Excelencias de Madrid

Serafín Estébanez Calderón


Crónica


Madrid castillo famoso
al mismo diablo das miedo;
que en julio un horno es tu coso
y en Pascua ¡cielo dichoso!
los páramos de Toledo.

Glosilla golosa.

De burlas sólo y no por veras, y sólo por reír y no por importancia ni formalidad alguna, se puede dejar estampada la coplilla que arriba cuelga y en gracia únicamente de engañar el tiempo se dejan escuchar las invectivas y sufrir los muerdos que provincianos descontentadizos disparan y esgrimen a toda hora contra este suelo feraz y agradecido contra este cielo azul y sereno, templado y benigno que forma el raro conjunto a quien llamamos Madrid. Yo no sé qué quieren estas gentes por pago de la hospitalidad desinteresada y casi de balde que les damos (díganlo los caseros), nada encuentran bien en la Corte, y no hay instante en que no se les halle con una maldición en los labios, si no contra el pueblo, por la autoridad que manda y miedo que les infundimos, al menos contra el ripio, cal y arena que lo fundaron. Alto allá, señores, subordinación y respeto, y no den ocasión a que se les dé ventanazo galán, como a novio en esquina, cerrándoles las puertas heroicas de la Corte. Si vuesas mercedes no pueden pasar sin ella, ella, muy al contrario, no necesita de cosa alguna, pues nada le falta; y si gastan acá su fortuna, ella desgasta sus pedernales y empedrados permitiéndoles el huello de sus plantas y pezuñas. Madrid es la isla de los placeres; es la Jauja de que hablan escritores antiguos y ha de ser el país que habiten los milenarios cuando venga el Mesías, en la gloria y majestad, según Ben-Ezra. Asomad, si no lo creéis, vuestros pecadores ojos por esas vegas fecundas y de promisión; mirad las eras y los ejidos; catad los valles y las colinas; mirad, mirad, que si nada veis culpa es vuestra que no afincáis la vista con fe cordial y verdadera. Ved allí los panes altos como de un jeme y verdes como pámpano de octubre, señal fija de la vida y savia que roban en la tierra; revolved vuestra picaña catadura y admiraréis las vides cuajadas de racimos como calva ochentona y la uva de pezón, escueta y gorda como munición y grajea. Ved, ved por todas partes el dátil, el nopal, la cañamiel, la piña, y todos los frutos de la región tropical: parad, parad la atención y veréis la nonada y la cosa ninguna. Dejad, dejad que asome el florido abril y os presumiréis elevados en vuelo a los pensiles asirios o a los vergeles de Chipre: todo el acero de la tierra en diez leguas al retortero le veréis cubierto de florecillas, de violetas, de geranio, de alhelíes, rosas, clavellinitas y de toda la farmacopea poética, que sólo por poética la fallo y condeno por de embuste y de mentira. El aliento de tanto perejil y mejorana embalsaman el viento con mil algalias, bálsamos y aromas: abrid narices, majaderos, gozad de tal delectación, suavidad y consuelo: oled, gustad y palpad, que estos azahares casi son tangibles y como quien dice de carne y hueso: mas frenad, tened y no os deis prisa en vuestra avidez odorífera y olendusca, que tanta gloria la disfrutaréis cuotidiana y