El Realismo Real

Silverio Lanza


Cuento



Dos cartas y un cuento

La pena es consecuencia fatal del delito. Dios perdona a los reos castigados por el Código; y los hombres hacen justicia porque no conocen con exactitud las leyes de la naturaleza.


Al enemigo que huye
puente de plata,
al que a traición ofende
traidor le mata
.

Primera carta

San Francisco de California, á tantos de tantos de tantos.


Mi buen amigo Silverio: Estamos disgustadísimos contigo, porque hace seis meses que no nos escribes, y esto no está bien que lo hagas con unos amigos que tanto te quieren.

Margarita te recuerda constantemente, y consentiría que la volvieses á llamar Margot, con tal que estuvieses aquí y fueses el consejero de nuestro Enriquito, que ya tiene tres años.

Dice ella que tú sabes entretener á los niños y á los viejos, y supongo que también te ocuparía en entretenerme, porque mis sesenta y tres años, que han estado tan llenos de contrariedades, me agobian con su terrible pesadumbre, y daría los que me restan de vida á cambio de volverme joven. En fin, no quiero hablar más de esto, que tú adivinarás perfectamente.

Mis negocios van muy bien, aunque esto no sea Jauja; y si muero te suplico que vengas enseguida á ponerte al frente de mis asuntos.

Tengo una alegría muy grande que comunicarte, y es que vamos á tener otro chiquitín, que nos hacía mucha falta, porque siempre estábamos pensando qué sería de nosotros si perdiésemos á Enriquito, ¡no lo quiera Dios!

Margarita está de cinco meses, y tienes tiempo, si quieres, de venir á ser el padrino. ¿A que no te atreves?

He leído todos los libros que me enviaste, y todos te los agradezco, pero singularmente La Estátua, de nuestro querido Urrecha.

Es un libro admirable, que para mí es interesantísimo.

Te encargo que seas buen amigo de Urrecha, porque merece que se le quiera con sinceridad.

Si publicas los cuentos para tus amigos, no olvides uno para mí.

Margarita no te escribe porque no está buena, ni le sienta bien este país.

Si me envías libros, envíame algunos de la Sra. Pardo Bazán, quien, según me dices, pertenece á la nueva escuela y habla de mi patria en sus escritos.

Margarita me da un apretón de manos para que te lo envíe. Enriquito ha besado estas letras, y yo te mando con ellas mi corazón.

Tu buen amigo que te abraza, Enrique Soto.


Publico esta carta para satisfacción de la verdad, y cumpliendo los deseos de mi amigo Enrique hago el cuento que á continuación copio.

El cuento

Mi continuo temor cuando estoy en París es que se hunda la tierra bajo el peso de un pueblo tan grande.

Es París un cedazo colosal, hecho por la critica para cerner los hombres y las ideas, y por eso lo que se sostiene sobre el cedazo es siempre una maravilla. Lo único que nunca se conserva son las lágrimas, y aun no sabemos si es París la ciudad donde más se llora.

Yo creo que sí; y también lo creerán cuantos se enteren del drama que voy referir.

Henri Bocage era español y el primer grabador de Francia; había ganado sus millones y su cruz de la Legión de Honor, y hubiera sido feliz á no haberle hecho desgraciado la que fué madame Bocage.

Cuando el insigue artista se convenció de que le era imposible vivir con su esposa, buscó la manera más delicada para terminar el conflicto, y firmó un convenio particular, obligándose á entregar mil francos mensuales á su mujer. Esta, viéndose libre, se lanzó á la vida canallesca de las mozas del partido, y así murió.

Cuando ocurrió aquella muerte, tenia Bocage una hija que no pudo reconocer, y cuya madre se suicidó maldiciendo las leyes que condenan á perpetua infamia.

Henri colocó en compañía de su hija á una respetable señora, y el padre se llamaba tío de María. Solamente Bocage conocía su parentesco y lo ocultaba, esperando ocasión para legalizar de algún modo el origen de la inocente niña.

Y como Henri era artista y hombre sensato, y madame veuve Lapin era señora seria é ilustrada, resultó que María, á los diez y ocho años, tenía el alma tan pura y tan llena de encantos como su cuerpo.

No escribo un juicio crítico, sino el relato de una historia, y seré muy conciso.

Mr. Plat de la Montaigne, jefe de la caballería francesa y descendiente de una ilustre familia, se enamoró de la hija de Bocage, y María se enamoró del bizarro militar.

Como siempre ocurre, los novios guardaron bien secreto de sus amores, y de estos se enteró Bocage cuando su presunto yerno le pidió la mano de María.

