Gloria In Excelsis

Silverio Lanza


Cuento


Final del drama en tres actos «Un cura»


Amplia cocina de labrador. al fondo una ventana cerrada con vidrieras. A la derecha el hogar. Próxima á este se halla sentada Rosario. A la izquierda una puerta. Una arca para ropa, Mueblaje correspondiente.

Rosario es mujer de sesenta años, viuda, y con un hijo que fué cura, y cuya situación se ignora desde hace mucho tiempo. Vive de sus rentas; está asistida por criados, y se halla paralitica y muda. El matrimonio que asiste á Rosario se despide de esta.

—La mujer.—Y ahora que ya hemos rezado, á dormir. Cierre usted los ojitos y hasta que venga yo á despertarla y acostarla.

(Rosario sonríe con gratitud.)

—La mujer.—¿Esta usted bien abrigada?

(Rosario mueve la cabeza asintiendo.)

—La mujer.—Pues adiós. Ya pasara por aquí éste cuando eche de comer á las mulas.

—El hombre.—Si que pasare.

—La mujer.—Ea, pues, adiós.

—El hombre.—Ea, pues, adiós.

Rosario queda sola mirando hacia la puerta; después cierra los ojos y los cubre con las manos. Lleva estas al regazo, eleva las miradas hacia el cielo, vuelve á mirar á la puerta; y, apoyándose con las manos en los brazos del sillón, trata inútilmente de incorporarse.

De repente torna las manos al regazo y se queda inmóvil como si escuchase. después gira el busto cuanto le es posible mirando con ansiedad hacia la ventana. Un cristal de ésta cae roto al suelo. Poco después aparece una mano por el hueco abierto en la cristalería, y desechando la falleba, abre la ventana. Por ella salta un hombre que representa cuarenta años. Viste traje de caballero que viaja ó reside en el campo.

Al penetrar se descubre, y queda erguido; pero comprendiendo que su madre le reconoce corre hacia ella y la abraza estrechamente arrodillándose. después se levanta, cierra la ventana, se acerca á la puerta, escucha; saca un cuchillo, y dirigiéndose á Rosario, dice:


—Madre mía, no tengas miedo. No temas de mi, ni temas de nada mientras yo este á tu lado. ¡Bendita seas!


Vuelve á abrazarla. después se incorpora, se aproxima á la puerta, escucha; y dejando el cuchillo á los pies de la anciana, besa á esta, y dice:


—Estuve acechando á que te dejasen sola; y entonces entré. ¡Por la ventana! Entre como un ladrón en la casa de mi madre; de mi madre bendita.

Si me viesen, chillarían, me cercarían los vecinos, me interrogarían sus autoridades y me matarían con refinamientos de crueldad porque son tan feroces como cobardes, tan hipócritas como malvados, ¿tan ignorantes como orgullosos. Irrefutables argumentos vivientes contra las supuestas democracias explotadas por las tiránicas oligarquías. ¡Canalla vil!


(Pausa.)

Volviéndose hacia su madre con mucho amor, pero siempre con mucha firmeza y dice:


—He venido porque tenía necesidad de verte y necesidad de pedirte.

Yo sabía cómo te hallabas, y que sólo carecías del amor de tu hijo; y eso no podías tenerlo. Aquí, madre; aquí. Porque aquí no se puede amar de mozo y de viejo sin especial permiso del Estado, de la Iglesia y de los vecinos. aquí no se concibe que un delincuente ame á nadie, ni que haya quien ame á un delincuente. Si tu quisieras ir conmigo á tierras más cultas para gozar del amor de tu hijo, te matarían estas gentes; y si yo viniera á gozar del amor tuyo nos matarían á los dos. Es feroz la bestia humana cuando se la molesta en el libre ejercicio de su bestialidad.

Pero yo tenía ansias de besarte; y, para satisfacer mi deseo, solo espere á venir honrado indubitablemente por la poderosa nación de herejes donde vivo, porque así no puedas,.al abrazarme, tener más escrúpulo que el enojo de las gentes que hallan más respetable la opinión airada de un Obispo que el aplauso de un pueblo inmenso, y el beneficio de toda la Humanidad.

He venido también porque tenía necesidad de pedirte. No es dinero. Me adelanto á tranquilizar, no tu codicia, porque no la tienes, sino tu amor; soy rico. Allá, donde yo vivo, la sociedad se ocupa en recompensar al bueno; aquí solo se preocupa en castigar, por lo menos, al malo.

Soy rico. En el cinto, del que he sacado esa faca, llevo lo que aquí sería mi fortuna, y allí es la mitad de mi renta. Así, todo es relación, y todo es medida. Las leyes, las religiones, las ciencias y las artes son números; la revolución es un cambio de unidad; la muerte es la relación con una unidad infinitamente grande. Si te comparo conmigo, eres una alteza, un ángel; si te comparo con Dios, no eres nada.

