Libro gratis: Mi Domingo de Ramos
de Rubén Darío


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Cuento


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Mi Domingo de Ramos

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Fragmento de «Mi Domingo de Ramos»

—«Yo soy tu infancia»—, me dice una voz entre tanto. Dícemelo una voz encantadora que regocija y deleita mis potencias.

Porque en lo íntimo de mi ser se despliega, como un inmenso e incomparable lienzo azul, en que surge decorada por virtud maravillosa, la estación de mi existencia en que los cielos eran propicios y la tierra amable y buena como una nodriza. A mis narices viene un olor de yerbas olvidadas, de flores que há tiempo no he vuelto a ver; a mis ojos florece una aurora de visiones, que me atraen con una magia imperiosa; a mis oídos llegan notas de lejanas armonías, que han dormido por largo espacio de años bellas princesas del bosque de mi vida; mi tacto es halagado por el roce de aires amigos, que acariciaron los bucles rubios de mi infancia, y reconozco el troquel de que saltó mi primer pensamiento, limpio y sonoro como una medalla argentina.

Y veo, en un país lejano, una vieja ciudad de gentes sencillas, en donde Jesucristo habría encontrado ejemplares de sus perfectos pescadores. Sobre los techos de tejas arábigas de las casas bajas pasa un vuelo vencedor en la mañana del Domingo de Ramos: la salutación y el llamamiento que cantan las grandes campanas de la Catedral en que duermen los huesos de los obispos españoles. El alba ha encontrado la calle principal decorada de arcos de colores y alfombrada de alfombras floridas; en esas alfombras, tosco artista ha dibujado aves simbólicas, grecas, franjas y encajes, plantas y ramos de una caprichosa flora. La policromía del suelo fórmanla tintes fuertes y vivos: maderas de las selvas nativas, rosas para el rosal, hojas frescas para los verdes, y, para el blanco maíz que el fuego reventó la noche anterior, cuando a los granos trepitantes acompañaron alegres canciones. Las gentes han madrugado, si no han pasado en vela la noche del sábado; han madrugado y están vestidas de fiesta, aguardando la hora de la misa. Así, cuando ha dado la señal el campanario, el desfile comienza: severas autoridades, familias de pro, licenciados de largas levitas flotantes; la cruel Mercedes, la dulce Narcisa, la rara Victoria, los elegantes y el pueblo en su pintoresco atavío nacional. El sol que llega, todo de oro y púrpura dominicales, tornazola los rebozos de seda de esas mujeres morenas. Allá va el bachiller que lee a Voltaire y se confiesa una vez al año, por la cuaresma, o antes si espera haber peligro de muerte: va a la misa. Sobre aquella ciudad, feliz como una aldea, ciérnese todavía un soplo del buen tiempo pasado. Es aún la edad de las virtudes primitivas, de los intactos respetos y de la autoridad incontrastable de los patriarcas. Para ir al templo preceden los cabellos blancos a los grupos de fieles. Y la campana grande alegra a todos; todos los corazones reciben el propio influjo; rige las voluntades un mismo ritmo de impulsión. La campana grande es la lengua de la ciudad; ella despierta reminiscencias de sucesos memorables, orgullos populares y orgullos patricios. Cuando habla, creeríase que un espíritu supremo la inspira y que anuncia, en su idioma de bronce, la piedad del cielo.


7 págs. / 13 minutos.
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Publicado el 25 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.


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