La Familia Literaria

Silverio Lanza


Cuento


Todas las familias tienen que sufrir las murmuraciones de un extraño, y en esta ocasión soy el extraño dispuesto á murmurar de la familia literaria.

Y tengo el honor de presentarla.

El Sr. Escritor, cabeza. Su esposa doña Casa Editorial. El Libro, hijo. Doña Critica, suegra de ambos cónyuges, y D. Público, primo de toda la familia.

Doña Crítica es vieja ó fea, y de todos modos no halla encantos en la vida. No se entusiasma. Está acostumbrada á imponer su opinión y no medita sus opiniones.

Olvida que fué joven ó hermosa; se ve cerca del sepulcro y cree que toda la humanidad debe estar en la agonía. Usa del ingenio para llamar la atención y de la sátira para hacerse respetar. Cuando es ofendida saca un crucifijo como Torquemada ó se cubre con la toga como César.

Es buena porque ella ha aumentado la dote de la esposa y ha corregido los errores del esposo, creando en ambos cónyuges un noble estimulo. Encuentra defectos en su nieto, aunque no los tenga, pero si alguien le insulta le defiende hasta salvarle.

Prefiere lo extranjero á lo nacional, porque así espera que la llamen instruida y de gustos delicados.

Tiene todas las condiciones de la mujer, y sólo es constante en mudar. Grita como un niño y sufre como un mártir. Huye quejándose como un faldero ó acomete como una fiera. A las veces es del último que la pide amparo, y en otras ocasiones defiende injustamente á sus amantes. Si os alaba no se lo agradezcáis en público, porque gusta más de parecer fuerte que de parecer buena. Si os insulta, no la contestéis públicamente, porque os llenará de improperios.

En épocas normales es una suegra insufrible, pero si peligra la familia usa de todas las excelencias del valor y del talento, y lucha sin desmayos hasta conseguir la victoria. Es bueno quererla mucho y tenerla lejos.

El Sr. Escritor es un pobrecito chiflado. Cuando era estudiante hacía novillos y perdía su tiempo leyendo periódicos y novelas. Se aficionó á imitar aquellos escritos, y desde que movió su pluma vive persuadido de que es el primer escritor del mundo. Usó, siendo mozo, de la vida desarreglada y deshonesta, más por conveniencia que por deseo, y aspiró á la mano de doña Casa Editorial para verse reproducido y disfrutar de los encantos que su esposa guarda en pasta y en rústica. Engañó á doña Critica con un elogio á Chateaubriand y una traducción de Píndaro, y se casó obligándose á olvidar sus malas costumbres. Desde entonces es digno de estudio.

Su suegra le prohíbe salir de casa, donde tiene todos los clásicos, los híbridos y los eclécticos, y sólo ve la calle para visitar al conserje del Ateneo ó al portero de la Academia de la Lengua.

En algunas ocasiones es enérgico, y entonces no escucha á su esposa y á su suegra; las mete en un coche de ferrocarril y se va con ellas á Aranjuez. Allí corre por los jardines cortando flores con que adornar á las dos mujeres; las abraza, las besa, y comen y beben riendo y respirando aquel aire puro que llega perfumado á los pulmones. Vuelven de noche á Madrid y van á su casa procurando que nadie les vea, porque la suegra no cesa de repetir:

—¿Qué diría Teodoro si lo supiese?

El Libro vino á la vida fatalmente. Su célula genésica tenia aromas de los jardines de Aranjuez. A la postre es una flor cuyas hojas ha igualado la guillotina.

Su madre ha procurado hacerle hermoso, y su padre, bueno y útil.

Como hijo amante, va honrando el nombre de sus progenitores, y será un recuerdo de sus padres muertos.

Llegará á viejo, llegará á morir y se llegará á dudar de su existencia. Sólo Dios es perdurable y eterno.

D. Público tiene muchas rarezas. Aplaude y vitupera con igual entusiasmo y con la misma irreflexión. Cambia de aficiones todos los días, y como éstas son limitadas se repite y se niega continuamente. Trabaja lo menos que puede, y en ocasiones espera que le socorran sus protegidos, sin advertir que éstos viven de la protección de D. Público.

Tiene una hermosa casa, donde habitan un señor sacerdote, un coronel, la familia literaria, un letrado y otras personas dignísimas que no pagan al casero y aun le piden cuanto necesitan para vivir con holgura. Y D. Público duerme en la calle.

Ayer le encontré en la Puerta del Sol.

—¿Qué tal, D. Silverio?

—Así, así.

—Pues tiene usted buen color.

—Pero soy como las granadas: las mejores están amarillas.

—Pues yo muy preocupado.

—Como siempre.

—¿De quién será la navaja?

—De su dueño.

—¿Mitones?

—Pero si no sé de lo que habla usted.

—Del crimen de la calle de la Flor.

—No sé nada de eso.

—Pero usted nunca sabe...

—Sé que hay crímenes y sé bastante.

—¿Y lo de la baja?

—¿Quién? ¿Doña Paquita?

—La baja de los valores

—Me parece bien. Cuando nadie los quiere los podrá recoger el Estado fácilmente.

—¿Y el descrédito?

—No sale de casa porque hace mal tiempo.

—Está usted peor que el coronel.

—Dele usted mi enhorabuena.

—Ahora voy á su casa.

—Iremos juntos hasta el portal y visitaré á la familia literaria.

—Y yo también.

El esposo está en su despacho, la señora en sus labores y la suegra asegurándose la dentadura. El niño sale á recibirnos.

—Hola, hermoso,—le dice su primo.

—Sí, dime requiebros y nunca te acuerdas de mi.

—Porque no me quieres.

—Porque te digo las verdades.

—¿Y la abuelita?

—Eso; tú no quieres verme si no está la abuelita delante.

—Yo me basto...

—No lo creas; eres un primo, y te lo diré alto.

Doña Critica y sus hijos llegan á escape y le tapan la boca al muchacho.

—Por Dios, no nos pierdas.

—Pero, señora—dije yo—, dejen ustedes al niño...

—No puede ser; el vecino del principal nos ha dicho que dejemos hacer al chico lo que quiera, pero si mete ruido lo tritura.

—Y ¿quién es?

—El fiscal que vive arriba.

Entonces me volví á D. Público.

—¿Y usted, siendo el casero, consiente esos desmanes?

—¿Qué quiere usted? También él me pega. Póngase usted en mi caso.

—Dios me libre.

Y salí compadecido de la infeliz familia literaria.


Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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