La Celestina

Serafín Estébanez Calderón


Cuento


ELICIA.—  ¡Ay, hermana mía! que mi madre Celestina parece. ¡Ay! ¡válame la Virgen María! ¡Ay! ¡no sea alguna fantasma que nos quiere matar!

CELESTINA.—  ¡Ay, bobas! y no hayáis miedo, que yo soy: las mis hijas y los mis amores, venidme a abrazar, y dad gracias a Dios que acá tornar me dejó.

AREUSA.—  ¡Ay, tía, señora! Espantadas nos tienes en ver cuanto dices, sino que vienes más vieja y más cana...

CELESTINA.—  Sabed, hijos míos, que no vengo a descubrir los secretos de allá, sino a enmendar la vida de por acá, para con las obras dar el ejemplo, con aviso de lo que allá pasa, pues la misericordia fue de volverme al siglo a hacer penitencia.

(Segunda comedia de Celestina. Escena IX)


Allá cerca de los muros,
casi en cabo de la villa,
cosas haz de maravilla
una vieja con conjuros,
porque tengamos seguros
los placeres cada el día:
llámase Mari-García;
hace encantamentos duros.

Una casa pobre tiene;
vende huevos en cestilla;
no hay quien tenga amor en villa
que luego a ella no viene;
hagamos que nos ordene,
pues que sabe tantas tramas,
para que de nuestras famas
que nunca nada se suene.

Está en Misa y procesiones;
nunca las pierde contino;
misas d'alba; yo imagino
jamás pierda los sermones;
son las más sus devociones
vísperas, nonas, completas;
sabe cosas muy secretas
para mudar corazones.

Trae estambre de unas casas;
dalo a otras a hilar,
y con achaque de entrar,
ir preparando las masas:
finge que anda a vender pasas
a las dueñas y doncellas,
por tener parte con ellas
con su rostro como brasas.

(Coplas de las Comadres, por Rodrigo de Reinosa)


Si Feliciano de Silva, para llevar a buen cabo los amores del caballero Filides y de la hermosa Poliandra, supo resucitar y tornar al mundo, con más caudal de astucias, con mayor raudal de razones dulces, y con número más crecido de trazas y de ardides, a la famosa Celestina, para asediar más estrechamente la honestidad y el recogimiento, embebecer y enlabiar la crédula hermosura, y para enredar entre los lazos del amor liviano y desenvuelto la inocencia y la virginidad, antemuradas y defendidas con el rigor de los padres y hermanos y la vigilancia de las dueñas y madres, no semejará por cierto extraño que al cabo los años mil vuelva a dar muestras de sus tocas y de su siniestra persona, la primera y más famosa, comienzo, fin y epílogo de las andantes y tratantes en tercerías y tratos y enredos de amor. Y no diremos, pues, que Celestina ha resucitado, sino que Celestina nunca murió, y que siglo en siglo, de edad en edad, de generación en generación, la vemos prolongar su endiablada vida, renovando sus trazas, y dándoles otros y mejores aliños, al son y compás que las costumbres y usos se renuevan.

Con efecto: si recordamos todas aquellas aventuras, y el continente y talante de aquellos personajes, que con su apacible estilo nos pone ante los ojos después de tanto tiempo la inmortal tragicomedia de Calixto y Melibea, no podremos menos de conferir las unas y cotejar las otras con los sucesos por donde uno ha pasado, y con muchas de las personas que en ellos intervinieron, sacando en claro una semejanza admirable, ya que no sea una identidad justa y como de molde. Y no es más, sino que tal semejanza está inherente al propio ser y naturaleza de las cosas; porque si los juegos nocivos del amor siempre han de mortificar y consumir el pecho de los mancebos, y más de los que divierten la vida en recreaciones y entretenimientos de la vanidad ociosa, y esta enfermedad, como de germen intenso y semilla poderosa, ha de querer contaminar e inficionar a la causa y principio de ella; no hay más que para llegar a tan malvado y punible fin ha de valerse de los mismos medios por donde siempre se comunicó y llegó a inocular su fatal ponzoña: es decir, a emplear y hacer ministros de sus furores y liviana intención a las viejas interesadas, a los aviesos sirvientes y a las criadas más continuas y familiares de las principales damas y doncellas. Y de tan feas cataduras como llevan y parecen estos instrumentos de la liviandad y del desordenado amor, ninguna presenta bulto más siniestro ni rasgos más elocuentemente malvados como la vejez femenil, que, apoyando su máquina cascada y su magra y repugnante persona en un bordón encorvado para no caer en la fosa de la sepultura a cada paso, toma placer incalificable y recóndita y maldita voluptuosidad, en dar al traste con la entereza de las vírgenes, y en descalabrar las honras y la fama de las doncellas.

