hunden o maltratan los pueblos.

Vemos que los príncipes persiguen por llanos y por montañas a las bestias y a las aves, que mal no les merecen; y en cambio no persiguen ni captan a los hombres malos que maltratan y destruyen los principados, cuya defensa les fue encomendada.


Aquí termina el capítulo de los reyes, príncipes y altos barones de este mundo.

II. De lo que hoy hacen los juglares y trovadores pervertidos para divertir y adular a reyes, príncipes y caballeros


¡Oh, Dios, Padre celestial, en Quien es toda santidad y todo señorío!

Mas según veo, Señor, al presente y entre nosotros ha cambiado completamente el arte de la juglaría. Porque los hombres que hoy se dedican a tañer y a sonar instrumentos, a danzar y componer trovas, no cantan ya ni usan de las músicas, ni componen versos, ni hacen canciones si no son de lujuria o de alabanza de las vanidades de este mundo.

El arte de juglaría comenzó en Vos, para loaros y bendeciros. Para esto, Señor, fueron inventados los instrumentos, los coros, las endechas y los «lays», y se compusieron nuevas músicas a fin de que los hombres se alegrasen en Vos.

Los que tañen, Señor, y cantan el libertinaje, y alaban en sus cantos aquellas cosas que no son dignas de ser alabadas, estos tales son unos malditos; puesto que pervierten el noble arte de juglaría, apartándolo definitivamente de aquellos bellos fines y maneras por las que comenzó este arte.

Bienaventurados sean, Señor, los que usando de los instrumentos musicales, coros y «lays» se alegran y se comportan como es debido en alabanza vuestra, en vuestro amor y en vuestra bondad. Por esto juglares nobles son, Señor, los que saben mantener en la nobleza de sus principios el arte de la juglaría.

¡Que siempre, Señor Dios, sea conocida y reverenciada vuestra Paternidad, Filiación y Procedencia en vuestra simplísima Unidad!.

Observamos, Señor, que los juglares y los trovadores son muy amados y honrados porque saben cantar y bailar y hacer versos, y componer canciones; y saben inventar nuevas danzas; y saben cantar baladas.

Y son escuchados, solicitados, llamados, muy queridos y muy amados por la belleza de sus danzas, por la hermosura de su habla, y por los nuevos argumentos que hallan y por las nuevas armonías musicales que componen:

Mas, Señor, si los hombres parasen mientes en los males que hoy se siguen por causa de los juglares y de los trovadores; y advirtiesen que en sus cantares y con sus instrumentos sólo hacen obras de poco provecho y, lo que es peor, de gran vileza, ya no serían los juglares y los trovadores tan bien recibidos como son ni tan bien protegidos.

Porque mediante los instrumentos que suenan, y por los nuevos argumentos que inventan y cantan, por las nuevas danzas que componen y por las palabras que dicen, bien veo, Señor, que echan en olvido así vuestra gran bondad y vuestra gloria como la pena que aguarda en el otro siglo a los que faltan en éste a la justicia y a la verdad.

¡Señor! El hombre se ha hecho desobediente a su verdadero Señor y Salvador. Esta es la razón por que son recordadas todas las feas obras del pecado y son amadas todas las maneras de desobedeceros.

¡Dios eternal, en Quien hallan cumplimiento todas las glorias, todas las noblezas y todas las virtudes!

Observamos que por causa de los juglares las mujeres pierden a sus maridos, y las doncellas se corrompen y mancillan. Por obra también de los juglares los hombres se hacen siempre más altivos, más orgullosos, más olvidadizos y más desleales.

¡Señor Dios! Vemos que los juglares durante la noche van de ronda haciendo sonar sus instrumentos por calles y plazas para mover el ánimo de las mujeres a putería y para que por eso se hagan falsas y hagan traición a sus maridos. De modo, Señor, que a esos juglares no les basta el día para hacer daño y para tratar de que se obre el mal; sino que aun quieren hacer daño durante la noche cuando todas las cosas reposan y cesan de hacer daño.

¡Señor! Vemos muchos juglares malvados que son maldicientes, que ponen querellas entre un príncipe y otro príncipe, entre un barón y otro barón, por su mala lengua infiel.

