Libro gratis: La Cartuja de Parma
de Stendhal


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Novela


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La Cartuja de Parma

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Edición física


Fragmento de «La Cartuja de Parma»

En estas disposiciones hizo un viaje a Milán, donde esperaba encontrar noticias más directas de Napoleón y quién sabe si, por carambola, noticias de Fabricio. Sin confesárselo, aquella alma activa comenzaba a cansarse de la vida monótona que llevaba en el campo. «Esto es tratar de no morir, pero no es vivir. ¡Ver cada día esas cabezas empolvadas, el hermano, el sobrino Ascanio, los criados! ¿Qué serían sin Fabricio los paseos por el lago?» No tenía otro consuelo que la amistad de la marquesa. Pero, desde hacía algún tiempo, esta intimidad con la madre de Fabricio, de más edad que ella y desesperada de la vida, comenzaba a serle menos agradable.

Tal era la singular situación de la condesa Pietranera: ausente Fabricio, esperaba poco del porvenir; su corazón estaba necesitado de consuelo y de algo nuevo. En Milán, se apasionó por la ópera de moda; iba a encerrarse sola, durante largas horas, en La Scala, en el palco del general Scotti, su antiguo amigo. Los hombres a quienes procuraba encontrar por conseguir noticias de Napoleón y de su ejército, le parecían vulgares y ordinarios. Al volver a su casa, improvisaba en el piano hasta las tres de la mañana. Una noche, en La Scala, en el palco de una amiga suya, al que acudió buscando noticias de Francia, le presentaron al conde Mosca, ministro de Parma. Era un hombre agradable y que habló de Francia y de Napoleón en términos muy propios para sugerir a su corazón nuevas razones para esperar o para temer. Tornó a aquel palco al día siguiente; aquel hombre inteligente volvió también, y todo el tiempo que duró el espectáculo la condesa le habló con gusto. Desde la partida de Fabricio, no había pasado una noche tan animada como aquélla. Aquel hombre que la entretenía, el conde Mosca della Rovere Sorezana, era entonces ministro de la Guerra, de Policía y de Finanzas del famoso príncipe de Parma, Ernesto IV, tan célebre por sus severidades que los liberales de Milán llamaban crueldades. Mosca tendría cuarenta o cuarenta y cinco años, facciones acusadas, ningún tono de hombre importante y un aire sencillo y alegre que predisponía a favor suyo; habría estado todavía muy bien si una extravagancia de su señor no le indujera a llevar la cabeza empolvada como garantía de buenos sentimientos políticos. Como en Italia no se siente apenas el temor de herir la vanidad, se llega fácilmente a un tono de intimidad y a hablar de cosas personales. El correctivo de esta costumbre consiste en no volver a verse cuando uno se siente ofendido:


568 págs. / 16 horas, 35 minutos.
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Publicado el 22 de abril de 2018 por Edu Robsy.


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