Sólo en la especie humana es donde se encuentra ese tipo de maldad y de reprobación. Ni en las aves que pueblan los aires, ni en las alimañas que corren por el suelo, ni aun entre los reptiles que se arrastran entre el lodo y el cieno de las infectas lagunas y esteros, se hallará hembra alguna, entre tantas y tan diversas especies, que tome a su cargo el amaestramiento y enseñanza que en la familia humana desempeña tan gustosa cuanto espontáneamente la Celestina. Y es la causa, que como la inteligencia de los animales tiene un límite y un vallado estrecho impuesto y levantado por la misma naturaleza, también han de ser de reducido alcance y de términos conocidos los instintos de su perversidad; pero como la razón humana, al contrario, abarca esos ámbitos inmensos por donde vuela y campea según sus propias inspiraciones, si éstas, por móviles que no son del caso explicar, llegan a contaminarse con los hálitos del mal, son también inconmensurables y no sujetos a dimensión ni cálculo los grados de reprobación y maldad que llena y puede alcanzar.

La mujer desenvuelta que en sus primeros años cumplió el oficio vil que sólo puede ser vencido en vileza por el empleo diabólico que ha de ejercer después; que borrando en su ánimo todas las nociones de lo bello y de lo noble, no obedece ya otras leyes que las impresiones más groseras y feroces; que, familiarizada, en fin, con todos los vicios y con todo el cinismo de la gente más perdida y baladí, de los galeotes, de los rufianes y demás fruta de cuelga que se cría y amamanta en las galeras y cárceles, es de derecho y por juro de heredad la llamada empeñar en su vejez el papel de Celestina, si antes la muerte no ha venido a sorprenderla, o con los horrores de enfermedades espantosas, o con la catástrofe del puñal o del cordel, que son las arras y dotes que de sus desastrosos y desventurados amantes suelen alcanzar y poseer.

Mas para que la Celestina produzca la fascinación que en sus operaciones y oficios ha menester para que ejerza ese imperio en la imaginación de los dolientes y rendidos de amor que a ella acudan pidiendo antídoto y consuelo, y para que su autoridad por una parte, y sus suaves razones por otra, logren abrirse las puertas de las clausuras, disipar las sospechas de los guardianes, porteros, madres y tías, y ablandar la condición dura y zahareña de las solitarias viudas, de las apartadas esposas y de las recogidas doncellas, se necesita que en el pueblo o ciudad en donde haya teatro de sus artes y hazañas, nadie sepa de dónde vino; nadie pueda fijar fecha a su bautismo; todos duden si es santa o si es hechicera; cuenten muchas historias fabulosas de ella; diga aquél que una noche la vio cabalgando en una escoba escuadronada entre diez zánganos y cien brujas; refiera otro, por el contrario, que en la ermita del monte la encontró orando en arrobamiento divino a cuatro palmos del suelo, y sirviéndole de peldaño y escabel un celaje de gloria y ambrosía, y todos, al encontrarla, salúdenla cortésmente si es de día, y prueben un sentimiento indefinible de curiosidad y de horror si de noche la encuentran vagando temerosamente por las calles solitarias, por los atrios de las iglesias y en las afueras del pueblo, al rayo de la luna, por entre alamedas o cementerios.

Establecida de tal manera la opinión y fama de nuestra heroína insigne, es estar ya la miel en su punto, y presto el telar para la labor y menester. El tener en el magín los nombres y condiciones de las damas y caballeros principales de la villa; el conocer cuáles son sus hábitos y flaquezas; el saberles sus aficiones presentes y las inclinaciones de antaño; el no ignorar las historias y aventuras de sus peregrinaciones y mocedades, son aditamentos, noticias y armas auxiliares que no deben faltar nunca de la memoria de Celestina, para sacar fruto cumplido de sus trazas y poder llevar a buen cabo sus empresas. La compostura en el rostro y en los ademanes, la humildad en las tocas y sayas, y sobre todo un hablar dulce y compasado, ora amoroso y roncero, ora sentencioso y plagado de refranes y adagios, pusieran el sello de perfección al tipo universal que retratamos, si no se nos quedara en el tintero la parte mecánica y manual de que debe ser diestra operaria y consumada maestra. Hablamos de los afeites, de los untos, de las lejías y de las hierbas que ha de saber confeccionar, y de las poderosas artes, de las suertes y conjuros que ha de echar y de la habilidad estupenda en que ha de ser sola, para retrotraer a virgen la que fue mártir diez veces. Con la baraja en la mano, ha de averiguar la vida pasada de cualquiera, los azares y sucesos que le han de sobrevenir y los toques y encuentros en que al presente se halla; trabajando tales suertes la astuta vieja, bien por la manera del culebrón, o bien por el poder de Cruz de Malta. Por el cedazo ha de encontrar y hacer hallazgo de toda prenda que se ha hecho perdidiza entre sus vecinas y comadres, y sendas nóminas y oraciones debe tener en la memoria para los aojamientos, madrejón, mal caduco y otros accidentes y dolencias. En su compañía no ha de ser ni hospedar más que esta o aquella sobrina que por el parentesco, no han de comunicarse sino con el tierno cuanto mentido remoquete de la mi madre, la mi hija. En fin, la casa ha de ubicar paraje apartado y colindante con los campos y ejidos, y no lejos de las torres y campanarios en donde se dejan sentir, a deshoras de la noche, el reñir de las espadas, y los acentos tristes y siniestros del búho y del cárabo.