Y vemos que se destruyen imperios, reinos, condados, tierras, villas y castillos, por el odio y la mala voluntad que engendran en los barones más elevados.

Si realmente es así, Señor, ¿qué hombres hacen más daño en este mundo que los juglares?

¡Ah, Señor Dios que guardáis, salváis y beneficiáis a vuestros pueblos!

Observamos que los juglares han convertido el noble arte de juglaría en un arte y manera de mentir; cantando donosamente que son buenas, son dignas de ser alabadas, y que por su gran vileza debieran ser menospreciadas. Y en cambio, Señor, los juglares reprenden, escarnecen, maldicen y menosprecian aquellas cosas que por ser nobles y bellas y verdaderas debieran ser ensalzadas.

Si existe algún hombre, Señor, que sea extremadamente lujurioso, gran escarnecedor, pródigo y lleno de vicios y de pecados, este hombre es precisamente el más ensalzado, ennoblecido y amado por los juglares.

El motivo único, Señor por que los juglares son tan embusteros, reprendiendo lo que debiera ser alabado y alabando aquello que debiera ser reprendido, es por razón de que los príncipes depravados y los ricos hombres son unos necios que aman lo que es falso y tienen odio a la verdad.

Por la perversión de los príncipes y ricos hombres, y por lo mucho que de ellos saben, los juglares toman ocasión de más mentir, y tienen sus complacencias adulando a los príncipes y a los grandes, loando tan sólo lo que éstos aman o desean.

¡Señor Dios! Que se conozca que en Vos sólo hay fortaleza, virtud, santidad, grandeza, bendición y nobleza!

Tengo, Señor, un gran deseo de que haya juglares verdaderos, que loen lo que es digno de alabanza y desacrediten lo que sólo es digno de vituperio.

Y aun he deseado, Señor mío, que ningún hombre acertase en componer trovas, cantar y tañer instrumentos, a no ser que fuese servidor y juglar de verdadero amor y de verdadero valor; súbdito y amador de la Verdad.

Todos los días vemos, Señor, que los juglares van como locos y como embebidos; y, no obstante, es tan grande su astucia que ajustan muchos dineros que arrancan de las gentes necias. Por esto son muchos los que hoy toman hábito de juglaría y aun de bobería con el fin de enriquecerse rápidamente. Esto que sucede me causa gran maravilla, sobre todo no hallando a quien, por amaros, loaros y ganar de Vos la gloria, vaya cómo loco de amor a las cortes de los reyes y de los altos barones, cantando y reprendiéndoles si no cumplen vuestros mandamientos.

Mucho me maravilla, Señor, que no pueda explicarme cómo un mundo tan vil y mezquino como el que no es perdurable y que es tan pobre en todo valor, haya más juglares y más loadores que Vos, Señor mío, que sois perfectísimo, eternal y cumplido en todo bien.

Y es, Señor, que observando a los juglares que son en este mundo, veo que ya llenan las tierras; y aun cuando el hombre es juglar para sí mismo, para alabarse y satisfacerse.

Mas, Señor, vuestros fieles juglares son tan pocos que pasan inadvertidos entre las gentes.

¡Oh, Señor, fuerte sobre todas las fuerzas! ¡Señor poderoso sobre todos los poderes!

Los príncipes y grandes de nuestro tiempo colman de dádivas a los que les adulan y alaban; y ésta es la razón porque existen tantos juglares.

Y pues que Vos, Señor, sois tan bueno y tan generoso concediendo tan grandes y tan nobles dones... ¿cómo puede explicarse que no tengáis mejores loadores que los hombres vanagloriosos de este mundo?... ¿Cómo puede ser que el hombre no estudie y se afane más en ser vuestro juglar, que Os bendiga, adornando e iluminando el lenguaje, con el fin de alabaros entre las gentes?

¡Porque en verdad, Señor, aquellos juglares son más juglares de sí mismos que de Vos!

Si todos los juglares que adulan a los príncipes y a los hombres mundanos alaban las vanidades del mundo y las propias vanidades, también por hipocresía Os alaban a veces, para ser ellos alabados de las gentes y para que así puedan conseguir dádivas y placeres temporales.

