El Mejor Relato del Mundo

Rudyard Kipling


Cuento


Sepultados quedaron para siempre
el viejo mundo y los años de hidalguía, en los que yo fui rey de Babilonia
y tú una esclava cristiana.

WILLIAM ERNEST HENLEY

Se llamaba Charlie Mears; era el único hijo de una madre viuda, y vivía al norte de Londres, a cuyo centro acudía diariamente para trabajar en un banco. Tenía veinte años y estaba lleno de ambiciones. Lo conocí en un salón de billar, donde el árbitro lo llamaba por su nombre de pila y él llamaba al árbitro «Ojos de toro». Un poco nervioso, Charlie explicó que había ido sólo a mirar, y comoquiera que observar juegos de destreza no es una distracción barata para un muchacho joven, yo le sugerí que se fuera a casa con su madre.

Fue éste el primer paso hacia un mejor conocimiento mutuo. Me visitaba a veces por las tardes, en lugar de deambular por Londres con sus compañeros de oficina, y en poco tiempo, hablando de sí mismo tal como corresponde a un hombre joven, me puso al corriente de sus aspiraciones, que eran exclusivamente literarias. Deseaba ver su nombre inmortalizado, principalmente con la poesía, aunque tampoco descartaba enviar relatos de amor y muerte a esas publicaciones de un penique. Mi suerte era guardar silencio mientras Charlie me leía poemas de muchos cientos de versos y extensos fragmentos de obras de teatro que a buen seguro conmocionarían al mundo. Mi recompensa fue su confianza sin reservas, aun cuando las revelaciones y las aflicciones de un joven son casi tan sagradas como las de una muchacha. Charlie nunca se había enamorado, pero anhelaba hacerlo a la primera oportunidad; creía en todas las cosas buenas y honorable y, al mismo tiempo, curiosamente se cuidaba de hacerme ver que no le faltaban esos conocimientos del mundo propios de un empleado de banca que ganaba veinticinco chelines a la semana. Rimaba «ardor» con «amor» y «junio» con «plenilunio», y estaba firmemente convencido de que esas rimas nun

Fin del extracto del texto

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.
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