Supongamos, pues, que a tal nido y con huésped tan endiablado dentro, cuanto nos imaginemos a Celestina, dirige sus pasos allá algún mancebo enamorado, de ánimo levantado, de riquezas muchas, de airosa persona y agraciado gesto, y para quien cada capricho y fantasía es una ley irrevocable y deuda que trae aparejada pronta e inmediata ejecución, sin haber alegatos ni fórmulas que la puedan evitar, entorpecer ni aplacar, aunque quieran hacerlos valer todos los abogados de la Chancillería y los más fervorosos predicadores de todas las Órdenes mendicantes. Finjamos, pues, que llega a la boca del infierno, queremos decir a la puerta de la caverna, en donde reside y tiene asiento el hórrido serpentón de que hacemos estudio y anatomía. Suenan los golpes repetidos en la puerta, y dice el mancebo:

—Maldición a la vieja. Mucho le dura la audiencia con su amo y señor, el que se viste de encarnado y negro, y muy embebecida debe estar con la infernal visión, pues de otro modo la sacaran de su éxtasis los redoblados truenos, que no golpes, con que le bataneo la puerta. Mas apelemos a otro medio. Dejémonos el guijarro y los golpes, y hagámosle oír y escuchar el sonido de los reales de a ocho y escudos que en esta bolsa se encuban y disfrazan, que si a su mágico estruendo no despierta y abre la trampa de esta cueva la malvada vieja, cierto es y de no dudar, que ya bajó a servir de ascua y tizón a la caldera de Pero-Botero, en donde, con boca de sierpe, morderá los dientes de las ruedas que atormenten, martiricen y dilaceren los miembros malditos de su cuerpo. Sonó el dinero, y ya creo escuchar algo de fragor por de dentro.

CELESTINA.— Al punto voy, quien quiera que sea; allá voy; bajo al punto: ¡qué sueño el mío! Vieja, pobre y sola, sueño de modorra. Entrad, entrad, señor gentilhombre, que la noche es húmeda, y las siete cabrillas ya parescieron, y corre un relente que asaz embaraza y entorpece los miembros. Y creí haber escuchado algo del argén que caía. Dejádmelo buscar, señor, ante el lindar de la puerta. Buenas almas sin duda que habrán querido socorrer a la pobre viuda.

MANCEBO.— Cierra la puerta, maldita, que apacible está la noche para recibir el vaho de noviembre con sus nieves y ventisqueros, y más, hombre que como a mí me has tenido hincado en el lodo de la rúa como astil de almotacén, y ya sabes tú, brujidiabla, que el dinero no cae ni bulle por los tejados y ventanas como el granizo que nos azota, sino que se encuentra sólo en las ahúchas y escondrijos tuyos y de tus iguales, o en los bolsillos de los caballeros. Helas, helas aquí esas gallardas piezas de plata y oro, que son para ti, si tus servicios me son en ayuda y tan presto como mi voluntad requiere.

CELESTINA.— Líbreme Dios de alboroto de pueblo y de ira de señor, y Dios me guarde de lanza de moro izquierdo y de mano de hidalgo de buen talle, y cornudo y apaleado y hacerlo bailar, y como dijo el otro, si os acuden con la vaquilla llegad heis con la soguilla, y blancas manos no ofenden, y de vos no se diga que sois como la zarza que da su fruto espinando, y antes cuéntese de vos, que si abrió la boca, la bolsa no la cerró; y hablad, señor, que, aunque humilde y pecadora, todavía tengo para mis bienhechores muchas romerías que dedicarles y grandes devociones orales y mentales para aplicación suya y de sus pecados, pues...

