Yo que prefiero a los narradores tiranos, le confieso que quise destripar en su mollera el párrafo final de su «fierecilla indomable», 'Elvira'. Su final abierto, desdichado de mí, me pareció un jaque ahogado.
Sin embargo, su míster Bovary (cuando no peón narrador sepultado en una antecámara del infierno, rufián y desenfrenado) me dejó, como letraherido, bobalicón. A Elvira, ¿la sirena que perturba a Odiseo?, la descrubrí consanguínea de María Iribarne, Susana San Juan o Ligeia, yo le aconsejearía prescibirle un Oliver Merllors (o bien clonazepan).
Sí. Ud. convirtió una situción fortuita, mínima pues, en algo pomposo: una montaña de palés (tarimas, acá) la transformó en un torre de Babel y me puso en jaque; pero en cuentos y novelas cortas, discúlpeme milord, el cierre abrupto por su «unidad de efecto», es mi droga. El cierre de la historia, dije. Cortar de tajo mis alas lectoras es preferible a darme plumas para intentar volar. ¿Acaso se escabulló de su pluma (autor) su narrador protagonista?
Cabe señalar, que de Milady de Winter conocemos sus maquinaciones, ¿pero de Elvira?, ¿qué? Sino: «Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus».
Sinceramente,
@mceronmejia
San Salvador, enero de 2017.