Parisiana

Rubén Darío


Novela, Ensayo



DEDICATORIA

A
J. DOLORES GAMEZ
ANTIGUA GRATITUD
Y PERDURABLE AMISTAD

Rubén Darío.

LIBRO I

FIGURAS REALES

He vist pasar á una anciana vestida de negro, cuya existencia representa una d las terribles lecciones de Dios. Es la «re renante» del poema de Rober de Montesquieu ...; es el espectro doloroso de una soberana; es Eugeni de Guzmán, Fernández, la Cerda, Leira, Teba, Baños y Mora, condesa d Montijo, un tiempo emperatriz de los franceses. Clavel de Granada rosa de Madrid, lis de París, después de una horrenda tempestad d sangre y duelos, he ahí en lo que ha venido á parar: en una trist vieja enlutada, llena de amargura y desdeñada de la muerte. Un dí se presenta á visitar en su obscuro incógnito, este ó aquel palacio ó museo ó biblioteca, y el canoso guardián comienza á explicar: «Un vez el emperador ...» Y la dama, levantando su velo: «Jean, ¿m conoces?...» «¡Ah! ¡Majestad!...» Sí; es la española garbosa y linda la rosa-reina pintada por el pincel adulador de Winterhalter, entr vivas rosas; la orgullosa diadema de las Tullerías, que vivió un tiemp en cuentos de hadas y en decamerones imperiales, que se creyó dueña de mundo, que pasó en placer y soberbia como en un sueño, y despertó á lo cañonazos alemanes, en la hora lívida de la derrota, y que mientra su marido entregaba la espada al primo de Berlín, ella huía al otr lado de la Mancha, amparada por un dentista yanqui ... ¡La pobre Marí Antonieta, más trágica, no pudo salvar su cándido pescuezo de cisne austriaco!

La suerte fué dura, áspera y dura, con Eugenia de Montijo. Todo sabéis que su única esperanza, su consuelo único, era el príncip imperial. Y Napoleón IV encontró la muerte entre los zulúes, muert de escasa gloria, al servicio de la Inglaterra, que enjauló al Águil en Santa Elena. «¡Viva el emperador!» gritaron un día unos cuanto bonapartistas delante del joven príncipe. «No, amigos míos, contest éste; el emperador ha muerto.» También la emperatriz ha muerto; per es una muerta que está en pie, quizás penando hasta los cien años qu ella se profetizó un día luctuoso delante de su confesor, el abate Goddard.

Así va, de un punto á otro, en busca de distracción y d tranquilidad; de su retiro de Inglaterra, á Londres, ó á Balmoral, visitar á los monarcas que la acogen; á la Costa de Azur ó á este s París de antaño, que no la conoce cuando pasa.

Si Eugenia es sombría, Isabel es pintoresca En el palacio de Castilla, Avenue Kléber, continúa siendo reina d España desde su destierro. Es decir: goza de su buena parte de list civil, tutea á los españoles que se le acercan, da su mano á besar com en los buenos tiempos, y se divierte. Es una reina cuya historia e demasiado sabida; simpática, sans gêne, soberana de país de Cucaña abierta, generosa, alegre. Se le debe, entre otras cosas, una fras deliciosa. No hace muchos años, la Prensa toda se ocupó de un incident ruidoso. La infanta Eulalia, en acto de protesta, se fué del palaci de Castilla á la Embajada. El nombre de un caballerizo húngaro anduv por los periódicos. El embajador se permitió llamar á la cordura á s majestad. Su majestad septuagenaria exclamó, desolada: «¡Que siempr haya de ser yo desgraciada en mis amores!» La memorable abuela qu habla así no es una alma vulgar. Merece una corona de mirto, bajo l advocación de la señora doña Venus, mujer de don Amor, como decía aque admirable arcipreste de Hita.

Doña Isabel se mantiene en su regio retiro, visitada por sus fiele amistades, y cuando llega la villegiature se va á un castillo n lejos de París. Cuando vivía su marido, el pobre Don Francisco d Asís, solía hacerle compañía de vez en cuando en Epinay. Pero ya á Do Francisco se lo llevó la muerte, vestido de franciscano, como cumplí á un rey católico. Doña Isabel ha visto á su nieto coronado, y cuand la reina María Cristina ha estado en París, la entrevista entre la dos soberanas ha sido muy cordial, al parecer; pero en el fondo no ha seguramente una gran simpatía. La historia del reinado de Isabel I está llena de anécdotas dramáticas y curiosas en su parte íntima, hace algún tiempo, un cronista bien informado publicó en Inglaterra, e la New Review, muy sugestivos capítulos.

Doña Isabel, aunque personalidad parisiense desde hace tantos años, e españolísima. Dicen que su lenguaje es franco y algo libre, y que l place mucho el gazpacho.

Yendo una vez de Venecia al Lido, en uno de esos antiestético vaporcitos, útiles como la prosa, que ofenden la presencia de la góndolas, llegó á sentarse cerca de donde yo estaba, una pareja qu inmediatamente llamó mi atención. Él era un hombre un tanto obeso de noble cara; fumaba un habano en boquilla de espuma y oro. Ella una dama ya no joven, de cierta gracia, severa y pensativa y de un absoluta distinción. Un enorme perro se echó á sus pies. En el colla de la bestia, este nombre: «César.» ¿Dónde he visto yo á este hombre? me preguntaba. En Santiago de Chile le había visto hacía unos catorc ó quince años. Era Don Carlos de Borbón, y su mujer doña María Bert de Rohan, duquesa de Madrid. Mientras caminaba el vaporcito dejand la ciudad triste y divina, me puse á contemplar á esos reyes en e destierro. Don Carlos está aún fuerte y lozano, aunque ya ha nevad en su cabeza y en su barba. Parece que en sus ojos se leyese l desesperanza, la convicción de que todo triunfo será ya imposible al menos para él. Y, sin embargo, ¡qué rey decorativo, qué rey ta rey haría Carlos María de los Dolores, Juan Isidoro, José, Francisco Quirino, Antonio, Miguel, Gabriel, Rafael! A pesar del vientre, como s primo el de la Gran Bretaña. Pero España ya sigue otros rumbos, y e carlismo parece muerto, á pesar de una que otra convulsión que suel ser desaprobada por la prudencia, desde Venecia. Doña Berta, en tod caso, jamás habría sido aceptada en España como reina. La aristocraci española, la monarquía española, no la habrían reconocido, á despech de su real consorte. Ella se queda fiel á la divisa de su apellido reina no puede; princesa no se digna; Rohan se queda. Don Jaime est allí, no obstante, y con su sangre joven y belicosa quizás intente da más de un susto al joven Alfonso. Tiene la suficiente fiereza y cuent con la suficiente simpatía para hacer moverse de repente unas cuanta boínas. Don Carlos piensa ... Don Carlos medita ..

La unidad de Italia descalabró á vario pequeños reyes italianos, los cuales podrán contentarse con lo honores in partibus que se les hacen en el Vaticano cuando visita al Papa. El gran duque de Toscana es un archiduque de Austria, y tien una numerosísima familia. Vive quietamente en su espléndida mansió de Schönbrunn. No da que hablar y acepta la Historia. El rey de la Dos Sicilias, Francisco II, murió en 1894, y el conde de Caserta e hoy el jefe de la casa Borbón-Sicilia. Vive en Cannes, en un chale envidiable, y uno de sus hijos es el actual príncipe de Asturias, cuy boda con la princesa hermana de Alfonso XIII produjo tanto escándalo Él hace bien su oficio. Acaba de estar en las maniobras francesas y h causado buen efecto. Haya ó no haya revolución en España, hará carrera Que le aproveche. Su padre—y esta fué una de las causas que motivaro la oposición á su matrimonio entre los españoles—fué íntimo de Do Carlos, y peleó á su lado en la última guerra carlista.

El duque de Parma es un soberano que no suena. Excelente sujeto aseguran que es un modelo como varón de hogar y de sociedad. Se cas con una de las más lindas princesas de Europa. Es fama que en l familia de Braganza la belleza es parte de la fortuna. Parece que a duque le importasen muy poco los vaivenes de la política, y hace l vida de un excelente señor burgués, por otra parte, como todos lo monarcas actuales. Tiene su casa en Schloss Schwarzau, pero viaja co frecuencia. Ha renunciado por completo á la mano de doña Leonor, puest que la Casa de Saboya no está dispuesta á desandar lo andado

Los realistas de Francia esperan en un posible advenimiento. Tiene su partido organizado, sus periódicos, sus electores, y á M. Bourget que es una especie de consejero del duque de Orleans, y á M. Maurras que es una especie de secretario. M. Maurras es un escritor d mucho talento que, siendo muy joven y poseedor de una larga melena escribía en un periódico franco-platense que fundó hace bastante años en París el uruguayo Rafael Fragueiro. El duque de Orleans hac dignamente su papel de rey destronado; y sus profetas proclaman cada instante la quiebra de la República, las desventajas del sistem actual y el paraíso que será Francia si vuelven los días triunfante de la Monarquía. Si el duque de Orleans no es un Salomón, la duques María Dorotea de Austria es muy bonita. Tiene un rostro propio par la diadema y—diría Alberto Ghiraldo—un cuello peligroso para l guillotina. Como es bien conocido, el duque ha vivido algún tiemp en Inglaterra y tuvo siempre una excelente acogida en la corte y e la sociedad inglesa. Pero el duque no es un diplomático. Creyend adular al pueblo francés, perdió las amistades inglesas, leales seguras. Cuando la guerra anglo-boer, la Prensa risueña de Parí publicó un sinnúmero de caricaturas, en que no se trataba á la rein Victoria con el respeto debido, si no á su corona, á su calida de dama anciana y honorable. Había caricaturas en los kioskos d periódicos que daban verdaderamente asco y enojo. Algunas de ellas para desdoro de sus autores, estaban firmadas por caricaturistas d talento y de celebridad. Tanto peor para la gaité gauloise, en es caso. Pues bien: el duque de Orleans escribió una carta á uno de ello haciéndose solidario de los ataques dirigidos á la majestad británica y, naturalmente, desde ese día no sólo su prestigio político, sino s condición de caballero y su buen gusto decayeron ante los ingleses. E pueblo francés se ha olvidado ya de los boers; pero los ingleses n olvidarán jamás la ofensa hecha á su reina y emperatriz. El duque n cesa en sus trabajos por lograr el trono perdido. El porvenir no es d fácil visión; pero por ahora todo hace augurar que su alteza real no s coronará, á pesar de los suscriptores de la Gazette de France.

El gran duque de Luxemburgo lleva el pes de muchos años, y la inconformidad ante la pérdida de su trono. S Casa es de las germánicas más antiguas, y su pueblo lo recuerda co cariño; pero la política es la política. Y aquí ya entramos entr los muchos soberanos destronados ó con trono que pertenecen á eso Estados cuyos nombres se confunden en su multitud, principados más menos hanseáticos ó danubianos. Existe una geografía romántica que ha explotado los Daudet y los Elemir Bourges. Vagas Ilirias, improbable Croacias, que se nos presentan apenas como en un mundo de ópera cómica Entre tales príncipes está ese orgulloso duque de Cumberland, jef del ducado de Brunswick, cuya posición es singular. Su Estado está su disposición; puede sentarse en su trono cuando le plazca, pues e reino de Prusia no se ha anexionado al ducado. Pero el viejo calvo d Cumberland no quiere ir á rendir homenaje como vasallo del emperado de Alemania. «Yo no soy duque de Brunswick—dice—sino siendo rey d Hanover.» Y el ducado de Brunswick sigue sin cabeza.

Si el rey de España tiene como pretendiente al trono á Don Carlos y Don Jaime, el rey de Portugal tiene al duque de Braganza, quien aleg ser el soberano legítimo. Se funda en que desciende del rey Juan I y en que su padre tuvo la corona seis años, á comienzos del sigl pasado. Pero este pretendiente es inofensivo, y el rosado y frondos sportsman que tiene por mujer á la hermosa Aurelia de Orleans pued estar tranquilo en su buena ciudad de Lisboa

En Bruselas vive el que puede considerarse como heredero del imperi francés, entre la embrollada familia de los Bonapartes, el príncip Víctor Napoleón, hijo de Clotilde de Saboya. Su hermano da que deci de cuando en cuando, porque es más militar, más combatido, y, según s asegura, no es extraño á algún sueño de restauración. Cuando viene París de su cuartel de Rusia, en donde tiene el grado de coronel, s reunen sus amigos en casa de su tía la princesa Matilde, y se brind por un futuro vuelo del Águila ... «¡Helas!», las águilas vienen de lo Estados Unidos, ¡y valen veinte pesos oro!

Y los reyes negros Behanzin, Ranavalona son los más felices. No piensan en que volverán á sus tórridos paíse á bailar las reales bámbulas y á beber aguardiente. En sus respectivo destierros gozan, como pueden, como animales.

A reyes blancos y negros el tiempo dice: «¡Fuera!»

Y la muerte: «¡Aquí!»

PASCUA

Es este el mes pascual, el mes del buen hombre Noel del gran Santa Claus de las barbas blancas de nieve. El frío ha comenzado agud y violento. Las pieles reaparecen en los cuellos y espaldas, y la manos finas de las mujeres se anidan en los manguitos. Los grandes pequeños almacenes comienzan sus exposiciones de juguetes, y ante lo cristales de los escaparates se abren, cuan grandes son, los ojos d los niños. Niños rubios, niños morenos, niños ricos y niños pobres .. Las librerías, por su parte, exhiben étrennes; las galerías de Odeón brillan llenas del oro de las encuadernaciones. He querido ve los libros y los juguetes del año, haciéndome todo lo niño posible según el consejo evangélico, y de mi observación no he quedado mu satisfecho. ¿Es que ya, en realidad, no hay niños? ¿Acaso el alm infantil de otras veces ha desaparecido, y se nace hoy suscriptor d periódico, miembro de club ó pretendiente á un sillón del Congreso ó del Instituto?

Paso por las nociones científicas que vayan contenidas en un juguete pero, ¿qué tienen que ver la imaginación del niño y su necesidad d distracción con las miserias de la actualidad, con la anécdota vi de la vida política ó de la vida social? Digo esto porque entre l innumerable cantidad de juguetes del nuevo año se encuentran algunos d muy discutible interés para la infancia, como el Coffre-fort Humber Crawford y la Fuite de Boule-de-laine, alusiones directísimas á do procesos de estafa, de que tanto se ha ocupado la Prensa parisiense Una señora muy sensata hacía observar á este propósito: «Esos juguete de circunstancias tienen siempre mucho éxito, porque al mismo tiemp que á los niños, divierten á los grandes; por eso se ve, al acercars el Año Nuevo, tanto grupo de parisienses detenerse en los bulevare alrededor de los camelots que venden el «juguete del año». Habría sin embargo, que entenderse. ¿Para quién son hechos los juguetes? ¿para los niños, ó para sus padres? Es posible creer que para lo primeros. Y entonces lo que más sería de desear es que los bambinos quienes regalen esas invenciones no comprendan nada de ellas. Una madr se creería culpable si dejara en la mesa á un niño tomar parte en u plato demasiado picante. Hay que pensar que el alma del hijo merec tantos cuidados como su estómago.»

No es raro ver chicuelos que se dan de bofetadas por un asunto que nad tiene que ver con sus pocas primaveras. No fueron escasos los disgusto que hubo en los colegios y escuelas cuando el período álgido del asunt Dreyfus. La culpa no es sino de los padres

Á las niñas se les enseña antes que otras cosas los hábitos del salón hasta los refinamientos del flirt. Á los niños se les arma de sable y se les presenta como preciso y hermoso el espectáculo de la guerra el oficio de matar alemanes, chinos ó negros. Fusiles y muñecas, dirí un famoso poeta doméstico mejicano. Si uno pudiese oir las confesione de una muñeca de niña rica, con el oído con que Samaín escuchó á s figurita tanagreana, he aquí lo que se entendería más ó menos: «Soy un cocotita de seda, encajes y oro, que se muere de pena bajo el poder d una niña que sabe tanto como una mujer. Tengo un pequeño automóvil qu es un prodigio de mecánica, un rebaño blanco en un Trianón minúscul como para mí, y me parezco á la reina María Antonieta. Mis traje cuestan mucho dinero, y mi guardarropa solamente puede competir con e de mi ama y con el del perro de mi ama. No recibo caricias; pero m enseñan á bailar el minué, la pavana, y, sobre todo, el cake-walk Sé hacer reverencias y tengo en mi interior un pequeño fonógrafo co canciones á la moda. Con lo que yo valgo puede comer un año una famili de trabajadores. Mis relaciones son escasas, pues no puedo codearm con simples bebés-jumeau de á 12,50 francos, pequeña burguesía. H conocido, en cambio, á un viejo boer que fuma en pipa, á Drumont, a Emperador de la China, y á la Bella Otero acompañada de nuestro anima municipal, quiero decir, con perdón, el cochon. Pero me aburro me vuelvo tísica. Necesito caricias verdaderas, palabras cordiales una buena mamá afectuosa, que me duerma en sus brazos y me bese co ternura. «¡Helas!» ¡Quién fuera el pedacito de palo que arregla y mim una simple Coseta!» Y la muñeca está con la justicia. Ella no ha venid por el buen camino, no ha venido en la mochila del viejo Noel, no h sabido nada del grito jubiloso: Christus natus est ..

Los hombrecitos de mañana, ó de pasado mañana, cuando dejan su fuertes de cartón, sus espadas, sus soldados de plomo, sus bois d Boulogne, con mujercitas y biciclistas, sus pistolas eureka, es par tomar el «ataque al fuerte chino por el ejército de aliados», «l artillería nueva», las «grandes maniobras». Todo el mundo conquistador todo el mundo militar. Ó bien el pequeño «laboratorio de física», las «matemáticas aplicadas», ó los «cartones de problemas». Todo e mundo sabio. Luego, á la luz de la lámpara, ¿qué libros le interesan ¿Sobre qué cuadernos lujosos se deleita su curiosa cabecita? Sobr doradas nociones científicas, cuando no con aventuras tontas ó cuento ridículos, en su mayor parte. Convengamos con René Brochot: los libro para niños no son en Francia como debían de ser, y no por falta d inteligencias y voluntades. Es quizás á las asombrosas imágene pintadas en la Biblia (dice ese atinado escritor) que deslumbró l infancia de Pierre Nozier, á las que debemos en parte al delicioso mag Anatole France, y, sin duda, la diversidad y la gracia de los espíritu de los hombres son lo que las hicieron las lecturas y las visiones d los primeros años. Importa, pues, mucho, no ofrecer á los niños libro ridículos y cromos de una vulgaridad grosera. Los padres se imagina fácilmente no merecer ningún reproche cuando dan á los recreos de su hijos las estúpidas aventuras de la familia Fenouillard ó del Sapeu Camembert. Es lo que ha formado en parte en las nuevas generaciones e gusto por des expeditions coloniales et des niaises gandrioles. Si embargo, existen en Francia libros excelentes para la infancia, álbum con buenas ilustraciones que acompañan cantos tradicionales, de eso cantos que en todas partes saben los niños, y que se cantan á coro e alegres rondas ... En la América Latina contamos con una colección d cuadernos de primer orden, ilustrados á propósito, y cuyos versos, s no estoy mal informado, se deben á un notable poeta colombiano, Rafae Pombo. Me refiero á esas fábulas ó cuentecitos rimados que todaví hacen la delicia de muchos niños grandes:


Simón? el bobito llamó al pastelero:
—A ver tus pasteles, los quiero probar.
—Sí—le dijo el otro—; pero antes yo quiero
Mirar el cuartillo con que has de pagar.
 

Son figuritas como de un mundo de «nacimiento»; hay en esas poesía una gracia abuelesca que encanta á los caballeritos implumes, que refresca la mente antes de que lleguen el binomio de Newton los afluentes de los grandes ríos chinos. Aquí se suele cantar e Savez-vous planter les chous?, ó el Malbrough s’en va t’en guerre y eso está muy bien. Brochot ha lamentado, con razón, que la boga d esas canciones populares desgraciadamente disminuya de día en día «Lo que hay de anticuado, de imaginario en ellas, y aun su drolátic absurdidad, despiertan en las almas delicadas de cinco ó de siete año las primeras impresiones de una poesía en que la risa y el ensueñ se mezclan.» He ahí los dos principales elementos que hay que sabe despertar en el espíritu infantil: la risa y el sueño, el rosal de la rosas rosadas y el plantío de los lirios azules. El observador agrega «So pretexto de que la realidad debe ser la gran institutriz de lo niños, se pone entre las manos de éstos álbums de historia natural de historia militar. Se encuentran chicuelos de dos pies de alto qu hablan de Napoleón con énfasis, ó que están muy al corriente de la costumbres sangrientas de la pantera negra: más valdría aún llenar s memoria de berquinadas, que endurecer y secar su corazón mal tocad por tan estériles maldades.» Aquí nos encontramos en el terreno de l libertad del niño y del pequeño prodigio ... Bebé que asombra á la visitas con su saber y su precocidad. No olvidaré nunca á un muchachit demasiado despierto, de una familia hispano-americana, que, delante de papá y la mamá, me salió con esta embajada: «¿Qué piensa usted de lo versos de Verlaine?» ... Me dieron ganas de tirarle de las orejas ...

Bien venidas seáis siempre imágenes d Epinal, estampas coloreadas que representáis héroes de los que s cantan en las canciones, y hadas y genios, y lo cómico de la vida y l deleitoso del soñar. Bien venidas las figuras de Stahl, los bebecito de Gugu, ó sea la exquisita italiana contesina Ruspoli; bien venid Froelich con sus interpretaciones del alma pueril, y Boutet de Monrel y Henriot, y hasta la sabiduría, si viene representada por Robida y po Tom Tit. Y sobre todo, sea glorificado el recuerdo de Kate Greenaway la hada moderna del color y del dibujo en sus álbums encantadores. Hac como un año moría en Inglaterra la exquisita Institutriz de la Belleza Ella brilló como nadie en su arte especial en el país del keepsake al lado de Walter Crane y otros merlines de la ilustración infantil Sus tipos y sus escenas, de una gracia antigua, son de excepciona valor; y se diría que toda la frescura, el rosado color y el or primaveral de los niños ingleses, se transparentan en sus página inolvidables, en sus preciosas imaginaciones ...

El autor que he citado se pregunta: ¿Es útil que haya álbums para lo niños? ¿La representación de su propia vida por el libro y la image interesa al niño y lo instruye? ¿No se podría decir, invocando aqu el instinto de imitación que le anima, ese deseo constante que tien de hacer como hacen los grandes, que el niño se complace más co las escenas de humanidad que con su frágil comedia propia, y que en fin, cuando creamos ó compramos álbums historiados para nuestro descendientes soñamos mucho más en volver á ver nuestro pasado ingenu y vago que en encantar á nuestros amiguitos de cuarenta y ochent meses? Esta opinión, completamente subversiva, y que la librería Hetze no juzgará sin serenidad, no es quizás solamente especiosa: podrí ser verdadera. Como á Brochot le ha sucedido, y les sucede, casi todos: más que los cuentos en que se trata exclusivamente de niño interesan las aventuras de los grandes. Todos los pequeños Robinsone se desvanecen ante el gran Caballero de la Mancha, cuya filosofía no s entenderá, pero cuyas andanzas se siguen más interesantemente si va acompañadas de las ilustraciones de Doré. Doré fué un gran dibujant para niños, y nada comprende mejor la imaginación de pocos años qu esos grabados expresivos y enfáticos de los cuentos de Perrault, po ejemplo, libro este de los más prodigiosos que haya creado el talent humano para los niños de todas las edades ... Hay que preparar par más tarde las energías que comienzan á despertarse, lo que llama u autor las metamorfosis del hombre en la educación. La Naturaleza escribe Virey, entrega, de ordinario, en estado bien equilibrado e organismo nativo del niño en perfecta salud. Sin negar las influencia hereditarias, el objeto de los primeros ejercicios educadores consist en hacer predominar tal facultad sobre tal otra. Las precocidades n son sino la revelación anticipada de las vocaciones. Al lado de Pascal su hermana Jacquiline es admirable. En la biografía escrita por Mme Perrier se lee que desde su infancia la hermana de Blas asombraba po su cultura. Á los seis años ella era souhaitée partout. A los ocho antes de saber leer, hacía versos. A los once, por la influencia d los libros que cayeron en sus manos, componía con dos amiguitas un pieza en cinco actos, «en que todo estaba observado». Es casi un be esprit de su tiempo. Tan despierta era que compuso un epigrama sur l mouvement que la reyne a senti de son enfant. Por todas partes se l disputaban en la Corte, admirada, acariciada, «sin dejar de ser niña» y agrega Gilbert: «no dejaba nunca sus muñecas». Los primeros libro son los primeros directores.

Otro niño, en Córcega, comienza á aprender á leer bajo la dirección de abate Fesch, su tío, y de un viejo cura llamado Antonio Duracci. U domingo, cuenta uno de sus biógrafos, en el jardín de M. De Marboeuf l madre del niño había dado permiso á sus hijos para ir á distraerse. É hace que sigue á sus hermanos, pero luego se va bajo un árbol, toma un de los volúmenes dejados en una silla por el dueño de casa y se pone leer. Sin embargo, el tiempo pasa y la señora se dispone á partir. S llama á los niños. Todos llegan menos el pequeño lector.

—¿Qué habéis hecho de vuestro hermano?—pregunta al llamado Luciano, l madre, ya inquieta.

—No vino á jugar con nosotros. Pero no debe haber salido del jardín.

Se le busca. Se le encuentra bajo el árbol, leyendo con una atenció que no le permite oir el ruido de los que llegan.

—¡Hijo!—exclama la señora, con tono severo.—Nos has inquietado Hace una hora que te buscamos. ¿Por qué no has ido á jugar con tu hermanitos?

—Mamá, perdóname—respondió.—He hallado un libro que me interesa ..

M. De Marboeuf tomó el libro. El niño leía un tomo de la obras de Corneille. Se encantaba con «Nicomède». Estaba e la escena en que Prusias, indeciso entre su hijo y su mujer, dice:


Te veux metre d’accord l’amour et la nature,
Etre père et mari dans cette conjoncture.
Nicomède.
Seigneur, vouley-vous bien vous en fier á moi?
Ne soyez l’un ni l’autre.
Prusias.
Eh! que dois-je être?
Nicomède.
Roi!
Refrenez hautement ce noble caractère;
Un veritable roi n’est ni mari ni père;
Il regarde son trône et rien de plus. Régnez!
 

La señora de Bonaparte quiso regañar á su hijo. M. De Marboeu intervino. No le digáis nada, señora. Un niño que se distrae leyendo Corneille no puede ser un niño común.

En efecto: el niño, ya hombre, fué el que tuvo á Corneille por libro d cabecera, así como Alejandro la Iliada y César la Historia general de Polibio. Los primeros libros son los primeros directores.

Brochot aconseja á los padre de París y de la provincia francesa no tanto el amontonar propiament álbums para niños, sino poner en la paternal biblioteca obras com Perrault, la Biblia, Dante, ilustradas por Doré, ó las provincia francesas decoradas por Robida, ó ya otros libros, cuyos grabado decentes y magníficos puedan ser contemplados por ojos pueriles. Niño y niñas tendrían así un tesoro de visiones < name="Page_26" id="Page_26">[26] cautivadoras majestuosas, diferente al pequeño bagaje que se les fabrica hoy. Esa visiones se proporcionarían por sí mismas á la fuerza de los ojos de los espíritus infantiles é irían desarrollándose y realizando tod una belleza progresivamente con la marcha de la vida. Yo desearía qu un escritor artista argentino, ó un escritor y un artista, realizase allá algo semejante á la obra de Robida sobre las provincias francesas La leyenda y la historia ayudarían, y las ilustraciones apropiada encantarían é instruirían en las cosas nacionales á los pequeños hijo de la patria. So pretexto de hacer pequeños prodigios, no quitarle nunca, jamás, los tesoros de la risa y del ensueño. Hay que hacerle admirar los héroes de la historia nacional, á la par que apartarlo del moreirismo y de los espectáculos de inútil sangre derramada Desarrollarles la imaginación, destruyendo la superstición. Sembra en el buen terreno virgen ideas útiles para la vida que viene, grano prácticos, pero regarlos con una lluvia clara y fresca de poesía, de l necesaria poesía, hermana del sol y complemento del pan.

PARIS Y EL REY EDUARDO

Ya ha vuelto Eduardo VII á su país. Y han pasado los momentáneos entusiasmos; y, concluidas las fiestas, lo reflexivos se preguntan: ¿Cuál es el alcance de esta real visita? ¿Po qué París ha saludado tan afectuosamente al soberano de la «etern enemiga», de la «pérfida Albión»? A la primera cuestión yo contestarí que el alcance es el afianzamiento de una paz útil para los negocio de ambos Estados. Provecho, ese es el ideal de nuestro tiempo. A l segunda contestaría cantando esa inevitable canción de fiesta que tod britano ha entonado alguna vez: For he is a jolly good fellow. Porqu es un alegre camarada. Ó en versión más libre: porque es un excelent buen muchacho.

El pueblo de París ha saludado á su antiguo príncipe de Gales, que aunque ha tomado á lo serio, como conviene, su oficio de monarca, no h adoptado la agresiva gravedad del Enrique IV de Shakespeare. Cuando h vuelto, á más de un Falstaff compañero de sus pasadas canas al aire le ha tendido la mano en el Jockey ó en la Embajada. Y en la Óper y en la Comedia Francesa, en donde el buen tacto protocolar habí sabido poner á la vista de su majestad una buena selección de ilustre veteranos de Citeres, el rey sonrió á Granier y á Réjane. Y detall conmovedor: el presidente Loubet, cuando supo que un funcionario d poco tacto había hecho salir del teatro á la Otero, preguntó al oi el nombre:—Qui est-ce, cette demoiselle? En tanto que Eduardo VII entre sonriente y apenado, exclamó:—Cette pauvre Caroline! ¡Dign frase suya! De él decía ha tiempo el sagaz Max Beerbohm: By no mean has he shocked the Puritans. Though it is no secret that he prefer the society of ladies, no one breath of scandal has ever touched hi name. Y la divisa famosa clama: Honny soit qui mal y pense. Y com todo acaba en canciones por aquí, el pueblo de París ponía en ellas papá Loubet y al rey Eduardo en familiares modos: «Mi pobre Emilio desde que has partido, no andamos bien. Por todas partes en Francia s decía: ¿Vas á volver, Loubet? Combes murmura plegarias á Jesús, á Buda Tú, montado en un dromedario, suspiras: ¡Alah! El camello es muy bello pero me gusta más el Metropolitano». Eso en el verso tiene su sabor como el coro:


Viens, Mimille, viens, Mimille, viens!
Viens preser dans te bras—
Edouard sept gros et gras
Ah!
Viens, Mimille, viens, Mimille, viens
Viens r’cevoir les Anglais
Sur notre sol français!
 

Y otro couplet: Desde que quemaron á Jeanne D’Arc todo los ingleses de rango adoran á nuestro maravilloso país y más á sus muchachas. Cuando él era príncipe de Gales e nuestra capital


Edouard se payait des bèguins
A coup de livr’s sterling’s.
Il revient
Cré Coquin
Pour fair la nece un brin!
 

¿Por qué esa confianza afectuosa en la canción francesa? Ya lo dice l usada canción inglesa: For he is a jolly good fellow.

Cierto, el más optimista no puede dejar de reconocer que el inglés n ama al francés, ni el francés al inglés. Fuera de las muchas batalla de que aún guarda memoria el suelo de Francia, dos grandes figura encarnan en la memoria popular la antipatía: la Buena Lorena, l Pucela, cuya hoguera se convirtió en fuego de rencor histórico, Napoleón, Rouen, Waterloo, Santa Elena, impedirán siempre un definitiv acercamiento.

Mas Eduardo pasa en París, haciendo olvidar por momentos, á pesar d la antipatía secular, las épicas ofensas. Él sonríe á la muchedumbr que lo aclama, que lo aclama como aclama al zar, al cha, al rey d cualquier parte, porque es rey, porque el pueblo de París gusta de lo reyes, porque eso es decorativo, y porque es además el actual rey d la Gran Bretaña y emperador de la India, un célebre homme á femmes amigo del champaña y de la alegría de Lutecia. A su llegada, lo manes del Leonide Leblanc y de Cora Pearl han estado contentos. Lo antiguos camaradas que aún viven se han sentido rejuvenecer. Y Granie ha sonreído en su puerta, mientras en la Ópera, las ágiles piernas d Zambelli dirigían cumplimientos, ¡Ay!, toda la elocuencia de Terpsicor es inútil. La vejez está entronizada junio con la cordura. El re saluda á su viejo París con un placer no exento de melancolía. Lejan está ya el tiempo de la primavera. Son historias pasadas, casi y legendarias, las historias del príncipe que dejaba, al pasar, u reguero de libras esterlinas. Ahora ha dejado para los pobres de Parí doscientas. Mas hay que advertir que ahora no tiene mamá rica, com diría el difunto viejo Rothschild. Lo aclaman, lo saludan las mujere con el pañuelo—á él, que arrojó tantos—, le gritan: ¡Viva el rey tout de même.

Los mismos caricaturistas que lo atacaron tanto cuando hechos político de ayer le hacían poco grato á la opinión francesa, han amainado Cuando más, las flechas han ido despuntadas y con suavidad. Lo patrioteros, que aprovechan toda ocasión de escándalo, no dejaron d gritar incitando á los parisienses á recibir mal al rey; pero eso pocos farsantones no tuvieron seguidores. Ante todo, ha prevalecido l economía política. «El mejor cliente de la Francia es la Inglaterra. Los negocios son los negocios. «Así marchará bien el comercio», decí una de las canciones que los acordeonistas y guitarreros repetían po las calles en los días de las fiestas. Y la personalidad del obeso amable monarca se destacaba en un fondo de cielo tranquilo, sin amago de tempestad. Calma, Buena Lorena; calma, Petit Caporal: For he is jolly good fellow.

Hace algún tiempo os escribía desde Londres «Interesante monarca, el rey Eduardo». Se creía, antes de morir la rein Victoria, que al pueblo británico no sería simpático el reinado de célebre príncipe de Gales. Una vez éste en el trono—When thou does appear I am as I have been ...—se ha visto que todo ha continuad de la misma manera. El rey, aclamado y querido, ha enterrado a ruidoso calavera de antaño. Él ha entrado en su papel, y puede decirs que es un digno soberano de su nación. Cada rey tiene el reino qu merece. Guillermo II es estudiante y vive casi siempre en óper wagneriana; Alfonsito XIII acaba de presentarse por primera vez e el coso madrileño, y ha sido aclamado por la tauromaquia nacional Inglaterra, «país tradicionalista y práctico, en que la decoración d la vida social yuxtapone armoniosamente vestigios de arte gótico construcciones de usina», está muy satisfecha con un rey que viste d púrpura, armiño y oro, se coloca en la cabeza la corona de los viejo monarcas, ante su Parlamento animado de fórmulas y ceremoniales, luego, con un habano en la boca, se va en su automóvil, en menos de un hora, de Londres á Windsor; visita el yate que ha de disputar la cop á los yanquis, ó se interesa por sus caballos Diamond Jubilee, Ambusc ó Persimon. Ese rey sportsman es grato á su país de sportsmen, e amable para los ciudadanos que gustan del tiro al blanco en Bisley del remo en Henley, de las carreras en Ascot ó en Epsom. El corpor sano de los universitarios es una de las causas de la robustez, d la salud de la nación. Como alguno de nuestros repúblicos americanos como algunos de nuestros directores de pueblos, el rey se interes por las razas caballares, gusta de los ejercicios físicos; per sabe su Shakespeare admirablemente, entiende de Arte á maravilla puede consultar su Homero en griego y su Horacio en latín, como l certificarán sus compañeros de Oxford y de Cambridge. No es Eduard un príncipe guerrero. Llega ya tarde al trono y mal sentarían aire marciales al arbiter elegantiarum de los reyes y al rey de los gentlemen

El gran país de presa es odiado en la tierra toda; y ese odio se h agriado más por los recientes sucesos africanos; mas es casi ciert que si el rey de la Gran Bretaña se presenta en esta misma Franci recelosa, será, como en Italia, acogido con la misma simpatía que l poderosa anciana imperial que pasaba con sus hindús y su burrito.

Y así pasó. Derouléde dió una cortés nota desde su destierro. Lo diarios anglófobos no tuvieron atmósfera propicia, y Eduardo fu llevado y traído por la gentil Mariana, dándole una ilusión de amor a que es un jolly good fellow.