MANCEBO.— Calla, traidora, y no me mientas ni finjas. Si tengo paciencia para sufrir ante mis ojos tu maldita catadura, ¿no he de tener valor para sufrir en todo su desnudo la fealdad de tu alma? Aparte que no quiero ni pretendo por ahora cosa de mayor marca, pues ni pienso en robar esposa, ni otorgada a hidalgo alguno de las cercanías, ni menos el escalar convento ni monasterio en busca de amores místicos. Quiero sólo hablar inocentemente con Teodora, la hermosa hija de Jacinto el labrador, que pronto va a casar con Antón el estudiante.

CELESTINA.— ¿Y qué queréis decir a esa paloma sin hiel? Arrullos, sin duda, que ella aprenderá para repetírselos a su prometido después, celando empero el nombre del primer maestro. ¡Ah! ¡ah! ¡ah! Es muy picante en verdad el pensamiento de endonarle a un estudiante ladino, y con sus bártulos y baldos en la mollera, una esposa ya bien enseñada y amaestrada; esto me indujera a servir a otro cualquier garzón de ingenio vivo y de donaires, cuanto más a caballero que tan de antiguo obligada me tiene con sus graciosas palabras y dádivas ricas. Y no tardaré en visitar a Teodora y en volvérosla flexible como un guante de ámbar, y azucarada como manjar de alcorza. ¡La otorgada de Antón! El sabihondo estudiante, el que con sus cálculos y astrolabios pretende defraudar la veracidad a mis pronósticos y buenaventuras, y que sus almanaques y horóscopos tengan más autoridad que mis profecías y conjuros. Alla veremos si su astrología le advierte la flor que le preparo, y si el horóscopo que ha de levantar sin duda la noche de sus bodas le avisa del anzuelo que va a tragarse y de la obra que va a desbaratar, toda forjada y edificada por las artes, cuidado y traza de su amiga Celestina. ¡Hi!, ¡hi!, ¡hi! Qué burla tan extremada, y más cuando nos juntemos en corro a recordarla y reírla los tres personajes de la escena, la Teodora, este su enamorado, y yo, la desventurada vieja, que de tales regocijos sólo puedo haber noticias apartadas, y de que ningún útil ni provecho para este cuerpo ya desierto y deshabitado para las glorias del amor...

Y la infernal meguera, dejando desvanecido entre sus imaginaciones licenciosas al desacordado mancebo, se lanza como saeta envenenada a dar en el blanco de su perverso intento.

Y si estos o muy semejantes son los introitos de tales aventuras, y en la que ofrecemos por ejemplar hemos visto los pensamientos que animan a Celestina, los móviles que la deciden y los resortes que la disparan, conviene verla cual milano que cierne el vuelo sobre su inofensiva presa, cual ronda ella también a su presunta víctima, cual la fascina, cual la convence y conviene, y cual, primero con aliento suave, va prendiendo en el pecho de la doncella las primeras llamas del amor, hasta que, viéndolas alzarse con ahínco y cresta encendidas, las atiza y aviva con soplo desesperado y rabioso, hasta convertir en pavesas todos los obstáculos que el recogimiento y la honestidad pudieran oponer a tanto furor, y la conduce paciente y embebecida a la última perdición.

¿Y quién no ha de sentirse aguijado de curiosidad viva por oír a la embajadora de la maldad, cuando, puesta en escena, se sabe abrir las puertas de los altos palacios, adormecer la vigilancia de los Argos que custodian la honestidad, y acercándose a la hermosura depositaria de tanta virtud y excelencia, primero la hinche con vanagloria y soberbia encareciendo sus perfecciones, después le despierta la compasión por los fingidos tormentos del galán enamorado, luego la escandece y concita maligna y diestramente su rivalidad y femenil orgullo, hablándole de la afición que otras doncellas sus amigas o parientas abrigan por el embaidor temerario, cuya causa desordenada y licenciosa amadrina y procura; y al fin, cuando observa todas aquellas maquinaciones y trazas a punto, en día cierto y a plazo dado, hace hundir en el oprobio y vilipendio todo aquel sagrado, hasta allí violable, de altivez, de nobleza, de belleza y de virginidad? Hela aquí a la infernal arpía en su obra de iniquidad, y empleando embelecos de mayor y más subida traza, como que van encaminados a empresa en donde con el riesgo que se corre se pide habilidad grande, secreto mucho y ánimo muy sereno. Camina a hacer su presa en la honestidad de unas grandes señoras, y dice:

CELESTINA.— Allí se parescen y encuentran lo palacios encumbrados en donde he de conquistar ese vellocino que tanto valor tiene para este necio del garzón enamorado, pero gallardo y dadivoso a fe. Mas las puertas me las tienen tomadas aquellos dos sayones de criados, que acaso querrán oponerse a mi pacífica entrada.