longanísimamente, siempre y cuando os estén bien, a pie o a caballo; en invierno y en verano, y aunque no queráis, y aunque os esquivéis huyendo y aunque os ajustéis corchos en nariz como tapón de damajuana y aunque caminéis enjaulados en máquina neumática y aunque os maceréis las carnes y os lleven los diablos en nube de azufre y antimonio, digo que oleréis y reventaréis in saecula saeculorum desde el primer cuarto de la noche hasta el despuntar el alba. ¡Oh, glorioso Sabatini, cómo inmortalizarán tu nombre los botes y pipotes de pomada nocturna que como legado perpetuo has dotado a los estantes y vivientes en esta coronada villa!... Mas tomad el gusto al regalado verano que se descuelga desde el cielo en estas florestas deslizándose por cadenas de cuerdas y campánulas, ni más ni menos que como Alar en el teatro del Príncipe por los ramos de palmas y bejucos del figurado Brasil del Jocó u Orangután. Observad que lleno de gloria llega cercado de los favonios y auras más deliciosas: si acaso el mediodía os coge por filo y el calor aprieta, no os apuréis, gentecilla cautiva y garrumina. ¿Para qué sirven los estanques, baños, frescuras y arboladas? Ahí tenéis esas alamedas y sombríos, gozad de ellos a brazo partido. Todos esos árboles es verdad que han venido medio hechos de las almácigas y planteles como obra prima cordobesa, pero la tierra carpetana los prohijó y ved con qué lozanía y verdura se llenan, si no de hojas y pimpollos, de oruga, sí y de palomilla. ¿Queréis aguas puras, corrientes, cristalinas? Recogedlas a vuestro sabor: sin ir más lejos ahí tenéis el Canal en todo lo largo y ancho con sus apéndices y aledaños: mirando de lejos, parece un listón de glacé de plata que serpea transparente entre la yerba, y más cerca semeja como hermano de los canales aquellos que orlaban el imperio de Calipso; pero autores timoratos tomándolo al revés dicen que si de cerca parece cauchil endemoniado y hediondo, en lontananza semeja verdinegra culebra dormida entre légamo y cieno: pero de todos modos no olvidéis el pasearlo un par de veces, que a la tercera ya tendréis el infalible placer de haber por necesaria la química por almudes o por libras. Pero si el delicioso Canal te descontenta porque sus aguas no corren presurosas y sonorosamente meciendo en sus ondas los cisnes y las góndolas, ¿por qué no te vienes algún tanto más acá para disfrutar de las amenidades, cascadas y sitios deleitosos del purísimo Manzanares? Mas tú, atusando las cejas, boquiabriendo los ojos, y como haciéndote el cegato me dirás: ¿Y por dónde viene y llega ese caballero? ¿Pues qué, te responden, ya que perdiste la vista, olvidaste también el olfato? ¿No sabes que en Madrid son las narices el más cierto y verdadero guía para saber quién viene, quién va y por qué clase de piscinas o de oasis encantados va peregrinando el pobrete que sus malas culpas lo trajeron a este muladar coronado? Y si tus narices ya encurtidas en tales algalias te extravían y nada te dicen, ¿no te indica esa fábrica inmensa de piedra berroqueña que debe haber río, puesto que hay puente? Mas puesto que preguntas por el Manzanares:


