El Hándicap de la Vida

Rudyard Kipling


Cuento



A
E.K.R. de R.K.
1887-89
C.M.G.

Prefacio

En India septentrional se alzaba un monasterio conocido bajo el nombre de Chubára de Dhunni Bhagat. Nadie recordaba quién ni qué había sido Dhunni Bhagat. Ese hombre había vivido su vida, había hecho algún dinero y lo había gastado todo, como cualquier buen hindú ha de hacer, en una obra piadosa: el Chubára. Estaba lleno de celdas de ladrillo, pintadas con amenas figuras de dioses, reyes y elefantes; allí los sacerdotes cansados podían sentarse a meditar sobre el fin último de las cosas; sus caminos también eran de ladrillo, y los pies descalzos de miles de personas los habían convertido en arroyuelos. Macizos de mangos brotaban de entre las grietas del suelo; grandes higueras de Bengala sombreaban la polea del pozo, que chirriaba durante todo el día, y un ejército de loros se perseguía entre los árboles. Cuervos y ardillas eran mansos en aquel lugar, porque sabían que ningún sacerdote los tocaría jamás.

Los mendigos errantes, los vendedores de amuletos y los vagabundos sagrados de cien millas a la redonda solían hacer del Chubára su lugar de reunión y descanso. Musulmanes, sijs e hindúes se mezclaban por igual bajo los árboles. Eran hombres viejos, y cuando un hombre ha llegado al umbral de la Noche, todos los credos del mundo le resultan una maravilla de semejanza y ausencia de color.

Gobinda, el tuerto, me contó esto. Era un hombre santo que vivía en una isla, en medio del río, y daba de comer a los peces migajas de pan dos veces al día. En la estación de las inundaciones, cuando los cadáveres hinchados varaban en las playas de la isla, Gobinda se ocupaba de que fuesen piadosamente quemados, por el honor de la humanidad, y pensando en sus propias relaciones futuras con Dios. Pero cuando dos tercios de la isla fueron arrasados por una riada, Gobinda cruzó el río hasta el Chubára de Dhunni Bhagat,

Fin del extracto del texto

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
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