Yo digo, Señor: Si todos fuesen puestos en una parte, es decir, estos juglares, y en otra parte los juglares nobles que Os alaben y bendicen de corazón, pocos serían los de ésta; es decir, pocos se contarían los que Os alaban y bendicen con pureza de intención y un amor verdadero.

Mas aun dado, Señor, que los juglares verdaderos que Os bendicen son pocos frente a los demás juglares mentirosos, vuestros juglares loándoos valen mucho más que éstos, por muchos y aplaudidos que sean.

Más vale, Señor, la alabanza de un juglar verdadero que todas cuantas alabanzas pueden tributar los juglares mentirosos. Porque el hombre que alaba mintiendo, que adula, en realidad no alaba, sino que desalaba. Ni honra al loado; sino que le deshonra.

¡Oh, Señor Dios verdadero, que ilumináis las ambiciones nobles de los cristianos de fe verdadera y de buenas obras!

Quisiera ver, Señor mío, juglares que vayan andariegos por las plazas de los castillos y a las cortes de los reyes, de los príncipes y de los altos barones, enseñando la propiedad que existe en los dos movimientos y en las dos intenciones y la naturaleza y las propiedades que hay en los cinco sentidos corporales; y enseñasen también las propiedades de las cinco potencias del alma.

Cuando los juglares lo aprendan y se adiestren en la sabiduría, entonces, Señor, serán verdaderos juglares en medio del mundo; porque alabarán en verdad lo que es digno de ser alabado, y reprenderán lo que es digno de ser reprendido.

Pero la gente no sólo no quiere ser reprendida por sus faltas, sino que aun quiere hallar excusa e incluso alabanza. Por esto hay tan pocos juglares verdaderos, y abundan en gran manera los juglares mentirosos.

Los que quisieren ser juglares verdaderos, ven, y aprendan este «Arte de contemplación». Porque en este Arte hallarán muchas y nuevas razones, y muy bellas palabras por las cuales, Señor, podrán bendeciros, amaros y serviros ¡Pues toda esta obra, Señor mío, se comenzó y se hace para dar alabanza de Vos, para enamorar en Vos, y para honraros a Vos!

¡Señor Dios verdadero que Os habéis encarnado en nuestra Señora Santa María con el fin de recrear al linaje humano!

Vemos, Señor, que los juglares danzan y cantan y hacen sonar instrumentos delante de los hombres para moverlos a alegría y para que hayan placer contemplando sus danzas y escuchando sus cantares y la música de sus instrumentos. Y vemos, que cuando el juglar los ha alegrado, entonces pide y exige de la gente.

Bendito seáis, Señor Dios, que quisisteis haceros hombre, y llorar como los hombres y estar pensativo como ellos, y como ellos angustiado, atormentado y muerto para que los hombres alcanzasen la alegría en la gloria del paraíso.

Puesto que de Vos, Señor, derivan todos los bienes, ¿por qué los juglares no conocen en lo íntimo que están obligados a bendeciros?

Los juglares, Señor, por el arte que poseen y la sutileza de que gozan, saben concordar la nota con el baile, los coros y los «lays», haciendo sonar los instrumentos según la armonía que el corazón adivina. Si es así, ¿cómo puede suceder esta maravilla, Señor, de que no saben abrir su corazón para bendeciros, ni saben o no quieren comprender que nunca se debe alabar cosa alguna de la que provenga daño a las gentes?

¿Por qué los juglares no reconocen en sí mismos el deber de loaros, ya que de Vos derivan todos los bienes?

Muchos hombres, Señor, hay que neciamente dan a los juglares lo que no debieran darles. Ni es justo que ellos reciban de este modo lo que reciben; sabiendo que cuando los juglares han recibido abundosas y semejantes dádivas, ellos mismos juzgan como tontos y necios a aquellos que neciamente les colmaron de dones.

¡Oh, divinal Señor en Quien se ajustan todos los amores, toda contemplación y todos los pensamientos buenos!

