—¿La Gaceta del día 15?
—Tenga usted.
Me interesaba aquel numero de la Gaceta porque yo era oficial de albañil; quería hacerme maestro de obras; y se legislaba acerca de esta carrera que fué suprimida.
Estábamos sin trabajo porque los ricos paraban las obras empezadas y se largaban huyendo del cólera.
Por todas partes se veían camillas y carros fúnebres. Roque, el solador, salió de una taberna de la plaza del Progreso, oscilo y dió de bruces en la acera. ¡Está borracho!, dijeron unas mujeres. Me acerqué; el infeliz tiritaba de frío. Le cogieron, se lo llevaron, y seguí hacia mi casa. Cuando cruce el patio para tomar la escalera interior oí que lloraban en el 7. ¡Pobre Anita! ¡Y deja tres niños!
Mi patrona estaba fuera de casa, y Rosa, la vecina, me dió la llave de mi cuarto y me dijo:
—¿Sabe usted quien se las guilla?
—¿Quien?
—María Nieves. Y como no hemos encontrado ningún hombre en la vecindad, pues no se ha hecho nada.
—Iré yo.
Entre en mi habitación, me quite la chaqueta que llevaba sobre la blusa, y saque del bolsillo la Gaceta.
María Nieves estaba acabando. En el catre se veía temblar el cuerpo que tiritaba; y, sobre la almohada, aparecía el lívido rostro de aquella niña tan hermosa.
—¡Dios se lo pague!, señor Silverio—dijo la madre.
—¿No hay ladrillos calientes, ni botellas de agua hirviendo?
—A esta hora no hay lumbre en la vecindad.
—Si usted quisiera...
—Lo que usted mande.
Le dí una peseta para que subiese dos botellas de vino, me desnudé, y me metí en la cama con aquel capullo de diez y siete años.
La pobrecita lloraba; quizá su pudor se ofendía; quizá eran lágrimas las suyas con que agradecía mi arrojo.
La rodeé con mis brazos y con mis piernas; me bebí á sorbos los tres cuartillos de vino, y á la media hora Nieves y yo sudábamos.
Desperté á la mañana siguiente, y me halle solo en la cama.
—¡Abuela!
—¡Señor Silverio!
—¿Y María Nieves?
—En su cama de usted.
Cuando llegue á mi cuarto, María Nieves me tendió una mano que estreche con amor.
Y antes de salir, busque la Gaceta.
—Pues vera usted—me dijo la abuela—como la niña necesito tanto papel...
—Vaya con Dios si le ha aprovechado.
Hoy me dice mi esposa María Nieves.
—Mira que si se nos muriese del cólera cualquiera de los hijos...
—Que trabajen como yo he trabajado. Trabajando se suda, y el sudor es la profilaxis del cólera.
Y mi mujer, que se ríe de mi amor al orden que me ha llevado á la cárcel, se acuerda de la Gaceta, y me dice:
—Ya se el preservativo y el tratamiento.