Descargar ePub «Baile al Uso y Danza Antigua», de Serafín Estébanez Calderón

Cuento


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20 de noviembre de 2020.


Fragmento de Baile al Uso y Danza Antigua

—No me lleve, por Dios (le dije), a esas abstrusidades de erudición, que de puro remotas pueden parecer gratuitas e infundadas, y véngase a terreno más llano y a región más conocida.

—Voy de un vuelo, —me replicó mi catedrático sonriéndose algún tanto, como dando algo de valor a mi ajustada observación, y siguió relatando así:

—Fuera prolijo, por cierto, si hubiese yo de referir las danzas peculiares de cada pueblo, y acaso tocaría en enojoso si quisiera comparar los compases, medidas y carácter de ellas con la condición y hábitos de las diversas naciones. En nuestra España puede decirse que, como en crisol en donde han venido a fundirse tantos pueblos y tantas razas y familias, se encuentran rastros, recuerdos y reliquias de las diversísimas expresiones que los hombres han adoptado para manifestar por el movimiento sus pasiones y afectos, ora temibles y sangrientos, ora afables y voluptuosos. En la jota aragonesa y en otras danzas de Cataluña y el Pirineo, se encuentra el compás, los accidentes y las mudanzas de los bailes griegos. En las provincias Vascongadas, y en esto camino de acuerdo con mi amigo Iztueta, vemos todavía y oímos en sus zorcicos y otras músicas marciales los destellos, ecos y reminiscencias de la música y de las danzas célticas e ibéricas. El crótalo, que por todas partes de nuestras provincias se revela siempre bullicioso, acompañando de diversa manera, aunque siempre airosamente, las actitudes de la persona, nos recuerda, en gran parte, los festejos con que el pueblo, del Lacio celebraba al dios de los jardines en los valles frondosos y apartados. Si damos un salto a nuestra morisca Andalucía, nos encontraremos allí con la desenvoltura oriental, restos de las antiguas zambras casadas acaso con otros bailes venidos de las remotas partes de entrambas Indias. Es verdad, amigo mío, que el diluvio francés que casi ahogó nuestra nacionalidad en principios del pasado siglo, puso en olvido, al menos en las clases elevadas, estas tradiciones de las costumbres y usos de nuestras diversas provincias. El insulso Minuet, el cansado Pasopié, el amable la Bretaña y otros pasos franceses, desterraron de nuestros salones los bailes y danzas de antigua alcurnia española, de que ya hablé a Vmd. en buena ocasión; pero el genio del país, que, como elástica ballena, se sacude y salta citando menos se piensa, sirviéndole de poderoso resorte el más leve motivo, tomó muy pronto ruidosa venganza, en cuanto al baile, de la invasión francesa. Fue el caso que un D. Pedro de la Rosa, maestro de danzas, y que viajó mucho tiempo por Italia, regresando a España con mayores conocimientos en su arte, se propuso reducir a reglas fijas de baile nuestras seguidillas y coplas octosilábicas. Se dio tan buena traza, en verdad, que las seguidillas y el fandango alcanzaron lugar y plaza en todas las funciones públicas, cerrándose siempre con ellos los grandes bailes, como ahora con la grecca y el cotillón. Puedo asegurar a Vmd. (prosiguió el viejo) que, si queremos calificar debidamente el fandango, no tanto debemos escuchar los propios encomios cuanto las ajenas calificaciones, porque han de ser más imparciales. Lea, pues, en las aventuras de Casanova, el juicio que formó de este baile al verlo ejecutar en Madrid en cierto sarao público, y sacará por el hilo de sus exclamaciones y entusiasmo las vivas y profundas sensaciones que hubo de probar, gustando con los ojos y con el alma aquellos éxtasis, desmayos, arranques y furores de la pasión y del placer, que forman, con el compás y la medida, y con las actitudes más apasionadas, la esencia y vida del fandango y demás bailes españoles. A fe, a fe, le aseguro, que si todavía tiene alma y vida nuestra nacionalidad, hemos de ver puestas a trasmano estas danzas extranjeras que ve Vmd. figurar ante sus ojos en este salón, resucitando, si es que ya existió, o creándose, si es que aún no ha vivido, alguna danza española viva, sentida, gallarda y apasionada, que dé al traste y ponga sello de olvido a tales bailes, que más parecen concurso de estatuas silenciosas que proceden, que no a damas y galanes que se solazan con muestras de gentileza y gallardía.


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