Vemos, Señor, que los juglares son ejemplos vivos de mentira y maledicencia; visten reales vestiduras y comen ante las mesas, de los príncipes las mismas viandas que éstos comen. Y vemos que los pobrecitos y mezquinos, por amor de Dios han de pedir limosna y han de desear comer los restos de las viandas que sobran a los juglares después de hallarse ahitos. Los pobrecitos, Señor, permanecen fuera de los palacios, van cubiertos de telas viles y desgarradas, y se mueren de hambre por no hallar quien les abra la puerta, ni les haga buena cara, ni siquiera les dirija una palabra amable.

También vemos que los juglares tienen abundancia de caballos y palafrenes: y poseen vasos de plata y nobles vestiduras; poseen mucho dinero en plata y oro, y otros muchos dones. Mas los que mezquinamente son pobres y todo el día piden en Vuestro Nombre, sólo consiguen cosas de gran vileza. Porque con una «mealla» o con un mendruguillo de pan o con un vestido harapiento se pretende atender al pobre en su extremada pobreza.

Vemos, Señor, que los juglares cuando reciben tan ricos dones, como los que suelen recibir, no Os dan las gracias a Vos. Y cuanto reciben lo malgastan y lo prodigan.

No sucede así, Señor mío, con los pobres que van pidiendo limosna de puerta en puerta. Por poco que se les dé, siempre dan gracias a Dios; y guardan lo que les sobra para cuando tengan necesidad, no sea que en tal ocasión no hallen limosna.

¡Verdadero Señor Os sea tributada gloria y alabanza en todo tiempo!

No veo al presente un arte más envilecido que el de la juglaría. Y esto acontece porque los juglares son los hombres más enfadosos, ambiciosos sin escrúpulos, embusteros y aduladores de los hombres.

Aun observo, Señor, que el arte de juglaría constituye el arte más corrompido de todas las corrupciones y de todas las vilezas. Porque no hay hombre entre los que viven como el juglar, que cause tanto suplicio a las gentes, ni que diga las cosas que el juglar dice libremente.

Se ha hecho tan protervo, Señor, el arte de la juglaría, porque los juglares sólo cuando mienten saben ensalzar a los hombres. Y también mintiendo los juglares dicen mal de los hombres, si no se les da mucho o no se les paga muy bien.

Mas como los hombres mundanos ciertamente aman la vanagloria, por esto son tan generosos para con los juglares; unas veces para que no hablen mal de ellos; y otras veces para que digan y esparzan bien de ellos. Mas este bien que anhelan no es ciertamente el que merecen los hombres que desean ser alabados.

¡Oh, Señor! Vuestro servidor y súbdito vuestro también ha sido antes de ahora un loador falso, mentiroso y maldiciente. Mas como Vos, Señor, lo habíais mirado con ojos piadosos y llenos de misericordia, ¡de aquí en adelante propongo, Señor ser un verdadero juglar de valor, y cantar verdaderos loores a mi Dios y Señor!


Aquí termina el capítulo de lo que hacen los juglares

III. El príncipe y el caballero

Advertencias que hacía Ramón Lull a su hijo Ramón en «doctrina pueril»


Hijo: El príncipe es un hombre elegido para que ejerza señorío sobre otros hombres con el fin de que éstos vivan y permanezcan en paz por temor de la justicia.

Por esto los príncipes vienen obligados a mantener la justicia, siendo como son su salvaguardia cabe los hombres que le están debajo en nobleza: Por lo cual los nobles están más obligados para con el príncipe que los demás hombres.

Has de saber, hijo mío, que en nadie hacen más fuerza y exigen más las obligaciones del oficio que en los príncipes y en los prelados. Porque tú y yo no nos sentimos obligados más que para un solo hombre, que es el Rey. Y el Rey tiene obligaciones para contigo y para conmigo, y para con todos los hombres quede son súbditos por señoría.

Tanto más se halla obligado un príncipe que otro hombre cualquiera, cuanto que el príncipe tiene oficio de gobernar; y por esto es el oficio menos deseable. Y esto en tanto grado, cuanto que el príncipe tiene más cosas de que responder, que no tiene otro hombre cualquiera; y por esto mismo todos le deben ayudar más que a cualquier otro hombre.

Amable hijo: Así como el alma es enderezamiento del cuerpo, así el príncipe es enderezamiento de todo el pueblo. Y así como cuando el alma se separa del cuerpo sobreviene la muerte, así también cuando el príncipe es malvado, es la muerte y la destrucción de su pueblo.

