Otelo Fin de Siècle

Silverio Lanza


Cuento


(ó venganza catalana)


El mérito consiste en arreglarlo todo á gusto de todos.


Sus padres de ella tenían en San Gervasio una quinta de recreo que llamamos torre.

¡Qué recuerdos, Dios mío, qué recuerdos!

Ella era menudita, menudita... Gloria mía, girón de mi alma; me vuelvo loco pensando en tí.

Jugábamos como perro y gato cuando son amigos. Yo era el perro fiel, fornido, vigoroso; la hubiera matado fácilmente. Ella era el gatillo, me llamaba bruto en cuanto la tocaba, y la tocaba siempre con mucho mimo.

Yo dibujaba entonces muy bien; sin inmodestia; hoy tengo fama europea y siempre he trabajado pensando en Narcisa; quizá por eso me han aplaudido. Y ella se casó con un badulaque, un mequetrefe con sangre que no es roja. Y el gatillo ha crecido, se ha ensanchado: es la matrona que veo en sueños, la que debía alegrar mi estudio y ser mi inspiración, mi modelo, mi público y mi critico.

Ayer la vi en la calle de Fernando; iba con su hermano; miré á otra parte y no saludé. Entonces dijo, volviéndose á Antonio: «¡Qué grosero!»

¿Yo grosero? ¿Grosero porque no saludo? Pero, ¿con qué cortesía se saluda al insulto? ¿Cómo se despide el ahorcado de la soga que le estrangula?

Allá, en San Gervasio, yo era un pintamonas, y ella me llamaba bruto y me quería. Hoy tengo laureles y fortuna, y Narcisa me llama grosero, y me lo llama porque me quiere. ¡Cuántas veces habrá deseado las caricias de aquel perro fiel que la estrujaba hasta producirla miedo, pero nunca hasta producirla lágrimas!

Para que la gatita siguiera siendo el adorno del brasero y la distracción del hogar la han casado con un cascabel. Estará muy bonita con ese adorno, pero...

Juro que he de tomar venganza cumplidísima.


Dos viajeros, recién llegados á Madrid en el expreso de Barcelona, se alojan en el Hotel de París. Son D. Benito Sánchez Ruiz y su esposa doña Narcisa Bofarull. Media hora después llega un nuevo huésped, cuya tarjeta dice: Jaime Cap de Clot. Pintor de Historia.


—Te doy un duro por escucharme.

—Muchas gracias, señorito.

—Otro duro si llevas esta carta á la señora de ese matrimonio.

—La llevaré.

—Y cinco duros si me traes contestación.

—Puede usted adelantármelos.

—¡Majadero!

—No se incomode usted, señorito, pero esa señora, mientras su esposo estaba en otra parte, me ha preguntado si había venido algún otro huésped en el expreso. Yo dije que averiguaría, y...

—Y te callas.

—Como usted mande.

—Y llevas esta carta.

—Ahora mismo.

El camarero trae la contestación y recoge los cinco duros. En la carta de Jaime había escrito Narcisa: «Estaré, porque tengo alientos para conservarme honrada.»

A las seis de la tarde sale del hotel la hermosa catalana y D. Benito se levanta de la cama y empieza su minucioso tocado.


—Señorito, acaba de salir.

—Vete.

—¿Dónde?

—Muy lejos.


Jaime entra en la habitación del esposo. El camarero escucha. El artista dice su nombre, recuerda su antigua amistad con la familia Bofarull, ha sabido que los esposos habían llegado en el expreso... Las contestaciones de D. Benito apenas son perceptibles... Narcisa ha ido á saludar á los tíos; allí se reunirán para comer... Después habla D. Jaime de músculos... Su Cincinato obedecía á la ley antropográfica... los extremos de la curva estaban en la normal.

El mozo se cansa de atender y no oir. Piensa interrumpir la conversación para que D. Jaime pueda marcharse en busca de la esposa. Se decide á no meterse en asuntos agenos, y escucha otra vez. Oye ruidos extraños que no se explica... Llama el 15 para pedir un jabón... Por fin le dejan en paz, y acerca el oído á la puerta. No cabe duda; hay lucha. Es preciso avisar á la autoridad... No, lo mejor es callarse... ¿Y si saben que él llevó las cartas?... Por lo menos avisar al dueño... ¿Y por qué?... A callar, y á la cocina, donde le vean para probar la coartada cuando se descubra el asesinato... ¡Dios mío! ¡Qué disgusto tan grande!

A las siete llama el 23.

—Llama D. Jaime, —se dice el camarero aterrado.

—¿Da usted su permiso?

—Adelante.

—¡Señorito!

—¿Qué te pasa?

—No, á mí... nada.

—Quiero bañarme inmediatamente.

—Enseguida.

—¿A qué hora sale el último tren?

—A las nueve, para Ciudad Real.

—Advierte que en ese me voy.

—¿En ese?

—Sí, y despacha.

(D. Jaime solo.)—Yo, que la quiero tanto, soy incapaz de infamarla. Debía vengarme, y me he vengado. Después de todo, si la venganza es el placer de los dioses, compadezcamos á las deidades.


Hoy D. Benito y su esposa lloran la ausencia del laureado pintor.


Publicado el 28 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.
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