Enviar a Kindle «Aguafuertes Vascas», de Roberto Arlt

Crónica, artículo


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  Crónica, artículo.
20 págs. / 35 minutos / 179 KB.
31 de octubre de 2021.


Fragmento de Aguafuertes Vascas

Las murallas sin molduras, lisas, pobladas de agujeros cuadrados acentúan al carácter sombrío de este casco de ciudad. Abundan las tabernas con vascos de boina que cantan a coro, y una muchacha arremangada y honesta que sirve vasos de vino. También menudean las cuevas de carboneros, más profundas que bocas de mina. Una débil lamparilla en el fondo les da apariencias de cuevas de novela. Los edificios de constante altura de seis o siete pisos se sostienen los unos a los otros durante manzanas y más manzanas, y las calles de estrechas vereditas están repletas de chiquillos que juegan estrepitosamente; perros con bozal de alambre husmean inútilmente en busca de merienda y hay críos que lloran abandonados. Las traperas que conducen su cestón de fibra de castaño, sujeto por correas a las espaldas, se detienen frente a las mujeres que, en los pórticos de sus casas, remiendan los fundillos de los pantalones de sus hombres a la lívida luz que cae de las alturas. Algunas amamantan a sus criaturas, sin recatarse del transeúnte. Las ventanas blanquean de ropas colgadas a secar; la riqueza del ajuar de cada vecino es pública y notoria, pues se distinguen en las sogas. En estos ventanales oscuros, con tiestos de geranios en un vértice, hay permanentemente asomadas redondas cabezas de viejas, rostros finos y a veces prodigiosamente hermosos, de muchachas que, con los brazos desnudos, conversan de balcón a balcón. Si se las mira, sonríen; si se les dirige un piropo, contestan: «Graciaspor la flor». La única ilusión de estas mujeres jóvenes que tienen las yemas de los dedos picados por el constante uso de la aguja, es el amor. Se aferran a una relación accidental con una tenacidad que espanta; el beso en ellas es más pronto que la palabra.


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