Un libro reciente de M. Jean Finot, de mu noble altura y de muy generosas tendencias, tiende á demostrar l necesidad de un acercamiento, de una unión en favor de mutuos interese entre Francia é Inglaterra. Es verdad que en la Historia mantienen l tradicional enemiga nombres como Crecy, Poitiers, Calais, Azincourt Isla Mauricio, Aboukir, Canadá, Waterloo; pero también es cierto qu intelectualmente ha habido simpatías, cambios y relaciones desd siglos. Los embajadores espirituales han compensado en parte los male de las sangrientas campañas. Desde Montaigne hasta Verlaine y Mallarmé la literatura francesa ha tenido entre los ingleses buenos apreciadore y seguidores. Jean Carrére tiene razón cuando dice que la élite d ambas naciones se busca. «He aquí lo que es indudable: en Inglaterr los hombres de letras gustan del espíritu francés; en Francia, lo hombres de letras aprecian la cultura inglesa. Nuestras literaturas nuestras artes, nuestras costumbres mundanas, se hacen cada día má y más perpetuos cambios. No hay país en donde los libros francese sean mejor comprendidos que en Inglaterra. Por otra parte, basta habe viajado algo en país británico para haber observado con qué interé sincero los verdaderos gentlemen buscan y gustan de las relacione con franceses. Ellos también saben con qué cordialidad son recibido en la alta sociedad francesa.» Verdad. Y en las manifestaciones de pensamiento ha habido sorprendentes regalos de una á otra parte. ¡Qu donadores, por ejemplo: Carlyle, Taine! ¡Y entre los Orfeos: Hugo Swinburne! La aristocracia intelectual londinense llamaba al pobr Lelian, para oir sus conferencias, pagándole con largueza. El autor d la Siesta del Fauno era «profesor inglés» ... Dorian Gray gustaba de ambiente parisiense como Des Esseints de las brumas de Londres. Y e rey ha sido amigo de ambos, el príncipe bon enfant, el ordenador d las masculinas elegancias, el autócrata de la fashion. El populo parisiense manifiesta, cantando con la música de los Plouplou d’Auvergne:


Si nous v’aimons guère
Tes mufles d’sujets,
Edouard, mon vieux frère,
Toy, tu nous allais ...
Combien il nous tarde
De t’voir revenir,
Car Paris te garde
Un bon souvenir.
 

Es poco respetuoso el tono; pero en la confianza va algo de efecto. E rey lo comprendía al saludar sonriente al singular pueblo de París Su imagen andaba por todas partes, haciendo «marchar el comercio en alfileres de corbata, en banderitas, en hojas, en muñecos, e abanicos, en cocardas, en insignias, en medallas, en dijes, en tod suerte de fotografías y grabados, en carteles y en las caricaturas d los periódicos, fuera de las cartas postales, en donde se le pued ver desde la pompa del trono hasta bailando el cake-walk con e presidente Loubet. La gloria instantánea en todas sus manifestaciones, el beguin de París

Ese beguin, ¿no fué ayer no más que lo tuvo con el tío Pablo?... ¿Qu quién es el tío Pablo? Un viejo presidente de una república african llamada el Transvaal ...

Eduardo VII busca la paz, y la comunicación la amistad en el mundo. No es un rey de aislamiento ni de odio, y tant mejor para él. Siga en ese buen camino. Afiance hasta donde le se posible esa paz con que sueña, y que con él desean tantos hombres d buena voluntad. Siga amando el arte, el sport, y, aunque hoy plácid y románticamente, las bellas damas. Eso le hará bien en la Historia, e donde aparecerá, no manchado de sangre, ni revestido de crueldad y d egoísmo, sino amable, gentil, caballeroso, un coronado gentleman, u Plantagenent jolly good fellow.

PARÍS Y EL REY VÍCTOR MANUEL

Porque viene con un hermoso penacho á la tierra de Francisc I; porque viene con una bella reina á la tierra de las elegancias porque sabe saludar con largo y magnífico ademán, como en los bueno tiempos viejos sabían hacerlo los grandes caballeros; porque, en fin viene en nombre de la augusta Hermana que fué madre de la cultura de mundo, París saluda con su vibrante y vivo entusiasmo al hijo de regalantuomo, á Vittorio Emanuele III, soberano de Italia.

A través de las edades sonríen los abuelos al ver que las dos gloriosa naciones latinas desarrugan por fin las frentes. Una vasta ilusió de paz pasa sobre los hombres de esta Europa que tanto tiempo hac parecía presta á revolverse en sangre. Gozosos estarán en la eternida aquel Conde Verde, Amadeo VI, que con Juan el Bueno concluyó el prime tratado que uniera en amistosos lazos á la dulce Francia y la dinastí de Saboya, Fert, y aquel Conde Rojo, su hijo, que llevó la graci francesa de Bonne de Bory á su cama nupcial

Y todos los grandes, que después fueron fraternos en los campos d batalla con sus compañeros franceses en una igualdad de caballerosida y de valor que revelaba los orígenes de una misma sangre espiritual derivada de la antigua fuente de la nobleza y de la civilizació humana; hasta los últimos, hasta los de Magenta y Solferino, hasta lo Mazzini, hasta el prodigioso Mosquetero de la Libertad y aventurer de la gloria que se llamó Giusseppe Garibaldi. Y el enorme Poeta d Francia se siente feliz en su inmortalidad en este momento, en que su anhelos de unión y de concordia parece que quieren cumplirse, en qu una de sus generosas profecías semeja una realidad ...

El Capitolio saluda al Pantheon, el Pincio á Montmartre; el Tíber dic cosas al Sena y Dante hace una seña á Hugo; los parisienses están d fiesta; las parisienses han preparado cestos y ramos de sus más linda flores, pero sobre todo violetas y miosotis; filas de carretone cargados de redomas de chianti vestidas de mimbre se estacionan frent á los restaurants en que se saborean platos de allende el Alpe; lo bulevares lucen collares de bombas eléctricas y erigen astas rojas profusas banderas están libres al aire ó formando escudos y trofeos en el Luxemburgo la fuente de Médicis parece que no se manifestase ta soñadora y clásicamente melancólica como de costumbre; su coloso parec sonreir á la ninfa y la ninfa marmórea al coloso.

Todo eso es porque llega Vittorio Emanuele, y principalmente porqu viene trayendo á su lado á la que fué princesa de Montenegro, y ho es reina de los italianos. Pues si el monarca es grato y por ell le recibe bien Lutecia grandiosa, la reina es de soberbia beldad, Lutecia gusta de las reinas y de las hermosas y se vuelve loca por la hermosas reinas. Y ésta tiene, además de su belleza, su bondad, u nombre armonioso y homérico, una romántica tierra de origen y un leyenda de amor. Una leyenda de amor muy rara en las cortes, mu escasa en la vida de esos esclavos de su propia púrpura que son lo porfirogénitos.

Todo eso place aquí mucho, y debe agradar en todas partes. Gracias la visita de esa pareja de reyes que se aman, y gracias á la graci buena de esta coronada señora, casi nadie se acuerda de la obra funest de Bismarck y Crispi; casi nadie piensa en las antiguas inquinas en las miradas recelosas que más de una vez estuvieron á punto d ser odios, odios fraternos. Se diría que una tregua existe en la antipatías y rencores que han movido las malas artes de la política e ciertos puntos de la tierra. No se ven sino signos de simpatía. Aye no más se saludaba en la patria de Juana de Arco y de Napoleón al re Eduardo de Inglaterra; hoy, con mayores manifestaciones de afecto al aliado de Guillermo y de Francisco José. Todo eso es consolador es amable. El momento es propicio; que se aproveche el momento. S padecen las sombras del viejo canciller y del memorable Abastecedo de la Muerte que fué Herr Krupp, tanto mejor. Se aleja un mañana d choque y de duelo; ¿los soldados sirven sólo para las revistas lujosa y paradas pintorescas? ¡Excelente! ¿La Guerra descansa ó se aburre ¡Bravísimo! Y en este caso ello es muy justo y discreto ante la futilidades peligrosas de las Cancillerías. ¿Por qué las dos grande Hermanas latinas habrían de ser las hermanas enemigas? Así, si e Viena ó Berlín la militarizada gente no ve con buen mirar este paso d efusión armoniosa, esta buena tendencia á no destrozarse por antipatía irrazonadas, París y Roma, el Gallo y la Loba, están contentos ..

Los usos monárquicos se saben guardar bien en esta Francia, que tant de su esplendor y de su arte debe á los reyes ... El Protocolo e una institución que aún se perpetúa y renueva los días de fausto d épocas imperiales y reales ... La alta sociedad guarda sus títulos pergaminos, con rarísimas excepciones, y los nobles militantes en l política republicana conservan sus denominaciones heráldicas. Hay aú nobles socialistas que reciben á sus invitados y correligionarios co pompa ultraconservadora y lacayos de libreas blasonadas.

El picador del Elíseo es un personaje, llámese Monjarret ó Troude; la viejas maneras cortesanas se conservan en el palacio republicano qu habita el sonriente y honesto abogado de Montelimar; la señora Loube ha hecho por primera vez en los fastos presidenciales casi de rein en la recepción de los reyes italianos, y esto con gran complacenci del pueblo de París, que por más que se diga gusta de todos eso fastuosos modos que recuerdan los gobiernos «bellos» del pasado. Lo ceremoniales, las ordenadas filas de carrozas de gala, los pintiparado picadores, las pelucas, los lacayos de casacones y piernas enmalladas las escoltas vistosas, los coraceros radiantes de acero con el casc empenachado de crin, las espadas desnudas de los oficiales gallardos los tambores, las trompas, los clarines que anuncian, y sobre todo lo reyes, las reinas, los emperadores, no importa qué reyes, no import qué reinas, no importa qué emperadores, son para los parisienses, ante que todo, «espectáculo»; y lo que en un poeta hace despertar ideas d antiguos esplendores y cabalgatas, y en un señor de cierta instrucció evocaría desfiles de ópera cómica—cada cual habla desde su punto d vista, Olimpo á bulevar—, al público da la sensación de fiesta, despierta en él la necesidad de las aclamaciones y de los vivas, l alegría general. En las visitas que las testas coronadas hacen ha mayor ó menor entusiasmo; pero siempre lo hay. En el azar, po ejemplo, se veía al aliado en una futura probable guerra, al poderos amo de los rusos que ayudaría con sus inmensos ejércitos á su amig la Francia, y por eso el delirio de las ovaciones fué más que e ocasión alguna extraordinario; en el rey Eduardo, á pesar de lo recientes resentimientos de Fashoda y de la antigua enemiga entr las dos naciones, se saludó con afecto, más que á todo, al antigu príncipe de Gales, al conocido parisiense de París, loco de su cuerpo trasnochador insigne, bien amado de la ciudad de la galantería. En e cha de Persia se saludaron su exotismo y sus fabulosos diamantes; y s á Leopoldo no se le hacen sonoras manifestaciones, es porque es un re de casa, demasiado burgués y demasiado comerciante, y porque sin to ni son llega todos los días. Para el rey Vittorio Emanuele, repito, h habido el saludo que preludia la deseada unión de las naciones latinas y al mismo tiempo la simpatía cordial debida al jefe de un país co quien se ha tenido en pasadas épocas la hermandad de las armas, e nieto del fuerte y mostachudo Vittorio Emanuele II; y no hay duda, h habido también en el pueblo el deseo de mortificar á los reconocido contrarios, á los que siempre se han creído enemigos de mañana, que l fueron de ayer, á los dos emperadores de la Triple Alianza, el de l Austria odiada de Italia y el de Alemania aborrecida de Francia.

Luego Vittorio Emanuele III es rey que se hace querer y estimar. En é se ve al regenerador de su patria, hace poco abatida, y hoy triunfant en el mundo, tanto en el progreso cívico como en el industrial comercial, pues la Italia trabajadora es hoy ciertamente una fuerz innegable; en él se admira á quien tiende á resucitar el antiguo pode de la influyente Roma en los asuntos de la tierra, al príncipe exacto rígido, hábil, que sabe manejar los hilos de su política interna exterior, y que, á pesar de sus ligas con el césar germánico, h tenido siempre en mira la grandeza da su raza sobre el orbe, l vieja hegemonía mundial por tanto tiempo en poder de los bárbaros y que quién sabe si, á pesar de todo, no volverá á los hijos de l civilización grecorromana antes del fin del siglo xx.

Pequeño de cuerpo, como tantos grandes guerreros y monarcas, es viva y marcial, amacizado de método y de educación, forjado á duros hábito aún en medio de las sedas palatinas, bajo la severidad del nobl Humberto y la bondad graciosa y sabia de la reina Margarita, verdader perla entre las perlas de las actuales monarquías. Su carácter e firme y reflexivo; su voz afable. Como todos los Saboyas, domina co los ojos. Estudioso y atento al progreso, se ha nutrido de libro y ha observado los hechos. Se cuentan de sus años primeros, entr preceptores y militares, interesantes anécdotas. Sus dos principale profesores, Luigi Morandi y el coronel Osio son para él, por un lado el carácter de la cultura, y, por otro, la cultura del carácter. Po eso pecan de poco informados los biógrafos y escritores que le juzga tan solamente dado á secos cálculos y á especulaciones prácticas tan solamente.

No importa que la socialista Paula Lombroso lo pinte como un varó para quien la poesía es «como los bombones para los niños»; París sab que si no es un rey de ensueño—poco precisos á estas horas los reye de ensueño—ni un rey de fantasías y estéticas nada avenibles con e asunto de manejar en el siglo xx la suerte de un gran pueblo es monarca de «humanidades», como sienta á quien nació en la cun del humanismo; que sabe sus clásicos, que conoce á fondo de Nepote Horacio, y que tuvo una «profesora de poesía» en su madre encantadora que más de una vez desde los años de su infancia le leyó la honda armoniosa lección del vasto Poeta, del sumo Dante. Y luego dejadl sus automóviles de cuando en cuando, pues para versos su suegro lo compone, como su esposa, que es poesía morena y viviente. Dejadle su automóviles, y sobre todo dejadle con sus monedas y medallas, que se profundo numismata como él es ser ya mitad sabio y mitad artista. S gentileza en su visita á este país ha sido completa, y jamás jef de Estado ha sabido cumplir mejor la delicada empresa. Cuando en l alto de las decorativas columnas alzadas en la Avenida de la Ópera e león de oro de San Marcos y la loba de oro de Roma se perfilan sobr el triste cielo parisiense, representan más que una cortesía: son u símbolo. El rey de Italia es el bienvenido, porque sabe encarnar e alma y las aspiraciones de su estirpe, y Francia le reconoce digno.

Desde su entrada á la ciudad que le hospeda, entre los gritos d entusiasmo, en las avenidas adornadas, la compañía del excelent presidente burgués, que hace muy bien lo que puede, y al lado de s esposa, toda gracia y sencillez noble, junto al Arco del Triunfo, junt á la tumba de Napoleón, en todas partes adonde la cortesía oficia le ha llevado, ha tenido, discreto y correcto, un buen gesto ó un buena palabra. Cuéntase—y se non è vero è bene trovato—que en lo Inválidos, cuando el séquito oficial llegó al lugar en que, según s deseo, reposa el dueño del Águila, se quedó un buen rato en silencio y luego: «Yo también soy sucesor de Napoleón Bonaparte ...» «¿Cómo?» insinuó M. Loubet. «¿No fué el emperador también rey de Italia?... Y así siempre es aplaudida su cordura. Esa cordura que se demostr recientemente, cuando en momentos en que el Papa agonizaba, suspendi su viaje, respetuoso, pensando quizás en que uno de sus antepasado ciñó á su frente la pontificia tiara, y en que el ser cortés no quit la valentía de los que llevan por lema: «¡Siempre adelante, Saboya!

No he visto de cerca más que á do reinas—por culpa ó gracia de ocasional misión:—la de España y la d Portugal. A otras he visto de lejos, y á las demás en fotografías pinturas ó grabados. Pues bien: confieso que nunca he admirado bellez coronada más seductora que la de la princesa greco-oriental que de l corte cuasi primitiva y legendaria del principado de Montenegro sali á ser reina de la maravillosa Italia. Aquí parece exótica; á mi me h parecido antigua conocida. «De esos ojos no tenemos aquí», me decía un espiritual francesa. «Pues allá, del otro lado del mar, los tenemo como esos—le contesté—, en rostros de ese fino y trigueño de bronce dulce y sonrosado. ¡Esos son ojos criollos!»

En efecto: la reina Elena es semejante á una de esas soberbias estupendas criollas, que coronadas de opulentas cabelleras negras, so reinas de hermosura en Montevideo y Buenos Aires, Lima ó la Habana. E una de esas mujeres llenas del sol y sangre que llevan la primaver ardiendo por donde van. Y en su gallarda beldad guarda una cultura y u talento que son celebrados por todas partes. Su país es país de balada Su madre hila en el huso la lana como una reina de Homero. Su padre e poeta. Ella es artista de corazón, pinta, canta, toca el violín y e piano. Y un alma dulce y caritativa, sentimientos de alta virtud. Dice que las aristócratas farnienteras de su corte sonríen de sus hábito de «mujer de su casa», de sus conocimientos de cocina ... La Pastora de Cettigne debe á su vez sonreir benévolamente. Morena del país de l nieve, ella vive su leyenda de amor verdadero, y en su rey mira á s marido. Y no se ha extrañado de ir de un vuelo amoroso, de su tierr escondida, de sus montes de águilas y lobos, á ser la soberana de u reino que también fué de Lobos y de Aguilas ...

La pequeña Zita escribe, al dictado de su abuela, una institutriz qu fué de la casa de Montenegro: «...en la capilla del Instituto vi por l primera vez, de cerca, á la princesa Elena, bella, esbelta, inmóvil como es lo usual durante los oficios griegos, en que sólo el sacerdot va y viene continuamente con sus diáconos, por las tres puertas que s encuentran delante del misterio del altar». La princesse avait vraimen l’air d’une belle image. La volví á ver á menudo así, y la admir siempre; era mi sola compensación para el suplicio de permanecer d pie. Por otra parte, intenté hacer la intención de no ir á la iglesi sino cuando esperaba la presencia de las princesas; á primera vist me he sentido atraído por la actitud de firme voluntad de la princes Elena. Un día de verano vino con una falda de simple crêpe oriental el corpiño ligeramente escotado. Con su lindo talle, redondo y firme su aire recto y elegante, tenía el aspecto de una joven diosa, cuya espaldas esperaban que se les prendiese un manto ... de emperatriz. M impresión había sido tan fuerte, que un diplomático bien informado al cual se la manifesté, me dijo sonriendo: «¡Cuidado, señora!, ¡est usted haciendo política!»

«En ese entonces el zarevitch no se había casado todavía con un alemana. Otra vez la encontré encantadora también en traje nacional camiseta de muselina sedosa y bordada, veste de terciopelo roj galoneada de oro, y capitea en la cabeza; pero la hallaba mejor co el traje europeo, y nunca olvidaré la visión que tuve el día en qu la idea de un «manto de corte», se había impuesto á mi imaginación consecuencia de cierto aire de reina que había advertido en esa jove fisonomía en que el destino ponía un signo que yo leí, deseando s realizase por sentimiento romanesco de estética, pues yo amaba y espontáneamente á la princesa. Pero, ¿es, en verdad, la suerte de un reina lo que el corazón debe desear?»

Esas sencillas impresiones de una profesora completan un retrospectiv retrato de la magnífica y joven soberana. En cuanto á la pregunt final ... ¡quién sabe! Antaño el mundo era distinto, y la posición rea no tenía los peligros de ahora. Antaño ... pero, ¿y María Antonieta, María Estuardo, y más allá?... Mas el instante es de cantar á la rein bella y artística, no de consideraciones filosóficas. El pueblo d París la canta por boca y guitarra de sus camelots:


Viens, Hélène (bis),
Viens!
À la table de France,
On nous offre bombance
Ah!
Viens Hélène (bis),
Viens!
Et le soir, en cadence
Nos pincerons un’danse.
 

Eso se canta con el aire de Viens, Poupoule, y valga la intención. L Prensa forma sus más floridos ramilletes de frases; los poetas escribe sus ritmas de ocasión. Pero entre éstos ninguno ha escrito más lind saludo que un gracioso, un conocido versificador incoherente, que dej por un momento sus ya fatigantes monorrimos y dice un precioso decir Entre sutilezas dice cosas como éstas. Dicen los enamorados


Que vers nos paroles
Ta Grâce s’incline
Reine des gondoles
Et des mandolines;
Reine de Venise,
Soyez-nous propice;
Aux amants soi bonnte

Reine de Verone;
Vois le doux cortege
Qui viens t’implorer;
Acueille et protege,
Reçois á tes pieds,
Le voile des vierges
Et le blanc bouquet,
Reine du Correge
Et du Tintoret!

Nous sommes les fiancés,
O reine jolie,
Qui venons vous saluer
Avec courtoisie;

Nous, les artistes pas riches,
Qui ne devions de sitôt
Voir les rives de l’Adige
Ni le Lungarno;
Voici qu’avec toi s’avance,
Près de moi pauvre homme
La grave Beauté de Rome,
Trout l’art exquis de Florence.

Reçois en échange
Notre foi ardente,
O reine du Dante,
Et de Michel-Ange!

À chaque fenêtre,
Et dans tous les yeux,
Reine des poètes
Et des amoureux,
Paris radieux
Paris tout en fête,
Paris tout fleuri,
Paris te sourit.

Et le voile tombe
Enfin du secret
Que gardait Joconde:
Elle t’attendait.
 

Un ramo de rosas de Francia tenía en la mano el día primero en qu la aclamó la muchedumbre de París, hirviente y contenta. Un ramo d rosas de Francia, que significa la juventud, la vida, el hechizo d amor, y al propio tiempo la salutación de esta tierra dulce y gloriosa El gran penacho de plumas blancas se agitaba á los antiguos vientos d Galia ... Y yo miraba á su lado la figura de la princesa montenegrina de la reina que habita el Quirinal ... la mano fina con el ramo d rosas, la cabellera negra, el talle soberbio, los ojos, los grande ojazos criollos. Y me uní á la voz de la multitud: «¡Viva Italia!»

LA “BRIMADE”

El orige de estos usos bárbaros arranca de muy hondo principio humano, fuera d la opinión hobbesiana. En todo hombre hay un lobo: entendido; pero e muchos hombres juntos, pugna por revelarse la manada feroz que devor al compañero. Ese es el peor peligro de la inquisición y del jurado del convento como del taller, del colegio como de la guarnición.

¿Quién no ha sentido en la niñez la hostilidad de los primeros día de la escuela y del internado? ¿Y ya en el estudio de algún art ó industria, ó disciplina cualquiera, la burla, el odio casi, l enemiga infaltable del compañero? Parece que el recién llegado fues á quitarles algo, á hacerles algún daño, y el encarnizamiento no ces sino con la revelación de una fuerza superior; casi siempre unas buena bofetadas al más insolente y burlón de la clase. Entonces el nuev entra á formar parte de la comunidad. Y quizás será el martirizador má terrible del próximo novato

Si esto pasa en las aglomeraciones humanas, en que el espíritu tien otras miras y ejercicios que los de la fuerza, ¿qué no será en lo colegios de la muerte, en los lugares donde se aprende á matar, e donde lo que se estudia es el manejo de las armas, la ciencia de l destrucción, el arte sangriento «de ser más fuerte que otro en u punto dado»? ¿Quién me dirá que los martirios que sufren los recié llegados equivalen al espaldarazo de los caballeros, que son la amarg sal del bautismo, la dolorosa cuchillada de la circuncisión? Palabras Hay que combatir á todo trance la fiera que llevamos en nosotros. S no, proclamemos como superior la filosofía de Sade, ese precursor d Nietzsche, y establézcase en cada capital culta del orbe un Jardín d los Suplicios.

Las brimades eran—felizmente, repito, ya no son—bromas pesadas groseros tratamientos que se hacían padecer á los recién entrados fuese cual fuese su condición; pero, naturalmente, más duros, y hast sangrientos, con los de débil carácter ó de escasa fuerza. Ponerlo desnudos en un cuarto y embetunarlos, ó pincharlos con agujas; echarle cubos de agua fría en medio del invierno; deshacerles los pies pisotones; darles patadas y puñetazos; azotes, etc. Por la meno falta, castigos, vara. Todo esto bajo la mirada complaciente de lo superiores. La cosa había entrado en el uso desde antaño. A veces l brimade tenía fatales consecuencias; una reprimenda, algunos día de arresto al culpable, y todo quedaba lo mismo. De cuando en cuand alguna protesta aparecía en la Prensa, pero no tenía el menor eco. Así hasta la plausible circular del general André.

En Alemania, país en que el militarismo ha entrado en la sangre en la vida nacional, no se han suprimido, ni creo que se supriman esas asperezas del cuartel. Cierto es que allí, en el mismo cuerp estudiantil, existen hábitos y costumbres de la más exquisita barbari medioeval. Las caras rajadas y el gambrinismo universitario no merma un solo punto en los comienzos del vigésimo siglo. Las brimades pues, se complican allá de schlague y suavidad tudesca. Drama ha habido muy resonantes en que toda la Prensa se ha ocupado, últimamente un consejo de guerra ha juzgado en Metz con la más inaudit deferencia, á los culpables de uno de esos verdaderos crímenes merecedores de las penas más severas. He aquí cómo se narra l sucedido: «Un soldado de apellido Polke, perteneciente al 12 regimient de artillería de Sajonia, fué dado de baja el año pasado porque lo médicos militares lo encontraron débil para el servicio. Incorporad de nuevo este año, hizo ejercicios solo, bajo el mando de un cab llamado Trautmann. Este, un verdadero troglodita, hizo con el pobre l que le dió la gana. Era una lluvia de patadas y puñetazos, fuera d la privación del alimento. Llegó á tanto la atrocidad, que un día e cabo le dió tal golpe en la cabeza con la culata del fusil, que el moz quedó sin sentido. No solamente él le pegaba, sino que ordenaba á otro reclutas que hicieran lo mismo, entre las risas de los compañeros Demás decir que todo el mundo martirizaba al infeliz. Un subtenient le dió un bofetón porque le vió fumar un cigarrillo y un teniente s burló, en vez de reprender. Por último, el maldito cabo le obligó un vez á saltar por una ventana y á correr, á paso de carga, durant diez minutos. Polke, dice quien narra el hecho, concluyó por cae fatigadísimo. Cuando se levantó, desesperado, loco, se pegó un tiro».

Ahora, ¿qué pena os figuráis que les han aplicado á los culpables e el consejo de guerra? Los camaradas que le hostigaban, «tres días d prisión». El subteniente Wiehr, «tres semanas de arresto». El cab famoso, «cinco meses de prisión». Comparando lo que aquí pasa, dic Charles Laurent con cierta justicia: Il fait bon, tout de même, vivre en France

Sin embargo, es en la dulce Francia donde se han revelado lo innominables suplicios de los disciplinarios de Olorón, esa isla de l Charente Infériéure donde están las triples fortificaciones que hiz levantar Richelieu. Allí se encuentran los dépots de los cuerpo disciplinarios; el de la compañía de fusileros de disciplina de l marina y el del cuerpo disciplinario de las colonias. A los primeros s les llama en jerga militar Peaux de lapin y á los segundos Cocos Dubois-Desaulle hizo el gran bien de contar al público las terribleza que allí pasaban y que, dichosamente, se han aminorado, si n desaparecido del todo. Juzgad por algunas noticias. Allí se empleaba entre otras cosas, las poucettes, el baillon, la crapaudine el passage á tabac. De este último apenas hablaré, porque lo us la Policía de París y no sé si la de Buenos Aires. Es una galanterí habitual con el que tiene la desgracia de caer en esas manos temerosas el passage á tabac es simplemente una estupenda «pateadura».

Ningún reglamento, ninguna ley, ningún auto legislativo administrativo prescribe el empleo de las poucettes en el ejércit francés, y, sin embargo, decía Dubois-Desaulle, se aplica á lo disciplinarios ese instrumento de tortura. Como no había reglamento n ley que autorizara el empleo de esa tortura, todos los que tenían u grado, desde cabo á oficial, podían aplicarla. Los motivos más variado y fútiles daban lugar á la aplicación de la pena. Las tales poucettes son una pequeña prensa de acero que deshace, que rompe los pulgares «Según el grosor de los pulgares ó el calibre de las poucettes después de un número mayor ó menor de vueltas de la aleta que ha sobre la placa de cierre, el hombre pierde el conocimiento y la sangr trasuda por los poros de la extremidad del pulgar. Algunos minuto después de puestas las poucettes, la parte extrema del pulgar s infla, la detención de la circulación da á la carne tonos violáceos el pulgar se insensibiliza entonces por el exceso mismo del dolor á condición, sin embargo, de que no se despierte el dolor con lo movimientos; á fin de agravar la tortura, los castigadores vienen sacudir ó tirar de los pulgares.» La descripción es demasiado chocant y larga para ser transcripta toda.

La crapaudine es una combinación en que entran las poucettes. Lo pulgares están aprisionados por la espalda; el hombre está en tierr y se le atan los tobillos junto con las poucettes. El baillon es una mordaza. «Se improvisa con un pañuelo, una piedra, un objet cualquiera, que se introduce en la boca. Se mete en seguida entre lo dientes del paciente un trozo de madera del grueso de un palo de escob y provisto de cuerdas que se atan detrás de la nuca.»

En cuanto á los azotes, se oye, cuando los cabos y sargentos no pega duro y firme, la voz de un oficial:

Mais cassez-leur donc les membres, nom de Dieu!

En Austria, como en Alemania, el schlague existía desde largo tiempo A mediados del pasado siglo tuvo gran éxito y causó impresión profund la publicación de un libro de E. Sturm, oficial de Artillería de Ejército austriaco. Las revelaciones que hacía no podían sino tener es resultado. Sin embargo, él mismo confesaba que en cuanto al schlague ó sea la flagelación militar, los oficiales superiores la aborrecían pero no podían nada contra la costumbre, ó sea la disciplina en es caso. Se azotaba por los motivos más fútiles, como fumar en la calle ponerse el tricornio de través, ó llegar tarde á la lista. Muchos entr ellos fueron inutilizados, ó se volvieron locos. Diez días después d haber entrado al cuerpo, cuenta Sturm que la orden del día llamaba «todos los nuevos» á que asistieran á una gran ejecución. Luego el cab le explicó: «Los nuevos militares es preciso que se habitúen á es espectáculo antes de ser actores en él, pues hay siempre algunos qu son bastante bestias para desmayarse, nada más que al ver á un hombr flagelado. Si mañana, en la ejecución, vuestro rostro traiciona e menor signo de piedad ó conmiseración, os volverán á mandar com espectador hasta que os acostumbréis; pero eso no es honroso. Se o señalará como cobarde y flojo.» El autor asistió, naturalmente. Ve sus mismas impresiones: «Tomé mi partido»; fué una larga y terribl ejecución; seis desertores pasaron seis veces bajo la hilera de vara (gassenlaufen), y uno, ladrón, ocho veces. Figuraos una doble fil de soldados armados de varas, con un cabo de diez en diez hombres. E medio pasan los desventurados soldados, la espalda desnuda, despaci ó corriendo, como le plazca al que dirige la ejecución. Mientras l sangre brota bajo la vara fuertemente aplicada, los cabos corren d aquí á allá para ver si los golpes son bien dados. Si por desgracia s sorprende al ejecutor en flagrante delito de piedad, sea que amortigü el golpe, sea que pegue muy rápidamente para que su golpe se confund con el de su camarada, se le condena á su vez al schlague.

«Después de la ejecución de los desertores, tres artilleros de los má famosos recibieron cada uno treinta golpes de schlague. Yo soport á maravilla esa dolorosa prueba; así, el cabo encargado de observa nuestra conducta estaba muy satisfecho de mí, y gracias á una fingid impasibilidad se me pasó en un momento del papel de los espectadores a de los actores. Como bien se calculará, tuve que mostrarme reconocid por tanto honor: ¡ser llamado á pegarle á mis camaradas al lado d aquellos orgullosos grognards que habían ayudado á derrocar el tron de Napoleón! No pude, sin embargo, no pude siempre dominar por complet mis sentimientos; ¡que el emperador me perdone!, le he robado más de u azote, en las mismas barbas del cabo. Recuerdo á este propósito que un de mis camaradas, en un falso golpe hirió en la cara al cabo, y fu condenado por esa imprudencia á cincuenta golpes de schlague; pero e cabo perdió la nariz.» Muchos más detalles contiene esa obra curiosa Según tengo entendido, á raíz de su publicación el emperador de Austri ordenó la supresión de esa odiosa costumbre; pero se conserva, n obstante, admirada. Es inútil cuanto se disponga en contra de hábito tan hondamente inveterados, y que se compadecen con la rudeza de l disciplina y de los usos y ejercicios militares.

No conozco las costumbres interiores de l milicia española, pero en el país de las fáciles carreras de baqueta del castillo de Montjuich, la ternura no debe ser mucha á ese respecto Además, ¿quién no ha visto en los sainetes la figura del tourlourou español, el cerril asistente ó avispado ordenanza cuyas posaderas está siempre sacudidas por los puntapiés del oficial?

En Italia se me asegura que hay en esto mayor seriedad que en otra partes, y que oficial noble ha habido que ha pagado sevicias con much tiempo de prisión. Si esto es así, merece aplauso la milicia italiana.

Mientras exista la idea de patria, el ejército será una necesidad, mientras la carrera de las armas exista, debe, á mi entender, mirars como la miraba el sublime Don Quijote. Todo lo que menoscaba l dignidad humana y el propio decoro, no puede tener cabida en quiene se tienen como defensores del honor nacional, del pabellón. Y e vergonzoso que conozca el mundo hechos que menguan el decoro de lo caballeros marciales. Marciales caballeros que aparecen simplement como los más groseros y cobardes verdugos

IDILIO EN FALSO

Un diari de París publicó hace algún tiempo la historia, ó el principio de l historia, de los amores del príncipe heredero de Alemania con una jove norteamericana. El redactor anónimo de los artículos en que se narrab esta novelesca y curiosa aventura tuvo que suspender la publicación á pedido de un miembro de la familia de la señorita, cuyo nombre e Gladys Deacon. Pero los hechos son ya muy sabidos, y en los Estado Unidos, como en Inglaterra, se conocen todos sus detalles.

El joven Federico Guillermo de Hohenzollern, hijo mayor de Guillerm II, es un alma sentimental y un corazón impresionable. No hay en él e blindaje de hierro que tienen los de su familia paterna. A pesar de l educación que el emperador da á sus hijos, éste no ha podido domina los impulsos de su naturaleza, y manifiesta ser, más que un príncipe un hombre. Sabidas son sus malas impresiones de universidad. No pudo s carácter delicado acostumbrarse á las borussidades de sus compañeros hechos á tragar cerveza, reglamentaria y bestialmente; y aunque e emperador le dijo que pasase por esos lances en que él también s había encontrado, no le fueron por eso menos repugnantes sus hora estudiantiles de Bonn. Algún incidente hubo que obligó al padr imperial á llamar á su hijo; y luego, para distraerle un tanto, se l envió á Inglaterra. En la corte inglesa el kronprinz se encontró má á su gusto; la sangre maternal, la herencia atávica de la emperatri Federica, se reveló en él al contacto de sus relaciones londinenses Fuera de la familia real, toda la aristocracia se lo disputó, y s juventud, deseosa de nuevas impresiones, encontró allí encantadores momentos.

Entre las familias que más le solicitaron está la del duque d Marlborough. Como es sabido, la duquesa es una joven norteamericana Consuelo Vanderbilt, hija del celebérrimo millonario. Fiesta campestres, bailes íntimos, comidas, tennis, y ping-pong, todo l que más pudiera agradar al príncipe germánico se le ofreció durant su permanencia. Entre tantas distracciones, y en tantas ocasione propicias, el flirt no podía faltar. No faltó. Pero no fué ningun linda miss británica, de rubios cabellos y cuello de cisne la qu despertó el entusiasmo amoroso de su alteza. Su alteza se dejó prende por los ojos yanquis de una guapísima neoyorquina; moza tan fermosa no vió en la frontera, y entre un ping y un pong, la llama ardió como en las leyendas, como en las novelas

He aquí cómo narra el hecho el autor d Amitié Amoureuse, autoridad en la materia: «Rápidamente, entr el príncipe encantador y la orgullosa joven, herida por dolore inmerecidos (la historia de la madre de la niña es bastante escabrosa y el padre está en una casa de locos), una simpática camaradería s estableció». Primero fué una dulce atracción, que les impulsó á aislars del mundo. La vida de los duques y lores, tan lujosa, tan abierta, ta libre, sirvió á sus amores nacientes.

Estuvieron unidos en corazón y pensamiento entre los bailes de l Country, las partidas de tennis, de foot-ball. Fueron dos cuerpo con un alma. Todo era alegría para ellos, el mundo y la Naturaleza Se embriagaban con los olores de los musgos, del tomillo salvaje, d todas las hierbas que hollaban los pies de la bienamada. De los labio del príncipe salieron palabras raras; de los de la joven murmullo acariciantes. Deslumbrados de amor, en vano quisieron apartar el encanto ...

Cuando el príncipe balbuceó:

—Nada revela tanto el alma de una mujer como el perfume que lleva: m place el olor de vuestros cabellos ...

Con esa linda reserva anglo-sajona que creó el arte de flirt, y par que dure más tiempo ese hechizo que le aureola como con un halo, l preciosa Gladys no quiere comprender hacia dónde van las palabras de príncipe, y, coquetamente, replica:

—Monseñor, me vaporizo con rose musquée. Es la antigua rosa cantad por Shakespeare ... pero se está acabando en el reino, y pronto ya n habrá. ¿Queréis ver el único rosal que queda?

