Los Cruzados

Silverio Lanza


Cuento


Fingir sabiduría ó alardear de ignorancia, son dos sistemas vulgarísimos para encubrir una estupidez real.

La resistencia por la ofensa y la resistencia Pasiva son las resistencias de los ignorantes y los Cobardes. Al cielo sólo va el bueno.


Hace años oí lo siguiente á un amigo mío:

«Cuando yo estudiaba con los padres escolapios, mi profesor me llenaba de cardenales el cuerpo, y yo supuse entonces que el latín era un pretexto para pegar azotes. Siendo mozo quise estudiar el Arte poética, y me encontré con que nada sabía de la lengua latina y, recapacitando, deduje que los azotes eran un pretexto para no enseñar latín.»

De todos modos, y aparte de lo dicho, yo profeso un cariñoso respeto á los padres Agustinos porque saben y á los Escolapios porque enseñan. Esto nace de que creo firmemente que es más agradable á Dios aprender que ayunar. Acaso me equivoque, acaso peque. Ya lo veremos como lo vieron los cruzados de mi cuento.

Soy un gran pecador. Lo confieso y me pesa, pero quizás gane el cielo, porque soy un individuo altamente moral é inofensivo é insignificante.

Verán Vds, cómo.

Amo á Dios sobre todas las cosas, porque encuentro en ello un placer grandísimo.

Me amo á mi mismo más que al prógimo, porque no me gustan acciones que no sean recíprocas.

Amo el estudio, porque produce la agradable posesión de lo deseado y el encantador deseo de lo desconocido.

No hago mal á nadie, para evitarme el remordimiento, y olvido y perdono el mal recibido para no sufrir las impertinencias del rencor.

Me gustan las verdades útiles y las mentiras bonitas.

De las mujeres sólo me gustan las honradas, y soy tan bueno que las deseo para otro.

Amo la justicia, pero creo que debe ser administrada por Dios y no por los guardias de orden público.

La política sólo debe ocuparnos ocho días del año dedicados á sesiones parlamentarias, corridas de toros, fuegos artificiales, vivas al rey, grandes paradas, retretas, dianas, cucañas y carreras de caballos.

En las cuestiones de Hacienda y en lo contencioso administrativo soy un prodigio de sabiduría. Hé calculado la trayectoria de nuestra administración, y la ecuación de esta cueva, pero os la podré representar gráficamente: es igual al camino descrito por un ciego que es cojo y está borracho, y anda. Porque si no anduviese...

Todo lo dicho son apuntes que intercalo para llamar la atención acerca de mi persona, y obtener mi destino de cuatro mil reales, que es, en definitiva, á lo que podemos aspirar actualmente mi criado y su señorito.

Por lo demás, ya habréis comprendido que estoy más cerca del convento que del cuartel.

¡Pero está tan lejos el convento!

Me ocurrió, siendo mozo, con una novia mía lo mismo que ahora me pasa con la Iglesia.

Erase la muchacha más hermosa nacida en Rueda de Jalón, porque era aragonesa. ¡Ya lo creo que era aragonesa!

Juro que la fuí fiel durante los tres meses que nos duró el noviazgo; pero al terminar éste ya me habla roto dos muelas, una levita y una capa. Y reñimos, porque yo era un infame. ¡Pobre Pilarica! ¡Dios le haya concedido un manicomio! Tan buena, tan linda y tan... eso.

No he de apurar hasta el fin la comparación que me he propuesto.

Sólo quisiera que en esos templos donde se adora á un Dios infinitamente bueno, y se practica una religión llena de poesía y de consuelos, no hubiese otros ejemplos que los de la más sublime humildad y la más amplia tolerancia.

Quisiera al llegar á un pueblo conocer al cura antes que al juez.

¿Por qué la cárcel siempre ha de estar abierta para castigar á un delincuente, y la iglesia no ha de estar siempre abierta para aconsejar á un desesperado?

¿Cree el clero que ha concluido su misión social? Parece indicarlo así la facilidad con que le han arrebatado sus bienes temporales. Parece indicarlo también la impasibilidad con que ha consentido que algunos de los sacramentos (el de Orden nó) no creen estado civil.

Pues yo creo que esa misión no ha concluido. Las sociedades, como los individuos, acuden á la religión en todos los momentos angustiosos de su existencia. Y ¿á dónde irán los mansos y los pobres de espíritu cuando puedan ser jueces municipales los borrachos de los pueblos, y jueces de instrucción los mozalbetes imberbes, y generales los sargentos sublevados y ministros los escritores duelistas?

