Libro gratis: El Bolero
de Serafín Estébanez Calderón


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El Bolero

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Este texto forma parte del libro «Escenas Andaluzas».

Escenas Andaluzas


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Fragmento de «El Bolero»

Decir esto, sonar el silbato del señor Consueta (siempre hablé con respeto), subir el telón y aparecer la perla bailadora, fue todo un punto.

En verdad, en verdad, pocas mujeres vi nunca tan cumplidas, y por el prendido dificultosamente se hallaría cosa tan rica ni tan airosa. Los instrumentos comenzaron a marcar la medida con la gracia y viveza que tienen las tonadas del Mediodía, cuando mi parlador vecino, inclinándose al lado, me dijo:

—Todo es completo, por felicidad nuestra; el acompañamiento está tomado de la tiranilla Solitaria y del bolero antiguo de las Campanas, pero el revuelto está hecho con maestría, y ni Gorito lo fraguara mejor. Yo lo vi bailar años pasados al Rondeño y a la Celinda; pero sobre todo la Almanzora...

No sé dónde hubiera ido a dar con su biografía boleresca, cuando finalizado el retornelo, se lanzó la zagala al baile, y el vejete cayó en éxtasis en su asiento, dejándome en paz.

No podré más decir por parte mía sino que desde el primer lazo y rueda que tejió y deshizo con sus brazos airosos la danzadora gentil, me sentí llevado en vilo a otro país encantado. El donaire de los movimientos contrastaba con cierto pudor que autorizaba y daba señorío al rostro, y este pudor era más picante resaltando con el fuego que derramaban dos ojos rasgados y envueltos en un rocío lánguido y voluptuoso. Mi vista corría desde el engarce del pie pequeñuelo hasta el enlace de la rodilla, muriéndose de placer pasando y repasando por aquellos mórbidos llenos y perfiles ágiles, que a fuer de nube caprichosa de abril ocultaban y tornaban a feriar la seda de la saya, y los fluecos y caireles. En fin: aquella visión hermosa se mostró más admirable, más celestial, cuando, tocando ya al fin, la viveza y rapidez de la música apuntaron el último esfuerzo de los trenzados, sacudidos y mudanzas; las luces, descomponiéndose en las riquezas del vestido, y éste agitado y más y más estremecido por la vida de la aérea bailadora, no parecía sino que escarchaba en copos de fuego el oro y la plata de las vestiduras, o que llovía gloria de su cara y de su talle. Cayendo el telón quedé como si hubieran apagado a un tiempo todas las luces. Del casi parasismo en que me hallaba, sacome el erudito del bolero, diciendo:


11 págs. / 19 minutos.
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Publicado el 20 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.


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