Enviar a Pocketbook «Epitalamio», de Ramón María del Valle-Inclán

Cuento


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  Cuento.
18 págs. / 32 minutos / 166 KB.
1 de mayo de 2017.


Fragmento de Epitalamio

Se levantó con perezosa languidez apoyándose en ambos hombros de Beatriz.

—Pasaremos un momento al ladder; ¡cuando se pone el sol aquello está delicioso!

Thi ladder, como decía Augusta, era una escalinata de piedra, con antiguo y labrado balconaje entre verdes enredaderas prisionero. Durante el estío, cuando los señores trocaban el hotel de la Castellana por el solariego pazo, aquel poético rincón cambiaba de aspecto, y aun de nombre. Era muy bella la boca de Augusta, y muy aristocrático el movimiento de sus labios para llamarle el patín como hacían el señor capellán y los criados. Su esnobismo de condesa pontificia sugeríale siempre alguna palabreja inglesa sorprendida en las crónicas de La Grand Dame y pronunciada como Dios quería. En tales empeños la dama consultaba la irrecusable autoridad de su doncella, una andaluza del Perchel, que había estado hasta dos meses en Londres con la duquesa de Ordax, la hermosa embajadora española. Pero llegaban las primeras nieblas de octubre, y los señores regresaban a la corte; entonces el patín recobraba su aspecto geórgico y campesino; las enredaderas que lo entoldaban sacudían alegremente sus campanillas blancas y azules; volvía a oírse el canto de dos tórtolas que el pastor tenía prisioneras en una jaula de mimbres; aspirábase el aroma de las manzanas que maduraban sobre las anchas losas; y la vieja criada, que había conocido a los otros señores, hilaba sentada al sol con el gato sobre la falda.


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