UN PORTERO.— ¿Es aquella la mala mujer de quien tantas hechicerías se cuentan?

OTRO PORTERO.— ¡Cómo mala mujer! Esa es la honra de la villa. Después de vísperas la encuentro todas las tardes encendiendo candelas en los cementerios.

OTRO PORTERO.— Es que va a ejecutar sus horribles misterios rebuscando dientes por la boca de los últimamente ajusticiados, y... mas ya llega.

CELESTINA.— Sé de lo que tratabais entre vosotros. Mas la caduca vejez cierto nunca alcanzó loores; y de mozos y de rufianes jamás le vino sino males; y en verdad que por eso os huyo tanto a vosotros y a vuestros iguales. Y si hoy toco por vuestros umbrales, fuérzame la voluntad, el mandato de vuestra señora, que al darme algo de limosna el día de la Epifanía, por mano de su bellísima hija, en la capilla, me encargó con mucho encarecimiento ciertos recaudos, de que la traigo buena cuenta. Y tú, Sigeril (a un portero), no te andes a deshoras de la noche dando músicas por la calle de San Román a la sobrina de Silveria, que los que mal te quieren arman celada contra tu vida. Y tú, Pobeda (dirigiéndose al otro), ten más recaudo en las sisas que haces en la despensa y en las sangrías que cometes en la bodega, que ya el mayordomo tiene ojos fijos en ti, y sus ventores y sabuesos, gente de tu propia ralea y catadura, están ya a tu alcance, y mía fe si muy pronto no te desenzarcen y salteen con gran placer de Doroteo, que avizora tu plaza y ración, y ansía por ser tu sucesor y heredero...

LOS DOS PORTEROS.— Entrad, madre, entrad... Al diablo con la vieja, y qué punto por punto nos sabe la vida, y qué noticias tan cabales tiene para escribir nuestras crónicas.

Y la Celestina, que ya dentro de aquel alcázar de la virtud y de la inocencia se considera, prueba el mismo gozo que la garduña cuando a duras penas y trazas se ve y mira poseyendo y dominando un vivar de cándidas palomas; y encontrando en la próxima estancia a la matrona noble, que como águila poderosa resguarda y custodia con sus alas el fruto de sus amores de las asechanzas de la sierpe, se arroja a sus pies y la dice:

—¡Ah, señora! báculo de la vejez, apoyo de la orfandad, amparo de los desvalidos y antemural y defensa de las doncellas, ¿cómo atreverme a ofrecer ante tus ojos persona de achaques tantos como la mía, y vestiduras tan humildes como las que traigo, si tu benignidad de un lado y el traerte ocasión de emplear santamente los raudales de tu liberalidad cristiana no me dieran valor para salvar los umbrales de tu casa, y para llegar hasta donde puedan mis labios besar la tierra que tus pies tocan? He aquí, señora (sacando un curioso canastillo de bajo sus faldas); he aquí, en matizadas madejas de rico estambre, el arco iris de todos los colores más vivos, y el delgado viento hilado, y puesto a punto de ser tejido en telas finísimas y trasparentes. Obra es toda ella de dos recogidas y hermosas doncellas, que combaten la liviandad y la seducción con el fruto de su rara habilidad y la tarea de sus manos. Y conociendo yo el peligro en que su estrechez ahora las arriesga, y contemplando también la astucia y deshonesta codicia de sus enamorados, que como lobos hambrientos las rodean y acechan para traerlas al trance vil de la deshonra, he querido anteponer y atravesar mis buenos oficios para desviar tamaño mal, y recogiendo de entre su labor y tarea estas ricas muestras de su curiosa habilidad, os las traigo para que, adquiriéndolas, amparéis aquellas pobres hermosuras, y se logre con el fruto riquísimo de tanto esmero la sin par beldad de vuestra hermosísima hija.

Y en verdad que estas palabras y sentidas razones hallaran acogida y buen recibimiento del corazón más desabrido, cuanto más de una principal señora tan amorosa y compasiva. Y divertidos sus ojos y embebecida su atención con el dibujo y variedad de los colores, o con el artificio y extrañeza de cualquiera presente que le ofreciera aquella mensajera de la deshonestidad, o más bien queriendo hacer partícipe de su maravilla y gusto a la hija de sus entrañas, que por otras estancias más recónditas vagara distraída, o recreándose entre las flores de los vergeles y jardines, ¿quién duda que diligentemente la hiciera llamar, poniendo así inadvertidamente la simple avecilla a tiro del veneno de la maligna sierpe? Y ya las cosas en tal estado, ¡cuán fácil no debe serle a ella el comenzar su obra de perversidad, y producir el efecto que se propuso, fin, blanco y objeto a donde han ido enderezadas todas sus trazas y arterías.