Hijo mío: El príncipe es un hombre como los demás hombres; pero es un hombre a quien Dios ha honrado con el fin de que pudiese ser señor de muchos hombres. De esta suerte, hijo mío, cuando veas al príncipe y observes que es un hombre como los demás, no le tengas en menos; antes bien ámalo, porque es tu semejante en naturaleza, y témelo, porque es tu señor y porque es señor de otros hombres; y esto porque Dios le ha elegido sobre ti y aun sobre otros hombres, mejores que tú.

El alma ordena el cuerpo por todos los miembros, para que el cuerpo y todos sus miembros se ayuden para con sus respectivos defectos.

Por esta razón, hijo mío, el príncipe, para ayudarse contra su impotencia, se ve obligado a mantener ordenado a su pueblo mediante hombres buenos que le ayuden en el buen regimiento de su señorío y de su casa.

Los miembros enfermos son el principio de la destrucción del cuerpo; y en tal guisa los malos oficiales y malos consejeros son la destrucción de los señoríos y de la honra del príncipe.

Un mal príncipe es destrucción de sus tierras y de sus pueblos.

Por enfermedad de los miembros sobreviene la enfermedad a todo el cuerpo humano. De la misma manera el príncipe enferma por tener malos consejeros y malos oficiales. Y si un mal pueblo hace un mal príncipe, un buen pueblo merece un buen príncipe. Porque mal pueblo hace mal señor, y buen pueblo hace buen señor. Porque de no ser así sucedería que el mal y el bien se convendrían entre sí, mejor que bien y bien.

Ningún hombre ha de sufrir tantos ladrones, tantos salteadores, traidores, maldicientes y murmuradores como sufre el príncipe.

Por esto, hijo mío, quien deseare ser príncipe, no ha de temer a los peligros que le sobrevienen por causa de los hombres sobredichos.

Sepas, hijo mío, que si tu desamas a tu Señor natural porque hace justicia en ti, debieras también desamar al zapatero porque te cose el calzado y al sastre porque te hace tus vestiduras; porque más obligado está el Rey a hacerte justicia que el zapatero a hacerte zapatos y el sastre a coserte vestidos.

Entre Dios y tú, el mismo Dios ha puesto a tu Señor. Y, ¿sabes por qué lo ha puesto? Para que amando, honrando y temiendo a tu señor terrenal, también seas amador y honrador de Dios, de Quien aquél recibe todo su poderío.

Amable hijo: Si permaneces en la gracia de tu señor terrenal verás muy luego que serás amado y temido por sus súbditos.

Mas cuando sin culpa te sientes objeto de su ira, y a pesar de ello le amas y le honras, y reverencias no sólo a él sino también a sus oficiales, más amable y más agradable serás a la justicia de Dios.

Es costumbre vieja perseverar en cosas semejantes y agradables. Y puesto que las buenas costumbres son amables, y las malas costumbres son aborrecibles; y, como por otra parte, todo hombre se halla en libertad de elegir las costumbres que quiera, de esta suerte, hijo mío, serás sabio y discreto si dejas las malas costumbres y adquieres costumbres buenas.

Hijo: solamente las buenas costumbres son agradables al alma. Y, ¿sabes por qué? Porque cuando se tienen costumbres buenas, reina la paz entre las buenas costumbres y la conciencia.

Por el contrario, hijo mío, nunca hay paz entre las malas costumbres y la conciencia.

La corrupción de la naturaleza por el pecado se inclina más hacia las malas costumbres que hacia las buenas. ¿Quieres saber la razón? Para que el alma tenga mayor mérito constriñendo el cuerpo a las buenas costumbres.

No ames vieja costumbre por ser vieja. Las obras de los demonios, según tal criterio serían buenas, cuando en verdad han pervertido al mundo, haciendo tanto daño. Es un sabio mercader aquel que va por diversas tierras para ganar dinero trayendo ricas mercancías a su tierra. Y su tierra y él han ganancia de este trabajo. Pero más sabio mercader serías tú si, yendo por diversas tierras, adquirieses las mejores costumbres que hallases.