Madre: te estoy aburriendo con mi sermón... ¿Te acuerdas de mis sermones? ¿Te acuerdas de aquel sermón que pronuncie en la Colegiata de la ciudad en la festividad de la Patrona? Allí empezó mi desesperación. ¡Madre: qué malo era tu hombre! Si, muy malo. ¡Ah! Si pudieses hablar me dirías que aquel hombre era mi padre; pues por eso era más malo; porque un extraño no hubiese querido hacerme infeliz, ó hubiese sido mi víctima porque la sociedad me hubiese permitido la defensa. Es muy cómodo ser padre ó ser autoridad ó morirse, y así tener el derecho de no ser discutido. La dulzura de la irresponsabilidad terminara muy pronto; cuando los oprimidos se convenzan de que la libertad está en ser responsable; de que... Madre: ¡qué malo era aquel hombre! Tu no lo sabes madre mía; y es preciso que lo sepas antes que yo muera, porque soy el único que lo sabe, y el único que tiene derecho á decírtelo. ¿Te acuerdas del viaje que hicimos el Padre Melchor y yo desde la ciudad al convento de Trapeases, donde me llevaban recluido? Para ahorrarnos tres horas de viaje cruzamos el río por el vado: las lluvias habían acrecentado el caudal con una masa de agua, que parecía fango; el Padre Melchor tuvo miedo (tenia miedo de ahogarse un hombre que no tenía miedo de su conciencia), y vacilo y se aturdió y cayo al agua. Le salve. Y cuando se quedó tranquilo, me aseguro que me debía la vida; y pedí al Padre que me la diese; pero no la vida suya, sino la vida mía. ¡Pobre cura! Me lo dijo todo. Me dijo que Elena era hija de mi tío Prudencio, si, de Prudencio; del cura, de tu hermano: ¿no lo sabías? Antes le juzgarías santo, y ahora le creerás un demonio; te equivocaste dos veces: con un cedazo de acribar garbanzos, te pusiste á acribar lentejas. Eso hace la sociedad; coge la ley, y con ella empieza á cerner los individuos. Al final le quedan cuatro chinarros; es verdad que no son hombres, pero han quedado encima, y con esas piedras hacen casi todas las autoridades. Mi tío tuvo amores con la mujer de Blas, y tuvo una hija; si hubiera sido casto no hubiera tenido energías; si hubiera sido vicioso, hubiera tenido concubinas como las tienen esas altas dignidades que no quieren hijos. Cuando Blas murió, pensó mi tío en llevarse consigo á su amada y á su hija; y entonces, pensó mi padre que no llegarías á heredar los bienes de mi tío, y le mato.

Ya veo que tampoco sabías esto. ¡Pobre madre! He ahí un crimen que yo conozco y que no puedo denunciar. Ni he querido que lo supieses mientras vivió tu hombre, para que no te ahogases de asco.

Pausa.

Si, le mato una noche que estaban los caminos llenos de nieve; le engaño y le hizo despenarse por la cortadura que hay á la entrada del puerto.

Las consecuencias fueron lógicas; murió de pena y de terror aquella viuda, que había sido adultera, á Elena la trajo aquí mi padre para presumir de bueno y para martirizar á la pobre niña; y á mi.... yo fui la inocente víctima sacrificada por el remordimiento en el altar de ese maldito Dios de los beatos. El padre Melchor me juzgo una oveja apetitosa, y cuando mi padre le confeso su pecado, el padre Melchor le contestó: indemnizad á la Iglesia, que ha perdido un sacerdote. Por eso fui al seminario, por eso me ordenaron, y por eso Elena y yo tuvimos que huir y escondernos para ocultar nuestro amor dulcísimo.

Y en aquel miserable tenducho nuestro, donde, en medio del campo, se emborrachaban las tropas de los liberales y las tropas de los carlistas; murió mi Elena, porque para vivir, necesitaba algo más que mi pan y mis caricias; necesitaba ese amor de todos que es imprescindible para quien ama á todos.


El Padre Juan queda silencioso.

Después, con paso lento y firme, se acerca á su madre, la besa en la frente, coge una mano de la anciana, y dice así:


—Por esa ventana entraba yo, siendo mozo, para que mi padre no me viese llegar de noche. Por ahí entre hace un momento para que las gentes de este villorrio no viesen llegar á tu hijo maldito, el cura protervo. Siendo yo zagal me esperabas en este sitio para darme un beso antes de ir yo á dormirme, y ahora he venido para que me des tu último beso antes de irme á descansar eternamente.

No tiembles, madre; más pude yo temer, y no he temblado. Considera que necesito de todas sus energías, porque vengo á pedirte un sacrificio que lo has de hacer sin que yo te lo llegue á exigir. Vengo á que me mates. ¡Madre! ¡Calma! No me mires así. Parece que te espantas como si viniese á matarte, y vengo á darte vida; ¿o es que te aterra que yo busque la muerte de tu hijo? Abrasa tu carne, y tu sangre se agita como si hirviese. Así estarías cuando te dijeron que yo había muerto fusilado, cuando caíste desvanecida en ese mismo sillón donde sigues desde entonces, sin más movimiento que el de tus manos, que van desde el regazo, en que me meciste, á los ojos con que me lloras. No me fusilaron; ya lo ves. Me quisieron fusilar los carlistas y los liberales, porque, al morir mi Elena, cerré la cantina y no quise venderles vino. Y para emborracharse y para fusilar á un infeliz, siempre están dispuestos los liberales y los carlistas: los que esperan de los conventos el triunfo de la libertad, y los que esperan de los cuarteles el triunfo de la religión; los que han olvidado que la libertad no es posible sin el amor, que la religión no es posible sin amor, y que libertad y religión son sencillamente el amor infinito, que es la esencia de la filosofía cristiana.

