Libro gratis: El Solicitante
de Ambrose Bierce


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Cuento


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El Solicitante

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Edición física


Fragmento de «El Solicitante»

A pesar de lo poco prometedor del exterior, el Hogar es un lugar bastante cómodo para retirarse de todos los males que habían sufrido sus internos por ser pobres, viejos y hombres. En la época a la que se refiere esta breve crónica, debían ser una veintena, pero por su acritud, ingratitud general y nivel de quejas podría parecer que llegaban casi a cien; ése era al menos el cálculo del superintendente, el señor Silas Tilbody. El señor Tilbody tenía la convicción firme de que siempre que los fideicomisarios o administradores admitían a ancianos nuevos, para sustituir a los que se habían ido a otro y mejor Hogar, lo hacían claramente con la voluntad de interrumpir su paz y poner a prueba su paciencia. En verdad, cuanto más se iba relacionando con la institución, más poderoso era su sentimiento de que el benevolente plan del fundador se veía tristemente perjudicado por el hecho de tener que admitir internos. No tenía demasiada imaginación, pero con la que poseía acostumbraba a reconstruir el Hogar para Hombres Ancianos en una especie de "castillo en el aire", con él mismo como castellano, dedicado a mantener hospitalariamente a una veintena de aseados y prósperos caballeros de mediana edad, de muy buen humor y con la voluntad de pagar cortésmente por la comida y el alojamiento. En esta revisión del proyecto filantrópico, felizmente no existían los fideicomisarios, a quienes les debía su trabajo y ante los que era responsable de su conducta. Por lo que se refiere a los fideicomisarios, el humorista del pueblo antes mencionado sostenía que, en su gestión de la gran obra caritativa, la providencia les había proporcionado solícitamente incentivos para su prosperidad. Nada sabemos de las deducciones que esperaba el humorista se extrajeran de dicha opinión; los internos, que desde luego eran los más implicados, ni la apoyaban ni la negaban. Vivían sus escasos restos de vida, se deslizaban a unas tumbas ordenadamente numeradas y eran sucedidos por otros ancianos que se asemejaban a ellos todo lo que podría haber deseado el Adversario de la Paz. Si el Hogar era un lugar de castigo por el pecado de haber sido manirrotos, los veteranos pecadores buscaban justicia con una persistencia que era testigo de la sinceridad de su arrepentimiento. Hacia uno de ellos invito ahora al lector a que preste su atención.


6 págs. / 11 minutos.
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Publicado el 26 de julio de 2016 por Edu Robsy.


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