Libro gratis: La Hija de Erlik Kahn
de Robert E. Howard

Si Yusef Khan no aceptaba el desafío de Gordon, sus hombres le obedecerían, sin lugar a dudas, y torturarían al americano hasta la muerte, según su voluntad, pero nunca olvidarían; a partir de aquel momento estaría condenado.

Yusef Khan lo sabía; lo mismo que sabía que Gordon le había obligado —con aquella estratagema— a aceptar un duelo personal, aunque estaba tan ciego por el furor que no era capaz de preocuparse por ello. Sus ojos eran tan rojos como los de un lobo enfurecido; había olvidado las sospechas que tenía sobre los tiradores que Gordon podría haber escondido entre los arbustos. Lo había olvidado todo, salvo su frenético deseo de hacer desaparecer para siempre la luz de aquellos ojos negros y salvajes que se burlaban de él.

—¡Perro! —gritó, desenvainando su larga cimitarra—. ¡Muere, pues… a manos de un jefe!

Como un tifón, su capa se hinchó y chasqueó a sus espaldas. Su cimitarra centelleó por encima de su cabeza. Gordon le hizo frente en el centro del espacio que los guerreros despejaron en un momento.