Madre, no se lo que digo. Salta mi pensamiento de unas ideas á otras, como salta la fiera acorralada.

Madre; vengo á que me mates. Pero no vengo á devolverte la vida que me diste, como se devuelve el capital después de explotado ó el vestido después de romperlo. Vengo á que me quites la vida, porque no la quiero; porque me la impusiste sin consentimiento mío, y porque no quiero soportar la servidumbre de vivir. Vengo á que te arrepientas de tu yerro; á que repares el mal que me hiciste dándome la vida, y á que me lances en esa eternidad tan amable como ignorada.

No quiero vivir.

Vengo á que me mates, porque yo no debo matarme, porque yo no tengo derecho á deshacer una vida que yo no hice; porque yo no debo dar á mis enemigos el placer dulcísimo de ahorcarme, como Judas por mis remordimientos, y te aseguro que no me duele de ninguno de mis actos.

Eres tu quien debe matarme por amor de mi, que te lo pido fervorosamente. Eres tu quien debe matarme para reparar el mal que me hiciste al darme vida y al dejarme vivir. Eres tu quien debe matarme para que des ejemplo á todas las madres, para que las enseñes que es perversidad el lanzara las luchas sociales á un hijo sin haberle enseñado nada más que á hacerse una cruz en la frente, á creer en Dios y á amar á los hombres; que solo se deben criar hijos cuando es posible enseñarles á que sean canallas y eludan y exploten las leyes, ó cuando es posible hacerles ricos, muy ricos, exentos de todas las penas en estas sociedades donde no hay ninguna idea pura, ninguna idea abstracta, porque todo se resuelve con dinero, como en la Naturaleza todo converge y emana en Dios. Es necesario que tu inicies la única defensa eficaz y posible contra el martirio social de los desgraciados, y enseñes á las madres de los tristes á librar á sus hijos del patíbulo antes que asesinen á un rey, bue acaso sea el más desventurado y bondadoso de los hombres, y antes que roben el pan que no se dió á cambio de gratitud ni de trabajo, matándolos y acusando de parricidio á esas sociedades donde la patria está substituida por un mito que, como los dioses paganos, se encarna en cualquier bestia.

Es necesario que yo muera antes que lleguen tus criados, porque entonces rae matarían delante de ti.


El Padre Juan se arrodilla delante de su madre, la entrega el cuchillo, y coloca la cabeza en el regazo de la anciana.


Vas á herirme aquí, detrás de la oreja, y da fuerte para que no me hagas padecer.

Preparate. Yo diré Dios, Elena, y madre. Cuando yo diga!Madre!, da sin miedo.


Rosario coloca su mano izquierda sobre la cabeza de su hijo, y en la derecha levanta el cuchillo.


¡Dios!... ¡Elena!... ¡Madre!... ¿Qué has hecho?


La anciana se ha clavado el cuchillo en el pecho; el Padre Juan se levanta, se precipita sobre su madre, arranca la faca y la tira al suelo.


¡Madre!... ¡Socorro!... ¡Socorro! ¡Vive, madre! ¡Vive! ¡No mueras, madre! ¡Mírame! ¡Pero no mires así! ¡Mueve tus ojos para que yo sepa que vives y que me oyes! ¡Madre! ¡Maldición, está muerta!

¿Me oyes, madre? Quiero que me oigas. Yo vine á proponerte el bien mío, que era la muerte producida por tus manos, y el bien tuyo, porque esa sociedad canalla te hubiera aplaudido, celebrando que la hubieras librado de un monstruo, ¿Y ahora? ¡Pero si no me oyes! ¡Si ya te quedas fría! ¿Y ahora? ¡Huir! ¿Por qué? Pronto hallaran al parricida. Eso; eso soy: un parricida. Venga la faca al cinto: ya la descubrirán, ¡la descubrirán! manchada de sangre Esta arca abierta; las ropas esparcidas por el suelo; he de ser parricida por robo: parricida y ladrón; sacerdote renegado é incestuoso. ¡Mundo! ¿quieres más? ¡Y ahora, este oro mío desparramado al pie del arca! Policía sutil, fiscal concienzudo, juez recto, ¿para que os sirve la divina llama que os inspira, si un impío, puede engañaros? ¡Dinero! ¡Que vean por el suelo muchas monedas!


Asoman gentes por las puertas laterales.


Esta canalla no vino cuando yo pedí auxilio; pero al ruido del oro vinieron enseguida.

¿Que queréis? Cogedme, me entrego, ya veis que no quiero huir. Si, yo soy el Padre Juan, el asesino de mi madre. Si, quise robar y no lo he hecho, porque vosotros lo habéis impedido. Sois unos valientes, y os deben premiar, porque así quedara cumplida la justicia humana.


Publicado el 29 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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