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Hormigueaban todos los vientres glutinosos y obscenos, todas las bestiales expresiones.
Luego se desmenuzaban en atmósferas pálidas donde flotaban, y en su lugar contemplaba desnudos cuerpos de mujeres magníficas, cuya cabeza había desaparecido pero cuyos senos gloriosos e impúberes, remataban en oblicuas pupilas mongólicas, que me aterrorizaban con los implacables destellos de sus crueldades viciosas en tanto que un viento profundamente sonoro, soplaba hacia lejanos horizontes, donde despertaba vociferantes tempestades.
Así fue por largo tiempo, ya en la noche ya en el día. Donde mi vista se posaba, apenas la atención se distraía, sobre las paredes iluminadas por el sol, percibía rostros confusos de seres desconocidos, restos de ladrillos con estelas indescifrables, cual las del desfiladero de Euyuch, ánforas grabadas donde resplandedan en esmaltes fosforecentes, geométricas imágenes de bandidos como Khefren el egipcio, o Timúr-lenk el mogol.
Durante la noche, despertaba viajando por el espacio de esa espantosa y misteriosa región. Baladros que me erizaban la piel dejándome sudoroso de espanto, perros con cabezas de esfinges, más terribles que la esfinge Tebana, satanes que me sonreían sardónicos, con su escarlata rostro arrugado, ciudades entre cuyas cúpulas de oro vivo existía una música ondulosa, dulcificada y embellecida en sus combas policromas, por la curva que imprimían a sus ritmos esas redondas cúpulas de oro, lejanas… distantes…
24 págs. / 42 minutos.
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Publicado el 28 de marzo de 2021 por Edu Robsy.
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