—Yo ignoro, señor mío, su grado de parentesco de usted con la señorita á cuya posesión aspiro, pero María me aconsejó que diese este paso, porque entiende que usted es su único pariente y protector.

Mr. Bocage estuvo á punto de desmayarse.

—Entiende bien, sí, señor.

—Pues, celebro no haber dado este paso inútilmente.

—María es huérfana desde muy niña.

—Así será, porque según me ha confesado sólo tiene de sus padres recuerdos muy confusos.

—Si, señor; muy confusos.

—Supongo que en todo ello no existirá ningún obstáculo, que sería para mí una funesta desgracia.

—Creo que no.

—Su contestación de usted me prueba que en principio acepta usted mi petición.

—No, señor, ni la acepto ni la rechazo, ni puedo contestar á usted nada definitivo hasta que hable con mi sobrina.

María dijo que estaba enamorada, y Henri comprendió que aquellos eran los primeros amores, los que equivocadamente se llaman eternos, cuando no son sino impulsos reflejos, sensaciones no definidas, actos involuntarios en los que no interviene la conciencia. Quizá yo me equivoque, porque todo es lo que es y no lo que quisiéramos que fuese.

Pero el problema quedó planteado, porque el novio estaba resuelto á no esperar más, y porque no era lógico negar á María un marido joven, guapo, rico, aristócrata y jefe de la caballería francesa.

Henri comprendió que el tiempo no había de arreglar aquel asunto, y, por tanto, que era preciso tomar una resolución seria. Además, la situación de los personajes era extraordinaria, porque faltaban á aquellos amores la ordinaria presentación social, la relación subsiguiente y todas las circunstancias que convierten al enamorado en marido.

De todo esto dedujo el artista que un aristócrata que ama olvidando sus costumbres, debe estar muy enamorado, y se decidió á decir á Mr. Plat casi toda la verdad; ocultó su parentesco con María, pero advirtió al novio que ésta no tenia padres legítimos ni conocidos.

Entonces supo Henri que el honor es extraordinariamente relativo, porque monsieur Plat dijo que no se casaba con una muchacha sin nombre, y como Bocage le citase otros casos análogos, el aristócrata respondió que las viudas tienen el apellido de su primer esposo, y con esto tienen suficiente garantía para viajar con su marchamo sin verse obligadas á justificar su primitiva procedencia.

Lo mismo que ustedes pensó acerca de esto el desgraciado padre, y convino en que era preciso buscar á su hija un marido que pronto la dejase viuda. Pero aunque París es grande no se halló fácilmente quien prestase este servicio, y por eso Henri se decidió á casarse con su hija, tirarse al Sena, y dejar á María viuda del más ilustre artista de la Francia.

Yo le aconsejé que no se casase; que tirase al Sena al aristócrata atado á un ejemplar del Código del Honor y aguardase tranquilamente á que María encontrase un novio más amante y menos aristócrata. Pero nadie sigue mis consejos, y por eso los doy. Mr. Bocage realizó su plan y lo realizó fácilmente, porque María se resignó á obedecer la voluntad de su tío, á quien debía todos sus goces; quizá pensaría la muchacha que su celoso tío, con sesenta años, había malogrado la boda con Mr. Plat.

Ello es que se casaron, y en aquella primera noche de esposos, María dormía en su alcoba, mientras Henri ordenaba sus papeles, releía las cláusulas de su testamento y se disponía á irse al otro mundo pasando por el Sena.

Dudo que haya existido nada más trágico, y el suceso se comentó en París durante mucho tiempo.

De las presunciones y averiguaciones hechas resultó que á las tres de la madrugada, y antes de salir de su casa, entró Bocage en la alcoba para despedirse de su hija. Nadie conoce lo que allí pasó, y sólo se sabe que á la mañana siguiente estaban á orillas del Sena las ropas del artista y de su esposa, y con ellas una carta en que hacían público su deseo de suicidarse juntos.


Yo quedé aterrado. ¡Oh admirables dramas que entrañáis los más árduos problemas psicológicos! ¡Quién pudiera analizaros y describiros!

Descansen en paz aquellos dos desventurados que así dejaron satisfecha la sana moral.

Segunda carta

Amigo Silverio: Por casualidad he podido cumplir su encargo de usted. Ya nadie se acuerda de Mr. Plat de la Montaigne, y repito que por casualidad he sabido que ese señor se halla en San Francisco de California desde hace más de tres años.

Etcétera, etcétera.

Suyo afectísimo Alejandro Sawa.


Esta carta me llenó de satisfacción.


Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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