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La cosa iba bien. ¿Había verbena en el barrio?... pues el chico de la viuda ya estaba en danza: como él quería se colgaban los faroles, tocaba la música lo que él mandaba, disponía de todas las hembras y tenía bajo la pollera a todos los machos, se quemaba la pólvora que él quería y a la hora que le daba la gana, y… ¡viva la Pepa ! Ni más Dios ni más Santa María había en el barrio que él. Si era de procesión de día, ¡ande la órdiga!, ya estaba [¿el mocito?] en danza: hasta en las capas pluviales mandaba el mocito y hasta en los incensario metía las narices, pues ni la mirra quedaba en libertad de arder si no daba el la orden…
En fin, todo el barrio empezó a amoscarse con aquel zascandil, el primero en todo… La viuda y los parientes del chico, es verdad que daban algo, y, como entre la chusma el hambre medra siempre, se tragaban el anzuelo de aquella calamidad semi-infantil, semi-imbecil y semi-pícara, a cambio de alguna tajadilla manida, algún pingajo todavía de poner o algunas chancletas viejas para irse arrastrando sobre el fago…; mas el mocito crecía, y con él crecía la mandonería y la imbecilidad y la picardía, y el ríome de todos para hacer mi santa voluntad sin más tus ni mus; que todo el barrio había de ser monigote de sus gracias, de sus caprichos, de su vanidad y de su estultez…
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Publicado el 28 de agosto de 2019 por Edu Robsy.
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