La Amante de la Muerte

Robert E. Howard


Cuento


Ante mí, en la sombría calleja, un chasquido metálico retumbó y un hombre lanzó un grito como los que lanzan sólo los hombres mortalmente heridos. Surgiendo de una esquina de la sinuosa callejuela, tres formas envueltas en capas llegaron corriendo desesperadamente, como corren los seres dominados por el pánico y el terror. Me pegué contra la pared para dejarles pasar. Dos de ellos me rozaron sin verme, jadeando y lanzando secas exclamaciones; el tercero, corriendo con la cabeza baja, me golpeó de lleno.

Gritó como un alma condenada; evidentemente, se creía atacado y me agarró salvajemente e intentó morderme, como un perro rabioso. Con una imprecación, me arranqué de su abrazo y le arrojé violentamente contra la pared. Pero mi propio impulso me arrastró y mi pie resbaló en un charco entre los adoquines del piso. Perdí el equilibrio y caí de rodillas.

Huyó gritando hacia la entrada de la calleja. Cuando me levantaba, una silueta alta surgió por encima de mí, como un fantasma saliendo de las espesas sombras. La luz de una antorcha lejana lanzó un reflejo oscuro sobre el capacete y la espada que blandía sobre mi cabeza. Apenas tuve tiempo para detener el golpe; las chispas volaron cuando chocaron nuestras hojas. Contraataqué, lanzando una estocada tan violenta que la punta de mi espada se hundió en su boca, entre los dientes, atravesando su nuca y chocando contra el borde de su casco de acero.

Quiénes eran mis asaltantes, lo ignoraba, pero no era aquel momento de parlamentar o pedir explicaciones. Formas indistintas se lanzaban desde la penumbra sobre mí; las hojas cortaban el aire por encima de mi cabeza. Un golpe se abatió ferozmente sobre mi casco y llenó mis ojos de chispas de fuego. Mi situación era crítica; había renunciado a lanzar estocadas, mi ataque favorito, para golpear violentamente a derecha e izquierda. Escuché gruñir y lanzar juramentos a los hombres cuando el filo de mi espada les

Fin del extracto del texto

Publicado el 11 de julio de 2018 por Edu Robsy.
Leído 4 veces.