¿Adónde no hubiera ido el príncipe guiado por la joven? Y he aquí e rosal, y las rosas. Ellos se inclinan, sus cabezas se tocan, se rozan Cómo respiran, cómo vibran ... Y el príncipe, menos aturdido por e aroma de las flores que por el que emana de su amiga, dice

—Las rosas huelen bien, pero vos, vos embalsamáis hasta embriagar.

—¡Oh, monseñor!

Ella tiembla, enrojece. Tímido y resuelto, él osa tomar su mano y l besa con fervor.

Ya véis que eso está narrado como folletín romántico. Podría ponerse «Continuará.»

En efecto, la cosa continuó. El príncipe, activo, emprendedor, quis pasar más adelante. La joven yanqui le dijo:

—Veo que nos amamos en lo imposible. Yo no podré nunca ser la amante ni siquiera la esposa morganática de vuestra alteza. Para que este amo sea digno de mí y digno de vos, no hay otra cosa más que el matrimoni legítimo, sonoro, público, á la faz de las Cortes y ante el mundo todo.

Federico Guillermo debe estar en su primer amor, debe tener dentr de su pecho una tempestad de amor, y la norteamericana tiene qu ser una maravilla—greatest in the world!—cuando él le contestó pasando sobre su futuro imperio, sobre la cólera de su padre, sobre e porvenir, sobre todo: «He aquí la prueba de mi amor. He aquí nuestr anillo de boda. Ella es para ti, Gladys. Es un fetiche. Mi bisabuela l reina Victoria se lo quitó de su dedo para ponerlo en el mío y me dij que no me separase de él sino para dárselo á la que fuese mi mujer. L he jurado. Os lo doy.»

Cuando el príncipe volvió á Berlín, el emperador, la emperatriz la familia toda, se fijaron en que el anillo había desaparecido Guillermo II no es muy suave que digamos. En seguida hizo que su hij le confesase el paradero de la joya; y el enamorado mancebo imperia tuvo que decir la verdad. ¡Truenos! «Ese anillo no es tuyo, sino de l dinastía. Estás loco, has perdido la cabeza antes que el anillo.

Poco más ó menos, fueron las palabras del padre. El mozo, que tien también fibra, contestó: «Lo hecho, hecho está, y bien hecho está ante mi conciencia. Por lo demás renuncio á todo rango, á tod púrpura, á Berlín, á Alemania, al Imperio, como nuestro pariente Jua Orth.» Desolación de las desolaciones en la familia. Un enviado fu inmediatamente á Londres á reclamar á la bella Gladys el anillo.

«¡No lo doy!», contestó la yanqui. «¡No lo des!», le aconsejó Consuel Vanderbilt, en cuya casa nació la pasión y comenzó la novela. Ell creerá que una norteamericana puede ser emperatriz de Alemania, desd que hay una duquesa de Marlborough norteamericana.

Y Gladys no suelta el anillo.

Es de creerse que vencerán las razones de Estado y los discurso paternales. Aunque si el príncipe renunciase, en efecto, á su corona cetro, todo quedaría arreglado, habiendo como hay tantos hermanos suyo que no tendrán más tarde inconvenientes de amor para sentarse en el trono.

El príncipe imperial de Francia, el hijo de Napoleón III, pudo ve realizados sus sueños amorosos; bien es cierto que no tenía ya trono ni corona, ni cetro, cuando amó á la inglesa miss Mary Watkins, co quien tuvo un hijo, que vive, y á quien se ha visto en París, e compañía de la emperatriz Eugenia. La novela fué más bonita, porque l joven no sabía qué clase de persona era su amante, hasta una vez que l sorprendió conversando con lord Beaconsfield, á la entrada del oratori de Brompton, en el matrimonio de los duques de Norfolk.

Los amores luctuosos del príncipe heredero de Austria han tocad quizás, singularmente, la imaginación de Federico Guillermo, y ojalá n vaya á entrarle el demonio de la desesperación y del ensueño trágico preferible es que tome por modelo á su deudo Juan Orth, el desaparecid misterioso, que unos creen muerto en el Océano y otros vivo en u rincón australiano, y padre de numerosa familia.

El príncipe, como sabéis, se casó con una princesa.

EL CETRO DEL “CHIFFON”

La call de la Paix á las órdenes de Broadway; Paquin sustituido por míste Somebody, de Nueva York; Worth, chicaguense; Doucet, recién llegado d Arkansas ... ¿puede esto ser posible? El tío Samuel se dijo: «Tengo y más reyes que las Cortes de Europa; tengo reyes de acero, de algodón de las construcciones, del petróleo, de la plata, de los ferrocarriles de los cigarros habanos y de otras muchas cosas más; París tien el cetro de la elegancia: pues ¡á quitárselo!» Incontinenti, mis Elisabeth C. White, presidenta de la American Seamstress’s Association y pariente, seguramente, de Samuel S. White, el rey de los dentistas parte en guerra y se prepara, denodada y serena, como conviene á un ciudadana de los Estados Unidos, á dar la primera acometida. «H llegado el momento—proclama—en que las ideas americanas sobre costur se implanten en Europa, y aun en la capital francesa. La nación que n va adelante retrograda, y así les pasa á los costureros de París». Má ó menos con las mismas palabras, se apodera uno de Puerto Rico y de las Filipinas.

Todo lo que los norteamericanos se proponen, casi siempre lo consiguen pues el peso del oro americano hace inclinarse al mundo al lado d ellos ... Pero, ¿será esto posible? ¿Quitarán á París, á fuerza d greenbacks, la supremacía en la decoración femenina, arte bell entre las bellas artes, dón exquisito que está en su naturaleza, e su tradición, en su sangre? ¿Vendrá á Atenas el bárbaro á corregir Fidias? Los maestros de la costura parece que no toman en serio l amenaza. No se trata de box, ni siquiera de bicicleta, en momentos e que llegan, después del negro Taylor, los tres más terribles campeone yanquis, que son Zimmermann, Michael y Bald, bebedores de viento; n se trata tampoco de algo que se puede comprar en remate en la sal de ventas, pues de seguro Schwab, Carnegie ó Pierpont Morgan, se l llevarían; se trata del gusto, del buen gusto, de la gracia parisiense que es de París, que por ahora no puede ser de otra parte, á menos qu se produzca un cataclismo en las potencias del hombre.

No, los maestros de la costura, los reyes parisienses de la calle de l Paix, los árbitros de la elegancia femenina sobre la tierra, no toma en serio la amenaza.

«Yo—dice Doucet—, no doy ninguna importanci á este incidente. Es una de esas ideas tan americanas, que ellos, lo americanos, han inventado una palabra para designarlas: ¡el bluff! Los esperamos á pie firme á los americanos. En todo tiempo las moda francesas han dado el tono al mundo entero. Luego, siempre se ha venid á buscar modelos á París. El chic parisiense no se expatría. Tien necesidad del aire ambiente para vivir. Tan cierto es, que la mejo obrera que se pueda encontrar, después de residir dos años en e extranjero: Inglaterra, Alemania, América, no importa qué part del mundo, en donde trabaje, ha perdido el gusto, la habilidad, l fantasía. La atmósfera extranjera le habrá quitado sus cualidade parisienses y le costará mucho trabajo recobrarlas. No creáis qu exagero. El experimento se ha hecho repetidas veces, y siempre d manera concluyente. En suma: no tengo por nosotros ningún temor de es pseudo cruzada.

Las costureras americanas dicen que las turistas de su país vienen París á llevar modas americanas. ¿Será acaso para pagar, á más de precio caro, los derechos de Aduana, que son enormes allá? ¡Y cóm tendríamos nosotros modas americanas, Dios mío!

¿Hay uno sólo de nosotros, mis colegas y yo, que haya ido á América «No ... mientras que los americanos vienen á pillarnos, á explotarnos, tomar nuestros modelos, las creaciones de nuestros cerebros, siempre e ebullición» ...

Por su parte, dice Paquin: «Creo que los negociantes extranjeros qu vienen á comprar modelos parisienses, tienen derecho de servirse d ellos como de su propiedad. En cuanto á crear, no crearán nada lo americanos, como nunca han creado nada. Lo que harán será adaptar uno de nuestros modelos las mangas de otro, el cuello de un tercero y harán así á veces brotar una nota inesperada de feliz fantasía pero crear ... No crea belleza y elegancia todo el que quiere.» Y e casa de Worth se contesta con esta frase: «El chic parisiense es e chic parisiense.» Mademoiselle Boné afirma que «es imposible á lo americanos hacer la moda, pues no cuentan con los elementos para ello ni telas tan finas, ni bellos bordados, ni exquisitos encajes. Cuand copian nuestros modelos, y siempre lo hacen, es con telas más pesadas que hacen perder toda gracia. En cuanto al tour de main, á veces l tienen, pero es con obreras francesas, y entonces nos combaten co nuestras mismas armas. Pero pocas obreras de primer orden quieren i á América. Se hacen pagar muy caro, y no permanecen mucho tiempo De suerte que los americanos vuelven siempre á comprarnos nuestro modelos.» Y madame Callot: «¡Oh! no tenemos por qué temer á la costureras americanas. Si se establecen en París, adquirirán gusto a contacto nuestro; pero con la condición de emplear obreras francesa y tejidos franceses. Por lo tanto, no serían sino casas francesas qu trabajarían con fondos americanos. Eso es todo. Miss White, desconocid antes de que el New York Herald lanzase aquí su nombre, no me parec una rival peligrosa y no doy ninguna importancia á su declaración.» As hablan los maestros de la costura. Tienen razón de hablar así.

Esta guerre en dentelles no hará corre mucha tinta, á pesar del bluff. Las agujas de Nueva York no puede con las agujas de París. Es á los galos á quienes hoy toca exclamar Effusa est in curiam omnis barbaries. Worth dice bien: el chic parisiense es el chic parisiense. La elegancia parisiense no pued ser trasplantada. Una gran casa de estas quiso hace algún tiempo funda en Buenos Aires una sucursal, en vista que la clientela bonaerense dab pingües entradas. ¿Y qué sucedió? Que después de construir una lind casa, y establecer dicha sucursal, tuvo que cerrar ésta y alquila la casa. Porque las elegantes de Buenos Aires dijeron: «No; queremo ser vestidas en París. Y por el mismo traje hecho en Buenos Aires, n pagaremos lo mismo que en París». Y, hablando en seda, la justicia estaba con ellas

Si se tratase de las modas masculinas, quizás, pues los elegantes d París siguen á los elegantes de Londres, y los elegantes de Londre se dejan influir por los inelegantes yanquis. Dígalo si no es antiestético panamá, que no es panamá, sino guayaquil, el cual, una ve adoptado, durante la temporada veraniega, por los norteamericanos, s importó á Londres, y de Londres fué á París, en donde no había snob de club ni mozalbete de chez Maxim’s que no anduviese con la cabez coronada por el cucurucho de pita, feo, arrugado por delante, á l Romain d’Aurignac.

Era un ridículo caro. Había panamás de á dos mil, de á tres mi francos. Eso basta. Así vino la moda, de su tiempo, del ruedo de pantalón doblado, como si se fuese á pasar un charco; y otra invenciones anglosajonas que se reciben con placer y se imitan co apresuramiento.

Por lo que concierne á la moda femenina, no sé que, fuera del bosto y uno que otro baile, como el mismo cake-walk de los negros, la señoritas parisienses continúen las innovaciones del otro lado de Atlántico. No sé que haya señoritas francesas que se incrusten en lo dientes piedras preciosas, ni que se pongan en las medias cascabelito de oro, para andar por el salón con el ruido de un kings-charles ni que se hagan trajes de piel de serpiente y de billetes de Banco No, la moda americana, exclusivamente americana, no se aclimata e París fácilmente, á pesar de las compras de títulos nobiliarios y d la invasión de los Estados Unidos por otros lados. Cabalmente la mod americana ha causado en el mundo oficial recientemente un sonant escándalo, que ha concluído con el retiro de un embajador

Me refiero al caso del conde de Montebello, víctima del sombrer de su mujer. La historia es la siguiente, que los Saint-Simon, los Tallemant des Réaux de la época, se apresuran á recoger: En e almuerzo de Compiègne, cuando la venida del zar, todas las señoras d los ministros, como la presidenta, estaban sin sombrero: solamente l señora de Montebello no estaba en cheveux. Sensación. Ya se sabe l que son las hijas de Eva. Una vez en la mesa, el soberano ruso convers largamente con la embajadora, con sombrero y todo. Ya se sabe lo qu son las hijas de Eva, lo mismo ministresas que modistillas ó reinas En los rostros de sus compañeras vió la de Montebello que había un tempestad. Y todavía fué poco prudente, porque cuentan que, más tarde una de las señoras de los ministros le preguntó, por decir algo: Vou allez repartir bientot pour la Russie madame.

Y ella le contestó: Mais oui, ma bonne dame!

La venganza ministerial llegó por fin, y el conde de Montebello no e ya embajador. Todo por el sombrero.

Ahora, ¿estaba correctamente la embajadora, en el almuerzo, co sombrero? Una autoridad, el príncipe de Sagan, no ha podido dar s opinión. Se ha pedido la del director del Gaulois, Arthur Meyer. Y hubiera preferido la del general Mansilla. Meyer ha contestado que sí «Porque esa es la moda.» Un joven arbiter elegantiarum, competent autoridad, por su saber y distinción mundanos, agrega: «M. Meyer podí decir también que esa es la moda «americana», y que el sombrero par almorzar nos ha venido de los Estados Unidos. Existe en Francia, par esa especie de casos que dan lugar á controversias, una referenci excelente y una autoridad infalible: la tradición. Ella está hecha d gusto, de savoir-vivre, de experiencia, de una práctica secular d las cosas de la etiqueta. La tradición, mejor que todos los tratados d ceremonial y que el código de los usos á la moda, indica la manera d acomodarse según las circunstancias. Solamente la tradición no s adquiere. Il faut y être né, como decía el conde d’Orsay. Vieja señoras de provincia, un poco ridículas, con sus atavíos pasados d moda, tendrán siempre, en esas cuestiones de etiqueta, más tacto y má gracia que la más elegante de las americanas». ¿No es esta la mejo respuesta á la plutocracia triunfante?

Ahí tenéis un caso en que el americanism importado por una parisiense como la señora de Montebello, que, fuer de todo, es una hermosísima mujer, ha causado en la sociedad frances un asunto ruidoso, y en el mundo de la diplomacia una catástrofe, cuy principal víctima es su excelente marido, poco simpático, por otr parte, al actual Gobierno republicano, aunque su nobleza, muy reciente se la deba á la República.

Los americanos no pueden legislar entre los atenienses sobre aticismo entre los parisienses sobre gracia y elegancia, entre los aristócrata sobre distinción y tean.

A propósito del matrimonio del conde Boris de Castellane con Mis Gould, decía, apenas pasada la boda, una fina lengua bulevardera «Mientras su padre viva él no podrá ser sino el segundo de su famili por el sprit.» Mientras su madre aparezca en los salones su esposa n será sino la segunda en rango. Pero la pareja buscará la inteligenci del lujo; el conde de Castellane debe tener el home de una mujer qu hubiera «nacido», no en el palacio de una parvenu. Y si da comidas los invitados deberán ser más escogidos que los menus.

Y en la guerra de los encajes y de los sombreros, de los corsés y d las enaguas, el Tío Samuel debe limitarse, por ahora, á comprarlos hechos en París

COSAS DE SHAKESPEARE

Enfoncées les républiques de l’Amérique latine, mon cher! Así comentó un m amigo, francés, la noticia de la carnicería serbia. La reina Drag desventrada; el rey asesinado con exceso de crueldades; los cuerpo desnudos tirados al patio por una ventana; otros cuantos muertos e el Konak por la soldadesca traidora y borracha. No. Hay mucho qu huele á podrido en las repúblicas de la América Latina; pero se deb confesar que aun en las más atrasadas no se ven horrores iguales los que acaba de presenciar el mundo en Belgrado. Sin embargo, aqu no se ha gritado, como cuando llega la noticia de una revolució hispano-americana: Ah, les rastaquoueres! Ah, les sauvages! Discreto escritores sí lo han dicho con elegantes modos; pero si la cosa hubies pasado en esas petites républiques, hubiésemos aparecido una vez má en los periódicos como vistosos caníbales y tramposos antropófagos. L tragedia serbia ha sido, en verdad, shakesperiana, de un Shakespeare d última hora; pero muy nocturnamente bárbara y muy final de Hamlet. E finado Moratín lo certificaría con espanto.

Un reyezuelo degenerado, que se encadena por una pasión viciosa á un bella mujer, llena de seducciones y de ambiciones. Una Corte hirvient de intrigas, una claudicante política, un pueblo humillado, militare celosos, nepotismo áulico, miserias doradas, y luego la traición y e asesinato. Para llegar á lo shakesperiano, un poco de Suetonio y otr poco de Daudet, del Daudet de Los reyes en el destierro.

Todo el mundo sabe quién fué el rey Milano el gordo calaverón que hacía el monarca sin trono en París, gastand estúpidamente el dinero del pueblo serbio, el tunante de bar y círculo equívoco jugador, innoble bebedor, que pagaba á 180 francos la botell de vinos malos y andaba de conquistador entre pelanduscas y suripantas gozosas de morganáticos afectos. Todos saben cómo vivió y murió e marido de la reina Natalia. Y por la herencia física y moral que dejar á ese pobre y nulo muchacho, que han despedazado los conjurados en e Konak, es Milano el primer culpable de la tragedia sangrienta que dej á los Obrenovich sin cabeza para una corona, á no ser que empiecen aparecer hijos de Milano por todas partes, y entonces serán cabezas d nunca acabar. Milano, con sus vicios, por un lado; Natalia, por otro con su orgullo; el joven Alejandro, que no tenía nada que agradece á la Naturaleza, recibió una educación precaria, se desarrolló si afecciones; apenas su adolescencia despierta, es la dama de honor de s madre, la hábil Draga, la que le domina con la más irascible de la dominaciones. Con el vergonzoso ejemplo paternal quiere una vez e rey gobernar y reinar, al par que imponer á su pueblo los capricho de la barragana elevada al trono, caprichos de burguesa endiosada vengativa. ¡La desventurada mujer apenas tiene la excusa de haber sid muy hermosa! Se citan, á propósito de ella, estos versos terribles d Villiers de I’Isle Adam:


C’est la femme qu’on aime cause de la nuit
el ceux qui l’ont conue en parlent á voix basse.
 

Hay también, como en Villiers y como en Elemir Bourges, negras intriga y emponzoñados complots que un día tendrán que estallar, por lo antiguos amantes olvidados y las rivalidades celosas y las vanidade heridas. Para mayores complicaciones, la antigua dama de honor habí de ser infecunda. Y las naciones presenciaban la comedia grotesca d un embarazo falso y una paternidad despechada. El rey vulgar, cas imbécil, se divertía con aparatitos que imitaban el burro, el perro el gato y el cerdo. Era una gaga joven, ó un joven gaga. N supo halagar á ningún partido, ni formarse un sostén seguro. No tenía má apoyo que los brazos blancos de Draga. Así, llega la noche de lo asesinatos. El más verídico de los narradores de esa noche horribl cuenta de esta manera: «Doscientos ó doscientos cincuenta oficiale estaban en el complot. Se trataba de penetrar al palacio, cuyo servici de guardia—hasta el matrimonio—fué hecho por tropas ordinarias. Desd el advenimiento de Draga el rey había formado dos regimientos de tropa escogidas, á pie y á caballo. Precaución inútil ... En la noche de miércoles los oficiales conspiradores esperan la hora propicia en e club ó en sus casas. Se bebe, se bebe mucho. Se excitan. Se canta, po irrisión, canciones en honor del rey y de la reina. Un poco antes d las dos de la mañana los oficiales van á los cuarteles á buscar á sus hombres».

El teniente coronel Michitch y el comandante Luca Lazarevitch está entre los más resueltos. A las dos el palacio real es rodeado por e 6.º regimiento de Infantería, algunos destacamentos del 7.º y del 8.º los oficiales del curso superior de la Escuela Militar y tres batería del 4.º regimiento de Artillería. Se deja á las tropas á algun distancia, y 40 oficiales se presentan á una de las rejas del palaci real. Es la puerta de entrada que se usa para ir al Konak cuando s llega por la calle Milano. Se sigue la avenida y se entra al palaci por una gran puerta, cerca de la cual hay oficiales de guardia y gente del servicio. La primera puerta es franqueada sin dificultad por lo conjurados; cómplices la habían dejado abierta. La segunda debe abrirl Naumovitch.—Naumovitch es uno de los oficiales en cuya fidelida reposa la seguridad de los reyes: ha prometido traicionar. Pero cuand los oficiales se presentan en la segunda puerta, Naumovitch no está Sin duda duerme. No se le esperará. Los conjurados, precavidos, lleva dinamita. La dinamita no sirve de gran cosa, y el segundo cartuch mata al traidor Naumovitch, que llega. Milkovitch, capitán fiel, s despierta, hace frente, y lo matan. El Konak está en tinieblas. L dinamita ha cortado los hilos eléctricos. Se encienden algunas bujías Petrovich, ayudante del rey, es también muerto. Fijaos en estos detalles:

«Los conjurados piden á Petrovich que les guíe á la cámara real. É parlamenta, para ganar tiempo. Pero los oficiales no se dejan distraer La luz de las bujías sube por la gran escalera y se esparce en lo salones del primer piso. Las hachas, los sables desnudos, muerden a paso los muebles preciosos. La rabia de los asesinos, en esa obscurida horadada de llamas pálidas y temblorosas, se manifiesta con lo objetos inanimados. Petrovich cae, gritando, junto á la cámara real Y el rey y la reina, que han oído el ruido sordo de la dinamita los pasos precipitados de los oficiales en el hall, los primero tiros, la subida por la escalera, la pueril batalla contra lo sillones desventrados, el rey y la reina han podido percibir, últim advertencia, el ronquido agónico de Petrovich. La puerta de la cámar real ha cedido al hacha. El lecho está vacío, el cuarto vacío. Moment de terrible angustia para los asesinos. ¿Si los reyes han podido huir Buscan, alumbran debajo de la cama, en los rincones, tocan los muros El silencio de esta rebusca angustiosa es roto por un grito de triunfo».

Bajo una vasta colgadura, en el fondo de la cámara, enfrente del gra lecho, un oficial acaba de descubrir una puerta disimulada. Es un especie de aposento con armarios para toilette de la reina. En e rincón de la izquierda, el rey y Draga vivirán aún algunos instantes pues casi todas las velas se han apagado. Están vestidos con su camisas de noche. Hacen frente á los matadores. Luego, los balazos los sables que cortan las carnes. Hay tres pequeñas ventanas en l pieza en que muere la dinastía de los Obrenovitch. Draga se asoma grita: «¡Socorro!» Los gritos se pierden en el silencio; pero un ray del alba viene á alumbrar el fin del drama. Mueren.

Y el rey, ese rey cuasi imbécil, ha tenido un bello gesto de muerte «Quiero que se me deje morir con Draga en mis brazos.» Y en su brazos blancos, de amor y vicio, muere. La soldadesca ebria arroj los cadáveres desnudos por una ventana. Es un instante en que revive escenas del bajo imperio. Los dos hermanos de Draga mueren también si bajeza. Piden fumar un cigarrillo cuando los van á fusilar: lo fuman se besan, y entran en la muerte. Y el día alumbra la sangre y l venganza. Las músicas militares tocan por las calles y plazas, mientra la ciencia llega á revolver los cadáveres y á revelar, con el bisturí en Alejandro: «Degeneración é infiltración grasosa del corazón degeneración grasosa del hígado; cráneo espeso, de trece milímetros espesor precoz de las meninges, con petrificación parcial; la duramate del lado derecho pegada á la píamater ...»; y en Draga la bella «Comienzos de tisis cicatrizados; cuerpos fibrosos», etcétera; antigua máculas, viejas miserias de enfermedad. ¡Triste y miserable y doloroso cuadro!

La oración fúnebre es de un soldado, y es también digna de Shakespeare El soldado es un rudo gañán serbio, que lavó el cuerpo. Dijo:

«—¡Estaba bella en la muerte!»

Entretanto, un rey nuevo, flamante, e proclamado. Pedro I, burgués de Ginebra, va á hacerse cargo de l corona serbia.

Y en París, como en el bello libro de Daudet, vive la familia de lo Karageorgevitch, que entra á Belgrado en triunfo. Y hay un príncip Bodjjar, artista, soñador y artífice, que tienen amigos poetas, qu fabrica bellos anillos, esculpe hermosos bustos y hace encuadernacione de gran valor. Y hay un príncipe Arsenio, que tiene sus amigos entr los trasnochadores de los bars de lujo, que juega y tira el dinero que bebe en compañía de inútiles mundanos y de cocotas el cocktail áspero y el amable champaña; y que, cuando entró al bar de la call Helder el día de la gran noticia, fué saludado alteza por la clientela entre taponazos y banderas serbias

—¡Brindo por tus treinta y cinco millones!—dijo una de las alegre muchachas de á tantos luises.

Y sonreía el príncipe del bar.

Pero es que tú, lector, ¿irías tranquilamente á vivir al Konak?

REYES Y CARTAS POSTALES

La tarjet postal, en estos momentos, es una de las más animadas expresiones d la actualidad. Sus comentarios gráficos de los más notables suceso serán más tarde inapreciables documentos. Pintan el estado de ánimo, e humor, la opinión de la generalidad. Con motivo del viaje de los reye de Italia, ha habido una abundancia de tarjetas que no se ha visto e otras ocasiones, ni cuando la llegada del rey de Inglaterra, que s prestó á muchas ocurrencias y juguetes de ingenio. Sin pretender las hábiles tareas de un John Grand Carteret, ó de un Octave Uzanne procuraré daros una idea de ello en este «tímido ensayo», que me atrev á llamar filatélico.

Desde el anuncio de la visita de Vittorio Emanuele y Elena, apareciero las primeras tarjetas, junto con las primeras canciones y el himno rea italiano. Eran simples retratos y caricaturas con el vulgar motiv parisiense de Viens, Poupoule ... Puede decirse que no había en e pueblo una completa idea de la transcendencia del acercamiento d los dos jefes de Estado. La Prensa aclaró las cosas, y entonces los autores de tarjetas, ilustrados por los periodistas, comentaro é ilustraron á su vez el acontecimiento. Cuando los reyes llegaro circuló ya una buena cantidad, y en los días de su permanencia la vent fué crecidísima. Pueden dividirse en tres clases las tarjetas:

Primera. Las que representan retratos solos, ó retratos con alegorías.

Segunda. Las que se refieren simplemente á la llegada de los soberano y caricaturizan cosas municipales y nacionales.

Tercera. Las que, llenas de intención, entran en la política exterior Os expondré unas y otras.

Las primeras son copiosas, copiosísimas. Un se compone de dos banderas, italiana y francesa, con los respectivo retratos de Vittorio Emanuele y M. Loubet. Y bajo ellos unos compase de la Marcha Real y de la Marsellesa.

Otra: bandera italiana, vivos colores. En el centro, entre dos escudo ornados de olivo, y coronados por la corona real, los soberanos. Abajo compases de la Marcha Real.

Chillona, ultrapopular, otra, entre el escudo italiano y otro con l R. F. enlazadas sobre haces y dos banderas francesas, una pintoresc Italia, de faldas rojas y corpiño verde y una no menos pintoresc Francia, de falda verde, corpiño rojo y gorro frigio, con el pabellón se dan la mano sobre el retrato pésimo del rey. Abajo: «París, Octubre 1903.

Otra criarde: sobre un vago continente, en que se distinguen bie la bota de Italia y Francia, flotan dos grandes pabellones, y sobr los dos grandes pabellones, un águila con las alas abiertas y un corona de olivo en el pico, une las dos astas. Retratos de Loubet Vittorio Emanuele, bajo una composición blanco y negro, que represent un paisaje, una villa y tres soldados de la guerra de Italia. Arriba «1859» y á un lado: «Solferino, Magenta.»

Retratos de los reyes y M. Loubet, armas de Italia, una testa d león, y, sobre todo, abrazadas las dos naciones hermanas, que semeja dos modistillas. El presidente y el rey. A un lado, armas de Saboya corona, haces, ramo de olivo, monograma de la República Francesa, arriba el gallo galo, lanzando un orgulloso cocorocó. En el fondo sobre un resplandor solar, Liberté, Egalité, Fraternité Hay otra con idéntico motivo, pero con distinta colocación de detalles Un rey y un presidente, en altorrelieve coloreado, y que parece bons-hommes de pim pam pum, se estrechan seriamente la diestra Arriba, los correspondientes escudos. Un lamentable busto del monarca entre dos banderas de las sororales naciones, sufre el aspergeo d flores de una República de buenas carnes. En el zócalo: «A Vícto Emanuel—Octubre 1903.»

—Retratos del rey, la reina y el presidente, sobre un confuso dibuj que significa á M. Loubet presentando á la reina á las mujeres d Francia. Esto entre dos muñecas que asen sendos ramos de olivo Leyenda: Dediée par les fammes de France.—A sa majesté.—La rein d’Italie.

No cuento los innumerables clisés fotográficos reproducidos, con l figura de sus majestades, como los de Toppo, de Nápoles, y Brogi de Florencia; y los bustos, con escultograbado. Pero ellos ha popularizado la imagen del rey, y hecho admirar la belleza de es reina, por todos puntos encantadora

Las que se refieren á la llegada de los soberanos son asimism variadísimas, aunque, por lo común, de muy escaso mérito; pero repit que se trata de expresiones populares, y no de trabajos artísticos. E una, de movimiento, tirando de un cartoncito, M. Loubet, que está ant el tren real, en compañía de M. Combes y del general André, se inclin en un respetuoso saludo, mientras aparece el rey por una portezuela y un letrero en otra: «Viva Víctor Emanuel III.» En otra, tirando de susodicho cartoncito, rey y presidente se saludan y se dan un abrazo.

Hay una scie reciente, en París, tan tonta como todas: T’en as u oeil! Eso no quiere decir nada y se aplica para todo. Es un término d compadrería parisiense. He aquí una tarjeta que se llama T’en as u Macaroni. La cabeza real surge de un montón decorativo de macarroni C’est bete; pero á la gente le gusta. Una serie presenta la llegada la rue Royale, en Versalles, la comida de gala, y la revista, en mu feos monos pintarrajeados. No hay ni gracia, ni intención, ni nada pero eso se vende. El automovilismo tiene su parte. Rome-Paris—Plu d’Alpes! Eso indica un camino nevado, en la cordillera alpina, y u grupo de aldeanos que saludan al paso de un auto en que viene e deseado Vittorio Emanuel. Es un fotograbado. En otro automóvil, parodiando el número sensacional de un ciclista de café-concert—«l flecha humana»—llegan los reyes por un plano inclinado, á dar el gra salto. El presidente, risueño, les espera con los brazos abiertos teniendo al lado un contrahecho Delcassé. Eso se llama La flech royal. Y la aerostación: en dos globos, sobre barquillas de fantasía y en trajes chillones, presidente y presidenta, rey y reina, contempla una revista de tropas

Hay otras, sin mayor chiste, que circulan también en profusión Vittorio Emanuel desciende del tren, con dos cajas de macarroni y s valija, y el presidente le sale al encuentro, con un Delcassé chic que le tira de los faldones, y un general André largo, que lleva un botella de pernod. Abajo: Viens, totor, viens, y, T’en as un oeil Menos mal hecha otra, ofrece á un Delcassé marmitón ante una cazuela d macarroni, de la cual saca dos que rematan en las testas del rey del presidente. Ese está bautizado: La bonne cuisine.

Conocida es la sonrisa habitual del jefe de la República francesa. Hel aquí, recibiendo en la estación al amado primo, que llega vestido d bersaglieri, y como le encuentra más sonriente aún que él: Ah minc alors! Tu l’as le sourire!! Tras el presidente, Delcassé, amarillo, l lleva el sombrero, y André, negro y rojo, presenta la espada.

No podía dejar de aparecer el cuento de la tiara de Sait Aphernes. E una tarjeta, al darse la mano, le dice el rey á M. Loubet:—¡T’en a une tiare! En efecto: el excelente señor está casqueado de oro con e famoso artefacto.

No falta el Loubet vestido de mujer, en las rodillas del rey abanicándole con el abanico de la Paz, mientras él se fuma un gord habano. El autor de la caricatura ignora que el rey de Italia no fuma.

Aquí M. Loubet recibe al rey y á la reina; Delcassé lleva la cola de traje real. André sonríe. Y arriba inscripciones: «¡Evviva Francia ¡Evviva Italia! ¡Evviva Napoli! ¡Evviva Garibaldi!» Lepine, con un gra palo, guarda el orden ...

Ved ésta: el rey, con su gran penacho, va á ver á M. Combes: Pour vou ma premiére visite: merci mille fois, mon cher, de mavoir envoyé le Chartreux. C’est un tresor inespére pour l’Italie, et pour moi! E otra, dos muchachonas mal esculpidas, portando las banderas de los do países, se dan la mano, bajo una estrella de oro y la inscripción L’aliance latine. Y como no falta aquí lo rigoló y todo es co la mejor intención del mundo, hay una carte postale en que su majestades, en el Jardín de París, se lucen en un chahut desenfrenado.

Y pues de danza hablamos, ved las que á la danza se refieren M. Loubet y el rey, entre los escudos nacionales, bailan e cake-walk. M. Loubet y el rey, mientras Delcassé pistonea sobre u plato de suculenta pasta, bailan otro cake-walk, ente espirale «macarrónicas».—L’invitation á la valse: Unos cuantos niños s divierten. Dos bailan y tres ven bailar. Demás decir que los qu bailan son presidente y rey. Nicolás mira con envidia; Eduardo con asombro. Allá, medio escondido, asomando la cara, con envidia está el niño Guillermo. Está bien compuesta. Se diría una página d Caras y Caretas.—Otra danza: el presidente, que, como se sabe, e de Montelimar, hace un vis á vis con Vittorio Emanuel. El uno llev una caja de nougat y el otro un plato de la pasta nacional.—E otra, al son que tocan sus respectivos cancilleres, Loubet-Francia pandereta en mano, hace pareja con el rey, alegre. Eso es el «Conciert franco-italiano» «¡Evviva la Francia! ¡Evviva la Italia!» «¡Evviv Vittorio Emanuele! ¡Evviva Loubet!»

En la danse du nougat el rey baila malabareando con los paquete de nougat que le tira su consorte, y del cual Delcassé, vestid de egipcio, sostiene un gran plato. El presidente toca e violín.—Penses-tu? Penses-tu? Penses-tu? Qu’ca reussisse?... L pregunta es intencionada, ante otro cake-walk político que la rein contempla. En otro dibujo aparece ya Rusia. El presidente, el rey el zar danzan en ronda. En otra, Delcassé, los pies para arriba, est junto á los dos grandes y buenos amigos, que se agitan en un paso d quadrille. Y en otra, Inglaterra toma también parte, y cada cua baila su són: Víctor la tarantela, Nicolás una difícil gimnasi nacional, Eduardo la gigue, y Loubet ... el cake-walk.

He aquí: mientras una espesa Mariana se lanza á una audaz coreografía Víctor la solicita: Viens Poupoule! Y ya en otra tarjeta, la tien asida del talle:—Encore un baiser, veux tu bien?—Un baiser, n’negag á rien....? El autor de estas dos últimas debe ser español, al meno de origen, pues firma Morales.

Por último, Le cercle de la vie: el rey y el presidente, e bicicleta, mientras Delcassé les contempla, realizan la peligros suerte que en un music-hall se llama «el círculo de la muerte». Y l que representa á Loubet, de gallo, ante sus majestades. Loubet: «¡Qu grata sorpresa!» Emanuel: «Su majestad ha querido conocer vuestra fin sonrisa.» Y á un lado, Eduardo:—Ah, ce qu’on rigole á París! allá lejos, como un rey salvaje, el emperador del Sahara:—Moi, s’i m’invite, je n’irai pas!

Para concluir he dejado las más picantes é incisas. En una, M. Loubet disputado por Eduardo, Víctor, Nicolás y Guillermo; uno le tira po un brazo, otro por otro, y los demás por los faldones del frac Decidement, on se m’arrache! La «Nueva Tríplice» es un hombre de tre cabezas, las de Víctor, Loubet y Eduardo. Cerca el zar mira admirado; allá, en el fondo, Guillermo, cruzado de brazos, contempla afligido, tras él Francisco José no sabe qué hacer.

Una muy epigramática: El zar, knut en mano, lee las noticias d París, y exclama: Je tremble! Qu’Emmanuel ne lui fasse un emprunt j’en ai tant besoin!

En «El eclipse» se interpone entre Loubet, por quien es atraído, Guillermo, que le quiere detener por los pies, el rey de Italia

Proclamando que la unión hace la fuerza, se ven otra, junto á Loube y el zar juntos, Eduardo y Víctor Manuel, que llegan á juntarse; allá lejos, saludando militarmente, ¿por qué no?, acude Alfonso XIII «Querido, lo siento mucho; pero os tengo que dejar á la puerta.» Quie así habla es el rey de Italia, con su aliado y amigo el emperado alemán. Allá en la frontera, tras los Alpes, saca la cabeza Loubet, que aguarda.