Me pierdo en reflexiones inútiles, y voy á mi cuento.

Hace poco se celebró una entrevista entre un moro y el papa, y convinimos (aunque yo no estaba presente) en la existencia de un solo Dios Todopoderoso. No sé si después convendrán en que nos matemos moros y cristianos por dualismos en la Divinidad. Quizás volvamos á las Cruzadas. ¡Cruzadas con cañones Barrios y Hontoria!

Y ya que hablo de Cruzadas, cojo el hilo y me dejo de digresiones.

Las Cruzadas no realizaron su objetivo. ¡Cuántas miserias y cuántas supercherías! El sepulcro de Jesús salió de la posesión de los musulmanes y cayó en las manos de unos aventureros.

¡Siempre detrás de la cruz el diablo! Caballeros cruzados que fundan reinos y se disputan los ajenos. Total, aves de rapiña con una cruz al pecho.

¡Siempre la aventura! Por la aventura fuimos los españoles á América y no á África. Por la aventura no fueron los cruzados á Constantinopla.

¡Cuánta sangre derramada en nombre del bondadoso hijo de María!

Y ¿para qué?

Después vino el libre examen y más tarde el libre pensamiento. Mañana se impondrá la libertad como ahora se impone la higiene.

Seguramente no pensaban como yo los Sres. Esteban Saint Guinaire y Roberto Fainéant, dos de los cruzados que, á las órdenes de Roemundo, salieron de Italia para los Santos Lugares.

Las penalidades sufridas por los cruzados durante el largo sitio de Antioquia influyeron tan decisivamente en el ánimo de Roberto que al llegar á Ramla, y temiendo que el ejército cristiano se dirigiese al Cairo, resolvió hacerse solitario y rogar desde su humilde cueva por el triunfo de sus compañeros de armas.

Saint Guinaire opinaba de distinto modo, y aconsejó á Roberto continuase la campaña; pero éste á vuelta de otras razones, le dijo que con los recursos del país y las dádivas de los cruzados tenía bastante con que proveer á sus necesidades, y que sin duda alguna era más agradable a Dios la ofrenda de una oración que la de una cabeza musulmana.

Hubieron gran disputa sobre este último punto los dos amigos, pero á su fin quedóse el pacífico Roberto orando en Ramla y fuése el intrépido Esteban á conquistar Jerusalén.

Excuso decir que los dos cumplieron como buenos. El humilde Fainéant vivió holgadamente con los productos de la tierra y de la caridad, y consagróse á la oración, viviendo separado de la sociedad, á la que no pudo ni ilustrar ni convertir.

Esteban Saint Guinaire fué á Jerusalén con Tancredo. Pasó los rigores de la sed y el hambre durante el cerco. Tomó parte en todos los excesos cometidos en el campamento cristiano, y ya dentro de la Ciudad Santa ayudó en buena porción á la matanza de los setenta mil musulmanes. Recogió un gran botín y alabó al Señor.

Después de todas estas cosas, Esteban se ratificó en que había hecho por la causa de Dios más, mucho más que su amigo Roberto, y así se lo comunicó á éste, quien con sus felicitaciones por el triunfo católico no se avino con la opinión de Esteban, á quien, por otra parte, suplicó en el nombre del Todopoderoso le enviase algo del logrado botín con que ayudar al alivio de su miseria.

Y como estas peticiones se repitieran con demasiada frecuencia, Saint Guinaire abandonó toda relación con el piadoso Roberto.

Pero llegó el último día de la vida de Saint Guinaire, y con aquel momento el de la contrición y la enmienda. Comprendió el moribundo que ya no podía pecar más y se arrepintió de todos sus pecados. Después suplicó se llevase su cadáver á Ramla y se entregase al solitario Roberto.

Pero cuando los huesos de Esteban llegaron á la ermita de Ramla el ermitaño acababa de morir.

Los dos cadáveres se saludaron y emprendieron el camino del cielo disputando sobre sus respectivos méritos y derechos á la gloria eterna.

Llegaron á la puerta del Paraíso, llamaron y salió á abrir un musulmán.

—¡Cáspita! —dijo Esteban.

—Creo que nos equivocamos —dijo Roberto.

—¿Qué buscan Vds.?

—La gloria eterna.

—Pongan Vds. una notita y se la pasaré al Todopoderoso.

Los cruzados vacilaron.

—No sabemos escribir.

—Pues, al infierno con los ignorantes.

Y se cerró la puerta. Y se acabó la Cruzada.


Publicado el 13 de enero de 2022 por Edu Robsy.
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