—¡Oh ángel en la hermosura! (diría); ¡oh cielo estrellado en todas horas! ¡oh sol siempre suave y sereno! ¡oh beldad sobrehumana! ¡oh mujer celestial ante quien son lodo y barro todas las bellezas del mundo! ¡oh flor, en fin, a cuyo lado se mustian y marchitan cuantas otras flores y rosas se mecen y ufanan con su necia hermosura en los demás alcázares de la villa y por los otros ámbitos de esta espaciosa provincia! Y ni el ébano es más negro que estas crenchas que bajan con más copia y riqueza, que estos rizos que casi quieren besar el suelo, sin reparar los necios que antes han pasado por tal garganta y por tal luciente espalda, de donde nunca debieran desenredarse amorosamente. Y dejadme, bellísima doncella, ya que la importunidad de estas criadas distraídas es ahora menos asidua, que me llegue más de cerca a contemplar tanta belleza, que la hermosura, sin ser vista y admirada, loada y apetecida, fuera lo propio que dejar siempre en noche oscura las perfecciones que Dios derramó por la naturaleza. Mas ¡oh, qué talle delgadísimo, tomado con tal aire y gentileza, y que descendiendo con perfiles de agradable y voluptuoso incremento hasta llegar a su asiento gracioso y lleno de donaire, conmueve al arrobamiento y a la adoración! ¡Y qué pies tan imposibles por breves, y tan breves por su donosa figura y planta para sostener templo tan arrogante de hermosura, y, sin embargo, lo sostienen con señorío tal, que no parece sino que cuando huellan el suelo son emperadores de la tierra! Y no quiero relatar con mi lengua lo que esos nexos de mórbida encarnación me revelan de inefable belleza y de angelical estructura, hasta enlazar miembros tan perfectos con el sagrario divino, y con el ser todo de tanta belleza; porque si su visión matara de placer a la mitad del mundo, la relación de tantos misterios matara de envidia a la otra mitad!

Si tales o semejantes razones no hayan de despertar ideas inusitadas en el pecho de mujer que se encuentra en la aurora de su vida y que percibe vagamente el placer de amar y ser amada, y la satisfacción dulce de oírse celebrada y encarecida, son cosas que pueden dejarse a la consideración de la menos entendida. Y de aquí a deslindar y tocar los primeros propósitos de amor y a presentar, como visión entre celajes, la imagen de algún noble caballero, cuyo nombre sea bien familiar y conocido por su gentileza y gallardía, ya no hay más que un paso, porque tales cosas se tocan como eslabones de cadena eléctrica, y como ésta rápidamente comunica, comunican sus ideas e impresiones. Por lo mismo, no hay miedo que defraude con su pereza la Celestina la buena ocasión que su diligencia supo procurarse.

—Y no fue ciego, no, sino lince y muy lince (proseguiría la vieja), el garzón gentil que os alcanzó a mirar no ha mucho una de estas mañanas cogiendo lirios y rosas en el jardín, pues hasta las mínimas y ápices más remotos de tanta hermosura me las supo referir punto por punto el otro día que vino a encargarme algunas de las limosnas que él compasivamente distribuye todos los viernes, siendo yo el indigno instrumento que escoge para hacerlas llegar a los necesitados y cercados de pobreza. Y no sé cómo no le conozcáis, pues es el caballero justamente que tanta gloria y prez ganó en el último torneo, y que después con tanta gala y bizarría rindió dos toros con sus rejoncillos y espada, llevándose el aplauso de la fiesta, concitando la envidia de los caballeros y cautivando la voluntad de las damas. Pero de éstas no hay ninguna que fijar pueda caballero tan cortesano y que a prendas tan cumplidas añada tanta riqueza y tales mayorazgos, sino es que la celebrada Ramira vuestra prima, y que locamente presume contender con vos la palma de la hermosura, logra alguna correspondencia y hace venturoso señuelo de su amor, del listón verde bordado con su mano que le dejó caer al caballero cuando desalojaba la plaza...

Desde este punto avanzado, y ya en el interior recinto de la fortaleza, el éxito y final de la aventura ya se deja adivinar, y cualquier cronista podrá poner fin a la historia, sin que nosotros tomemos a nuestro cargo relación tan lastimosa.