Dos macabras: En tanto que el tren va camino de París, al dejar Modane surge ante el rey italiano un espectro, como otra vez el de Jesús ant Pedro:—Quo vadis, Emanuele? Y en otra que se llama «La pesadilla d ultratumba», Crispi y Bismarck se alzan de su sepulcro, ante Víctor Loubet, que de buen humor les gritan:—Ohé, Crispi! t’en sa fait un gaffe! Ohé, Bismarck, t’en as un oeil!

Y la que puede dar la mot de la fin:

Víctor Manuel vuelve de París y se encuentra con su amigo Guillermo «¡Dichoso tú, primo! ¿Cuándo me toca á mi?...»

Hay más filosofía que la que se cre en esos pedacitos de cartón.

JOLI PARIS

Uno d los primeros libros que despertaron mi imaginación de niño: las Mi y una noches. Uno de los preferidos libros, que actualmente rele con invariable complacencia: las Mil y una noches. Antes leía l única versión española, aún más expurgada y traidora que la frances de Galand; hoy me recreo con la literal de Mardrus, en su liberta de verbo y figura y su prestigio oriental, tan maravillosament transpuesto. Allí concebí primeramente la verdadera realeza, l absoluta, la esplendorosa. Allí se me aparecieron, allí—y en lo «nacimientos» ó «presepios», con Melchor, Gaspar y Baltasar—lo verdaderos reyes, los reyes de los cuentos que empiezan: «Este era u rey ...»

Reyes de Oriente, magos extraordinarios; reyes que tienen jardine donde vagan libres leones y panteras, y en que hay pájaros de dulc encanto en jaulas de oro ... Reyes con tantas mujeres como el re Salomón, y piedras preciosas como huevos de paloma, y esclavos negro que cortan cabezas, y pipas en que humean tabacos que huelen á esenci de rosa ... Reyes que se parecían al belga Leopoldo como un clavel á u cepillo de dientes, ó un pavo real á un impermeable.

El original y picante Luis Bonafoux cuenta, en una de sus impagable crónicas, su desilusión cuando el rey de Siam, no sé en dónde, l preguntó apurado por cierto lugar ... Si non é vero, está mu bien contado. A mí no me ha preguntado por nada el cha de Persia Mouzaffer-ed-Dine, pero le he visto varias veces, con su levita su gorro, sus diamantes, sus bigotes largos y grises, y su cara d fastidiado, de muy fastidiado; y confieso que me ha destruído un ilusión más. No importa que se describa en los periódicos el tron suyo de Teherán, todo de oro y pedrería, y un pavo real también hech de oro y gemas luminosas; ni la esfera en oro macizo en que los mare están representados por innumerables esmeraldas, el Africa por rubíes la Persia en turquesas, Francia é Inglaterra por diamantes, y lo otros países por diferentes piedras preciosas; sin saber que cuand da una audiencia—siempre allá en Teherán—ofrece en una caja rubíes zafiros, esmeraldas, diamantes, perlas, turquesas, como quien da u cigarrillo ó una pastilla. Cuando le he visto, se me ha parecido todo menos á un «rey de reyes», como sus antecesores y mis ilustre tocayos los Daríos, más ó menos ocos ó codomanos, pero admirables e el prestigio de su poética gloria y en la grandeza semidivina de la leyendas. Gracias á los Dieulafoy podemos admirar en el Louvre aquell civilización ostentosa y potente, bajo aquellos conquistadores de l India, vencedores del macedón y del tracio, que no iban á tomar cura en los Contrexeville de la época

La impresión que tengo del cha, es que es un señor que se aburr soberanamente, y á quien le importa un comino todo lo que no sea las «cositas» de París, ó las berenjenas con queso ó sin él; á la berenjenas las adora, y en el Elisée-Palace-Hotel, donde vive, y e todo lugar oficial en donde come, hay que servírselas irremisiblemente Y en cuanto á su manera de pensar sobre el país que hoy le acoge y l festeja, se resume en la única frase de francés que sabe, y que repit para todo: Joli Paris! Joli Paris!

A este propósito cuenta un indiscreto la visita que acaba de hacer á s majestad persa el ministro de la Guerra, general André. Lo primero qu dijo el cha al ministro, al estrecharle la mano, fué: Joli Paris! Jol Paris! Luego, ya sentados, le señaló una tabaquera incrustada de la indispensables piedras que sabéis, y le dijo en su idioma: Kerli, l cual quiere decir tabaco. Tradujo la palabra el intérprete imperial Freydoun Montazem Saltanek. El general tomó un cigarrillo, y el gra visir, haciéndose el pillín, como dicen en España, le ofreció fuego e un aparatito eléctrico. El general André encendió, y en ese momento e aparatito se puso á tocar el Vals des anglais. Y el cha, que esperab la sorpresa del general, con los ojos alegres, contentísimo: Jol Paris! Joli Paris!

Después, se puso hablar en persa con su ministro en París, el genera Nazare-Agha. Y éste tradujo al ministro de la Guerra: que su majesta estaba muy deseoso de conocer el nuevo fusil del Ejército francés, «e fusil con que V. E. acaba de armar tropas».

André se quedó asombradísimo, aún más que con lo de la cajita d música: «No hay ningún fusil nuevo—dijo—. Ya he tenido el honor d mostrar en persona á S. M. nuestro armamento, cuando nos visitó el añ pasado.» El cha, á quien se tradujo esa respuesta, pareció no dars bien cuenta de ella; pero para no darse por vencido, se puso un poc serio, y luego, dirigiéndose al ministro, sonriente: Joli Paris! Joli Paris!

Como le invitasen á ir á las maniobras, contestó que iría con placer pero cuando supo que había doce horas de ferrocarril, manifestó qu no iría, pues no le place viajar mucho en ferrocarril. No faltó e regalo. Ofreció al general André un estuche con una cigarrera—demá está decirlo—de oro y piedras preciosas, con su cifra grabada. Lueg fué la despedida. Antes de partir díjole el general el último oficia cumplimiento. El cha se puso á mirar las muchas condecoraciones d André. Y como viese sobre todas el cordón de la Orden del León y de Sol, su Orden, dijo, señalándosela, en persa: «La Orden del León del Sol no podría recompensar á un militar más ilustre, á un jefe má valiente, á un ministro más esclarecido.» Y luego, en francés: Jol Paris! Joli Paris! Mouzaffer-ed-Dine es un estimable filósofo.

En el lugar donde ha estado últimamente «en villegiature», u quiromante mundano consiguió que el potentado oriental le diese estudiar su diestra. He aquí el resultado: «La línea de cabeza de soberano es casi nula; sin embargo, es fina como un cabello femenino, indica aptitudes diplomáticas». La línea del corazón, por el contrario se desenvuelve majestuosamente, sembrada de islotes, de meandros rojos que indican pasiones carnales violentas y complicadas. La línea d vida es débil, pero prolongada; días largos y malestares constantes Su Majestad es glotón—¡aquí de las berenjenas!—y se inclina á hace trampa en el juego. El Monte de Mercurio tiene un desarrollo normal: s el cha no fuese un poderoso monarca, sería un comerciante de mérito Pero lo que está sobre todo en su real mano, es la línea de las artes Entre las manos «conocidas» la del pintor Carolus-Duran, es la que má se le parece. Si el cha pintase, escribiese, triunfaría. Y el cha no l hace. ¡El cha es un señor muy cuerdo!

No creamos en las quirománticas rayas, ni dejemos de creer. El ch será un gran diplomático natural, y desde luego más culto que s difunto padre, que se limpiaba los dedos, después de comer, en lo ricos cortinajes de los palacios en que se le hospedaba. Aunque l diplomacia y la buena educación pueden estar muy desunidas, como en e chino Li-Hung-Chang, de sonora memoria; pero, lo que es el protocolo gime por él á cada paso. El cha no admite programas, ni disposicione anteriores. Cada vez que se anuncia que ha de ir á alguna parte, él en el momento de subir al coche, ó al automóvil, da orden de ir otra parte. Il s’en fiche de M. Crozier, de M. Mollard, de todo e personal del palacio d’Orsay, y de M. Lépine, con su Policía. Como n habla más que persa, no conversa más que por medio de sus intérpretes y allá las cosas que les dirá de cuando en cuando. A pesar de l opinión quiromántica, no parece que el rey de reyes sea muy aficionad á las damas. Quizás será que, dueño y señor de tantas, allá en Persia se encuentra ahito. Sin embargo, ¿cómo no ha de haber encantado su alm de primitivo, su espíritu de Oriente, esta joya humana, este bijou con vida que se llama la parisiense? Yo me figuro que es esa una de la cosas que más le atraen en esta capital de atractivos. Joli Paris!

Taciturno, como cansado, lleva este hombre raro su vida de Camaralzamá moderno, contagiado, aunque no tanto como se quisiera, de la enfermeda occidental, de la fiebre de progreso. Trajo diez millones, com dinerito de viaje. Ya se le acabaron. No importa. Pedirá otros diez Compra todo lo que le gusta; y al bárbaro que hay en él le gusta, com al niño, lo que reluce, lo que hace ruido, lo que sorprende. Compr cajas de música, lámparas eléctricas, juguetes, espadas, bronces muebles. Compra pájaros disecados, anillos, medallones, escopetas automóviles. Sobre todo automóviles. Tiene ya como treinta, allá e Teherán. Los compra de todas las marcas. Los regala á sus ministro y á sus amigos. Para su uso particular tiene de los mejores, de lo hipogrifos que hacen una enormidad de kilómetros por hora. Se h llevado á uno de los mejores chauffeurs de París. Cuando sale co él, le dice: «Muy despacio.» Y el imperial auto, que es muy cómodo lujoso, no va más ligero que un carruaje cualquiera. El cha es un sabio.

Mouzaffer-ed-Dine es un sabio; daría seguramente todo lo que tiene po la camisa del hombre feliz. ¡Se aburre! He ahí su mal; no los riñones ni el estómago. El otro día decía un obrero parisiense al verle pasar «Le hacen falta cuidados. Si tuviese algunas «molestias», se molestarí menos.» Es la verdad. Tiene la desgracia del hombre á quien no l falta nada. Cuentan que el príncipe imperial, en tiempos de Napoleó III, un día que veía desde las Tullerías jugar á unos niños pobres bajo la lluvia, dijo á la emperatriz, que acababa de regalarle com presente de Noel una linda y rica colección de juguetes: «Mamá, yo t pediría otra cosa mejor». «¿Qué?» «Déjame ir á meterme descalzo, en es «hermoso lodo» que hay allí afuera ...» El cha no ha tenido hermoso lodos en su vida. Y ha tenido, en cambio, una existencia de honore continuos y placeres. Su soberbia, su gula, su lujuria, su cóler han estado siempre satisfechas. Es señor de vidas y haciendas. Tien harén y verdugo. No hay cosa que haya deseado que no la haya tenid inmediatamente. Si no ha tenido la luna, es porque no ha querido Seguramente no le ha picado nunca un mosquito, ni la pulga del cuent de Víctor Hugo. Hay mil ojos que velan sus sueños y que inspecciona sus vigilias. El oro y las piedras preciosas no tienen ningún valo para él. El amor le ha sido negado y la voluptuosidad le ha hartad y quebrantado. Alá le ha librado hasta ahora de los babistas qu asesinaron á su padre Naser-ed-Dine, y de los anarquistas de otra tierras. Y él se fastidia, se fastidia soberanamente. Viene á París, el pueblo le aclama, y se siente feliz, y toma una cantidad increíbl de naranja y se deleita con la leguminosa consabida. El puebl parisiense le ve pasar; le escribe cartas pidiendo todo lo que se pued pedir: le grita ¡viva! como á Krüger, como á Ranavalo, como á Cristina como á la reina de las lavanderas y como á cualquier rey de oros, d copas, de espadas ó de bastos ...

Joli Paris!

DIVAGACIONES SOBRE EL CRIMEN

El canónig Rosenberg-Montrose y el banquero Boulain han sucedido en la celebrida de las fuertes estafas á la novelesca madame Humbert.

Un canónigo que roba con la mayor sangre fría á estúpidos corderos, excelentes devotas, apoyado en la curia romana y ejerciendo de apósto del bien y de filósofo de una ideal Jerusalén, no es cosa trivial. As el banquero Boulain queda en segundo término. Es un vulgar escroc Los parisienses tienen con qué entretenerse mientras no haya otr escándalo de mayor fuste.

No hay duda de que esas sonoras fechorías tienen más de cómico que d trágico, con todo y dejar en la miseria á muchos infelices. Lo cómic está en que las víctimas son todas como las del «cuento del tío» engañados que han querido engañar, ó codiciosos que no han visto la orejas del lobo

Hay, pues, crímenes cómicos; lo que no es fácil aceptar, á pesar de la más bravas paradojas, es que haya crímenes bellos. Quincey, el comedo de opio, escribió un famoso ensayo sobre «El asesinato considerad como una de las bellas artes», que Gómez Carrillo ha hecho conocer e lengua española. Esta estupenda obra de humour, está paralela á l memoria de Swift sobre el aprovechamiento antropofágico de los niños Los artistas en crímenes no existen; talentos criminales sí hay, com sabuesos raros á lo Sherlock Holmes.

Muchos opinan que sí hay crímenes artísticos. Y otros, como Osmont afirman: Si se coloca uno exclusivamente en el punto de vista de l Moral, no hay, no podría haber ningún bello crimen. Las circunstancia contingentes que pueden dar algún lustre á una acción generalment culpable, deben aún excitar tanto más horror cuanto que parecen, segú la vieja metáfora que todavía le gusta á M. Prud’homme, flores qu tapan un abismo. Esta concesión hecha, confesemos—agrega—que hay mu pocas personas que se coloquen en el punto de vista de la moral pura que allí permanezcan.

Y aquí entra la cuestión del «gusto». Si se permite á alguna estétic mezclarse en la moral, el bello crimen existe evidentemente. Serí tan pueril negarlo como escribir—alguien lo ha dicho—que una flo envenenada no es nunca bella. Testigos el radioso acónito, el botón d oro, y entre otros, la digital, de purpurinas flores. Cuando un crime es de un profundo horror, á que no se mezclan motivos bajos, y que e cuadro en que se produce no perturba la emoción, es cierto, para e lector que no verá el horror directo de la sangre vertida y los gesto de agonía, que una especie de salvaje grandeza se mezcla á la tragedi verdadera y hay quienes aplaudirían como en la escena de un drama bie construído. El reciente drama italiano en que el conde de Bonmartin fué la víctima, es lo que llaman «un bello crimen». ¿Por qué? M Osmont dirá: Porque la pasión sola, ¡y qué pasión monstruosa!, h guiado la mano de los asesinos. El espantable riesgo que corrían lo culpables, si eran descubiertos, pues un hombre, y sobre todo un mujer de alto rango pierde, al mismo tiempo que la libertad y e honor interior, el respeto de los demás, y ese lujo habitual desde l infancia que llega á ser como una atmósfera; los dramas espantoso que descubre la catástrofe final, todo eso impresiona, desconcierta turba, agrada aún, de cierta manera. En ese crimen de Bolonia un figura surge que lo domina extrañamente: el senador Murri. Es virtud romana, ese coraje estoico, no podían producirse sino en un circunstancia semejante, desmesurada en nuestros menguados tiempos. como conviene en un drama en que la justicia eterna parece intervenir el crimen tendrá su castigo y la virtud encontrará su recompensa e el cumplimiento de su deber terrible. Pues—y esto para contestar la probable objeción—nadie, pienso, admira el «bello crimen» en sí Es una imagen de tintes violentos, un drama conmovedor. Su relació puede hacer una impresión estética. ¿Quién no ha admirado con espant los cuadros de tortura de los pintores españoles y las pesadillas d Goya? No quiero hablar del asesinato político. Aquí un elemento nuev aparece: la fe. Eso basta para elevar el acto al sacrificio. Con tod aun conviniendo en la existencia del «bello crimen», hay que decir qu es un espectáculo muy lamentable, y que no es una escuela de la cua se deban formar cerebros y corazones. Así, admirando en un libro, en un diario, ocasionalmente, el crimen de Bolonia, me parece que lo crímenes, bellos ó no, ocupan demasiado lugar en el periodismo y en l literatura. Ensangrientan cada página y perpetúan en el pueblo l concepción byroniana de la sublimidad del crimen y la elegancia d la desesperación. Se debería también mostrar la virtud, dejarla ve como es, de una belleza superior. Las ideas de Osmont, me seducen más lo confieso, que las originalidades estéticas y las desviaciones d la sensibilidad. El erudito Tomás de Quincey, «que á los quince año componía odas en griego y á los veinte había leído todos los libro antiguos», me parece que no andaba muy bien de la cabeza, con perdón d las opiniones de Baudelaire—otro que tal—y de mi amigo Carrillo.

No me meteré con los nietzscheanos; pero sí me referiré á los que, com M. Colah, en la cuestión opinan que á la palabra héroe se le puede da un obscuro reverso. Ciertamente, dice dicho señor, desde el punto d vista filosófico y moral el crimen es indigno de admiración; pero l imaginación, ante el éxito de ciertas hazañas malas, cae en un estad que no es otro que la admiración. Admiráis un héroe cualquiera por s audacia, la habilidad que ha empleado para franquear lo infranqueable el desprecio del peligro que ha mostrado en el cumplimiento de u acto de abnegación patriótica ó social. Es porque el asesino obr antimoralmente, que el valor evidente, las mañas increíbles, l insensata audacia, la terrible temeridad, las mil dificultades qu deben, en fin, componer un «bello crimen» y que se ha llegado dominar, ¿no son, por su asombroso éxito, dignas de un héroe? ¡E un héroe de la mala causa, pero un héroe! Lo que admiráis no es e desenlance, la escena final, sino las complicaciones casi borradas, lo peligros casi apartados, que preceden. Pues un «bello crimen» debe se seguramente trabajado, combinado, reflexionado, sabiamente premeditado y, sin embargo, trae después combinaciones cuyo triunfo es más ó meno aleatorio. Un drama de la miseria, el triste fin de un idilio amoroso el resultado trágico de una escena de celos, no pueden dar lugar á u «bello crimen», atendido que puede ser cometido bajo la presión y l ceguedad de la desesperación, de la cólera ó de la pasión.

Antes que M. Colah, J. J. Weiss, en el tercer tomo de sus Annale de Théatre, ha escrito á propósito del viejo melodrama Fualdes «Para el bello crimen, es necesario que el personaje criminal obre po temperamento y no por impulso fortuito y singular. Es necesario ademá que los detalles innobles que acompañan casi siempre un asesinato, sea excusados de algún modo de su ignominia, porque la casualidad los h disputado de manera tal, que parecen un esfuerzo del arte y como u contraste creado y arreglado por una retórica misteriosa de las cosas Es preciso que la culpabilidad sea demostrada hasta la evidencia que, sin embargo, se cierna sobre los motivos y sobre la ejecución de crimen un resto de misterio que se querrá siempre penetrar y que no s logrará nunca. Es necesario que los indiferentes hayan sido mezclados la historia de ese crimen, que no les toca de ninguna manera, por algú incidente trivial, por algún juego cruel de la suerte que inquietar la existencia, á ellos mismos, por un tiempo, ó por toda la vida. E preciso, si es posible, que toda una ciudad, ó toda una clase de l sociedad sea conmovida y turbada. Es preciso ... sería cuento de nunc acabar». El buen sentido de aquel crítico teatral que tenía much talento, salta á la vista.

No, no hay crímenes bellos, sino ante l filosofía de la crueldad y ante las razones del egoísmo, por má estéticos que sean. No hay crímenes bellos, como no hay enfermedades bellas

Solamente los médicos encuentran «hermosas llagas» y «lindos casos» Hay artistas criminales, como Benvenuto, y enfermos, como el auto de las Flores del Mal, que dan razón á las nuevas teorías de lo filósofos del delito.

En cuanto á la delincuencia bufa y á los crímenes cómicos, so indiscutibles. Los criminales de la estofa de la señora Humbert y de canónigo Rosenberg aguardan el libreto del vaudeville y son puestos e solfa. Son tipos que hacen resaltar los lados grotescos y malignament burlones de la criatura humana. Su obra gira alrededor de la concupiscencias y de las avaricias. Cierto es que muchos inocentes cae en sus garras; pero en la piel de cada cordero inocente hay con much frecuencia, en el mundo de los negocios, el alma de un pícaro lobo París, como Nueva York, como Londres, como Buenos Aires, dan albergu y vasto campo á los Carlo Lanza, á los Arton, á los Boulain, á lo Humbert-D’Aurignac. La última obra del antiguo jefe de Policía Macé, e rica en enseñanzas á este respecto.

En el crimen cómico suele haber sangre, com consecuencia; pero lo que más hay, es oro; el oro de los engañados evaporado en las cajas de los engañadores. Luego, la mayoría aplaude ríe, está casi de parte de los hábiles burladores ... «¡Ah!—decía algunos—¡Mme. Humbert es la mujer más grande que la Francia h producido, Juana de Arco comprendida! ¡Habría que elevarle un estatua!» Y hay más que lástima, sonrisas para los embaucados. Y es qu se cultiva, más ó menos, el arte de engañar.

He oído contar lo siguiente: «Hace poco, unos muebles Imperio, puesto en depósito en un hotel célebre, por un tapicero de mala fe, han sid vendidos para América por una fuerte suma.—¡El mobilier de l emperatriz Josefina—decía una réclame—, histórico, herencia d familia», etc.! El mobilier de la emperatriz venía de la calle de l Pépinière. Un marqués ha cobrado una buena comisión, y un periodist otra. Esas son prácticas corrientes. Se sonríe con indulgencia .. Desgraciadamente, el «americano» se hace raro ... Comienza á desconfiar.

LIBRO II

BAMBINI DE SUFRIMIENTO

Quisiera dedicar estas líneas á los niño italianos del Río de la Plata; pero diré en ellas algunas cosas que su inocentes espíritus no podrían comprender y que sus frescos corazone no deben saber. A los corazones de sus padres hablaré, á los espíritu de sus padres me dirigiré.

Hace ya mucho frío, á la entrada de este invierno, que se anuncia e más fuerte y cruel, dicen los sabios, que desde hace cincuenta año haya habido. Una noche de éstas, en que el aire sopla, flagelando, po el puente del Louvre, sobre el Sena, que refleja el oro y sangre de la luces amarillas y rojas, fantasmales á través de la neblina, sentí qu corría tras de mí una vocecilla tímida: Mosiú, mosiú! ... Se acercó u pequeño punto blanco, que tenía en los brazos otros bultitos blancos La luz del próximo farol me hizo ver que el bulto era un pobre niñ y los bultitos estatuítas y figuras de yeso. Su francés, sus ojos su cara, su vivacidad, su mercancía, decían de dónde era el infanti vendedor que iba desabrigado, en la bruma y el frío, en busca de uno cuantos céntimos. Era una de tantas víctimas de la trata de niños, má horrible que la trata de mujeres; era uno de esos infelices de lo rebaños de exportación en que Italia ha tenido desde antaño triste privilegio.

Ya le habían enseñado á mentir.—Combien?Si fran. Le di uno sous y le dejé perderse en la noche parisiense.

He visto más; he visto lo que creía que y no existía sino en los viejos cuadros, en los viejos grabados: he vist en ciertos barrios de París el antiguo pifferraro y el organillo la mona vestida de colorines, y la linda italianica, ya casi púber que danza al són del violín y recoge después en un plato las limosna de los curiosos. Y existen aún, aunque en menor escala que antes los saboyanitos de los melodramas y de las romanzas. Y el horribl mercado de la prostitución pueril, la importación de niñas, por inicuo proxenetas de ambos sexos, que no temen exhibir su especialidad e pleno bulevar. Pero no trato de este tópico, en que actualmente l Policía se ocupa, y los miembros de la liga—¡quizá inútil!—de la mora urbana. Eso pertenece á la «trata de blancas», denominación que u japonés amigo mío encuentra, con justicia, exclusiva, «pues de mi paí y de la China se ha exportado mucha carne amarilla á los Estados Unido y á otras partes». Me circunscribo, pues, únicamente, á la explotació de niños italianos que aquí se hace, y contra la cual, felizmente acaba de formarse una asociación que ojalá encuentre apoyo en toda partes en donde se encuentre unun alma italiana, ó que abrigue simpatí por Italia. Por esto, si estas líneas mías lograsen producir algú buen movimiento entre vosotros—¡así fuese el de mis lectores!—quedarí más satisfecho de ellas, que de un bello poema ó una hermosa página literaria

No hay nada más horrible que la esclavitud de estos bambini; no ha nada más lastimoso que la existencia de martirios que les hacen padece los hombres viles que les tratan como á bestias productoras. ¿Qué digo Peor que á los perros. Esta infamia habría continuado sin ser advertid por la generalidad, si el Sr. Paulucci di Calboli, secretario de l Embajada italiana de París, no hubiese llamado la atención en artículo publicados en importantes revistas. A él, pues, y á otros hombres d corazón y buena voluntad, se debe que ahora se trate de favorecer l suerte de esos niños, florida carne itálica, flores de sangre latin que, si escapan de una muerte casi segura, es para caer en poco tiemp en la degradación de todos los vicios y en la posibilidad de todos lo crímenes. Después se dice: El asesino Tal, italiano; el asesino Cual italiano. ¡Es claro!

Los mercaderes de sangre y carne humana va á las pobres aldeas lombardas, á todos los lugares de la Romaña, todas las provincias del Mediodía, en busca del productivo gibier Les visten de harapos, los acuestan sobre la paja, como animales, co abrigo insuficiente, y les dan de comer bazofias inmundas compradas po nada, ó simplemente patatas cocidas, ó fritas en grasas innominables atroces polentas, ó pan solo á veces, duro é incomible. Luego lo mandan á vender las estatuítas, y les señalan una cantidad «qu irremisiblemente deben traer» por la noche, so pena de recibir azote y bofetadas. La escena es igual á la que en su novela Sin Familia pinta Héctor Malot. Donde dice musiquitos, poned vendedores, y es lo mismo

Es en un desván de la calle Lourcine, alrededor de una parrilla en qu hierve una olla, cerrada con un candado para que los niños no pueda intentar calmar su hambre. Los musiquitos entran, depositan arpas violines y flautas. Garofoli, el padrone, los hace ponerse en fil delante de él: «Ahora, á arreglar cuentas, angelitos—dice, y á un seña, un niño se acerca—. Tú me debes un sou de ayer, y me ha prometido dármelo hoy: ¿Cuánto me traes?» El niño vacila largo tiemp antes de responder; se pone rojo. «Me falta un sou.» «¡Ah!, te falt un sou, ¿y me lo dices tan tranquilo?» «No es el sou de ayer, e uno para hoy.» «Entonces son dos sous. ¿Sabes que no he visto otr como tú?» «No tengo culpa.» «Dejémonos de tonterías, bien conoces l regla: quítate la blusita: dos golpes por ayer y dos por hoy, y ademá nada de patatas, por tu audacia. Ricardo, toma el azote ...» Y Ricard toma su azote de cabo corto, que termina en correas de cuero co gruesos nudos.

Tal es la escena que se desarrolla, más ó menos dura, en París, e innumerables, sórdidos habitáculos, en que los alojan esos comerciante en figuritas; abominables yeseros, más ruines que los comprachicos puesto que desfiguran y mutilan también el alma de tantos desventurado italianitos. Y todavía hay excelentes burgueses, rubicundos ciudadano patriotas, que al verse importunados, cuando toman su ajenjo en un terraza, por uno de esos niños de hermosos ojos, «se sublevan contr esos «extranjeros», que vienen á comerse el pan de los franceses», com dice un periodista.

En un ya viejo keepsake, oloroso a alcanfor del mueble en que ha estado por tantos años, y que habrí ilustrado con su delicioso arte la adorable Kate Greeneway, h encontrado las impresiones de una sentimental y culta señora, Mme Louis Janet, sobre los pobrecitos pifferari. Dice que le interesaba profundamente esos niños y niñas que iban por las calles, no por s arte rudo y su pintoresco atractivo, sino «desde el punto de vist de la humanidad». «Vedlos en cualquier tiempo que haga, recorriend las calles más frecuentadas, los bulevares ó los grandes paseos de l capital: su rostro hace una mueca, bajo el canto que su boca enton y la miseria traspasa los pliegues de sus escasos vestidos, así com se ve sobre los rasgos ya marchitos, ó casi, por las fatigas de s oficio penoso». ¿No es penoso, en efecto, el cantar á toda hora, canta siempre, cantar á pesar de todo? ¡Eso hacen esos pequeños desgraciados Y eso con un aire tan profundamente forzado, con un sentimiento d obediencia tan grande, que se adivina en seguida que en medio d la muchedumbre que les rodea, muchedumbre compuesta de curiosos e apariencia, hay ojos de Argos que velan sobre ellos, y brazos listo para golpearles, «si no desplegan todos sus medios» ó no usan toda las gracias y habilidades de su edad para obtener la ligera ofrend de los asistentes. En efecto: la mayor parte de esos niños que o parecen abandonados á sí mismos sobre la vía pública, van acompañado de sus padres, que calculan las ganancias del día y preparan las de siguiente. Y cuando digo acompañados debería decir seguidos, pues lo padres, en ese caso, afectan no conocerlos. Les siguen de lejos, com indiferentes, se detienen cuando los niños se detienen, y algunas vece hasta dejan caer unos céntimos en el plato de la cantadorcita ó de joven artista, para que esa munificencia sea imitada por el público que por naturaleza es un poco mouton de Panurge. Hoy, más que los padres, encontraría Mme. Janet á los empresarios. Empresarios d vendedorcitas, de pifferari, y de deshollinadores de chimenea, lo ramoneurs, que también tuvieron su tiempo en las leyendas y en lo cuentos. En cuanto á las núbiles cantadorcitas ó modelos, tienen otr fin, en la corrupción cosmopolita y gastada de la vasta capital

El romanticismo doró la vida de esta mísera infancia esclavizada. Y es el bonito pifferaro solo, con su sombrero puntiagudo, sus negra pupilas, su sano rostro de niño de país solar, y su indumentari convencional, sentado sobre una roca del camino, como un pastor soplando en su flauta; ya es el grupo errante de tez morena, una niña como de catorce años, toca la pandereta; otra, más pequeña, el violín y un niño semejante á un San Juan de retablo, tiende su sombrero co ambas manos, en demanda del óbolo de los transeuntes. O ya en e cuadro de Haquette, canta el viejo ciego, y el niño, un amor que sopl convencido, le acompaña en su flauta, ante unos marineros y una viej que escuchan serios, conmovidos, atentos. Todos esos niños románticos tienen frescas caras de flores y de frutos, parece que un deus artístico más que otra cosa les animase; cuando más, es una miseri de convención y llena de cierto encanto, la que representan. Se dirí que están para aparecer en una escena del Chatelet, ó que posan ant un pintor. ¡Cuán lejos de la realidad! Casi no hay pobrecito de esto que venden yesos que no revele en su rostro, en sus harapos, la negr vida que pasan. Los ojos de Italia brillan en sus ojos, la luz de l divina península; sonríen á veces y ríen, en la inconsciencia de l infancia; pero sus rasgos están atajados, más ó menos, según el tiemp de martirio que lleven; se podría también calcular ese tiempo por l que dicen sus tristes cuerpos delgados, á través de los andrajos, á menudo la chispa del sol italiano en sus miradas, se confunde co la llama de la tisis. Los niños menores, los pequeñitos, son los qu dan más lástima. Los crecidos, los hombrecitos, los que han pasado vencedores de la tuberculosis, quizás no reciben ya golpes ... Los ha que dicen en sus gestos y en sus palabras la independencia próxima, l fuga al trabajo libre ó al crimen

¡Ah!, ¡si la liga que hoy se funda pudiera remediar en alguna manera l perra suerte de estos sin ventura! ¡Si en Italia, en Buenos Aires, e Nueva York, en Chile, en la República Oriental, en todas parte dond los italianos y los amigos de Italia pueden hacer algo, se ayudase á l liga para lograr la libertad de estos niños, para encaminarlos á un vida de trabajo y de energía, para arrancar de la muerte ó del presidi de mañana á estos tiernos seres!

Sería una obra de bien. El Gobierno francés, estoy seguro que ayudarí con leyes y disposiciones oportunas, y el siglo xx quitarí del mundo una enorme infamia del pasado.

FRINÉ

Han pasad los primeros números del programa: anglo-sajones forzudos, atletas d Inglaterra, equilibristas y malabaristas exóticos, tiradores yanquis cantantes cómicos italianos. El Olympia brilla en el día que lo forma las profusas lámparas eléctricas. Los palcos se enfloran de belleza lujo. Una gallarda dama argentina descuella entre las hermosuras; hay gracias inglesas, españolas, rusas, en la muchedumbre cosmopolita Cancionistas napolitanos lanzan sus canciones de Santa Lucía Piedigrotta en un extremo del promenoir poblado de cocotas. En lo bars laterales, al lado de ocasionales compañías, encendidos britano se hacen servir whiskies y sodas. De pronto el timbre suena y todo e music-hall se conmueve. Ha pasado el entreacto y va á comenzar e ballet, en que resplandece é impera la Reina de las Cortesanas, l Princesa de las Hetairas. «Friné la griega, ó sea Cleo la parisiense la perilustre y famosa Cleo de Merode». El telón se ha alzado, y en e silencio que se ha hecho comienza la narración musical que acompaña l mímica de los actores. Es el taller de Praxiteles. El artista está e su labor, mas se desespera de no poder realizarla tal como lo sueña Desea encarnar á la celeste Venus Afrodita, pero no encuentra el model que para él sea digno de representar á la divina persona. Nervioso rompe lo que ha comenzado á plasmar, y se echa en un lecho de reposo Llegan sus esclavas con flabeles, á cuyo soplo se duerme. Entonce tiene un sueño. Los faunos y los eros de mármol que pueblan su talle se animan de repente. Él habla á los semidioses y les ruega interceda con la Emperatriz del Amor para que pueda encontrar el ansiado modelo Se llevan flores y dádivas votivas al altar de la diosa, y ésta surge luminosamente desnuda, en tordaut ses cheveux y ofrece al escultor l realización de sus ensueños. Praxiteles despierta.

Un són de flauta. Por la calle pasan unas cuantas citaredas, flautistas tocadores de sistros y de liras, y en medio de ellas Friné-Cleo,


citarista, dulce hija
del Archipoeta rubio,
 

según la palabra del delicioso Góngora. Y es la primera aparició de la admirable beldad. La ve pasar, por la ventana, en un gracios y encantador cuadro de la vida antigua. Hácela llamar Praxitele y ella consiente en ser su modelo. La entrada súbita de un viej heliastro libidinoso turba la amable escena. La cortesana rechaza la proposiciones del intruso, y queda con Praxiteles, para el arte y para el amor

Luego es una fiesta en casa de Friné, una maravillosa orgía, llen de perfumes y de música; danzarinas fenicias, mimas griegas, alegre bellezas de Persia, de Egipto y de Asiria, contribuyen al gozo. Y lleg disfrazado de príncipe extranjero, el viejo heliastro, seguido d esclavos que conducen cajas de oro y joyas que ofrecen á la hetaira e cambio de sus caricias. Friné se adorna con las nuevas joyas, invita a príncipe á la fiesta—un ocurrente inglés dice tras de mí: The king o the belgiaus!—y Cleo de Merode danza, danza rítmica y mágicamente de manera tal que su hechizo conquista á la sala entusiasmada. E falso príncipe quiere abrazarla y cae; á pesar de su disfraz se l reconoce, y huye, jurando vengarse. Después en el Areópago, entr la gran muchedumbre pintoresca, al són de las trompetas, ante la sacerdotisas minervinas, sacerdotes, guerreros y jueces, comparec acusada de sacrilegios contra Venus la deleitable Friné. Ella v apoyada en el brazo del escultor, y danza, danza de nuevo, danz suave, rítmica y mágicamente, de manera tal que su hechizo conquist á la sala entusiasmada. El tribunal de heliastros vacila, y entonces con un bello gesto, Praxiteles arranca el velo que cubre la perfect forma femenina; Venus aparece en lo alto; la luz inunda el recint doblemente, haciendo resaltar la incomparable euritmia de esa carn insigne, y la cortesana va libre, en la apoteosis, entre las danzas músicas, liras, sistros, crótalos, tamboriles, al resplandor de lo cascos, de los puñales, de las corazas. Rosa de las rosas, belleza d las bellezas. Es cierto, una gloriosa y magnífica evocación, y lo hermanos Isola hacen así un dón de poesía viviente y deslumbrante a abrumado habitante de un París de automóviles y «metropolitanos», cad día más americanizado.

