La Niña en Feria

Serafín Estébanez Calderón


Poesía


[...] era, pues, la niña
de tal gentileza,
que en parangón suyo
callara Lucrecia.
Ojos robadores,
en arco las cejas,
morena y graciosa,
graciosa y morena,

[...]

Romancero General.

La linda serrana,
el sol de la aldea,
por ver y lucirse
va y viene en la feria.
Vistióse advertida
con galas de fiesta,
que aliño y realce
el gusto despiertan.
Feriándose viene,
venderse no piensa,
que hay prendas que en trueque
se dan, y no en venta.
Gentil desenfado
con mil gracias muestra,
casando al donaire
la noble modestia.
El sayal palmilla
pomposo en la rueda,
jaquelada en rojo
la fina arandela.
Turquí zapatilla,
colorada media,
con primor engarzan
la planta pequeña.
Asoma con puntas
bordada cenefa,
del cendal que inquiere
la vista indiscreta.
La toca labrada
prendida en la oreja,
alfiler de oro
recoge la trenza.
Relicario al pecho
con doradas cuentas,
por Pascua de flores
bendito en la iglesia.
El pie con aseo
primoroso asienta:
¡cuán linces los ojos
que alcancen sus huellas!
Finísimas randas
el cuello le cercan:
¡Aranjuez de olores!
¡Vergel de azucenas!
Curiosa ve y mira
la niña morena,
y el leve ventalle
lo abate y despliega.
Feriantes la siguen,
mil flores la echan,
el más delantero
hablándola llega.
«¿Dónde va (la dice)
la hermosa extranjera?;
que un ángel del cielo
no nació en la tierra.
Si valor la alcanza,
por oro que quiera,
delante no pase,
y entre por mis puertas.
Recámara tengo,
ducados sin cuenta;
mercader tan rico
no lo vio Bruselas.
Servirán salvilla
mil esclavas negras,
y pajes muy lindos
cristal de Venecia.
Si conmigo casa,
arrastrando sedas
sentará en estrados
con grave eminencia:
y oliendo en la noche
pebetes y esencias,
partirá mi lecho
de alfombras de Persia.»
Responde riendo
la niña morena:
«encierre en sus cofres,
burgués, sus riquezas;
que si bien cual joya
trocarme quisiera,
no a trueque tan alto,
que a compra me suena.»

Apenas da un paso,
cuando se le acerca
famoso soldado
que venció en la guerra.
Sombrero con plumas,
valona y cadena,
y al brazo bizarro
la capa revuelta.
Las calzas y veste
grana de Florencia,
y del talabarte
durindaina cuelga.
Saluda y exclama:
«¡cuál puede tal fuerza
estar sin presidio
que evite sorpresa!
Por un castellano
yo ruego me tenga,
y vengan y tracen
contrarios trincheras:
que en mí vuestros ojos
hicieron más brecha
que en Dorlán u Ostende
jugando diez piezas.»
Responde riendo
la niña morena:
«señor, tengo en mucho
tan brava fineza.
Mas pica que el Rey
a Flandes la lleva,
no puede continuo
servirme, aunque quiera.
Y yo (pues trocóme
voacé en ciudadela)
no puedo ni un hora
estar sin conserva.
Empero prometo,
por pagar tal deuda,
que si mi velado
me da su licencia,
al primer nacido
que embrace rodela
le asentaré plaza
en vuestras banderas.»

Le sale al encuentro,
vestido en bayetas,
el dómine roto
Opas de Sigüenza.
«Permitidme (dice)
que toda mi ciencia
se derrame en gozo
a las plantas vuestras.
De Bartulo y Baldo
sé graves sentencias,
que os diré en requiebros
las noches enteras.
Lazarillo sabio
permitidme os sea,
que hermosa sin guía
en llano tropieza.
Relato de coro
todas las Pandectas;
borlas y garnachas
me envidan a puesta;
que asaz necio soy
para que no pueda
trepar como tantos
a más alta esfera.»
Burlando responde
la niña morena:
«hermano, excusadme
visión tan horrenda,
que ropilla y faldas
de presto me acuerdan
el monjil frazado
con que al muerto entierran.
Vigilias de amantes
no bien os asientan,
que no es para ayunos
tan fieras tareas.»

Pensativa sigue
la niña su senda,
por no hallar empleo
que en bien le convenga.
Ya incierta no fía
de aquella promesa,
que al luto, entre sueños,
la Virgen le diera.
Sin padre ya y sola
por siempre se cuenta;
pero al abrir calle,
cumplióse su estrella.
De dos y de veinte
un mancebo era,
florero que vende
flores de su huerta.
Gabán por el hombro,
galana presencia,
bien tallado el talle,
razones discretas.
La niña, al mirarle,
se conturba y tiembla,
y mueve los ojos
creyendo que ensueña.
«Éste es, ¡ay! (se dice),
el que en sueños viera,
cuando en romería
visité la Peña.
Pedíle a la Virgen,
guarda de mi herencia,
y allá lo que en sombras,
verdad hoy me muestra.»
Se va al de las flores
la niña morena
malicioso el gesto,
hablándole artera.

«Dígame, mancebo
(así Dios mantenga,
con sombra sus flores,
sin sol su floresta):
¿es búcaro airoso
qué flor me vendiera,
que eterna adornara
mi pecho y mi reja,
que su aroma diese
consuelo a mi pena,
y a mis ojos niños
que hermosa entretenga?»
—«No alcanzo (responde),
señora, tal ciencia;
mas tomad de tantas
la flor que os convenga.»
Y así relatando,
rodilla por tierra,
le da en ramillete
las flores más bellas.

—No quiero por ramos
tanta gentileza,
que al gusto, lo mucho
lo entibia y enferma.
Mi afición es una,
no elijo superflua.»
Y así hermosa hablando,
vivaz como honesta,
el lirio tomóle
de pasión emblema,
que al pecho el mancebo
con banda sujeta.

Al Paular, en tanto,
con grave cadencia,
campanas tañían
la Misa de media.
Y dice riendo
la niña morena:
«¿es misa o rebato
allá lo que suena?
Que desde que os hablo,
se va mi cabeza,
y a fuego en mi pecho
baten con violencia.
Por tanto, ¿queréis
(aquí habló bermeja)
por corto camino
llevarme a la iglesia?»
—«No tal, por mi vida
(aquél respondiera);
que rústicas flores
no valen princesas.
Son dos recentales
toda mi riqueza,
y un huerto tan breve,
que guardo sin cerca.
Tal beldad, señora,
mayor logro espera;
al amor humilde
mujeres desprecian.»
—«No así, garzón bello,
en llanto me deja
(prorrumpe llorando
la niña morena.)
Si tú bien me quieres,
aparta sospechas;
que a hija del Maestre
el Rey nada niega;
y soy (no contando
la noble encomienda)
si alta por linaje,
rica por hacienda.»

Gózase el mancebo,
bendice su lengua,
y con labio humilde
besóle la diestra,
cambiaron sortijas
por mayor terneza;
saludan la pila,
y en la ermita entran.
Se postran al Preste
que el salmo les reza,
y en latín los casa
con gran reverencia.
Del altar salieron
con suertes diversas:
él, ufano, alegre;
más tímida ella.
Hubo tornaboda,
festín, larga mesa,
y danzas, en donde
más bodas se empeñan.
Bailaron los novios
Canario y Francesa,
y al tálamo fueron
sonando la queda:
y es fama que al año,
el sol de la aldea
sacaba un infante
a lucir en feria.
Infante a quien hizo
Menino la Reina,
y en años creciendo,
también calzó espuela.


Publicado el 20 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.
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