No por novedad, empero, ames costumbre nueva que a costumbre vieja. Si me preguntas por qué te aconsejo esto, te diré: Para que elijas las costumbres que sean mejores y aborrezcas las peores.

Entiende también que no se pueden conceptuar como malas a las nuevas costumbres solamente por su novedad; porque el principio del bien, si es nuevo, sería malo; y esto no es así.

Acostúmbrate, hijo, a dar limosna, para que te acostumbres a esperar en Dios.

Acostúmbrate, hijo, a la oración; para que te acostumbres a desear la gloria celestial y a despreciar la gloria mundana.

Acostúmbrate a consolarte en Dios; para que sepas agradecerle los trabajos que te sobrevienen por tus pecados y por los míos; y para que sepas agradecerle los bienes que, sin trabajo por tu parte, te ha concedido poseer.

Acostúmbrate a tener conocimiento de todas las cosas. Acostumbra a tu cuerpo al trabajo, para que tengas salud, y no seas pesado ni perezoso.

Para que el olvido no te lleve nuevos daños, acostúmbrate, hijo, a recordar. Acostumbra a tu entendimiento a entender, para que no sufras engaño.

Acostumbra a tu voluntad a amar; porque así serás agradable a Dios.

Acostúmbrate a ser obediente, para que nunca seas orgulloso.

Usa de la confesión, para no echar en olvido a tus pecados.

Usa de la templanza, para que no seas glotón.

Usa de la fortaleza, para que no seas vencido.

Usa de la abstinencia, para que con frecuencia pidas consejo para tu bien.

Acostúmbrate, hijo, a sentir contrición, para que te acostumbres a llorar tus pecados.

Si quieres conseguir la audacia de un corazón noble, acostúmbrate a hablar delante de los nobles.

Si quieres tratar familiarmente con los hombres buenos, ama las costumbres que ellos aman, y desama las que ellos desamen.

Ten firmeza en tu ánimo, para que no tengas que arrepentirte.

Ten mesura en las manos, para que no llegues a la pobreza.

Refrena la lengua, para que no seas reprendido. Escucha, para que entiendas bien.

Da, para tener cosas propias.

Devuelve lo que se te ha encomendado, para que seas leal.

Mortifica tu voluntad, para que no te hagas sospechoso.

Recuerda la muerte, para que no seas codicioso.

Ten siempre la verdad, en los labios, para que no te avergüencen nunca.

Ama la castidad, para ser limpio.

Ten temor, y tendrás paz.

Ten ardimiento, y no serás cogido.

La bienaventuranza ha sido prometida a los que son sencillos y suaves de corazón. Esta es la bienaventurada posesión que tienen los santos de la gloria en el Reino acabado y perfecto.

Amable hijo: La suavidad engendra la paz.

La paz, es razón de posesión.

Y por esta posesión mundanal y esta paz, es significada la posesión celestial.

El alma se halla en guerras y trabajo cuando no tiene perfectos los cinco sentidos corporales. Y el cuerpo se hace rebelde contra el alma, cuando el alma no posee una voluntad firme. Y por no tener voluntad firme, el hombre es poseído en este mundo por la vanidad.

Amable hijo: Ama la suavidad; a fin de que la ira no mueva tu corazón a desobediencia; porque por la desobediencia sobreviene la esclavitud.

Humilla tu entendimiento pensando en la vileza de este mundo, para que la voluntad se acostumbre a desear sobre todo la posesión de la infinita bienaventuranza.

El amor de quien ama a Dios, hace al que es apesadumbrado, sencillo y suave.

La suavidad y la sencillez hace que los hombres humildes posean a los hombres arrogantes, y pacifiquen a los iracundos.

De esta suerte, caridad y amor son principios de posesión y de paz.

Hijo mío: Ama la suavidad. Nuestro Señor Jesucristo fue suave y dulce cuando anduvo por el mundo; y se dejó prender y colgar en la cruz, para que el humano linaje conquistase la posesión del Reino de Dios.

Obediencia, perseverancia y paciencia, son los poderes que ayudan a la suavidad. Y la suavidad combate a la crueldad y a la rebeldía, para exaltación del hombre que es dulce y suave con la bendición de Dios.


Publicado el 7 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
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