Pero, ¿es en verdad Mlle. Cleo de Merode la maravilla celebrada por l Fama? Cleo de Merode es, en verdad, la maravilla celebrada por la Fama Yo la he visto en muchas ocasiones, y noto que ahora está un tant delgada; mas esta señorita célebre es el más lindo poema plástico qu anima la vida en este reino de encantos

Su retrato lo conocéis, como todo el mundo lo conoce; su cuerpo e aquel portento que perpetuó el pulgar de Falguiére en su voluptuos danza. Entre las bellezas de París, la española Otero se impone, quizá demasiado imperiosamente; su grande y firme anatomía se fija en gesto duros; hay en ella rudeza, violencia; vestida de reina, se piensa e que Teodora no pudo olvidar sus bajos orígenes. La italiana Cavalieri en cuyo rostro dorado del sol latino brillan penetrantes ojo embrujadores, es también un tanto zahareña. Cleo de Merode es alta fina, armoniosa; hay un perpetuo ritmo en su grácil figura tanagreana Nadie como ella posee la seducción de la actitud y el arte del ademán Sus gestos son siempre llenos de gracia, y parece que siempre hubies una flauta invisible que guiase sus movimientos, la magia de su brazos y de su cuello, la cadencia alada de sus pasos. Posee asimism la ciencia del vestido, el conocimiento del accesorio que realza s hermosura, y sabe expresarse como nadie en el doble y soberano lenguaj de las miradas y de las sonrisas. Finge en insuperables mímicas lo más variados sentimientos, y su boca y sus ojos iluminan y acentúan l música de los actos. Mas sobre todo está su sonrisa única.

El más falso de los pudores se adorna de inusitadas apariencias. Est pagana tiene un rostro de madona de primitivo. Esta sacerdotisa de placer es semejante á una virgen de fra Angélico. Bajo las alas negra de su famosa cabellera botticellesca mira angelicalmente; y siendo e más ilustre instrumento del Católico Demonio, aparece, por la manera d inocencia, por la dulzura del dibujo labial y la casi infantil mirada como una adorable Nuestra Señora de la Sonrisa.

CHEZ HUGO

He id recientemente á ver el museo Víctor Hugo, y á observar si hay fieles e el templo. Está situado en la casa que habitó el maestro en la plaz des Vosges. Sabido es que el museo—hecho a l’instar de la «casa d Shakespeare», y de las de otros inmortales—ha sido formado gracias á l consideración y al afecto y admiración invariables de M. Paul Meurice amigo y discípulo de Víctor Hugo. Él ha puesto en su obra todo s entusiasmo, y una minuciosidad que, por algunos lados, no ha dejado d despertar críticas. Por ejemplo: «Muela que Víctor Hugo se sacó en ta fecha.» Yo no he visto, por otra parte, tal muela.

A la entrada, un gran busto del poeta. Desde las escaleras, cuadros qu representan escenas de sus dramas, de sus poemas, de sus novelas, de s vida. Desde luego, las numerosas ilustraciones de Rochegrosse, las d Boulanger, J. P. Laurens, etc. Después, fotografías, caricaturas, tod la enorme iconografía hugueana desde los primeros tiempos, desde l niñez hasta el fallecimiento, hasta la admirable cabeza que fotografi Nadar y pintó Bonnat, sobre el lecho mortuorio. Hay vitrinas co objetos usuales, la casaca de académico, la de par de Francia una casquette, un bastón riquísimo, en cuyo estuche se lee est dedicatoria: Benito Juárez a l’illustre Victor Hugo.

Se ven medallas, plumas, cartas, autógrafos de hombres histórico dirigidos al poeta. Hay un pedazo «de pan del sitio», y en una caja cuatro grandes mechones de cabello, que indican toda la duración sola de esa vida.

Cabellos rubios, del seminario de Nobles de Madrid; cabellos del «niñ sublime», de París; cabellos más obscuros, del autor de Hernani del joven y radiante conquistador del Romanticismo; cabellos grises cabellos del luchador, cabellos de las tempestades de las Cámaras de las agitaciones políticas, cabellos del «Año terrible», y de «Lo castigos»; cabellos blancos, cabellos de plata, cabellos de Guernesey cabellos del «Arte de ser abuelo», cabellos del anciano glorificado del papa lírico del mundo, del venerable patriarca del pensamiento cuya desaparición conmovió la tierra y cuyos despojos fueron velado por París en el más grandioso de los catafalcos, el Arco del Triunfo.

En una pequeña mesa, cuatro tinteros y cuatro plumas: de Lamartine del viejo Dumas, de George Sand y del dueño de la casa. El cual, com es fama, se complacía en curiosas labores manuales y chinizaba japonizaba aun antes que los Goncourt. Ahí está una chimenea decorad por él, orientalmente, y muchedumbre de panneaux coloreados y dorado de modo hábil y pintoresco

Son caprichos de mandarín, visiones chinescas, animales fabulosos fragmentarias pagodas, inauditos dragones, cómicos personajes de Imperio Celeste, flores raras, juegos decorativos de líneas y d figuras, hecho todo en tablas, uno como pirograbado y policromo, de l más interesante inventiva. Y cuadros y retratos, y más cuadros y má retratos. Sobre todo llama la vista y la meditación la obra pictórica de Hugo.

Habrá un libro muy importante y profundo el día en que un artist pensador escriba el que merecen las concepciones gráficas del altísim poeta de Francia.

Es en los dibujos, es en el Víctor Hugo pintor en donde se completa l personalidad portentosa del rimador formidable y profético. Solament en Turner, en Blake, en ciertas cosas de Piranesso, se percibe l cantidad de ensueño y de misterio que en las visiones manifestadas po Hugo en tales páginas de un «romanticismo» eterno y transcendente Ruinas, fantásticos palacios, orientalizaciones fastuosas miliunanochescas, construcciones extrañas que son como amontonamiento simbólicos, cielos funestos, claros de luna ilusorios, concrecione de nocturnos espantos, deformaciones de sombras y estallidos blanco de luces, abracadabrantes arquitecturas, resurrecciones del pasad y suposiciones del porvenir, el ensueño, la pesadilla, el horror lo grotesco y lo arabesco, lo incógnito del arte, está revelado e las realizaciones pictóricas del prodigioso Padre. Y es tan vasta s fachada notredámica verbal y literaria, que no percibe el mundo si fijarse, los festones y astrágalos que su pluma en recreo se complací en prodigar, sirviéndose para sus efectos extraños de tintas diversas del carbón, del café, del café con leche, del pabilo quemado, de tod lo que encontraba á mano la suya, acaparadora y eficaz.

Y luego, he ahí el arcaico lecho en que murió y los dos retratos de lo nietos en la cercana chimenea, y el alto escritorio en que trabajaba d pie al levantarse, siempre matinal. Se siente en el ambiente gloria. Lo visitantes no son muchos. Uno que otro extranjero. Papás que explica en voz baja á sus hijos la significación de objetos y documentos algunos obreros, pues es hoy día domingo, y dos artistas, por e aspecto sajones, que toman apuntes en la sala de los dibujos. Al sali del dormitorio veo en una mesa, bajo un cristal, un papel en que e poeta declara que él pertenece á un partido que todavía no estab formado, pero que formaría el siglo xx el partido de que nacerían primero los Estados Unidos de Europa después los Estados Unidos del Mundo. Es una idea que concretan largo párrafos expresados en varias obras, sobre todo en sus páginas sobr «París». No olvidemos que más que el Pensador era el Gran Soñador .. Y á pesar de su orientalismo, no previó al Japón de 1904, y al que seguirá.

PSICOLOGÍA DE LA POSTAL

Sobre m mesa de labor, un buen montón de tarjetas postales, de España y de l América Latina. Son envíos para el consabido autógrafo. Esto es usual y no me hubiera dado tema para estas líneas, si no hubiese entre ella un retrato de M. Combes ... ¡Una señorita que me manda, para que l escriba yo algo, el retrato de M. Combes! El curioso colmo me hac fijarme en los asuntos de las otras tarjetas, y, á través de ellos procurar ver la personalidad de mis desconocidas y amables amiga lejanas. Hay en esos cartoncitos ilustrados, las más variadas figura en que sospechar diversos caracteres y espíritus.

... He aquí una cubana que envía una escena galante, de «fiest galante», en un paisaje versallés, cerca de los boulingrins y de la diosas de mármol. No hay duda, la señorita que eligió esa tarjeta s complace en Watteau, gusta del siglo de las elegancias, quizás ha leíd á M. De Nolhac y á los Goncourt ... Para un baile de trajes, elegiría l cabellera empolvada, el rico faldellín, el prestigioso guardainfante el recto corsé de pico. De la Argentina, he aquí un envío completament septentrional. Hay un paisaje de nieve. Enmarcada de hojas de pino se mira en el centro la floresta despojada, los árboles escueto en lo rudo del invierno. Solitaria, una cierva se destaca sobre e blanco fondo. Me parece suponer que no es una rubia, nostálgica de la regiones del frío, la que me manda esta tarjeta; antes bien: una brun y ardorosa meridional que, por el amor del contraste, piensa en lo países de las willis, en las baladas nórdicas.

Esta otra envía una escena de campesinos amores. Mas su pasión rura más bien se me asemeja al elegante idilio de un soñado Trianón, de u refinado hameau en donde marquesas pastoras llevan cayados adornado con sedas y flores. Todo esto es también muy equívocamente sentimental muy siglo xviii.

He aquí un grupo que indicaría preferencias británicas, si no s tratase de una señorita cuyo nombre es absolutamente español: es u grupo de perros. Debe ser la niña amante de los sports, encariñad con tontons y demás animales preferidos por la mundana zoofilia ¿Le copiaré una frase de Buffon, ó alguna ocurrencia byroniana Muy maliciosa ó muy inocente la que ha elegido para solicitar u verso, el retrato de una de las más renombradas hetairas de est pecaminoso París ... ¿Sabe ella de quién se trata? ¿Ó demasiado dueñ de su inteligencia, osa á todas las sonrisas y se declara tan sól adoradora de una plástica perfecta? Hay otras que, simplemente y po seguir la moda, mandan la primer postal que tienen á mano: estatua vista, panorama ó edificio de su ciudad. Una me remite una postal d La Nación: «La Uruguay en el puerto de Buenos Aires, trayendo l expedición sueca.» Tal señorita debe ser seria, reflexiva, entusiast por las glorias de su patria, y en su hermoso rostro debe reflejarse l llama de los orgullos nacionales. Y soñadora, muy soñadora segurament la que ha recogido un bello rostro femenino, de rêve, que se perfil sobre la superficie de un mar tranquilo en cuyo horizonte se percibe vagas velas. ¿Será aún, influencia por Quo vadis?... ¿la que h preferido el retrato de la dulce Mieris en su papel de enamorada d Petronio, y la que envía una escena romana que se diría ilustració de la «famosa» novela?... De buen humor es la que eligió dos rolliza holandesas risueñas, cerca de un molino, y de preferencias trágicas l que se aficionó á una tempestad en el mar, el cielo rojizo, las ola en furia y una barca en peligro. Sentimentales, vanidosas, ambiciosas caritativas, maternales, sutiles, románticas, sensuales, misteriosas se revelan otras. Sus gustos dicen sus almas; al menos que, tratándos de mujeres, no digan las significaciones todo lo contrario.

Ésta que eligió una escena de soledad, amará el bullicio de la calles y de los paseos, la alegría convencional de los salones, la exhibiciones del lujo, los triunfos de belleza en aristocrática justas. Aquella que envía una escena cómica, será quizás grave triste. La que manda un barco sobre las olas no se habrá embarcad nunca y desdeñará los viajes. La que quiere una estrofa para un Rome y Julieta, será frívola, ligera y poco fiel en el amor. La que enví un clair de lune alemán, tendrá los más lindos ojos negros y la má sonora risa argentina ... La que escogió una cara de viejecita, tendr la suya fresca como una corola de rosa, y la que dió su preferencia un corazón entre la nieve, tendrá el suyo ardiendo en la llama de l más divina de las hogueras.

Pero la que me mandó á M. Combes, me deja completamente estupefacto.

LA GLORIA DE TARTARÍN

¿Recordáis el apogeo del ilustre héro de Alphonse Daudet, del pequeño Quijote, del incomparable personaje qu tiene por nombre Tartarín de Tarascón?... Sus aventuras, su vida, s renombre, excitaron grandemente los nervios de sus conciudadanos .. Imaginaos á los habitantes del lugar de la Mancha «de cuyo nombre n quiero acordarme» furiosos contra D. Miguel de Cervantes Saavedra ... toda proporción guardada. Mal asunto para la piel de Petit-Chose s llega á pasar una temporada en la tierra natal de su héroe preferido Hubo «fumistas» que en algunos hoteles tarasconeses firmaron en lo libros de registro: «A. Daudet». Unos tuvieron que huir ante un tempestad de garrotes; otros tuvieron que arrojar, y pronto, la máscar y declarar su identidad, y alguno pagó en sus espaldas la peligros usurpación de gloria ... Daudet no se detuvo nunca entre la amenazador gente. «No—decían los tarasconeses—, Tartarín no ha existido y Daude se burla de nosotros ... Zou! Froun de l’air! ¡Que no venga por aquí porque le saldrá cara la invención de ese falsificado personaje!» miraban como una profunda deshonra la caza de las gorras, el estupend baobab, la aventura del león y aquel sublime camello familiar qu merecería una estatua ... Mas el tiempo pasó y la cólera meridiona se fué aplacando. Turistas de diferentes puntos de la tierra, cuand oían gritar en la estación: «¡Tarascón, tantos minutos!», descendía é iban al hotel más cercano. Luego salían á recorrer la ciudad preguntaban por todo lo que tenía relación con Tartarín, por Bravida por Bezuquet, por el excelente Pascalón ... Luego solicitaban visita la casa de Tartarín ... ¿No se busca en Florencia el sasso de Dante en Stradford-on-Avon la casa de Shakespeare, en París la tumba d Napoleón?... Al principio Tarascón protestó ... Pero el turismo dej dinero; y después de todo, los tarasconeses serán ingenuos, sonoros ruidosos, pero no tontos ... Y meditaron que lo mejor era sacar partid de la que les había hecho Alphonse Daudet. Y de pronto los viajero empezaron á estar bien informados. Todos los héroes vivían. Pascaló era aquel vecino de la esquina; Bezuquet, el de más allá.

Y no se sabe si alguien importó un verdadero baobab enano que er mostrado con gran contentamiento de la clientela ... Y las propina llovían. Varios Tartarines auténticos surgieron ... Con fuertes bota y gran sombrero, rugía éste: «¡Tartarín soy yo!» Y otro barrigó y mofletudo, con todo el aire requerido, aseguraba por allá confidencial: «¡Yo soy Tartarín!» Y la victoria completa había d llegar ... Ella se acerca; Tarascón, como todo pueblo que se respeta tiene sus tarjetas postales ilustradas, y acaba de lanzar una: L maison de Tartarin. Los manes de Daudet se estremecen de satisfacción El hombre representativo de un pueblo, de un país, tal vez de una raza entra en la apoteosis de la gloria verdadera ... ¡La casa de Tartarín Quien la ha visto, así la describe dignamente

Elle surgit dans le soleil craquant de cigales la maison du baobab et des armes empoisonnees: elle montre un ai exotique et national, débonnaire et terrible... Le mistral l’assaill et la bombarde, apportant la rumeur d’épiques aventures. Regarde là!... Les ils-de-buf, sous le larmier cherchant au loin l’Afrique le desert couleur de lion... La porte où tombe une flaque de lumièr baille sur l’ombre redoutable du corridor. Prenez garde! il va sortir!

Ya lo veis. Más tarde no habrá discusiones como sobre Homero. Tartarí es definitivamente de Tarascón. Dentro de siglos—si Daudet vive—habr comentadores que estudiarán esa tarjeta postal. La existencia d Tartarín no se pondrá en duda de ninguna manera. Hay hoy viajeros qu recorren la Mancha y hacen el itinerario que siguió en sus salidas e primero de los Caballeros andantes. Si apareciese la bacía que tuv el honor de ser yelmo de Mambrino, tened por seguro que encontrarí comprador. Y Don Quijote es más bien un personaje real que un sé creado por la imaginación del portentoso Manco. Es tan real como e Cid. Con Tartarín, en su esfera, pasará lo propio. Y esa fotografía d su casa es ya el comienzo de una real inmortalidad ... Tendrá más suert que Guillermo Tell. En Cumas he visitado el antro de la Sibila. E Grecia una isla es un ilustre barco petrificado. Se muestra el Parnas en donde se recrean las musas, y el Olimpo en donde se juntaban lo dioses. El tiempo ayuda con su lente y la fantasía con el suyo. M prometo un viaje á Tarascón. Y veré si consigo á cualquier precio una ramitas del legendario baobab. Haré con ellas un buen regalo á cada un de nuestras repúblicas hispano-americanas ..

EL CASO DE M. SYVETON

M. Syveton era un modesto profeso de provincia, nacido para la apacible función de enseñar las Bella Artes. París le atrajo, y en París se dedicó á la crítica literaria Todo lo abandonó por una ocupación más importante: salvar la Francia Aquí, como en todas partes, consagrarse á salvar el país hace llega pronto. ¿Adónde? A veces, á excelentes situaciones; pero, á veces, a ridículo, y á veces, á la muerte. Entró, pues, el antiguo profesor d liceo en pleno campo de la política. Tenía condiciones. Era simpático las gentes. Sabía dar fuertes puñetazos. Cuando presentó su candidatur por la circunscripción de que yo soy vecino, se encontró en la call con el candidato rival. No queriendo gastar sus razones, le apaleó. Er amigo de los políticos elegantes que hace algún tiempo le rompieron e sombrero de un bastonazo á M. Loubet, presidente de la República. Com se ve, era profesor de energía. Su último ruidoso acto fué la bofetad que en plena Cámara dió al general André, anciano de setenta y cinc años y ministro de la Guerra. El cual tiene un hijo que es teniente Alguien recordó á éste la historia de Mío Cid.


Cuidárades que es mi padre
de Lain Calvo subsesor ...
 

M. Syveton fué acusado, y el día anterior al de su comparición ant la justicia fué encontrado muerto. Se culpó á la chimenea, al óxid de carbono, como en la desgracia Zola. Coppée, Daudet, Boni d Castellane gritaron: «¡Le han asesinado!» Los otros dijeron: «¡Suicidi político!» No pocos: «Ni asesinato ni suicidio; la casualidad, l fatal casualidad.» Era justo pensar: de todas maneras, el que quier dedicarse á la política en Francia tendrá que suprimir la calefacció en su casa ...

Si D. Francisco de Quevedo y Villegas hubiese estado á la sazón e París, de seguro que habría murmurado una de sus más célebres picantes letrillas:


Cuentan de un corregidor
Nada bobo,
Que siempre que al buen señor
Acusaban muerte ó robo,
Atajaba al escribano
Que leía la querella,
Diciéndole: «Al grano, al grano:
¿Quién es ella?»
 

Y el caballero del hábito de Santiago no hubiera sido acertado en e caso presente. Un odor di femina impregna ya toda esa dura tragedia M. Syveton ha muerto por una mujer. Estamos en el imperio de l mujer ... Tras toda cosa, hasta en los asuntos políticos, se oye e frou-frou de una falda femenina.

Tended la vista hasta ayer no más. Por una mujer muri Gambetta, por una mujer se suicidó Boulanger, por una muje sucumbió amorosamente el presidente Félix Faure, po una mujer se ha matado M. Syveton ... El caso de M. Syveto no deja de tener su literatura: es el de Fedra al revés.


Le ciel mit dans mon sein une flamme funeste,
 

hubiera podido exclamar el desgraciado Y antes de desaparecer:


J’ai voulu devant vous exposant mes remords,
Par un chemin plus lent descendre chez les morts.
J’ai pris, j’ai fait couler dans mes brûlantes veines
Un poison que Médèe apporta dans Athènes.
Déjà jusqu’á mon cur le venin parvenu
Dans ce cur expirant jette un froid inconnu:
Déjà je ne vois plus qu’á travers un nuage
Et le ciel et l’époux que ma présence outrage:
Et la mort, á mes yeux dérobant la clarté,
Rend au jour qu’ils souillaient toute sa pureté.
 

M. Syveton ha desaparecido, pues, como un personaje de las tragedia que antes él explicaba. Su gesto ha sido clásico, y lejos del creíd asesinato francmasónico á lo Consejo de los Diez. El público de lo diarios, si ha perdido por un lado, ha ganado por otro ... Del supuest complot político se desprende hoy un fuerte relente de alcoba. S ha publicado el retrato de Mme. Menard, hija de Mme. Syveton, l «Hipólita» del caso, y París ha visto un bellísimo rostro de muje más ... Viene á la memoria la agresiva é insultante fórmula que e pesado Mark Twain arrojara á la alta sociedad francesa por una inocent broma de Bourget: Liberté, Egalité, Fraternité, Adultère! ..

JARDINES DE FRANCIA

En mis paseos intelectuales—promenades littéraires, diría Rémy d Gourmont—he encontrado, ó me ha parecido encontrar, no lo sé, un apacible y elegante villa que alegran gracias de jardín, visiones d parque. He penetrado á respirar el olor de las frescas arboledas He hallado esbeltos plátanos, como los que invitan á soñar, allá e Versalles; hayas frondosas, laureles rosa. Con su idioma de susurros de gestos lentos me han contado la poesía de sus estaciones. A veces de lo alto de una verde copa ha dado su testimonio la voz de un pájaro He visto mármoles, aquí, allá; grupos, estatuas, bustos. Y una fuent verleniana, que en las noches de luna lanza su chorro de crista «esbelto entre los mármoles» ... Como en felices tiempos románticos he encontrado en un tronco de árbol un nombre grabado ... La primaver debe haberle aromado muchas veces, tras la inútil frialdad de lo inviernos, pues se siente en el ambiente el imperio de la juventud, e triunfo de la vida. Noto los bustos: el uno es de Lamartine, el otro d Víctor Hugo, el otro de Verlaine ... En un pequeño lago cercano se hac presente la curva armoniosa de un cuello de cisne, blanco y sincero—qu apenas parece haber visto pasar de lejos á Mallarmé ... El viento que suavemente vuela, trae ecos lejanos; ecos de mar, de montaña, d landas. Todos los oros del otoño se sospechan en tal dorado simulacro y á pesar de un vago deseo de ensueño que se siente por todas partes se manifiesta la reminiscencia de una imperativa influencia solar De la villa oigo brotar un canto de mujer. El canto es melodioso ardiente, profundo. Me detengo cerca de decorativos boulingrins macizos de rosas de Francia, plantíos de violeta de Francia, admirable lirios de Francia.

Al lado, cerca de términos y á la entrada de glorietas, vi guijarro marinos y de esos sonoros caracoles que pintaban los pintores d antaño, como trompetas de tritones. Tomé uno de ellos y lo acerqu á mi oído. Se oía—curioso—, primero como el ruido del Océano, ma después como ruido de aguas de gran río ... Esto me recuerda algo d «por allá», me dije yo ... Anduve, anduve entre los árboles. Unos tenía nidos en las ramas. Otros formaban arcadas como ojivas de catedrales d ensueño; otros me recordaban paisajes de viñeta—¿de dónde?—, y otro me invitaban á descansar bajo su amable sombra. Iba á salir ya por l puerta del jardín, cuando volví á oir la voz femenina que, acompañad suavemente por un piano, llegaba hasta mí. Entonces tomé otro rumbo. M detuve delante de un fresco laurel y admiré lo bien cuidado que estaba Corté una hoja, la masqué, y supe una vez más que era amarga.

Luego seguí, caminando, caminando, hasta que me detuvo la visión d un ombú ... «¿Un ombú?—me dije—. ¿En París un ombú?» Yo había creíd hasta entonces que el ombú era, como la mandrágora de la leyenda fabuloso ... Que no se encontraba sino en los versos de tales poeta argentinos, y que su figura era ilusoria ... Mas el ombú estaba allí. estaba bien conservado, bien cuidado

Sus ramas decían toda la inmensa pampa y su corazón de árbol aparecí en su ademán vegetal, como traducción del corazón expirante y y extraño del gaucho ... «¿Qué es esto—me dije—, en un parque francés en un jardín parisiense de París?»

Me sacó de mi sorpresa el dueño de la villa el propietario del chalet, que vino hacia mí con la mayor afabilidad En un español que no ocultaba el acento francés, me dijo: «Me llam José María Cantilo, y me parece que es usted medio paisano mío ... Est usted en su casa. Soy un argentino, jardinero de Francia ... ¡Mir qué rosas! ¡Mire qué claveles! ¿Quiere usted champaña? ¿Quiere uste mate?» Opté por el mate. No le encontré gusto muy criollo ... El mat era de plata y la bombilla de oro. Y, tal vez porque ya voy perdiend la costumbre, me quemé los labios ... Mas me supo delicioso—como cos nuestra—, como el café de José María de Heredia ...

PEQUEÑA AVENTURA DE UNA PRINCESA DE FRANCIA

La reina de los Algarves, que es al mismo tiempo princesa francesa y una de las soberanas más hermosas del mundo, ha hecho al Parí republicano la gracia de su presencia con la presencia de su gracia París, naturalmente, le ha encantado, y mientras su marido, el obes sportsman campechano se iba de caza con el modesto Nemrod que ho rige los destinos de este país, la gallarda Amelia hacía compras en la famosas casas de elegancia que hay en la rue de la Paix. Mas aconteci que el protocolo tuvo que exigir la presencia de ambos soberanos en u banquete oficial, en el Elysée. Es claro que todo se hizo como lo quis el protocolo, pues es éste el más ceremonioso tirano que impera e cortes y palacios gubernamentales. Y á este propósito citaré una fras atribuída á la señora del jefe de la República. Se trataba de no sé qu detalle, y ella interrumpió, con la mejor convencida intención: «Pue en otras «cortes», esto se hace así, y así.» El lapsus es muy natura en esta vieja monarquía de gorro frigio ...

Mas tornando á la aventura de la reina, diré que estuvo ella en e banquete, por indicación protocolar, entre M. Falliéres, presidente de Senado, y M. Loubet, presidente de la República. Un cronista señal que la reina estuvo toute gracieuse et heureuse de se retrouver e France, y que pendant tout le temps du diner, chacun put remarque sa bonne grace, son entrain et sa joie. ¿Qué podría decir la rein de Portugal á los amables anfitriones al despedirse, sino que estab «particularmente encantada de las horas que acababa de pasar en el Elysée»?

Mas dos princesas de Francia velaban por la historia, por la tradició y por el brillo de la perdida corona ... Esas princesas eran las do hermanas de su majestad portuguesa. Un telegrama llegó, reprendiend á la graciosa Amelia. El telegrama estaba escrito en términos d reprobación y casi vehementes. Se reprochaba á la reina haber aceptad ir al Elysée, y haberse sentado á la mesa del jefe de un Estado qu antes desterrara á su padre y á su hermano. Ese telegrama, más que u resentimiento, era casi una indignación.

Mas se agrega que la reina de los portugueses, sin decir nada, s contentó con mostrar el telegrama á Don Carlos. Y que «su buen humor n se alteró de ninguna manera, y después, como antes, continuó siempr risueña ...» En la sonrisa le acompañaría su real esposo, y ambo demostrarían así que, conforme con la sabiduría de las naciones, lo portugueses están siempre contentos.

El reproche de las princesas es semejante al que dirigiera á su hij Don Jaime, Don Carlos de Borbón

Mas ¿quién viene á recordar cosas de antaño atrocidades de la Historia, locuras demagógicas, ó terribleza republicanas, cuando la Marsellesa se ha tocado en los palacios de lo zares de Rusia, y, si no me equivoco, hasta en el recinto del august Vaticano?

VIAJES PRESIDENCIALES

Tocándole el turno á España, hizo, pues, su maleta el más sencillo y amable buen hombre de todos los presidentes, y tomó e camino del país de las más lindas sonrisas y de los más halagadore «castillos»: el camino de España. Inmediata y naturalmente, com sucedió con Rusia, como sucedió con Inglaterra, como sucedió co Italia, como sucederá ... tal vez ... con ... Alemania ... (¿por qué no ¡qué diablos!, si estamos en una época de prodigios?) España se h puesto aquí de moda; es decir, se ha puesto más de moda, porque ést comenzó con la visita de Alfonso á los parisienses. Esta moda, com todas las demás, es pasajera. Dura lo que un capricho de París.

Monsieur Loubet es allá en Madrid festejado con toda la cordialidad d que es capaz la gente española. Desde luego se encontrarán con más d una sorpresa, él y sus acompañantes. Y con más de una desilusión

Porque todos sabemos que las Españas que se usan en París so fantásticas y divertidas. París no quiere entender otra cosa Españalós, batiñolós, cigaretos, carrambá No hay más. Ó, sí, hay más: el petit air de guitare, la estudiantina la «navaca», que aun persiste en la liga de las duquesas celosas lujuriosas. De Dumas acá, de Gautier, ¡qué digo!, de Mme. Aulno acá, no ha variado nada. Allá viven, desde luego, el Cid, Don Juan Hernani y Carmen. Los alguaciles recorren las calles por las noches mientras los enamorados, al son de una mandolina, dan su «serenado» De Literatura, en París conocen, los que conocen, á Cervantes ma traducido, á Gómez Carrillo, y las versiones que de Galdós y Blasc Ibáñez han hecho ciertos aficionados. No hablo de los fosilófilos d la Revue Hispanique y de uno que otro hispanizante, más ó menos rus ó rumano, que suelen ocuparse en las revistas de letras castellanas La existencia palatina y social de la tierra de Don Alfonso XIII n es tampoco muy sabida en estas latitudes, con ser la infanta Eulali una parisiense de más de la marca y con haber una colonia española d dinero y títulos bastante numerosa. Verdad es que toda esa gente, e cuanto está en París, quiere pasar por francesa, y de lo que meno tratan y lo que menos les interesa es dar á conocer los progresos y e estado actual de su país. En una revista mundana, la más aristocrátic sin duda alguna, se ha publicado en estos días un artículo que contien las más curiosas referencias sobre la cour et le monde a Madrid Allí aparece una marquesa de Kajra que causaría el asombro d Kasabal; la difunta condesa de Sástago aparece viva y llamada d Satayo; y la de Superunda es Luperunda. Hay datos como este: L cuisine et moins recherchée que la notre, et la reine Marie Christin a fait sensation, et on le lui á repreché, par les diner de la cour confiés a un cuisinier vienneis. Se diría que se está en tiempos com aquellos en que, según la citada Mme. Aulnoy, los gentileshombre vivían d’oignous, de pois et d’autres utiles denrées.

Como el viaje de M. Loubet coincide con las representaciones en l Comedie Française, del Don Quichotte, de Richepin, la actualidad n puede ser más oportuna. Todos los turistas de estas felices regione que han partido para la tierra quijotesca, no dejarán de buscar po allá las mil y una imaginaciones que tienen formadas en sus cerebro fáciles al castillo en España.

Claro se ve. Comienzan á llegar las primeras informaciones de lo periodistas que han ido á presenciar las fiestas de la visit presidencial. Uno se asombra de que el rey, al abrazar al president francés, le haya dado «golpecitos repetidos, con los dedos abiertos á la moda del país». Otro da á entender que los rubios no existen e la tierra castellana, repitiendo el concepto de un viajero de últim hora, M. Larroumet: «hombres y mujeres tienen el color bronceado los cabellos de ébano, los rasgos regulares, el cuerpo esbelto, la extremidades de una gran figura. Todos son bellos, de una belleza si frescura, con perfiles netos, finos y secos. Los ojos brillan ... Lo cabellos son de un negro azulado ...» «Como el ala del cuervo», le hubiera dicho Pérez Escrich ...

Hay que advertir que la idea que priva sobre la belleza española, ó mejor dicho, sobre la belleza andaluza, es Carolina Otero, que no e andaluza sino gallega. Luego, hay en la flotante colonia español unas cuantas capas y sombreros cordobeses, unos cuantos «toreadores trashumantes que ayudan con su presencia, hechos y gestos, á fijar má en estos espíritus singulares, la idea de lo pintoresco español

Yo no habría quitado una sola ilusión á los turistas parisienses, sobr todo á los periodistas que han ido á la corte de España con motiv del viaje del presidente de la República francesa. Habría hecho más habría aumentado el color local, puesto que el color local es lo qu primero van buscando. Cierto es que ya en «el Escurial» se dió cuent de que había aparecido una estudiantina con el traje nacional qu daba una serenade á M. Loubet. Mas yo habría traído de Granad á Chorro-e-jumo, el famoso modelo de Fortuny, con su carnavalesc indumentaria; y bajo su dirección, habría hecho evolucionar e fantásticos fandangos un policrómico batallón de gitanos y gitanas Habría hecho en Toledo dar verdaderas serenades, con verdadera mandolinas, á la luz de la luna, en las callejuelas estrechas. habría buscado á una ó dos condesas de buen humor, que en ocasió oportuna, ante el encantado turista parisiense, hubiese sacado d la liga, que ceñiría una pierna digna de una maja de Goya, su larg navaca, una gran navaca, de esas de no sé cuántos muelles, qu hacen al abrirse un ruido ciertamente inquietante.

Mas las sorpresas allá han sido muchas. Se encuentran desencantados co que Madrid es una capital invadida por la uniformidad prosaica de toda las capitales modernas. Los tranvías eléctricos van por la población cuyos edificios son semejantes á las construcciones de otras partes salvo uno que otro que conserva el estilo nacional, ó tal reliquia com la ilustre fábrica que sirvió de prisión á Francisco I.

¿En dónde está lo que Nodier contaba? ¿En dónde las majas goyesca y las diligencias que atacaban y desvalijaban los caballeroso bandoleros? Para colmo, no se encuentran, ¡ay!, ni los mendigos, lo famosos mendigos españoles, de que habla el más reciente voyage e Espagne, porque una disposición del alcalde de Madrid los ha barrid últimamente de las calles de la villa

Naturalmente, les han cambiado la España soñada; y lo peor es que nadie se le ocurrirá invitarlos á comer en casa de Botín un cochinill al horno, en cacharros que tienen solera, y demostrarles que comen e plato de Quevedo y beben en el vaso de Cervantes.

No me habría faltado á mí bacía que enseñar como el yelmo de Mambrino ni esqueleto de caballo viejo que presentar como restos de Rocinante .. Y todo el mundo se habría despedido contento.

Se encontrarán en cambio con que en el alto mundo se vive una vid mitad en inglés, mitad en francés, como en París, y que snobs snobinettes son los mismos á un lado y otro de los Pirineos. en el teatro verán las mismas cosas que en Francia: traducciones traslaciones ó imitaciones de asuntos franceses. En las letras imperando, es natural, como en todas partes, lo francés, la influenci francesa. Los trajes de Paquin y los sombreros de la rue de la Pai sustituyendo á los adornos castizos y á la olvidada y desdeñad mantilla de las antiguas bellezas. Encontrarán el sereno, pero no le cantará la hora ni les dirá qué tiempo hace; mas el guardia de l esquina, los que en La verbena de la Paloma van á dar la vuelta la manzana, les chapurrearán el francés é irán á donner le tour á l pomme, como dice un ocurrente caricaturista de la ciudad del oso y del madroño.

Mas en verdad, lo que sí hallarán, tanto M Loubet como su comitiva y los turistas, son unos excelentes hidalgo que hablan con sinceridad y que sienten con entusiasmo. Los paseante verán una buena capital sin las grandezas y lujos de este maravillos París, pero sin apaches ni batallas nocturnas, gracias á la mohosa vieja, pero utilísima institución del sereno. Hallarán buenas gentes sin la famosa morgue castillane, que reciben al extranjero con la má franca cordialidad y se gastan con él lo que tienen y lo que no tienen Y, sobre todo, verán y admitirán «las más lindas sonrisas del mundo» como dice un corresponsal del Fígaro, en esos rostros incomparable de las mujeres españolas, incendiados de miradas prodigiosas, rostro de Concepciones de Murillo y de ángeles de Goya. Admirarán es hermosura natural, esa gracia autóctona. No dejarán de notar que no e poca la importación del parisienismo, y que en la alta clase y en l burguesía rica hay mucho del faubourg y del boulevard ... Mas las hija del pueblo, las gatitas verdaderas de Madrid, les ofrecerán ejemplare de raza, flores de belleza propia. Celebro que el Blanco y Negro haya tenido la buena ocurrencia de dar una fiesta á los periodista franceses, con mucho de guitarra, y «venga de ahí», y tangos seguidillas y gitanas. ¿Ha habido gitanas? Si no las ha habido es u pecado. Debe haberlas habido, y de las de más negros ojos y más salad palabra, de las que dicen la buenaventura y ríen y roban ... Así, lo queridos confrères vendrán contando que no se les ha robado la plat ... Que han visto algo de lo que contaba Nodier ... Y la célebre dam au masque, la sonora Mme. Du Gast, podrá saber y contar algo más sobr espagnolós y cigaretós.

EN CASA DE MINERVA

Cada añ el Instituto—esto es, las cinco Academias que lo componen—celebra un sesión, muy concurrida y solemne, en que los sabios y los artistas juntos, confraternizan ante la mirada respetuosa ó ante las sonrisas d un público ya admirativo, ya escéptico.

