Su gabinete de trabajo está adornado de libros, retratos, autógrafos,
medallas. Sus íntimos son sabios catedráticos, políticos, periodistas y
uno que otro autor de los llamados modernistas. No se le creía un
combativo. Sin embargo, un día se halló en pleno ardor polémico. El
enemigo era temible: la condesa de Pardo-Bazán. La polémica fué sobre
los novelistas en el teatro, y el joven aeda se batió
ardorosamente con Pentesilea. Una vez vistos los argumentos de uno y
otro, confieso que me coloqué al lado de doña Emilia. Muchos novelistas
ha habido y hay que son excelentes autores dramáticos, y una facultad no
es privativa de la otra.
De Val, que parece tan grave, tan serio, y que lo es,
¡indudablemente! ha pagado el matritense tributo a la literatura jovial,
y, aunque sin su nombre, ha hecho imprimir cierto pecador volumen de
castizos chistes, que habían regocijado a aquellos honestos y nada
complicados rimadores que se llamaban Teodoro Guerrero, Ricardo
Sepúlveda y demás compañeros del tiempo del Pleito del matrimonio.
Después llevó la risa a las tablas, escribió para el teatro cosas
jocosas. Mas en donde quiso poner la flor armoniosa de su juventud fué
en su volumen Edad dorada. Son cosas de galantería y elegancia,
madrigales apasionados, idealismo y carne, inspiraciones momentáneas y
filosóficas amatorias; versos del alma y versos de salón; declaraciones y
baladas. Gentiles maneras y decires que complacían a las damas antes de
la introducción del bridge, del pastime-puzle y del popintaw.
Este texto no ha recibido aún ninguna valoración.