Pero allí en donde la Celestina demuestra su condición verdadera y donde le bulle y salta el gozo infernal que le procura ver la triste condición a que ha reducido sus víctimas, es cuando alguna de éstas, recobrada de su sorpresa, burlada acaso en las esperanzas que había concebido de mirarse colmada de preces y de dádivas, y despechada al contemplarse humillada sin poder salvar del naufragio en que ella misma ha puesto su honra, se presenta rabiosa, en cabello, mesado el rostro, cárdeno con los golpes con que ella misma lo ha castigado, los ojos encendidos, el llanto convertido en globos de fuego, la vista traspuesta, y torciéndose las manos, se presenta, digo, a grito herido y con sollozos lastimeros delante de la infernal y regocijada vieja, que la recibe con extremos de amor y con palabras de miel que encubren, como ponzoña en flores, la ironía más amarga, así como el placer más diabólico.

—Por amor de mi vida (la dice), que no me llores de tan amarga manera. Mal sientan las lágrimas en las bodas, y bodas tan dulces y regocijadas cual las tuyas lo han sido, que aún todavía recuerdo ayer noche (pues tú me dejaste ver por el horado que para tales casos dejo en la puerta del teatro de tales bodas), todavía recuerdo, loquilla, que andabas colgada de la mano de tu enamorado, para que volviese a halagar los aladares de tus cabellos, que por ser tan rizos y copiosos tienes gran vanidad y soberbia en ellos. Bien lo provocabas a nuevas obras, sin darte por vencida en tan agradable lucha, y tus ayes y lastimerías de muy diverso son eran, y por distinto tono se dejaban sentir que las presentes. Sin duda él, desvanecido con su triunfo, no te habrá cumplido la promesa de te volver a ver hoy; pero déjalo llegar, bobilla, que antes ha de tornar a ti, que no tú al estado que ayer tenías; que yo por mis artes sé y bien alcanzo, que pájara quincena es mejor reclamo que canto de sirena, y los gustos del agraz, gustos son para apurar, y lo que bien supo cuando empezó, nunca, luego ni presto se dejó; con que así, ovejuela mía, paloma sin hiel, toma huelgo y solaz aquí al par mío y al orete del fuego, y oyendo mis buenos preceptos y enseñanzas atiende a tu enamorado, que no tardará en parecer; que gato caminero presto halla al mur en el agujero; y en tanto asienta bien las crenchas de ese pelo, que por ser tan luengo casi te lo atropellas, mete orden en esas tocas, refresca el rostro con agua de la fuente, y toma un continente señoril y reposado para sobresaltar la atención y saltear la voluntad de aquel a quien aguardas, que cierto al verte con tal sosiego y tan lejos de las locuras y graciosidades picantes de la noche, muy luego se le ha de regocijar la sangre en las venas, y muy mucho se le han de despertar mil gustosas imaginaciones; pues a pernil y más pernil, múdale la salsa y te sabrá a perdiz; y en tal extrañeza y en hacer la acometida por donde no hay gola ni coracina, es como se vence y sojuzga ese capricho voluble de los hombres. Aprende, aprende, la mi hija, que doctrina y ejemplos te lloveré sobre tu cabeza como si fuesen arena; y si de poco acá comenzaste a saber y deprender, bueno es que pronto tomes borlas, si no de Salamanca o de Alcalá, al menos de las que en Sevilla, Valencia, Granada y Madrid ponen las Garduñas, las Floras, las Elisas y otras doctoras, mis hermanas y mis iguales.

La desconsolada moza, que entre tal oleaje de palabras y malas razones, y por en medio de tanta burla y crueldad, no acierta ni a dar significado a las frases, ni a descubrir en dónde está el sarcasmo o la verdad, la flecha envenenada de la burla o el bálsamo consolador de la esperanza; incierta en lo que ha de decir, conociendo su humillación, pero dudando de hallar tanta infamia en mujer, se deja caer sobre el asiento más inmediato, y prorrumpiendo en frenético llanto, exclama:

¡He perdido mi honra! ¡me han engañado vilmente!...

