Al Final del Viaje

Rudyard Kipling


Cuento


Está el cielo plomizo y rojos nuestros rostros,
las puertas del infierno divididas y abiertas:
los vientos del infierno, desatados, azotan;
se eleva el polvo hasta la faz del cielo,
y caen las nubes como un manto encendido,
que pesa, que no asciende, y no resulta fácil de llevar.
Se está alejando el alma de la carne del hombre,
atrás quedan las cosas por las que se ha esforzado,
enfermo el cuerpo y triste el corazón.
Y alza el alma su vuelo como el polvo del manto,
se arranca de su carne, desaparece, parte,
mientras braman los cuernos la llegada del cólera.

Himalayo

Cuatro hombres, con derecho a «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad», se encontraban sentados a una mesa, jugando al whist. El termómetro marcaba para ellos 38o. Habían ensombrecido la habitación de tal modo que sólo era posible distinguir las cartas y los blancos rostros de los jugadores. Un punkah, un abanico de lienzo blanco maltrecho y podrido, batía el aire caliente lanzando gemidos lastimeros a cada golpe. El día era tan lúgubre como una tarde de noviembre en Londres. No había cielo, ni sol, ni horizonte; nada sino la bruma parda y púrpura que producía el calor. Se diría que la tierra se estaba muriendo de apoplejía.

Nubes de polvo rojizo se desprendían de cuando en cuando del suelo sin viento ni advertencia, se tendían como un mantel entre las copas de los árboles agostados y descendían de nuevo. Un remolino de polvo infernal barría entonces la llanura por espacio de algunos kilómetros, se deshacía y caía como una cascada, aunque nada frenara su avance salvo una larga hilera de traviesas de ferrocarril amontonadas y cubiertas de polvo blanco, unas cuantas chozas de barro arracimadas, las vías férreas condenadas, una lona y el bungalow de una sola planta y cuatro habitaciones del subingeniero a cargo del tramo de la vía férrea en construcción en e

Fin del extracto del texto

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
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