Helo, helo por do viene
ensortijando jardines
y cual hierro y metal viejo,
muy mal tomado de orines,
su carrera como en triunfo
ve cubierta de ormesíes,
blanca holanda que matizan
los mil colores del iris
que al verlos Isern y Drument
malignamente sonríen
preparando ya en secreto
sus tajantes bisturíes
[...]


Mas puesto que hablamos del Manzanares voy a regalarte con un romance sentimental que don Crispín de Centellas, poeta vergonzante y amigo mío, le compuso y dedicó en sus pasados días cuando el río, sacando fuerzas de flaqueza y una vez en mil años, se calzó las espuelas, arremetió a las nubes de un mes de abril estrujándolas y exprimiéndolas en tuerca y trujal, sacó tanta agua que dejó de ser caño sucio Manzanares y pasó a ser río de toda verdad y de gran valía. Dice así el romance:


Allá vas, don Manzanares,
tan fuera de ti en tus aguas,
que te vienes tropezando
beodo de banda a banda.
El mes de abril te ha embriagado,
que hay meses malas compañas,
vaciándote en el modrego
las bodegas de su casa.
Vas hecho mar de los ríos
y de estatura tan alta,
que un sargento de milicias
te hará llegar a la marca.
¡Oh qué cosa tan no vista,
gigantón por la mañana,
y a la tarde tamañico,
que cabes en una taza!
Con tus creces y avenidas
ya la puente toledana
deja de ser puente en balde
y a ser puente en verdad pasa.
Y al fin nos han enseñado,
como dómine en el aula,
que no hay mueble por inútil
que en algún tiempo no valga.
Los pretendientes en corte,
las hembras momias y rancias,
los peregrinos viandantes,
tudescos, de Albión o Francia,
salen a ver tu corriente
como a maravilla rara,
y con nota de hora y día
en sus tabletas la estampan.
Los taberneros, al verte,
se gozan en la esperanza
de haber llenos sus toneles
de Jerez siempre y Peralta.
Los autorcetes hambrientos,
los despechados sin blanca,
que por posta o diligencia
de este mundo al otro saltan,
darán fin a su sainete,
sorbiendo tus linfas claras,
y no en el légamo y cieno
del cauchil que Canal llaman.
En tu raudal ya se fía
la pulcritud castellana
de lavarse, ¡sumo aseo!,
una vez de Pascua a Pascua.
Y ya cuento ver más limpios
(aunque aquello no hace falta)
los zaguanes y escaleras
de la villa coronada.
Los agentes usureros,
que es tribu de hollín en alma,
fullerillos, petardistas,
busconas de rica saya,
los caninos copleristas
que se compran como habas,
todos, en fin, los que tienen
tal lepra, arestín y sarna,
cuentan tener en tus ondas
un Jordán para sus manchas,
como si a tanta inmundicia
el mismo Jordán bastara.
Mas ven acá, cabecilla,
riachuelo de media braga,
que por tus malos enjuagues
en agua va te propasas,
¿por qué a labriegos honrados
tan mal de su grado arrastras,
haciéndolos tiriteros
sobre tus locas espaldas?
¿Por qué, no siendo empresario
de cantantes o de maulas,
los haces dar gorgoritos
en tantas ahogadas arias?
Mas lo que no te perdono
(lo demás al diablo vaya)
es que sin papel sellado
te vengas por esas parvas,
dando mordisco a esta orilla,
pellizcando aquellas hazas,
y sin más las adjudiques
a Periquillo el de marras;
no, señor; solemnidades,
y por ser cosa barata,
siquiera escribe mil resmas
de a cinco duros la plana.
Lo mismo que haber trocado
con tus malditas andanzas,
las casucas de tu alveo
en ínsulas baratarias.
Del arsenal del Retiro
hiciste bajar, ¡caramba!,
ajorro de los simones
de a cuarenta, dos fragatas.
Me agradaba tu diluvio
(yo tengo el alma muy mala),
ya que no del buen Noé,
por ver de Madrid las arcas.
Los Cookes y Magallanes
del Retiro en la mar brava,
iban con tales navíos
desafiando borrascas.
Y nunca en la gran Mosquea
carenó mejor armada
el burlón Villaviciosa
en cáscaras de avellanas.

Así en un pilar del puente,
enfaldándose las mangas,
don Crispín con voz ronquilla
al Manzanares hablaba;
iba a seguir relatando
sus aniegos, sus hazañas,
sus estragos y sus iras,
cuando miró...; no vio nada,
sino que el soberbio río,
que antes al mundo espantaba,
menguó tanto, que por verle
hubo de ponerse gafas.