Naturalmente, á esa sesión no faltan, no dejan de llevar las damas su atavíos elegantes y sus gracias. Ir á esa sesión, como á cualquie solemnidad académica, es una cosa distinguida. No se pierde tampoc el tiempo. Por lo general, los oradores ó lectores son escritores artistas y sabios que entretienen amablemente al auditorio, que sabe lo que dicen y que lo dicen bien, en esta lengua francesa en que es ta difícil aburrir ó decir una tontería. Por muy áridos que los asunto sean, puede decirse que nuestras «latas» españolas, nuestros «solos argentinos, son muy raros y casi imposibles en ese recinto. Así, la lecturas hechas por Edouard Detaille, Sénart, De Foville, Edmon Perrier y Jules Lemaitre encantaron á la concurrencia. El uno e un pintor, el otro un arqueólogo, el otro un estadista, el otro u hombre de ciencia y el otro un hombre de letras, y todos cinco fuero oportunos, claros, amenos. Había en esa asamblea de viejos un innegabl verdor, como el de las palmas de sus uniformes de inmortales. Eso viejos representan la gloria y el prestigio consagrados de Francia esas barbas blancas honran al pensamiento humano, y el más modesto d esos trabajadores de la idea es un bienhechor de la comunidad.

Con justicia M. Detaille, al fin de su discurso, recordó las expresiva frases de Renan: «El Instituto es una de las creaciones más gloriosa de la Revolución, una cosa completamente propia de la Francia. Mucho países tienen academias que pueden rivalizar con las nuestras por l ilustración del personal que las compone y por la importancia de su trabajos. La Francia solamente tiene el Instituto, donde todos lo esfuerzos del espíritu humano están como ligados en haz: en dond el poeta, el historiador, el filósofo, el matemático, el físico el astrónomo, el escultor, el músico y el pintor pueden llamars fraternalmente compañeros.»

M. Detaille, el célebre autor de tanto célebre cuadro militar, fu quien pronunció el discurso de apertura, como miembro de la Academi de Bellas Artes y presidente en ejercicio del Instituto. Comenz recordando que hace un siglo justo el Instituto pasó á ocupar el actua local, el palacio Mazarin, dejando el palacio del Louvre, en qu antes tuviera asiento. Eso se debió á Napoleón. A este propósito e benemérito artista no deja de hacer brillar, como en sus telas, uno qu otro resplandor de batalla, uno que otro relámpago de sable. Luego hablará de asuntos más caseros, digamos así, y lamentará á los colega recientemente desaparecidos. Ya es Guillaume, académico de la frances y de la de Bellas Artes, «noble figura que encarna á la vez l delicadeza del artista y del hombre de letras. Profundamente erudito nadie sabía hablar como él de cosas de Arte con tanta autoridad sabia experiencia». El duque d’Audiffrei-Pasquier, «que hizo s educación política bajo la égida de su tío el canciller Pasquier, cuya tradiciones recogió en tiempo de los Guizot, de los Villemain y de lo Montalembert», José María de Heredia, «que desaparece dejando tras s un rastro luminoso, como esos meteoros que pasan en el firmamento Su obra, materialmente, ocupa poco lugar, y si es ligera, es par remontarse bien alto en el espacio, como un cohete de oro que estall orgullosamente. Sus admirables sonetos están en todas las memorias Él veía noble, veía grande, y ninguno ha encontrado imágenes má espléndidas y más precisas para traducir las soberbias visiones qu concebía su cerebro de poeta artista».

Ya es M. Wallon, «cuyas obras sobre la esclavitud en la antigüedad sus historias de Juana de Arco y de San Luis, sus trabajos sobre e tribunal revolucionario, obras de una erudición abundante y precisa han consagrado su reputación de historiador». Y el sabio Oppert, que extranjero, al naturalizarse aportó á Francia «los frutos de un erudición profunda». Luego, Potier, ingeniero, dotado de una prodigios actividad unida á una erudición legendaria; y Bicha, el decano d la Facultad de Ciencias de Nancy, y el alemán Richtofen; y Barrias arrebatado «en plena fuerza y en pleno trabajo», y otros escultores Thomas y Dubois; los pintores Henner y Bouguereau, Henner, «ese hijo d la vieja Alsacia, que había guardado el culto enternecido de la tierr natal, se aplicaba á envolver la forma pura, á la manera de Corneggi y de Prudhon, en esa misteriosa visión, como si sus ojos hubiese guardado el recuerdo de las brumas argentadas de sus valles d Alsacia». Y Bouguereau, que, «seguro de sí mismo, supo imponer su convicciones artísticas y hacer compartir su fe», y «cuya probidad d vida fué igual á la probidad de su talento». Y los recuerdos de duel continúan con el grupo de ilustres nombres extranjeros, el grabado Biot, Constantin Meunier, Massarani, Racconi, Waterhouse, y el gra teutón Adolfo Menzel, cuyo elogio era interesante oir de un pintor com Detaille: «Su obra es considerable, pero hay una que sobresale entr las demás: es la reconstitución de la vida de Federico el Grande y d su época, que ha evocado con una precisión y un talento que hacen d él uno de los pintores más notables al mismo tiempo que un verdader historiador.» Después es el financista Germain, el estadista Juglar, Olivecrona, y Hüffer, Perin y Hennequin. La muerte ha segado en un año como se ve, muchas testas gloriosas.

Mas con justicia, M. Detaille concluyó su discurso con las palabras d Renan que he citado al comienzo de esta carta.

La lectura de M. Sénart, delegado de l Academia de Inscripciones y Bellas Letras, trató sobre «un nuevo camp de exploración arqueológica», el Turquestán chino. Recordó á los bravo iniciadores y proseguidores de valiosos trabajos, como el príncip Henry de Orleans, víctima de sus exploraciones, Bouvalot, De Grenard Dutrenil de Rhins. Y al sueco Sven Hedin, que ha realizado viaje verdaderamente extraordinarios. «El Turquestán—dice M. Sénart—ha sid una gran vía de la política, del comercio, de la religión. Es po allí que, desde 130 antes de nuestra Era, el famoso Changkieu fué entablar, á la ventura, negociaciones con los ocupantes de la lejan Bactriana; y por allí, doscientos años más tarde, el general Pantcha se lanzaba á imponer á esas regiones la soberanía china.» Como veis esos asuntos son un poco lejanos y abstrusos ...; mas el sabio h sabido interesar á su auditorio, sobre todo cuando ha hablado d ciertos hallazgos en que la arqueología se interesa y se complace.

Otro sabio de otra especie fué más curiosamente escuchado, sobre tod por los oyentes femeninos. Me refiero á monsieur Edmond Perrier delegado de la Academia de Ciencias. Trató sobre La parure, sobr los adornos, y su amenidad fué muy gustada y aplaudida, su amenida enseñadora. Mirad qué amable sabio es el que comienza su disertació con estas palabras: «Al ver sucederse á los rayos de un sol de estío ó bajo las girándulas de una sala de baile, los acariciantes colore de los trajes de fiesta, matizados hasta lo infinito y combinado según los geniales y armoniosos caprichos de la imaginación femenina se podría creer que el adorno ha sido la invención exclusiva de la hijas de Eva. Por ellas, todo lo que hay en el mundo de luminos y de brillante está evocado alrededor de nosotros, se mezcl cotidianamente á nuestra existencia, y viene hasta abajo esta auster cúpula á iluminar nuestras sesiones académicas con un brillo que l suntuosidad de nuestras palmas verdes sería insuficiente para darle» El galante sabio busca el adorno en la Naturaleza, en los aires, en l tierra, en la profundidad de los mares; y de su rebusca resulta que contrariamente á lo que pasa entre los humanos, el sexo que se adorna que se hermosea, que coquetea, digamos, entre los animales, es el sexo masculino

Y es un desfile de maravillosos peces, de milagrosos insectos, d prestigiosos pájaros, adornados por la pródiga Naturaleza, Paquin d los pavos reales, Lalique de los colibríes, proveedora incomparable d sedas, joyas, tintes y matices de encanto. De todo el estudio, lleno d citas y de datos, resulta la chocante demostración de que en el rein animal, el macho constituye ... el bello sexo.

Hay sus consuelos. «El cuadro que acabamos de trazar—dice en una part de su discurso—, de las brillantes facultades del sexo masculino n se aplica sino á las clases superiores del reino animal; tiene s contraparte en las clases inferiores. Ya en las colmenas de abejas, lo numerosos príncipes consortes, incapaces de todo trabajo, son muerto por las obreras desde que se acerca el invierno.» Y así empieza l narración de las desventuras del macho, entre una larga variedad d seres inferiores. Una cosa va por otra.

Las frases finales son saludadas con un general aplauso «Felicitémonos, simplemente, de que las cosas se hayan arreglado d manera que en medio de los cataclismos suscitados por la inconsciente involuntaria é irresistible actividad de los hombres, permanezc infrangible, por su esencia misma, y á pesar de lo que puedan de ell pensar ciertas almas, la dulce y serena figura de las que, desd nuestra primera sonrisa hasta nuestra última herida, están cerca d nosotros para amar, prever, consolar y curar.» Y esa sí que constituy una deliciosa superioridad femenina.

El discurso de M. De Foville, no por toca un tema árido para la generalidad, dejó de ser escuchado con much atención y gusto. Su profession de foi d’un statisticien, es un pieza escrita con esprit al par que con profundidad y transcendenci de ideas. La estadística, ciencia de numerar y de datos, apareci expuesta por este sonriente sabio, tan atrayente como valiosa. L estadística ha tenido en su contra las ocurrencias fáciles de autore cómicos. ¡No importa! «Nosotros—dice M. De Foville—somos los primero en reir de las bromas, hoy clásicas, cuyos iniciadores fueron los Loui Reybau, los Labiche, los Gondinet.» En el Congreso de Londres todo e mundo se rió cuando lord Onslaw recordó algunas de esas facecias en u brindis. «Es el gran mérito de la estadística—dice De Foville—, ta como nosotros la comprendemos, decir la verdad, no querer decir más qu la verdad, cuando alrededor de ella, voces que intentan parecerse á l suya hacen impunemente de la mentira un hábito y aun una industria. Detenidas consideraciones hizo el eminente académico, que fuero recibidas con las muestras del mayor aprecio por un público que, si n se deleitaba con el tema, gozaba con la galanura sabrosa del discurso El Sr. Alberto B. Martínez habría aplaudido con todo entusiasmo, e unión de la selecta concurrencia, á su respetable colega.

La Literatura estuvo bien representada por Jules Lemaitre. Est escritor, cuyo talento ha estado por largo tiempo navegando en lo mares de la política, en donde se ha llenado de lamas, conchas, bruma y pesadeces, se diría que ha entrado en el dique y ha limpiado su fondos. Su discurso sobre los libros viejos es una página que recuerd sus antiguas páginas de pensador sagaz y crítico avisado. Corto fué— este es un mérito más—y aplaudidísimo por los concurrentes, que ve en M. Lemaitre como una especie de hijo pródigo de la Academia, qu retorna á sus viejas tareas, floridas de ideas finas y de elegancia verbales. Quiera que persevere en tal resolución la dueña de la casa la patrona de la Cúpula, la sabia Minerva

LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE

Hermosa y gloriosa tarea la que acaba de concluir el Dr. J. C. Mardrus: l traducción completa de El libro de las mil noches y una noche hecha literalmente del texto árabe, dón inapreciable que no podemo suficientemente agradecer los occidentales. El último volumen dejar en las almas soñadoras una inevitable nostalgia. Un espíritu tan rar como sutil ha lanzado ya esta queja: «Las mil noches y una noche so toda la epopeya amorosa del globo desde su formación hasta nuestro días. El globo es un huevo que incuban á turno el amor y la noche. ¿L humanidad no será más que el accidente del ensueño? Con tal que el amo y la noche nos abaniquen con sus alas, la tierra continuará, me atrev á creerlo, girando bien. Mas he aquí que llega la mañana ... ¡ay! ¡ay! el Oriente se emblanquece ... ¡el Oriente se hace viejo! ¿Quién mecer nuestro sueño de gentes del Norte?»

Sí. Rachilde tiene razón. Necesitamos, para acercarnos siquiera á l ilusión de la felicidad, de la delicia nocturna y del encanto amoroso Y ese es el ambiente de esas historias mágicas que el sabio europeo h ido á sacar de sus secretos refugios de Oriente.

El Dr. Mardrus es un arabista de nota, diga lo que diga cierto emi amigo de Claretie, que ha encontrado algunas inexactitudes e esta versión, que uno siente tan llena de hechizos. Trabajador d conciencia, él explicó desde el principio la magnitud de su empresa Antes que él, nadie había hecho en francés una traducción completament exacta, literal, por el temor de la desnudez de la expresión arábiga que hiere, más que nuestros pudores de Occidente, el universa puritanismo de las literaturas cristianas. En inglés existían la versiones fieles, hoy rarísimas, de Payne y de Burton; pero esa fueron tiradas para suscriptores limitados, y quedaron, por deci así, secretas. Mardrus conoce una segunda edición de Burton, pero e expurgada. El erudito traductor francés señala los orígenes de su fuentes. La base de Las mil noches y una noche (es así como deb decirse) está en una antología persa, el Hazar Afsanah.

Hubo narradores diversos que, tomando los asuntos originales fantasearon á su placer. Se mezclaron cuentos persas y leyendas d otras naciones. «El mundo musulmán entero, de Damasco al Cairo y d Bagdad á Marruecos, se reflejaba, en fin, en el espejo de Las mi noches y una noche.» Una mezcla de dialectos, de modismos distintos que se hallan en los manuscritos hechos en diferentes épocas, impide e señalar una fecha fija al libro maravilloso en que parece que toda l fantasía de los países de Oriente colaborara. Mas de recientes estudio se desprende que pertenecen al siglo x esto cuentos que se hallan en todos los textos: 10. Historia del rey Schahria y de su hermano el rey Shahzaman; 20. Historia del mercader con el Efrit 30. Historia del pescador con el Efrit; 40. Historia del cargador con la jóvenes; 50. Historia de la mujer cortada, de las tres manzanas y de Negro Rihan; 60. Historia del visir Nureddin; 70. Historia del sastre del jorobado; 80. Historia de Nar Al Din y Anis Al-Djalis; 90. Histori de Ghamin-ben-Ayub; 100. Historia de Ali-ben-Bakkar y Shams-Al-Nahar 110. Historia de Kamar-Al-Zaman; 120. Historia del caballo de ébano 130. Historia de Djulnar, hijo del mar. La historia de Kamar-Al Zama II y la de Mearuf se colocan en el siglo xvi la mayoría de los cuentos, entre los siglos x y xvi, y la historia de Simbad el Marin y la del rey Djiliad serían anteriores á todas. Conforme con la not colocada á la cabeza de la edición Mardrus (que inició la Revu Blanche y ha terminado Fasquelle), las ediciones críticas que existe de los textos originales de las Alf Lailah Oua Lailah son siete La edición (inacabada) del cheikn El Yemeni, dos volúmenes; Calcuta 1814-1818. La edición Habitch, doce volúmenes; Breslau, 1825-1843 La edición Mac Noghten, cuatro volúmenes; Calcuta, 1830-1842. L edición de Boulack, dos volúmenes; El Cairo, 1835. Las ediciones de Ezbekieh, de El Cairo. La edición, cortada, corregida, dislocada, d los jesuítas, en cuatro volúmenes, Beyruth, y la edición, en cuatr volúmenes, de Bombay. El Dr. Mardrus prefirió la de Boulack, y se ayud con la edición de Mac Noghten, y principalmente con los diferente manuscritos arábigos.

No tengo noticia de ninguna traducción literal alemana, ni italiana ni española. Las mil y una noches que conocemos en español so traducidas de la traducción francesa de Galland, «ejemplo curioso d la deformación que puede sufrir un texto, pasando por el cerebro de u letradoen el siglo de Luis XIV; la adaptación de Galland, hecha para l Corte, fué sistemáticamente emasculada de todo atrevimiento y filtrad de toda la sal primera. Aun como adaptación es incompleta, pue contiene apenas la cuarta parte de los cuentos. Antes de Mardrus, lo cuentos que forman las otras tres cuartas partes no se han conocido e Francia, ó, diciéndolo mejor, las ha ignorado el mundo».

Para traducir una obra de poesía es necesari un poeta. Y para traducir esta obra de poesía, sin parangón, er preciso un poeta sabio en cosas de Oriente como el doctor Mardrus que ha vivido la vida oriental en los mismos lugares en qu nacieron, en abolidas y prestigiosas imaginaciones, estos cuento extraordinarios.

Que el traductor es un poeta insigne, lo demostrará la perla de l introducción, cuatro palabras armoniosas que no dejaré de dejar aqu para regalo de mis lectores: «—Yo ofrezco—dice—todas desnudas vírgenes, intactas, ingenuas, para mis delicias y el placer de mi amigos, estas noches árabes, vividas, soñadas y traducidas, sobr la tierra natal y sobre el agua». Ellas me fueron dulces durante lo vagares de las largas travesías, bajo el cielo de lo lejos. Por es las doy. Ingenuas son, y sonrientes, y llenas de ingenuidad, al igua de la musulmana Schaharazada, su suculenta madre, que las parió e el misterio, fermentando con inquietud en el seno de un príncip sublime—lúbrico y feroz—bajo el ojo enternecido de Alá clemente misericordioso. Desde su venida fueron delicadamente acariciados po las manos de la lustral Doniazada, su tía, que grabó sus nombres sobr hojas de oro coloreadas de húmedas pedrerías, y las cuidó bajo e terciopelo de sus pupilas hasta la adolescencia pura, para esparcirlas voluptuosas y libres, sobre el mundo oriental, eternizado de s sonrisa. Yo las juzgo y las doy tales, en su frescor de carne y d roca. Pues ... un método sólo existe, honrado y lógico, de traducción «la literalidad», impersonal, apenas atenuado por el rápido parpade y el saborear largamente ... Ella produce, sugestiva, la más grand potencia literaria. Ella hace el placer evocatorio. Recrea indicando Es la más segura garantía de la verdad. Ella se hunde, firme, en s desnudez de piedra. Huele el aroma primitivo y lo cristaliza. Devan y deslíe ... Fija. Cierto, si la literalidad encadena al espírit divagante y lo doma, ella contiene la infernal facilidad de la pluma No me quejaré de ello.

Pues, ¿dónde encontrar en un traductor el genio simple, anónimo libre de la niaise nanie de son nom? Mas por las dificultades de terruño original, tan duras para el profesional en théme, ellas n sabrían, en los dedos del enamorado del oriental parlar, concentrars en más espira que las precisas al gozo de desatarlas. En cuanto á l acogida ... El Occidente amanerado, empalidecido en el ahogadero de la convenciones verbales, fingía azoramiento á la audición del franc lenguaje cuchicheante y simple y sonoro de toda la risa, de esas bruna muchachas sanas, nativas de las tiendas abolidas.

Así, pues ... Ellas no ven en eso malicia, las huríes. Y los pueblo primitivos—dice el sabio—llaman las cosas por su nombre, y n encuentran casi condenable lo que es natural, ni licenciosa l expresión de lo natural. (Entiendo por pueblos primitivos los que au no tienen ninguna tara en la carne ó en el espíritu, y nacidos al mund bajo la sonrisa de la belleza ...) Desde luego es totalmente ignorad de la literatura árabe ese producto odioso de la vejez espiritual: l intención pornográfica. Los árabes ven toda cosa bajo el aspect hilarante. Su sentido erótico no lleva más que á la alegría. Y ello ríen con todas ganas de lo que al puritano parecería escandaloso Cualquiera que, artista, ha vagado y conocido los viajes y cultivad amorosamente bancos agujereados de los adorables cafés populares e las verdaderas ciudades musulmanas y árabes, el viejo Cairo de la calles llenas de sombra y tan frescas, los suks de Damasco, Sana de Yemen, Mascata ó Bagdad; que ha dormido sobre la estera inmaculada de beduíno de Palmira; partido el pan y probado la sal fraternalmente en la gloria del desierto, con Ibn-Rachid suntuoso, ese tipo neto de árabe auténtico; saboreado todo lo exquisito de una conversación d simplicidad antigua con el puro descendiente del profeta, el cheri Hussein ben Alí-ben Aun, emir de la Meca Santa, ha podido notar l expresión de las fisonomías pintorescas reunidas. Único, un sentimient domina toda la asistencia: una hilaridad loca. Ella flamea en sacudida vitales á cada salida libre del heroico narrador público gesticulante animando sobre todo y saltando entre los espectadores complacidos .. Y la embriaguez os ase, suscitada por las palabras, por los sonidos por el perfume ó la afrodisia del aire, por el subolor discreto de haschich, dón último de Alá!... Y se es navegante aéreo en la noche .. Alá no se aplaude, ese gesto bárbaro, inarmónico y feroz, ese vestigi innegable de las razas caribes ancestrales danzando alrededor del post de colores, y del cual la Europa ha hecho el símbolo del horribl goce burgués amontonado bajo el gas, es esencialmente desconocido El árabe—á una música, notas de cañas y de flautas, á una queja d «katun» ó de «ud», á un ritmo de «darabuka» profundo, á un canto d muezin, ó de almea, á un cuento coloreado, á un poema de aliteracione en cascadas, á un olor sutil de jazmín, á una danza de flor ó vuel «buka» profundo, á un canto de muezin, ó de perla de una sólid cortesana undosa de ojos estrellados—responde, á la sordina ó co toda la voz, por un Ah ah!... largo, sabio, modulado, extático arquitectural. Es que el árabe es un intuitivo, pero afinado exquisito. Ama la línea pura y la adivina, irrealizada. Pero ... é estrecha, sin palabras, infinitamente.

Y ahora, yo puedo prometer, sin temor de mentir, que el telón n se alzará sino sobre la más asombrosa, la más complicada y la má espléndida visión que haya jamás encendido, sobre la nieve del papel el frágil útil del relator.

Tal es el prólogo que abre las misteriosas y talismánicas puertas d esos reinos de soñaciones tan humanas y tan divinas. El doctor Mardru no anuncia en vano. Entre las más prestigiosas y extrañas decoracione comienzan á desarrollarse las más inverosímiles y magníficas escenas Emergen de la narración los más variados relentes; se oyen los má inauditos ruidos; se ven las más desmesuradas visiones. Florece libr la alegría de una humanidad sin complicaciones, sana y fresca en s prístina naturaleza.

El pan se llama pan, el vino vino, y la función de amor como en e decálogo de Moisés. Nada hay contrahecho; no existe allí ni el pecad de nuestras teologías, ni la vergüenza de nuestros culpables pudores ni la malicia de nuestra perversidad de civilizados. Hay sí un superior cultura que impone la justicia y la bondad en las almas. lo desconocido se muestra naturalmente, y lo prodigioso es usual, el ensueño entra en la vida y la vida en el ensueño, como era just que fuese. Bien se explica el querer de Stendhal, que deseaba «olvida dos cosas: Don Quijote y Las mil y una noches, para cada añ experimentar al releerlas una voluptuosidad nueva»

De mí diré que libro alguno ha libertado á mi espíritu de las fatiga de la existencia común, de los dolores cotidianos, como este libr de perlas y pedrerías, de magias y hechizos, de realidades ta inasibles y de imaginaciones tan reales. Su aroma es sedativo, su efluvios benignos, su gozo refrescante y reconfortante. Como cualquie modificador del pensamiento, brinda el dón evasivo de los paraíso artificiales sin el inconveniente de las ponzoñas, de los alcoholes de los alcaloides. Leer ciertos cuentos es como entrar á una piscina d tibia agua de rosas. Y en todos se complacen los cinco sentidos, y lo demás que apenas sospechamos.

De ninguna manera recomendaré la lectur de la versión Mardrus más que á hombres de letras, á hombres d estudio, á hombres. A no tratarse de juiciosas y tranquilas dama amacizadas de literaturas, ninguna de nuestras señoras está preparad para obra tal, que indudablemente les causaría escándalo. El desnud oriental es todavía más natural que el desnudo clásico griego. E cuanto á las señoritas, claro está que no pueden leerla. Baste co decir que la moral de las señoritas mahometanas es muy otra que l que se enseña en Sagrados Corazones y demás colegios en que reina l doctrina de Cristo.

¡Feliz quien pueda con naturalidad y sencillez, sin ironía ni maldad pasearse por tan floridos y perfumados jardines de delicias! ¡Dichos el que pueda impregnarse como de un ungüento fino de la poesía de lo poetas de Allá Lejos! Sentirían que por un momento caen de las alas d su alma los hierros seculares que una angustia de siglos ha mantenid en ellas. Y se sentirá, como dice la bella expresión del docto Mardrus, nuevo Simbad que nos trae historias milagrosas de los paíse de las maravillas, se sentirá «navegante aéreo en la noche»...

PARÍS Y EL ZAR

Era una gra alegría nacional; la Francia estaba de fiesta. El cañón había tronad gloriosamente en las revistas navales. Los marineros de los barco de Rusia eran abrazados y besados en las calles por una muchedumbr entusiasta y clamorosa. El autócrata heredero de Pedro el Grande hacía, como su fuerte abuelo, una visita á París. París se puso s mejor tocado, se embanderó, se coronó de luces, cantó en populare músicas salutaciones al poderoso recién venido y á su hermosa compañer la emperatriz Alix. Todas las gentes manifestaban un contentamient singular. Se gritaba: Vive l’empereur! Vive la Russie!, á todo pulmó y con toda el alma. Era un delirio de regocijo, una satisfacció intensísima demostrada de diversas maneras; la Prensa celebraba e fausto suceso; las ilustraciones se llenaban de retratos de lo huéspedes ilustres. La nobleza exultaba, la burguesía se desleía, e bajo pueblo no cabía en sí. Estaba en la capital francesa el monarc ilustre del país aliado, el potente imperio moscovita. Funciones d gala, bailes, evocaciones históricas, versos áulicos, festivale pomposos, todo hubo en honor de los huéspedes. Nicolás era el ídolo de París.

... Hoy se grita en reuniones y meetings: «¡Abajo el tirano d Rusia!» Con pocas excepciones, todos los periódicos, dando al olvid la alianza, abominan el régimen cesáreo de Petersburgo y tratan a emperador de asesino. Jaurés, el acomodaticio con los reyes de Italia aprovecha para volver á sus cargas socialistas. Los caricaturista se muestran feroces con el Romanoff, que se encuentra, no por ciert cómodamente, entre la espada y la pared. Aquí está Nicolás con s corona imperial y su manto de armiño manchado de sangre, con un leyenda en que se le llama «zar asesino», y en que M. Loubet le dice «Nicolás, tú eres un tonto. Cuando se quiere despedazar al pueblo es preciso primero proclamar la República.» En otra parte se ve u zar militar, siempre ensangrentado, con un rostro negro y lívido, d criminal condenado, y estos versos de Víctor Hugo en letras de sangre:


Peuple russe tremblant et morne, tu chemines,
Serfat á Saint-Petersbourg, ou forcat dans les mines.
Le pôle est pour ton maître un cachot vaste et noir;
Russie et Siberie, oh czar! tyran! vampire!
Ce son les deux moitiés de ton funeste empire:
L’une est l’oppression, l’autre le désespoir!
 

Lo rudo de los dibujos se compadece con lo áspero de las leyendas.

Vese al emperador con el heredero en los brazos y custodiado por u esbirro armado de knut

«—¿No es cierto que la sangre rusa es hermosa, hijo mío ...? Y no ha que ir á Manchuria para verla correr.» Por una ventana se mira e montón de cadáveres de los obreros fusilados ...

Un caricaturista ruso residente en París, Watteroff, representa á l zarina y al zar en momentos de entrar en el lecho. Ella parece un Juana de Arco coronada, por la armadura que lleva, y él un acorazad Ubu, armado de látigo.

«—Tú quieres—dice la emperatriz—acostarte con la coraza de Pedro e Grande.» Y el emperador: «Sí, soy prudente ... Recuerdo la historia d Alejandro ... de Serbia.»

Los artistas se complacen en pintar á los cosacos con la intenció que ponían los pintores de antaño en los rostros de los sayones, e los calvarios y descendimientos. Todas son caras feroces, mirada crueles. Todos son gestos rudos y rictus bestiales de brutos si entrañas. Y en los rostros de los obreros, de las víctimas populares la desolación, el miedo, el espanto. En los kioskos de los bulevares desde lejos veis manchas rojas en fondo blanco: es nieve y sangre; so las publicaciones de actualidad, la reproducción de las matanzas d San Petersburgo. En una estampa el pope Sergio grita: «¡Yo muero, per la libertad va á nacer!» Y el pope Gapón le contesta: «Sí, tú muere por el Dios de la libertad y por la Patria. Pero vosotros, soldados no tenéis ya emperador puesto que habéis tirado contra su imagen, y n tenéis Dios, puesto que tiráis contra vuestros hermanos.» En otra, e zar aparece ocupado en lavar su corona sangrienta; en otra ofrece a águila bicéfala que se ve como enferma y canija, ó reformas ó carn de cañón ... «Después de Hull ... San Petersburgo», esto es: despué de cañonear barcas indefensas de pescadores, la carnicería de l Perspectiva Newski y de las plazas y paseos de la capital eslava. S dibuja un Nicolás indeciso, un Nicolás cruel y un Nicolás atemorizado Vestido de blanco, en el palacio de Invierno, oye á un chambelán dorad que le anuncia la llegada de una delegación de obreros, y le responde «¡Fusílenlos! ¡Me voy al Zarkoe Selo!» Y en Zarkoe Selo contesta á otr chambelán que le anuncia una delegación de estudiantes: «¡Fusílenlos ¡Me voy á Peterhof!» Y en Peterhof se le anuncia una delegación nueva «¡Fusílenlos!... Pero, ¿adónde podré ir ahora ...?» Un coronel fero como un ogro, dice á sus soldados ante unos niños que suben temeroso á un árbol: «¡Fusílenme todo eso! Esos son los descontentos de porvenir.» Luego, será de nuevo el zar como ahogado entre vapores d sangre, y un pueblo aullante alrededor de él. Una visión de Steinlen e fantástica y macabra: el pequeño emperador entre dos gruesos generales sobre una blanca estepa; en el horizonte, una siniestra águila d sombra, un cetro y una corona que caen; y todo eso dentro de un círcul dantesco de desesperados, de víctimas, un retorcimiento de miembros clamorosos hombres, mujeres, niños, ancianos, los sacrificados por e cesarismo, por la impasible oligarquía, por la voluntad de una noblez inflexible y los mil brazos férreos del poder absoluto.

Y la Prensa comenta noticias como ésta: El emperador conserva la mism calma absoluta que tuvo en el momento en que le dieron cuenta de qu 92.000 hombres habían sido muertos y heridos en el Chaho. «¡Nobl corazón!» Otros piensan que si la revolución rusa triunfase no ganarí mucho el pueblo mismo. Los bravos ciudadanos franceses, dicen, cree que la revolución francesa se ha realizado el 14 de Julio de 1789 entre el amanecer y el ponerse el sol. Mas ella ha durado diez años

La revolución rusa ocupará el mismo espacio de tiempo. Lo intelectuales desencadenan el movimiento; no serán ellos los que l conducirán. Cien millones de paisanos iletrados, supersticiosos salvajes, no se portarán como los franceses del siglo xviii apenas si están al mismo nivel que los Jacques del sigl xiv. Su insurrección será, pues, una jacquerie De ese caos surgirá algún genio bárbaro, Atila-Napoleón, que limpiar la Europa. Amén. Entretanto, los estudiantes y los obreros de la ciudades entran en la lucha con un noble entusiasmo. Quieren echa abajo á los Romanoff. Van á morir por la libertad, por la igualdad por la justicia, por el progreso, así como murieron nuestros padres Y dentro de cien años, la república triunfará á las orillas del Neva tal como la conocemos aquí. En lugar del zar, tiranuelos demagogo exigirán del pueblo homenaje y sumisión ciega. Los espías dispondrá del honor y de la libertad de cada ciudadano. Los cosacos sableará á los huelguistas en nombre de la fraternidad. En lugar de envia á los descontentos á la fortaleza de San Pedro y San Pablo, se le suicidará—se alude al asunto Syveton—en su propia casa. La corrupció insolente de los grandes duques dará lugar á la orgía crapulosa de lo tribunos. Las Ev-la-Tomate y los Peaux-de-Requin, socialistas, danzará el chahut en el Palacio de Invierno.

Los barones de Bessoulet, los vidames de Pressensé, sus infantes, su rufianes, sus France y sus bonnes á tout faire compondrán el Santo Sínodo.

Pobiedonostseff se llamará Combes; Trepoff se llamará Lepine ó Levy, White se llamará Rouvier. El Populo azotado, ametrallado, burlado, s arrodillará delante de los iconos de San Tolstoï y San Gorki, aullando «¡Viva la social!» ¡Radiante porvenir! Así se expresan los pesimista de la oposición; mas hay que confesar que entre tanto pronóstico poc halagador y un si es no es injusto, se encuentra más de un grano d experiencia nacional y de verdad pura

Lo que hay que notar, y ese es el principal asunto de este artículo es el cambio completo que ha ocurrido en el espíritu de este puebl nervioso y ultraimpresionable. Al zar aclamado y cantado de ayer h sucedido el zar abominado y maldecido de ahora, á pesar de la alianza á pesar de los muchos intereses que unen á ambas naciones.

De poco sirve que una ú otra pluma intente demostrar la imposibilida en que se encuentra el soberano ruso de obrar de otra manera como l hace, apretado como está entre las imposiciones de una nobleza que n transige y las demandas y protestas de un pueblo ya viciado en ideas d progreso y de libertad por los directores intelectuales como Gorki demás compañeros. Al débil Nicolás se le cargan en cuenta los alarde de fuerza de sus militares y las durezas de su Policía. Y cuando h venido la noticia de que los nihilistas ó algún ignorado anarquist había hecho saber al zar por un anónimo que estaba condenado á muerte puede decirse que la noticia no fué recibida por las gentes co desagrado ... Las muchedumbres tienen un alma femenina.

Por Gorki se han hecho públicas demostraciones en el element socialista. Se recogieron firmas de literatos, de artistas, d pensadores, para pedir al Gobierno ruso su libertad, como si más bie semejante petición no fuera contraproducente, dadas la calidad polític y las ideas revolucionarias de la mayoría de los firmantes.

«¡Qué amigos tienes, Benito!», diría su majestad moscovita para s manto imperial.

En resumen, París actualmente, si el monarca aliado viniese á hacerl otra visita, no sería con muestras de regocijo y con palmas y rosas co lo que le recibiría.

Cabalmente hace pocos días, en la plaza de la República, ha estallad una bomba.

LIBRO III

EN EL “PAÍS LATINO”

Un jove hispano-americano que llegó á París recientemente, lleno de fresca ilusiones y de antiguas lecturas, me pidió que le llevase á conocer e Barrio Latino. Tenía su Murger bien conservado, y la leyenda varlenian y moreesca flotaba en sus imaginaciones. Yo no quise derribar tant ilusión con palabras, sino que, después de mucho tiempo de no pasar e río, lo pasé con él dos noches, á fin de que por su propia observació se convenciese de lo mucho que dista la realidad de hoy de las pasada historias ... Historias de ayer no más, pues la primera vez que escrib mis impresiones del Quartier, todavía no existía el ambiente actual, de esto hace apenas doce años.

De más deciros que mi amigo no encontró ni á Mimí, ni á Schaunard, n á Colline; en cuanto á Verlaine, le vió en un plafond del restauran del Panteón, en una apoteosis pictórica, y en dicho restaurant, entr las genuflexiones del sommelier y las conversaciones de cliente elegantes, no se puede comer correctamente á menos de un luis. En l parte baja de la célebre taberna hay un american-bar, donde se sirv toda clase de american-drinks hasta las dos de la mañana.

Tanto en el restaurant como en el bar, mi joven amigo vió unas cuanta damas con trajes costosos, con joyas y con cierta impertinencia mu poco barriolatinesca; al lado de ellas, gentlemen, de los que s pudiera decir que envían á planchar su ropa á Londres, todos ellos mu contentos y muy generosos. Algunos descienden de un automóvil ó de u carruaje de remise, para ir á sentarse á la mesa. Nadie podría pensa que ellas son las antiguas grisetas y ellos los antiguos estudiantes .. Y tú, lejana sombra de Pierre Gringoire, ¿qué estremecimiento sentiría ante esto?

En los otros lugares, Vachette, Souffet, la Lorraine, en menor escala el mismo espectáculo. Los bachilleres hablan de sport y viste en la mejor sastrería que pueden. Rara es la boina, la casquette estudiantil. Tened por seguro que el que la lleva, ó no es estudiante ó es de provincias, ó es un original. En cuanto á las camaraderías d antaño entre jóvenes artistas, jóvenes poetas, amadoras de lo abscous y de lo raro, levitas del templo del pobre Lelian, han desaparecido. U caballero de cabellos grises, serio, grave, decorado con la Legión d Honor, que va al Vachette con alguna frecuencia á leer Le Temps, com un simple senador ó académico, es Jean Moreas. Reynaud, el autor d los Cuernos del Fauno, es alto empleado de Policía. El último poet joven verdadero y grande que ha hecho ver en estos últimos tiempos s singular figura en esos lugares, antes tan frecuentados por todas la musas, ha sido Paul Fort; y á este mismo ya no se le mira recorrer su caro Boul’Mich

Un soplo de ultramodernismo y de americanismo del Norte, de yanquismo ha invadido el sacro recinto que antes protegían el orgulloso Panteó y la venerable Sorbona, la tradición de las escuelas y la poesía de Luxemburgo, el deseo de soñar y la necesidad de sentir. Aquí es d creerse que ya nadie sueña ni siente. Un severo cronista decía hac pocos años: «Au Quartier Latin moderne, on buche, on potasse, o brigue et l’on intrigue. Au lieu des vareuses de jadis, on arbore de complets très anglais et très corrects, les jours de laissez-aller ta redingote et le «bosselard» á triple colonne lumineuse son l’ordinaire uniforme de cette jeunesse morose, ponderée, pratique revant conférence Molé, conseil d’État, mariage riche et la diputation les vingt-cinq ans sonnés.» Esto se ha agravado últimamente. Ya n hay escándalos; ya no hay las viejas locuras sonoras con las contada excepciones de los monome y de las procesiones anuales; ya no ha admiraciones ni entusiasmos, y de los pasados dioses apenas queda Venus y Dionisio, una Venus calculadora y un Dionisio de importació anglosajona.