Y no haya miedo que la heroína de la falda y tocas se alborote ni ponga en pena al contemplar arranques tan dolorosos, ni lamentos tan hondos y de tanta verdad. Anudando el interrumpido hilo de su tarabilla de Luzbel, así prosigue:

¡Tu honra, tu honra! Pues contigo la tienes, boba; ¿para qué mal guiso la pudo querer y arrebatártela aquel gentil caballero? Él no hizo más que encerrártela más aína y ponerla más en custodia, llevándola más adentro, como tesoro sin precio, en donde la poseerás para siempre, y cada y cuando tú quieras valerte de ella, como de finca libre y horra que te corresponde en franco y alodial dominio. Y yo así se lo encarecí y encargué aquel tu enamorado, y no es él, hombre para faltar un tilde ni en el negro de la uña a lo que yo con tantas veras le encomendé; que si, como tal, le advertí contigo, hija mía, le encargara un colegio de doncellas o huérfanas tempranas, la misma exactitud, pulso y circunspección tuviera para devolvérmelas sanas y salvas, como si depositadas estuvieran en el camarín de una matrona romana. Pero si por arte de la vengativa Venus, que con sangre quiere y pretende amatar siempre los fuegos en que arden los pechos de los finos amadores, otra cosa ha sido, no hayas duelo que tu honra peligre. Acaso aquel descreído de tu amante, olvidadizo de mis buenos documentos y amonestaciones, feroz en hechos y poderoso en obras, haya pasado por tu cuerpo garrido con menos miramiento que lo que a tu tierna edad y miembros delicados convenía: y por cierto que tal demasía mucho es de castigar; y en cuanto tenga y celebre asamblea el tribunal de mis iguales, darele cuenta y harele relato de todo lo ocurrido, para que el delincuente pague la pena del desprez y omecillo; y, en esto, hija mía, puedes fiarte como en caución firmada y signada por escribano real de estos reinos y señoríos. Y a pesar de tal tragedia (si ha sucedido), alza tu espíritu como el vuelo del gerifalte, y ríete y solázate, que yo, madre y protectora de todas las doncellas estropeadas y vírgenes secundum quid, no he de querer dejarte sin remedio en tu desolación, ni he de mirarte abandonada, como en el Robledal de Cortes las hijas del Cid castellano. Pues ¿para qué tengo y poseo el mejor recetario que desde Quinto Sorano, médico en los amores de Cleopatra, hasta el día ha podido reunirse, sino para corregir, enmendar, restaurar y reedificar todo lo que derribar y destruir pueden desaciertos como los vuestros? Además, que, aparte de este libro, en mi memoria guardo y conservo otros miles de secretos y maravillosos artificios, que te parecerán y pararán tan entera como el día que naciste. Y ensancha el ánimo, y alégrensete las pajarillas, que si tu mal ángel y las asechanzas de Venus te trajesen a estropezar de nuevo, pues has principiado un camino que aína mete codicia para trillarlo mucho, no faltarán otros remedios para traer al cabo y fin las cosas a su prístino y original estado. Tenme tú algo de paciencia y denme del sirgo delgado de Valencia y agujas de San Germán, que yo haré nulas y de ninguna recordación ni vestigio, no ya las obras de ese catarriberas y pisaverde tu enamorado, sino los mismos hechos del moro membrudo, que, según graves historiadores, galanteó a Doña María de Azagra. Ahora, si es que ese tu enamorado te ha hecho agravio de mayor cuantía, propasándose a vituperios de otra especie, y no guardándote los fueros que a mujer principal se deben, y muy más en días regocijados de bodas, déjalo por cuenta mía y al brazo secular de otro caballero, a quien lo defiero y encomiendo, muy tu aficionado, que no arde sino en deseos de hacérsete acepto y agradable, y que sabrá tomar venganza del tu agraviador, aunque fuera a ocultarse en una cueva oscura de Sierra Morena por siete años. Y para que lo veas cuán galán y garrido es ese tu vengador que mucho amor te ha buscado, helo aquí, que te lo tenía guardado en ese camarín inmediato.

Y levantándose de su sitial la ganzúa infernal de las honras, sin cuidarse de la admiración y espanto de su víctima, que ignora lo que le pasa y no alcanza el nuevo trance a donde ha venido, abriendo la falleba de otro aposento, y dando entrada a otro galán, en cuyos brazos se arroja y entrelaza la que se deshace en llanto, se salva por otra puerta, riéndose y mofándose infernalmente de las escenas que ha provocado y la catástrofe que sus trazas han llevado a efecto.

Innumerables fueran los cuadros que de sucesos tan trágicos y lastimosos pudieran sacarse a luz, para escarmiento de los unos y aviso saludable de los otros. Y no nos hemos detenido más en ellos casi por creerlos, si no de entera superfluidad, al menos de un lujo innecesario e inoportuno, porque felizmente, en los tiempos que alcanzamos, las costumbres han adelantado lo bastante para que la Celestina se considere como un peón que sobra y como pieza que no tiene aplicación. Las negociaciones de amor suelen hacerse ahora directamente y sin necesidad de mandato o procuraduría. Denos Dios larga vida para ver hasta dónde en este ramo podemos llegar progresando.


Publicado el 20 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
Leído 6 veces.