Pero deja allá el Manzanares por invisible y desde allá vente por acullá al hermosísimo prado hollando siempre el césped y hermosa alfombra de las Delicias: una nube, un celaje como aquellos que rodeaban a Minerva en las visiones de Telémaco, te acercará con sus alas, empapándote en un polvo tan sutil y entremetido que te lo tentarás en lo más recóndito de la mollera, en el parénquima del pulmón, entre la laringe y la faringe, en el cristalino del ojo, en la concha de la oreja, en los trebejos y trompetilla del oído, y en la nariz te morderá tan vivamente la membrana pituitosa, que te contarás por estante en la Real Fábrica de Sevilla y que andas entre el vapor del tabaco cucarachero, más acre, ventoso y avinagrado que tenemos en los estancos. Esto es en cuanto a tu individuo mirado por dentro, que en lo tocante a las afueras, parecerás con tus vestiduras y sombrero a trozo informe de atún emborrizado, rebozado y espolvoreado con aquella harina bastarda, afrecho a cabezuela que levanta la cítola del molino. Pero si lo seco os daña, lo húmedo os hará mejor provecho, y para ello en pie juntillas saltemos en medio en medio del estrado del invierno: digo a pie puntillas, de arranque y como quien dice de golpe y voleo, porque en este país las estaciones no se truecan y declinan mansa e insensiblemente como para acostumbrar la frágil naturaleza humana a no dar al traste con tales violencias: no señor, entereza y vigor, cruja el parche y rompa el hilo por lo más enteco: no hay placer más subido como pasar de 25 grados sobre cero a 10 por bajo y todo en el espacio de doce horas. Pero ya tenéis ahí las lluvias, miradlas cual se columpian y descienden en madejas de plata, trayendo en pos de sí el aseo, la limpieza y la ablución general de tejados y plazas. Observad las calles y las veréis cubiertas de un líquido turbión y anegadizo que revela la topografía de la laguna Estigia, pero para que no os maculéis asaltad el andito enlosado de la calle. Ya esto es otra cosa: hollad con pie seguro y cierto que camináis sobre una nata o sémola que si aquí os escurre y dispara como cerbatana a pelotilla, allá os sorbe y chupa como boca golosa o dedo almibarado. Pero picad de firme y tirad los pies con brío y resueltamente, que de otro modo os pudiérais quedar plantados y sembrados repitiendo aquella vera historia del Dafne que se convirtió en laurel; pero como este país no lleva tal planta, os habríais de contentar con poder crecer hasta bojes, quejigos y alcornoques.

Y si la vida tal cual yo os la pinto (quiero hablar colectivamente) y en este jardín se goza, no os parece bien, y llenos y rebosantes de alguna sensibilidad amatoria o de tal cual misantropía de la dulce humanidad, o lo que es más cierto, os veis aquejados del esplín que da el no tener banquero ni quien os dé fiado y queréis salir del mundo a la cozcojita sin ruido ni gasto de salitre, ni ponernos por fruta de algún madero o noguerón, también os podré recetar, y este país serviros con plato tan suave y ejecutivo que logréis vuestro heroico intento sin escándalo ni alarmas. Cuenta con que esta treta que voy a descubrirte y este remedio que quiero suministrarte, lo tengo en mucho, y que no embargante, nada te pido ni te lo encarezco, ni te quedarás sin él, aunque por dejarte en blanco le echasen otros aficionados a tu postura la mejora del cuarto pues el tesoro de mi gracia es insondable, inextinguible de agua viva y tan caudaloso y profluente que nadie quedará con sed ni dejará de ir satisfecho. Es pues, amigos míos (vuelvo a lo plural) que si perseveráis alguna vez, siquiera dos instantes en el laudable intento de dar el salto mortal de este mundo al otro, os agarréis en vilo y os dejéis caer en dos pies (si más no tenéis) en la O mayúscula de la plaza de Oriente o ya al hora en que la aura de la mañana comienza a ejercitar sus rosados fuelles o ya al anochecer cuando el ambiente de la tarde trae las puntillas sutiles de nieve del alto Guadarrama. Entonces aprovecha (me abrazo al fin con el número uno) aquellos soplos dos o tres instantes, soplos que no movieran la almendra de luz de una lamparilla, pero que basta y sobra para el santo y apetecido intento, y así que te percibas bien empapado del vientecillo leve y de su penetrabilidad punzante, acre y corroedora, puedes ir ya en paz a recoger tus huesos en tu guardilla, que cuidarás de no haber pagado para dar al casero la más agradable sorpresa, o jugarle por despedida la burla más chistosísima. Te considero sobrado prevenido para que dejares de avisar al paso, no al señor notario (que poco tendría que escribir), no al médico (pues nada conseguiría), sino pasándote por la parroquia al único consuelo y velador verdadero que se encuentra en semejantes trances. En cuanto al entierro, no te lo podré pagar, pues mi bolsa no alcanza para tanto, pero descuida en lo tocante a tu memoria, puesto que yo me hago responsable de tres disertaciones, y un amigo que tiene puesto el abasto de ellas te consagrará seis elegías. Vade in pace.


Publicado el 20 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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