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Las cubiertas han sido invadidas por flores, frutas y quesos, en canastas finas. Vendedores y vendedoras pregonan con cantadas insistencias: brevas, papayas, guindas, ciruelas, duraznos, damascos, pepinos, claveles. Retiemblan y chirrían cadenas y guinches. Vocean con lugareña tonada los peones, que lo mismo cuelgan del grueso gancho elevador un fardo de pasto, una remesa de zapallos, una mula, un buey o un cajón quejumbroso.
Me enerva el ruido y el movimiento. Clara Ordóñez no ha salido aún y sintiéndome repentinamente perdido, voy en busca de Peñalba.
¿Cuándo saldremos?
Pasados los primeros momentos, hay mayor tranquilidad sobrecubierta. Clara Ordóñez se ha recostado en una silla y huele un pañuelo empapado en agua de Colonia.
A medio día nos alejamos de Coquimbo para navegar a vista de costa, que es montañosa sin vegetación.
A las cuatro avistamos a estribor dos islotes rocosos. En el primero hay un faro. El segundo, libre de gente, es un gran pan de guano. A proa como a popa, alineadas a ras de ola, pasan hileras de piqueros: cuellos rectos, chatas cabezas de zambullidores.
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Publicado el 29 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.
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