Ya no existen siquiera los grotescos. Y en cuanto á la bohemia, lo tipos que á ella se acogen son término medio entre los estafadores los rufianes. Adiós alegres fantasistas de otros tiempo; adiós museo d vivientes curiosidades del Barrio. Son un recuerdo el palikaro Chake Sapeck, Bibi la Purée, que murió el año pasado; Coulet, el bizarro lamentable recitador; la vieja Casimir, espectro de mujer galante d tiempos en que Víctor Hugo madrigalizaba; el misterioso marqués d Soudin; escultor Gaillepand, y sus pequeños medallones de fabulos baratura. Por la tarde, á la hora del ponzoñoso ajenjo, las terraza están llenas de consumidores del más perfecto aspecto burgués, de un burguesía flamante é hiriente, la que discute sobre M. Combes y va á la carreras y velódromos. Sus compañeras se ruborizarían de llevar, com las antecesoras, sombreritos de á cuatro francos. Hay, no obstante la amiga del estudiante pobre, porque siempre hay estudiantes pobres y esa no oculta su escasez de indumentaria. Mas uno y otra no s exhiben, no frecuentan esas cervecerías que antes eran accesibles. E el baile estudiantil de Bullier es donde se advierte la diferenci entre los modestos y los derrochadores, los de las flacas pensiones los mimados de los papás de dinero. Esa modernización de costumbre ha atacado también en sus últimos baluartes á la antigua alegría al buen humor tradicional que se manifestaba en cafés y lugares d regocijo, y en donde todos los compañeros de estudios, toda la juventu de las escuelas, fraternizaban en joviales coros, risueñas facecias contagiosos y alucinantes cancanes y chahuts.

Hay un cabaret, á la manera de los de Montmartre, y en donde canta cancionistas de los cabarets montmartreses; se llama el cabaret de Noctambules. Allí se nota un poco del pasado espíritu, un resto d la desaparecida ecuánime alegría que se sentía como una parte de l atmósfera del Barrio. Mas la ilusión desaparece pronto con la pose d algunos de los artistas, en el fondo más aburguesados que los mismo burgueses á quienes divierten, y con la aparición de los susodicho caballeritos de veinticinco alfileres y sus Mimís que sueñan Doucet Paquin y Virot. Concluídos los memorables lugares como el cabaret de la Bohème, dirigido por un curioso tipo, Leo Selicore. Acabados evaporados, los centros en que había verdadero entusiasmo y amor po las cosas del arte y del pensamiento, como la antigua Plume, qu reunía en comidas que presidía siempre un maestro, Verlaine, Zola Lecomte de Lisle, Mallarmé, entre otros á toda la élite de la jove literatura, de donde salieron unos cuantos que hoy son gloria y orgull de las letras francesas. Los cafés mismos han evolucionado, y no co ventaja. Aquel d’Harcout que era uno de los puntos de reunión d intelectuales, de poetas, de artistas, de estudiantes, se ha convertid hoy en un establecimiento de heteróclita clientela.

¡Oh, y los amores del Quartier! Desventurado el mozo ingenuo que vien directamente de su lejana tierra, y cree que el amor tal como él lo h soñado, tal como él lo ha creído posible, lo ha de encontrar en un de estas mujercitas, con aire de inocencia, ó con rostro de gracia morenas, rubias, ligeras, sonrientes, fáciles!...

No podré olvidar el drama de un pobre joven mejicano que después d concluir su carrera de médico, loco de pasión por una de esas, y causa de no sé qué escena de celos, se pegó un tiro en plena calle delante de la descorazonada muchacha. La cual el mismo día qu enterraron el cadáver, se vistió con la mejor ropa que tenía, y s fué á Ballier por la noche á sacar provecho del sangriento suceso, hacerse réclame con el faits divers de que se habían ocupado lo periódicos. ¡Oh Rodolfo! ¡Oh Mimí! ¡Oh mujer!

Respecto á lo que en otros tiempos animaba los espíritus generoso de los jóvenes de las escuelas, en cuestiones de general interés, en asuntos de humanidad y de verdadero patriotismo, aquel soplo qu conmovía á París ha también menguado. Ya se vió, no ha mucho tiempo cómo obraron los que representaban el porvenir y la esperanza de l Francia. Han Ryner decía hace algún tiempo: «El espíritu revolucionari no existe en el Quartier. El estudiante es un arrivista, y, po consiguiente, un ralet del Poder. Hace su aprendizaje de futur funcionario y se ejercita en los achatamientos. Tuvo antes bruscas cortas protestas; no revolucionario, ciertamente, sino revoltoso; tare que comienza á expresar su bisoña necesidad de ruido, y que se detien en cuanto aparece el gendarme. Ese murmullo simulado, ese refunfuña hipócrita de colegial que detesta al pion, ya no los tiene siquiera El pion, hábil, lo ha lanzado sobre otras presas. Los niños so fáciles de conducir con tal que se abandone á su crueldad algun víctima. Nuestros estudiantes gritan al Gobierno que les permit denostar á sus enemigos. La necesidad animal de movimientos y d gritos que hace creer en la generosidad de jóvenes burgueses y que s ha tomado por espíritu revolucionario está hoy cuerdamente detenida satisfecha, dirigida por el poder mismo ... Zou, feu de brut! Conspue Zola! Conspuez!»

Ryner es duro, quizás con demasía, por el momento en que escribió ta acerbo juicio del estudiante actual; mas apartando la violencia y l corrosión de su estilo, nos encontramos con una innegable verdad.

Yo he visto, por otra parte, durante un monome reciente, una escen que podría ser muy graciosa para otros, pero que á mí me caus tristeza. En una terraza de café tomaban tranquilamente su bock u negrito y un mulato, de los que vienen á estudiar á París, y que una vez coronada su carrera, vuelven á su país haciéndose lenguas d la ciudad-luz. Pues bien: en cuanto el monome, ó la procesión d estudiantes clamorosos, pasó por el café, y unos estudiantes vieron los morenos, empezaron á gritar: chocolat! chocolat! chocolat!, co el aire de los Lampions. Los de la piel obscura pagaron su bock y s escurrieron. Pero el grito les persiguió: cho-co-lat! Y eso no e generoso que digamos.

EL HIPOGRIFO

Las gente han estado locas—más que de costumbre—en estos días, con motivo de l nueva empresa automovílica, la carrera París-Madrid. Los periódicos ha dedicado largas columnas; los camelots han vendido miles de programa y mapas; los concurrentes á la prueba han sido mucho más numerosos qu en otras anteriores; los nombres de Michelin, Mors, Mercedes, Panhard Renault y demás fabricantes de máquinas veloces andan en todas la bocas. Es el tiempo en que un chauffeur hábil y osado goza de triunfo y aclamaciones que jamás obtendría un Berthelot, un Pasteur, un Anatol France. La locura de la rapidez, que ya creo que ha sido estudiada po los médicos, invade de manera alarmante á la ciudad de los marcheurs jóvenes y viejos. Y las mujeres se mezclan en el asunto. Ayer era un ex cantante de café concert, Bob Walter, la que ocupaba la pluma d los cronistas; hoy es Mme. Du Gast, la dame au masque del proces resonante y mundano, por quien la mano de cierto noble francés cay sobre la mejilla de un viejo abogado; Mme. Du Gast, que se va á corre kilómetros, á más de ciento treinta y tantos por hora, en su auto decorado con los colores amarillo y rojo: «vive l’Espagne, ole! Y una enorme muchedumbre se ha desvelado para ir á ver partir á lo corredores, y ha lanzado gritos de entusiasmo que no oyeron los griego de ligeros pies y los cocheros líricos celebrados por Píndaro. Temeros delirio colectivo, manicomio suelto ...

Antes de la primera etapa, los muertos han sido siete, entre ello sportsmen ricos, y los heridos muchos. Fuera de los locos de la máquinas, han sido víctimas pobres gentes encontradas en los camino y destripadas por la veloz y pesada cucaracha de hierro y caucho. Lo aduladores de la industria á outrance dicen que el suceso no vale l pena, que los negocios son los negocios y que «para comer tortillas ha que romper los huevos». Y cuando aquí el Consejo de ministros resolvi suspender la carrera en territorio francés, parece que el joven Alfons de España hacía todo lo posible en su real empeño para que continuas en la parte española la temeraria competencia. ¿Por qué? Fuera de s capricho y curiosidad de adolescente, porque se habían hecho gastos e la tierra de Wamba para recibir los automóviles, y porque, allá com acá, cierto público estaba fuera de sí de contento. Cierto público; l que es el pueblo, en algunos lugares, recibió al hipogrifo á pedradas.


Hipogrifo violento
Que corriste parejas con el viento,
¿Dónde, rayo sin llamas,
Pájaro sin matiz, pez sin escamas
Y bruto sin instinto
Natural, al confuso laberinto
De estas desnudas peñas,
Te desbocas, te arrastras y despeñas?
 

Unos hipogrifos violentos se desbocaron, y otros se despeñaron y s deshicieron contra los árboles.

Y los aficionados y los apasionados esperan en una velocidad aún mayor lo cual será la coronación inaudita de la industria francesa, pues e en Francia donde esa rama sportiva priva y vence con mayor fuerza más elementos que en parte alguna; coronación que hará progresar lo negocios de tales y cuales fabricantes y de tales y cuales campeones sobre un campo de rotas crismas y de huesos deshechos. Ya el bue populo, encarnado en Dranem, canta con razón: J’en ai soupé d l’automobile! Y el automóvil ha soupé y continúa manducando pobre diablos de peatones que tienen la mala suerte de encontrar en un calle ó camino real al desbocado armatoste homicida. Trust, record looping-the-loop, cake-walk ... van con el progreso; con el progreso que tiende á la posesión del infinito por la supresión del tiempo del espacio. Todo lo que el adelanto humano crea, todo lo que lo inventores inventan, va á ese afán de dioses: suprimir el espacio el tiempo. En el sport moderno se complica ese afán con la neurosi colectiva. Todo lleva al exceso; exceso de goces, exceso de negocios fiebre de velocidad. Y el espíritu yanqui, invadiendo el mundo, impon el record. Y el mundo tiene la necesidad de comprender el inglés trust, record, looping-the-loop, cake-walk.

All right!

¿Es inglés el autor de ese refrán culinario-nietzscheano: para come tortillas hay que romper los huevos? A mí me parece más bien español y llamarse don Pero Grullo; ó francés, y llamarse M. de la Palise Pero la aplicación feroz del proloquio creo que es modernísima y est entre las cosas que habló Zaratustra. Es un filósofo excelente par los que comen, é inquietante para los que son comidos. En el caso de super-chauffeur, no cuenta para nada el desventurado que tiene la perr suerte de ser aplastado por el automóvil. El super-chauffeur es e representante de la energía humana y la omnipotencia de la industria del capital: ¡ay del que se le presente en su camino! Sucede que é también, el super-chauffeur, se revienta la persona contra un tronco contra un barranco. Todo está perfectamente. El patrón necesita que s fábrica triunfe, que la potencia industrial aumente, que Moloch coma s tortilla, y para comer tortillas hay que romper los huevos.

La lógica de ese principio se aplica en asuntos mayores. Buena tortill fué la que saboreó Moloch cuando la Gran Bretaña aplastó al pequeñ Transvaal. Los negocios son los negocios, y los aplicadores de la le zaratustresca se llaman Cecil Rodhes, se llaman Chamberlain. Époc espantosa en verdad, más que ninguna otra de la historia del hombre El corazón del mundo está enfermo; la vida hace daño; la inquietu universal se manifiesta de mil maneras, peor que en el año 1000. Porqu en el año 1000 había siquiera fe y esperanza, y el hombre actual h asesinado á ambas. Todo se reduce á la victoria del momento, por l fuerza, por la violencia, por la habilidad. La Gloria está amenazad de muerte, como el viejo Honor que agoniza, y el Pudor, y la Caridad Los degenerados de arriba están en vísperas de ser suplantados por lo energúmenos de abajo. Los reyes se van y los pueblos no saben adónd ir. Y el porvenir viene en automóvil, velozmente, desbocadamente matando, estallando. La medianía socialista cree ver desde hac tiempo en el actual progreso, allá en el Oriente, una aurora. Y es u incendio, á menos que no sea una erupción, un Vesubio ó un Montagne Pelée.

Todo lo que en otro tiempo había sido aprovechado en ventaja de l fraternidad soñada de las razas, en favor de los ideales cristianos se aplica ahora á la destrucción y á la guerra; la guerra, que soñab Víctor Hugo desaparecida en los comienzos del siglo xx adquiere mayores alcances, á pesar de las patrañas diplomáticas y d los idilios pacificadores de retrasados ideólogos. Desde el momento e que el dinero suple hoy los antiguos ideales, la disputa de la tierr y de la riqueza se hace más enconada, y el crack de la moral tra el más absoluto desastre. Jamás el sér humano ha sido menos ángel jamás ha sido más bestia fiera. Y esto con automóviles, con telégraf sin hilos, con cinematógrafo, con la omnipotencia de la máquina en l industria y del oro en todo.

Todo eso es irracional. Pero toda la vida dice Tolstoï, es irracional. Es irracional que el hombre tenga órgano inútiles, y que el caballo tenga un vestigio del quinto dedo; es u gasto inútil de energía. Los gastos inútiles de energía los autoriz el progreso. La utilidad de una carrera loca de automóviles e absolutamente absurda. Eso pasa en el reino del irracional. Un hombr rico, sano, quizás feliz, va, deja sus comodidades, su hogar, su bell mujer, sus hijos, para lanzarse á devorar espacio. Y muere. Muere mata. Antaño se iba á las cruzadas; y más antes, Jasón iba al ideal.

Hoy el heroísmo tiende á la especulación por un lado y el anonadamient por otro. Una raza de inquietos, de bovaristas, de neurasténicos marcha hacia la confusión infinita. Y Moloch engorda con sus tortilla humanas; Moloch, el eterno, el indestructible, el dios apetito y el dios crueldad

Oh que la vie est quotidienne!, decía Jules Laforgue el montevideano Laforgue debía haber vivido hasta el siglo xx, pue la época encontraría en su ironía hamletiana y ultramoderna su verdadero poeta Mas él también murió, aplastado por su tiempo, herido por el mal común.

¡Oh la delicia de la mediocridad! ¡No poder pensar, aislarse en l inconsciencia! ¡Poder entusiasmarse por un biciclista!

Se siente crujir los huesos del cráneo. Me apresur á poner punto final, pues corre peligro este artículo periodístico de acaba en poema en prosa. Y eso ya sería grave.

IMPRESIONES DE “SALÓN”

Los pintores que persisten en una maner invariable y reconocida, siempre con telas que se asemejan unas otras, y con temas incambiables, ¿lo hacen por su propia voluntad Esos pintores no lo hacen por su propia voluntad, antes bien por l imposición de la voluntad de un público que les exige la misma cosa Y su público les paga, y pues les paga, es justo pintarle la mism cosa para darle gusto. Cuando un voluntarioso se evade, la sorpres protestante del comprador y de la admiración de casillero, se expresa He aquí, por ejemplo, al fino y talentoso Raffaelli que deja ahor su París habitual, sus muelles, sus escenas callejeras, y present paisajes de Bretaña. Los que ven estos cuadros no están contentos. Es naturaleza risueña, esos fragmentos de campaña, esa nueva nota, no e perdonada por los que han condenado al artista á parisianismo perpetuo Renovarse ó morir, dice el artista: la opinión general dice todo lo contrario A mi entender, Raffaelli ha hecho muy bien en buscar un nuevo campo á su colores. Sus cualidades personales resaltan en todo caso. Su notació precisa, su dominio de la luz, trate lo que trate, le sostienen en s puesto, el de uno de los primeros maestros del arte francés de nuestro días. Otra sorpresa para los usuales admiradores es que la Bretaña d Raffaelli no se parece en nada á las Bretañas de los bretañistas d profesión ... Aquí todo es claro y grato, florido de sol, y en vano s buscarían las rudezas, brumas y aspectos sombríos de la Armórica.

Para la Bretaña negra, entristecida y ruda, ahí está monsieur Cottet que cada año presenta una página de su obra bretona, con las aspereza de color, el realismo, y quizás una vaga preocupación de primitivismo que le distinguen. La de ahora, Femmes de Plogaitel, aunque inferio á la «Noche de San Juan», está llena de vida; en un paisaje regional cinco figuras bien estudiadas, expresan el alma de la composición.

Al lado de Collet, Simón manifiesta la tristeza tradicional y l devoción dolorosa de la raza con sus Bretons a la messe. Ambo pintores son de los que toman el arte en su verdadera transcendencia y procuran realizar su concepción de lo bello pictórico, según su maneras de pensar, sin sujeción á los caprichos de la crítica y de la moda.

He aquí uno de los envíos que atrae más curiosos: Cherubin de Mozart de M. Jacques Blanche. Es un cuadro gracioso y literario, tan literari como que el Querubín de Mozart es la Berenicie de Maurice Barres, cuy retrato está al lado, para dar testimonio.

Muy inglés, muy aristocrático, muy barresiano, el cuadro de M. Blanch tiene por qué atraer, además de su preciosísimo pictórico, á l muchedumbre elegante. El retrato del predicador de la cultura del yo muy significativo y bien interpretado, es un buen dato iconográfic para los futuros historiadores del egotismo á fines del sigl xix y del nacionalismo á fines del xx.

Seguiré señalando los clous. Ahí está el ultraselecto Boldini, co dos retratos que son dos bouquets impregnados de parisina, el d la princesa de Hohenlohe y el de Mme. L ... En ambos la gama blanc predomina, estallando en uno de ellos un ramillete de rosas que adorn el busto fino y erguido.

Las figuras se dirían torturadas de elegancia; el dibujo afin los rasgos hasta la fuga; el torbellino del color se junta á l exasperación nerviosa, y cada tipo de mujer hace pensar en admirable y supergalantes receptáculos de placer moderno, de agudas sensaciones de seducción serpentina y de «más allá de la decadencia». Agregad la exagerada ligereza parisiense la más punzante y cálida intenció italiana, y no es esta pintura de Boldini, pintura de virtuoso ejecución de prestidigitador de la paleta, bueno para cantado en la rimas rebuscadas y raras de un Montesquieu-Fezensac, quien, por otr parte, creo que le ha cantado ya: Boldini, Paganini, dirá después Jean Lorrain.

Y he aquí otro «clavo»: M. Jean Lorrain por de la Gángara. Es un obra de arte de artificialidad; es un retrato compuesto á la manera d los retratos literarios de ese famoso cultivador de literatura fuera d natural. Todos los desequilibrios del snobismo, todos los viciosos po moda, todos los falsos Phocas, todos los simuladores del pseudotalento todas las viejas arpías del casino y todos los estetas rezagados de tiempo de Dorian Gray, se quedarán largo rato ante la imagen de novelista del Vicio Errante. Es una maravilla de pose Es el no más allá de la vanidad literaturesca, el acabóse de l presunción en la rareza ... Es un buen documento

Del gran Whistler, maestro que ha influído grandemente en la pintur de su tiempo, y cuya pérdida reciente ha sido justamente lamentada e todos los círculos intelectuales del mundo, hay varios cuadros. Au revuela, encantando con su fulgor póstumo en este ambiente, la psiqu misteriosa del alto artista, el caprichoso, sutil y vago papillon Lo principal es un retrato de dama, plata y rosa, hecho con la suprem distinción y la maestría reconocida en quien pudo reunir la mayo sobriedad y discreción á la más potente fantasía y dón de ensueño.

Otro clou son las telas expuestas por el español Anglada. ¡Bravo simpático artista! Suelo encontrarle por el lado de Montmartre, con su ojos penetrantes y su grandísima barba negra, serio, pensativo. ¡Quié diría al verle, que estuviese poseído de la locura del color, así com el gran Hokusai—y no es poca la comparación—estaba poseído por l locura del dibujo! Anglada ha presentado varias telas, en que aquell locura se agita, clama, se publica. Mas en esa cosa inusitada y de un increíble audacia, hay una estupenda sabiduría de paleta. Yo no sé si como otros que se creen emancipados de todo, este revolucionari no sabe dibujar; se creería esto al ver las esqueléticas piernas d alguna de sus parisienses nocturnas, y tales ó cuales rasgos de u qué-se-me-da-á-mí asombroso; mas la riqueza de sus tubos, la destreza luminosidad de sus pinceles son tales, que desde luego hay que afirma que uno se encuentra ante las genialidades de un artista de excepción de un carácter lleno de dotes singulares y de brío. C’est en héro effarouché, como yo me he detenido delante de esos delirios de fuego de colores, de esas visiones semifantásticas, semimacabras ... Y, si embargo, ¡eso existe, puesto que él lo ve! Mas esto no piensa l mayoría de los visitantes que, al pasar ante Verlinsaut, la «Gitan de las granadas» y las otras creaciones fosforescentes, nocturnas ó detonantes, unos se encogen de hombros, otros ríen, decididament convencidos de que eso es muy divertido, y otros se enojan, arrugan e entrecejo, protestan en voz alta: C’est honteux!... C’est affreux!.. C’est fou!... C’est horrible!

Quizás Anglada modere un tanto su agitador y alucinante whim, y aprovechando lo que de admirable y de encantador hay en su talento en su procedimiento, brinde á los amantes de las hermosas creacione pictóricas, nuevas sinfonías, dulcificadas con un poco de razón y otr poco de mesura. Por lo demás, ¿quién, aun entre los más escandalizados podrá negar que se está en presencia de un maravilloso colorista, de u dominador del iris, de un vencedor de la luz?

En donde se quedan por largo rato los artistas, los conocedores d lo bello discreto, de lo bello amable, de lo bello ensoñador, lo adoradores de la poesía pintada, es ante los cuadros de Santiag Rusiñol. Poesía de los «jardines de España», poesía de los arrayane y de los cipreses; poesía de los solitarios y viejos y melancólico rincones llenos de la nobleza desvanecida de antiguas edades; poesí de los almendros en flor en el campo verde cerca del mar azul, en la luminosas Baleares; patio de los naranjos, con las notas de oro, e el obscuro ramaje; blancas barcas; melancolía del valle en la ternur de la tarde, y la maravilla solar anotada en pautas delicadas. Bast decir que en las telas de este poeta, hay el mismo charme profundo aristocrático que en sus prosas poémicas

La Princesa Matilde, de Bernard, detiene á los curiosos del alt mundo y á los amigos de la pintura brillante y graciosa, y otro retrat de este artista hay que afirma una vez más sus victorias de color y su excelencias de plasticidad y vivacidad.

Las evocaciones brumosas de Carrière reciben, como es de costumbre, e cada envío, los ditirambos de los unos y los dicterios de los otros Es un artista, fuera de discusiones de técnica, cuya manera personal comprensiva y honda, traspasa los límites de la simple pintura. Hay má filosofía y más poesía de la que el curioso visitante se imagina e cada una de las obras de ese excelente.

Mucho ha llamado la atención de todos el retrato de lord Ribblesdale por Sargent. Es, en efecto, una de las pocas obras maestras que ha en la innumerable copia de telas que existe en el Grand-Palais. Tien todas las buenas condiciones que han hecho triunfar, sobre todo, com retratista, al autor de la Carmencita del Luxembourg: color, dibujo expresión, carácter, alma. Le han criticado algunos el que la estatur del tipo retratado tenga una cabeza más de lo natural, y esta crític me parece sobradamente injusta. Desde luego no hay sino un recurso par aumentar la significación, para ayudar al sentido característico; después, ese recurso ha sido empleado por muchos maestros de la Pintur y especialistas del retrato, en todas las épocas. Watteau tiene de eso personajes alargados intencionalmente; y el soberano Van Dyck ha dejad muchos en su galería de nobles personajes. Más de una cabeza hay, po cierto, en la estatura del conde de Carlisle, cuadro que es propieda del vizconde Cobham; en el del vizconde de Grandisson, propiedad d Jacob Herzog, de Viena; en el de la marquesa Adorno-Brignole-Sale propiedad del duque de Abercon, en Londres; en los retratos de lor George Digby y del duque de Bedford, propiedad del conde de Spencer, e Althorp; en el de los jóvenes lores Jhon y Bernard Stuart, que tiene e Cobham Hall el conde de Darnley. No es, pues, tan gran pecado e cometido por Sargent al caracterizar según tan ilustres tradicione á su aristócrata retratado, y si peca, peca en magnífica y gloriosa compañía.

De los consagrados oficiales, el presidente de este Salón, Carolu Durán, tiene tres telas que nada agregan á su fama. Un retrato de l señora Gould, marquesa de Castellane, muy bien trabajado, muy bie decorado, muy bien sentado, muy para el mundo en que la dama vive otro retrato de los niños del conde y condesa de Castellane, nieto del archimillonario yanqui, y que revelan futuros sportsmen y u Vieil Espagnol marchand d’éponges, figura muy estudiada y bie asida. Solamente ese viejo español parece una figura de gheto, es viejo español es un judío viejo. Sería fácil corregir: «Viejo judío español» ...

Cuadro decorativo y de efecto, Deuil, por M. Agache, cuy explosión de color se advierte desde que se entra á la sala en qu está. M. Dinet, con notables cualidades plásticas, trata un asunt miliunanochesco, las Filles de Djeun’s se jouant dans l’eau; l demasiada realidad que se nota en esta página de fantasía reduce la visiones de cuento á agradables casos teratológicos. No se pued menos que celebrar, una vez más, las marinas de Mesdag, quien sient hondamente el mar, en calma ó en tempestad, fosco ó amable. Es e maestro de quien ha dicho con razón Romualdo Paulini: Mesdag non c rivela que quello che vede; ripetendo lo stesso motivo egli e riuscit ad ottenere in tutta sincera potenza la trasparenza di quelle acqu sconvolte che veramente non sono paragonabili a nostri mari, pur quand sieno agitati dalle tempeste. D’altra parte egli non ha solo dipinto i mare influriato; ma l’ha ritratto negli aspetti piú vaghi del tramont calmo e dell’alba d’oro; ma di preferenza lo ama tragico e sconvolto. Aquí hay ahora una marina de esas borrascosas en que se siente e viento y el respiro del agua ensombrecida.

El Louis XVI et Parméntier dans la plaine des Sablons de M. Gerve es una página que ganaría en su reducción, y semejante á las odas d antaño á la invención de la vacuna, ó á la gloria de los cereales; l Mamme qui se peigne, de Tournés, recuerda una tela de nuestro amig Schiaffino; las Bruleuses d’herbes, de M. Perret, hacen ver que est pintor ha visto demasiado á Millet.

L’homme Dieu, de M. Delville, hace el efecto de una agrandada iluminada estampa de Gustave Doré. Un interior de Caro-Delvaille, qu ha comprado el Estado, es muy celebrado por la fineza del dibujo, y l suavidad de tonos y el ambiente en que «viven» las cinco figuras qu animan la escena.

No habían de faltar, como las Bretañas, las Venecias, entre la cuales una de M. Smith y otra de M. Le Gout-Gérard. De un gust voluntariamente arcaico el plafón de M. Anquetin, no seduce, á pesar d su colorido fastuoso. L’Etreinte, de M. La Touche, y el Nocturne de M. Szekely, representan un mismo asunto, en diferente medio y co distinto procedimiento tratado. Allá es el abrazo de amor en plen lujo, aquí es el abrazo de amor, el beso de dos pobres, en plen pobreza, bajo el cielo de la noche, en un puente, mientras, á lo lejos se ve el resplandor de las iluminaciones de la ciudad. Es un poco d Jean Rictus.

La falange de los imitadores, como todos los años, es crecida. Los qu hacen Puvis y los que hacen Bouguereau, los que hacen J. P. Laurens hasta los que hacen Carrière. Estos, sobre todo, son abominables. N hay que nombrarlos siquiera

Entre los desnudos, atrae uno de M. Caro-Delvaille, Eté; una muje tendida en su lecho, rosada sobre las blancuras de las ropas, y ant una mesa llena de flores y de frutas. Por el tipo de la dama—la cua es demasiado espesa para Estío—al cuadro convenía mejor haberl llamado Otoño; un otoño italiano, como podría testificarlo la botell de Chianti que aparece en primer término.

Nada tiene de pintura de moda, ni habla de la última estética e cuadro de M. Herter, Les heureux. Eclécticamente declaro que, com otras cosas complicadas y bellas, esto, natural y bello, me encanta Me encanta, porque da la completa ilusión de la vida, de la carne de la respiración, de la buena y sana animalidad humana. Así com hay estatuarios que son pintores, este pintor es estatuario; sus do figuras se animan y salen fuera de la tela, dando la impresión maravilla. Confieso que prefiero este arte al de algunos exagerado puntillistas, ó más bien confettistas, que hay aquí al lado, y cuya obras no convencen á la admiración ni al aplauso.

Llama la atención por su asunto exótico y raro, por sus cualidades d pintoresco y de color, y por la observación de detalle, el cuadro d M. Richon-Brunet, L’éxode. El pintor, á quien debe ser familiar l campaña chilena, expresa una tribu de araucanos en viaje. Podría ta vez tachársele cierta teatralidad de las figuras, mas la obra es d mérito indiscutible.

Como animalista, se distingue M. Cauvelaert; como suntuoso y elegante Mr. Bunay, que une á cierto prestigio antiguo un excelente modernismo como colorista y realista en sus retratos, M. Paulsen

Un vivaz y plausible cuadro de Willette, que habría celebrado Hugo es Gavroche en la barricada. El macabro Enterrement du carnaval Barcelone, de Graner Arrufi, es una nota española que no vale, po cierto lo que la de Larroque-Echevarría, Le chanteur populaire, en l que ambiente, estudio de tipos y composición, revelan un gran talent que sigue las mejores tradiciones artísticas de su país, sin dejar d ser personal.

Le Sidaner, el de la pintura maeterlinkiana, deja hoy sus interiores sus canales, sus jardines tristes, y nos da un trozo de París. S reconoce en seguida, por su sabido procedimiento de vaguedad y d bruma, su melancolía inevitable en todo tema que trate, su misterios vapor de las cosas.

Siempre había que celebrar á M. Aman Jean, cuando presenta ta deliciosas figuras femeninas, como las dos que son el alma de su cuadr la Confidence. Hay en este panneau decorativo ciertas deficiencia de dibujo; pero el poema triunfa por su suavidad musical, por l elegancia entristecida, por la distinción melancólica de esa escen íntima, por la gracia lánguida y discreta de esa pintura á la sordina.

Hay buena cantidad de desnudos, unos antiestéticos, otros perversos sin mira artística propiamente dicha, otros demasiado académicos, otros abominablemente manchados por el ultraimpresionismo, como los d M. Denis, que, por otra parte, tiene muchísimo mérito y talento.

En los desnudos, el que más atrae por la audacia de un detalle qu no se nota á la simple vista, es el de M. Georges Bertrand, Foa Vitae, fragmento de un cuadro, composición dedicada á la Beauté M. G. Bertrand es un pagano, un plástico, un fuerte colorista, y u comprensivo del amor sin el pecado

Hay un inmenso cuadro, la Bretagne mystique, que representa un procesión de marinos; es un vasto paisaje de mucha labor y estudio, qu servirá para decorar la escalera del museo de Nantes.

En la Fille des faunes, M. La Touche sirve un gran plato carna pimentado, con desdoro de la antigüedad, que no halla qué hacer en u ambiente extraño á las concepciones primitivas.

M. Jean Beraud representa La nuit en una mujer bella, envuelta e un manto de singular manera, y en un fondo crepuscular. Diríase l fotografía iluminada de una chilena.

Y hay más y más cuadros, grandes y chicos, que sería imposible señalar.

Et tout le reste est ... peinture.

En la Escultura hay poca cosa que se pueda aplaudir sin reservas Gracias á Rodin y á Constantin Meunier se sale de lo común y bonito Se ve mucha cosa de vitrina, tentativas de policromía. M. Dejean s empeña en dejar para el futuro tanagras modernísimas, muñequitas d París, no sin talento parisiense. Mme. de Frumerie tiene una agrupació de trabajos de finura, flexibilidad y gracia. M. Froment-Meurice, qu lleva un nombre de bastante peso, no ha encontrado asunto mejor que un patada de burra: Anesse ruan ... El Mommsen de Lobach es una buen testa, y la Sphinx, de Glicensteim, una simbólica y bella creació en piedra de Bardello, digna de todo elogio. Este mismo escultor, qu reside en Italia, expone un busto de D’Annunzio y otro de una herman del poeta, á menos que no sea hija suya. Hay también notable un bust de vieja, del poeta artista meridional Valére Bérnard, gloria de Marsella.

Mas todo eso está dominado por la central y monumental figura de Pensador de Rodin. Es una osadía, dicen algunos, el llamar así un obra, existiendo Il Penseroso

No es creíble que Rodin, que tiene un talento genial, se present candidato á la inmortalidad con el objeto de desbancar á Miguel Angel Hay su bizarría, hasta cierto punto plausible, en interpretar el mism tema miguelangelesco de la tumba de los Médicis, á su manera, que por otra parte, tiene algo del formidable Buonarrotti; pero los má entusiastas reconocerán que ni el Pensador vale Il Penseroso, co ser una obra excelente de estatuaria, ni Rodin pesa aún en la balanz del mundo y del arte eterno lo que el coloso italiano.

Alabanzas son dadas á la nueva figura del poema de bronce qu Constantin Meunier hace tiempo viene plasmando á la gloria y a sufrimiento del trabajo, representado en los tristes obreros de la minas, cuyos aspectos de fatal resignación, de pesadumbre en lucha co la dura Naturaleza, con la áspera materia, ha interpretado en máscara de un trágico que llega á lo sublime en lo humano. Meunier es belga. E el hermano de Rodin. La fama comienza á acariciarle, y no ha tenido como el francés, que luchar con la muchedumbre au front de taureau.

Un escritor que piensa alto y dice vibrante, exclama: «Un enervamient enfermizo agita el pulgar de los modeladores; quieren gustar, y par las decadencias ese deseo no se realiza sin prostituir la forma. S desprende de la producción contemporánea sin sensualidad exagerada ó bien el artista se complace en una imitación sin crítica y cas maquinal. Esos son los efectos de un individualismo anárquico y lo frutos de una enseñanza negativa que obliga al discípulo á sacar tod de sí mismo, aun lo que no contiene en sí.»

Á Meunier y Rodin no alcanza el anatema. Ellos sacan de su min personal su propio oro, su propio bronce, sin olvidar las lecciones d los maravillosos antecesores, de los gloriosos pasados maestros que so el orgullo de las artes humanas

Mas es innegable que el sentido del arte noble se pierde, qu nuestra época, á pesar de los que viven á sus anchas y predican la excelencias de su mediocridad, no es una época artística; que otra ideas han cambiado los ideales de belleza de las generaciones, y qu el utilitarismo, el mammonismo, por un lado, y el socialismo y e clericalismo por otro, han dado mucho y están para dar por completo todos los diablos, sentimiento aristocrático de lo bello, entusiasm por la superioridad del genio, admiración sincera, y el orgullo divin de las alas.

La ausencia de representantes del arte hispano-americano en ambo Salones de este año es notoria y lamentable. Nunca ha habido menos. E el de la Société Nationale des Beaux Arts, hubo uno sólo. En el de lo Artistes Français, entre pintores y escultores, suman nueve. C’es maigre. En cambio, la falange de norteamericanos crece cada vez más Porque sucede esta inaudita cosa que nunca me cansaré de repetir nosotros, los que nos regodeamos de latinidad y de la Loba y de l herencia griega, nos preocupamos malhadadamente de nuestros artistas y los yanquis, los de Porcópolis, los prácticos, los trausters, lo bárbaros, protegen, ayudan prácticamente á sus artistas. Así pued verse que van logrando en el terreno estético lo que se han propuesto tienen pintores y escultores, ma foi, que nosotros no tenemos, salv excepciones contadísimas.

