Una Vieja Canción

Robert Louis Stevenson


Cuento


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El teniente coronel John Falconer rompió con la tradición familiar al alistarse en el ejército y toda su juventud fue onerosa y catastrófica. Estuvo a punto de que lo expulsaran de su regimiento; se vio implicado en un escándalo acerca de los fondos del comedor de oficiales, incurrió en unas deudas espantosas; cuando su tía le envió un panfleto religioso, se lo devolvió con un comentario escrito en un seco estilo militar. Mediante aquellos destellos y reverberaciones su familia iba sabiendo de cuando en cuando de su tormentosa existencia, y, como nunca les escribía, cada carta desde la India equivalía a un nuevo escándalo.

De pronto, cumplidos ya los treinta años, se convirtió durante una reunión evangelista. Desde ese momento fue un hombre distinto. Le gustaba jactarse de que, desde ese día, jamás había omitido o abreviado sus rezos, y para quienes conocían sus hábitos anteriores, semejante afirmación era ciertamente impresionante. Al mismo tiempo que se volvió religioso, adquirió sentido del deber y se transformó en un buen oficial. Falconer pasaba por ser un hombre fiable, Napier ponía la mano en el fuego por él, y sus hombres le admiraban y le temían a partes iguales.

Cuando su padre murió y el coronel pasó a ser el último representante de su familia, aparte de dos sobrinos pequeños, consideró su deber volver a Inglaterra y hacerse cargo de los niños y las fincas. Para él, un deber desagradable era como para otros un placer furtivo: una especie de pasión a la que se consagraría sin dudarlo y que, cuanto más desagradable le resultara, más orgulloso se sentiría de cumplir. Vivir en Grangehead, ocuparse de las fincas, que lo importunaran dos chiquillos traviesos y tener que abandonar su regimiento, era lo mejor que le había ocurrido nunca, el mejor ejemplo de sacrificio imaginable, la imagen misma del martirio, y en su viaje de regreso al coronel Falconer lo acometieron todos los de

Fin del extracto del texto

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
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