Libro gratis: La Feria de Mairena
de Serafín Estébanez Calderón


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La Feria de Mairena

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Este texto forma parte del libro «Escenas Andaluzas».

Escenas Andaluzas


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Fragmento de «La Feria de Mairena»

Ya, ¡oh, Mairena!, encontré tus anchos ruedos, tus espaciosos ejidos henchidos de toros y caballos, de ganados y aperos, de grupos de mercantes y chalanes, tus calles cubiertas de curiosos y feriantes, tus rústicas tapiales sirviendo de arrimo a cien y cien tiendas de variados y peregrinos objetos; los del más exquisito y subido lujo están en feria mano a mano con los objetos que más convienen a la condición y gusto de un pueblo pastoril y labrador.

El refinamiento de la civilización no ejerce allí su odiosa y exclusiva tiranía; todos disfrutan; los goces, la holgura son allí el patrimonio de la muchedumbre, porque están al alcance de todos. Esto derrama una bienandanza por todo aquel inmenso concurso, que añade nuevos quilates al placer del curioso observador. Al lado de los dulces laboriosamente confeccionados y sobrecargados de esencias y perfumes, regalo sólo del rico, se encuentra el acitrón, el alajú, los turrones y otros mil azúcares todavía de raza mora, que por su módico precio procuran igual sabrosa satisfacción a la aldeana, al rústico y demás gente menuda. Si allí el fondista muestra al gastrónomo su luciente aparador y batería, allá las gitanas, cubiertas de flores, en un aduar de chozas de singular talle y traza, ofrecen rubia como el oro, saltando entre el aceite, la masa candeal convertida en buñuelos, si apetitosa al paladar, fácil de costear para todo bolsillo. Los vinos extranjeros ceden allí al famoso y barato manzanilla; la aceituna de mil modos y siempre sabrosamente disfrazada, toma prioridad, como ama de casa, sobre la francesa y apatatada trufa, y la lima, el limón dulce y la naranja, manjar aristocrático en otros países, bailan de mano en mano entre las turbas de muchachos, y entre los corros y ruedas de los mayorales, ganaderos y otra gente, así de más alta como de más baja estofa. Acaso con sus blancas tocas y su pintado albornoz algún moro en una ancha cesta ofrece el dátil de Tafilete destilando miel, a los aperadores y guardas de campo que no tienen los ojos menos negros, ni las mejillas menos atezadas que él; y todos, todos disfrutan, huelgan, se solazan y recrean. Allá asisten a los títeres y volatines, aquí a la chirinchina y pulchinelas, acullá tratan y contratan; por este lado dicen la buenaventura, por aquel se ajusta un caballo o una punta de ganado; aquí se canta, allí se baila. Éste requiebra, aquél enamora; todos se agitan, todos bullen. ¡Cuánto yente, cuánto viniente! ¡Qué discurrir de hombres a caballo, de calesines que llegan, de coches que pasan, de barroches que vuelan, de pretales que suenan, de campanillas que alborotan, de zagales que gritan! Los ojos se deslumbraban y la cabeza se desvanecía.


6 págs. / 11 minutos.
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Publicado el 20 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.


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