El artista hispano-americano que viene á París, viene siempr con una lamentable pensión de su Gobierno, pues son muy raros extraordinariamente raros, los púgiles, los luchadores de fuerte hombros y bravos puños, que vengan á bregar en pleno París, contand únicamente con sus propias fuerzas, con su solo cerebro

Los pensionados de los gobiernos suelen no ser los más talentosos d su tierra, y cuando vuelven no llevan adelantada gran cosa. Y los d talento verdadero viven mala y trabajosamente con el escaso sueld que casi se les va en modelos y en las modestas cremerías del barri Latino. Y acontece que, cuando menos piensa un joven de esos, con s porvenir casi asegurado, con su labor de estudio al terminar, se v abandonado por la luminosa ocurrencia de un Gobierno que no cree d gran importancia el progreso artístico de su país. De esos hay quiene se quedan aquí, en una triste struggle-for-life, dándose á labore industriales, vendiendo su producción á la diabla, cuando logran qu se la compren, y destrozados de desesperanza ante la imposibilida de domar la suerte y de conquistar el halago de París, que es l gloria del mundo. Otros ... ¿Recordáis que hace algunos años, entr los pintores hispano-americanos de cuyas obras me ocupé, había un de quien publicó La Nación el retrato, el cual pintor expuso en e Salón en que yo os informaba, una cabeza de Cristo? Tenía el apellid del Libertador, se llamaba Domingo Bolívar. Estaba en París, llen de desencanto y de tristeza, á pesar de su buen humor y de su bue talento. Aquella cabeza de Cristo fué lo último que expuso en París. É no creía ya ni en París ni en Cristo ... Se fué á los Estados Unidos en donde contaba con excelentes relaciones. Había hecho el retrato de general Lower, que fué gobernador de Cuba, y el de otros personajes Yo le di una carta para el Sr. García Mérou, quien lo acogió noble cariñosamente. Mas, Bolívar iba enfermo de París, en donde, pobreza desilusión le mordieron el alma. Y en Nueva York, hace poco, hizo e gran viaje ... con cianuro de potasio.

Y como ese vencido, muchos otros, pensionados por gobiernos de nuestra repúblicas. Los dichosos son los pensionados por los norteamericanos No por el Gobierno, sino por los Mecenas anglosajones, que hay muchos Ya en otra ocasión he nombrado á Mrs. Phoebe A. Hearst, la millonari madre del propietario y director del New York Journal. Esta dama que tiene varios pensionados de su país en Europa, envió por su buen gracia á París á un artista mejicano, Alfredo Ramos Martínez, sin má condiciones que estudiar y producir. Lo sostuvo cinco años. Y luego la yanqui, le dijo: «Le voy á quitar la pensión. Ya usted está hecho ya ha sido aceptado en los Salones y vende sus cuadros. Ahora, n se mueva de París. Luche. Venza. Complétese usted.» Y el artista s quedó, luchó. Y hasta entonces, sólo hasta entonces, el Gobierno de s país, gracias á la iniciativa del ilustre Justo Sierra, le decretó un pensión. ¿Qué rico de Centro, ó de Sur-América, tendría el bello gest de la millonaria de los Estados Unidos?

Con gusto me expresaré un poco sobre el trabajo y la persona de Ramo Martínez, como lo he hecho con el admirable y fuerte argentino Irurtia Ramos es un laborioso, y un apasionado del color. Es de los que má honran al escaso grupo hispano-americano parisiense. Ha sido aceptad en el Salón desde hace tres años, y ha tenido muy grandes distincione de parte de la Sociedad de Acuarelistas. Pues la acuarela es s particularidad, y á ella le debe notables victorias. Vignal, que e autoridad, lo celebra y aplaude.

Es un amable carácter, un buen corazón, un excelente muchacho. H sufrido. Sus confesiones pueden servir á los que siguen el camino qu él ha recorrido. «Cuando tuve que vivir en París—me decía una vez— cuando me quedé sin pensión, me sostenía la esperanza de verme algú día con elementos para desarrollar lo que desde hace tanto tiemp persigo; y esta sola idea me dió fuerzas para no desmayar ante la pruebas tan rudas por que pasé. Inmediatamente me puse á trabajar e una fábrica de bibelots artísticos. Desde ese día, ¡qué horizonte ta distinto me rodeaba! Ganaba apenas para vivir. Era un simple obrero obligado á seguir las ideas de cualquiera. Del patrón. Mas, ese dolo me templó; me produjo una gran indiferencia por el instante y una gra esperanza en el porvenir. Y no pudo ser más: abandoné aquella tare sin saber adonde ir. Fué peor. Caí en manos de judíos abominables para quienes trabajé, de día y de noche, quedando toda la utilida para ellos. Hice ilustraciones para ciertas casas, y fué lo mismo Ya desesperado, me fuí á Londres, llevando conmigo mi cartera d acuarelas. Desde ese día mi vida cambió. Me las aceptaron todas en e Círculo de Acuarelistas, y á los pocos días adquiría una el duque d Devonshire. En efecto: Londres fué más propicia á ese respecto con e artista hispano-americano. Recientemente, se le ha propuesto hacer un exposición particular de sus acuarelas en el Carlton».

Este joven artista es un ejemplo de lo que la constancia y el tesó ayudan al natural talento. Ramos es de los que triunfan apoyados en s sinceridad ó impulsados por su pasión artística ¡Cuántas veces hemo recorrido juntos el Louvre ó el Luxembourg conversando de las hermosa obras de los maestros, de la belleza eterna! O en el taller de argentino García, hombre de ensueño y de impresión, pintor de secreto luminosos, á quien he de consagrar, á su vez, una página dilatada ó en el estudio del poderoso é intelectual Irurtia, á quien Charle Morice ha dedicado tan hondas ideas, tan gallardos juicios. Ramo admira á Vinci. El gran Leonardo, más que Miguel Angel, le hace ver l humanidad; su Gioconda es la madre, la esposa, la querida, la hembr completa, según el estado de ánimo en que el espectador se encuentra Lucrecia Crivelli, para él, es sér de adoración; nada habla como lo ojos de esa mujer, que son todo un poema de encanto. En la sola frent hay un divino enigma; en las solas manos están todo el misterio hechizo femeninos. «Gioconda es todo—me decía el artista—.» Ama Rembrandt, á Velázquez, «un dios pintando». Querría ver á Velázque interpretando á Vinci. Se entusiasma con Botticelli, exquisito refinadamente sentimental. En lo moderno ve que Millet sólo podrí decirlo todo; lo colocaría al lado de Leonardo, en los tronos de Arte. «Su campesino» no es el vulgar que vegeta; es el sér noble bueno, penetrado de la grandeza que respira. En su «Primavera» ¿quié no siente la alegría? Aquel verde nuevo que se ve nacer, los tronco podados en que revienta la savia; uno que otro surco se adivina qu hacen pensar en el que los cavó. La Naturaleza es todo allí; lo pájaros, las flores que cubren los surcos, y como complemento u cielo tempestuoso en donde se ve la gracia del iris. A lo lejos bajo un árbol, un campesino reposa á la sombra. ¡Es la primavera! ¿ Carrière? ¿Y Corot? ¿Y Turner? ¿Y Whistler? Son sus dioses también. saluda á Sicly, á Claude Monet con sus armonías de sol, y al brumos Le Lidauer y sus poemas versalleses. Contrariando ciertas opinione mías, concluía: «En definitiva, esta época dejará su huella como la anteriores. Vivimos con electricidad, con vapor, todo al minuto, a segundo. El poeta, el pintor, el escultor, haciendo con sinceridad resultarán siempre grandes.» Es un plausible eclecticismo y una virtu de entusiasmo que me complazco en alabar. Ramos es la fantasía, per también el buen sentido.

Mas, ¿en dónde están los artistas argentinos, en los dos Salone de este año? No encuentro más que dos nombres, y eso que son d semifranceses, Mme. Dampt, la esposa del célebre escultor, que expon en la Société Nationale des Beaux Arts un retrato de Mlle. Péan, d elegante factura, de expresión, casi diría de estilo; y el Sr. Artigue de quien me he ocupado ya en otras ocasiones, y que ha enviado á l Société des Artistes Français un cuadro lleno del sentimiento de l Naturaleza, y que denota un gran paso en su labor artística: Sur la falaise.

El escultor Irurtia no pudo concluir á tiempo un nuevo envío que d seguro habría tenido igual éxito que las «Pecadoras», tan celebrada por la crítica parisiense.

Don Alberto Lynch, del Perú, en la Société des Artistes Français, tien un cuadro interesante; un panneau decorativo cuyo asunto está tomad de un verso de Virgilio: «Collados del Taigeto, hollados en cadenci por las vírgenes de Esparta.»

El uruguayo Sr. Samarán presenta dos telas meritorias, una de ella Hommage au Maître, y la otra, en donde la intención se junta á l bien reussi, titulada N’entend? pas ... toute á Rostand.

Un discípulo de Bounat, D. Roberto Lewis, cónsul de la república d Panamá, expone dos retratos, de una ejecución cuidada, y con excelent expresión, sobre todo el de Madame L. L ...

Ramos Martínez, el mejicano, tiene obras en ambos salones, cos contraria al reglamento; pero el hecho está subsanado con que uno d los envíos, el del Salón de los Artistes Français, está firmado po un amigo suyo. Ramos ha logrado en ambos Salones la cimaise y una flores preciosas en el Salón de Beaux Arts están colocadas al lado d uno de los clous, el retrato de lord Ribersdale por Sergent.

José Vera León, venezolano, expone un retrato muy bien realizado en l sección de dibujo de los Artistes Français

Chilenos han venido sólo dos, Marcial Plaza Ferrand y Valenzuel Llanos. Este es un discípulo de su compatriota Pedro Lira y de Jea Paul Laurens. Ha expuesto en tres Salones parisienses. Es un paisajist de valer; se ve que se inspira en D’Haspignie, aunque procura dar s nota personal, expresar su manera de sentir la Naturaleza, el ambiente el alma del campo, siendo, con todo, contrario al impresionismo. En s país se le ha hecho justicia, y obtuvo el premio de honor en el Saló de Santiago del año pasado.

Marcial Plaza Ferrand fué también discípulo de Lira, en la Academia d Santiago. Ha obtenido varios primeros premios en concursos de dibujo pintura del desnudo. En el Salón de su país logró una tercera medall en 1896, una segunda en 1897, y primera en 1898. Asimismo fué premiad en el certamen Edwards. Ha estudiado en París, bajo la dirección d Jean Paul Laurens. Expone por primera vez en la Société des Artiste Français, en donde le han admitido dos obras que figuran sur l cimaise. Las dos telas, Parure y Louisette, revelan u adorador de la «arcilla ideal», un feminista, en el sentido artístico de l palabra, como lo fué uno de los maestros que él admira, y al cual sigu á veces, con amor y éxito, Chaplin. En ambos cuadros expuestos hay es suave disolución de rosas que caracteriza las encarnaciones del galant y elegante maestro francés, uno de los más bizarros cultivadores de l gracia voluptuosa.

En cuanto á la Escultura, sólo hay dos nombres hispano-americanos ambos de Méjico: Enrique Guerra y Fidencio Nava. Ambos son talentosos fervientes de amor á la plástica belleza.

Con tal que haya un ímpetu personal, una conciencia de la senda que s sigue y una sincera pasión de lo Bello, no importan al criterio seren los procedimientos ó las maneras. Además se es roca ó flor, catedral logia, cóndor ó ruiseñor. Se posee la fuerza, ó se posee la gracia cuando no es el genio que tiene las dos. La montaña de Miguel Angel n impide las amables y deleitosas colinas de Canova. Lo bello clásico n excluye lo bello romántico, lo bello parnasiano, lo bello realista, l bello simbolista ó decadente. El no admitir más que una fórmula, ó u genio, ó una clase de lo bello, indica irremediable limitación.

Yo confieso que la vía porque va el escultor Enrique Guerra es una ví florida, grata, hermosa.

Él no comulga con fe absoluta en el templo rodiniano, no ama l violencia y las osadías á veces poco comprensibles del autor de Balzac y del Pensador. Él va hacia bosques más hospitalario que las intrincadas selvas del discutido y genial Dante moderno del bronc y del mármol. Si hiciese rodinismo sin sentirlo, caería en ridículo Expresa lo que siente, como su ingenio lo indica, como su alma lo ve como su cerebro lo sueña.

En los Artistes Français hay una concepción muy feliz de Enriqu Guerra, una interpretación de suave encanto, de una adorable figur bíblica que perfuma aún el mundo con el poema de su ardoroso idili y con su nombre: es la Sulamita, amada de Salomón, el poeta. Guerr se sintió inspirado después de leer la traducción del Cantar de lo Cantares, hecha por Renan, y de la prosa marmórea y armoniosa en qu se vierte el antiguo filtro de la sensualidad hebrea, brotó la blanc estatua que ha valido á su autor un franco éxito. Je dors, mais mo cur veille ... C’est la voix de mon bien-aimé: Il frappe: uvre moi dit-il, ma soeur, mon amie, ma colombe, mon inmaculée, car ma têt est toute couverte de rosée; les boucles de mes cheveux sont toute trempées de l’humidité de la nuit.—J’ai retiré ma tunique; commen veux-tu que je la remette? J’ai lavé mes pieds; comment le salirais-je? Mon bien aimé alors á éntendu sa main sur la fenêtr et mon sein en a frémi. Je me lève pour ouvrir á mon bien-aimé ma main á touché la myrche; mes doigts se sont collés á la myrch liquide qui couvrait la poignée du verrou. J’ouvre á mon bien-aimé mais mon bien-aimé avait disparu, il avait fui. Le son de sa voi m’avait fait perdre la raison. Je sors, je le cherche et ne le trouv pas; je l’apelle, il ne me repond pas. Les gardes qui font la rond dans la ville me recontrent; ils me frappent, me meurtrissent; le gardiens de la muraille m’enlevent mon manteau. Je vous en prie filles de Jerusalem, si vous trouvez mon amant, de lui dire que j meurs d’amour. De ese canto encantador lleno de leche y miel y vin y olor de manzanas y de rosas no recuerdo que ningún escultor, ante que Enrique Guerra, haya extraído un tema para una estatua. La amad oye la voz del amado y medio se despierta; su magnífica desnudez e una deleitosa armonía del eterno canto de la carne primaveral. Mas l obra del artista mejicano no tiene únicamente el valor de reminiscenci bíblica ó encarnación de un tipo literario; guarda su simbolismo eterno y moderno, cuya expresión inician las figuras que vagament surgen del fondo, y que suscitan, simplemente, el arte. El que teng orejas, que oiga.

De Fidencio Nava diré que es otro que sigue nobles tradiciones. M parece que sus maestros admirados y seguidos son los grandes de Renacimiento italiano, sin que esto le impida seguir tendencia modernas. Ha progresado mucho, porque su inteligencia vivaz v acompañada de constante estudio y laboriosidad. Nervioso, con much chispa intuitiva, Nava es también un adorador fogoso de su arte y de Arte. Poco á poco va ascendiendo; pero su ascensión la hace á pas seguro y firme. Presenta en esta ocasión—en otra seré más larg sobre su obra—un busto de Mlle. Barral, hija del célebre sabio que ha agradado generalmente por la vida que hay en él y por e carácter y plasticidad. Fuera de los elogios de autoridades, le h valido este busto un buen triunfo, y es que un comité formado para l erección de un monumento á Barral le haya encargado la ejecución de importante trabajo. Este monumento, que se elevará en el cementerio d Montparnasse, dará á su autor, no lo dudo, una victoria parisiense. Un figurita llena de gracia que se hará popular por Barbedienne, es l Petite boudeuse. Así demuestra Nava la flexibilidad de su talento, s facilidad de interpretación y expresión de la figura humana, su mod sereno de pensar y su manera feliz de sonreir.

DUELOS CÍNICOS

Día domingo. Visita al Père-Lachaise cínico. Es allá, e Asniéres, en la isla de los Perros, junto al puente de Clichy-Asniéres Puede ir uno por el ferrocarril, saliendo de la Gare Saint-Lazare. Y preferí el tranvía Madeleine-Asniéres-Geunevilliers, que pasa por l puerta del cementerio.

¡Un cementerio para perros, para gatos, para pájaros!—y la part anarquista que hay dentro de mi sér se sublevaba.

¡Cómo! ¡mientras hay tanta persona estimable que se muere de hambre al pie de la letra; mientras en tanta casa del vasto París se sient la obra espantosa de la miseria, hay dinero que los ricos emplean e levantar monumentos á sus amigos, en una extensión de solidaridad hart censurable!

La representación de lo más asqueroso, de lo más miserable, de lo má infectamente horrible, ha sido siempre un perro muerto. Tan solament en el cuento de Tolstoï, Jesucristo encuentra que los dientes de l inmunda carroña son comparables á las más finas perlas

Aquí ascienden los animales á categoría personal. El muladar s transforma en jardín, y la memoria del amigo de cuatro patas s perpetúa en bronce ó piedra. De esto á la latría no hay más que un paso.

El tranvía se detiene en el puente. «All es», me dice el conductor, un tanto burlón. Desciendo y llamo á l entrada de un precioso y florido lugar, adornado de una gracios fachada y de una verja de hierro. Una niña rubia me abre la puerta y una gran perra me saluda con la cola mientras pago los cincuent céntimos de entrada. No hay un solo visitante en esa fresca hora d la mañana. Al frente se alza un respetable monumento. Es el del perr Barry. El artista ha presentado en lo alto, al Gran San Bernardo en el centro del mausoleo, un perro lleva á un niño sobre su lomo abajo se lee: Il sauva la vie á 40 personnes ... Il fut tué par l 41éme! La historia es triste, en verdad. El pobre anima salía á buscar caminantes perdidos entre la nieve. Cuarenta vece condujo gentes salvas al monasterio. Una vez—la cuarenta y una—encontr á un hombre, bajo la tempestad, casi helado; quiso sacarlo de la nieve pero aquél creyó, en lo obscuro de la noche, que la pobre bestia er una fiera; tuvo fuerzas para sacar su revólver y herirla. Herido todo, el perro fué al convento, y guió á varios frailes al lugar e que se hallaba el viajero. Éste se salvó, pero Barry murió pocas horas después.

Camino entre flores y pequeñas tumbas. Una buena cantidad de hueso caninos yacen allí, adornados como despojos de seres queridos. Sé qu ha habido quienes han intentado poner cruces, ó símbolos religiosos; e reglamento, cuerdo, ha prohibido tales manifestaciones. Hay tumbita graciosas, cuidadas; las hay lujosas, artísticas; las hay simples elocuentes; las hay ridículas, con sus inscripciones extraordinarias ultrasentimentales. Citaré varias:

«Cora».—A notre fidèle petite chienne, dont l bon petit cur battit pour ses maîtres. Elle passa toute sa courte vi parmi eux. Ils l’aimaient trop et na pouront jamáis l’oublier.

Entre verjas, rodeadas de margaritas, de gencianas, d botones de oro, se ven lápidas, ó minúsculas perreras d mármol, ó de cal y canto.

1886—«Teto»—1901.—Pendant 15 années tu as couch á mes côtés, en me prodigeant ton affectueuse amitié Ainsi quels bons souvenirs! Mais quels regrets!

Más adelante:

«Chérie».—Elle fit l’admiration de tous par so intelligence, sa bonté et son bon petit cur. Sa maîtresse l’aimai trop Elle ne pouvait vivre!

¡Qué historia, qué detalles de vida no contiene la inscripció siguiente!:

1886—«Bob»—1901.—Ta vie ne fut que souffrances La mienne fut parsemée. Nous las confondîmes esperant les adoucir; mai la cruanté des hommes sut mettre un terme á ce bonheur passager.

Otra, en versos lamartinianos:


1884—«Brillant»—1889
Oh! vieux, dernier ami que mon pas réjouisse,
Leche mas yeux mouillés, mets ton cur près du mien,
Et seul pour nous aimer, aimons-nous, pauvre chien!
 

Y esta otra:


A ma bonne «Kiss» chérie.—26 Sbre. 1900.
Malgré tout!
Bonne Kissoute blanche.
Gaîté, sûre, mêlant ta voix claire à ma vie
N’enfermais-tu fidèle, et me léchant la main,
Sous ta forme de chien, tout le cur d’une amie?
 

Una, muy modesta, rodeada de conchas y hierbas:


A «Ivan», notre bon chien, aimant et fidèle.
12 Juin 1901.
 

Hay un recuerdo de pintor. Junto á la tumba humilde una tablita con la imagen del perro pachón, á quien se d cita en la inmortalidad:


Au revoir dans l’infini, mon Philos.
 

Un inglés:


«Ruby Smith».—His litte Pet.—December 22nd 1901.
«Beloved Alec».—My faithful companion for
11 years.—June 9th 1901.
 

Encuentro la fotografía de un perrito de aguas sobre u caballo:

1888.—A «Nenette».—1900.—Ma petite Nenett chérie. De notre séparation la doleur est inmense. Et je veux de fleurs chaque fois qu’à toi je pense.

Y una familia de japoneses: «Osaka—Tokio y Daimio», en un mism sepulcro, de lujo, cerca de Athos, enterrado bajo una fina placa d porcelana.

Hay varias tumbas con citas de prosa y versos célebres sobre la virtudes de los animales, y una estrofa original en la tumba de do perros de Mme. Tola Dorian, suegra de Jorge Hugo, el nieto del gra poeta:


«Sapho» et «Djérid»
Amis de Tola Dorian
Si ton âme, Sapho, n’accompagne la mienne
Oh cher et noble ami, aux ignorés séjours.
Je ne veux pas du ciel! Je veux, quoi qu’il advienne,
M’endormir comme toi, sans reveil pour.
 

El departamento de los gatos es más pequeño que el de los perros pero en varios sepulcros de micifuces hay quejas plañideras y cita de Baudelaire, que, como se sabe, era un gran amigo de los gatos. la sección de los pajaritos es más chica todavía, aunque cuenta co curiosas minúsculas tumbas, como las del jilguero Gazouillis, d quien cuenta la leyenda que Paul y Jeanne lo encontraron al salir d la escuela, y que era ciego, porque para que cantase mejor le había sacado los ojos sus primeros dueños.

Veamos bien las cosas. La parte anarquist que hay en mí se ablanda si ahondo los motivos de tan inútile derroches de sentimentalismo y de francos. No soy un fanático en l lealtad perruna, porque he visto prácticamente que ella no es ta fundamental como se cree. El perro es interesado y sinvergüenza; e gato es vanidoso y maligno. Pero Voltaire y Byron tenían razón: e estimable rey de la creación no es mejor que los otros animales. Ante que Byron, alguien había escrito: «Mientras más conozco á las gente amo más á los perros.» Y Hugo, que descubrió en ellos el sudor en l lengua y la sonrisa en la cola: «El perro es la virtud, que, n pudiendo hacerse hombre, se hace bestia.» Me explico el hombre triste solitario, hosco á golpes de la vida, desconfiado de sus semejantes en esta inmensa selva de lobos bípedos en que vivimos y que llamamo mundo. Desengañado, herido, burlado por la amistad, desgarrado po el amor, desdeñado por la consecuencia, encuentra en un perro e silencio afecto, la caricia de los ojos, la cuasi palabra del ladrid inteligente, el salto que equivale á un apretón de manos. Y en su horas amargas mira al compañero cuadrúpedo como que quiere participa de su dolor, como que le quiere consolar, como que busca la manera d hacerse entender y como que comprende las palabras y las miradas.

Es un amigo, es una cosa en que poner el cariño que no halla colocació por la maldad, por la falsía, por la ferocidad humana. Y ese hombr quiere á su perro con el querer que pondría en un sér inteligente y con el egoísmo de quien se siente querido, así sea por esa ínfim alma instintiva que apenas puede formular su volición en la prisió misteriosa de su naturaleza. Él es su compañero de paseo y su ayud de caza. En el reposo de su soledad se echa á sus pies. En él hay un vaga comprensión de justicia, como en el perro de Benvenuto ó el d Montargio. Su bondad ó su maldad serán como las de su amo. El perro de bandido será bandido, como el perro del ciego es limosnero, como e perro del artista es soñador. La heroicidad no es ajena á su instinto Moustachu tiene aquí su estatua, como Cuatrorremos, el bombero, e recordado en Santiago de Chile.

Perros y gatos domésticos, pájaros como el loro del Corazón simple de Flaubert, pasan, benéficos, en un ambiente de sentimiento, en l estéril soledad de las viejas solteronas sin familia. ¡Pobres vieja solas! El animal querido es para ellas todo su amor; en él ponen la ternuras que no encontraron correspondencia ó que la suerte no pud premiar con la realización de un ardiente deseo. No hay marido, n hay hijos, no hay más compañía que la de venales sirvientes, y s la pobreza es mucha, la soledad reina. Entonces el gato sigue po las habitaciones á la anciana; el perro se hace presente; come a mismo tiempo el escaso puchero y duerme á veces en el mismo lecho. E una ayuda, es un espíritu, es un corazón que palpita al lado, y e ocasiones ha sido el salvador de la vida. Mueren esos animales; e desconsuelo es tan grande como si muriese una persona amada. Hay quie los entierra en el jardín de su casa, y los llora y los recuerda po toda la vida. Se creó el cementerio de animales, y allí van, con má ó menos pompa, Bob, Turc, Sultán, León, Stop, Mistigris, Miau, Bijou Fifí, Lilí, Tití, y demás apelativos onomatopéyicos.

Desde la extraña necrópolis se ven las aguas del Sena, á un paso Arboles frondosos dan sombra, y el perfume de las flores abundante hace grato el aire. Al salir me llamó la atención un monumento sobre e cual se alza una corona heráldica. Es el de una perra de la princes Cerchiara Pignatelli. La dedicatoria explica una vida de sufrimiento mitigada por la compañía del fiel animal, y ve uno cómo se juntan e los mismos simples afectos, las sensibles porteras y las aristocrática damas. Las penas son las mismas. El dolor de la vida tiene las misma llaves que la muerte, y abre todas las puertas. No lejos, un gran pav real de bronce se levanta sobre artísticas rocas revestidas de variadas flores.

La misma niña y la misma perra me despiden en la puerta. Sé qu la perra es conocida de todo el pueblo, y que es inteligente y h realizado varias proezas. No hace mucho tiempo, Spera—ese es s nombre—intentó una buena acción, con un su semejante, pero no tuv éxito. Alguien ató á un perrillo una piedra en el cuello y lo echó a Sena. El animalito logró sostenerse por un momento en unas ramas de l orilla. Spera lo vió y se puso á ladrar desesperadamente. Llegaron lo guardianes del cementerio, y con ayuda de una caña, quisieron sacar a pobre animal que se ahogaba. Fué imposible, pues el peso de la piedr lo arrastró al fondo.

A falta de un biefteack de despedida que ofrecerle, pasé á Sper la mano por el lomo. Y volví á París.

LA RAZA DE CHAM

Mientras e espantosas catástrofes los amarillos se imponen, en farsas sangrienta los negros se hacen notar. Parece que un mal diablo estuviese azuzand las razas unas contra otras. Así, pues, de Haití llegan á Francia mala nuevas. La macacada está furiosa; los pocos blancos que hay en la isl ven con temor la agitación de los naturales. Saben que una insurrecció de color es terrible para los europeos. En el negro, danzante, tristón jovial, pintoresco, carnavalesco, surge, con el fuego de la cólera y e movimiento de la revuelta en antepasado antropopíteco, el caníbal d Africa, la fiera obscura de las selvas calientes.

Ya hay experiencia sobre ese punto. Las agitaciones haitianas coincide con las amenazas que un doctor negro hace á la raza caucásica, desd una de las principales revistas de París. Ese doctor negro es de lo negros de los Estados Unidos, los más osados, los más audaces qu puedan existir sobre la superficie de la tierra. De ellos nos decía n hace mucho tiempo un atinado escritor argentino, el Dr. Damián Lan «Y no he visto, ya que de audacias le hablo, nada más atrevido, má decididamente atrevido, que el negro americano. ¡Ah, los negros!.. son el terror de los turistas extranjeros y la sombra nefasta de su compatriotas blancos».

«La negrada es todo un problema social en los Estados Unidos; esto todos los sabemos. Pero, estando aquí, se comprende mejor cómo e posible que todo este inmenso pueblo se conmueva en masa cuand los diarios lanzan á todos vientos la noticia de que el president Roosevelt ha invitado á su mesa á un negro, por ejemplo, ó que e ministro tal se ha paseado por las calles de Washington codeándose co un mulato». Estos seres de color obscuro, tan buenos y humildes entr nosotros, constituyen aquí una familia de nueve millones de individuo perversos y despechados contra el blanco, que les ha tratado siempr con rigor y que por eso ha provocado en ellos un odio profundo que s va sucediendo de generación en generación como legado hereditario El negro aquí no es el ente medroso y pusilánime que conocemos no; demuestra al blanco el más decidido desprecio, lo mira siempr fisgándose de él, se ensaña con él cuando puede hacerlo víctima d alguna perversidad, y goza entonces con su desgracia. Sabe que su derechos ante la ley son los mismos de la otra raza, y se afana á tod trance por poner esta igualdad de manifiesto. ¿Qué mucho, entonces, qu en la práctica la ley Lynch subsista aquí todavía?

He reproducido esos párrafos de la correspondencia del doctor Lan porque ellos son un apoyo á la sabia opinión de M. Remy de Gourmon sobre los negros y su actitud en la América anglo-sajona. En la especies humanas hay diferencias casi infranqueables. «Si lo so sexualmente—dice—no lo son socialmente. He aquí que Mr. Roosevel pretende imponer á los blancos la supremacía, aunque local, aunqu momentánea, de hombres de color, aunque distinguidos. Se trata d algún preceptor, de algún juez de paz». Eso parece nada y es enorme Hay pastores negros, hay curas negros, los hay chinos: ¿qué hugonot francés, cuál de nuestros paisanos católicos iría á confiarse, si risa, ó sin asco, á ese ministro, verdadero, sin embargo, de s religión? La especie domina la religión. Sin duda la religión es u vínculo, y un chino cristiano ha adquirido algunas nociones que l acercan á un civilizado occidental. Pero eso es bastante flojo. Lo negros de Mr. Roosevelt pueden ser excelentes wesleyanos, perfecto baptistas, metodistas deliciosos; el sajón, el latino, ó el celta lo rechazan unánimemente, y su rechazo es bello, pues está conforme co las voluntades de la naturaleza. El patriotismo del suelo es excelente hay que defender su casa contra los ladrones, eso es elemental. E patriotismo de la especie, ó, si se prefiere la palabra literaria el patriotismo de la raza, ha llegado á ser tan necesario como e patriotismo del suelo. Veo la cuestión negra, hoy particular á lo Estados Unidos, agrandarse desmesuradamente. Mañana se planteará en e mundo entero, bajo un color ú otro. Los americanos, protestando contr los sentimientos demasiado bíblicos de Mr. Roosevelt, sirven á la caus de la civilización, absolutamente ligada á la preeminencia de la raz blanca; pero si ellos quisieran obedecerle, y aceptar funcionario negros, y casarse con negras, y procrear una bella raza de mestizos si consintiesen en degenerar, en fin, harían un gran servicio á l Europa. El país del juez Lynch es demasiado vigoroso para consentir e tales humillaciones, y el noble patriotismo de la especie es demasiad potente. Vale más linchar negros que elevar estatuas á los Schoelchers Claro es que el sentimentalismo cristiano se opone á esas crueldade que la ciencia enseña. El escritor negro de que he hablado—u mentado Tobías—, en su largo trabajo en pro de su raza no pued manifestarse más altivo, alguien diría más insolente. Como tiene su letras y sus ciencias, se alza contra los amos armado de ellas proclama, no la igualdad, sino la superioridad de los negros sobr los blancos. La superioridad intelectual y la superioridad física «Tenemos—dice—mucha más imaginación.» Y señala como síntoma d decadencia los dientes cariados y las cabezas calvas de mucho anglo-sajones, ante las bien provistas mandíbulas y las tupidas pasa de los libertos de ébano.

Estamos lejos del excelente Domingo de Robinson, del famoso tío Tom de los gratos esclavos de las familias de la Colonia. Felizmente, e negro, en su especie, no tiene las condiciones de la raza amarilla, no es fácil, al menos por ahora, que la preponderancia de las razas d color que augura el convencido Tobías, se realice, para ruina y mengu de la civilización occidental, es decir, blanca.

Entre otras cosas consoladoras, acabo de leer este resumen de una sabi Memoria del doctor Roxo, brasileño, sobre las perturbaciones mentale de los negros en el Brasil: «Después de haber estudiado en todos su pormenores las perturbaciones mentales en los negros, resulta que es u hecho probado que la raza negra es inferior: en la evolución natura es retardataria, y mientras el cerebro de los negros no entre en u período de actividad creciente, será una utopía la nivelación de la razas. Cada cual tiene un grillete que le retiene por los pies: es l tara hereditaria. Y ésta es pesadísima en los negros.

El romanticismo lo hermoseó todo, hasta los negros. Hugo crea Bug-Jargal y Lamartine sublimiza á Toussaint-Louverture. El pobr Bezain no alcanzó ya el vaudeville y la revista de fin de año. E realidad, apenas el heroísmo es el que salva al pobre hijo de Ca del ridículo que trae como fatal herencia desde el materno vientre Necesitan para brillar, el resplandor de la pólvora ó la grandeza de suplicio, para poder resplandecer en la historia Falucho, Antoni Maceo. La Humanidad no ha podido aún ver el genio negro. El talent mismo es en ellos escaso, fuera de ciertas especiales disciplinas, las cuales se adaptan su agilidad y su dón de imitación. Mr. Tobía señala como un gran triunfo el éxito de una compañía de cómicos d color, Walker y Williams. Hay una cantante que se llama la Patt negra. Hay algunos violinistas y creo que algunos pintores. Segú Tobías, abundan los escritores en los Estados Unidos. En la Améric española no han faltado. Plácido es célebre en Cuba, y Candelari Obeso, en Colombia. Haití cuenta con varios rimadores y cuentistas Mas, colectivamente, todo eso, en unas partes como en otras, acab y se resume en la bámbula, en el tamborito, en el toumblack, en l mozamala, en el candombe. Juan Montalvo tenía siempre la preocupació del «negro malcriado». Se refería á los de su tierra. Si llega á sufri las impertinencias osadas de los de Norte-América, rabia y relampague mayormente. Habituados á una secular obediencia, á una tradiciona pasividad, la libertad vuelve á los negros locos de vanidad y de crueldad.

Su imaginación—tienen imaginación, dígalo el prodigioso mulat Dumas—les hace concebir una fantástica vida de jolgorios y alegrías antes tan solamente permitidos á los aborrecidos blancos ... La vanidad que les es característica—no hay vanidad como la del piel-obscura— les induce á imitar los gestos y maneras del caballero blanco, de antiguo patrón. El ministrel se pavonea. Su teoría, su sueño, su meta es la igualdad. Pero que no tenga la más simple representación la autoridad más pequeña, el honor más mínimo, porque entonces s convierte en el peor tirano. Nada por eso más horroroso y sangrient que las represalias negras en el Norte, y que la política negra, las insurrecciones negras, en ese todavía misterioso Haití, en dond aun impera el recuerdo de Biassan el feroz, del vampírico Dessalines y del mismo Toussaint, que, á pesar de la poetización lamartiniana decía á sus gentes, después de la comunión: Zoté coné bon Gin; ce l mi fe zoté voer. Blan touyé li touyé blan yo toute, lo cual en romanc quiere decir: «Ya conocéis al buen Dios. Es el que os hago ver. Lo blancos le mataron. ¡Matad vosotros á todos los blancos!» Y en seguid tenía la osadía de escribir á Napoleón: «Al primero de los blancos e primero de los negros», cosa que hacía arrugar el entrecejo al duro emperador.

Hablando de las crueldades de los haitianos dice un escritor: «S buscaría en vano en la historia de los pueblos una manifestación igua de ferocidad. Las vísperas sicilianas y la San Bartolomé fueron juego de niños comparados con la masacre de Santo Domingo, que saludó l aurora de la república haitiana. Las tradiciones locales abundan e recuerdos espantosos. Colonos, marqueses y condes que llevaban los má hermosos nombres de Francia,—Richelieu, Gallifert, Breteuil—fuero picados vivos, milímetro por milímetro, bajo el cuchillo de lo negros, refinados en su salvajismo. Otros fueron decapitados, co un acompañamiento de circunstancias atroces. Los verdugos dejaba las armas de acero, que cortaban bien, y aserraban las carnes tendones con fragmentos de viejos aros de barril. Y se cree que lo blanc-français que perecieron, hombres, mujeres, niños, fuero en número como de veinticinco mil.

Tienen razón, pues, los blancos residentes en la repúblic semicimarrona de temer por sus vidas. Y los hijos de la civilizació europea deben poner oído atento á estas palabras con que el citado D E. Tobías concluyó el estudio que llamó mi atención y del cual os h señalado algunos puntos: «El problema del siglo xx será el de las relaciones por establecer entre la raza blanca y la raza d color en el mundo. Creo que razas de color triunfarán sobre las razas blancas».

«En la categoría de las razas de color coloco á los africanos, lo indios, los chinos, los japoneses y los habitantes de la Oceanía Tengo la firme creencia de que esa victoria de las razas de color ser cierta, y me baso sobre todo en el hecho de que las razas de colo aumentan numéricamente, mientras que las razas blancas disminuyen. Y e el número el que dirá la última palabra.»

Ya se encargarán en el país de las bandas y de las estrellas de enseña á Tobías cómo hablaba Zaratustra.

Mas ¿cómo hablaba Jesucristo?...


Publicado el 10 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.
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