Descargar PDF «Rosaura», de Ricardo Güiraldes

Novela corta


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  Novela corta.
27 págs. / 47 minutos / 105 KB.
29 de septiembre de 2019.


Fragmento de Rosaura

Durante toda aquella noche de sueño irregular, Rosaura sufrió la persecución de un hecho vago y grande, cuya influencia sería definitiva en su existencia.

Ya despierta oyó a su padre andar por la cocina, quebrando leña para el mate mañanero. Se levantó para reunirse al viejo sorprendido por aquella madrugada innecesaria. —¿Por dónde irá a salir el sol? —Es usted tata el que me ha recordao. —Güeno andate por el gallinero y traite unas astillitas. Despertaban claridades diurnas en el corralón cuando Rosaura en busca de las concebidas astillas vio la volanta de Lucio preparada para salir. —Voy al Hotel niña a yevar un forastero que viene a ver haciendas. —¿Y por qué has atao cadenero? —Parece que vanos a andar mucho... tal vez hasta que cierre la noche. Lucio ladeó la boca entreabierta haciendo sonar su lengua contra el paladar en señal de arranque; la atadura despareja desapareció por el portón y la volanta se descaderó en un pozo con cónica desvergüenza de china corrida. —¡Hasta luego, niña! Fue exageración del cochero; cuando Rosaura bajó a la tarde por la Calle Real, luego de haber saludado a doña Petrona, recibió como un golpe la sorpresa de ver a Carlos sentado en una pequeña mesa frente al hotel París, acompañado del caudillo Barros, del martillero de feria González, del Intendente Iturri y de otros personajes en momentáneo auge. Fuerza fue que Carlos la saludara como los demás y fuerza fue que Rosaura respondiera cortésmente aunque se sintiera desnudada por el sonrojo. ¡Qué trabajo mantener el paso natural y qué vergüenza delatarse de esa manera, ante diez hombres de descarado mirar! El amor propio de Rosaura sufría y la susceptible criollita herida por aquella supuesta delación de su sonrojo odió vehementemente al forastero. ¿Por qué no quedaron las cosas en su estado anterior, tan fácil? Intensamente la poseyó el temor de tener que hablar en público con Carlos. Juzgaba sus coqueteos del andén tan demostrativos... ¡Oh, sí! le haría pagar su humillación de seguro comentada torpemente por los desvergonzados parroquianos del hotel de París y no tendría nadie motivo de hacer chisme a propósito de sus blanduras. Y esa tarde, en el momento glorioso para Lobos, Rosaura herida en el pudor de su pasión romántica estuvo singularmente locuaz y atenta a la cháchara de sus amigas, respondiendo con gracia a las agudezas que le apuntaban como alesnas, mientras se ensañaba con energías de suicida en ridiculizar al elegante mozo del vagón-comedor, que la seguía en sus caminatas con ojos atentos como faros de automóvil prendidos a la ruta. Cuando Rosaura llegó a su casa extenuada, convencida de haber perpetrado una cobardía inútil, se arrojó sobre el lecho donde patéticamente despeinada lloró con grandes hipos de dolor su pasión perdida.

VIII

Por suerte no duró aquel estado de cosas. Rosaura se hubiera muerto de pesar. No era posible llorar así durante días y días enrostrándose culpas tan grandes.


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